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Voto de Silencio. -Haiyuu!! por Asamijaki

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Notas del capitulo:

Hola, por fin les traigo la primera parte del Capítulo 1 ^w^ (hace tiempo de lo debía a ciertas personas, pero siempre me tardo (?) #PorUnMundoLibreDePeriódicazos.
Se preguntarán: ¿"Primera parte"? Bueno, quiero organizarlos de esa manera. Los capítulos, se dividirá en partes, y estás serán en cierta época antes de los hechos en el Prólogo.

No tengo idea de que tan largo salga esto, pero tengo mucho que escribir en él. Espero le den una oportunidad. Y sobre todo, Gracias por leer d84;

Un agradecimiento especial a IllusionLi por ayudarme Beteando esto ;3;
I love you, my waffle >3<)

 

Esto ya lo había subido a Watty dehace unos días, pero aqui se me había pasado por alto, lamento la demora

Capítulo 1.

I. Silencio.


Habían pasado ya semanas desde aquella fatídica noche. El niño aún sentía todo totalmente irreal: los gritos de sus conocidos, el sonido del galopar de los caballos, las patadas de los soldados derribando la puerta de su hogar, el llanto de Natsu... Eran las cosas que Shouyou todavía podía escuchar, como si aquellos ecos esperaran en el momento adecuado para resonar en sus oídos.

Él había logrado escapar junto a su familia, y para eso tuvo que ignorar las súplicas de las personas que se encontraban rogando en el suelo teñido de carmín, no obstante, ya lejos de lo que alguna vez habían llamado su hogar, su madre no aguantó más. No tenía mucho tiempo de que su hermana había llegado al mundo y se encontraba débil, eso sin contar el daño que había recibido por parte de aquellos soldados.

El pequeño niño pelirrojo no tuvo más opción que huir lo más lejos posible con aquella criatura en brazos.

No sabría decir cuántas horas se encontró huyendo, lo último que albergaban sus pensamientos era una cabellera dorada junto a una indescifrable mirada ámbar. Después de eso, despertó en un lugar desconocido, rodeado de extraños que le habían arrebatado a su hermana.

Entró en pánico, no sabía qué hacer, las mujeres que estaban —ahí vestidas de una forma tan extraña que nunca antes había visto— intentaron calmarlo en vano.

Sólo un joven que recién iniciaba sus labores religiosas en aquel templo fue el único quien logró calmarle. Le informó que le habían encontrado bastante mal, deshidratado y con alta fiebre, pero que su hermana estaba bien, tan sólo tenía una insolación que pudieron atender a tiempo.

En ese momento Sugawara se sorprendió al saber cuánto habían recorrido solos un niño de apenas unos 7 años, aún más con una casi recién nacida en brazos. El agua de los ríos cercanos los había salvado de una muerte segura, pero el joven aún pensaba que había sido producto de algo más que la suerte.

—Sugawara-san, ¿está seguro de que es buena idea dejarlo andar por el templo así nada mas? —comentó una joven castaña, estaba en sus años de aprendizaje al igual que el cenizo.

—Es mejor que no se sienta aprisionado, ese no es el punto —Koushi le sonrió levemente, y posó su palma sobre el hombro de la novicia. —Además, es normal que este preocupado por su hermanita, ¿no lo crees? 

Yui bajó la mirada, pensando un poco en ello. Koushi a veces tenía ese toque comprensivo y amable que a ella aún le faltaba perfeccionar. Michimiya había entrado a aquella institución hace un par de años, sin embargo, todavía era una novata. Sus superiores le llamaban constantemente la atención, aunque siempre daba lo mejor de sí. 

—¿Sugawara-san? —la voz de la otra sonaba algo extrañada, pues sin darse cuenta, ya caminaba hasta la salida. 

—Oh, ¿pensabas que lo dejaría sin vigilancia? —parpadeó un par de veces y la tomó del brazo. —Tenemos que cuidarlo, Yui. 

La muchacha sólo se dejó arrastrar por el chico refrescante que era su compañero. Algo le decía que esto no terminaría del todo bien. 

...


En esos momentos, Shouyou caminaba por los pasillos de la institución y estaba maravillado; la estructura parecía ser antigua, pero bien cuidada y magnífica, contaba con 3 alas aparte del templo, el cual era el edificio principal. 

Shouyou se aventuró a adentrarse por el segundo edificio, llegando a un amplio jardín al centro de todo, uniendo a las 4 partes. Sí, el lugar era enorme. El jardín estaba rodeado de arbustos con flores que no conocía, no sabía qué tan lejos había llegado, porque incluso la vegetación era diferente... excepto por aquella flor. La reconocería donde fuera: un girasol.

Era su flor favorita y la de su madre también. Siempre le contaba que esa flor tenía un significado especial para ella.

Hinata se acercó hasta la flor, hincándose para poder contemplarla mejor. Era pequeña, le faltaba crecer un poco más. Había escuchado historias de girasoles que crecían tanto que te guiaban hacia el palacio del Dios del Sol.

Fue entonces cuando un leve resplandor le cegó.

Cerró los ojos fuertemente, y después de unos instantes, se atrevió a elevar con delicadeza uno de sus párpados, logrando asomar uno de sus luceros los pardos. No había entendido qué había sido ese resplandor, quiso imaginar que habían sido los rayos del sol, sin emargo, lo único que logró visualizar fue una silueta bajo la sombra de un enorme árbol. Y por un momento su mirar se detuvo sobre esta. Y vio dorado. Dorado como el resplandor del mismísimo Xué.

Tal vez, fue el resplandor de un sol diferente.

—¡Hey! —se levantó de golpe, yendo hasta aquel.

El joven de cabellos rubios dio un pequeño salto en su lugar, tal parece que no había visto a Shouyou hasta ese momento.

Hinata se acercó rápidamente, sus ojos brillaban y el niño del árbol intentó levantar su libro, para hacer como sí no hubiese escuchado.

—Hola, soy nuevo aquí, mi nombre es Hinata Shouyou, ¿y el tuyo? —comentó a viva voz, mientras se sentaba al lado del muchacho. —¿Estás leyendo? ¿Qué lees? ¿Te gusta leer? Yo le leo a mi hermana Natsu desde que estaba en el vientre de mamá, ella decía que le gustaba porque daba pequeñas pataditas, aunque no le he podido leer desde que llegamos aquí. Todavía ni siquiera sé dónde estoy, ¿tú llevas mucho en este lugar? ¿Cuántos años tienes? —No paraba de hablar, tal vez se había emocionado demasiado, el otro parecía algo asustado ante su actitud tan espontánea y enérgica. —¿Eres muy callado? —preguntó tras una leve pausa, sus mejillas estaban algo rosas ante el silenció por parte del rubio. El silencio era vergonzoso.

El pelirrojo bajó la mirada al pasto, no sabía qué más decir si no recibía respuestas. Lo único que llenó el ambiente fue el canto de las aves y la brisa que pasaba por el lugar. Alzó su mirar por encima de su hombro y se percató de algo que no había notado antes.

Entre el dorado cabello del chico, unas raíces castañas se asomaban.

Hinata extendió su mano hasta aquellos cabellos, tal vez por curiosidad, tal vez por algo más, pero sentía ganas de tocarlo.

—¡Hinata! —pudo escuchar la voz familiar de Koushi, e incluso pudo jurar haberle visto saltar desde un arbusto cerca de los pasillos.

En ese momento no lo sabía, pero aquel par lo había estado vigilando durante su recorrido.

—Oh, Sugawara-san —El chico se levantó y pudo ver cómo el de su lado hacía lo mismo.

—Hinata, creo que ya conociste a Kenma —Sonrió algo nervioso. Shouyou pudo notar a aquella castaña de antes salir del mismo lugar que el cenizo. Aquellas hojas y ramas en sus cabellos los delataban de una manera terrible, mas no comentó nada.

—Kenma-kun, ¿por qué no estás en tus clases? —reprochó la castaña con voz cansada en lugar de sorprendida. Eso le daba la idea al niño de que en el otro aquello ya era algo común.

El recién llegado volteó a ver al otro, parecía como si no tuviera la intención de decir nada en su defensa. Fue en ese momento, en donde Shouyou frunció el entrecejo y los labios en una mueca de inconformidad.

—¿Por qué no dices nada? —cuestionó Hinata, observando cómo el rubio posaba sus fanales ámbar por un momento en él, para después apartarlos. Parecía estar buscando algo entre sus bolsillos, pero nada. El pelirrojo dejó caer sus hombros y por primera vez se planteó una interrogante más probable. —¿No te agrado?

Kenma volteó a mirarlo rápidamente y la voz de Sugawara fue la que se escuchó. 

—Hinata, —la mano del mayor se pasó sobre su hombro, brindándole una mirada comprensiva— Kenma no... 

Y en ese momento, se sintió una de las peores personas en la tierra del Sol. 

(...) 

El sonido metálico de las finas hojas de las espadas chocar entre sí era uno de los que más le gustaban a Hajime. Era una sonido que le recordaba a su hogar. Los entrenamientos con su padre eran de los momentos que más disfrutaba. Los movimientos tan fluidos y exactos hacían que sus manos cosquillearan.

Fue en ese instante de distracción en que el hombre mayor se aprovechó e hizo que la espada del más joven volarara por los aires, dejándola caer sobre el suelo en un golpe seco.

—Descansa, Hajime —Le ordenó el mayor, posando una mano sobre la cabeza del menor.

Iwaizumi Hajime, 15 años de edad. Era descendiente directo de una familia prestigiosa de guerreros y fieles sirvientes de la familia real, y tenían el deber de protegerlos de cualquier mal, siempre estando a su disposición.

—Si, padre —El adolescente se secó el sudor que se había formado en su frente. Envainó su espada nuevamente y se dirigió a la puerta de salida del salón.

—¿A dónde vas? —Cuestionó su envejecido padre, las canas hacían reflejar la experiencia de vida de aquella persona, al igual que las arrugas bien marcadas al lado de sus ojos.

—Saldré a refrescarme un rato —Mencionó, deslizando su mirada a un lado. Una gota de sudor resbalaba por su sien al esperar la respuesta del hombre.

—Bien, salúdame al joven príncipe.

A Hajime casi se le atora la saliva en la garganta. ¿Cómo lo supo? ¿Desde cuándo?

—No eres muy discreto cuando sales de nuestro cuarto por las noches —suspiró, mientras se dejaba caer al suelo, agarrando su espada para limpiar la hoja de esta —Sólo ten cuidado, al Rey no le agrada que la servidumbre esté tan cerca del joven.

El azabache asintió y se retiró del lugar.

Había sido un secreto de dos desde hace un tiempo —o al menos eso creían—. Hajime y Tooru eran amigos desde niños; cuando el abuelo de este último seguía vivo, ambos niños entrenaban juntos, comían, jugaban, e incluso habían veces en que permitían a alguno de los dos dormir donde el otro. Pero todo cambió cuando el joven príncipe cumplió 10.

El padre de este, y nuevo rey, había prohibido que los trabajadores y demás personas por debajo de su clase social estuvieran cerca de su familia.

Debido a eso, ambos tomaron distancia durante un tiempo. Con la guerra que no parecía querer terminar, los entrenamientos de Hajime y las clases de Tooru, la distancia crecía más y más.

No obstante, el castaño no podía dejar de notar al azabache. Siempre estaba ahí, podía verle entrenar desde la ventana mientras él estaba en sus aburridas clases de lingüística; cuando daba paseos por los jardines del palacio, o incluso en juntas a las que su padre le llevaba, siempre ahí, custodiando la puerta junto al Iwaizumi mayor.

Fue tiempo después cuando notó que no sólo se trataban de coincidencias. Tanto el azabache, como el castaño, habían desarrollado la costumbre inconsciente de ir donde sabían encontrarían al otro.

Estuvieron así un tiempo hasta que acordaron encontrarse por las noches, cuando nadie pudiera verlos, donde nadie pudiera juzgarlos.

Porque durante ese tiempo, algo más que una inocente amistad de la niñez había nacido.

—Oh, Iwaizumi, —una voz detuvo el caminar del azabache, haciéndole mirar al dueño de esta. — ¿Qué haces por aquí?

—Makki. —suspiró, aliviado al saber que no se trataba de alguien que pudiera acusarle con la familia real. —Podría preguntarte lo mismo, ¿sabes? Está prohibido que entremos a esta parte del palacio.

—Vine por algo de comer... —se encogió de hombros y le enseñó una manzana que llevaba en una mano. —Lo que nos dan de comer es una maldita miseria. —se quejó entre unas leves risas amargas.

El nuevo rey no los trataba como iguales, no como su sucesor.

Todos esperaban que cuando el joven Tooru pasara al ocupar el trono, las cosas cambiarían. Tenían muchas expectativas en él.

Muchos, como Hanamaki, que eran aprendices para guerreros y guardias del castillo, tenían fe absoluta en Oikawa.

—¿Y bien? —el muchacho arqueó una ceja, observando sugerente al de cabellos negros.

—¿Y bien qué?

—¿Qué haces en el área restringida, cerca de las habitaciones de la familia real?

—¿Qué intentas insinuar? —Cuestionó el más bajo, entrecerrando los ojos.

—Nada, nada —comentó mientras ladeaba su mano, restándole importancia a la conversación, mientras con la otra daba le daba un descarado mordisco a aquella roja manzana.

Iwaizumi bufó por lo bajo y se hizo una pequeña nota mental de tener cuidado con aquel.

Continuó su camino, esta vez con más delicadeza y precaución. No quería meter en problemas a su padre, todavía era menor y estaba bajo sus cuidados.

Llegó hasta los jardines por atrás de la entrada principal del palacio, buscó entre los arbustos una capa, hecha con fibras orgánicas, con algunas hojas y ramas adheridas a su superficie. Observó la ventana de la habitación del joven príncipe y después hasta la enredadera que cubría el muro.

Se puso su capa y comenzó a escalar. Aquella le servía para que los guardias y sirvientas no le vieran al pasar. Su familia no poseía magia, pero podía arreglárselas al poder volverse —no del todo— invisible.

Era complicado poder llegar a ver al más joven de los Oikawa, y sobre todo peligroso. Claro, jamás admitiría eso frente al castaño.

Llegó al balcón y tocó 5 veces la puerta de vidrio, con intervalos de 3 segundos entre cada uno. De inmediato, estas se abrieron. Hajime sintió un peso sobre sus hombros junto a una abrazadera calidez que lo envolvía, también se había unido un latido demasiado fuerte que azotaba contra su pecho.

—Iwa-chan, ¿por qué tardaste tanto?

—Cállate, eres molesto. —cerró los ojos, permitiéndose pasar sus manos por la cintura ajena, rodeándole en un cálido abrazo. —Déjame entrar antes de que nos vean, Trashykawa.

(...) 

El reino de la Luna había tomado el papel del villano, su rey había comenzado la interminable guerra por motivos que el niño no podía comprender.

Habían historias y rumores de que el Rey demonio no tenía un corazón tan frío como todos se planteaban. Se decía que había sido por una pelea con alguno de los antiguos reyes del otro reino, traición de su confianza por parte de la familia real, o incluso, por un amor prohibido.

Tadashi aún no comprendía por qué todos trataban de justificar sus acciones. Una guerra es una guerra. No hay lados bueno, ni lados malos, nadie gana, y mucha gente muere.

Y aunque hubiera razones, ¿era la venganza o el amor tan importantes para continuar con toda esa catástrofe?

El joven pecoso una vez se atrevió a cuestionar aquello cuando ayudaba a desenredar las redes de pesca con su padre.

—Sólo si el amor está corrupto con deseos de venganza y odio. —Respondió.

Tadashi siempre había visto a su padre como una persona muy sabia, por lo que esa noche en el muelle, se sentó a pensar. Observó el mar bajó sus pies y luego subió la mirada hasta el cielo.

Su nación era odiada mucho por su gobierno, pero Yamaguchi aún le tenía fe a Chía. La noche era un regalo suyo. Y era uno de los presentes más hermosos que los mortales pudieron tener.

Sí, antes le tenía miedo a la oscuridad, pero la luna y las estrellas que le brindaban luz lo hacían sentir seguro.

Fue en ese entonces que Tadashi se dio una idea de a qué se refería su padre.

Él amaba a su padre, amaba la noche, amaba las estrellas, pero sobre todas las cosas materiales, amaba a la Luna.

Tal vez ella tenía la respuesta.

—Luna... —comenzó a hablar, su voz era tan baja que tal vez la Luna no lograría escucharlo. Sin embargo, siguió hablando. —¿Algún día la guerra entre los dos reinos terminará?

Esa noche no recibió respuesta de Chía, sin embargo, esbozó una dulce sonrisa hacia ella, yéndose hacia la cabaña que compartía con su padre a las orillas de la playa.

En ese momento, pareciera que la diosa de la luna no lo escuchase, pero había quienes sí lo hacían.

Cerca del lugar, más adentrados hasta las lagunas alumbradas por la luz de la luna, las ninfas de agua jugaban de forma traviesa como era costumbre, hasta que el ruido de pisadas apuradas y jadeos las alertaron.

Era una figura de baja estatura, su sombra reflejada con la luz de la luna corría a todo lo que sus piernas podían dar; contra el contraste de los suaves rayos lunares se podían observar algunos detalles alarmantes: la sangre goteando, las cadenas rotas que colgaban de sus brazos y piernas chocaban entre sí. No obstante, lo que más llamaba la atención era aquella cola alargada y orejas que se asomaban por encima de su cabeza.

Se trataba de un híbrido.

El castaño corría y corría, como si estuviera escapando, huyendo de algo que ponía su vida en peligro, o más bien, su libertad.

Se escuchó un silbido y el chico se temió lo peor. Al ver las alas de una gran ave sobre él, supo que todo había acabado.

—¡Suéltame! —se quejó pataleando, aquella ave le había alzado ya dos metros sobre el suelo con aquellas grandes garras.

Después de unos instantes, el ave lo liberó aún en el aire. Morisuke sintió su sangre helar al no sentir el suelo bajo sus pies. Cerró los ojos y esperó la caída, sintió su cuerpo rodar por una pequeña colina, llenándose de igual manera con tierra y fango.

—Al parecer los gatos no siempre caen de pie...  —se escuchó una voz estoica y apacible.

Yaku se levantó rápidamente, poniéndose en guardia. Pero se dio cuenta de que no eran las personas que él creía que eran.

—¿Quién eres tú? — Gruñó, crispando sus cabellos y cola.

El azabache estaba encima de una gran roca, así que tenía que bajar su mirada para observarle, sus ojos finos y ligeramente rasgados le recordaron a una lechuza. Aquel búho en su brazo se había hecho considerablemente más pequeño. Debe ser una criatura mágica, pensó. No obstante, el muchacho, no parecía ser mayor que él en edad, podría tener 10 o 13 a lo mucho. Se encontraba solo en aquel oscuro bosque lleno de bestias mágicas.

—Akaashi Keiji. —dijo sin titubear, mientras daba un salto hasta el suelo, cayendo de pie frente al otro. —Eres un híbrido. —Afirmó, en lugar de preguntar, mirándole de reojo. —¿De qué huyes? ¿Cazadores interespecie?

—Algo así. —murmuró Morisuke, tragando saliva. Aquella persecución lo había dejado sin aliento y la sangre de sus heridas no dejaba de salir. —¿Podrías...? —intentó pedir mientras aún le quedaban fuerzas para hablar.

La adrenalina que lo mantenía en pie lentamente estaba abandonándolo.

—Se desmayó —Le comentó al búho que reposaba en su ante brazo. Keiji se agachó y examinó las cadenas que venían aferradas al castaño. —Así que cazadores... —habló para sí mismo, suspirando con cansancio, dejando que el animal picoteara las cadenas para poder romperlas.

El pico de aquella ave era más fuerte que cualquiera. Era especial, y era el único compañero de Akaashi.

—Konoha sabrá qué hacer —se encogió de hombros, mientras el ave posaba sus patas sobre el suelo y, rápidamente, su tamaño engrandecía de nuevo, a tal grado que podía llevar a ambos con poca dificultad.

Keiji nunca antes había visto a un Híbrido, no sabía si era igual de controlar que las bestias mágicas y ciertamente le tentaba probar. Aunque su sentido común sólo le decía que ayudara a aquel chico. Tal vez de ese modo tendría una recompensa más tarde.

(...)

Hacía unos días que la sección del convento estaba hecho un caos. Hasta donde se sabía, había recién llegados inesperados. Entre ellos una bebé. Y para ser exactas, a ella se debía el revuelo entre las hermanas. Comúnmente, a la institución solo llegaban niños grandes de los que nadie quiere hacerse responsable.

Hitoka había vivido en ese lugar desde que tenía memoria. Y sabía que esa niña pasaría por lo mismo que ella. Al menos, de esta manera podría ser la ayuda que ella nunca tuvo, alguien que la comprendiera.

Por el momento, ayudaría en lo que fuera, quería ser de utilidad para las hermanas que habían cuidado de ella. Sí, aún era una niña, pero podía hacer muchas cosas.

Ese día, hacían faltan las cosas básicas para cuidar de la pequeña, pues todo lo habían conseguido de improviso.

Al día siguiente fue al mercado de la ciudad, se supone que debía ir con otras dos chicas, pero estas se negaron, por lo que fue por sí misma. No sé retrasaría por los demás.

Entre el gentío, la pequeña rubia cargaba una cesta de paja, intentando escabullirse entre el atestado centro. El bullicio no le dejaba encontrar lo que buscaba, y todo se derrumbó cuando alguien pasó empujándole, haciendo que la poca fruta que llevaba cayera entre los pies de los ciudadanos.

Sus rodillas se habían raspado, y una de sus sandalias se había zafado. Tenía ganas de llorar, era una simple tarea para ayudar a quienes la cuidaron pero no pudo hacerlo bien.

Tal vez por eso sus padres no la quisieron y la abandonaron en las puertas de la iglesia ese día, hace ya varios años atrás.

—¿Estás bien? —una voz  la sacó de aquel lastimero momento.

Alzó su mirar y lo primero que vio fueron unos preciosos ojos azules. Tan oscuros y profundos que Yachi creyó ver la noche a pesar de la deslumbrante luz del día.

"Es hermosa" —pensó medio cohibida, saliendo de sus pensamientos para ver una mano extendida frente a ella. Levantó la mirada y notó que era una muchacha de cabellos azabache —se salían de aquella capa le cubría— piel blanca y un lindo lunar por abajo de sus carnosos labios de grana.

—Sí... —alcanzó a murmurar medio hipnotizada por la belleza de la chica. Extendió su mano hasta la de la otra, se veía ciertamente mayor. Era una joven como nunca antes había visto, tal vez venía de una tierra lejana, porque esa belleza no era común. Al rozar su mano con el de la otra, pudo sentir su tacto suave. Era como una princesa salida de los cuentos de hadas.

—¿Te lastimaste? —Preguntó al notar las raspaduras en sus rodillas. Hitoka negó con la cabeza.

—Estoy bien, no fue nada. —Si alguien pudiera describir su apariencia en ese momento, dirían que parecía un pequeño ciervo asustado. Dio un pequeño salto al mirar de reojo que la chica se estaba hincando a su lado.

—Estás sangrando. —observó las manchas rojas deslizarse por las delicadas piernas de la menor.

Sangre... Debía ser más cuidadosa.

La enigmática muchacha de cabellos negros se reincorporó, sonriéndole con gentileza.

—Ten más cuidado. —musitó para después acariciar los mechones rubios de la niña. Y de un momento a otro, desapareció.

Yachi la buscó con ansia entre la gente, pero no pudo localizarla por ningún lado. Volvió su vista al frente, sorprendiéndose al ver su cesta con las frutas intactas y sus sandalias arregladas.

La magia estaba prohibida desde que el antiguo rey había muerto, pero Hitoka no le buscaba otra explicación. En ese momento no tenía idea de con quién se había cruzado, tampoco sé detendría a pensarlo, ya iba tarde para llevar las cosas necesarias a la nueva integrante de la familia.

Más tarde, a las afueras del reino, lejos del bullicio del pueblo, aquella azabache se encontraba reposando sobre el tronco de un árbol caído, bajo las sombras que la frondosa arboleda le brindaba, no era necesario cubrirse por completo con aquella capa.

Había ido a las tierras del Sol a investigar. Los ciudadanos no querían a su nuevo rey y eso era algo que podían usar a su favor.

—Shimizu-sama, ¿ha averiguado sobre conflictos internos? —La voz estoica y sería del guerrero captó su atención, mas la muchacha sólo deslizó con elegancia su mirar hasta este.

—Has tardado en llegar, Wakatoshi —Mencionó, acomodando uno de sus lacios mechones atrás de su oreja.

—Tuve que esperar a que los guardias de la frontera hicieran cambio de turno —comentó, haciendo una reverencia como era debido.

—Levanta la cabeza, Ushijima, no hay tiempo para formalidades. —suspiró la joven, levantándose correctamente. —Necesito tu ayuda para entrar al palacio.

—¿Entrar al palacio? —cuestionó el guerrero. —El Rey ha dicho que no hagamos nada precipitado.

—Él puede ser el actual rey, pero yo soy la gobernante predilecta del reino de la Luna. —le recordó, llevando su mirada gélida hasta el más alto. —Espero no olviden que soy yo quien lleva la sangre de los anteriores gobernantes corriendo por sus venas.

Wakatoshi tragó saliva y asintió ante las órdenes de esta. Más tarde, se atendría a las consecuencias de desobedecer al Rey demonio, no obstante, su lealtad era al reino de la Luna.

—En unas días nos infiltraremos en el castillo y robaré el fatum nos iungebit.

—¿Es importante? —ladeó la cabeza, con cierta duda. Nunca antes había escuchado de ello.

—Sí —se limitó a contestar, sin explicaciones. —Tú mientras traerás al hijo del rey.

—¿Disculpe?

—Los ciudadanos odian al rey, si raptan al príncipe, la fe de que "con el sucesor las cosas serán mejores", desaparecerá. —musitó, mientras se quitaba aquellos guantes negros de piel. —El rey no se cruzará de brazos con el secuestro de su único heredero. Él irá al frente de batalla, la ira le consumirá y usaremos eso contra él.

Shimizu Kiyoko. Descendiente directa de la familia real, una de las estrategas con la mente y corazón más frío que Ushijima pudo conocer jamás. No era conocida por los enemigos y podía infiltrarse fácilmente donde quisiera. Comúnmente, ni siquiera los mismos ciudadanos de las tierras de la Luna sabían de ella.

  — Será matar dos cuervos de un tiro. 

—¿Y qué haremos con el príncipe?

—Kuroo tendrá planes para él más tarde. —comentó restándole importancia. —Mientras, conseguiré los mapas del castillo. Debe haber una entrada.

—¿Eso le llevará tiempo?

—El atraco será en tres noches. —sentenció. —Asegúrate de estar listo para ello.

—Sí, majestad. —se inclinó, mientras la azabache giraba su cuerpo con gracia y elegancia, poniéndose nuevamente su capucha y guantes.

—Este será el primer movimiento que nos guiará a la victoria.

(...)

—Hitoka-chan, ¿dónde te habías metido? —cuestionó la castaña en un tono de auténtica preocupación. —No debes salir a la ciudad sola, alguien puedo hacerte daño.

—Estoy bien, Michimiya-san. He traído lo que me pidieron. —comentó, alzando aquella cesta llena de víveres, con una sonrisa triunfante.

La muchacha soltó un suspiro y dejó caer sus hombros. Al notar que las otras dos niñas habían dejado ir a la rubia completamente sola al pueblo, el corazón casi se le salía del pecho ante la preocupación. No obstante, ¿quién podría enojarse ante tan dulce e inocente gesto?

—Yachi, eso fue muy irresponsable, ve a dejar las cosas a la cocina, y después dirígete a tu habitación. Estarás ahí está la hora del almuerzo —reprendió Sugawara.

—¡S-sí! —asintió con rapidez cual soldado. Caminando rápidamente hasta donde le habían dicho.

Yui miró al cenizo, con una gota de sudor cayendo por su mejilla.

—Aún me sorprendes, a mí me da miedo hacerlas llorar o sentirse mal. Tú eres firme. —comentó con el ánimo caído.

—Si no soy firme, no sabrán que lo que hacen está mal. —Se cruzó de brazos, convencido en sus palabras—. Además, estos niños no son tan débiles como aparentan. —Suspiró, aligerando su expresión— Han pasado por mucho.

—Ciertamente. —concordó.

Mientras tanto, Hitoka caminaba lentamente, tenía que atravesar los pasillos y el jardín principal para llegar al edificio 3, donde estaba el convento.

Pero algo llamó su atención.

Comúnmente sólo había un chico bajo aquel sauce. Ahora eran dos.

El nuevo se trataba de un pelirrojo, parecía hablarle a la nada, pues el rubio de raíces castañas no parecía si quiera escucharle, sólo leía, como de costumbre.

Fue en ese momento en que sus miradas cruzaron y antes de que la niña pudiera hacer algo, el otro ya se encontraba en frente. 

—Hola, ¿qué llevas ahí? —preguntó sin darle vueltas.

Yachi bajó su mirar a la cesta.

—S-Son víveres, y otras cosas. Son para la bebé. —comentó con la cabeza baja.

—¿Para Natsu? —inquirió casi en una exclamación, más que en una pregunta. —¿Dónde está ella?

—¿Eh? ¿Natsu? ¿Así se llama la nueva?

—Sí, es mi hermana. —sonrió ampliamente. —Oh —soltó al darse cuenta de que no se había presentado—, mi nombre es Hinata Shouyou, ¿y el tuyo?

—Y-Yachi Hitoka —sonrió de vuelta. No se le daba bien hablar con otros, mucho menos con varones, pero aquel chico era deslumbrante y fácil de llevarse bien con él.

A lo lejos, el rubio observaba a los dos menores hablando. Después de que Sugawara le explicara su "condición", el niño se disculpó. Aunque en vez de alejarse, se acercó más. No paraba de hablar, pero ahora ya no esperaba respuestas de su parte.

No entendía qué quería exactamente, sólo se había dedicado a hablar de cosas totalmente triviales y sin sentido alguno.

Tal vez sólo quería a alguien que le escuchara. Había perdido su hogar, era comprensible, o eso es lo que Kozume pensaba.

Cerró el libro que llevaba entre sus manos y elevó su mirarada hasta los pequeños capullos blancos que se encontraban cerca de donde estaba. Hace unos días se había escapado de aquella institución durante unos instantes, tenía ganas de ir hasta el río a las afueras para refrescar su mente un poco.

Kenma no creía en el destino o la casualidad, pero en ese lugar, había sido donde cierto moribundo pelirrojo dio un último paso para desfallecer sobre el pasto, completamente deshidratado, cansado y hambriento.

Y por sobre todo, con una niña en brazos.

No sabía exactamente porqué hizo lo que hizo, tampoco es que se arrepintiera, pero la extraña sensación seguía ahí.

Pasó sus dedos por los blancos capullos y estos rápidamente se abrieron, dejando ver aquellos pequeños pistilos amarillos en el centro junto a sus suaves pétalos extendidos por completo.

Fue entonces cuando levantó nuevamente la vista. Y se encontró con dos pares de ojos curiosos.

—Kenma, ¿puedes hacer magia? —musitó incrédulo el pelirrojo.

Y el silencio reinó de nuevo.


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