Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cuestión de orgullo por SaraChan

[Reviews - 14]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

RECOMIENDO SALTARSE ESTE CAPÍTULO Y LEER EL SIGUIENTE.

Este capítulo es una versión preliminar, por decirlo de algún modo. El capítulo siguiente es, básicamente, lo mismo que este, pero versión definitiva.

AHORRAOS EL SUFRIMIENTO DE LEER ESTO (?)

¿Por qué no lo borro? Bueno, ya hay bastante gente que lo ha leído, así que he considerado mejor hacerlo de esta manera.

-          Oye, Zoro. Llevamos ya dos días saliendo y todavía no hemos tenido sexo.

Zoro escupió involuntariamente la mitad de su bocado, y se atragantó irremediablemente con el resto. Con ojos desorbitados, era incapaz de creerse la seria expresión que le dedicaba su interlocutor. El notable sonrojo en su rostro era una combinación de la sorpresa, la vergüenza y la falta de aire que rápidamente acaeció su ataque de tos.

Como si lo que le sucedía al espadachín no fuera con él, Sanji se giró para terminar de secar los últimos vasos. Al acabar y con absoluta tranquilidad, se acercó a la mesa, provocando que el espadachín se pusiera en guardia.

-          ¿Has terminado? – sin esperar respuesta, aunque tampoco habría llegado de haberlo hecho, recogió el plato que estaba frente a Zoro y volvió a la cocina.

El espadachín estaba completamente en blanco. No sabía ni qué decir, ni cómo actuar. Ni siquiera estaba seguro de haber escuchado bien: le parecía que el comentario del cocinero había sido tan esperpénticamente incoherente e inesperado, sin nada anteriormente dicho que pudiera sugerirlo o anticiparlo, que estaba por jurar ante cualquier tribunal que había sido una mala broma de su imaginación.

Con una prepotencia e indignación dignos del incuestionable cocinero del amor, Sanji se giró en su sitio y miró a Zoro por encima del hombro.

-          Por favor, ¿encima no vas a responderme? ¿Eres un capullo?

Zoro parpadeó. Intentó pensar, aunque fuera por un mísero segundo, lo que decir a continuación. No le sirvió de mucho.

-          ¿Estamos saliendo? – No había cerrado la interrogación y ya tenía al cocinero encima de él, agarrándole de la pechera y mirándole de una forma que le parecía demasiado amenazante para la situación. Interpuso sus manos entre ambos y desvió la mirada. – Perdón, no pretendía ser tan torpe.

Sanji asintió con firmeza, conforme con su disculpa, empujando al espadachín de nuevo contra su silla. Resopló.

-          Entonces, ¿por qué no nos hemos acostado todavía?

Zoro se frotó con fuerza la cabeza. ¿Estaba todo eso sucediendo de verdad? ¿Estaba el cocinero burlándose de él? ¿Qué demonios estaba pasando? No era capaz de entender absolutamente nada de lo que el idiota frente a él parecía echarle en cara.

-          ¿Qué clase de pregunta es esa?

-          ¿Cómo que qué clase de pregunta es? Escúchame, Zoro – la mera mención de su nombre por parte de esos labios fue aliciente suficiente para hacer que el espadachín alzara la vista hasta los ojos del cocinero. - Una de las ventajas de tener pareja es poder hacer cosas pervertidas cuando quieras.

Zoro entrecerró los ojos. Esa irreal charla le hacía sentirse avergonzado.

-          Bueno, para empezar, y perdona que insista, no sabía que éramos pareja.

-          ¿No lo dejé lo suficientemente claro la otra noche?

Zoro reflexionó un instante. Ladeó la cabeza.

-          La verdad, no del todo. No hasta este…

-          Olvídalo – Sanji gruñó, arrastrando la silla frente al espadachín y tirándose sobre ella. – Somos pareja, ¿entendido?

El espadachín sostuvo durante unos segundos la desafiante mirada que Sanji le dedicaba. Por algún desconocido motivo, se sentía exhausto.

-          No estoy seguro de si debo sentirme feliz por ello.

-          ¡Como osas! Estás saliendo con el super sexy cocinero del amor, deberías llorar de alegría.

-          De todos modos – con una mueca en el rostro, Zoro se apresuró a interrumpir el estúpido discurso autocomplaciente que ese cocinero idiota estuvo a punto de soltarle, - eso no justifica tu absurda pregunta.

-          No es absurda – Sanji encendió un cigarrillo. Tuvo que desviar un momento la mirada antes de continuar. - Soy tu pareja, y estamos saliendo. Así que, más te vale empezar a pensar en mí como tal, o te echaré a un lado y me buscaré otra persona rápidamente.

Los ojos del espadachín se abrieron ampliamente ante la leve incomodidad que fue capaz de notar en el temblor de la mano que sostenía un cigarro frente a él. Sonrió provocativamente.

-          Ya veo, ¿es así? Desde luego, no voy a permitir que te escapes de mí tan fácilmente – el escalofrío que recorrió al cocinero le congratuló, pero, en el momento en que decidió tomarse la pregunta del mismo en serio, su sonrisa titubeó. – De todos modos… ¿te has dado cuenta de que ambos somos hombres?

-          ¿Tú no?

Al principio, Zoro no supo qué responder. Por supuesto que era obvio que ambos eran hombres, era algo que siempre había tenido en cuenta. Pero, en ese momento, Sanji parecía haber correspondido sus sentimientos, algo que nunca había esperado que sucediera. Se encontraba en una situación que nunca había imaginado, así que cuestiones del tipo de cómo podía ser su relación, siendo ambos del mismo sexo, nunca se las había planteado.

Ni siquiera en esos dos días, a pesar de que tuvo constantemente presente su conversación con el cocinero, se había planteado ese tipo de cuestiones.

Su silencio fue malinterpretado por Sanji, quien se sintió insultado.

-          No me digas que habías pensado en mí de forma diferente a la de un hombre.

-          No digas tonterías. Por supuesto que sé que eres un hombre. Uno un poco idiota, pero hombre, al fin y al cabo.

-          ¿Estás buscando pelea, cerebro de musgo?

-          Aun así, nunca me planteé este tipo de cosas. Aun sabiendo mis sentimientos por ti, no me esperaba que acabáramos… - Zoro hizo una pausa, no encontró explicación lógica para ella. – En fin, así.

Sanji se calmó y se tomó un momento para reflexionar. Aprovechó para fumar un par de caladas.

-          Creo que puedo entender eso. Siempre has sido un marimo lento, así que, supongo que no puedo culparte por pensar así.

-          Ahora eres tú el que busca pelea, ¿verdad?

-          Pero yo quiero tener sexo – Sanji suspiró con una amargura y decepción que terminaron con cualquier atisbo de comprensión que pudo nacer en el espadachín. – ¿De qué me sirve tener pareja si no puedo disfrutar de los placeres de la vida?

-          El sexo entre hombres no es lo mismo que con una mujer.

Una muy irritante sonrisa de suficiencia se formó en el rostro de Sanji.

-          Fíjate, si hasta este marimo idiota sabe diferenciar los básicos de la vida.

-          Te voy a cortar en rodajas.

-          No debe de ser tan diferente, ¿verdad?

-          ¿Por qué me preguntas a mí?

Genuinamente sorprendido, algo que fue todavía más ofensivo, Sanji observó al espadachín.

-          Pensaba que tenías experiencia – apenas había terminado la oración, y ya tenía al espadachín sobre él, agarrándole de la pechera y alzándole con violencia, enfadado e indignado. Sanji interpuso sus manos entre ambos, a modo de desesperado escudo. – Perdón por mi atrevido comentario.

-          No sé por qué demonios has dicho eso, pero yo nunca me he acostado con un hombre.

-          ¿Y con una mujer?

Zoro suspiró. No era capaz de entender las cosas que pasaban por la cabeza de su acompañante. Le soltó y volvió a su sitio.

-          ¿Por qué demonios haces ese tipo de preguntas? – El silencio se alargó un extraño minuto, provocando que Zoro alzara la cabeza para encontrarse con un muy tímido cocinero. No era capaz de creérselo. – Tú… ¿nunca te has…?

-          ¡Cállate! ¡No quiero que alguien como tú lo diga!

-          Espera, esto es muy inesperado. ¿En serio tú nunca…?

-          ¡He dicho que te calles! ¡No lo digas!

Exaltado, Sanji se dejó llevar y enlazó, sin querer, su mirada con la de Zoro, aumentando su muy notable sonrojo todavía más, si es que era posible. Zoro quería reír, pero sabía que eso ofendería de sobremanera al cocinero. Haciendo acopio de todo su autocontrol posible, se limitó a soltar una sonora carcajada. Antes de que las quejas del cocinero se hicieran oír, habló:

-          Desde luego, es algo que no habría imaginado. ¿Cómo es posible? Me cuesta creerte.

-          ¿Por quién me tomas? – Todavía pudiendo ser confundido con un tomate, Sanji halló valor para sostener la mirada del espadachín. – Las mujeres son seres a los que hay que apreciar y respetar. Yo no podría ponerles un dedo encima.

-          ¿Preferirías ser eternamente casto?

-          No… - extremadamente nervioso y sin poder ocultarlo, Sanji comenzó a jugar con un mechón de su flequillo, mostrando un puchero en su rostro. – Siempre pensé que los actos de amor de este tipo deberían hacerse con la persona adecuada…

-          Ah… ¿eres una niña a la espera del príncipe azul?

-          ¡Cierra la boca! ¡No te he pedido tu opinión! – Sanji golpeó la mesa con la palma de la mano y aplastó el cigarrillo en su puño. ¿Podía caer más bajo? ¿Cómo su conversación había derivado en eso? Gruñó y agachó la cabeza. – Esta es la forma en la que me han educado, yo no tengo la culpa de pensar como pienso. Y tampoco creo estar equivocado. Así que, ni se te ocurra juzgarme.

-          No lo hago – Zoro alzó la cabeza, sonriendo suavemente. – ¿Eso significa que yo soy esa persona adecuada? – ambos cruzaron la mirada. Zoro amplió un poco más su sonrisa. – Eso es algo halagador.

¿Qué podía decir ante esa expresión tan dulce y apasionada que ese estúpido espadachín le dedicaba? A él, exclusivamente para él. Hasta los pensamientos de Sanji se perdieron en el vacío eco de su mente. Por supuesto que era él esa persona; en esos dos días, sus sentimientos no habían hecho más que crecer y afianzarse en su interior, pensando hasta el absurdo únicamente en Zoro, recordando cada palabra suya, cada acto que había hecho durante su viaje, demostrándose a sí mismo que era una persona por la que podía tener ese tipo de sentimientos sin arrepentirse de ello.

Por supuesto que no se lo diría. Al menos, no tan fácilmente.

Reunió fuerzas de donde no sabía que aún le quedaban. Sonrió con burla.

-          Qué presuntuoso eres.

Zoro rio. ¿Cómo era posible que ese hombre pudiera hacerle tan feliz con tanta facilidad?

-          De todos modos, creo que vas un poco rápido.

-          ¿Rápido?

-          Sí… - Zoro se levantó despacio, y recortó lentamente el espacio que les separaba. Situándose frente a Sanji, apoyó una mano en la mesa y la otra sobre la mejilla de su acompañante. Se inclinó suavemente sobre él, notando su temblor. – No deberías hablar de sexo cuando ni siquiera hemos tenido un beso en condiciones.

Acortó fácilmente el espacio que aún les separaba, posando los labios sobre los de Sanji, primero en un pequeño roce a modo de petición, luego capturando el inferior entre los suyos, acariciándolo, degustando el humo que había dejado su sabor en él.

Sanji cerró los ojos con fuerza, sintiéndose de una manera extraña, entre asustado y nervioso, con ganas de dejarse llevar, sin estar seguro de querer hacerlo. Una de sus manos imitó a la del espadachín, sin que él conscientemente lo permitiera, delineando con sus largos dedos los rasgos del rostro de Zoro.

El beso se intensificó lo suficiente para que sus lenguas hicieran contacto por primera vez. Un curioso juego, un inesperado duelo, comenzó entre ambas bocas. La confianza que Zoro desbordaba en ese beso nublaba el juicio del cocinero. Un fuego nació en su interior, clamando por más justo en el momento en el que el espadachín decidió terminar su contacto.

Se separaron lo suficiente como para mirarse a los ojos. Zoro sonrió, Sanji frunció el ceño.

-          Pareces algo nervioso.

-          Cállate…

-          Si apenas puedes con esto, no hables de acostarnos.

-          Que sepas que yo aprendo rápido.

El espadachín amplió su sonrisa.

-          Me gustaría verlo.

Sanji, molesto, no tuvo la oportunidad de replicar. La puerta de la cocina empezó a abrirse y, automáticamente, el espadachín se alejó y Sanji se giró hacia otro lado.

Una sonriente pelirroja atravesó la puerta.

-          ¡Sanji-kun! A Robin y a mí nos gustaría beber algo – sin escuchar la apasionada respuesta del cocinero, que rápidamente se incorporó de la silla y comenzó a bailotear y canturrear en dirección a la cocina, Nami se giró hacia Zoro, sorprendida. - ¿Estabas aquí? Pensé que estarías entrenando en algún sitio, escondido.

Zoro bufó y se sentó en la silla que antes había ocupado Sanji.

-          Estoy cansado de que Chopper corra detrás de mí constantemente. He decidido esperar a que se duerma para que no me moleste.

Nami suspiró con una leve sonrisa en sus labios. Se acercó al espadachín.

-          Sabes, deberías hacer un poco más de caso a lo que te dice. Esta vez has terminado peor que otras veces, tienes que recuperarte bien y descansar apropiadamente.

-          Por un poco de entrenamiento no pasa nada, no quiero que se atrofien mis músculos.

Nami volvió a suspirar, esta vez, resignada. Se encogió de hombros.

-          Está bien, es imposible razonar contigo. Haz lo que quieras. Me aseguraré de advertir a Chopper sobre tus planes.

-          ¡T-Tú…!

-          ¡Nami-san! ¡Aquí tienes un delicioso zumo para ti y un caliente café para Robin-chan! ¡He añadido un par de trozos de bundt cake de limón que hice exclusivamente para vosotras dos! – Zoro sonrió para sí mismo, orgulloso, sabiendo que esa exclusividad de la que se vanagloriaba el cocinero no era más que una farsa, pues él había sido el primero en probar su bundt cuando todos abandonaron la cocina.

-          ¡Gracias, Sanji-kun! Robin estará contenta también. Ya tengo ganas de probarlo.

-          ¡Vuestra felicidad es mi felicidad! ¡Por favor, si necesitáis algo más, decídmelo inmediatamente! ¡Estoy aquí para serviros!

Nami sonrió, ya en la puerta y con la bandeja en la mano. Sanji la había acompañado todo el trayecto, agasajándola como siempre hacía. Zoro había desviado la mirada hacía rato, molesto.

-          ¡Gracias! – despidiéndose con la otra mano, Nami abandonó la estancia.

-          ¡Mellorine!

Aun cuando Nami ya no estaba, el cocinero siguió revolviéndose frente a la puerta unos segundos. Cuando, finalmente, pareció calmarse, un incómodo y pesado silencio se impuso en la sala. Zoro dirigió sus ojos hacia la figura que todavía no le mostraba su rostro. Ni sabía qué decir, ni quería decir nada, pero sentía que debía hacerlo, así que se resignó.

Abrió su boca con la intención de pronunciar unas palabras que nunca vieron la luz.

-          Perdón – de espaldas todavía, el inesperado discurso de Sanji tomó al espadachín por sorpresa. – Estos días lo he estado pensando. No voy a negar más mis sentimientos hacia ti, pero eso no significa que vaya a empezar a actuar fríamente con las mujeres. Yo… - Sanji se mordió el labio. Apretó los puños, sentía mucha frustración. – Creo que este tipo de comportamiento por mi parte es cruel contigo. Pero tengo mis motivos. Por eso, lo siento.

-          ¿Qué demonios dices ahora, cocinero pervertido? – Zoro suspiró, calmado. Sanji se giró a mirarle. – Llevamos mucho tiempo viajando juntos, hace ya mucho que descubrí que tu estupidez es incurable.

-          ¿¡Qué has dicho, marimo culturista sin sentido de la orientación!?

-          He dicho que no te disculpes por ser como eres. No me malinterpretes, sé que tu actitud me va a resultar irritante en numerosas ocasiones, pero no quiero que cambies por mi culpa. Me gustas tú por cómo eres, con lo bueno y con lo malo.

Zoro le miraba tranquila y seriamente, sin intenciones ocultas, provocando en el cuerpo del cocinero numerosos temblores que era incapaz de clasificar. Notó sus mejillas más calientes de lo normal, y sintió de repente que sus labios estaban fruncidos con demasiada fuerza. Tuvo que desviar la mirada, no era capaz de calmarse. Tras unos segundos, aflojó los puños que había olvidado que tenía apretados, y liberó la cerradura de sus labios, permitiéndoles exhalar un sonoro suspiro.

-          Siento que acabas de decirme algo realmente asombroso.

-          Lo sé, ¿no soy genial?

-          Que no se te suba a la cabeza.

Mirando, atónito, esa nueva sonrisa que el espadachín le mostraba, Sanji se dio cuenta de un hecho que había pasado por alto: últimamente, lo único que veía en el rostro de Zoro eran sonrisas estúpidas. Hace varias semanas, esto le habría resultado inconcebible. ¿Zoro, sonriendo?

Sí: Zoro, sonriendo. Por él.

Sanji también sonrió. Sin una mínima muesca de duda en su avance, acabó frente a un espadachín que le miró con asombro. Imitó su anterior pose, con una mano en la mesa y la otra sobre su mejilla. Se inclinó con una sincera sonrisa en sus labios.

Su beso no fue tan amable.

Penetró la boca de Zoro con ansia, sin miramientos ni gentileza. Sus lenguas se enredaron en un tosco cruce que desató una dormida fogosidad en ambos cuerpos. Zoro se levantó y rodeó con sus brazos la espalda del cocinero, comenzando con sus dedos a marcar recorridos en ella que le servirían de guía en el futuro. Sanji enterró su mano libre todo lo que pudo en el corto cabello de Zoro, agarrándolo con fuerza, utilizándolo para profundizar su unión. La otra mano abandonó la mejilla en una suave caricia hasta alcanzar lo que supo que se convertiría en un interesante juguete para él.

El tintineo de los tres pendientes de Zoro era la melodía más tranquilizante y sensual que había escuchado en toda su vida, y le excitaba ser él el que la tocara.

La excesiva humedad de sus bocas junto con el ardor de sus pulmones les advirtió que, aquello que pensaban que había sido un beso fugaz, estaba durando demasiado. Se separaron jadeantes, desafiantes, excitados, siendo conscientes de que habían descubierto algo que les haría derribar cualquier posible barrera que osara alzarse en sus mentes en el futuro.

Volvieron a besarse, esta vez con más calma, convirtiendo el roce de sus lenguas en un baile más que en una guerra, cediéndose el turno de explorar la boca contraria, relajando los agarres que habían anclado en el cuerpo de su pareja.

Volvieron a separarse, solo sus bocas. Se miraron, comprendiendo que ambos tenían la respiración demasiado agitada. Sonrieron.

-          Te dije que aprendo rápido.

Zoro soltó una carcajada.

-          Esto va a ser más interesante de lo que nunca pude imaginar.

Súbitamente, Sanji se inclinó sobre Zoro, encerrando sus pendientes en su boca, llegando a morder su oreja, robando al espadachín un gruñido. Tras hacerlos sonar, bajó sus labios hasta el cuello, posándolos con sensual suavidad. Zoro cerró los ojos, sin saber si podía dejar de contenerse.

Sanji le soltó y se separó unos pasos. Zoro le miró con sorpresa e irritación. Sanji le guiñó un ojo, travieso.

-          Lo siento por ti, marimo – avanzando hacia la puerta de la cocina, solo volvió a girarse hacia el espadachín cuando tuvo el pomo bajo su mano. – Pero me temo que en esto no me vas a ganar – se escapó de la habitación.

Zoro se quedó mirando la puerta, como si de un tonto se tratara. Acabó riéndose a carcajadas, lo cual no le hacía parecer menos tonto. Dirigiéndose también hacia la puerta, se secó una pequeña lágrima que su risa le había provocado.

-          No estés tan seguro, cocinero pervertido.

Notas finales:

NOTAS VIEJAS:

Creo que el capítulo ha sido inesperado. Para mí también. Creo que ha ido de mejor a peor. No estoy muy convencida con el resultado final, pero creo que he escrito algo interesante para mí. Lo de Sanji ha sido un tanto extraño, ¿no? xD. Supongo que siempre he visto a Sanji así... le gustan las mujeres pero es pura caballerosidad... así que, me cuesta imaginarlo siendo atrevido y yendo a buscar una mujer para pasar un rato. Al menos, asi lo veo antes del Time Skip. Con 21 años, la cosa ya cambia un poco xD.

En fin, espero que os haya gustado.

PD: Zoro nunca dijo que se hubiera acostado con alguien ~.~


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).