Para el anochecer lluvioso de ése día de febrero, la señora Park y su hijo Jimin, de dieciséis años, salían a trompicones de su casa.
La tormenta había logrado destruir una parte de su techo con un potente rayo y la lluvia se había colado por ése mismo agujero. Los volteos de ése fenómeno natural cortaron la señal de televisión y más que eso, la luz de su casa entera.
A oscuras y con los nervios a flor de piel, ambos cogieron dos maletas para cada uno para meter ropa y lo necesario para pasar una noche afuera buscando hospedaje en algún motel barato.
El viento helado de la noche rompía en su cara y moría de frío mientras esperaba a su madre fuera de una cabina telefónica. Jimin cargaba con dos maletas enormes: la de su madre y la de él. Traía un impermeable negro puesto y la lluvia en su cuerpo no era tanto un problema, pero el frío sí y ya sus labios se habían puestos morados tornándose a azul tenuemente.
La cabina estaba frente a un pequeño restaurante chino de la vía, y el olor a comida le llegaba endemoniadamente a la nariz. Su estómago vacío gruñó y quiso gritarle a la mujer tras las cuatro reducidas paredes de cristal que se apresurara porque tenía mucha hambre.
Las gotas que caían del cielo amenizaron de un momento a otro en el que su mamá sonreía y salía de la cabina telefónica bastante alegre.
-¿Por qué traes esa cara, mamá? -le preguntó con curiosidad y una pizca de fastidio.
La señora Park colocó mejor en su cabeza la capucha de su impermeable y le quitó una de las maletas a su hijo.
-Le he pedido prestada la casa a una amiga por unos días mientras llamo a los del cable y a los la electricidad para que dejen nuestra casa como nueva -explicó caminando hacia la entrada del restaurante chino.
Empujó la puerta, dejando pasar a su hijo primero y luego ella.
El aire acondicionado sobre la puerta les dio la bienvenida y les puso a ambos la piel de gallina.
Brr.
-¿Tenemos dinero para comprar arroz chino, mami? -inquirió esperanzado a medida que se adentraban más en el local.
-Por supuesto -respondió la mujer de cabellos rubios, un poco más oscuros que los de su hijo-. Vamos a ir a por una mesa.
-Ok -contestó simplemente, algo intimidado por las miradas de los demás clientes en las otras mesas.
Un señor bajito y occidental se les acercó, sonriendo amablemente.
-A la orden, señores -dijo mirándolos a los dos cuando se sentaron en una mesa bastante apartada de la multitud.
El lugar estaba lleno y Jimin supuso que la comida debía ser muy buena como para ello.
Las capuchas de sus impermeables ya no eran necesarias bajo la protección de un techo, así que los dos se la quitaron. No estaban lo suficientemente mojados como para llamar la atención pero sí como para mojar los asientos.
-Aún no vamos a ordenar, cariño, pero te llamaremos dentro de un rato.
Sintió un poco de vergüenza cubrir sus mejillas al escuchar la forma en la que su madre había llamado al señor y quiso desaparecer.
Respiró tranquilo cuando se fue y al fin pudo relajarse contra el espaldar de la silla.
-¿Por fin? -sacó el tema mientras batía su melena rubia con los dedos para sacarle un poco la humedad. Puso la vista en su mamá, inquisitivo- ¿Exactamente dónde nos vamos a quedar mientras todo eso de la reparación?
-Ya te dije, Jimin -musitó con algo de irritación la mujer rubia-; nos quedaremos en la casa de una amiga.
A Jimin ésa respuesta no le convenció y se vio en la necesidad de preguntar más.
-¿Cuál amiga, mamá? ¿La conozco, al menos?
-Obvio, bebé. Es RiJin, la que volvió de Australia.
Él abrió su boca en sorpresa, saboreando la conocida sensación de ese nombre en sus recuerdos.
-¿La señora que siempre venía con el pequeñito? -se atrevió a seguir insistiendo.
No podía ser ella.
Sin embargo, una bola de emoción subió por su garganta hasta instalarse en sus orbes avellanas como un brillo cuando su mamá contestó afirmativamente.
-¿De verdad iremos con ella?
Podría decirse que la señora Park se extrañó un poco por el tono incrédulo de Jimin, pero prefirió no decir nada.
-Sí, pero no será más de una semana. Me da pena llegar así como así a su casa, pero ella se ofreció y yo no iba a desaprovecharlo.
-Oh -dijo solamente, escuchando con vergüenza otro gruñido sonoro proveniente de su estómago-. Tengo hambre, mamá, llama al señor.
-Vale, espera -la mujer de contextura voluminosa se inclinó un poco hacia un lado de la silla para sacar el pequeño monedero de su bolsillo trasero. Era uno bien bonito con estampado arbolitos de navidad. Volvió a enderezarse y giró medio cuerpo-. ¡Camarero!
🐾🍪🐾
-Uff, estoy lleno, no puedo con mi alma -exhaló una exagerada cantidad de aire antes de que las esquinas de sus labios se alzaran en una sonrisa satisfecha. Su pancita había crecido un poco más por toda la comida que se había mandado.
-Cariño, si por poco te comes el plato -su mamá rió, burlándose pero con sutileza, según ella.
Las mejillas abultadas de Jimin se sonrojaron.
-Ya, mamá, hablas demasiado fuerte -murmuró en queja, escondiéndose tras la cortina rubia de mechones que recaían en su frente.
-¡Pero si teníamos hambre! ¿Qué se le iba a hacer?
-¡Mamá, basta! -exclamó abochornado su hijo.
La señora Park iba a seguir picando a su hijo pero el timbre de un celular la interrumpió.
-¿El mío? -Jimin abrió sus ojos y rápidamente se precipitó a su maleta, abriendo el cierre delantero para sacar el aparato. Lo desbloqueó, mirando un número desconocido en la pantalla- Dice número no identificado -le informó a su mamá.
-Dámelo para ver.
Jimin le dio el aparato vibrante a la señora Park y ésta miró los dígitos con reconocimiento.
-Es Sully -contestó atendiendo a la llamada-. ¡Hola, preciosa!
Esos malditos apodos, joder.
Duraron menos de tres minutos hablando el asunto de la hospitalidad de la casa de la otra mujer, su mamá diciéndole a la persona en la otra línea que los esperarían frente al restaurante chino que quedaba en la 45. Al final, cogieron sus maletas y salieron de lugar dándole las gracias al señor que fue su mesero esa noche.
La lluvia afuera apenas se había convertido en una pequeña llovizna y por lo tanto fueron hasta la parada para sentarse en los bancos de allí a esperar.
No fue mucho el tiempo que eso conllevó, treinta minutos después un auto blanco estaba frente a sus narices.
-Llegaron por nosotros, cariño. Andando.
La señora Park cogió su maleta seguido de su hijo. El vidrio de la puerta del copiloto se bajó, dejando que el rostro de una mujer sonriente apareciera.
-¡Sully, preciosa! -gritó su mamá con emoción.
-¡EunJoo! -respondió la otra de vuelta con la misma magnitud.
Joder, no.
🐾🍪🐾
-¿Has traído tu manta? -le preguntó su mamá una vez llegaron a la que sería su habitación temporal.
-Sip.
Las maletas estaban vacías y la ropa acomodada en los ganchos del closet. Jimin y la señora Park usaban sus pijamas.
-¿Por qué te pusiste ése enterizo de perro? Pensé que el de pollitos te gustaba más.
El rubio hizo una mueca en disgusto.
-El de pollito es feo, mamá. Viste que no sabes nada -se giró de nuevo a la pantalla de su celular, le quedaba 50% de batería. Deslizó su dedo por la pantalla para bajar la barra de notificaciones y atenuar el brillo. Así la duración de carga duraría más.
-Eres un grosero con tu mamá, Jiminie.
-No, es mentira -rebatió sin despegar su mirada de las fotos de sus amigos en Instagram que se hallaba viendo.
La señora Park acomodó su blusa de dormir y se dirigió a la puerta.
-Dentro de un momento bajas. Sully y yo estaremos en la cocina haciendo aperitivos de media noche. Su esposo no viene hoy del trabajo pero su hijo sí está -y con eso, salió.
¿Jungkook está aquí?