Todo le quedaba perfecto al cuerpo y pensó que tenía un buen perfil como modelo juvenil pero después recordaba que tenía un encanto natural, las fotos que tomarían y todas las posibles obscenidades que habría con las mismas, y se le pasaba.
No era el cuerpo de Atem, tampoco con el que lo conoció; pequeño, escuálido y frágil. Ahora podía devorarlo con la mirada y sentir como sus glándulas salivares se activaban al imaginar las posibilidades. En algún aspecto pasaba a ser un adepto de su figura por poner un escritorio a frente al propio no sin dejarle en claro que el uso de traje era algo obligatorio por etiqueta y profesionalismo que disfrazaban la verdadera razón de su orden.
Además de que serían a su criterio, desde el color y estilo hasta cuando debía quitarse el saco, que con el calor de la temporada le obligaba a usar, cuando aflojar la corbata (otro de sus pretextos) para después abrazarlo por la espalda tomando sus manos para “mostrarle” como anudarla correctamente.
Pero un nudo iba a otro así como cuando escondía el rostro en el cuello de Yugi para tomar entre sus fauces la tela de la camisa con un ronroneo propio de una bestia complacida que después se aventuraba a recorrer lentamente desde sus hombros, por toda la extensión de sus brazos, hasta llegar a sus muñecas para entrelazar sus enormes manos a las pequeñas de Yugi y sobre las mismas tantear la tela Oxford bajo sus dedos.
El aroma del vapor de la lavandería o el encierro de las tiendas departamentales apenas era perceptible por la esencia natural de la dermis además del sudor.
No importándole que hubiera arreglado hacia poco la corbata y con todo el propósito del mundo deshizo el nudo mientras enganchaba sus manos a la cadera del manoseado.
“Seguro ya puedes hacer algo por tu cuenta, muéstrame tu destreza”
No era la primera vez que le decía algo similar y cuando salía de sus labios no era un “inténtalo” era un contundente “hazlo”.
Tratando de distraer su mente en cualquier cosa que no fueran las caricias de Kaiba sobre la ropa pero en lo único que podía pensar era en el closet del responsable de su notoria erección, no un closet de madera común y corriente, era una habitación completa repleta de todo tipo de diseños de camisas, cortes de los pantalones, un perchero especial para cada corbata además de un espejo de cuerpo completo en donde captaba abochornado las intensas miradas zarcas, a fin de cuentas él podía vestir como se le pegara su regalada gana fuera de la corporación.
Por su parte el empresario realmente no estaba poniendo atención a si Yugi hacía o no el intento de hacer un nudo decente que no tuviera que enderezar, el hormigueo que la estática de la tela comenzaba a causarle entre la uña y el dedo lo tenía en un trance en el que podía darse el lujo de ignorar una llamada que luego excusaría con su importancia en el negocio.