“ Lo que ha de ser será, nunca antes ni después”.
Aurora Monjarez.
Nunca se había cuestionado que analizar sus propios sentimientos sería un desafiante ejercicio mental. Aspiró el humo y lo arrojó por la boca y la nariz. Amor. El peor adversario con el que se había enfrentado, pero lo había vencido, y ahora tenía la respuesta a la gran incógnita.
Sherlock Holmes satisfecho se sumergió por completo dentro de la bañera provocando que el agua se deslizara por los bordes.
En cambio, John Watson subía fatigado las escaleras hacia el departamento. Abrió la puerta, casi todo estaba cubierto por la oscuridad. La única luz provenía del cuarto de baño. No le dio importancia y fue a prepararse un café. Necesitaba una buena dosis de cafeína como nunca antes. Su cita había acabado en un completo desastre. No era la indicada, tal como dijo Sherlock.
Aspiró el delicioso aroma mientras tomaba asiento en su sillón favorito. Dio* un sorbo pequeño, y lo mantuvo en la boca disfrutando del sabor.
Estando ahí, sentando en la oscuridad del departamento sintió como su cuerpo y mente se relajaban. Sí, él estaba en casa.
John pensó encontrar a Sherlock en batín, hecho un ovillo en el sofá. No obstante se encontró con un lugar vacío. ¿Seguiría en su investigación? ¿Él estaría bien?
John se terminó el café y soltó la taza con una cara de angustia. Se levantó con lentitud del sillón, y fue a tomar una ducha. Al abrir la puerta se encontró a Sherlock, medio dormido, su figura larga y delgada sumergida en la bañera con una flota de patitos de hule.
—¿Qué diablos haces con ropa en la bañera?
Sherlock abrió los ojos, y lo miró sin emoción.
—Estoy en un caso.
—Genial, ¿pero no puedes hacerlo fuera de la bañera?
Repentinamente Sherlock aplaudió suavemente y soltó una risita:
—John lo he resuelto. Era tan simple.
—Bien por ti, Sherlock. Ahora sí no te molesta necesito tomar un baño antes de irme a dormir.
—Ahora pertenezco al gremio de los perdedores.
—Vaya eso es nuevo, ¿y eso porqué?
—¡Hablo del juego más antiguo en el que todos somos peones!
—No te estoy siguiendo, Sherlock.
—¡Amor, John! —Saltó al suelo con una exclamación de satisfacción, y lo agarró de los hombros.
—Sherlock, ve a cambiarte y duerme —contestó librándose de su agarre.
—No quiero.
—Bien, yo sí necesito dormir —dijo John dando media vuelta para irse. Sin embargo, Sherlock retuvo su mano.
—Te amo, John.
La palabra resonó en la habitación al mismo tiempo que el corazón de John Watson.
—No, tú no lo haces —respondió John negando con la cabeza.
—Lo hago, John.
—Mira Sherlock —John se dio la vuelta para enfrentarse cara a cara a Sherlock, y añadió— he tenido una noche horrible así que deja de jugar.
En un suspiro lo imposible sucedió; Sherlock lo besó de una manera dulce y con cierta curiosidad. A John Watson le hubiera gustado decir, que él correspondió al beso de una manera tan experta que Sherlock quedó en shock. La verdad es que su cerebro, en el momento en que los labios de Sherlock hicieron contacto con los suyos, hizo cortocircuito y se apagó.
Cuando volvió a abrir los ojos, los rayos del sol ya iluminaban el departamento, y a Sherlock, qué tocaba el violín.
—¿Por qué eres malditamente perfecto? —soltó John con voz somnolienta.
Sherlock se detuvo sonriéndole, y John seguía incrédulo de sus palabras; ¿De verdad lo amaba Sherlock?
—Lo hago, John.
En un instante el rostro de Sherlock estaba tan cerca del suyo que podía sentir su respiración, y al otro los labios de su compañero sobre los suyos.
—Esta vez no te desmayes —dijo Sherlock entre besos.
John refrenó las palabras que casi salían de su boca, y en cambio disfrutó de aquel momento que sería uno de los mejores de su vida.