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Cigarettes and chocolate por AoFushicho

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El despertador suena, gritando que es hora de levantarse a pesar de que ni siquiera ha salido el sol. Mi primer pensamiento es que no puede ser verdad, que no es posible que ya me tenga que levantar, pero el despertador sigue sonando, por lo que me termino de despertar, en la medida de lo posible, dadas las horas, y procedo a apagar el infernal aparato. Juro que un día de estos lo tiraré por la ventana. Voy a la cocina para tomarme un café frío y vuelvo a mi habitación para tumbarme en la cama. Odio madrugar, es una de las cosas que más odio en el mundo. Me quedo tumbada unos 15 minutos, siendo sincera, no me importa llegar tarde. Al cabo de esos 15 minutos, me levanto para prepararme y salir sin mucha prisa hacia la parada del autobús, podría ir andando, pero a estas horas de la vida no me apetece nada, así que espero el autobús con calma, a sabiendas de que si no llegaba ya, llegaría tarde. Por fin aparece, lleno de gente, como siempre, y cuando subo, la veo. Mi compañera de pupitre está a unos pocos metros de mí. Por suerte, no se ha dado cuenta de que estoy aquí, así que dejo de mirarla para que siga sin darse cuenta, sin embargo, no puedo resistir la tentación de mirarla un par de veces a escondidas, y en una de esas miradas furtivas, nuestros ojos se encuentran. Mis ojos verdes contra sus ojos azules. Apenas fueron unos segundos, pero sentí como si una corriente eléctrica recorriese todo mi cuerpo. Retiré mi mirada con rapidez, sintiendo como mis mejillas ardían. El resto del trayecto sentí su mirada sobre mí constantemente, como hielo ardiente sobre mi piel, y al bajar, creí ver por el rabillo del ojo una sonrisa satisfecha en su cara. 

En el camino al instituto la pierdo de vista, y cuando llego ella ya está sentada en su sitio, lo que me crea un ligero conflicto, bastante insignificante a ojos de personas hábiles al socializar, y es que para poder acceder a mi sitio, tenía que pedirle que me dejase pasar, pero el solo pensar en hablarle me hacía temblar de terror, sobretodo después de lo del autobús. Haciendo de tripas corazón, me acerco lentamente a mi pupitre, intentando organizar mi mente para hablar de forma coherente para no acabar diciendo ninguna estupidez, pero cuando estuve al lado suyo, ella se movió para dejarme pasar sin siquiera apartar la mirada su libro. Me quedé ahí parada unos momentos, descolocada por todo lo que había sufrido sin necesidad. Cuando mi cerebro volvió a funcionar correctamente, pasé a mi sitio algo enfurruñada por haber perdido la oportunidad de hablarle. Sí, soy masoquista, ponerme a sufrir como una condenada porque tenía que hablarle, y ahora lamentarme por haber perdido la oportunidad de hablar, pero siendo sincera, me moría de ganas por hablar con ella, sin embargo, al ser tan tímida y torpe socialmente, no sabía cómo, además temía quedar como una tonta por ponerme nerviosa y hablar de más. Por otro lado, ella parecía del tipo de persona que prefiere estar sola, molestándose enormemente si alguien la hablaba de tonterías con intención de socializar, así que tampoco quería arriesgarme para que acabase odiándome.

Ya había empezado la rutina del instituto, así que desde las 8:00 de la mañana hasta las 14:00 de la tarde tuvimos clase, con dos descansos de 20 minutos cada uno cada dos clases, lo que después de casi tres meses de vacaciones era un infierno. Sólo llevábamos un día de clases normales y ya parecía que las vacaciones de verano habían sido hace mucho tiempo. 

Por fin sonó el timbre, anunciando el primer recreo, que en ese momento a los demás estudiantes debió parecerles un oasis en medio de un inmenso desierto. Yo solo quería que el día acabase cuanto antes, para mí esos recreos de veinte minutos eran alargar la tortura innecesariamente, ya que no tenía nada con lo que entretenerme, y mis amigas ya no estaban. Esos recreos siempre me parecieron espacios en blanco sin nada productivo que hacer, aunque cuando estaban mis amigas por lo menos me divertía, volviendo a clase totalmente renovada, con la sensación de haber pasado los mejores veinte minutos de mi vida. Llegó el momento en el que incluso me aburrí de estar con el móvil, y pasé a contar las manchas del techo. Me aburría tanto que incluso olvidé que mi compañera también se había quedado en su sitio, leyendo como siempre.

-¿El techo es interesante? -Preguntó de repente, con voz entre monótona y cortante. Tal fue la sorpresa de escucharla hablándome que casi me caigo de la silla.

-¿E...Eh? ¿Me hablas a mí? -Respondí con voz temblorosa, casi sollozante. Sí, así soy yo, tan brillante e inteligente como siempre. Nótese el sarcasmo.

-¿Acaso ves a alguien más aquí dentro? Mejor ¿Acaso ves a alguien más aquí dentro que esté observando el techo como una imbécil? -Se giró hacia mí para mirarme enarcando una ceja, su tono ahora era cortante y burlón, sus ojos me miraban, acusándome de estupidez.

-N-no -Baje la cabeza mientras me sonrojaba. ¿Por qué demonios siempre tenía que ser así? 

Después de un rato así, ella volvió a su libro mientras yo rogaba porque la tierra me tragase. Era por esto por lo que no quería iniciar una conversación con ella. Yo nunca conseguía darle a mis palabras la fuerza que tenía en mis pensamientos, ni conseguía que mi lengua fuese tan rápida como mi mente, quedando siempre como una tonta, despabilada y torpe delante de todos. Estoy segura de que más de uno pensaba que yo tenía algún tipo de discapacidad.

El resto del día pasó con una tranquilidad mortal. Realmente creo que cada uno debería prepararse las clases como creyese conveniente, e ir al instituto solo para hacer el examen, porque realmente pocos prestaban atención, y aunque prestases atención, muchos profesores se limitaban a recitar lo que ponía en el libro, así que para eso estoy mejor en mi casa sin malgastar el tiempo.

Mi compañera no volvió a hablarme en el segundo recreo, tampoco atreviéndome yo a entablar conversación, con miedo de que en lugar de redimirme terminase de cavar mi propia tumba, así que me dediqué a pensar sin darme cuenta de que me pasé esos veinte minutos mirándola constantemente, y es que en ese momento se me vino un pensamiento a la mente. Yo... No me sé su nombre. Intenté adivinarlo, pero no di con ninguno que me convenciese para ella.

Las dos clases que quedaban se me hicieron eternas, pero por fin sonó el timbre, provocando que por el fondo de la clase se escuchase un: "¡Doby es libreeee!" Ahogado por el resto de conversaciones a todo volumen. Al igual que ayer, mi compañera prácticamente voló al recoger sus cosas y salir, sin embargo, antes de cruzar la puerta se volvió a mirarme, haciendo que nuestros ojos se volviesen a encontrar con la misma intensidad que en el autobús. Y entonces ella sonrió. Pícaramente. Casi maliciosamente.  Sus ojos anunciando la dudosa legalidad de sus futuras acciones. Sin embargo, solo fue un segundo, lo suficiente para que solo yo lo viese. Entonces ella volvió a su expresión seria y desapareció... Jamás creí que ella pudiese poner tal expresión.


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