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PRÓLOGO
Eres tan fuerte y testarudo.
Te observé desde que eras un niño. Te caías y luego levantabas con una sonrisa asquerosamente iluminada plasmada en tu rostro, exclamando casi a gritos «Solo fue una pequeña caída, un raspón, nada que no pueda ya aguantar». Lo gritabas tan fuerte dentro y fuera de ti, con palabras sarcásticas que ocultaban tu dolor, que tú mismo lo creías como si fuera una estúpida ley que siempre se cumple. Me obsesioné contigo y con tu alma por ser tan única y al mismo tiempo, como ninguna otra, la unión singular de todas ellas.
Esperé con insufribles ansias tu última caída, la definitiva, de la cual no te levantarías jamás.
Tu preciosa Guerra Civil era el pase perfecto a obtenerla entre mis manos; pero no, tu ferviente amor por el inútil símbolo de América fue más poderoso. Dejaste todo de lado por él, a pesar de que la patética muerte de tus padres y su infame traición hacia ti era la razón perfecta para que te hundieras en lo más profundo del abismo, de donde yo te rescataría y llevaría a mi bello paraíso. Dejaste que el precioso dolor que tuviste que tragarte durante ese tiempo solo se redujera a una buena sesión de sexo con el repugnante del Capitán y lo perdonaste sin más.
No.
No iba a esperar otra oportunidad de verte sufrir y que te hundas. Ya no. Miles de universos paralelos y opciones inimaginables a partir de un solo punto. Excelente. Aquí eras inagotablemente feliz con tu enfermizo amor por el patético de Rogers; pero en otra dimensión la historia sería muy diferente, encontraré una donde el repudiable del Capitán no sienta un inmenso amor por ti, escogeré el mundo perfecto donde él te repudie y a raíz de ello tú mismo te sentirías la peor escoria, el mayor de los culpables, el muñeco usado y feo que todo el mundo desecha con asco. Mas ese mundo no vería lo que yo en mi mundo sí. Porque para mí eres el trofeo, el mayor de todos los premios, que un ser anhela con inmensas ganas luego del más exhaustivo sacrificio. Y tú vales ese esfuerzo.
Una obsesión de esta magnitud te lleva a realizar acciones impensables; sin embargo, la recompensa, en este caso, es lo más delicioso que probaré en toda mi eterna existencia. Y ese eres tú, Anthony Edward Stark. Mi gran obsesión.
Ven conmigo.
Seré el que se alimentará de tu desesperanza.
Seré tu salvación.
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