kumeak
El sol pegaba en sus cabellos rubios haciendo que brillaran cual oro, sus ojos fríos miraban las flores que recogía mientras las cantarinas voces de sus hijos lo distraían un poco.
El más joven de los 5 al fin era un Alfa enlazado y con una vida hecha, a los límites de Ilargia. Era una leyenda viviente, tal como lo fueron Kakashi, el Aseezina, y Naruto, el asesino de Denbora.
Había hecho grandes cosas en su vida y ahora tomaba un pequeño descanso con su Omega que había dado a luz la noche anterior, y con sus dos hijos mayores.
Ya no era un crío como lo fue hace mucho tiempo atrás, ahora ya no lamentaba la muerte de su madre. Era alguien con cadenas y penas, con libertades y sonrisas…
Cuando sintió una presencia a sus espaldas trató de no jadear, desde hace mucho no sentía una presencia igual, aun recordaba cómo se erizaba cuando sus hermanos —los dioses—, lo visitaban en su juventud, y ahora, estaba pasando igual.
—Niños, vayan con su madre y llévenle esto —dijo fuerte y sus hijos obedecieron de inmediato, alejándose de ahí.
—Argia…
Su nombre resonó fuerte y él quiso llorar, su pecho estaba siendo abierto y la emoción flotaba sin poder controlarla. Volteó la mirada de inmediato, encontrando la imagen de su madre, Naruto seguía estando hermoso, su cabello era largo y vestía unas túnicas casi transparentes, el aura que lo rodeaba era brillante y pura, y Argia lo contempló durante un largo rato.
—Madre… ¿Cómo es posible?
—Los dioses son vehementes y yo quería visitar a mis hijos una última vez…
—¿Padre te ha tratado bien? —murmuró.
—Ha sido una larga y pacífica estadía. Soy afortunado…
—Mis hermanos tienen que verte, ¿por qué te presentas sólo a mí?
—Porque estoy hablando con ellos de la misma manera que hablo contigo…
—¿Cómo es eso posible? —dijo impresionado.
—Son los poderes de un dios…
—¿De qué hablas?
—Soy un dios… y tu deber como mi hijo, será informar que el dios caído, ha vuelto a resurgir.
El silencio permaneció y Argia asintió, pues entre las leyendas más antiguas se contaba de ese dios, seguro Zerura tendría más éxito buscando esos pergaminos roídos por el tiempo. No quiso preguntar más, supo que no había tanto tiempo para ello, así que se limitó a verlo sonreír y mirarlo orgulloso.
—¿Eso me convierte en el hijo de dos dioses? ¿Soy un dios completo?
—Te tuve cuando era mortal, no te atribuyas algo que no eres —dijo tajante y Argia sonrió de lado, en un gesto tan característico de Sasuke.
—Sigues teniendo la soberbia de un rey.
—Y tú la de un semidiós…
Ambos rieron y Naruto se acercó para tocar suavemente la cara de su pequeño cachorro, el más joven de todos sus hijos, luego beso cada uno de sus párpados, susurrándole suavemente.
—Estoy orgulloso de ti, del hombre en el que te has convertido, de mis nietos y de tus hazañas. Mi profecía hacia ti será… Grandes virtudes por venir y lágrimas que derramar, pero no temas, porque mi mano nunca te abandonará.
—¿Todavía piensas en mí cuando estás allá?
—Todos los días te veo… Mis ojos nunca se apartan de ustedes.
Mientras Argia hablaba con Naruto en un campo de flores, el dios también estaba frente a Haize, el rey de todo Ilargia, quién le presentaba al cachorro recién nacido que tenía en brazos y contaba todo lo bueno que había hecho con el reino de sus padres.
—Protegí a Ilargia por mucho tiempo y ahora es próspero, tal como lo fue cuando tú y mi padre eran jóvenes.
—Eres tan fuerte como siempre supe que serías. El dios Indarrean está fascinado contigo, cachorro —dijo dulcemente mientras sonreía atento a sus historias, aun cuando ya supiera todo lo que Haize contaba con emoción y melancolía.
En otro lugar, mientras Badén jugaba con el cabello de Mahats, Naruto les contaba una pequeña historia y reían todos juntos.
—Estoy orgulloso de que no dejaras a Argia ir solo a esa guerra. Ganaste con ferocidad, Badén —dijo fuerte—. Y tú, mi precioso Mahats, fuiste valiente y perdiste tu belleza por ello, pero conseguiste el amor que tanto buscabas y una hermosa familia.
Naruto acariciaba la cara llena de cicatrices que su hijo portaba y el Omega sonreía dulcemente contra el suave tacto de su madre.
Por su parte, Zerura estaba fuera de Ilargia, lejos de todo lo que una vez lo unió a ella, pero ahora, ahora lloraba tristemente contra el regazo de su madre, mientras este le cantaba, recordándole lo que una vez fue su hogar.
—Es hora de volver… tu familia te espera —susurró el dios y su hijo sollozó.
Y, cuando su tiempo terminó, Naruto miró a sus hijos a los ojos, les dio una última caricia y sonrió.
—Lo siento por haberme ido de esa manera, pero los amo, y no duden que mi bendición está con ustedes, y, cuando llegue el momento, yo les recibiré con dolor al saber que sus vidas han acabado, pero con amor por saber que comenzarán una nueva.
Naruto hizo una pequeña reverencia y su persona comenzó a desaparecer lentamente envuelta en pequeños polvos brillantes, dejando con un vacío en el pecho de sus hijos y unas sonrisas tristes en sus rostros.