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Woods por Dakuraita

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Notas del capitulo:

Lo que la música clásica y el cariño por una ship y sus personajes puede llevarte a ser es increible. Este capitulo casi se escribió solo. 

Y entonces la promesa se hizo, el bosque fue testigo y el sol el juez

 

Reo pasó días conversando con el leñador, escuchando atento todas sus explicaciones respecto a su vida. No se comentó nada respecto a su historia, pero al fauno poco le importó, estaba centrado en el hoy y por ello la existencia del hijo de Adán era importante tal cual era en el presente, sin importar que antecedió a todo momento. En el bosque se aprecia el hoy, en el hoy se está vivo, se respira, se come, se juega, se canta; ¿qué importa lo que se hizo, o lo que habrá de hacerse? Lo que se está haciendo es lo realmente esencial, en lo que se tiene control. Las criaturas saben que sus deseos, aunque importantes, al final no terminan de afectar el flujo de sus vidas, lo que es su destino no dejará de serlo.

 

El fauno escuchó interesado lo que opinaba el leñador al respecto. Kiyoshi no tenía grandes aspiraciones respecto al futuro, él también vivía su día a día y aunque intentaba prever las tormentas o los crudos inviernos, al final se resumía al esfuerzo pequeño de cada día, algo similar a las criaturillas que almacenan para el invierno pues saben que es lo que se debe hacer para sobrevivir. El dios del invierno no es el más generoso de los dioses de las estaciones, así que se debe tener cuidado y respeto ante las clara señales. Los guardianes educan a sus crías y estas siguen un ejemplo. ¿El guardián de Kiyoshi le enseñó a seguir el hoy y prever el desastre? ¿Lo aprendió? ¿Cómo funcionan en realidad los hijos de Adán? Reo era sin duda una criatura curiosa, y como contó después a Kiyoshi, era un poco renegado ya que él estaba interesado en la sabiduría ancestral y en los conocimientos del mundo, algo que a otros faunos poco les interesaba, siendo estos criaturas de tradiciones, música y expresión, ¿qué tenían que ver con el saber?

 

—¿Son todos los hijos de Adán como tú? —preguntó Reo— Quiero decir, aquellos que viven más allá del bosque.

 

—Puedes llamarlos “personas” —invitó Kiyoshi—; sinceramente, no lo sé —se encogió de hombros y suspiró—. Las personas son todas diferentes, algunas mejores que otras, pero, si quieres saber que creo yo, es que todos tienen aunque sea un poquito de bondad en ellos.

 

—¿Qué definirías como ‘bondad’? —las pezuñas de Reo dieron unos golpecitos en el suelo—. En el bosque la bondad es un tema extraño, porque muy pocos tienen la habilidad de ponerse a pensar si están siendo buenos o no, pues no hay intención, solo siguen la ley natural, esa que obedecemos porque sabemos que es perfecta.

 

—Bueno, la gente no suele tener leyes arraigadas, aprendemos a seguir las reglas que nos permitan estar en comunidad, por ejemplo, hacer daños a otros es mal visto y si haces mucho daño, entonces te alejarán porque has actuado mal —Kiyoshi se quedó pensando, jamás había hablado de algo así y él mismo intentaba encontrar las respuestas que tendrían más posibilidad de dejar al fauno satisfecho—. La bondad es entonces lo contrario, es hacer cosas buenas, como ayudar a otros, o compartir alimento con quien no tiene, o incluso mostrar amabilidad y comprensión.

 

—¿No es eso algo que deberían hacer por el simple hecho de que es la mejor elección para garantizar la supervivencia de todos? —Reo puso una escéptica expresión en su rostro, de manera que el puchero en sus labios decía: “Me parecen realmente incoherentes”.

 

Kiyoshi sonrió y se frotó la nuca con su mano derecha, no pudo evitar reír ante esa expresión.

 

—Es lo que debería hacerse pero rara vez se hace, aunque es lo mejor para todos, usualmente se ve por uno mismo, y por eso es que la bondad es muy preciada, porque cuando se muestra es porque nace del corazón, no estamos obligados por nada para actuar de manera correcta, e incluso a veces es más fácil actuar egoístamente… es un tema complejo, nunca había pensado en ello.

 

—¿No? —las patitas de Reo dieron un golpecito de emoción—. ¿Te gustaría hablar más de eso?

 

—¿Por qué? ¿Tú quieres saber qué pienso? —Kiyoshi alzó las cejas, incrédulo, considerando el escepticismo de Reo, su interés era casi halagador.

 

—Nunca había hablado con un hijo de… quiero decir, con una persona, quiero saber más.

 

—No soy la persona más sabia, así que no te aconsejo creerte todo lo que diga, es mi opinión —advirtió Kiyoshi.

 

—No me importa —rezongó el fauno— tú opinión es la única que pienso conocer, sería un problema si otros humanos supieran de mí.

 

—¿Por qué?

 

—Cuentan los más ancianos y sabios, que hubo tiempos en los que convivíamos, pero fuimos vistos como una amenaza… un día un hombre se alzó y declaró tener el saber del más allá, una deidad que nadie en el bosque conocía, alguien que se asemejaba al hombre pero que era reconocido como su creador; y entonces empezó a decirse que éramos una señal de alguien llamado “el maligno”,  hasta que, con el pasar del tiempo, se nos consideró una amenaza y una mentira a su vez; a muchos de mis hermanos los cazaron y mataron… Es una penosa historia que se nos cuenta para que entendamos porque no debemos salir del santuario.

 

Kiyoshi comprendió la historia, aquello debió ser cuando años atrás se construyó el primer templo y entonces el primer sacerdote del pueblo debió hacer aquella división. Y, ahora que Kiyoshi lo pensaba, había historias que se contaban a los niños pequeños de que si se portaban mal el diablo vendría por ellos y se los llevaría lejos. Usualmente el diablo era retratado como un ser con patas de cabra, cuernos y una extraña cola; no obstante el color de la piel era descrito como rojo. No obstante, también existían cuentos que hablaban de los faunos y los describían como criaturas hermosas y nobles; Kiyoshi creció con historias, cuentos y hermosas fantasías. Su madre, que en paz descanse, siempre le contó maravillosas historias sobre la magia blanca, el bien y las fantásticas criaturas que habitaban en el bosque. Claro que Kiyoshi creció para olvidar muchas de esas historias y tomar sin tanto rodeo o imaginación de más.

 

Si hubiese crecido en el pueblo, tal vez la primera vez que hubiese visto a Reo habría salido despavorido, habría ido a contar su historia en el pueblo, le hubiesen acusado de volverse loco en el bosque y habría sido alienado. O bien, habría contado su historia y el sacerdote el habría dicho que estaba viendo el mal en los bosques por el peso de sus pecados.

 

—Lamento escuchar eso —dijo Kiyoshi al fin— Y te prometo que yo no creeré eso.

 

—¿Cómo puedes decir eso tan a la ligera?

 

—¿Sigues creyendo que soy alguien peligroso? —preguntó el leñador, y Reo negó—. Pues, así mismo yo tampoco creo que seas una criatura del mal, no cuando tienes unos ojos que reflejan el bosque y su grandeza.

 

Las orejas de Reo se movieron ofuscadamente, y el rostro de este enrojeció. Kiyoshi pensó que Reo era hermoso a su manera, no por su rostro únicamente, sino porque era sincero, sin tapujos o mentiras, era él mismo todo el tiempo. Sus emociones eran claras y se veían reflejadas mostrando su interior. Era todo lo contrario de los humanos, que cuando son niños muestran su interior pero al crecer aprenden a disfrazarlo todo y lo protegen con una coraza. Algunos exponen más de sí mismos que otros, y aun así, jamás se sabe quién se es, porque el verdadero yo ha sido oculto hasta de uno mismo.

 

—El otoño ha llegado —Reo se acercó a un enorme árbol cuyas raíces se extendían cómodamente; y juntó su frente con la corteza, y entonces dijo unas palabras que Kiyoshi no alcanzó a entender. De pronto, las hojas del árbol empezaron a cambiar de color, volviéndose ligeramente amarillas, unas empezaron a caerse, no demasiadas, ya que el otoño apenas estaba empezando—. En primavera volverán a crecer, no tengas miedo.

 

Kiyoshi observó en silencio y observó las manos del fauno, como recorrían los surcos en la corteza del árbol, y como este parecía responder ante su tacto, ante su voz… Sin duda, como había dicho Reo, los faunos eran los hijos más amados del bosque. ¿Quién sino habría podido ocasionar semejante espectáculo?

 

—Kiyoshi, acércate —llamó el fauno, con dulzura; el leñador obedeció y entonces cuando estuvo lo suficientemente cerca, Reo tomó su mano y la colocó sobre el árbol. Reo dejó su mano sobre la de Kiyoshi y entonces el leñador empezó a sentir una ráfaga de extraños sentimientos, las sensaciones iban y venían. Durante unos segundos pensó que comprendía al árbol, por más imposible que aquello sonara.

 

¡Cambio! ¡Cambio! ¡Es tiempo de cambio!

 

Mis hojas de color poco a poco se están cambiando.

 

El verano va a descansar una vez más.

 

Es tiempo, ¡Es tiempo ya!

 

¡Otoño, Oh Otoño!

 

¡Vamos a jugar!

 

Tus travesuras se avecinan, pero nuestra promesa permanece.

 

Yo te dejaré que me dejes sin ramaje, y tú me harás volar.

 

Yo soy el árbol, yo soy las hojas, el cambio me lleva y llevo al cambio.

 

¡Oh Otoño, amigo mío!

 

¡Se bueno una vez más conmigo!

 

¡Aunque inseguro estaba, ahora estoy más que listo!

 

Kiyoshi cerró los ojos dejándose llevar por los vientos de la tarde que soplaban despeinando su cabello caoba; Reo estaba cantando, pero su canción carecía de palabras, era música pura. La melodía iba a la par con la canción del árbol, que en dulce armonía parecían danzar. La canción iba y venía con las ráfagas de helado viento que caló al leñador incluso más allá de la piel, dejando su marca hasta los huesos. Era lo más hermoso que jamás había experimentado en su vida. Y ciertamente Kiyoshi siempre se preguntó si los arboles sentían cuando los derribaba, ahora, con algo de pena, se sentía arrepentido por sus acciones, pero tuvo que perdonarse, pues sabía que no lo hacía con malas intenciones, no era su intención ser ruin o hacer daño. El leñador, desde el fondo de su corazón pidió perdón al árbol.

 

—Abre los ojos hijo de Adán —la voz de la canción le llamó.

 

Kiyoshi abrió los ojos y entonces se encontró solo, con el árbol que ahora tenía un rostro en su tronco. Sus ojos no tenían pupila pero aun así el leñador supo que este le observaba. Reo parecía haberse ido, sin embargo, aunque Kiyoshi lo buscó con la mirada, no encontró nada. El árbol, cuya voz era profunda y áspera ahora que no cantaba, pareció reírse de la incredulidad del humano.

 

—No tienes que temer, ¿qué podría hacerte un viejo como yo? El fauno nos está dando este regalo.

 

—¿Reo? ¿Él está haciendo esto?

 

—Así que ese es su nombre —el árbol pareció sonreír, o al menos esa impresión le dio al leñador—. Él nos está permitiendo hablar, los humanos no suelen escucharnos cuando hablamos, ¡Lo cual es tan bueno como malo! Sería muy penoso si escucharan nuestros chismes y nuestras bromas —el árbol volvió a reír jocosamente—. Pero por otro lado, a veces desearíamos que pudiesen escucharnos, ¡tenemos tanto por decirles!  Les vemos preocupamos, escuchamos sus sollozos, sus charlas al viento, escuchamos sus canciones de amor y presenciamos sus momentos que comparten con nosotros… Nos apena que tiren a nuestros hermanos más jóvenes, es algo que nos apena mucho, pero entendemos, comprendemos los designios de la naturaleza y mantenemos calma ante ello. Los árboles no somos las criaturas más activas del bosque, ni siquiera ellas nos escuchan siempre, por lo que jugamos con quienes nos visitan, cantamos para las estaciones y hablamos entre nosotros, es lo que podemos hacer y lo hacemos por gusto, no vemos caso a lamentarnos por ser como somos, pues lo que somos nos hace precisamente quienes somos, y somos así porque así se decidió, ¿para qué encapricharnos con sueños imposibles, y sentirnos desdichados por las carencias? Así pues, quiero decirte algo, joven humano.

 

Kiyoshi escuchaba cada palabra del árbol, genuinamente interesado y maravillado por la sabiduría, aunque a su vez sintió impotencia, ¿cómo es que podían aceptar las cosas como eran? Pero, por otro lado, sabía que tenía razón. Si se encapricharan con querer ser algo más, vivirían torturados.

 

—¿Qué quiere decirme? —preguntó Kiyoshi.

 

—Escuché tu disculpa, pude sentirla y sé que hay sinceridad en su corazón, los árboles sabemos muchas cosas… y aunque agradezco que me hablaras, quiero decirte que no tienes que disculparte.

 

—He matado a tantos de ustedes, ¿cómo no puedes enojarte conmigo? ¿Cómo no disculparme?

 

—Los jóvenes siempre son tan emocionales y necios —el árbol sonrió y suspiró—. Lo entenderás tal vez algún día, tal vez no. Si no lo comprendes, sigue tu vida; en fin, ahora déjame explicarme. ¿Crees que los lobos se disculpan por devorar toda una manada de conejos? Presencio y siento muchas cosas, pues nuestras raíces sienten hasta la más fina de las emociones y movimientos, por ello sabemos. Los humanos, pese a que son algo que nadie en el bosque comprende del todo, también son fascinantes y los arboles hemos observado durante mucho tiempo a los suyos, como te decía. No todas las criaturas del bosque serán como yo, deja que te advierta, habrá quien odie a tu especie por sus actos, y los juzgará a todos por las acciones de uno solo. Usualmente los viejos somos un poco más comprensivos, ese es nuestro mayor don y virtud, podemos entender a otros y podemos aceptarles sin oponernos. Así sucede cuando tu existencia es como la nuestra, somos observadores del mundo. Por ello, no te sientas culpable de hacer lo que debes hacer; no obstante, hay solución para lo que justo ahora percibo que sientes. Cada que debas terminar con uno de nuestros hermanos, dale vida a uno más, o a diez, o a los que sientas que sopesarán tu acción… Eso es lo maravilloso de ustedes, que se piensan las cosas y todo el tiempo se andan preguntando si están bien o mal, pero es un dolor de cabeza, ¿a que sí? Lo sé, lo sé. Obra con el bien, pero vive, es lo que este viejo tiene que decirte.

 

Kiyoshi se secó las pequeñas lágrimas que sintió quemar sus mejillas, estaba tan conmovido que no tenía palabras.

 

—Lo haré.

 

—Bien, ¡eso quería escuchar! —el árbol estornudó y hojitas cayeron—. Disculpa, disculpa —rió nuevamente y luego adoptó una cara seria—. ¿Te puedo pedir un favor, humano?

 

—¿De qué se trata?

 

—No me queda mucho tiempo en el mundo, así que gozaré la última primavera y para cuando llegue el siguiente invierno, quiero que tú seas quien corte mi tronco y donde estuve yo, pon a uno nuevo… este es un lugar agradable, ¿sabes?  Y, si no te molesta, pon a otro a su lado, a veces cuando se es tan viejo cuesta escuchar a los vecinos.

 

—Lo haré, lo prometo.

 

—Hasta pronto, humano. Buen viaje.

 

Kiyoshi abrió los ojos y se encontró con el rostro de Reo; el fauno estaba sentado con sus piernas echadas de lado, la cabeza de Kiyoshi descansaba en sus piernas. El viejo soplaba y las hojas que estaban en el suelo iban y venían.

 

—¿Han hablado de algo interesante? —preguntó Reo, quien cariñosamente acariciaba el cabello de Kiyoshi— Has dormido un buen rato, así que supongo que te ha contado algo bueno…

 

—Reo, ¿tú en serio hiciste eso?

 

—Es la primera vez que lo intento, no sabía qué sucedería, solo hice lo que sentí que debía hacer —el fauno sonreía cálidamente—. Gracias Kiyoshi, él está muy feliz, ahora podrá divertirse como siempre.

 

—¿A qué te refieres?

 

—Los faunos podemos sentir las emociones en los árboles y plantas, es un don que se nos dio para poder entender y entonces ayudarles sin necesidad de hablar... algunos faunos más viejos tienen tal poder que pueden incluso escuchar sus cantares sin necesidad de tocarlos, yo soy joven así que necesito tocar para poder escuchar —Reo se recargó plácidamente contra el árbol, algunas hojas estaban en su cabello, se veía natural y hermoso—. Estaba triste, tenía miedo… los árboles conocen perfectamente cuando se avecina el momento. Si yo no hubiese estado aquí, se habría resistido a cambiar, y entonces la transición hubiese sido difícil, y su última primavera estaría arruinada, ya que sin el cambio y la muda de su follaje no habría un nuevo florecimiento, y él florecerá hermosamente. Todos aceptamos la muerte, Kiyoshi, no peleamos contra ella, no nos negamos a ella, pero todos nos sentimos un poco miedosos al respecto, todos nos sentimos tristes, todos estamos ansiosos, porque nos hemos acostumbrado a vivir en la tierra y hemos olvidado cómo era antes, por lo que el después a veces inquieta. Por ello, una ayuda jamás viene de más.

 

—No es tan diferente de los humanos.

 

—Te lo dije, son hijos de la tierra, como nosotros, aunque ustedes son diferentes.

 

—¿Te da miedo morir, Reo?

 

—No estoy seguro a qué le temo, pero todos tememos.

 

Kiyoshi tomó la mano de Reo y entonces las entrelazó.

 

—Yo ya no tengo miedo —aseguró Kiyoshi.

 

—¿Y a qué se debe el cambio? —preguntó Reo.

 

—Porque si muero, ya no moriré solo.

 

—¿Cómo sabes eso?

 

—Sé que no me dejarás morir solo.

 

El fauno asintió comprendiendo la petición tras esas palabras, y luego se inclinó y besó la frente de Kiyoshi.

 

—Es otra promesa más.

 

 

Notas finales:

Espero les haya gustado, la verdad a mi me encanta escribir esto, tengo un enorme amor a la fantasía y espero mejorar más y más. Pronto voy a estudiar un poco más para darle más toques a esto.

 

Si les gustó compartanlo, sé que esta pareja no es muy popular pero no importa, espero que la lleguen a conocer y le den una oportunidad.

 

 

 

¡Nos leemos pronto! ¡Muchas gracias por regalarme tu tiempo! 


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