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Valiente Caballero por Annie de Odair

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Notas del capitulo:

Disclaimer: Saint Seiya no me pertenece, nunca lo hizo, ni nunca lo hará.

Clases de Español

El Cid sonrió un poco. No era común en él portar tales muestras de alegría, pero de vez en cuando dejaba que alguna mueca de emoción surcara su rostro normalmente adusto. Lo que veía lo hacía sonreír de ese modo sin que encuentre forma de evitarlo. A veces le parecía graciosa la forma en que Sísifo intentaba quedarse quieto sin conseguirlo. No conocía lo que era el tiempo libre, y le parecía algo gracioso verlo tan atareado y estresado. Quizá era cruel también, pero vamos… ¿Sísifo corriendo de un templo a otro?

Había salido de Capricornio e iba a bajar los templos que tenía delante de él para entrenar en el Coliseo cuando Sísifo pasó delante de él corriendo. Lo saludó con un "Hola El Cid" y siguió camino hacia el final del Santuario. Seguro que estaba atareado y estaba buscando al Patriarca. Cuando se ponía así era difícil conseguir un poco de tiempo con él. Sísifo vivía para hacer tareas y su día era ocupado por miles de cosas. Ni siquiera intentó detenerlo, lo dejó que siguiera camino, porque, ¿de qué serviría que le dijera que el Patriarca estaba en Aries, si de todos modos no iba a detenerse a escucharlo?

Desde que habían vuelto de su viaje, no hicieron mención a lo que ocurrió, ni a las lecciones de español, ni a la obsesión de Sísifo por el Poema del Cid, ni mucho menos por ese toque íntimo que compartieron en Florencia. De todos modos, El Cid no se preocupaba. No pensaba en eso porque sabía que no era importante. Probablemente Sísifo lo había hecho sin pensar, sobrecogido por lo mucho que le gustó el Poema del Cid. No pensaba en eso y había desechado el pensamiento a un segundo plano. Al menos de día, en sus sueños no podía asegurar el olvido.

Sísifo tampoco había pensado mucho en el asunto, más que nada porque no tenía tiempo para hacerlo, aunque rondaba su cabeza de forma inconsciente. De alguna forma sabía que lo que había comenzado ese día, algo que ambos habían pensado y sentido antes, no era correcto. Sobre todo porque su esfuerzo debía ser dedicado a proteger a Athena y la Tierra. Todo lo que ellos representaban como Santos era incompatible con eso que hicieron. Sísifo era una influencia grande para todos los demás Santos y también era el líder de la tropa de Athena. No podían verlo caer subyugado a los placeres terrenales. Aunque… ¿cuán terrenal era lo que sentía por El Cid? Ese sentimiento que albergaba, y tenía forma de algodón, no parecía algo de esta tierra.

Los días que pasaron, Sísifo se recluyó aún más en sus tareas diarias y no tuvo oportunidad de volver a ver a El Cid hasta una noche calurosa, tan típica de Grecia. Se apareció en su templo, haciendo notar su presencia y con una canasta con comida. El Cid se sorprendió de verlo. Hacía días que no había conseguido hablar una sola palabra con él y verlo aparecerse así era desconcertante. Como todo Sísifo en general.

—Escuché que las clases de español del turno noche son mucho mejores —exclamó Sagitario cuando puso sus pies sobre el suelo de Capricornio. El Cid frunció las cejas—. ¿Creías que lo olvidaría?

No pensaba eso en realidad. Era difícil que Sísifo olvide algo, aún no sabía cómo hacía para recordar todo. Lo que en verdad le sorprendía era que decidiera recordar esa promesa hecha en circunstancias un poco comprometedoras.

—De hecho no… —contestó haciéndole lugar para que pasara—. Creo que la biblioteca sería el mejor lugar para estudiar.

Sísifo lo siguió detrás, aún con la canasta en la mano. Su ropa de entrenamiento tenía un pequeño rasguño en el muslo producto de haber estado entrenando a los aprendices toda la tarde. Entre otras tareas, por supuesto.

En la biblioteca, El Cid se hizo lugar para poder ocupar una mesa amplia. Todos los templos contaban con un lugar así, aunque la de Dégel era la más grande y surtida de todas. Las mesas eran grandes y los libros eran acumulaciones de diferentes generaciones, además de bitácoras, libros sobre estudios estelares, constelaciones, signos, un poco de todo.

—Traje mi libro de estudio —mencionó mostrándole su copia del Poema del Cid en español que adquirió en España—. Creía que lo necesitaría.

El Cid rió bajito ante su actitud. Tomó el libro de entre sus manos y lo apartó.

—La verdad es que no va a servirte para nada —sentenció admirando la expresión de pasmo de su compañero. Absolutamente perfecta, teniendo en cuenta las pocas veces que pudo verlo así de desconcertado—. Si te soy sincero, nunca me gustó mucho este libro.

El rostro de Sísifo fue aún más gracioso.

—Pero tu nombre… —balbuceó sorprendido.

—Que me guste el personaje del Cid no significa que me guste el libro.

Sagitario lo contempló de forma estupefacta.

—Me siento estafado —resolvió inclinándose en la silla y retomando su divertida sonrisa habitual. El Cid logró corresponderle con el mismo gesto.

—Lo siento, pero aún así, si te sirvió para querer aprender mi idioma, creo que hizo un buen trabajo —comentó palmeando suavemente la cubierta del libro.

Sísifo no dijo nada, pero dentro de él sabía que quería aprender el idioma por otra cosa, más que por el libro. El Cid se levantó y recorrió los pasillos hasta dar con un gran ejemplar, muy pesado y con muchísimas páginas casi amarillentas por el tiempo que tenía. Lo llevó en sus manos hasta depositarlo frente a Sísifo y se volvió a sentar.

—El español y sus formas. …ste sí te va a servir. —comentó adorando cada mueca que hacía ese arquero al ver el enorme libro—. Es un idioma, ¿qué esperabas?, ¿aprenderlo con un librito de rimas?

—Ey… a mí me gustó —exclamó defendiendo eso con lo que había estado obsesionado ese último tiempo.

—Pues éste te gustará aún más —intervino abriendo el dichoso libro y empezando con la lección—. ¿Empezamos?

En el tiempo que estuvo hablándole, Sísifo no pudo prestar mucha atención. Escuchó palabras y oraciones sueltas pero se le hizo complicado hilar toda la información. De verdad quería entender el idioma y estaba agradecido de que alguien que supiera hablarlo bien se lo enseñara, pero el cansancio le hacía pesados los ojos y su cuerpo estaba adormecido, renuente a realizar más movimientos.

Apoyó su rostro en una mano mirando lo que El Cid escribía en una hoja y se suponía que le mostraba a él, pero no ponía atención realmente. Sus párpados cada vez se sentían más pesados y su cabeza comenzaba a caerse de vez en cuando. Es que ser el líder del Santuario no era cosa fácil. Entrenar a los aprendices sin maestro, estudiar la información hallada en los viajes, leer mucho sobre los Dioses Gemelos, tener reuniones con el Patriarca, visitar a la Señorita Athena… era demasiado. Subía y bajaba todo el Santuario varias veces al día. Su cuerpo y espíritu eran fuertes, pero ¿cuánto podía aguantar?

—Tenemos pronombres personales y pose… —El Cid se cortó al instante al sentir el ruido en la mesa y miró a su acompañante con extrañeza.

La cabeza de Sísifo finalmente había caído de su mano y se había estrellado contra la madera, siendo amortiguada por una de sus manos, donde rápidamente se juntó con la otra para hacerse un pequeño almohadón para su cabeza. Sus ojos se cerraron y su gesto se relajó. No había podido conseguir mantenerse despierto más tiempo.

El Cid le dedicó una pequeña mirada, repasando esas facciones suyas que tanto obnubilaban a todos y que despertaban sentimientos que no conocía dentro suyo. Sísifo tenía un rostro precioso y él lo sabía, pero no sólo por esa belleza griega que poseía, sino más bien por su forma de ser tan bella que lo embelesaba. El Santo de Sagitario era una verdadera inspiración para todo aquel que tenía el placer de tenerlo cerca y su sola presencia lo inspiraba a querer ser mejor. Toda esa belleza que lo caracterizaba se veía expuesta en su forma y hacía que él, que nunca había visto a nadie, se tomara el tiempo de observarlo dormir.

Una línea se curvó en el rostro de El Cid y llevó su mano cerca del de su compañero. No pudo evitar delinear esa ceja que tenía a la vista. Se sentía suave y tersa, tanto como el recuerdo que aún mantenía fresco en sus labios. Quitó su mano con la misma rapidez que duraban sus sonrisas y lo vio de lejos. Se daba cuenta el gran esfuerzo que hacía para mantenerse despierto e ir a su templo, y había comprendido que el español era una excusa para poder pasar tiempo juntos.

Se levantó con parsimonia y en silencio para no despertarlo y salió de la biblioteca. Pasó por su habitación y volvió a lo pocos segundos. No podía permitir que durmiera ahí, pero ya se veía tan dormido que no tuvo el corazón tan duro como para despertarlo. Por eso mismo, depositó una manta sobre sus hombros y la dejó descansar pendiendo de su cuerpo para que no se enfriara. Sísifo no se percató de la acción y él en cambio se sentó nuevamente delante de él.

—Querer…—murmuró el arquero entre dormido. Sus palabras asombraron a El Cid. ¿Estaba hablando español dormido?—. Querer… entrenar.

¿Querer entrenar?, ¿hasta cuando dormía pensaba en trabajo? El Cid observó cómo el ceño de Sísifo se distendía y su rostro reflejaba una pequeña sonrisa naciendo de sus comisuras.

—Valiente caballero… —murmuró en español y eso desconcertó a Capricornio. Recordó la charla que tuvieron antes de salir de viaje y que Sísifo le había mencionado esas palabras refiriéndose a él. Se recostó sobre el respaldo y suspiró.

—Sísifo de Sagitario… —murmuró bajito—. ¿Qué estás haciendo conmigo?

La mañana lo despertó con un fuerte aroma a café. Sus ojos se abrieron con pesadumbres y lo primero que vio fue una taza frente a él.

—Me gusta fuerte, espero que no te importe —dijo una voz más lejos.

Sísifo se incorporó y la manta cayó al suelo. Su vista pasó de la taza a su interlocutor. El Cid lo miraba desde el marco de la puerta, con una pierna cruzada y un pequeño gesto de amabilidad.

—Lo siento… —murmuró espabilándose. Refregó sus ojos con lentitud—. No quise dormirme…

—No te preocupes, Sísifo —El Cid se acercó a él y se sentó donde la noche anterior—. Con todo lo que haces a diario me sorprendería si siguieras despierto.

—Pero eso no es razón para… —El Cid lo cortó con un gesto de su mano.

—A veces puedes ser más autoexigente que yo —comentó otorgándole una sonrisa sincera que llegó a Sísifo como un buen incentivo para terminar de despertarse.

—Tienes razón, lo siento —Volvió a disculparse y sus manos abrazaron la taza contagiándose de ese calor.

Tomó un poco de la infusión y el líquido despertó el resto de su cuerpo que aún seguía rezagado. El Cid tenía ganas de preguntarle cosas sobre el viaje que compartieron pero no sabía si era el momento adecuado, o si realmente no lo era y nunca lo sería.

—Sísifo… —empezó y cuando obtuvo la mirada de éste se dio cuenta de que sacar el tema iba a ser mucho más difícil de lo que pensaba.

Pero Sagitario lo sabía. No porque leyera sus pensamientos, sino porque él también lo había estado pensando. Y la mirada indecisa de El Cid le confirmó que buscaba aclarar lo mismo que él.

—Detente —pidió dejando la taza y buscando sus ojos—. Eso que pasó fue mi total responsabilidad. No debes sentir culpa. Debo ser yo quien cargue…

—No, Sísifo —Lo cortó nuevamente mirándolo con seriedad—. No quiero que cargues con nada. No me interesa buscar culpables, y si lo hubiera de ninguna forma podrías ser tú. Justo tú que te desvives para que todos estemos bien.

El arquero se asombró de ver la estima que El Cid le tenía. Sabía que sus acciones eran miradas por todos los Santos, pero que él lo observara y reconociera lo hacía sentir feliz de una forma inexplicable.

—¿Entonces qué piensas al respecto? —preguntó ladeando el rostro en busca de una respuesta para ese momento que compartieron y que ambos atesoraban.

El Cid sonrió casi juguetonamente, buscando desconcertarlo.

—Que quiero volver a repetirlo, tío.

Sísifo frunció el ceño al no entender, pero su boca pronto dibujó una pequeña "o" de asombro cuando las palabras cayeron en su significado y las que no conocía se adecuaron al contexto. Lo que El Cid le había revelado era algo que nunca le había oído decir y que probablemente nunca más haría, por lo que tenía que aprovechar el momento. Contestó con una sonrisa brillante que iluminó su rostro.

—Mío también —respondió sacándole una pequeña risa grave al dueño del templo.

—Estás usando mal los pronombres. Es yo también. Pronombre personal yo, no pronombre posesivo mío.

Sísifo sonrió y se levantó de la silla para estirar su cuerpo.

—La próxima voy a decir todo bien, y no voy a dormirme, lo prometo.

El Cid sonrió negando con la cabeza y lo siguió hacia fuera. Después de todo ese arquero loco tenía muchas tareas y no podía faltar a ninguna. Aunque a la noche lo volvería a ver en sus clases de español.

Los días posteriores, Sísifo y El Cid se encontraron en las bibliotecas de ambos templos para estudiar. El griego no volvió a dormirse y prestó atención a cada palabra que salía de los labios españoles. Aprendió bastante en pocas noches, porque pasaban mucho tiempo practicando. El Cid se preguntaba si en algún momento dormiría siendo que la noche la ocupaban estudiando, pero siendo Sísifo quien era, posiblemente no durmiera nunca, y lo ocurrido en su templo la vez anterior haya sido un desliz.

Ese día lo encontraba particularmente atareado. Todas sus tareas se habían confabulado para dejarle nulo espacio en donde relajarse. Sabía que no podría ir hasta el templo de El Cid a avisarle que en la noche no llegaría a sus clases, así que decidió hacer un envío. Pensó bien lo que iba a hacer y luego ejecutó su idea.

El Cid recibió la visita de Regulus por la tarde, cuando el sol caía. Recién había llegado a Capricornio cuando se topó con el sobrino de Sísifo.

—¿Qué haces aquí Regulus? —preguntó al verlo sentado en sus escaleras. El guardián de Leo se paró de inmediato.

—Solo venía a entregarte esto —comentó extendiendo una carta enrollada—. Es de mi tío Sísifo —aclaró al ver el rostro confundido de su interlocutor.

El Cid se sorprendió de oír aquello, sin embargo tomó el papel y asintió, agradeciéndole. Regulus se rió bajito mientras se retiraba y bajó los escalones dispuesto a volver al entrenamiento con su tío.

Cuando abrió el papel y desenrolló la carta, leyó unos caracteres muy reconocibles para él.

Hoy no podré estudiar. Muy cansado. Si me prestas tu templo para dormir, no me negaría.

El Cid abrió los ojos casi desmesuradamente. Por un lado se escandalizó, otra vez, y por otro, le pareció gracioso que Sísifo escribiera en español de esa forma, pero de alguna manera, era tierno y le agradaba.

En definitiva, todo lo que era Sísifo le agradaba. Y ya no podía negarlo.

Regulus por su parte volvía al Coliseo con una sonrisita maliciosa en sus labios. Nadie le dijo a El Cid que el pequeño guardián sabía español y era muy curioso. Había aprendido muchos idiomas al compartir el lugar con los demás aprendices cuando aún no era Santo Dorado, y luego había estudiado algunos en profundidad por su cuenta. Su mente era prodigiosa hasta para eso.

Ya había un pequeño infiltrado que sabía su secreto, pero no era para preocuparse realmente. Sísifo era su tío y para Regulus su bienestar y felicidad eran algo muy importante.

—Ostia, Sísifo… —suspiró El Cid en la puerta de su templo. Su rostro lucía una bella sonrisa—. ¿Qué voy a hacer contigo?

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