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Valiente Caballero por Annie de Odair

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Notas del capitulo:

Primero que nada, quiero disculpaerme por no subir nunca el final de esta historia, pero la Universidad me atacó y no pude hacer nada hasta ahora que lo terminé. Practicamente esta historia está cumpliendo un año así que espero que disfruten el final. 

Más que El Cid:

No podía dormir. Era increíble, la primera vez que le sucedía, pero no podía conciliar el sueño. Nunca tuvo problemas con esas cuestiones, pero esa noche se le hacía muy, muy complicado.
Sísifo no iba en broma con su nota. Le había dicho que si le prestaba el templo para dormir no se negaría, y cuando cayó el sol se apareció en Capricornio con una almohada. No sabía cómo pero lograba ser imprevisible aún cuando avisaba lo que iba a hacer.
Sísifo uno, El Cid cero.
Y por eso no podía dormir. Porque tenía al guardián de Sagitario, tan correcto y admirado, durmiendo a su lado. ¡A su lado! Ni siquiera quiso dormir en otro lugar de Capricornio. ¡El muy descarado usó su cama y lo obligó a compartirla! Ya no podía cerrar los ojos sabiendo que el dueño de todos sus dolores de cabeza estaba a un lado suyo, durmiendo tan campante.
Y su deseo de observarlo era muy difícil de suprimir. Había logrado enterrar muchas veces el instinto que le nacía cuando quería llorar, e incluso muchas veces desoyó los consejo de que descansara y no se sobreexija; pero esto… era más fuerte que toda su voluntad y le parecía demasiado complicado ignorarlo.
Es que Sísifo estaba durmiendo a su lado. A su maldito lado. Y él deseaba ignorar las alertas de su cerebro para poder verlo. Deleitarse con lo que sus ojos recogían y caer en ese agujero de sensaciones que Sagitario le ofreció desde que se conocieron. Escuchaba su apacible respiración, sentía su peso ahuecar delicadamente la cama en la que dormían, y podía incluso oler el aroma tan característico de su persona. Todos sus sentidos estaban conectados con él en ese momento, y deseaba que la vista se le uniera.
Cuando finalmente se vio subyugado a su simple deseo, volteó el rostro. Su cama era muy amplia, perfectamente podían entrar los dos. Sus ojos dejaron de fijarse en un punto oculto en la penumbra para dirigir su espalda a él y su visión al líder del Santuario.
Verlo dormir fue apabullante. Su cabello que siempre caía de una forma muy característica, estaba desacomodado y la punta de un mechón rebelde le acariciaba los labios, un poco entreabiertos por donde hacía el esfuerzo automático de respirar. Estaba recostado boca arriba, pero su cabeza se inclinaba hacia un lado, desde el cual El Cid lo observada. No podía verse más tranquilo y apacible. Era la primera vez que lo veía descansar, sin contar cuando se durmió en la biblioteca porque realmente no se había propuesto hacerlo.
Al acordarse de ese momento, El Cid reparó en la ceja de Sísifo. Ésa que había tocado y repasado mientras lo miraba como hacía ahora. Verlo se estaba convirtiendo en una necesidad, y Sísifo se las había arreglado para aparecer en su día al menos una vez. Pareciera que él también lo sintiera. Esa ansiedad que pedía por verlo.
Su mano se levantó sin que opusiera resistencia. Ya no era capaz de mandar a su cuerpo cuando éste se movía por el arquero. En esos casos no podía hacer nada. Volvió a recorrer esa ceja rebelde sin apretar demasiado, concentrándose en ese gesto dormido y distendido que portaba Sísifo y llevando su mano un poco más abajo. Dejó que cayera sobre la piel y acarició la mejilla. Era suave y tersa, no podía entender cómo hacía, siendo que era un guerrero. Se detuvo al llegar a ese borde que tenía prohibido pero que había probado una vez. La línea de sus labios.
Retiró la mano y se dio la vuelta. Era mejor no tentar a su suerte.

*_*_*_*_*_*_*

Cuando abrió los ojos el peso a su lado ya no estaba. Se asombró de que Sísifo se levantara más temprano y cuando se incorporó su habitación estaba completamente vacía. Solo quedaban las sábanas revueltas a su lado, producto de que Sísifo no sabía dormir quieto. Se levantó y a tientas buscó su ropa de entrenamiento. Conocía a muchos guerreros que se iban a dormir con la misma, pero él no. La cama era su lugar de descanso, quería verse libre de la suciedad y el desgaste.
Cuando puso un pie fuera de la habitación, el sol le dio de lleno en los ojos. El día parecía haber empezado con un clima favorable, de esos que le gustaban a su vecino. Recordarlo le hizo pensar nuevamente en él. Ya no había forma de que lo sacara de sí mismo, se había aferrado a sus pensamientos y no parecía dispuesto a irse.
Llegó a la cocina del Templo cubriendo su vista con la mano, y buscó con la otra algo para poder ingerir. Su cabeza estaba estallándole desde la noche anterior, aunque sabía que no podía remediar eso.
Sísifo estaba volviéndolo literalmente loco.
No voy a resistir mucho más Sísifo—pensó para sus adentros en su español natal—¿Cuánto tiempo vamos a seguir así? Aléjate o acércate, pero esta distancia me está matando.
Sísifo desapareció por tres días. Tres eternos días en los que El Cid no lo vio. Y no sabría nada de él si no fuera por Regulus. Dejó todo su orgullo y sus formas para bajar hasta el refugio de aprendices y preguntarle “¿Dónde está tu tío?” la respuesta del aspirante a Leo fue sencilla “Se fue de misión hace tres días”
Eso sólo significaba que Sísifo se había ido la misma mañana en que durmieron juntos. Al menos él, porque El Cid se la pasó observándolo toda la noche. Se extrañó que no lo despertara para avisarle, o despedirse, aunque al fin y al cabo, ¿por qué debería hacerlo? No tenía motivos para sentirse fastidiado por eso y sin embargo lo estaba. Debía hacer algo con esa situación o sus emociones descontroladas acabarían por estropearlo todo.
Para cuando Sísifo regresó de sus tareas, El Cid estaba muy ocupado entrenando. Obviamente Sagitario no era el único Santo con deberes y días ajetreados. El Cid también cumplía misiones, órdenes, recados, todo. Por tal motivo cuando el líder de las tropas de Athena pisó nuevamente el Santuario, él se encontraba en el bosque.
Hacía unos días que venía entrenando allí, más que nada porque le permitía probar su capacidad de ser tan filoso como una espada y barrer con árboles de hace muchísimos años. Era un lugar adecuado, aunque procuraba que la naturaleza no fuera esquilmada.
La verdad era que el bosque también lo relajaba. Era increíblemente tranquilizante y le ayudaba a borrar sus pensamientos y ponerse en cero.
Ese lugar sería ideal para poder dejar de pensar un poco en Sísifo.
—Sal de mi mente, Sagitario. —murmuró con el ceño fruncido, afilando su brazo para el próximo corte.
—Me gusta ese lugar —lo sorprendió una voz en su espalda.
El Cid viró hacia el sonido y contempló a Sísifo con asombro. No lo veía hacía tres días y decidió aparecérsele de la nada. Ese era un arquero loco.
—¿Cuándo volviste? —preguntó bajando su mano, tensa al verse sorprendido. Sísifo se acercó hacia él.
—Hace un rato. Regulus me dijo que estabas aquí. Creo que te vio venir a entrenar.
El Cid lo miró sin terminar de comprender y su vista lo escaneó con rapidez, percatándose de que traía algo envuelto entre sus manos.
—¿Me buscabas? —inquirió enfocando sus ojos.
—Sí, no te pude decir nada desde que me fui. —Se excusó—. Apenas me levanté fui a Sagitario a buscar algo que quería darte, algo que te había comprado en Rodorio, pero me mandó a llamar el Patriarca y me fui de misión. No pude avisarte.
—¿Fue importante? —preguntó aunque en su mente rondaba la palabra peligroso.
—No mucho, solo unas cuantas pistas falsas sobre los Dioses Gemelos.
Le mostró el paquete que tenía y lo lanzó hacia él. El Cid lo atrapó. Sintió que era un libro e inevitablemente sonrió.
—Espero que no sea Poema del Cid… —comentó mirándolo con cierta burla. Sísifo sonrió el doble.
—No lo es. Sólo era un regalo, para que leamos otro tipo de literatura.
—¿Leamos? —inquirió con una ceja arqueada—. ¿Qué te hace pensar que dejaré que leas lo que quieras en mis clases de español? —Sísifo rió bajo con gracia.
—Está bien, para que leas tú y luego me lo prestas. Que inflexible, tío.
—¿Dónde aprendiste esa palabra? —preguntó oyendo sonar su español un poco mejor que antes.
—Intenté leer el libro en mi viaje pero no conseguí mucho. Algunas palabras.
El Cid abrió el paquete y apreció la cubierta del libro. Amor, honor y poder de Pedro Calderón de la Barca. Sísifo se había buscado a un autor español reconocido, pero ésta vez con un libro que hablaba de muchas cosas, y entre ellas, del amor. Le sorprendió esa elección y cuando desvió la vista hacia su compañero éste se había acercado demasiado.
—Además en el viaje hice un descubrimiento importante. —empezó con una sonrisa sospechosa—. Descubrí tu nombre.
Oh, eso sí era una verdadera sorpresa. Nadie sabía su nombre real, su identidad. La única persona que lo había sabido en algún momento fue Mine, y ya estaba muerta.
—¿Y cuál es, según el líder del Santuario?
—Me pregunté por qué no te gusta Poema del Cid pero aún así elegiste ese nombre para llamarte. —comentó dejando su análisis al descubierto—. Ya me dijiste que el personaje te gusta, pero debe ser algo más. Sabía que Rodrigo no era, así que solo investigué un poco, ¿y sabes que descubrí? —preguntó sonriendo de forma triunfal—, que en gallego, Rodrigo se dice Roi. Y tú eres de Galicia.
Sísifo dos, El Cid cero
No tenía forma de decirle que no, así que hizo la única cosa que tenía en mente. Sonrió.
—Ostia, me has descubierto, Sísifo. —murmuró en español aceptando su cercanía y volviendo sus ojos a los de él.
—Con que Roi de Capricornio… —comentó emocionado por su victoria. El Cid sonrió.
—No —intervino antes de que siguiera—. Roi no es de Capricornio.
—¿Y de qué es? —preguntó frunciendo el seño.
El Cid sonrió.
—Descúbrelo —Alcanzó a murmurar antes de que sus labios fueran sellados junto con los de Sísifo.
Eso sí que era imprevisto. ¿El Cid besándolo? Oh, Dioses, no podía creerlo. Sagitario pasó sus brazos por su espalda y se aferró a ella con fuerza mientras sus dulces bocas seguían danzando en una misma dirección, hacia un mismo sentimiento. Ya habían probado eso, pero lejos, en Europa donde nadie podía encontrarlos. Esta vez era en el Santuario, y además había sido El Cid el que lo besara. El que comenzara esos toques amables y cariñosos. Había pasado mucho entre ellos, clases de español, libros, indirectas, gestos dulces, noches estudiando, misiones. Podía asegurar que conocía a Sísifo más que nadie, y aún así nunca podría predecirlo. Pero en ese momento, en ese simple momento, él había hecho algo que lo sorprendió. Y esa pequeña victoria contaba como miles.
Sísifo dos, El Cid mil.
Cuando Sagitario abrió más sus labios, dejó pasar una lengua escurridiza que sólo buscaba tener contacto con él. Aceptó a la intrusa y a cambio se recostó en un árbol para poder mantener el equilibrio mientras sus labios se reconocían. No supo cuanto tiempo estuvieron así, cómo hizo para que sus manos llegaran a la nuca de El Cid y acariciara sus cabellos, o cómo el pulgar de El Cid recorría con ímpetu el camino en una de sus cejas. No lo sabía. Solo recobró la conciencia cuando se separaron con lentitud y sus miradas se encontraron.
—Roi... —susurró el arquero sobre sus labios—. Yo gusta…
—Me gusta, Sísifo. Por Athena, ¿cuántas clases más de español debo darte? —La sonrisa en su cara no mostraba molestia alguna.
—Las que sean necesarias, El Cid. —Le respondió acercándose para dejar un beso suave y corto—. Roi…
—No lo digas todo el tiempo —Lo reprendió negando con la cabeza—. Ahora soy El Cid.
Sísifo sonrió.
—Para mí siempre vas a ser más que El Cid. —Capricornio se quedó callado ante sus palabras y sonrió con una calidez poco vista en su rostro—. Más que el Santo, más que el profesor de español, y más que el obstinado hombre que siempre busca mejorarse.
El Cid sintió que esas palabras le desarmaron completamente. Se limitó a permanecer en silencio y darle el lujo de observarlo con libertad.
—¿Y sabes qué? —preguntó Sísifo siguiendo con la conversación—. Amote…
El impacto que tuvieron esas palabras mal dichas no tuvo nombre. Parecieron desatar un terremoto de sensaciones dentro de El Cid, caos y revolución que finalmente llegó a sus labios como una sonrisa pequeña; como las olas que se formas con mucha intensidad y llegan a la orilla en apenas un murmullo.
Negó con la cabeza y suspiró.
—Eso es latín Sísifo. Se dice te amo. —saboreó cada letra al decirla, cada resonancia que producía en su pecho.
Sagitario se inclinó para besarlo con suavidad y cuando se alejó El Cid tenía una sonrisita burlona. Lo interrogó con la mirada.
—No creas que te enseñaré latín. Con español ya tengo suficiente. Eres incorregible arquero.
Lo era de verdad.
—No te preocupes. Solo me interesa si viene de España. —respondió entendido su frase en español—. En especial si es un valiente caballero. —siguió manteniendo el contacto entre ellos—.¡Y olé!
El Cid rió bajo al escucharlo y lo miró con gracia.
—Y olé, Sísifo.
—Y olé, Roi.


Notas finales:

Espero que les haya gustado mucho y perdón nuevamente por la espera. Un abrazo 


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