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Blood, Fire & Passion por Ari-nee

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El territorio Norte siempre había estado caracterizado por tener un clima cálido, lleno de animales, donde el bosque era de diferentes tonos de verde, y muy rara vez la zona se teñían de naranja, dorado y/o café. Las flores de diversos colores adornaban el pasto de manera sutil pero bella, y los riachuelos de agua cristalina eran tan claros, que fácilmente se podía ver el reflejo en ellas.

El territorio Sur, muy por el contrario, tenía un clima frío y toda la vegetación era cubierta de pulcra nieve blanca. El agua se transformaba en hielo brillante y sólido, pero al mismo tiempo tan delgado y frágil como si fuese vidrio. La naturaleza era única y bella, pero bastante escasa. Los pinos grandes y fuertes eran cubiertos por nieve como un velo. Y rara vez, el ambiente cambiaba.

Eran dos territorios muy diferentes, que compartían solo ciertas similitudes, y también unas cuantas estaciones. El territorio Norte tenía como propiedad a la primavera y al verano, mientras que el territorio Sur era dueño de otoño e invierno. Por eso el cambio de clima tan contrastante. Cada zona tenía su propia belleza única, así como cada territorio tenía un licántropo Alfa.

El Alfa del territorio Norte era alguien viejo y sabio, contaba ya con 300 años, aunque no aparentaba más de 35. Protegía a su manada con inteligencia y astucia, siempre velando por su bienestar, sin dejar que los peligros que rodeaban los bosques amenazaran la paz. No eran bestias, les gustaba socializar y vivir como los humanos, personajes de sus cuentos con vidas simples pero felices. Este estaba a unas décadas de dejar el cargo, y se lo cedería a su hijo mayor, Kagami Taiga.

El Alfa del territorio Sur era alguien distinto. No podía culpársele. Era terco, apenas 100 años que tenía y aparentaba 20. Era inexperto y se dejaba guiar más por su instinto que por la razón. Apenas sabía cuidar de él para hacerse cargo de la manada completa, pero prometió que daría lo mejor. Su padre, el anterior Alfa, le había dejado el cargo. Este no había muerto, pero con sus 385 años, estaba bastante agotado, por lo que decidió cederle el puesto a su hijo más fuerte, Aomine Daiki.

Estaban a unos días de celebrar el ritual Vesna, donde comenzaría la primavera. Ambas manadas eran respetuosas con las decisiones de las otras. La manada del Sur no pasaría los límites con el territorio de la manada del Norte, y viceversa. Pero solo durante el Vesna, ellos tenían permitido el paso hacia la estación de primavera, pues era una celebración de todos los licántropos, y se necesitaba a los dos Alfas para poder llevarlo a cabo.

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– Aomine-kun, luces tenso – El nombrado sintió un escalofrío subirle por toda la columna. La voz aguda había salido de la mismísima nada. Ni sus sentidos desarrollados pudieron percibir al individuo en cuestión acercarse a él.

– ¡Demonios, Tetsu! – Gritó entre molesto y asustado – ¡Ya te dije que no salgas así como así! – Regañó. La hembra bajó la cabeza.

– Perdóneme mi Alfa, no volverá a pasar – Era mentira, la chica disfrutaba tomarlo por sorpresa cada vez que tuviese oportunidad. Pero no siguieron peleando.

– Mierda, ¿Tanto se nota en mi cara? – Preguntó el macho, con el ceño fruncido. Su compañera asintió a su pregunta – Genial – Ironizó cabreado.

– Demasiado diría yo. ¿Esto tiene algo que ver con el inicio de la primavera? – Preguntó. Aunque era más que obvio que era por eso. Aomine siempre se ponía de ese humor durante ese tiempo. El chico bufó.

– Lo sabes mejor que nadie – Le hizo saber – Esta vez es Luna Roja, y es probable que tenga un descendiente – Explicó. Tetsu asintió, haciéndole saber que le comprendía – No quiero hacer el ritual…

– Si no lo haces el año será devastador – Advirtió – Como Alfa, es tu deber.

– Sigue sin gustarme… – Espetó molesto – O al menos no del todo, porque no te mentiré, me la paso muy bien – Dijo lo último como si estuviese divertido de la situación. La chica frunció el ceño.

– Tan idiota como siempre, Aomine-kun – Luego de esas palabras, se retiró molesta. El chico se quedó solo de nuevo, ignorando a su compañera irse.

– Y tú tan delicada como siempre, Tetsuna – Murmuró, y aunque la nombrada ya estaba bastante lejos, sabía que podía escucharle.

Aomine suspiró con pesadez. Ya llevaba algunos años como Alfa del territorio Sur, pero la carga de responsabilidad en los hombros era demasiada. Se pasó una mano por sus cabellos azul oscuro, revolviéndolos en el camino. Frunció los labios con molestia a la vez que sus ojos color zafiro miraban con detenimiento desde la ventana de su habitación toda su manada.

Era bastante numerosa, pero fiel los unos con los otros. Había pequeños cachorros corriendo y riendo de aquí para allá, mientras las hembras se encargaban de cuidarlos o de los quehaceres, algunos machos ayudaban en lo que podían mientras que los otros entrenaban la transformación con los más jóvenes. Incluso algunos licántropos habían ido ya de caza. No podía fallarles.

– Aomine, llegó una carta del Alfa del Norte – Un intruso irrumpió en su habitación. Y esta vez no había sida Tetsuna. Distinguió una cabellera verde, pero en realidad ya sabía quién era el individuo. Le oyó venir desde hace unos metros.

– ¿Son buenas noticias, Midorima? – Preguntó como quien no quiere la cosa. El otro frunció el ceño mientras se acomodaba los anteojos sobre el puente de la nariz.

– Para la manada sí, pero no podría decir lo mismo para ti – Confesó, acaparando por completo la atención del Alfa. Siguió hablando – Al parecer el ritual Vesna se adelantó. Será mañana por la noche.

– ¡¿QUÉ?! – Interrumpió Aomine. Midorima ya se esperaba esa reacción.

– Lo que oíste. La Luna Roja adelantó su curso y será mañana, los del Norte no quieren perder esa oportunidad – Explicó – Y tú tampoco deberías perderla. Es tu oportunidad para tener algún sucesor – Aomine rodó los ojos.

– No tengo tanto tiempo siendo Alfa, los cachorros pueden venir después – Contradijo.

– Es Luna Roja, el cachorro será más fuerte si es engendrado con ella – Intentó convencer.

– Yo decido con quien follar y si quiero o no tener cachorros – Espetó molesto – Quien debería aprovechar la Luna Roja eres tú, y dejar tus inseguridades de lado para poder aparearte con Takao. Hasta ella sabe de tus sentimientos – Las mejillas de Midorima se colorearon en rojo.

– Estamos hablando de tus deberes como Alfa y del futuro de la manada, no de mi vida privada – Intentó cambiar el tema.

– Ya te dije mi respuesta – Antes de que el chico de cabellera verde hablase de nuevo, Aomine se le adelantó – No me sigas jodiendo, y si no te decides pronto, haré lo posible para que mi Lobo acepte a Takao como La Doncella, y ya sabes lo que pasará si es Luna Roja – Chantajeó – Tal vez un cachorro no estaría mal.

– Eres un… – Farfulló Midorima, haciendo a Aomine sonreír por su reacción. Perfecto, el peliverde ya no le fastidiaría en un buen rato.

– Lárgate – Ordenó, mientras que el otro daba media vuelta tragándose todas las palabras que quería decirle al otro. No parecían siquiera ser hijos del mismo lobo.

Aomine Daiki era Alfa de la manada del Sur, pero no por ser el mayor, sino por ser el más fuerte entre sus hermanastros. Tenía el cabello corto y azul oscuro, haciendo juego con sus ojos. Era de cuerpo fuerte y ancho, alto y con el color de piel bastante moreno. Sin embargo, poseía el mismo instinto que el de un adolescente malcriado.

Midorima Shintarou era diferente. Era mayor que Aomine por 20 años, pero no había querido pelear por el título de Alfa. Su cabellera verdosa combinaba perfectamente con sus ojos esmeralda, escondidos detrás de sus gafas. Era más alto y maduro que su hermanastro, y con un cuerpo bastante fuerte, pero no se comparaba con la fuerza de Daiki.

Aomine había sido entrenado durante mucho tiempo como un guerrero, mientras Midorima había pasado toda su vida detrás de los libros y tratados que ligaban a un territorio con el otro.

– Mierda, ¿Qué voy a hacer? – Se preguntó Aomine a sí mismo. Ya de por sí le cabreaba todo el asunto del ritual como para que ahora le dijeran que se había adelantado.

El ritual Vesna era un intercambio. Los licántropos obtenían sus poderes de la tierra, y durante el ritual, la unión de los Alfas con las Doncellas creaba la magia que regresaría a la tierra, a regenerar la vida durante el año que empieza. Los Alfas utilizaban la luna llena para llamar a sus Lobos, su magia, su instinto. Y de esa manera llamar a las hembras, encontrar a las Doncellas.

Nadie sabía con exactitud quiénes serían las Doncellas, pues serían los Alfas quienes las eligieran. Lo único que las hembras debían saber, era que debían estar presentes en el ritual, para que alguna fuese escogida por un Alfa. Ser la Doncella, ser reclamada por un Alfa era un honor. Sin embargo, después de que los Alfas eligieran, los licántropos restantes podían seguir la fiesta.

Si bien la participación de los demás lobos no era tan necesaria como la de los Alfas con las Doncellas, sus juegos también ayudarían a la tierra, y eran útiles para el intercambio de magia. La fiesta era más un acto carnal que cualquier otra cosa. Hembras y machos disfrutarían de la experiencia sexual sin rencores o preocupaciones, al menos hasta el próximo año.

Aomine disfrutaba más ser uno de los otros lobos sin importancia. De esa manera, podría disfrutar del Vesna sin ninguna preocupación rondándole la cabeza. Pero no, ahora era el Alfa y debía actuar como tal, debía dejar a su Lobo dominar por completo su ser, y tenía que abstenerse a las consecuencias de sus actos; además, seguía el caso de la descendencia durante la Luna Roja.

Según las antiguas leyendas sobre los Lobos, si un cachorro era engendrado por la Doncella y un Alfa durante la Luna Roja, este sería más fuerte, más rápido, más astuto; sería el Alfa perfecto para guiar a la manada cuando el padre de este le cediera el puesto, o bien, se lo quitara por medio de una pelea. Aomine Daiki era uno de esos Lobos engendrados en esa época.

– Tch – Chasqueó la lengua – Más vale pensar en algo rápido – Se convenció.

No era la primera vez que haría el ritual como Alfa. Hace un par de años que lo había estado haciendo. Kuroko Tetsuna, la hembra de cabellera celeste como sus ojos, habían sido la Doncella la anterior primavera. Lo recuerda perfectamente, aunque aquello no había dañado para nada su relación de amistad. Después de todo ambos sabían que la luna era la única responsable.

Si bien, su prioridad ahora era encontrar la manera de no tener un sucesor, y menos sabiendo que él era hijo de la Luna Roja. Si tenía un cachorro, podría ser mucho peor que él mismo.

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– Kagamin, tu padre quiere verte – Una dulce voz llegó a sus oídos.

– Enseguida voy – Avisó. La hembra asintió pero no se fue de su lado. Esperándole. El macho rodó los ojos sabiendo que la chica no se iría de ahí sin él, por lo que comenzó a caminar.

– Sabes que el ritual se adelantó ¿No? – La chica intentó sacar tema de conversación, mientras seguía a su compañero a la mansión del Alfa.

– Lo sé – Contestó – Será mañana.

– Supongo que también sabes que mañana es Luna Roja – Las puertas de la mansión se abrieron dejando entrar a ambos individuos.

– También lo sé – Respondió. Sabía que estaba siendo algo cortante con su amiga, pero hoy no estaba de humor. Y seguro mañana estaría peor.

Ninguno de los dos dijo nada mientras seguían caminando. Pronto, ambos llegaron a las grandes puertas donde detrás se encontraba el Alfa del territorio Norte. El chico dio una rápida mirada a su compañera, y este le manifestó que se quedaría afuera, esperando por él. Las puertas se abrieron y él entró.

– Kagami Taiga – Llamó una voz dentro de la habitación. Los dientes del susodicho rechinaron con furia – Tan tarde como siempre.

– Vete al diablo Gold – Se quejó. El mencionado levantó las manos a la altura de sus hombros, en señal de rendición desinteresada.

– No quiero que se peleen – Dijo una tercera voz. Kagami suspiró intentando relajarse y no escuchó al otro individuo decir o hacer algo más – Mañana es Luna Roja – Les avisó.

– Al punto, viejo – Apresuró Gold. Taiga estuvo a nada, a nada de que su lobo se le abalanzase para arrancarle la cabeza.

– Esa no es forma de hablarle a tu Alfa, Nash – Respondió el mayor, haciendo que el chico desviara la mirada, como si no le importara lo que dijese.

– ¿Para qué me llamaste, padre? – Preguntó Kagami, intentando aligerar el ambiente e intentando distraerse para no intentar matar a Nash.

– El ritual Vesna se adelantó, y la Luna Roja no nos esperará por siempre – Dijo – Durante ella es cuando la generación de cachorros es más fuerte – Ambos chicos asintieron a sus palabras. Eso ya lo sabían antes – Y lo serán aún más si ambos padres son hijos de la Luna Roja.

– No entiendo muy bien tu punto – Expresó Kagami.

– El viejo quiere que follémos, Taiga – Luego de esas palabras, la habitación fue inundada por un horrible silencio e incómodo. No, no podía ser cierto.

– ¿Eso es verdad, padre? – Preguntó el menor de ahí, con la confusión en el rostro. Aquello, no, no podía ser verdad. Era imposible. El Alfa suspiró con pesar y asintió. Esto no iba a ser fácil.

– Quiero que te aparees con Nash – Confirmó. Taiga abrió los ojos, sorprendido.

– ¡¿Qué?! ¡Eso es imposible! ¡Ambos somos machos! – Le hizo saber. Su padre creía en muchas cosas, pero, ¿El apareamiento entre dos machos? ¡No! Eso era inmoral, prohibido, asqueroso. ¿De dónde mierda sacarían descendencia?

– La Luna Roja es capaz de muchas cosas, Taiga – El Alfa no había perdidos los estribos, no como su hijo, el cual se notaba asustado, enfadado, y confuso. No lo culpaba, aun no asimilaba lo que estaba pasando – Durante ella, cualquier criatura es fértil, sea hembra o macho. Y si ambos son machos, el cachorro es más fuerte.

– Que una estúpida leyenda diga eso no quiere decir que sea verdad, maldito viejo – Habló Nash después de tanto tiempo callado. Kagami ni se molestó en mirarle con enfado o con la amenaza de que le mordería el cuello. Por primera vez, estuvo de acuerdo con los insultos hacia su padre.

– Más respeto hacia mí, Gold, te recuerdo que si no te he echado de la manada, es por cumplir la última petición de tu padre – Nash chasqueó la lengua, molesto; pero no dijo nada más. Kagami se puso del lado del otro chico.

– No puedo creer lo que voy a decir, pero no voy a aparearme con Nash solo porque te leíste un maldito cuento de hadas y crees que va a cumplirse – Kagami se dirigió hacia las puertas de la habitación, seguido del otro macho – No importa que seas el Alfa, todo tiene un límite.

– Me alegra ver que por fin estamos de acuerdo en algo – Comentó Nash, mientras abría la gran puerta para salir junto con Kagami. Ninguno de los dos miró otra vez al Alfa – No creas que esto se terminó, Taiga. De seguro tu viejo seguirá jodiéndonos con esto hasta mañana – Avisó.

– Estoy consciente de ello – Le hizo saber, ignorando la molestia que le provocaba el trato tan descortés hacia su padre. Sin embargo, era más su enojo por lo que decidió dejarlo pasar por hoy.

– De una vez te digo, que realmente no me importa aparearme contigo o no – Habló Gold, haciendo que los ojos rubí de Kagami se posaran en él – Pero realmente, nada me gustaría más que verte debajo de mí retorciéndote como la escoria que eres – Tomó el rostro del menor con sus dedos para acercarlo a él, haciendo quizá demasiada fuerza apretándole la cara.

– ¡Suéltame! – Gritó Taiga con furia, o más bien parecía un ladrido. Aquella cercanía no le había gustado – Si realmente lo que quieres es pelear, será mejor hacerlo de una vez y terminar por fin con todo esto. Hace años que quiero verte lejos de la manada – Nash sonrió con diversión.

– Cuando te dije lo de verte debajo de mí, no me refería a una pelea, Taiga – Le explicó, logrando que el chico solo se enojara más. Iba a matarlo, definitivamente iba a matarlo lenta y dolorosamente – Eres el siguiente Alfa, sería tan humillante para ti si la manada llega a saber que fuiste mi puta – Le comentó con burla.

– ¡Maldito bastardo! – Si Kagami no se lanzó sobre Nash para morderle la yugular, fue porque la voz de una hembra se lo impidió.

– ¡Kagamin, detente! – Nash aprovechó el momento para retirarse de ahí dejando al cascarrabias hijo del Alfa con su compañera. Sí que se había divertido. Kagami apretó los dientes al ver que Gold había desaparecido.

– Voy a matarlo, Momoi, realmente voy a matarlo – Comentó con furia mientras la chica se acercaba a él para acariciarle los cabellos rojizos, intentando calmarlo.

– Tranquilízate Kagamin. Sino tendré que llamar a Himuro-kun –  Al escuchar el nombre de su hermano, Taiga respiró hondo para calmarse. Momoi sintió un alivio en el cuerpo. Al menos su compañero había recuperado la cordura.

Kagami Taiga era el primogénito del Alfa del territorio Norte, aun cuando este no le hubiese cedido el puesto todavía, él era el siguiente en la línea. Tenía el cabello rojizo, salvo las puntas, que eran un poco más oscuras. Sus ojos eran de un color escarlata que se asemejaban más a la sangre que a los de un lobo común, y su complexión era fuerte, grande y alto. Y tenía la piel bronceada, producto del trabajo bajo el sol.

Momoi Satsuki era una chica de un cuerpo perfecto y de curvas pronunciadas, de cabellera rosada como sus ojos. Ella era su compañera, más por el sentido de la amistad que por el de apareamiento, aun cuando ya habían tenido sexo en más de una ocasión. Su lazo de amistad era más fuerte, y nadie les juzgaba. No tenían por qué hacerlo, los licántropos siempre habían sido bastante liberales en ciertas cosas.

El sexo y/o apareamiento era una de ellas.

– ¿Estás bien, Kagamin? – Preguntó ella – Si te soy sincera, tu rivalidad con Nash no había pasado a tanto hasta hoy – Explicó. Kagami se pasó una mano por el cabello y la cara en señal de frustración – ¿Qué te dijo tu padre? ¿Fue por eso? – Siguió preguntando.

– Quiere que Nash y yo nos apareemos – Respondió. Sabía cómo era la pelirrosa, y le tenía la suficiente confianza para decirle.

– ¿Qué? – Momoi había quedado perpleja. Esa no era la respuesta que se hubiese esperado – Pero… ambos son…

– Machos – La interrumpió el pelirrojo, completando lo que ella iba a decir – Lo sé, tú lo sabes, Nash lo sabe, él lo sabe, y probablemente toda la manada lo sepa también – Siguió hablando – Pero dice que con la Luna Roja, alguno podría quedar preñado.

– ¡Es una estupidez! – Exclamó la chica, frunciendo el ceño. La idea de que su compañero estuviese ligado al apareamiento con otro macho, y con alguno de los dos haciendo el papel de hembra le parecía perturbador, asqueroso.

– ¿Crees que no lo sé? – Le preguntó con ironía y molestia – ¡Joder, hoy si me tocó las pelotas! – Blasfemó – Solo porque una leyenda lo dice, quiere intentar. ¡Pero no voy a ser su jodido juguete, y menos de Nash! – Reclamó indignado. 

Ambos licántropos suspiraron con molestia e indignación. Las ideas de su Alfa estaban cada vez más insoportables, por no decir locas. Era muy raro y aparentemente asqueroso ver a dos lobos del mismo género follar, como para que ahora el Alfa quiera que con una unión así se lograse engendrar una nueva generación de cachorros. Abominable.

– ¿Quieres hacerlo? – Preguntó Satsuki, una vez hubo manejado un poco su actitud. Era la única idea que tenía para alejar a su compañero del tema, el sexo. Taiga dudó unos segundos, pero al final terminó accediendo a regañadientes. Realmente lo necesitaba y Momoi no tenía problema.

– De acuerdo –  Aceptó.

><>< 

– ¿Aun buscando como deshacerte de la descendencia, Aomine? – Preguntó la voz de una hembra, que aunque Aomine había escuchado venir, no le prestó mucha atención.

– ¿Qué no tienes que esconderte de Kise en otra parte, Kasamatsu? – Respondió a la pregunta con otra pregunta, pero sin verla directamente. Su vista seguía perdida en el horizonte y su mente estaba hecha un caos.

– Él no se acerca nunca a tu habitación, y pensé que tu olor le confundiría y me dejaría en paz – Confesó ella. Daiki giró la cabeza para mirar a los ojos azul grisáceo de Kasamatsu – ¡Oh, no me veas así! – Reclamó molesta – Sabes que lo amo pero durante estas fechas se pone insoportable.

– Quizá se deba al comienzo de la primavera…

– La primavera aun no comienza – Se defendió – Y hablando de ella, según tengo entendido… debes tener un cachorro aprovechando la Luna Roja, ¿no?

– Mira Kasamatsu, si lo que quieres es sobornar a mi Lobo para que seas la Doncella este año y alejarte de Kise, no te va a funcionar – Le dijo desinteresado – Y es una treta bastante estúpida, pareces una cucaracha buscando alimento – La chica frunció el ceño enojada.

Una gota de sudor bajó por la nuca de Aomine al ver como su escritorio volaba hasta estrellarse en la pared, donde se rompió en bastantes pedazos.

– No te creas la gran cosa solo por ser el Alfa – Regañó Kasamatsu, quitando un pedazo de madera que había caído en su pelo negro y alborotado – Prefiero aparearme toda mi vida con Kise, que pasar una noche contigo.

– Esa confesión si me dolió – El moreno hizo un gesto dramático – Con lo de no creerme por ser el Alfa habría bastado, no había necesidad de compararme con Kise – Rodó los ojos, fastidiado.

– La verdad, no entiendo como Kuroko pudo soportarte el año pasado. Yo no lo hubiera hecho – Se sinceró. Aomine se encogió de hombros, como haciéndole saber a la pelinegra que él tampoco lo sabía – Como sea, iré a buscar a Kise.

– ¿Qué? ¿Ahora si quieres follar con él? – Le preguntó con burla.

– Prefiero hacerlo que seguir escuchándote decir estupideces – Contestó ella, antes de cerrar la puerta con un portazo cuando salió.

Daiki bufó, sin entender qué le había visto su rubio amigo a aquella hembra tan violenta y mandona. Kise era bastante masoquista. Pero con los gemidos de la chica que se escuchaban para sus sensibles oídos cada noche, puede saber que el rubio se las cobra todas cuando se apareaban.

Y hablando de apareamientos…

– ¿Qué se supone que haga ahora? – Se preguntó a sí mismo, volviendo la mirada hacia el horizonte. Divagó unos minutos, hasta que decidió salir de la mansión en su forma de Lobo.

Una vez llegó al bosque del invierno, se detuvo ahí para pensar. El frío no traspasaba su pelaje negro azulado y no tenía problemas con el ataque de algún animal salvaje, debido su fuerza y tamaño. Además, todos –licántropos y animales– sabían que ese era su territorio. Se recostó en la nieve, dejando que el viento gélido se llevase sus pensamientos.

¿Qué iba a hacer? Tenía que seguir con el ritual para traer la primavera y prosperidad a ambos territorios por ese año, pero no quería tener descendencia. Al menos no aun. Se suponía que podía tener cachorros cuando y con quien quisiera, pero si era Luna Roja sería mejor. Además. Durante ella, las hembras que los Alfas reclamaban siempre quedaban encintas, no había una que fuese la excepción.

Y era eso lo que precisamente le molestaba, porque no habría manera de esquivar el destino de tener un heredero. Existía la posibilidad de matar al cachorro, pero eso era demasiado cruel hasta para él, y no quería cargar con el dolor de la madre tampoco. Además, seguía siendo asesinato, y por más liberales que fueran con el sexo, los homicidios dentro de la manada eran otra cosa aparte, y también castigados.

Entonces, ¿Qué mierda podría hacer para evitar todo ese embrollo? La respuesta era muy obvia: nada. Exacto, no podía hacer absolutamente nada, más que aceptar lo que pasaría dentro de unos días, durante el ritual. Quizá podría encerrar a su hijo para evitar que se desarrollara como se debe, pero eso solo lograría que el cachorro encontrara su verdadera fuerza más rápido que mientras estuviese en libertad.

No quería tener un hijo, no se sentía preparado para soportar esa carga. Aunque se suponía que como Alfa su trabajo era dar cachorros a la manada que serían los más fuertes y excelentes líderes, él seguía siendo un mocoso que quería diversión. Era el Alfa, sí, pero hubiese preferido no serlo, al menos no aun. No había madurado mentalmente, y no sabía a afrontar todo esto.

Además, si iba a tener un hijo, quería que fuera con su pareja. Aquel licántropo con el que compartiría el resto de su vida. Aunque como Alfa y sabiendo que cada año iba a tener que escoger diferentes hembras, seguro que no iba a ser nada fácil. Quizá era por eso que los Alfas no tenían una pareja, pero la soledad era el precio, y a Daiki le disgustaba aquello.

Dándole vueltas al asunto, terminó por marearse y quedarse dormido en la nieve.

><>< 

– ¿Padre quiere que te parees con Nash?

– Sí.

– ¿Para qué de esa manera alguno pueda tener un cachorro?

– Ajá.

– ¿Y así sea el siguiente Alfa después de ti?

– ¡Joder, Tatsuya! ¡No es necesario que repitas todo lo que ya te dije! – Reclamó enojado. El nombrado levantó las palmas de las manos hasta sus hombros, en señal de rendición.

– Vale, lo siento – Se disculpó – Es solo que aún no terminó de asimilarlo todo. Siempre he sabido que Papá es bastante ingenuo y adora las leyendas, pero no creí que hasta este extremo.

– Yo tampoco lo creía y de repente, ¡BAM! – Dijo haciendo un ruido fuerte al golpear su puño con la pared – ¡Quiere que folle con Nash para que de esa manera tenga un cachorro! – Tatsuya miró a su hermano hacer su berrinche. Bueno, tenía razón de estar enojado.

– Hey Taiga, tranquilízate – Dijo – En dado caso de que la leyenda sea verdad, Papá nunca especificó quién debía tener el cachorro. Tal vez sea Nash quien cargue con él, y así no tengas que preocuparte.

– ¿En serio? – Preguntó con ironía, mirando al pelinegro a los ojos – En una pelea entre Nash y yo, ¿Quién ganaría? Sé sincero – Ante la pregunta, Tatsuya hizo ademán de contestar muchas veces, pero no respondió ninguna, bajando la cabeza y frunciendo los labios.

– Estás jodido, Bro – Fue lo que dijo al fin. Kagami se cabreó más con esa respuesta. Porque él ya sabía que no existía posibilidad de ganarle a Gold, y era bastante probable que si la leyenda fuese cierta, él cargara con el cachorro. ¿Cómo miraría a su manada a los ojos así?

– Aprecio tus intentos de ayudarme pero creo que no están funcionando – Respondió sarcástico. No hubo respuesta, por lo que los ojos rojos de Kagami se fijaron en su hermano, notando que este se encontraba pensativo.

– Papá dijo que ambos debían ser hijos de la Luna Roja, ¿no?

– Sí, eso dijo.

– ¿Por qué no hace que Seiko se aparee con Nash entonces? – Preguntó con extrañeza. Seiko era la hermana de ambos, y era hembra. No habría problema con el apareamiento y la descendencia.

– ¿Estás jodiéndome, no? – Preguntó con fastidio.

– ¿De qué hablas, Bro?

– Akashi está con Murasakibara – Dijo, utilizando el apellido de su hermanastra. Nunca le había gustado llamarle por su nombre, ella le daba miedo – No quiero saber qué pasaría si Papá le dijese que tiene que aparearse con Nash.

– Buen punto, además, Seiko y Atsushi son pareja, no pueden aparearse con nadie más que no sean ellos – Murmuró, cayendo en su error al decir que la pelirroja podría quitarle el peso de encima a Kagami.

– ¿No creo que tú quieras tomar mi lugar, verdad? – Preguntó con falsa esperanza. El pelinegro sonrió con nerviosismo mientras negaba con la cabeza.

– Sigue soñando, Bro – Le contestó. Kagami bufó aún más molesto. No, no había manera de librarse de eso, porque su padre iba a seguir jodiéndole las pelotas hasta que se aparease con Gold durante el ritual Vesna – Míralo de este modo, Taiga. Si la leyenda es falsa, no tendrán que cargar con un cachorro.

– De nada me serviría, porque Nash ya me habría follado – Tatsuya se mordió el labio. No había previsto bien ese punto – No podría mirar a los ojos a la manada de nuevo, viviría con la vergüenza cada día, porque de seguro Nash jamás me dejará olvidarlo. Así que si voy a follar con él, más vale que la leyenda sea cierta.

– Espera – Dijo, dándose cuenta de algo en toda la plática que llevaban – ¿No lo que te preocupa es el cachorro? – Preguntó atónito.

– No – Respondió Taiga – Lo que me preocupa es el padre del cachorro – Y con eso, brincó de la gran ventana donde estaba sentado, para caer en su forma de Lobo, e ir corriendo hacia el bosque de verano.

Joder, en serio que ya había asimilado todo. La idea de que otro macho le reclamase como si fuera una hembra cualquiera ya la había aceptado, también el hecho de tener un cachorro en el vientre. Pero, ¿Por qué de todos los licántropos, el padre de su hijo debía ser Nash? Claro, en dado caso de que la leyenda que su padre le dijo sea verídica.

El Alfa había dicho, que debían ser hijos de la Luna Roja. Cualquiera podría engendrar en Luna Roja, pero si era de descendencia fuerte sería mejor; hijos de Alfa, sangre pura. Todos los hermanastros de Taiga –como Himuro Tatsuya, y Akashi Seiko– eran hijos de la Luna Roja, pero Nash no era su hermano. ¿La razón? El rubio era hijo del antiguo Alfa, antes de que el padre de Kagami le matase y le arrebatara el puesto.

La última voluntad del antiguo líder era que su hijo –Nash Gold Jr– siga viviendo en la manada como uno más. Para ese entonces Gold era bastante pequeño, pero al haber presenciado la muerte de su padre, la idea de matar al Alfa actual era bastante tentadora. Pero en vista de que no podría hacerlo porque perdería, ahora tenía su oportunidad humillando al siguiente Alfa.

Y Kagami sabía que Nash iba a cobrarle a él la muerte de su padre, aun cuando el pelirrojo ni había nacido cuando se dio el enfrentamiento. Era lo que le daba pánico. Porque el rubio era bastante sanguinario, fuerte, y le gustaba jugar con la mente de las personas. Y ahora, no solo con eso, sino que también jugaría con el cuerpo de Taiga si él no hacía algo al respecto.

Se quedó acostado en el césped verdoso del bosque de verano, mientras dejaba que el pasto acariciara su pelaje café rojizo, antes de dormirse.

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– ¿No pudiste dormir, Daiki? – Una voz burlona taladró en el oído sensible del susodicho. Cómo odiaba al dueño de esa voz.

– Nah, me desvelé pensando en cómo te haría mi puta – Contestó con ironía, esperando que el individuo dejase de molestarlo.

– Qué romántico – Comentó con sarcasmo – ¿Y lograste averiguar cómo? – La sonrisa torcida solo consiguió cabrear más a Aomine, quien se frotó las sienes intentando relajarse.

– Haizaki-kun – Llamó la voz de Kuroko – Le pediré que no moleste a Aomine-kun, por favor, está muy estresado con esto del ritual – Haizaki se pasó la lengua por el dedo pulgar.

– Ah, en ese caso – Rodeó los hombros de la pequeña hembra peliceleste – Que te parece si paso el tiempo contigo Tetsuna, después de todo Daiki está estresado – La doble intención era clara.

– Te arrancaré la cabeza si le haces algo, Haizaki – Gruñó el Alfa, mirando al chico pelinegro de trenzas con molestia.

– Hey estresado, tranquilízate – Dijo el otro macho al separarse de la menor – No necesito forzarla a nada, hoy es el ritual y podré follarla cuanto quiera, te puedo apostar a que mañana no recordará ni cómo llegó hasta el territorio Norte – Con esas palabras, Haizaki se retiró riéndose.

– Es un hijo de su maldita madre – La mano de la hembra tocó el brazo moreno del peliazul intentando tranquilizarlo. Sus ojos celestes se encontraron con los azul oscuro del mayor.

– No hay necesidad de meter a la difunta madre de Haizaki-kun en esto – Dijo – Pero tiene razón, el ritual es hoy, será mejor que Aomine-kun esté más concentrado en eso – Le hizo saber. Aomine bufó con molestia, al recordar el tema del cachorro.

– Lo sé, lo sé, pero lo que quiero es alejarme de eso de una vez – Reclamó, haciendo obvia referencia a sus obligaciones. Daiki se pasó una mano por el cabello, desordenando sus hebras azules en el proceso.

– ¿Sigues preocupado por lo del cachorro? – El gruñido del Alfa le confirmó a Tetsuna su pregunta – Porque no intentas que tu Lobo me reconozca de nuevo como la Doncella – Pidió – Así podríamos sobrellevar la carga ambos, y no te sentirías tan incómodo.

– ¿Estás dispuesta a hacer eso, Tetsu? – Preguntó el moreno. La peliceleste sonrió mientras asentía con la cabeza.

– Lo que sea por el bienestar de la manada, y de la salud mental del Alfa – Dijo lo último en modo de broma. Aomine se mordió los labios, hasta que finalmente cedió dándose cuenta que de esa forma, Haizaki no la tocaría.

– De acuerdo, gracias – Comentó con alivio. Kuroko se sintió aún más feliz al ver que le había quitado un peso de encima a su compañero – Dile a los demás que se preparen para partir al territorio Norte – Avisó – Saldremos en dos horas.

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Todos los preparativos ya estaban listos para el ritual Vesna. Había vino y comida, música y la gran fogata estaba en el centro del bosque primavera. Lo único que faltaba era que los licántropos del territorio Sur apareciesen antes de que la luna alcanzara su punto máximo y se volviera roja. Y eso que aún tenían que esperar que los dos Alfas eligieran una hembra antes de la verdadera fiesta.

– ¿Listo para follar como la luna manda, Taiga? – Una vena se hinchó en la frente de Kagami al escuchar la voz de aquel rubio sádico. Tatsuya y Satsuki se mantuvieron al margen, sin interrumpir la conversación, más por curiosidad de ver cómo acababa eso que por no entrometerse.

– Aun no es Luna Roja – Fue lo que contestó entre dientes. Nash se paró a su lado, quizá demasiado cerca, Kagami podía sentir la acompasada respiración del otro, así como escuchar los latidos del corazón de este. Le miró por el rabillo del ojo. Nash tenía una sonrisa ladeada, pero sin maldad en ella. Curveó una ceja sin comprender.

– ¿Qué? – Preguntó divertido el mayor. Claro que había notado cómo es que el pelirrojo le miraba, y le parecía demasiado gracioso – No me veas como si fuese a acabar con tu vida, Taiga – Le comentó entre risas, rodeando los hombros del menor con su brazo derecho. Kagami no se molestó en apartarlo.

– ¿Qué no es lo que harás cuando sea Luna Roja? – Preguntó con ironía y molestia. Nash solo rio con más ganas revolviéndole el cabello rojizo al siguiente Alfa, quien se petrificó ante la acción. Momento en el cual, el padre de Kagami y actual Alfa pasaba por ahí.

– Me alegra ver que se llevan mejor, de esa manera será más fácil cuidar del cachorro – Dicho esto, el Alfa se retiró para ver unos últimos arreglos al ritual, con la noticia de que los licántropos del territorio Sur por fin habían cruzado la frontera en el bosque de verano.

– ¿Intentas ganar mi confianza para luego apuñalarme por la espalda? Y me refiero a manera literal, no metafórica – Se quejó Kagami. Gold soltó un suspiro de resignación. ¿Es que este maldito mocoso jamás entendía?

– Mira, si vamos a estar enredados con esto del cachorro, será mejor llevarnos bien – Le explicó con toda la calma que le fue posible – No soy tan hijo de puta como para follarte y dejarte solo con el bebé, aunque creas lo contrario – Le recalcó, sabiendo los pensamientos que tenía de él el pelirrojo – Y sí, nada me haría más feliz que ver a tu padre retorciéndose de dolor en el suelo y suplicando por su vida, pero como dije, a tu padre, no a ti.

– ¿Por qué? – Preguntó atónito Kagami, luego de estar en silencio unos segundos. Himuro y Momoi también miraban la escena con duda y sorpresa, esperando la respuesta del rubio. Aquella confesión no era algo que se esperasen. Taiga ya se había preparado para cuidar del cachorro él solo, pensando que Nash le desconocería como hijo.

– Porque… – Gold frunció los labios desviando la mirada de aquellos ojos rojos para mirar fijamente la gran fogata frente a ellos – Nadie merece crecer sin sus padres – Cuando Kagami recibió la mirada azulina de vuelta, se encontró dolor en ella, y una sonrisa forzada – Te veo después – Se despidió el otro, alejándose de ellos.

Kagami comprendió entonces. Sabía que la madre de Nash había muerto en el parto, y no pudo pasar tiempo con ella. Y cuando su padre se enfrentó al del pelirrojo y murió, el pequeño rubio apenas había cumplido un lustro. Nash había perdido ambos padres y se vio obligado a vivir por su cuenta en una manada que le veía con malos ojos, ya que al igual que su padre, debía morir.

Cuando un Lobo reclamaba a la manada como Alfa, siempre se encargaba de que todo lo que el anterior líder había tenido, desapareciera. Incluso la familia. Era la ley del Alfa para ellos.

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– Finalmente llegamos al territorio Norte – Celebró una pelinegra con una gran sonrisa en el rostro – Menos mal, estaba comenzando a cansarme – Dramatizó de forma exagerada. Un gruñido animal debajo de ella le hizo prestar atención al individuo que originó el sonido – Oh vamos Shin-chan, aun cuando me cargas, me sigue pareciendo agotador.

– Al menos no te mareas estando sobre él – Kasamatsu parecía estar a punto de colapsar, mientras iba montada en un gran lobo de pelaje dorado, que con la luz del fuego de las antorchas hacia que el pelo brillase. Un arete de plata se veía en una oreja del animal. Señal de que nada podía vencerlos.

– Espero que hablemos del mismo sentido, porque por lo que oigo por las noches, puedo suponer que te pasa de todo mientras montas a Ryou-chan, menos marearte – Comentó la contraria con picardía, haciendo que un lobo de pelaje azul oscuro riera de forma animal, moviendo a la peliceleste que estaba llevando encima.

– Si no estuviera viendo doble, te golpearía Takao – Reclamó enfadada – Apenas sepa cuál de las dos tú es la verdadera te meteré una patada que no olvidarás – Kasamatsu se sostuvo fuerte del lobo dorado, intentando no perder el equilibrio y caerse. Antes ya le había pasado. Kise, el lobo que la llevaba y su pareja, procuraba que tampoco le pasase nada.

– Takao-san, Kasamatsu-san – Llamó Tetsuna, logrando acaparar toda la atención de la primera, y lo que quedaba de la mente mareada de la segunda – Hemos llegado, por favor, ¿Podrían avisarles a los demás? – Pidió de forma amable, luego de ver la luz que producía la enorme fogata. Como iba sobre el Alfa, fue que pudo verlo primero, claro, ella y Aomine.

– Lo haría yo, pero seguro que si Kise gira voy a vomitar – Un lloriqueo animal se escuchó de parte del mencionado, que había detenido su paso ante esas palabras – No seas bebé, ¿Qué tan malo puede ser un poco de vomito sobre tu pelaje? – Preguntó ella como si no fuese la gran cosa. Otro lloriqueo de parte del lobo dorado – Era broma, no voy a vomitar… aun – Lo último fue un susurro.

– Supongo que entonces nos toca a nosotros, Shin-chan – Aceptó la otra chica, mientras el lobo donde iba se giraba. A simple vista, el pelaje parecía negro, pero con la poca luz de las antorchas, se distinguía un ligero tono verde oscuro, que si no fuese por la vista desarrollada de los licántropos, no se distinguiría fácilmente – Hey, chicos, por fin hemos llegado al bosque primavera – Avisó a los demás lobos que venían detrás de ellos. Bastantes numerosos, y todos adultos.

No pasó mucho tiempo cuando unos lobos del territorio Norte les detuvieron para guiarlos ellos mismos hasta donde sería el ritual. En cuanto llegaron, las hembras se bajaron de los licántropos que habían estado en su forma lobuna durante el viaje, –algunas como Kasamatsu con ayuda para no caerse al suelo–. Dejando a los machos volver a su forma humana para vestirse con algo.

La transformación a su otra forma les dejaba completamente desnudos, y aunque no era un tabú pasearte desnudo por ahí por culpa de tu transformación, preferían que lo que viesen fueran a los machos desnudos, y no a las hembras. Por pudor y respeto, más que nada. Pronto, todos estuvieron completamente vestidos para comenzar el ritual, donde de seguro las ropas se irían al carajo otra vez.

– Kagami, ¿Qué me cuentas? – Aomine saludó con fingida cortesía al hijo del Alfa al verlo. El pelirrojo frunció el ceño, mirando hacia otro lado. Aún seguía mal con lo del asunto de Nash.

– Créeme, no quieres saber – Fue lo único que le dijo, para después alejarse. El moreno era bastante fastidioso, aun cuando solo le viera una vez al año, u otras veces más si tenía asuntos con su padre. Además, se conocían desde hace unos años. Primero de vista, luego intercambiaron unas cuantas palabras, la rivalidad por ver quién de los dos sería Alfa primero y otras estupideces.

Sí, ellos dos tenían bastante historia, aunque no una muy profunda. Igual, se llevaban bastante bien, para ser de diferentes territorios. Daiki siempre buscaba la atención de Taiga, y viceversa.

– Bueno, yo tengo que tener un cachorro aprovechando esta noche – Al pelirrojo no le sorprendió cuando aun después de alejarse, el peliazul comenzó a seguirle, contándole lo que le había pasado sin que él se lo pidiese. Aunque, le sorprendió el tema del cachorro, recordándole su martirio.

– Me alegro por ti, puedo decir que estoy esperando hacer lo mismo – Le dijo. No era bueno mintiendo, y en parte le dijo la verdad, aunque no con detalles.

– No jodas, ¿Tú también quieres tener un cachorro? – Le preguntó Daiki, estupefacto. Kagami asintió mientras seguía caminando, intentando alejarse de él – Vaya, ¿Y quién es la pobre chica que será la madre? – Preguntó con burla.

Los ojos azules miraron como es que Taiga se detenía en seco ante sus palabras. Escuchó perfectamente como tomaba una gran bocanada de aire, antes de girarse y encararlo. Lo que le dijo le descolocó por completo.

– La madre – Habló con una sonrisa forzada – Está frente a ti en este instante – Y por si eso no fuera suficiente información, el pelirrojo utilizó las manos para señalarse a sí mismo. Luego dio media vuelta de nuevo para irse, aprovechando que la respuesta había hecho que Daiki dejase de seguirlo. Llegó hasta donde sus hermanos y amiga, quedándose ahí de brazos cruzados.

Luego de que el Alfa del territorio Norte hablara con el anterior Alfa del territorio Sur, –ya que realmente se llevaban muy bien– finalmente el padre de Kagami se juntó con Aomine para discutir quién sabe qué cosas sobre el ritual, y ponerse por fin de nuevo en la piedra ceremonial junto a la fogata, donde la luz de la Luna Roja les daría de lleno, obligándolos a dejar salir su instinto animal.

La pizca de duda seguía en la mente de Aomine con respecto a las palabras que Kagami le había dicho con respecto a ser madre, más la responsabilidad de procrear un cachorro que él trataba de evitar, junto a tener que hacerse cargo de su manda, y contando a aquel tipo rubio que se acercó demasiado al pelirrojo robándole su atención. Todo le había descolocado.

Por eso cuando los ojos zafiro chocaron con los rubí antes de que Daiki se convirtiese en una bestia, él ya sabía lo que su mente quería. Su Lobo ya había escogido a su Doncella.

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Kagami observó cómo es que la luz rojiza de la Luna Roja bañaba por completo los cuerpos de los dos Alfas. Como es que estos cambiaban a su forma de Lobo, mientras gruñían durante la transformación. El Alfa del Norte cambió a un gran lobo grisáceo, con la mirada de un auténtico depredador. El Alfa del Sur cambió de nuevo a aquel impotente lobo de pelaje negro azulado, con ese aire bestial. Ambos Alfas eran enormes Lobos.

Las dos hileras de hembras para cada Alfa no se hicieron esperar. Las hembras del Norte habían hecho un sendero para que su Alfa pasara. Momoi estaba ahí, y la única hembra que no lo estaba era Akashi, al tratarse de su padre. Las hembras del Sur hicieron lo mismo, y con algo de angustia, Kise y Midorima vieron cómo es que Takao y Kasamatsu estaban ahí, junto a Kuroko. Pero no podían hacer nada. Ellas no eran parientes del Alfa, y debían estar con las demás.

El lobo grisáceo caminó por su senda, mirando a cada mujer con detenimiento. Un nudo se formó en el estómago de Kagami al ver que se detenía en Momoi, olisqueándola por todo el cuerpo. Un suspiro de alivio al ver cómo es que su padre siguió con el sendero, dejando en claro que la pelirrosa no iba a ser la doncella esa noche. La indicada fue una mujer castaña, de apariencia algo mayor. Ella daría un nuevo hermanastro para los chicos.

Apenas el aullido del Alfa del Norte se dejó escuchar haciéndole saber a su manada que ya había elegido una hembra, estos comenzaron a gritar con euforia, dejando que la Luna Roja les cegara también a ellos. Las hembras restantes no tardaron en hacer lo mismo, y pronto, toda la manada del Norte ya se estaba convirtiendo en una orgía más rápido de lo que parecía. La buena comida, música y bebida ayudaban con el ambiente.

Taiga esperó que Nash hiciese algo, pero no pasó nada. Himuro había decidido perderse para follar con quién sabe qué chica, y de Momoi no volvió a ver rastro, seguramente fue a buscar con quien tener sexo o a atragantarse con toda la comida, –aunque era más probable lo segundo–. Se sentía ligeramente incómodo. Sabía que esa noche debía pasar la noche con Nash por más que no quisiera, pero el idiota se estaba tomando su tiempo. Kagami no era tan paciente.

– ¿Pasa algo, Nash? – Preguntó al ver que el rubio seguía con la mirada fija en el Alfa del territorio Sur, quien aún no había elegido a su doncella. Pero poco debía de importarles a ellos, ¿no? Lo importante era que su Alfa ya tenía una hembra para dar un buen año a su manada, la otra no importaba. Sin embargo, era bastante raro, por lo general, Aomine siempre escogía primero su doncella, y parecía seguir olisqueando a las hembras de su manada sin señal de encontrarla.

– Será mejor irnos – Le dijo, pero con la mirada fija en la otra manada. El pelirrojo sintió como es que el mayor le empujaba para alejarlos de ahí, pero sin siquiera verle. Le extrañó ese comportamiento. Algo debía estar inquietando al rubio – Rápido, no creo que quieras que follemos aquí, frente a todos. Sé que la mayoría hace eso pero por si no lo notaste, los dos somos machos. Sería incómodo.

Kagami aceptó que el chico tenía razón, y sabiendo que no podría escapar de su destino, cooperó para adentrarse al bosque bañado en la luz rojiza, mientras Gold le seguía detrás, sin dejar de observar al otro Alfa con detenimiento, al mismo tiempo que intentaba cubrir el aroma de Taiga con el suyo, para que nadie sintiese que el pelirrojo se había ido con él. Y por nadie, se refería a cierto licántropo que olfateó el aire donde sus olores iban, chocando con la mirada azul de Nash.

Kagami sintió como es que el rubio tiraba de él con fuerza para incitarle a correr rápido y alejarse de la fogata, por lo que no dudó en seguirlo, aunque seguía confundido por lo que pasaba. Pero lo que él no vio antes, fue como un gran lobo giraba su cabeza en su dirección, antes de dar un gran salto e ir a perseguirlos, luego de aullar para informarle a su manada, que ya tenía una Doncella.

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Aomine había estado estudiando a cada hembra con detenimiento. Cuando pasó junto a Takao y Kasamatsu, enseguida sintió su olor, y obligó a su Lobo a mostrarse tranquilo y a no hacer que reconociera a alguna como la Doncella, lográndolo con éxito. Sin embargo, cuando pasó junto a Kuroko, por más que intentó que su Lobo la aceptase, este se negaba rotundamente, logrando dañarle la mente.

Con la propia aceptación de la chica para ser de nuevo su hembra, y también la madre de su primogénito, debía ser suficiente para que su lobo estuviese de acuerdo con reclamarla; sin embargo, no fue así. El olor de Tetsuna se impregnó en todo su cuerpo, debido al tiempo compartido y el que la cargase hasta donde sería el ritual, esperando que de esa forma su Lobo la aceptase más rápido, pero la seguía negando.

Sacudió la cabeza con dolor, antes de levantarla de nuevo. Enseguida, su desarrollado sentido del olfato distinguió un olor agridulce. Su instinto lobuno le hizo saber gracias a ese simple aroma, que la dueña –dueño en este caso, pero el olor se confundía con el de una hembra– era una licántropoque también aceptaba su papel de hembra, y que del mismo modo, estaba dispuesta a ser madre de un cachorro.

Su olor era más fuerte que el de la peliceleste, quien había aceptado ser madre solo porque él se lo había pedido. Por el contrario, el otro aroma enviaba clara señal de que si iba a ser madre, lo había hecho por una extraña voluntad, y que aunque tardó en asimilarlo, lo había aceptado sin miedos. El problema estaba en que el olor no provenía de ninguna hembra de su sendero, y mucho menos de las del sendero del otro Alfa, quienes ya se habían perdido en el placer.

No, este olor venía de un lugar diferente. Olfateó de nuevo el aire, con profundidad, girando la cabeza al encontrar el origen. Se topó con los ojos azul turquesa de otro macho, quien segundos después desapareció de su vista. No, no era quien producía el aroma, pero se había ido con quien lo hacía. Dio un gran saltó para correr en esa dirección, ignorando las miradas de extrañeza de su manada, las cuales cambiaron cuando aulló, informando que tenía su doncella.

Ahora fue turno de la manada del Sur festejar y perderse en el alcohol y la lujuria gracias a la luz de la Luna Roja, sin importarles mucho que su Alfa hubiese desaparecido en el bosque. Para ellos, con que Aomine supiese quien era la doncella, era suficiente. Las filas de hembras fueron desbaratadas, y la verdadera fiesta había comenzado para ambas manadas, dando paso al ritual que le devolvería a la tierra el poder que le habían prestado.

Por otra parte, Aomine estaba corriendo para intentar alcanzar a quien había reconocido como doncella. Quería escapar, sí, eso es lo que estaba haciendo. Quería huir de él, aun cuando fuese estúpido. Siempre había sido el licántropo más veloz, y ahora, gracias a la Luna Roja solo lo era aún más. Le estaba dando caza como el depredador que era, y su pobre víctima no tenía ninguna oportunidad de escapar. Sentía su aroma cada vez más cerca.

Dio un gran salto, y pronto estuvo frente a ambos individuos. Los reconoció enseguida, eran Kagami y aquel chico rubio. Si bien, no había ninguna hembra, el olor provenía del pelirrojo, quien le veía como si estuviese desconcertado de que esté ahí. Lo último que quedaba de su arte racional le decía que era estúpido que reconociese a otro macho como doncella, pero su parte animal seguía ligado a reclamar a Taiga.

– Taiga, vete de aquí – La voz del chico desconocido le hizo concentrarse de nuevo. Los ojos turquesa le veían con desafío, mientras intentaba que Kagami se alejase de ellos. No, si lo que quería era que él no pudiese tener al pelirrojo, estaba muy equivocado – ¡Rápido, largo! – Gritó, mientras se transformaba en un lobo grande, de un pelaje color ocre. El otro le obedeció, corriendo hacia cualquier dirección, lejos de ellos dos y de la fiesta pagana.

Daiki vio como era que su hembra volvía a escapársele, pero tenía competencia. El otro macho estaba dispuesto a luchar también. No había caso, él era el Alfa, era más fuerte, y todo gracias a la Luna Roja. El otro licántropo no tenía oportunidad de vencerlo. Los gruñidos y ladridos de ambos no tardaron en escucharse, dejando en claro que pelearían. Se rodearon unos momentos, estudiando a su contrincante, antes de que se lanzasen para atacarse.

Kagami escuchó los aullidos de ambos Lobos al pelear, pero decidió seguir corriendo lo más rápido que podía antes de que algo malo pasase.

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El corazón del pelirrojo latía muy de prisa. No entendía por qué razón era que Aomine les había seguido. Hasta donde sabía, Nash y él se estaban alejando de las manadas para poder eh, aparearse en paz. Sin embargo, Daiki había aparecido en su forma de lobo, gruñéndoles a ambos. ¿No se suponía que el chico debía estar apareándose con la doncella? Luego, Gold se había transformado después de decirle que corriera, y aunque no sabía qué pasaba, así lo hizo.

Gracias a su desarrollado oído, escuchó los sonidos de la pelea que se estaba llevando a cabo tras él. Gruñidos, ladridos, zarpazos, todo lo escuchó perfectamente, y aunque quiso regresar para ayudar a Nash, su instinto le había dicho que siguiese corriendo. Pensó en transformarse, pero su cuerpo estaba demasiado alterado para obedecer las órdenes que le enviaba su cerebro. No sabía porque ambos machos peleaban, pero era más que seguro que Aomine ganara.

Cuando ya había pasado bastante tiempo corriendo para alejarse, se detuvo unos segundos para descansar y mirar hacia atrás, donde había dejado a los dos licántropos –aun cuando no viera nada más que árboles gracias a la luna–. Entonces sintió una enorme presencia a su espalda, había llegado de la nada y le produjo a Kagami una sensación desagradable en todo el cuerpo, pues aun con sus sentidos desarrollados no le había oído.

– A-Aomine… – Le reconoció enseguida al voltearse. Aun cuando se suponía que había dejado al chico peleando con Nash hace kilómetros, ahí estaba, rodeándolo con lentitud. El pelirrojo retrocedía lentamente para no hacerle sentir al Alfa como si él fuese una amenaza. Notó con la claridad de la luna, las marcas de pelea en él. Mordidas y arañazos, y sangre en el pelaje obscuro.

Taiga se preocupó de cómo habría quedado Nash después de la pelea, y aunque quiso volver supo que no debía hacerlo para que el lobo no le atacase también. Daiki gruñó, casi un ladrido, dándole a entender que no quería pelear, sino que quería su sumisión de forma pacífica y voluntaria. Sin embargo, Kagami no entendía por qué diablos no se largaba y le dejaba en paz. La Luna Roja terminaría pronto, y el Alfa no se estaba apareando.

El pelirrojo se quedó quieto, aunque sin someterse del todo. Entonces, Aomine se acercó a él, olfateándolo con detenimiento. Kagami sintió la nariz húmeda del licántropo en su mejilla, y luego un lengüetazo en la mitad de la cara. No, realmente el lobo no quería pelear con él, pero si no era eso, ¿Entonces que quería? Su pregunta fue respondida cuando el animal se abalanzó sobre él, tumbándolo en el suelo, y pudo percatarse de algo.

– Mierda, lo que sea menos eso… – Murmuró con asombro, pánico y miedo; notando como es que el impotente miembro viril del lobo de encontraba erecto, mientras se pegaba a su cuerpo. Su ropa y piel se manchaba con la sangre fresca del pelaje del animal mientras intentaba quitárselo de encima. Y cuando Aomine gruñó en advertencia, el dejó de moverse, completamente asustado. No debía llevarle la contraria a un Alfa, menos en Luna Roja.

Aomine elevó su cuello, y levantó la cabeza hasta el cielo. La Luna Roja estaba por terminar, y debía apurarse si quería que su manada no sufriera ese año. Kagami se dio cuenta de ello, y su mente volvió a conectarse. Eso no, ni de broma. Alfa o no, Taiga no iba a dejar que el hijo de puta de Daiki le follara, menos mientras este estaba en su forma de lobo y él en la de humano. Le iba a romper el culo si lo hacía, y le gustaba mucho su culo completamente intacto, por si preguntaban.

Le pateó en el vientre, a lo que el animal retrocedió adolorido y confundido por la acción. Kagami aprovechó para incorporarse y correr todo lo que sus pies podían, mientras ordenada a su cuerpo para que se transformase, pero este seguía sin responderle, pues con todo el cúmulo de sensaciones no se concentraba del todo. No pasó mucho tiempo para cuando el lobo le había tumbado de nuevo, y esta vez, con un gran zarpazo.

– ¡AUCH! – Su grito de dolor no tardó en escucharse cuando cayó boca abajo después de haber rodado por el suelo. Aomine le había dejado una horrible herida, su costado derecho estaba ensangrentado y las marcas de las garras se notaban. Y peor aún, el lobo volvió a posicionarse sobre él, ahora más furioso mientras rasgaba su ropa.

Mierda, la herida le dolía a horrores. Lo suficiente para que el pelirrojo no pudiese levantarse sin gemir de dolor. Daiki comenzó a golpearle en la espalda, indicándole que necesitaba que levantase las caderas. Kagami no obedeció, no quería esto, y de cualquier manera se sentía demasiado adolorido para hacerlo. Sin embargo, los golpes siguieron, más y más fuertes hasta tal punto de casi romperle la columna. Fue entonces cuando le obedeció, aun con todo el dolor.

El licántropo no fue delicado. Con sus garras siguió rasgando las prendas, sin importarles si estas también rasgaban la carne. El cuerpo de Taiga estaba completamente lleno de heridas y sangre, y completamente adolorido. Intentaba que las lágrimas no se derramaran aun con todo el sufrimiento, pero cuando Aomine enterró su gigantesco miembro animal en él, de golpe y sin la previa preparación ni cuidado, las dejó salir mientras soltaba un alarido de dolor. Sus caderas cayeron, produciéndole más dolor por el impacto.

– ¡BASTA! ¡AOMINE! – Sollozó con dolor mientras sentía las brutales embestidas del Alfa. Le estaba desgarrando por dentro, y la sangre que brotaba de él fue utilizada como lubricante para que Aomine pudiese embestirlo más rápido y fuerte. Su frente se golpeaba con el suelo provocándole heridas, haciendo que la sangre que resbalaba se mezclara con las lágrimas que soltaba.

Cuando Daiki le mordió en el hombro izquierdo con toda la fuerza que tenía, abrió los ojos mientras apretaba los dientes, ante el más horrible dolor que jamás hubiese experimentado. Los dientes del lobo se clavaron en su carne, a punto de llegar al hueso. Con suerte no le habría destrozado la clavícula o dañado alguna vena o arteria importante. Una estocada profunda directo a su punto G, mientras el semen del Alfa inundaba sus entrañas, quemándole por dentro.

Cuando el licántropo se detuvo en sus acciones, la mente de Kagami ya se había desconectado. Las lágrimas habías dejado de salir y sus ojos parecían perdidos. Su cuerpo temblaba mientras sentía el miedo recorriendo su ser. El pene del Lobo seguía en su interior, pues se había abotonado para que la procreación fuese exitosa, impidiendo que el semen saliese, obligándolo a retenerlo en su interior, provocándole incomodidad y ardor.

Le dolía, demonios que sí, pero ya no tenía fuerza alguna para defenderse. Era más que seguro que cuando Aomine volviese a estar erecto, volviese a follarlo. Cansado, adolorido y sin voluntad para seguir con la tortura, cerró los ojos para caer desmayado.

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La mañana siguiente no fue la mejor para ninguno. Estaban bastante lejos de donde se supone debían estar. Estaban en el límite del bosque verano con el bosque otoño, lo que significaba que estaban en el límite de un territorio con el otro. Aomine fue quien se despertó primero, ante los rayos del sol molestándole. Tardó tiempo en darse cuenta de donde estaba, y tardó aún más en recordar algo de lo que ayer había pasado.

Se dio cuenta de que a su lado, dormía quien parecía ser Kagami. Estaba con las ropas desgarradas, sangre que ahora estaba seca, tenía costras de heridas por todo el cuerpo y peor aún, tenía una enorme mordida en el hombro izquierdo, apenas comenzando a cicatrizar. Se percató de que también, había rastro de un líquido blanco en toda la espalda, trasero y muslos, combinado con la sangre. Se acercó un poco. El rostro del chico tenía tierra, sangre y lágrimas secas.

Los recuerdos le invadieron de golpe, recordó cómo es que después de que la Luna le hubiese hecho perder el control, fue detrás de dos individuos porque uno tenía un aroma exquisito. Recordó haberse peleado con uno y cómo le dejó hasta casi matarlo. Recordó también cómo es que corrió detrás de Kagami hasta darle caza, obligándolo a aparearse con él, también recordó que en vista de la resistencia del pelirrojo, él mismo le había dañado y violado.

Recordó que anoche, literalmente había acabado con dos lobos del otro territorio, y que había violado a uno como si fuese una hembra, como si fuese su hembra.

– Mierda… – Masculló con fastidio. Estaba seguro que no quería un cachorro, pero ¿Hasta el punto de tener que obligar a otro macho a aparearse con él? No, no pensaba en esa posibilidad. Si bien tal vez no hubiese descendencia, la idea de haber violado a alguien no era muy gratificante. Menos si se trataba de alguien que aunque no había dicho en voz alta, respetaba como rival y que además sería el siguiente Alfa del otro territorio.

Aomine se mordió el labio mientras pensaba que hacer intentando que el pánico no se apropiara de su cuerpo. Estaba temblando ligeramente, y no se debía al aire fresco del lejano bosque de otoño que le daba a su piel desnuda. Era más que seguro que el pelirrojo se hubiese desmayado, y en vista de todo lo que su cuerpo sufrió, siguiese así por un par de días más; sin embargo, no quería que la manada del Norte se enterase de eso, pero era imposible ocultarlo.

Su sensible oído escuchó voces a lo lejano, cerca de donde había dejado el cuerpo desmayado del otro lobo. Escuchó dos voces, una femenina y otra masculina, que se preguntaban qué hacía el tipo ahí y en dónde se encontraría Kagami. Eso le recordó, que era probable que esos dos siguiesen el rastro del aroma del pelirrojo. Debía de ocultarlo, no estaba preparado para afrontar las consecuencias. Al menos no aun, pues seguía confundido y con miedo.

Se transformó en lobo, y con cuidado colocó el cuerpo del pelirrojo sobre él. No fue una tarea sencilla, y temía que el cuerpo de Taiga se lastimase más, pero tenían que huir de ahí. O al menos, él tenía que huir, pero no podía dejarlo. El bosque de verano tenía una cascada conectaba con un río. Si podía llegar ahí, el agua sería lo suficiente para esconder sus aromas, y podría darle una buena lavada al cuerpo de Kagami, que comenzaba a apestar.

El pelirrojo se removió varias veces de repente, pero no despertó en ningún momento. Trotando, Daiki ya había llegado a la cascada, y como detrás de ella había una cueva, cruzó dejando que el agua que caía les rociara, antes de esconderse ahí dentro, dejando el cuerpo de Kagami en algún lugar donde no se lastimase. El cuerpo también le dolía, y con razón. La pelea con el tipo de ayer le había dejado algunas heridas, y la patada que Kagami le dio tampoco era muy agradable.

Con ayuda del agua que caía, se lavó la cara, y como precaución esperó un tiempo para saber si esos dos habían seguido el rastro o se habían perdido. Esperó, y esperó con toda la paciencia que tenía, y cuando el Sol ya estaba por ocultarse, decidió que era hora de darle una buena lavada al pelirrojo. Se des-transformó, y con las manos temblorosas logró darle un baño al chico desmayado, quitando la sangre, la tierra, y el semen.

Se quedaron ahí, Aomine más que nada para hacerle compañía al otro, aunque seguía preocupado de la reacción de este al despertar. Lo más seguro era que no le quisiese cerca, después de lo que pasó, probablemente Kagami no querría verlo más en sus más de 500 años que le quedaban de vida, eso si no le había matado, pero por como el pecho desnudo bajaba y subía, era señal de que seguía respirando. Pero debían irse, si no lo hacían  se haría de noche y era peligroso.

Decidió cargar con pelirrojo, de nuevo; esta vez llevándolo consigo al bosque del invierno, lo más rápido que fuera posible para que el chico no muriese congelado antes de llegar. Los lobos del Norte estaban más adaptados a climas cálidos por el paso de los años, por lo que no estaban preparados para aguantar el frío sepulcral de su territorio. Salió de la cascada, se colocó al pelirrojo encima, sujetándolo bien, y luego se transformó.

Corrió, procurando que Kagami no se fuese a caer. En segundos había llegado a su territorio, y en  unos momentos ya había pasado por completo el bosque del otoño. Aumentó la velocidad, aunque estaba cansado por no haber comido nada, debía seguir hasta llegar a su mansión. El tiempo pasó volando, y pronto Aomine había llegado, agotado, pero al fin en casa. Como se imaginó, su manada aún no había llegado, de seguro seguían a medio camino.

Fue con Kagami directamente a su cuarto, donde le dejó en su cama mientras iba rápido por una muda de ropa. Ignorando su desnudez al des-transformarse, inmediatamente encontró la ropa más gruesa que tenía, cubriendo al pelirrojo con ella. La ropa interior, la ropa normal, y aparte unas cosas más para que aguantara el frío, como un suéter y una bufanda. Luego, se vistió él, y fue por algo de comer porque su estómago no dejaba de rugir.

Su manada no tardaría en llegar, porque no podían quedarse demasiados días en el territorio de otro Alfa. Era más que seguro que Tetsuna le preguntara qué fue lo que hizo con respecto al ritual, dado que no la eligió a ella, así como también preguntaría dónde se había metido para no volver con la manada. Probablemente también le contaría que encontraron a un lobo completamente herido, y que uno más estaba desaparecido.

Era más que obvio que la peliceleste comenzaría a atar cabos, y terminaría por descubrir todo. Tal vez sentirían el aroma de Kagami, quizá incluso el otro Alfa se esté dirigiendo hacia ahí, para ir por su hijo y cobrar venganza. Esto iba a acabar con los tratados de paz de ambos territorios, y el pelirrojo seguía sin despertar, probablemente cuando lo hiciese el caso fuese peor, y sería asesinado por haber cometido violación contra un lobo de otra manada.

– Ao… mine… – Una voz casi desgastada se escuchó, y si no fuera por sus sensibles oídos, probablemente no se hubiese percatado de que alguien le había hablado. Terminó de tragar el gran pedazo de carne de ciervo que tenía en la boca, y se dirigió de nuevo a su habitación, donde el llamado había venido. Kagami y él eran los únicos en la mansión, por lo que eso significaba que el pelirrojo ya había despertado.

– ¿Kagami? – Preguntó algo inseguro, al asomarse por la puerta de su habitación, notando al pelirrojo sentado en la cama, mientras miraba a su alrededor, intentando descubrir dónde estaba. Fue un momento donde sus ojos se encontraron, y múltiples sensaciones los recorrieron a ambos. Miedo, frustración, confusión, deseo, arrepentimiento, protección, tristeza, cariño, ira, rencor, y el extraño sentir de no alejarse nunca.

– ¿Qué…? – Dijo débilmente, sin apartar su mirada rojiza de la ajena – ¿Qué fue lo que hiciste, Aomine? – Las palabras temblaban del miedo, y sin que Kagami quisiese o pudiese detenerse, lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas. El moreno hizo ademán de acercarse, pero el pelirrojo retrocedió en la cama y le dijo que no – Aléjate – Pidió, pero intentando no ser brusco.

– Kagami… – Susurró su nombre levemente, siendo escuchado apenas por el mencionado – Lo siento… – Se disculpó con frustración, recargándose en la pared para deslizarse hasta el piso.

– ¿Crees que eso repara…? – Pero Aomine le interrumpió.

– Joder no – Siseó molesto consigo mismo – Sé que no repara lo que hice, pero tengo la necesidad de decírtelo. Mierda, si pudiese hacer algo que remendara todo esto, o retroceder en el tiempo y evitar que mi lobo te reconociese como Doncella, créeme, lo haría – Se cubrió los ojos con una mano – Pero no puedo, lamento todo, soy de lo peor.

– ¿Por qué…? – Kagami decidió no seguir echándole la culpa al moreno. Él chico no podía mandar sobre su lobo en el ritual, y menos en Luna Roja. Aun cuando estuviese molesto, tenía que aceptar que no fue intencional – ¿Por qué crees que tu Lobo me reclamó? – Preguntó intentando desviar la conversación de la culpabilidad de Aomine.

– No lo sé – Respondió con sinceridad, sintiéndose por primera vez en mucho tiempo con miedo – Los recuerdos están borrosos. Se suponía que una chica de mi manada sería la Doncella, pero no sé por qué es que mi Lobo cambió de parecer. Lo último que recuerdo es haber peleado con otro licántropo, luego tú huiste y te seguí, y ya sabemos el resto. Pero ya no recuerdo nada más – Le dijo. Kagami abrazó sus piernas intentando protegerse de la situación.

– Nash… – Susurró bajito, recordando al rubio que estaba con él cuando Aomine apareció.

– ¿Qué?

– Nash – Dijo con más fuerza – El lobo con el que peleaste, se suponía que bueno… olvídalo – Dijo cambiando la ruta de la conversación – Pero creo que él sabía que esto pasaría.

– ¿De qué hablas? – Exigió saber el Alfa.

– Él estaba junto a mí cuando los Alfas estaban eligiendo sus Doncellas. No te quitaba la vista de encima y luego me empujó hacia el bosque. Luego de eso rugiste, y apareciste frente a nosotros. Él se enfrentó a ti y me dijo que huyera, tal vez para que tuviese tiempo de escapar… – Confesó – Pero me alcanzaste y…

– Ya te dije que lo siento – Interrumpió – Nunca quise abusar de ti, y se escuchará estúpido. Y probablemente ahora me odias, y los tratados de paz estén rotos, y mi manada me dé la espalda cuando lo sepa, y tu padre esté camino hacia aquí para matarme, y…

– Esté esperando un cachorro tuyo – Daiki dejó de hablar, el escuchar eso.

– ¿Qué?


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