No es un niño, mucho menos un adulto pero sabe perfectamente que está en una etapa que la mayoría considera insensible y apática cuando es totalmente al contrario, ellos sienten, callan, aman, sufren.
Mokuba Kaiba tiene sus propios intereses y motivaciones algunos muy distintos a los ideales de su querido hermano, porque no quiere encerrarse en su estrés y deberes, quiere vivir y disfrutar lo que al mayor le privó su preparación.
Así que tiene un poco de libertad sin la supervisión constante de sus empleados y dicho espacio lo ocupa al máximo.
La corporación no deja tiempo a relajarse sin que busquen a Seto o a él, su pequeño rincón de cielo y estrés es su habitación en la mansión, prefiere poca luz así que tiene instalado un juego de luces en tonos neón que le dan la bienvenida a una señal de voz.
Camina hasta un rincón en donde recorre una pesada cortina de terciopelo para encontrar un recóndito pasillo que lo lleva a una habitación concurrida para encontrar su pequeño pasatiempo, una cámara de tres espejos.
Disfruta verse a sí mismo, tiembla y no precisamente por el frío como cada que siente que está haciendo algo prohibido, algo emocionante. Se observa de frente y gracias a los espejos adyacentes puede apreciarse de pies a cabeza sin moverse, ve su expresión: sonrojada.
Poco a poco comienza a sentirse abochornado por su propia imaginación que maquiló a toda velocidad cientos de posibilidades para la sesión del día, procede como todas sus rutinas a desvestirse sin perder detalle de sus movimientos, aumenta su miocardio, crece una protuberancia en su entrepierna que estruja un poco cruzando levemente sus piernas.
Finalmente termina devorándose así mismo, le es excitante ver temblar su cuerpo bajo su propia mirada pero no puede negarse a sí que sus cambios físicos lo dejan sin habla.
Tiempo atrás, antes de descubrir su pequeño fetiche, comenzó a ejercitarse para apartar esos pensamientos que le calentaban la cabeza a plenas obligaciones laborales hasta que un día todo lo que dejó acumular tuvo sus repercusiones.
Tuvo que pedir personalmente a sus criadas que tomaran un descaso de un día para poder borrar la evidencia de aquel momento, se planteó que jamás ocurriría de nuevo y tuvo que buscar alternativas, así llegó a gustar de auto explorarse frente a un espejo.
Queda a horcadas en el piso y comienza a jadear al tiempo que sus manos comienzan su recorrido desde sus mejillas a su cuello, hasta su tórax donde le entretiene juguetear con sus pezones, prosigue a sus costados y finalmente atiende su miembro. No aparta la mirada de su reflejo, comienza a masturbarse y quiere un poco más de lascivia de su parte, lleva una mano a sus labios, los acaricia con la lengua y los llena de saliva que desborda por su mano y parte de sus comisuras, levanta el rostro al techo, donde hay otro espejo, sus ojos están brillosos y lagrimean, su cuerpo se sacude en un violento espasmo y eyacula.