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Abaddon por TetsuyaHyena

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Notas del capitulo:

Buenas madrugadas gente bonita.

Un segundo y último capítulo a este fic dedicado a Konaru, quien espero le haya gustado como también a ustedes. 

Nunca crean en mis promesas de actualizar rápido (?), el capítulo salió poco más largo de lo que esperaba. Disfruten la lectura y nos vemos más abajo.

“—¿Quién eres?”

 

—¿Quién soy?

 

El menor se cuestionaba con la vista hacia el techo recostado sobre la cama, el blanco paisaje fue interrumpido al estirar el brazo y posar la mano frente a él. Takanori no tenía ningún recuerdo de la llegada a la habitación estudiantil que rentaba, el recuadro de La muerte se encontraba recargado en uno de los muros del cuarto con una ligera inclinación y más cercana la mochila; como si sólo hubiese vivido una pesadilla.

 

Menuda mentira.

 

Su voz, esa detestable voz se hallaba dentro de su cabeza, rasposa y sólida, recordando el rostro de un joven no mayor a veinticinco años; dándose la libertad de concordar la edad con la suya. No hacía falta describirlo cuando él ya lo había retratado. ¿Pero quién era él? No recordaba nada sobre su familia, tan sólo que residía en uno de los distritos más marginados de la ciudad y por condiciones de cercanía tuvo que mudarse cerca de la universidad, ¿hermanos? Uno, tal vez más grande, tal vez hombre o mujer… pero estaba seguro de que lo tenía. Y de su padre ni hablar, tenía nulo conocimiento.

 

Cumpleaños, 1 de Febrero, veinte años de edad, sus colores favoritos eran negro y rojo, le gustaba el olor de la tierra húmeda y su comida favorita constaba de fideos. Sí, también recordaba haber conocido a Takashima en la cafetería en su primer día de trabajo, o que Shiroyama era uno de sus pretendientes de la Facultad de Ingeniería. Sí, también recordaba absolutamente nada, y eso le asustaba.

 

—Debo estar loco —. No ofreció tributo a Buda para calmar los nervios y evitar que las manos continuaran temblando, con la vista nublada no quedaba más que pedir. Si hubiese creído en los fantasmas, los demonios y los arcángeles, estaría paranóico y prefería guardar la idea de que se trataba de una alucinación ganándose cita con un psicólogo la próxima semana. Creer o no hacerlo, esa era la cuestión.

 

Los domingos no eran de sus días favoritos incluso fuese el único libre, las vacaciones de invierno se acercaban y con ello los exámenes finales, el problema con él no eran los conocimientos, sino los días que llegaba a pasar sin dormir al terminar las tareas, el tiempo.

 

—El tiempo me pertenece.

 

Takanori escuchó la sombra por detrás de los oídos. El semáforo en el influyente cruce de Shibuya dio paso a los peatones y cientos de personas, quedó estático con la ronca voz sin importar los empujones hacia cualquier ángulo. La sangre se heló y dejó de correr por los vasos sanguíneos, el tiempo se detuvo con la caminata donde, por un segundo contuvo la respiración como si la vida dependiera de aquel sutil suspiro.

 

Una voz le regresó al presente. La estudiante a su derecha lanzó un grito desgarrador tapándose la boca de inmediato, sin dejar de mirar en dirección al puente del metro que atravesaba la avenida principal. Un hombre de traje negro estaba a punto de quitarse la vida lanzándose a la congestionada calle, con los ojos rojos e hinchados entre lágrimas permanecía quieto a la orilla de la viga metálica parte de la estructura. Yacía sin vida, como un cuerpo sin el alma succionada por Abaddon que permanecía a sus espaldas.

 

Takanori se conmocionó, el ser de la capucha dirigió la vista a él expresando el vacío y por un segundo creyó que reflejaba el sentir de quien pretendía suicidarse ante miles de miradas. Mil mentes rogaron a Buda que iluminara al humano, la mente de Takanori sólo se enfocaba en el joven que posó su mano al depresivo. Cerró los ojos, con la vista negra escuchó gritos, ambulancias y un “hasta pronto” de su parte.

 

No quería ser el siguiente.

 

Las leyendas contaban que al sentir la muerta cerca las memorias se veían como cinta de película en las mentes. Takanori vio su octavo cumpleaños, su primer beso, el festejo al entrar a la universidad de prestigio en el país. Salidas con sus amigos, sus padres, una mascota llamada Koron. Cuando aprendió a preparar pastel de zanahoria, o el día en que descubrió ser alérgico a las frutillas. Takanori vivió en sus recuerdos, pero no vivió con quienes realmente debía.

 

No veía a sus padres, no veía a la mascota y el único amigo conocido era Takashima. El sentir de las personas con las que creía haber vivido dichas experiencias se transformaban en sombras, unas más grande o anchas que otras.

La ansiedad se apoderó del estudiante, la respiración se aceleró, se sofocó entre la angustia y la pena al observar el cadáver frente a él, a Abaddon desapareciendo sobre el puente. El cuerpo tembló, el corazón parecía salirse del pecho. Takanori no sabía nada sobre su pasado pero sí sobre el futuro… deseaba vivir.

 

Huyó por su vida, por su presente, por sus deseos.

 

El egoísmo no aceptaba la derrota contra la frustración, corrió hacia cualquier dirección siempre que le guiara lejos del inhumano. Perdió la cuenta de las personas que empujó o los rasgos de la chica que cayó por su culpa. Shibuya era uno de los distritos más famosos de Tokio, el tumulto de gente estorbando le hizo perder la cordura hasta detenerse por inercia. Miró hacia su izquierda volviendo en sí y darse cuenta que el color del semáforo estaba a favor del vehículo que iba contra él. El instinto de supervivencia sólo le permitió irse de espaldas y caer contra el pavimento, esperando el juicio final.

 

Abaddon apareció frente a él estirando el brazo hacia el carro gris, el escudo invisible o el arte del ser negro, desvió el artefacto teniendo como efecto que se estrellara en la segunda fachada de cristal que conformaba la esquina de la cuadra. El ruido impactó, el vidrio se rompió en cientos de pedazos quedando extendidos sobre el perímetro del vehículo y a considerables metros de un asustado Takanori.

 

El ser de la voz ronca nunca quitó la mirada sobre el inquilino que acababa de proteger. La mirada de Takanori fue una mezcla de confusión y miedo, tenía más temor que agradecimiento

.

—Kai, llámame Kai —mencionó Abaddon bajando el brazo. Se atrevió a quitar los ojos sobre Takanori y observar a su alrededor; para las personas comunes, el estudiante era el único sobre el lugar del accidente.

 

—Kai… —repitió, aún sin recuperarse del estado de shock—. Kai, tú…

 

—He dejado de esconderme, por un largo tiempo.

 

Takanori no entendió el sentido de la oración. Ya era demasiado tarde cuando decidió levantarse y detener a Kai jalando de las prendas negras, pues desapareció entre el aire acompañado de una frágil sonrisa.

 

—¿Nos volveremos a ver?

 

Después del incidente Takanori trató de continuar con su vida ‘normal’, una rutinaria. Por la mañana los estudios, en la tarde trabajo de medio tiempo, llegando al cuarto de renta realizar las tareas de la universidad y las horas sobrantes a dormir. Estaba sumergido en un ciclo gris, monótono, sin escapatoria; comenzaba a preguntarse si ese tipo de ‘vida’ era la que realmente deseaba.

 

Quería ver a sus padres, a su hermano, ¿pero cómo si no tenía a dónde ir? El último mensaje recibido del último fue hace un par de semanas, lo curioso es que la imagen de perfil en la aplicación sólo mostraba un paisaje del famoso Monte Fuji y él seguía sin recordar el rostro.

 

—Takashima, ¿crees que tengamos una razón de existir? —comentó el menor dedicándose a limpiar una de las mesas, los clientes recién se habían ido no más de cinco minutos, por su parte, el antes nombrado limpiaba los vidrios de la fachada por el interior escuchando atento a su compañero.

 

—¿Qué clase de pregunta es esa? —respondió con ceja levantada y gesto reflejado en el cristal, esto no pasó desapercibido por Takanori, quien negó y prefirió pasar por alto el tema.

 

El castaño más alto notaba semanas atrás el comportamiento extraño en el menor. Se miraba a sí mismo en el reflejo del agua, en los cristales o detenía de la nada sus acciones perdiéndose en un punto ciego. Era imposible leer la mente de Takanori, era posible leer sus movimientos. Más allá de lo que pudiera saber Takashima, el inquilino de la sombra no estaba lejos de ese criterio y conclusión.

 

Abaddon podía transformarse en el aire que Takanori respiraba, la calle que cruzaba o en quienes chocaban cuando caminaba ido por las estaciones del metro. Abaddon estaba a millas, kilómetros, centímetros; Takanori no era capaz de notarlo pues, estaba totalmente sumergido en sus pensamientos.

 

En la madrugada del 25 de enero, el menor realizaba borradores al proyecto final de una de las materias importantes e influyentes del semestre. La inspiración estaba en ceros con él sentado frente al escritorio que tenía de vista la ventana, el grueso tronco de un árbol se llevaba la atención, tratando de captar un influyente para su musa.

 

Un mensaje de texto hizo vibrar el celular a un lado del lápiz HB, tomó el artefacto leyendo el mensaje en voz baja, se trataba de Shiroyama Yuu, el alumno de Ingeniería amigo de Takashima, un pretendiente que no quería darse por vencido tan fácil y que le invitaba una semana antes a celebrar su cumpleaños. Takanori iba a responder con una afirmación sin nada más que perder, pero esta vez el aire soplando hacia a la ventana le hizo cerrar los ojos y la misma con esfuerzo a ciegas, culpaba la brisa invernal.

 

Las hojas blancas quedaban tiradas a alrededores, otras huyeron debajo de la cama. Bufó, recogió las más cercanas bajo la silla y el escritorio, al subir la vista el corazón se detuvo: Abaddon yacía parado con su singular mirar, justo a un lado de la cama. Una de las páginas cayó a sus pies, se llevó su atención y la recogió, analizando el trazo del estudiante.

 

—El método paranóico se resume en el surrealismo de Salvador Dalí —Takanori cambió la expresión a una confundida, el intruso estiró la mano con la hoja en él y lo entregó a un menor perplejo. El dibujo visto encontraba un águila con cabeza de cebra. Kai entendía que el menor no tuviera nada que expresar, lo que no sabía es que este se acercara con la intención de detenerle, antes de tomar su mano, la retiró con rapidez—. Hay cosas que no son posibles en este mundo, Matsumoto —se justificó.

 

El estudiante prefirió ver el dibujo anterior, buscando el significado que trataba de darle—. ¿Existen otros mundos? —cuestionó con el mirar a Kai, se limitó a ignorar con el silencio. Takanori gruñó por ello.

 

—Las respuestas siempre estarán dentro de…

 

—Mi cabeza —completó—. ¿Qué pasa si no tengo cabeza para pensar? “¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Por qué estoy aquí?” Todo el tiempo he pensado sobre ello, todo el tiempo estoy… preguntándome el propósito de mi existencia. ¡Estoy harto! —expresó, prefirió dar la espalda a Abaddón perdiéndose en la madrugada estrellada al otro lado de la ventana. Kai leía sus expresiones; más que enojo, sentía el límite cerca—. Estoy… cansado de esta vida aburrida y rutinaria, ¿por qué me salvaste aquella tarde, Kai? ¿Por qué… no me dejaste ir? ¿Qué razón tenía que yo siguiera aquí?—La voz bajó conforme las preguntas avanzaban hasta quedar en un simple eco en los oídos de Abaddon.

 

—No era tu hora, Takanori. Simplemente no lo era —atinó a responder.

 

—Entonces… ¿cuándo lo será?

 

Por primera vez, Abaddon fue la persona muda en aquella conversación. El menor se atrevió a dar la media vuelta, la atmósfera era reinada por el silencio cómodo de ambas miradas; Takanori se perdió en ojos chocolates, Kai en las mejillas rojas por el frío y, esa peculiar expresión de labios abultados cuando el estudiante tenía la mente ocupada, ¿qué se supone pensaría en ese momento? Desechó cualquier idea al obtener la espalda como respuesta, Takanori regresaba a sus labores con la frustración tatuada en la frente.

 

Los nuevos trazos eran diferentes pero tenían a ‘él’ en común. Algunos con alas negras, otros con la expresión neutra en el rostro, la pose frívola o los cabellos más allá de los hombros con las puntas doradas. Su inspiración se hallaba en el reflejo de la ventana con Abaddon a sus espaldas, la mirada no era pesada como en otras ocasiones.

 

—Son las dos de la mañana, ¿realmente no piensas irte? —Una forma sutil de pedir que se fuera, el más alto entendió la razón de la pregunta a lo que rió por lo bajo. Takanori trató de ignorar esa clase de respuesta.

 

—Me gusta mirarte—. Takanori realmente trató de ignorar esa clase de respuesta.

 

Una hora después con las bolsas negras bajo los ojos, apiló los bocetos a un lado del lápiz desgastado sobre el escritorio, esperaba encontrar la cama hecha un desastre pero no por él, la persona que dormía con los brazos cruzados sentado sobre el inmueble. Kai tenía cualquier apariencia menos la fría en que lo vio por primera vez.

 

Quedaban dos horas para dormir o quizá tres si decidía saltarse la ducha. Entre mareos por el cansancio, tuvo voluntad suficiente para ponerse de pie antes de caer dormido sobre la mesa de trabajo. Apagó la luz del cuarto de nueve metros cuadrados y cayó sobre el colchón individual. Se perdió en el mundo de los sueños olvidándose por completo de una presencia negra que le observaba a considerable metros.

 

Abaddon no tenía vergüenza en admitir que no era su primera vez observando dormir a Takanori.

 

—Evita la estación Kanda al medio día, tan solo no vayas —. Fue su único decir. Miró hacia el colchón a pies del menor que, en un mirar, fue levantado para cubrirle hasta los hombros. Las ventanas fueron cerradas impidiendo el paso de la masa polar del mes de enero y Kai desapareció sin despegar la vista de Takanori antes de chocar a espaldas con la pared más cercana.

 

La alarma sonó, no la del despertador. Takanori apagó la canción elegida para alertarle la hora en que debía marcharse, sí, solía ser despistado cuando platicaba con sus amigos de la universidad o mejor dicho, el pretendiente en la cafetería de la facultad de Artes. Yuu Shiroyama era una persona agradable, cualquiera lo consideraría un buen partido: atento, responsable pero con un defecto, impaciente.

 

—Entonces no podremos vernos por la noche, ¿cierto? —cuestionó dando el último sorbo al frappé moka sobre la mesa. El menor de ambos negó.

 

—Cambié mi turno con Takashi, hoy tampoco puede ser, Yuu —. El nombrado sonrió con frustración y se llevó la diestra a la nuca rascándose como respuesta. Aceptó la derrota con un suspiro regresando a la posición inicial, observó al más bajo con una nueva curva en los labios, no se daría por vencido.

 

—Entiendo, pero seguiré intentándolo, ¿sabes?

 

El último acto en el coqueteo de Shiroyama consistió en levantar la carta del menú cubriendo sus rostros a las personas, incluyendo a Abbadon mirándolos desde la mesa al frente. Takanori quedó perplejo al beso cercano a sus labios como despedida.

 

En el recuadro de un metro cuadrado se concentraba al triunfante saliendo del local, a la víctima sin saber qué responder y el invasor frente a él. Takanori regresó la vista al frente cuando la espalda de Shiroyama desapareció de su campo de visión, llevándose tremendo susto por ver a Kai cruzado de brazos. Primero sintió vergüenza, después enfado.

 

—¿Estás espiándome, Kai?

 

—Para nada, Takanori—. El nombrado suspiró de forma pesada sin intenciones de seguir la discusión y cruzó los ojos, le esperaba una noche agitada. No dijo más, tomó el celular que sonó minutos atrás, bajo la mirada de Kai  se marchó.

 

Abaddon siguió al castaño caminando por el largo vestíbulo verde de la universidad, evitando a toda costa tocar cualquier persona. Takanori continuó sintiendo que el ser de la capucha le perseguía y le restó importancia, por qué no si le confesó que lo miraba a escondidas.

 

Entre los pensamientos de reunirse en la cafetería por la noche o tener que correr a la estación de Tokio no supo cómo cruzó por el infinito parque Ueno y de ahí, cruzó la avenida principal para llegar a la entrada de la estación. El estilo clásico de la misma era digna del escenario de miles de japoneses y turistas paseándose por el vestíbulo y los pasillos hacia la toma del metro. Takanori se formó en la fila para comprar el ticket hacia la estación de Tokio utilizando la línea Yamanote, sólo detrás de dos colegialas y un europeo atinando a su suerte el botón correcto por el desconocimiento del idioma.

 

Takanori volteó hacia la izquierda sin ser capaz de leer la mirada de Abaddon observándole a lo lejos.

 

—Joven —llamó la señora por detrás. En un pestañeo, el nombrado regresó a la realidad—. Continúa usted —pidió amablemente. Se disculpó con una leve reverencia apenada y compró el boleto.

 

Pese a no ser hora pico, la estación le hacía tributo a ser una de las más concurridas de la línea. Takanori iba de pie y empujado sin querer por ambos lados, a través del ventanal del transporte público pudo observar a Kai.

 

El ser de la capucha le miraba de una forma diferente. Y desapareció cuando el metro emprendió marcha a la siguiente estación.

 

No había mucha diferencia con la siguiente, ni con la pronta.

 

Takanori observó la pantalla en el lecho superior de la puerta del vagón que anunciaba Akihabara como la próxima parada. El proceso fue similar, un tumulto de personas salieron quedando el metro con la mitad de su capacidad. Los japoneses eran gente ordenada, al mirar al frente fijó a Abaddon del otro lado del ventanal pasando desapercibido por el acelerado tráfico peatonal. Contó cinco segundos antes de soltar el tubo de la mano derecha y salir sin ninguna clase de razón.

 

—Kai… —El mencionado sonrió y desapareció.

 

Matsumoto no se conformaría. Avanzó por lo largo del pasillo que llevaba a la salida, buscó con la mirada al infiltrado sin dejar rastro, sin ningún resultado. Las gotas de lluvia hicieron eco en el pavimento gris y las personas corrieron por refugio al cielo gris del medio día, en cambio él prefirió apartarlos para continuar en su búsqueda y terminar fuera de la estación.

 

El barrio Akihabara era conocido por ser gran urbe a la venta de tecnología y el anime-manga, las pancartas en colores llamativos contrastaban con el deprimente clima y un Takanori mojándose en la solitaria avenida. Izquierda y derecha, al frente y detrás, la mirada y el cuerpo bajaba la temperatura; abrazándose a sí mismo y resignándose, antes de levantar la vista del suelo, una sombrilla negra cubría al estudiante congelado

 

—Parece que siempre debo estar un paso delante de ti —. Cualquiera lo hubiese considerado un reproche, Takanori no.

 

Kai escuchó el llamado mental y ahora sostenía el paraguas bajo la mirada curiosa de su acompañante. Había llegado justo a tiempo, como siempre.

 

Abaddon hubiera preferido no ver de reojo la expresión confundida de Takanori.

 

Takanori hubiera preferido ver por más tiempo la expresión confundida de Abaddon.

 

El perfil de la nariz perfecto de Kai tenía el cielo gris de fondo, nunca había notado los pequeños labios u ojos aún más chicos que los suyos, el flecho en cascada que cubría parte del izquierdo. En su memoria guardaba esos detalles para inspirarse en sus obras, quizá Kai no era el único psicópata.

 

Matsumoto tuvo un deja vu que ignoró por el sonido de las ambulancias en dirección al sur, por la plática de unas chicas cercanas supo que se dirigían a la próxima parada, Kanda. Se pronosticaba un bajo número de muertos y lesionados por la fuerte colisión de un vagón contra un muro de la estación. La hora de llegada estaba marcada al medio día, Takanori tuvo el mismo presentimiento del cruce de Shibuya.

 

Kai dejó caer la sombrilla al desaparecer, huyendo con las respuestas.

 

Y la expresión del castaño cambió a una molesta, lo había hecho otra vez.

 

—“Tormentas y granizadas, así como chubascos y lluvias dispersas, afectarán en las próximas horas parte del norte y centro del país, debido a una amplia zona de baja presión con núcleo frío” —, escuchó Takanori a través del televisor ubicado a dos mesas delante de la suya. La cafetería de la facultad estaba plagada de los suyos pidiendo el café matutino, él se había adelantado con un sorbo de té verde a la taza café sostenida entre sus dedos.

 

El menor miraba en todas direcciones, esperando algo o quizá, alguien. Kai había desaparecido en las últimas dos semanas.

 

—¿No se suponía que…? —susurró al borde del traste aún sostenido por la mano, arrepintiéndose en seguida del término de la pregunta.

 

Al salir de la cafetería, la brisa invernal despeinó los mechones de su frente, el resto de la cabellera se cubría con un gorro negro y era fácil localizarlo con la chamarra del mismo color. Tenía que armarse de valor para terminar la actividad pendiente del taller de  Expresiones Contemporáneas. Vagó por los jardines de la universidad, el parque Ueno y se dio la tarea de pagar la entrada del zoológico analizando las emociones de quienes disfrutaban el espectáculo con los animales en cautiverio.

 

—Se suponían muchas cosas —dijo a sí mismo. “Suposición” rondaba en la cabeza y culminaba con cualquier palabra.

 

La inspiración nunca llegó. Derrotado, realizó las horas laborales del día y después se retiró al cuarto de renta. Apoyó en la pared más cercana la libreta de dibujo y cerró la puerta de acceso, mirando el punto ciego en el muro paralelo. Elevó sus manos a la altura de su pecho, volviendo a cuestionarse a media noche.

 

—Se suponía que…

 

—…me gustaba mirarte, sí. Las mentiras no son algo que suela expresar, Takanori.

 

Fijó la vista de las palmas al frente, él llegaba otra vez, justo a tiempo.

 

Y Takanori sonrió, sonrió como nunca en su vida.

 

Durante clases Matsumoto observaba a la ventana, durante horas de trabajo Matsumoto observaba la mesa vacía, durante la noche Matsumoto observaba la cama reflejada en el cristal, durante la mañana Matsumoto observaba el asiento  junto a él del metro. A cualquier hora del día, Matsumoto observaba a Kai.

 

—Han pasado cuatro meses, se han ido bastante rápido, ¿no crees? Los exámenes finales se acercan y aún no termino el proyecto final de Química. ¿Te acuerdas de mi amigo Akira? Dijo que se iría de vacaciones con sus padres, me invitó a pasar el fin de semana en…

 

El mundo de Takanori estaba disperso, en la misma cafetería y mesa, apoyaba el codo en la última  dando un sorbo al popote de la bebida helada café. No tenía idea de lo que hablaba Shiroyama.

 

Yuu tenía los labios gruesos, Kai no. Yuu tenía el cabello pintado, Kai no. Yuu tenía la voz más aguda, Kai no. Abaddon simplemente se quedaría sentado frente a él observando cómo se terminaba la bebida. Quizá sacaría uno de sus tantos dibujos inspirados en él y se burlaría entre dientes preguntándose quién acosaba a quién; tal vez, quedaría en silencio hasta que la luna saliera, terminaría dormido como en el escritorio y abriría los ojos encontrándose en su cama, con él aún mirándole.

 

Por un momento imaginó esa situación trivial, ¿Cómo una especie de cita? Rió para sí mismo rompiéndose las ilusiones y evitar lo más posible llegar a la misma conclusión de cada mañana. Estaba enamorándose, ya era inútil seguir ocultándolo.

 

Kai, cómo le encantaba ese nombre.

 

—Taka, ¿estás ahí? —preguntó el acompañante. Shiroyama. El antes nombrado dio un sorbo con rapidez al salir de los pensamientos, mismo que se atoró y causó de forma inevitable que se ahogara en inmunda tos.

 

—Lo siento —tosió lo último cubriéndose con el dorso bastante apenado. Aclaró la garganta dejando el frappé sobre la mesa y sonriéndole haciendo de cuenta que nada había pasado, pues el acompañante le observaba con preocupación—. Me hablabas de tu viaje, ¿no? A Okinawa. Será divertido, Yuu.

 

—¿Eh? —negó con la cabeza—, decía que los padres de Akira vendrán de Okinawa y pasarán unos días en Kamakura —. El menor deseó que la tierra se lo tragara y escupiera en otro lugar, estaba bastante avergonzado—. ¿No te gustaría pasar el fin de semana con nosotros?

 

—¿Nosotros… con los padres de Akira? —cuestionó con inseguridad. Shiroyama supuso lo que el otro imaginaba y negó de forma inmediata.

 

—Me refería a que… quizá debamos aprovechar y pasemos los días juntos, antes de matarnos con los exámenes y pasar parte de la mañana con los padres de Akira, ¿sabes? Somos amigos desde el preescolar, me adoptaron como un hermano mayor para él.

 

—Oh, entiendo Yuu, pero sabes que…

 

—Te dije que nunca me rendiría, Taka —dijo bastante convencido, el menor se ruborizó. No tenía forma de pedirle a Shiroyama que se rindiera porque jamás le correspondería, no quería que doliera ese sabor amargo del desamor. Había quedado mudo sumergido en sus pensamientos hasta que Yuu le tomó la barbilla con el índice y el pulgar, su cuerpo tembló, la adrenalina controló su cabeza al darse cuenta de sus intenciones, el mayor se acercó entrecerrando sus ojos hasta que… —¡Auch! —se quejó tocando de inmediato la cabeza, un salero fue estampado contra él, cayó al suelo y la tapa del mismo se abrió distribuyendo el material blanco.

 

Shiroyama volteó hacia atrás buscando un culpable, encontrándose nada ni nadie, Takanori por su parte analizó el panorama hasta encontrarse un salero con la misma condición del que fue lanzado. La respuesta se encontró dentro de su cabeza.

 

—Quizá fue el aire —. Vaya excusa tan más tonta de su parte, pensó.

 

—Esta cafetería está embrujada —regresó a la posición inicial, suspiró la derrota, el beso sorpresa había sido arruinado y la próxima clase iniciaba en diez minutos—. Tengo que irme, Taka… promete que lo vas a pensar, ¿sí? — Shiroyama era bastante insistente y el demasiado empático.

 

—No te aseguro nada, Yuu… anda a clases, ¿de acuerdo? Se el mejor como siem… —besó la mejilla, esta vez sin nadie que le interrumpiera. Bajo la mirada de un tercero, uno de los servilleteros que fue lanzado a la mejilla izquierda de Shiroyama, separándolo de inmediato de Takanori con una expresión molesta.

 

—Insisto en que esta mierda está embrujada. ¡Tsk! —Enojado y sin encontrar culpables, Shiroyama se retiró bajo una falsa sonrisa.

 

La última clase terminó, Takanori guardó los libros de historia en su mochila siendo el último en retirarse. Posándose bajo el marco de la puerta, la gran ventana horizontal del pasillo le obsequiaba la vista del atardecer, los ojos se iluminaron en tonos cálidos. A la izquierda, Abaddon esperaba con los brazos cruzados mirando al mismo punto que el estudiante.

 

Ninguno mencionó alguna palabra, ambos caminaban en silencio hacia el cuarto de renta del menor, las calles de Tokio de a poco se quedaban solitarias. La compañía de Kai era bastante cómoda, con eso le bastaba para verlo de reojo en ocasiones. Su semblante serio se plasmaba en la boca con el gesto neutral de siempre.

 

—Kai, ¿fuiste tú? —Inició tema de conversación, el juzgado le observó con confusión por  unos segundos.

 

—¿Mh? —La caminata continuaba.

 

—Quien le lanzó las cosas a Shiroyama en la cafetería. Fuiste tú, ¿cierto?

 

—Takanori, no tengo la menor idea de lo que hablas.

 

Y el menor suspiró con frustración, prefiriendo omitir el tema si no quería iniciar una discusión, Abaddon continuaría negándolo.

 

La noche pasó con la rutina de desvelos, Takanori terminaba una de sus tareas entre bocetos, la inspiración era la misma y se hallaba a sus espaldas. Se había acostumbrado a las miradas de Kai en cualquier punto. Dio un bostezo, dejó el lápiz a un lado de la hoja tamaño oficio sobre el escritorio, apoyando la espalda en el respaldo de la silla ergonómica. Dio la vuelta sobre la misma encontrándose a Kai sentado sobre la cama con piernas y brazos cruzados, la mirada gacha y apagada delataba su dormir, la capucha puesta cubría parte de su cabellera.

 

El menor caminó en silencio y apagó la luz de la habitación, se quedó de pie sonriendo de forma inevitable al verlo dormido. Kai tenía una personalidad reservada y callada, no sabía nada de él más que el gusto por mirarle. ¿Entonces así se sentía él cuando le observaba descansar?

 

Realizó el menor ruido y movimiento posible, sentándose a su lado sin despegar los ojos de él, tan solo podía observar fracciones de su rostro gracias a la luz de la luna que bañaba a Kai. Takanori no se dio cuenta del momento en que se acercó tanto como para sentir la respiración rítmica del adverso, para separar los labios e inclinar la cabeza. La sangre fue bombeada con rapidez y subió los tonos en sus mejillas pero al mismo tiempo se sentía en paz, Abaddon le obsequiaba tranquilidad y a su lado ignoraba las cuestiones de su cabeza.

 

Kai despertó con lentitud, su vista se enfocó en el escritorio del estudiante y después a su derecha, las esferas chocolate dieron con Takanori, presentaba la misma expresión que Shiroyama cuando le miraba.

 

—Kai, ¿alguna vez te has enamorado? —preguntó en un susurro. Se mantuvieron en la misma posición hasta que el cuestionador elevó su mano, intentando tocar el hombro de Abaddon quien se apartó de inmediato. El gesto del menor cambió a uno sorprendido, que Kai le diera la espalda le dolió aún más.

 

—Ve a dormir —ignoró el tema contestando con simpleza.

 

—No me respondiste —. El tono de voz cambió, Takanori se puso de pie acercándose a Kai.

 

—Mañana te espera un día duro.

 

—Kai…

 

—Y a Takashima se le ha cargado el trabajo.

 

—Oye…

 

—Y habrá un suicidio en hora pico, no creo que quieras llegar tarde a tu clase de…

 

—Kai —volvió a llamar. A punto de abrazarle por la espalda, el nombrado desapareció para quedar de pie en la puerta de entrada a metros de él. Dio la media vuelta, quedándose callado por segundos, apretó las manos formando puños con ellas, explotó. —Cállate, ¡cállate de una maldita vez! —Los papales habían cambiado, la sorpresa de Abaddon no cabía en su rostro—. Sé que ahora simplemente te despedirás y llegarás en quién sabe cuántas semanas, mientras yo me pregunto en dónde estás, si estás bien o culpándome si lo que digo está mal. Y después llegarás… —tragó saliva—, haciendo de cuenta que nada pasó, ignorando cómo me he sentido cuando lo único que quiero saber es sobre ti —confesó. Tanta información era demasiada para que Kai la procesara.

 

Takanori se cansó de la discusión, ignorando la presencia ajena se fue a la cama envolviéndose entre las mantas, le era extraño que el otro continuara en la habitación, normalmente hubiera pasado por alto todo, el silencio pasó a ser incómodo.

 

Abaddon suspiró limitándose a caminar bajo la mirada del estudiante hacia la ventana, había olvidado cerrarla. A espaldas de él quedó mirando las estrellas, el brillo no se comparaba con las luces de los edificios vanguardistas, la naturaleza obsequiaba las luminarias, Takanori su atención.

 

—Muchos se preguntan cómo es que el supremo no me exilió cuando le perdoné la vida a un niño, tuve que esconderlo para que no lo encontraran y le dieran el descanso que yo no pude —, el menor no comprendía las palabras de su acompañante. Calló, era su turno de hablar—. Él creció, el cariño que creí tenerle se convirtió en algo prohibido. Ahora sólo puedo limitarme a mirarlo y escucharlo.

 

—Soy Abaddon y todo lo que toco será destruido.

 

La profecía de Takanori fue cumplida a medias, Kai desapareció en las siguientes semanas después de la confesión, al menos de una forma cercana a la que estaba acostumbrado. La ausencia no era algo que reprocharía, entendía su dolor, lo sentía. Podía mirarlo a lo lejos en ocasiones y tan pronto fijaba los ojos en él, desaparecía.

 

Los días monótonos regresaron, el salir del cuarto bajo el concepto de ‘casa’ sólo para estudiar y trabajar dejaba de tener sentido si no podía perderse entre calles camino al otro con una plática culta con Kai. La rutina era aquel círculo vicioso del que ahora no tenía escapatoria.

 

Las preguntas también volvieron.

 

¿Cuál era el sentido de su vida? Sí, ser un artista famoso y ganar dinero de ello, hacerse de bienes de autos lujosos, comprar a las marcas más cotizadas en el mercado, construir de una gran casa o viajar por el mundo… en realidad el objetivo de su vida era ser feliz, pero no lo era. No recordaba a sus familiares y el único rastro en fotografías sólo se presentaba con él, los amigos rogaban por ausencia, era una persona bastante ocupada y su tiempo para socializar era gastado por las tareas de la universidad. No era difícil enamorarse de Shiroyama o incluso Takashima, sin embargo tenía que enamorarse del ángel de la muerte que le ganaba con más de mil años de edad. Jodida fuera su suerte.

 

Rió, rió para callar esos pensamientos. Rió para tapar el vacío que le provocaba la ausencia de Kai. Rió porque deseaba el autoengaño, rió porque sólo así podía doler menos.

 

—¿Entonces… reservaste una habitación doble con sólo una cama? —cuestionó Takanori, bebía del té verde matutino en la cafetería de la facultad; delante de él se hallaba Shiroyama buscando explicación a lo anterior.

 

—Digamos que los padres de Akira eligieron ese hotel, hicieron la reservación con él mucho antes de que me dijeran, así que era la única habitación que había. Espero que no te moleste, Taka —mencionó avergonzado.

 

El menor a fin de cuentas aceptó la salida con Yuu y ahora se encontraba incómodo por ese pequeño detalle. No quería arruinarlo y minimizó la situación negando a su pregunta, el otro suspiró aliviado.

 

—Está bien, Yuu. No tengo problema con eso.

 

—En ese caso, nos vemos en estación de Tokio para tomar juntos el tren que nos lleve a Kanagawa. ¿Te parece a las ocho de la mañana?

 

La plática continuó con anécdotas de Yuu en sus años de quinto grado, una que otra carcajada del mayor y sonrisas falsas por el artista que hacía un esfuerzo por ganar la lucha diaria contra su cabeza, las respuestas que según Kai eran las correctas a todo. Shiroyama dejó de  recibir golpes de los objetos cada que se despedía con un beso en la mejilla del menor, quizá a fin de cuentas el lugar no estaba embrujado y sólo eran exageraciones suyas.

 

Pasados los días, un jueves por la tarde, Takanori volvió a ser el último en salir. Ejerció los mismos movimientos de aquella ocasión: salir del aula, observar el paisaje y voltear hacia el marco de la puerta esperando ver a Kai, cosa que nunca sucedió. Cambió la rutina dando los pasos suficientes hacia la ventana del pasillo, observó primero el cielo naranja y bajó la mirada hacia los jardines, el punto negro junto a un tumulto de árboles llamó su atención a lo lejos, sintió que se trataba de él.

 

Kai estaba sentado con las piernas flexionadas y uno de sus brazos apoyado en la rodilla, miraba hacia arriba, un pájaro. ¿Qué tenía el ave de especial? Pensó en el canto o el color llamativo en tonos fríos, Abaddon se entretenía bastante con el animal, tanto que no había notado la presencia de Takanori hasta que este tomó asiento a su lado sobre el pasto.

 

El estudiante se había preparado a la desaparición de Kai y le alegró que no hubiese ocurrido. Dejó la mochila a su derecha disfrutando el verde paisaje, para ser un jardín universitario era bastante grande y juraba que eran los únicos en el lugar.

 

—Cuando el sol cae es momento de llegar al próximo destino —. El canto del ave se fusionó con la voz rasposa de Abaddon.

 

—No me preocupo por la hora cuando sé de alguien que siempre está acompañándome —dijo sin más. Kai entendió la indirecta y trató de ignorarla, extendió la mano con el índice elevado hacia el ave quien cesó las notas musicales, voló hacia el falange ladeando la cabeza varias veces, pronto tuvo que colocar la otra palma para que el pájaro cayera sobre ella. La respiración cesó con lentitud, Takanori miró la escena conmovido por el animal azul.

 

El silencio transcurrió, ninguno tenía una conversación que aportar más que el juego de miradas.

 

—Yo…

 

—Deberías irte a casa, si algo odia Shiroyama es la impuntualidad —Takanori tardó un segundo en entender, Kai nunca se había alejado de él, eso le hacía feliz.

 

—Kai…

 

Tomó aire.

 

Tomó tres segundos.

 

Tomó el valor.

 

—Yo no quiero ir con Yuu, jamás lo he querido —confesó. Kai miró el cadáver del pájaro sobre su palma, con la adversa lo cubrió y al pasar esta sobre el animal, desapareció bajo los ojos de Takanori. La metáfora fue descrita pero eso no detendría al menor—. Me había esforzado en saber cuál era la razón de mi existencia, quién soy, de dónde vengo, qué era de mi familia; hasta que me di cuenta de que, aunque esas cosas son importantes, no cambian lo que soy ahora.

 

El mayor miró atónito a su acompañante, preparado a cualquier contestación y decisión.

 

Takanori encontró la respuesta dentro de su cabeza.

 

—Kai, yo nací para conocerte.

 

Abaddon cayó preso en los labios del menor, esta vez sin escapatoria; en la desesperación, en la culpa y la tristeza que al mismo tiempo se convertían en tranquilidad, protección y más allá del querer. Takanori perdió nada para ganarlo todo, Kai era lo único que necesitaba.

 

Recuperó sus recuerdos, a la abuela preparándole el pudín antes de ir a la escuela, los días en el hospital en sus últimas horas de vida, el primer encuentro con Abaddon cuando le creyó un asesino, las semanas en el orfanato y cómo Kai le sacó de ese infierno cuando no tenía en qué creer.

 

Kai nunca rompió su promesa de no soltarle.

 

El pulso se amortiguó, la visión se volvió borrosa por algo más que las lágrimas. El mayor sostuvo el cuerpo escondiendo el rostro de Takanori en su pecho quien hacía el esfuerzo por no cerrar los ojos. Débilmente tomó de sus prendas jalando de ellas teniendo la necesidad de mirarle una última vez.

 

—Nos volveremos a ver, ¿cierto?

 

Kai entrelazó los dedos, asintiendo con el sentimiento de paz transmitido por Takanori.

 

—Te encontraré en cada una de tus vidas.

Notas finales:

Este fic había nacido como un one-shot que se vio dividió por mi manía de dejar las cosas en 'angustia' (y porque tenía la fecha límite por el cumpleaños de quien va dedicado haha). Nació entre una plática con mi hermana sobre el viejo apodo de Vladímir Putín, Abaddon, me llamó la atención el significado e investigué acerca de este 'ángel' y de inmediato se me vino a la mente el concepto de Kai en DOGMA (el álbum en general) y qué mejor representándolo con mi pareja predilecta.

Sí, el personaje de Kai no tiene que ver con el verdadero Abaddon (antes de que me lancen tomates), es más bien una metáfora al significado 'El destructor'. Más bien visto como El ángel de la muerte que como bien menciona en el fic, todo lo que toca es destruido, perece y por ende, muere, por eso es que nunca dejó que Ruki lo tocara.

Me gustó mucho el resultado, me siento contenta con él. Me costó mucho llegar a la parte final aunque estaba visto terminar así desde que inicié la historia, pero a veces no importa qué final se le de si no sabes llegar a él. El climax siempre es la parte más complicada, es la 'cereza' del pastel'.

 

A fin de cuentas, la fantasía y esos mundos no es algo que se me de y lo quise intentar, cuando me di cuenta ya había armado OTRO drama, está en la sangre.

Espero que les haya gustado y si no, agradezco haber leído hasta aquí. Toda crítica, comentario y opinión siempre será bien recibido.

Muchas gracias, hasta la próxima.


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