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Bendita Maldición por chibigon

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Bendita Maldición

Por Ladygon

 

Capítulo 4: La familia Smith.

Informaron que Dean debía ir al jardín infantil.

—¿Puede venir Cas también? —preguntó el niño.

—¿Quién es Cas? ¿Es el bebé? —preguntó la directora.

—No, soy yo —dijo Castiel—. No quiere venir solo.

—Entiendo. Hay un periodo de adaptación, donde puede venir la familia para acompañar al niño, si es necesario —explica la directora.

—Sería bueno, ¿qué te parece Dean?, vendríamos Sam y yo contigo.

—¡Fabulosho! —exclamó el niño feliz.

Matricularon a Dean en la escuela con información falsa. Castiel quedó como padre del niño, padre soltero y viudo. Tuvo que mentir, aunque no tanto, ya que no quisieron tocar un punto tan sensible como el fallecimiento de la madre de los niños.

Le pasaron una lista de útiles, libros para colorear y otras cosas que debía comprarle. Fueron a comprar a una librería lo pedido por la escuela. Ahí se enteró de los productos no tóxicos para los pequeños, como también, de algunos cuentos infantiles para bebés o niños. Compró algunos cuentos extras para leerles antes de dormir. También compró unas loncheras para llevar el almuerzo, porque le dijeron que los niños debían llevar.

Llegó a la casa a cocinar para el día siguiente. Almuerzos para todos, incluso para él mismo, ya que debía comer algo, sino quería que las personas sospecharan. Tendría que trabajar desde temprano para hacerle la leche a Sam.

Aprovechó de hacerles el almuerzo a los chicos y darle de mamadera a Sam. Sam estaba muy feliz con su leche y Dean no tanto con las verduritas.

—Quiero “hambugesa” —dijo Dean.

—Todavía no sé cómo se hacen, Dean, pero prometo aprender —explicó Castiel.

—Ya.

—Ahora cómete la comida.

—No.

—Mmmmmh.

Castiel se quedó pensando qué hacer para que Dean se comiera la comida.

—¿Está malo? —preguntó Castiel.

Dean se quedó callado, moviéndose incómodo en su silla.

—¿Por qué no te comes la comida? Te daré un flan de postre si te la comes.

Dean lo miró con curiosidad, Castiel asintió con la cabeza y fue la única forma de hacer que se comiera toda la comida. Castiel le pasó el flan, el cual comió con mucho gusto.

El ángel buscó en YouTube  “cómo hacer hamburguesas sanas” y encontró varias recetas, las cuales puso en favoritos para comprar los ingredientes. Lo haría después de la escuela, cuando trajera a Dean de regreso a casa.

Toda la noche se la pasó cocinando, arreglando las loncheras y los termos, viendo el horario de clases de Dean, arreglando los útiles dentro de la pequeña mochila. También arregló el bolso del bebé, el coche del bebé y otro bolso para él. Parecía que iba de camping, en vez de ir a la escuela.

Levantó temprano a los niños. Mudó a Sam, quien estaba medio dormido. No le dio la leche, porque no era la hora todavía, sino que lo puso en el coche. En cambio, a Dean, le hizo unos huevos, le dio cereal con leche y unos panqués con miel. Puso a los dos niños en la parte trasera del Impala en sus correspondientes sillas para automóvil.

Llegaron una hora antes del inicio de las clases. Menos mal el portero llegaba temprano y les abrió la puerta. Hicieron un recorrido por todo el establecimiento y pudieron ver la sala pequeña de Dean con esas mesitas monas, chiquitas, llenas de colores.

Llegó la tía y presentaron a toda la clase la familia “Smith” —buscó en internet los apellidos más comunes en E.E.U.U. para protección de los chicos—  con bebé incluido. La tía Cristina se mostró bastante amable con todos ellos y les dejó un lugar, donde Castiel podía estar con el bebé, mientras los niños interactuaban con Dean. A Castiel le tocó entretener a Sam, aprovechó de prepararle la mamadera. Sam tomó su leche muy feliz, le encantaba la mamadera.

Por su parte, Dean se veía muy feliz también, jugando con los otros niños. Interactuaba muy bien, al contrario de lo pensado por Castiel, quien llegó a cuestionar la idea de la escuela para estos niños tan especiales. Quizás más adelante debería enseñarles técnicas de combate, pero por el momento los chicos eran tan felices, nunca los había visto de esta manera, riendo con tanta alegría, sin ningún pesar.

Pasaron toda la mañana, jugando. Dean descubría cosas muy entretenidas con sus nuevos amigos, ya sea en la sala o en el patio de juegos. Incluso hablaba más y mejor. A la hora del almuerzo, comieron todos en la sala, después fue la hora de la siesta y todos los niños debían descansar. Castiel sacó la mantita y la almohada de Dean para pasársela a él, mientras la tía ponía las colchonetas en el suelo. Dean durmió  con los otros niños, mientras Sam dormía en su moisés y él hacía guardia junto con la tía.

Castiel no habló con la tía en ese momento, sino después de la siesta. En realidad, ya habían intercambiado unas palabras en el patio de juegos, cuando los niños estaban correteando. No quería hablar mucho y descubrió que si mencionaba  la muerte de la madre de los chicos, las personas dejaban de hacer preguntas personales. Fue un gran descubrimiento, pues ahora tenía una forma de defenderse ante los curiosos y hablar sobre el clima.

A propósito, el día estuvo maravilloso con mucho sol. Dean lo pasó igual de bien. Estaba muy contento y esperaba con ansias volver al otro día. Al despedirse, Castiel pensó, que quizás el tiempo de adaptación del niño sería mínimo. Castiel podría quedarse en la casa, para seguir investigando sobre la bruja.

Así fue, ya en el tercer día, probó con dejarlo en clases sin que ellos estuvieran presentes y fue un éxito. Al cuarto día, la tía le dijo que podía dejarlo solo, pues ya estaba adaptado. Castiel se despidió de Dean sin problemas y le dijo que vendría a buscarlo a la salida.

Volvió en el Impala al búnker, el cual ya era su casa, y dejó a Sam dormir un poco más antes del desayuno. Mientras tanto, él buscaba en la laptop alguna información. No pudo encontrar nada y con el desespero, fue por el bebé al moisés, quien estaba a su lado para decirle de sus fracasos en la búsqueda.

Sam despertó de malas pulgas. Empezó a llorar a mares. Castiel, nervioso, trataba de calmarlo. Grave error de parte del ángel, en no respetar el horario del bebé. Castiel tuvo que prepararle la mamadera para ver si Sam se calmaba. Eso estuvo bien, porque tenía hambre. Tomó su mamadera con tranquilidad mientras era mecido por el ángel a su cuidado.

Golpecitos en la espalda del bebé después de terminada la leche y no quiso molestarlo más, porque el niño comenzó a dormitar. Por supuesto, le faltaba sueño, ya que interrumpió su siesta. Volvió a ponerlo en su moisés y lo arropó bien. Siguió con su investigación en el computador, quizás debía ser de otra forma la búsqueda, pero no se le ocurría. Trató de visualizar la forma cómo los hermanos cazaban a los monstruos, recordando los casos donde participó.

Lo primero era ubicar ciertos fenómenos sobrenaturales o extraños. Bien, eso podía hacerlo. Las noticias era la forma como siempre buscaban ellos, quizás él también podía encontrar algo. Tenía que ser algo relacionado con magia, sino no servía para nada, puesto que los monstruos no le interesaban.

Las noticias mostraban solo crímenes y desgracias. Llegó a quedar horrorizado de leer tanta barbaridad. Parecía cuento de terror, pero de otra índole. No le gustaba para nada leer eso, pero debía hacerlo si quería encontrar alguna bruja que pudiera quitarle la maldición a los chicos. Así que hizo tripas corazón y continuó leyendo sobre puñaladas, choques, robos, asaltos, terrorismo, etc., etc., etc.

Vio un caso, o parecía eso. Sin embargo, la magia no estaba involucrada, debía ser un monstruo u otro ser sobrenatural. Pensó en ir a cazarlo, pero tenía otras preocupaciones más importantes, como traer a Dean del jardín y cambiarle los pañales a Sam. Ningún avistamiento de brujas. Castiel se hizo para atrás del asiento, apoyando la espalda en la silla con resignación.

¿Y ahora qué? Nada, cuidar a los chicos que ningún monstruo ni demonio les hiciera daño. Cosa difícil por lo famosos que eran. Al menos se le ocurrió la brillante idea de ponerles un apellido ordinario, Winchester, resaltaba mucho y los demonios sabían las clases de nombres falsos, acostumbrados a usar por los muchachos. “Smith”, uno de los apellidos más comunes en el país, sería una buena tapadera. Tenía que crear identificaciones falsas, ya que en el jardín le pidieron los papeles de Dean, pero después vería como arreglar ese problema.

Sam despertó. Castiel aprovechó de cambiarle el pañal al bebé, como también preparar la cena para los chicos. Después, fue por Dean a la escuela. El niño apenas lo vio, fue corriendo hasta él para abrazarlo. Castiel tuvo que agacharse para ponerse a su altura y responder el abrazo. Dean venía con un papel en su mano, lo cual resultó ser un dibujo de su familia. Ahí estaban los tres: Dean tomado de la mano izquierda de Castiel, quien estaba al medio con un bulto en los brazos por Sam. El ángel lo felicitó por el dibujo y después se lo trajo en el Impala mientras el chico no dejaba de hablar de su día. Por lo visto, aprendió muchas palabras en el jardín. También estaba alegre, le hablaba a Sam, quien se metía la mano en la boca y reía.

Castiel los vio por el asiento retrovisor y por primera vez desde lo sucedido, pensó en que quizás no era tan mala la maldición. Si los chicos quedaran así y crecieran con él, tendrían una vida mejor o eso trataría de darles.

Pasaron un rato al parque, porque Sam también debía distraerse. Puso al bebé en el cochecito y fueron a tomar aire libre. Castiel se sentó en una banca, mientras Dean fue a los juegos  con los otros niños.

—Está feliz —le dijo Castiel a Sam.

Sam chupó su cascabel de abeja. Castiel compró ese juguete a su gusto y Sam lo adoptó encantado. Quizás después hablaría con Sam sobre la bruja y la maldición, por ahora se mantuvo vigilando a Dean en los juegos y pasear a Sam por los alrededores.

Al llegar a casa cenaron, es decir, cenó Dean y Sam tomó su mamadera. Bañó a ambos en la tina, en poquita agua puso juguetes como un patito de hule —eso lo vio en la TV—, y procedió a enjabonarlos cuidando de no tocarle los ojos. Ya había tenido la experiencia, cuando fue humano, de lo doloroso que era que te entrara jabón en los ojos. Su experiencia como humano sería de gran ayuda en este caso. Recordaba las necesidades básicas de los humanos y sus complicaciones en la higiene.

Los acostó en sus habitaciones. Castiel tuvo que sacar todas las armas de Dean que tenía colgadas en las paredes y reemplazarlas por posters de ositos tiernos. Lo mismo debía hacer en la habitación de Sam. Eso le faltaba hacer: decorar las habitaciones de los niños. Le leyó un cuento infantil a Dean y a Sam. Dean quedó dormido con su osito de felpa en los brazos. Los dos se quedaron dormidos casi enseguida. Castiel llevó a Sam a su habitación y lo puso en la cuna.

Pasó el resto de la noche investigando por internet la forma de decorar las habitaciones de los niños. Al otro día, después de dejar a Dean, fue con Sam a comprar los materiales para decorar. Pasó parte de la mañana, arreglando las habitaciones mientras tenía a Sam en el corral a su lado.

Castiel nunca perdía el horario de los niños, los mantenía con exactitud mecánica de un robot, pero con la ternura de una madre primeriza, quien quiere lo mejor para sus hijos. Los niños se acostumbraron pronto a los horarios y no costaba para nada hacerlos comer o dormir. Sus cuerpos se los pedía, inconscientemente. Además, eran unos niños adorables muy obedientes, debía ser a causa de la maldición. Los niños no tenían memoria, es cierto que Sam balbuceaba, pero de forma muy limitada, sacando poco en claro las cosas.  

A los chicos les encantó su cuarto remodelado, por lo menos Dean estaba fascinado viendo el papel tapiz de automóviles de juguetes. Sacar los poster de ositos y colocar el papel fue difícil, pero con su mojo, pudo saltar ciertos obstáculos. Cambió los poster por un cubre cama de ositos y un gran oso de peluche casi del porte del niño encima de la cama. Dean abrazó al oso.

—Gracias, Cas —le dijo con voz infantil y soltó el peluche para abrazarlo a él—. Te quiero.

—Yo también —dijo el ángel, correspondiendo el abrazo.

El cuarto de Sam, era parecido al de Dean, pero en el motivo de su papel tapiz puso perritos adorables. Dean lo miraba como si no entendiera la razón de los dibujos en la pared. Castiel pensó que debía preguntarle a Sam.

—¿Te gusta Sam?

—Ba, ba, buuu.

—También te compré un perro de peluche, puedes ponerle el nombre que quieras.

—Ba, bo.

—Ese no es un nombre, Sam, así le llaman a estas criaturas de mi padre —explicó Castiel— ¿Qué tal “Babo”?

—Ba, bo.

—En eso tienes razón, es lo mismo. Yo le digo Babo y tú Perro.

—Ba.

En eso quedaron. El peluche lo dejó en su coche junto al bebé. Sam abrazó al perro de peluche y lo chupeteó, dejándolo con un poco de baba. Sacó el coche de la habitación para llevarlo a la cocina seguido por Dean, quien llevaba su oso de peluche en el brazo, no el grande, sino el chico de siempre. Al parecer, ni regalándole el oso grande soltaría el juguete de Sam, aunque Sam no parecía molesto por el secuestro del oso beige de ojos azules.

Ese día cenaron entretenidos.

Fin capítulo 4


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