Por su genética es de tez blanca pero muchos piensan que exagera esa palidez, es un bello ángel blanco de la cabeza a los pies. Un bello ángel blanco que dentro, muy dentro de sí tiene un espacio en su corazón que difiere de su personalidad, una parte oscura que, aunque ya no esté conviviendo con él, le asusta, le aterra sin darle espacio a pensar en un posible trauma de su parte pues a su punto de vista está enamorado de un fantasma, de una memoria y una sombra.
No era que cuando estuviese con el ladrón de tumbas hubieran establecido una relación más allá de sólo huésped pero tampoco pasó a un posible romance como con Yugi y el faraón y siendo sincero les tenía envidia.
Había sido usado para fines de venganza y aún con todo no le tenía algún resentimiento al espíritu, sentía que en algún punto podía comprender su sentir pero cuando intentó dar su opinión fue castigado, no física ni verbalmente. Lo que compendia el castigo de su parte oscura era meramente vendarle los ojos sin que pudiera repelar al respecto, esperaba a una mínima distracción del albino menor para llegar por sorpresa con cualquier cosa de tela que encontrara en el acto, se acercaba a su oído para susurrarle un “Si no puedes ver no puedes juzgar, silencio” .
Ahora que había pasado un tiempo liberado de todo atisbo de represión no dejaba de pensar una y otra vez en él, sí, lo trataba como a un extraño sin consideración cuando no tenía ánimos de prestarle su cuerpo… lo olvidaba nunca tuvo la opción de compartirlo, era sometido a merced de deseos del otro.
Los días y noches eran lo mismo, mirar a la luna en busca de ese rostro tan similar al propio en espera de que el viento le diera una mala jugada a su memoria para escuchar su voz siquiera, dormía desnudo a la expectativa de que al despertar sería por una caricia, por un beso.
Lloraba, suspiraba pero sobretodo extrañaba la sola presencia de su huésped, de vez en cuando mirarse al espejo terminaba por darle jaquecas al sentir una opresión en su pecho, típica de cuando el odio se acrecentaba en su corazón, cuando cedía a ser tomado. No podía más, era tiempo de hacer algo al respecto o terminaría desquiciado de algún modo por su propio raciocinio.
Así comenzó su adoración y fascinación por la oscuridad envolvente de la noche y la oscuridad artificial de cuando buscaba algún pañuelo para privarse de que sus ojos recibieran el estímulo óptico, ahora él se repetía “Si no puedes ver, lo puedes imaginar”. Así su imaginación corría por su cuerpo en un frenesí de estímulos a base de espasmos primeramente por el frío, después por sus propios brazos que lo envolvían en un abrazo que gustaba pensar era ajeno.
Ladeando su cuello en todas direcciones y suspirando su propio apellido como nombre propio de aquel que imaginaba besándolo, hablándole, estimulándolo a ciegas.