Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cuestión de orgullo por SaraChan

[Reviews - 14]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

El anterior capítulo no me gustaba. Había muchas cosas que chirriaban en mi cabeza. Así que, por primera vez en mi vida, me dije: "Sara, por favor, reescribe algo que ya has escrito".

Y eso he intentado xD.

Disfrutad de la lectura ~

- Oye, Zoro. Llevamos ya dos días saliendo y todavía no hemos tenido sexo.

Zoro escupió involuntariamente la mitad de su bocado, y se atragantó irremediablemente con el resto. Con ojos desorbitados, era incapaz de creerse la seria expresión que le dedicaba su interlocutor. El notable sonrojo en su rostro era una combinación de la sorpresa, la vergüenza y la falta de aire que rápidamente acaeció su ataque de tos.

Como si lo que le sucedía al espadachín no fuera con él, Sanji se giró para terminar de secar los últimos vasos. Al acabar, y con absoluta tranquilidad, se acercó a la mesa, provocando que el espadachín se pusiera en guardia.

- ¿Has terminado? – sin esperar respuesta, aunque tampoco habría llegado de haberlo hecho, recogió el plato que estaba frente a Zoro y volvió a la cocina.

El espadachín estaba completamente en blanco. No sabía ni qué decir, ni cómo actuar. Ni siquiera estaba seguro de haber escuchado bien: le parecía que el comentario del cocinero había sido tan esperpénticamente incoherente e inesperado, sin nada anteriormente dicho que pudiera sugerirlo o anticiparlo, que estaba por jurar ante cualquier tribunal que había sido una mala broma de su imaginación.

Con una prepotencia e indignación dignos del incuestionable cocinero del amor, Sanji se giró en su sitio y miró a Zoro por encima del hombro.

- Por favor, ¿encima no vas a responderme? ¿Eres un capullo?

Zoro parpadeó. Intentó pensar, aunque fuera por un mísero segundo, lo que decir a continuación. No le sirvió de mucho.

- ¿Estamos saliendo? – No había cerrado la interrogación y ya tenía al cocinero encima de él, agarrándole de la pechera, alzándole con brusquedad y mirándole de una forma que le parecía demasiado amenazante para la situación. Interpuso sus manos entre ambos y desvió la mirada. – Perdón, no pretendía ser tan torpe.

Sanji asintió con firmeza, conforme con su disculpa, empujando al espadachín de nuevo contra su asiento. Resopló.

- Entonces, ¿por qué no nos hemos acostado todavía?

Zoro se frotó con fuerza la cabeza. ¿Estaba todo eso sucediendo de verdad? ¿Estaba el cocinero burlándose de él? ¿Qué demonios estaba pasando? No era capaz de entender absolutamente nada de lo que el idiota frente a él parecía echarle en cara.

- ¿Qué clase de pregunta es esa?

- ¿Cómo que qué clase de pregunta es? Escúchame, Zoro – Sanji vaciló un instante antes de continuar. - Una de las ventajas de tener pareja es poder hacer cosas pervertidas cuando quieras.

Zoro entrecerró los ojos. Esa irreal charla le hacía sentirse avergonzado.

- Bueno, para empezar, y perdona que insista, no sabía que éramos pareja.

- ¿No lo dejé lo suficientemente claro la otra noche?

Zoro reflexionó un instante. Ladeó la cabeza.

- La verdad, no del todo. No hasta este…

- Olvídalo – Sanji gruñó, arrastrando la silla frente al espadachín y tirándose sobre ella. – Somos pareja, ¿entendido?

El espadachín sostuvo durante unos segundos la desafiante mirada que Sanji le dedicaba. Por algún desconocido motivo, se sentía exhausto.

- No estoy seguro de si debo sentirme feliz por ello.

- ¡Como osas! Estás saliendo con el super sexy cocinero del amor, deberías llorar de alegría.

- De todos modos – con una mueca en el rostro, Zoro se apresuró a interrumpir el estúpido discurso autocomplaciente que ese cocinero idiota moría por escupir, - eso no justifica tu absurda pregunta.

- No es absurda – Sanji encendió un cigarrillo. Tuvo que desviar un momento la mirada, notablemente avergonzado. - Soy tu pareja, y estamos saliendo. Así que, más te vale empezar a pensar en mí como tal, o te echaré a un lado y me buscaré otra persona rápidamente.

Los ojos del espadachín se abrieron ampliamente ante la leve incomodidad que fue capaz de notar en el temblor de la mano que sostenía un cigarro frente a él. Sonrió provocativamente.

- Ya veo, ¿es así? Desde luego, no voy a permitir que te escapes de mí tan fácilmente – el escalofrío que recorrió al cocinero le congratuló, pero, en el momento en que decidió tomarse la pregunta del mismo en serio, su sonrisa titubeó. – De todos modos… ¿te has dado cuenta de que ambos somos hombres?

- ¿Tú no?

Al principio, Zoro no supo qué responder. Por supuesto que era obvio que ambos eran hombres, era algo que siempre había tenido en mente. Pero, en ese momento, Sanji parecía haber correspondido sus sentimientos, algo que nunca había esperado que sucediera. Se encontraba en una situación que nunca había imaginado, así que cuestiones del tipo de cómo podía ser su relación, siendo ambos del mismo sexo, nunca se las había planteado.

Ni siquiera en esos dos días, a pesar de que tuvo constantemente presente su conversación con el cocinero, había reflexionado sobre esos temas.

Su silencio fue malinterpretado por Sanji, quien se sintió insultado.

- No me digas que habías pensado en mí de forma diferente a la de un hombre.

- No digas tonterías. Por supuesto que sé que eres un hombre. Uno un poco idiota, pero hombre, al fin y al cabo.

- ¿Estás buscando pelea, cerebro de musgo?

- Aun así, nunca me planteé este tipo de cosas. Aun sabiendo mis sentimientos por ti, no me esperaba que acabáramos… - Zoro tomó aire. – En fin, así.

Sanji se calmó y se tomó un momento para reflexionar. Aprovechó para aspirar un par de caladas.

- Creo que puedo entender eso. Siempre has sido un marimo lento, así que, supongo que no puedo culparte por pensar así.

- Ahora eres tú el que busca pelea, ¿verdad?

- Pero yo quiero tener sexo – Sanji suspiró con una amargura y decepción que terminaron con cualquier atisbo de comprensión que pudo nacer en el espadachín. – ¿De qué me sirve tener pareja si no puedo disfrutar de los placeres de la vida?

- El sexo entre hombres no es lo mismo que con una mujer.

Una muy irritante sonrisa de suficiencia se formó en el rostro de Sanji.

- Fíjate, si hasta este marimo idiota sabe diferenciar los básicos de la vida.

- Te voy a cortar en rodajas.

- No debe de ser tan diferente, ¿verdad?

- ¿Por qué me preguntas a mí?

Genuinamente sorprendido, algo que fue todavía más ofensivo, Sanji observó al espadachín.

- Pensaba que tenías experiencia – poco le importó a Zoro encontrarse en la cocina; desenvainó su katana con gracia y agilidad, y la ondeó con suave elegancia sobre la mesa que les separaba. Sanji alzó la cabeza instintivamente, permitiendo al helado filo acariciar el aire bajo su yugular. El cocinero tragó en seco, alzando una mano. – Perdón por mi atrevido comentario.

- No sé por qué demonios has dicho eso, pero yo nunca me he acostado con un hombre – su voz sonaba demasiado seca, era consciente.

- ¿Y con una mujer?

Zoro suspiró. No era capaz de entender las cosas que pasaban por la cabeza de su acompañante. Con la misma facilidad que anteriormente mostró, volvió a guardar su katana en la funda.

- ¿Por qué demonios haces ese tipo de preguntas?

- Bueno… - algo nervioso, Sanji bailó cuidadosamente el cigarrillo entre sus dedos, mirando a la nada. – Creo que tengo derecho a saber cosas sobre ti.

- ¿Que tienes derecho?

- Realmente, eso me da igual – mirando a la pared y fumando con avidez, el cocinero suspiró con amargura. – Pero quiero saberlas.

Zoro se apoyó en la mesa, mirando fijamente al cocinero, tan intensamente que, incluso con su vista perdida en otro lugar, Sanji sintió un escalofrío recorrerle. Tras unos segundos, una ligera sonrisa apareció en los labios del espadachín.

- No sabía que podías ser tan honesto – un gruñido fue toda la respuesta que recibió. – Al menos, conmigo nunca antes habías hablado de esta manera.

- Estoy hablando en serio – refunfuñó, aplastando el cigarrillo contra la mesa.

- Lo sé – Zoro volvió a reclinarse, pensativo. – Pero yo no actúo. Soy como soy. No se me ocurre nadie mejor que vosotros para saber cómo soy. No necesitas preguntarme nada para conocerme, no a estas alturas.

- Cierto, tu cerebro está inflado con helio.

- Y, de paso – el forzoso ejercicio de contención que realizó se manifestó en la tensión de su mandíbula, - creo que hay algunas cosas que no necesitas saber.

Por primera vez desde hacía lo que parecía un largo rato, Sanji accedió a sostener la mirada del espadachín. Sus ojos eran tan honestos y cristalinos que llegó a plantearse cómo era posible que un hombre como ese, que destilaba dignidad y sencillez por todos y cada uno de los poros de su piel, pudiera convertirse en un demonio, en una bestia sedienta de guerra y sangre, cuando empuñaba sus katanas.

Sintió tal atracción hacia ese hombre, tan fuerte y repentina, que se olvidó de parpadear durante demasiados segundos.

Como si un rayo le hubiera golpeado. Como si hubiera tenido una iluminación. Como si le fuera imposible comprender los motivos que le habían hecho ver a Zoro de esa manera, después de tanto, demasiado, tiempo, ciego.

Percatándose de que algo sucedía, Zoro alzó una ceja. Sanji despertó.

- ¿Qué?

Sanji parpadeó.

- No, nada – fumó. – Creo que ya no te preguntaré ese tipo de cosas; lo pasado, pasado está. Yo también tengo mis secretos, al fin y al cabo – no quería perder. No quería ser el único sintiéndose abrumado por esas nuevas y desconocidas emociones. Mostró la sonrisa más seductora que sus labios pudieron crear. – Acabaré averiguándolo por mí mismo.

Zoro tragó saliva, sonoramente. La sonrisa erótica, la mirada traviesa, el constante desafío implícito en cada una de sus palabras. Todo.

Entrecerró los ojos. El calor recorría su sangre. Sonrió. No eróticamente, como Sanji había hecho. Sonrió de la mejor forma que sabía: con fiereza, con dureza, con arrogancia.

Con superioridad.

Su voz se agravó.

- Hay muchas cosas que yo también quiero aprender sobre ti, cocinero.

Y la puerta de la cocina se abrió, y ese pequeño, escaso, prácticamente inexistente momento en el que ambos se devoraron y midieron con sus miradas se perdió en el olvido, en un recuerdo que sus mentes no sabían si asegurar que había sido real.

Una sonriente pelirroja atravesó la puerta.

- ¡Sanji-kun! A Robin y a mí nos gustaría beber algo – sin escuchar la apasionada respuesta del cocinero que, como si nada hubiera sucedido en esa sala antes de la interrupción, rápidamente se incorporó de la silla y comenzó a bailotear y canturrear en dirección a la cocina, Nami se giró hacia Zoro, sorprendida de verle, sin dar importancia al estupor o molestia que el espadachín evidenciaba. - ¿Estabas aquí? Pensé que estarías entrenando en algún sitio, escondido.

Zoro bufó, maldiciendo internamente de una forma que sabía que era injusta, pero no podía evitarlo. En ese preciso momento, fue consciente de que guardaría hacia Nami un poco justificable rencor durante el resto del día. Disimuladamente, inspiró hondo.

- Estoy cansado de que Chopper corra detrás de mí constantemente. He decidido esperar a que se duerma para que no me moleste.

Nami suspiró con una leve sonrisa en sus labios. Se acercó al espadachín.

- Sabes, deberías hacer un poco más de caso a lo que te dice. Esta vez, has terminado peor que otras veces; tienes que recuperarte bien y descansar apropiadamente.

- Por un poco de entrenamiento no pasa nada, no quiero que se atrofien mis músculos.

Nami volvió a suspirar, ahora resignada. Se encogió de hombros.

- Está bien, es imposible razonar contigo. Haz lo que quieras. Me aseguraré de advertir a Chopper sobre tus planes.

- ¡T-Tú…!

- ¡Nami-san! ¡Aquí tienes un delicioso zumo para ti y un candente café para Robin-chan! ¡He añadido un par de trozos de bundt cake de limón que hice exclusivamente para vosotras dos! – Zoro sonrió para sí mismo, orgulloso, sabiendo que esa exclusividad de la que se vanagloriaba el cocinero no era más que una fachada, pues él había sido el primero en probar ese pastel cuando todos abandonaron la cocina.

- ¡Gracias, Sanji-kun! Robin estará contenta también. Ya tengo ganas de probarlo.

- ¡Vuestra felicidad es mi felicidad! ¡Por favor, permite que lleve yo la bandeja! ¡Os serviré personalmente!

Pasmado, Zoro observó, boquiabierto y con ganas de recriminar mucho a ese cocinero idiota, pero con su voz atragantada, cómo este abandonaba la sala, no sin antes sostener la puerta para que Nami caminara delante de él, completamente embobado y habiendo olvidado su existencia.

Inesperadamente solo, el espadachín tuvo que tomarse un instante para reponerse. Finalmente consciente y, asumiendo que acababa de pasar lo que acababa de pasar, frunció el ceño y golpeó la mesa con un puño.

Ellos, Sanji y él, que en ese momento y desde hacía unos minutos eran una pareja secreta, pero oficial, en ese barco, acababan de vivir, hacía apenas unos pocos segundos, su primer momento realmente íntimo, ¿verdad? ¿Se lo había imaginado?

¿Cómo podía ese estúpido cocinero, ese idiota cejas de sushi, ese maldito pervertido…?

… actuar como si no pasara nada entre ellos dos.

No.

En realidad, Sanji se limitó a actuar como siempre. Y eso era mucho peor.

Zoro no pretendía, ni aspiraba a, ni iba a conseguir cambiar las viejas costumbres o manías de Sanji, y menos en lo referente a las mujeres. El hecho de que Sanji hubiera reconocido tener alguna clase de sentimientos relativos a él, en contra de lo que hubiera podido pensar en un principio, le hacía esa situación más pesada.

Se reclinó, dejando su cuerpo muerto, mirando al techo. Ver a Sanji comportarse como siempre con Nami le había afectado demasiado. ¿De verdad era su pareja? Repasó todo lo que había hablado con el cocinero esos dos últimos días. Dedicó más de un minuto a recordar cada palabra dicha por ambos esa tarde. ¿Había malinterpretado algo?

Suspiró pesadamente. No sentía tener la suficiente confianza como para reclamar a ese hombre como suyo. Él era una persona tranquila, no le ilusionaban las sorpresas. Le gustaba tener lo que era suyo al alcance de la vista; era desconfiado y receloso por naturaleza, y por eso todavía estaba vivo. Pero, ¿tenía él, acaso, derecho a colocar un collar alrededor del cuello del cocinero, y atarlo junto a él, sin permitirle ni un segundo del día alejarse de su lado?

Se mordió la lengua con fuerza. Apretó los párpados. Sanji no era un objeto, y si continuaba pensando de esa manera, iba a tener muchos problemas más pronto que tarde. Estaba convencido de que el cocinero le daría la paliza de su vida si se enterase de lo que acababa de pensar. Debía controlarse.

Abrió los ojos, sorprendido. ¿Estaba descontrolado?

Gruñó internamente: acababa de descubrir una nueva debilidad. Aun siendo consciente de que le faltaba mucho entrenamiento por delante, pensaba que había desarrollado su temple con la entereza suficiente como para que sus emociones nunca hablaran por él. Obviamente, no era así, y el culpable era Sanji.

Suspiró, amargado. Tenía que ser una ironía que unos sentimientos que le hacían tan feliz pusieran en entredicho la fuerza y valía de su espíritu.

Lo único que había ocupado su mente desde que el cocinero abandonó la estancia habían sido puras e imperdonables estupideces; algunas, irracionales. Decidió que ya era hora de dedicarse a algo más productivo.

Habiéndose levantado de la silla, se giró hacia la puerta, sin moverse. Entornó los ojos. Sentía que algo extraño sucedía tras ella.

De repente, cuatro figuras invadieron la sala en una operación inesperadamente planificada, rápida y eficaz. Tras unos segundos en los que el capitán de la expedición se dedicó a inspeccionar el lugar, los ojos de los indudables futuros criminales se posaron sobre él. Usopp se asustó demasiado; teatral sería el calificativo que Zoro escogería para definirle tras observar su cómica gestualización.

- ¡Zoro! ¿Q-Q-Qué haces aq…?

- ¡Zoro! – como si su deliciosa misión hubiera sido abortada, Chopper comenzó a avanzar, con ademanes de indignación, hacia el espadachín. - ¡Nami me lo ha contado todo! ¡No pienso dormir en los próximos tres días-no! ¡No pienso dormir durante toda una semana si es necesario, pero no puedes entrenar! ¿Me has oído? ¡Te prohíbo acercarte a las pesas!

- ¡C-Chopper-san! – alarmado, el esqueleto avanzó rápidamente y de puntillas hacia el furioso renito. – ¡No alces la voz! ¡Sanji-san puede estar de camino ya!

- ¡Ah! Es cierto… ¡pero quiero que sepas que te estaré vigilando! – señaló al espadachín con su pezuña, frunciendo el ceño con fuerza.

- Me siento bien – resopló Zoro, cansado por toda la atención que el doctor le había prestado esos días. – No veo problema en ejercitarme un poco.

- ¡Es que lo que tú haces no es un poco de ejercicio!

- ¡Chopper-san, por favor, baja la voz!

- Chopper – intervino el tirador, inquieto por el nerviosismo de Brook, acercándose al grupo que rondaba, bajo disgusto del mismo, alrededor del espadachín. – Déjale ahora, tenemos que darnos prisa…

- ¿A qué habéis venido?

- Vimos cómo Sanji se dirigía a la biblioteca con un par de trozos de pastel en la bandeja. Le pedimos que nos diera un poco, pero se negó… - explicó Chopper, concluyendo con un pequeño puchero.

- … y como Luffy-san no paraba de repetir que tenía hambre, creo que todos acabamos teniendo tanto hambre como él, yohoho.

- Así que Usopp-sama decidió planificar el crimen perfecto: ¡robaremos el pastel! ¿No soy increíble?

Zoro alzó una ceja.

- ¿Ese pastel que Luffy está a punto de terminarse él solo?

- ¡Exacto! ¡Ese mismo pastel! Espera… - al unísono, como máquinas en perfecta sincronía, los tres se giraron hacia la cocina. - ¿Qué…? ¡Luffy!

- ¡Luffy-san!

- ¡Luffy, maldito!

- ¿Nmghf? – con la boca tan llena como sus mofletes pudieron estirarse, apenas consiguió emitir esos sonidos al mismo tiempo que sus traicionados compañeros corrían hacia él. Con dificultad, consiguió tragar. - ¿Qué pasa?

- ¿¡Cómo que qué pasa!? – sin respeto ni cuidado, Usopp empujó a Luffy, apartándolo del plato donde ya solo quedaban migajas. - ¿¡Te lo has comido todo tú solo!?

- ¡Fuuu! – Luffy sonrió con una inocencia que costaba creer. - ¡Estaba delicioso! ¿Creéis que Sanji hará otro para más tarde?

- ¡Luffy! – lloró el pequeño médico. - ¡Éramos un equipo! ¡Idiota!

- ¡Luffy-san, eres muy cruel!

Agarrándole de las solapas del chaleco, Usopp encaró a su capitán, sacudiéndolo, enfadado.

- ¡Sanji va a matarnos a todos, y ¿ni siquiera nos has dejado probar un triste pedazo de…?!

- ¿Qué demonios es todo este ruido? – Sanji abrió la puerta de la cocina con algo de sorpresa que se le pasó en cuanto sus ojos vieron las cuatro figuras que habían invadido su santuario. No necesitó nada más, era obvio lo que había sucedido. Corrió hacia ellos, quieres comenzaron a correr en dirección contraria.

Fue un esfuerzo inútil.

- ¡Fuera… de mi… cocina… maldito atajo… de descarados… atracadores… de comida! ¡Os dije… que no… había… nada… para vosotros! – Acertó a decir entre todas las patadas, empujones, caídas, ruidos y gritos que, en un intervalo de tiempo demasiado pequeño, tuvieron lugar en esa estancia.

Y, como el buen vino, como la dulce recompensa, Sanji se aseguró de dejar para el final al que sabía culpable de esa situación. Habiendo expulsado a los otros tres de su lugar, con exuberantes adornos en sus rostros, sujetó a Luffy de la misma forma que, anteriormente, antes de su interrupción, Usopp le había agarrado.

Su capitán, máxima autoridad reconocida y aceptada en esa nave, no era capaz de sostenerle la mirada.

- Como ya sabes de sobra lo que voy a decirte, me ahorraré la saliva. Las palabras no sirven contigo. Tú te lo has buscado, Luffy. Esta noche, reduciré tu ración a la mitad.

- ¡No! ¡Sanji, no puedes hacer eso!

El cocinero, mostrando una furiosa y mal intencionada sonrisa, comenzó a avanzar hacia la puerta.

- ¿Estás seguro de eso? Yo soy el cocinero.

- ¡Y yo soy el capitán! ¡Por eso, no te permito…!

Esa fue la gota que colmó el vaso. Ya bajo el umbral y con una muy poco saludable vena hinchada en su frente, Sanji pateó a Luffy con toda la fuerza que pudo y quiso, y no era poca. Luffy comenzó un breve vuelo a través del barco mientras Sanji terminaba de desquitarse verbalmente con él.

- ¡No te atrevas a darme órdenes, Luffy! ¡Cuando aprendas a ser un capitán responsable y entiendas que el manejo de las provisiones y la comida es importante, y que no puedes comer siempre lo que te dé la gana sin mi autorización, hablaremos de tú a tú! ¡Pero, por ahora…! – sin palabras ya y sintiendo el veneno lejos de su boca, se limitó a cerrar la cocina de un portazo, profiriendo un profundo y largo suspiro lleno de desesperación tras apoyar su frente en ella.

- ¿No crees que has exagerado un poco? – Sanji se agitó al escuchar una voz donde se había pensado solo, claramente sin estarlo. Se giró a mirar a su interlocutor. Zoro seguía de pie, al lado de la mesa; el sitio donde se había mantenido estático desde que se había levantado con intenciones de irse, presenciando ahí, cual espectador ajeno, todo el circo que se había montado en esa sala en apenas unos segundos. Notando que su acompañante finalmente se percataba de su existencia, continuó. – Solo es un pastel, siempre puedes preparar otro.

- No se trata de eso – algo más tranquilo, pero todavía enfadado en su interior, Sanji se dirigió a su cocina. Con un leve suspiro, comenzó a fregar el plato que debía estar ocupado por su bundt. – No entiendes lo que es tener que estar todo el día pendiente de que no coman de más, o agoten las existencias de la despensa. Ese pastel era para Nami-san y Robin-chan, y para ellos tenía pensado preparar unas galletas de canela para merendar todos juntos con un poco de té o leche caliente – habiendo terminado, dio la vuelta a la barra para apoyarse contra ella. - Cuando hacen estas cosas, hacen que me sienta desvalorizado.

- Quizá le das vueltas de más. ¿No es un halago que quieran constantemente comer lo que cocinas?

Sanji sonrió suavemente, agradecido porque Zoro pensara de esa manera.

- Es otra forma de verlo, pero no deja de ser irritante. El apetito de Luffy siempre acaba metiéndonos en problemas – Sanji alzó la ceja con suspicacia. – Hablando de Luffy, creo que él es capaz de comer cualquier cosa. Le importa bien poco quién lo prepare.

Zoro soltó una carcajada.

- Sabes de sobra que eso no es cierto. Le encanta tu comida.

- ¿Y a ti?

El espadachín observó los ojos del cocinero. Brillaban con picardía, pero no tenía el ánimo para sus juegos.

- Se puede comer. Eso me basta.

Sanji entrecerró los ojos. Ese comentario le había herido. 

- Eres un idiota, ¿sabes? – molesto, desvió la mirada. Contuvo las ganas de fumar. – Ojalá todos fuerais como Nami-san y Robin-chan. ¡Ellas son tan encantadoras! ¡Siempre sonriendo, amables y agradecidas conmigo! ¡Tan hermosas y delicadas, tan dulces…!

Sintiendo el dedo perforar la llaga, Zoro no vaciló ni un instante. Bajo la estupefacción de su acompañante, caminó hacia la puerta. A pocos metros de ella, sintió cómo una mano agarraba su brazo y le sujetaba con fuerza.

- ¡Espera! ¿Por qué te vas? – silencio. - ¿Es por algo que he dicho?

Zoro se zafó con una brusquedad innecesaria de su agarre, girándose para encarar a Sanji. Sin embargo, siguió sin pronunciar palabra, haciendo que la sorpresa o preocupación del cocinero no tardase en transformarse en cabreo.

- ¿Qué cojones te pasa ahora? ¿Crees que soy adivino o algo? Si no me lo dices, no puedo saberlo.

- No me pasa nada – bufó Zoro, entre dientes.

- Sí, ya lo veo. ¿Es por el bundt? ¿Querías un trozo más? – Zoro puso los ojos en blanco. - ¿Es por esa panda de idiotas? Molestarían a cualquiera – cansado, el espadachín hizo amago de girarse, pero el cocinero se lo impidió. - ¿Es porque os comparé con Nami-san o Robin-chan?

Al instante, Sanji comprendió que había dado en el blanco. Todos los músculos del espadachín se tensaron, y su expresión se endureció. Inocentemente, Sanji mostró una pequeña sonrisa que rápidamente se congeló en sus labios. Ahora era él quien tenía todo el cuerpo tenso y una expresión sombría. Comenzó a darse cuenta de que, lo que durante un instante había interpretado como divertidos celos, podía ser algo más serio, y él era innegablemente culpable.

A Zoro, sin embargo, acabó venciéndole la curiosidad.

- Así es – confirmó aquello que no era necesario. Sanji apretó los puños. – Me parece insultante que nos compares con ellas, cuando es obvio que ellas son mujeres y, nosotros, hombres.

El silencio entre ambos se volvió cargado, tirante, como si mantuvieran una guerra de posturas que Sanji, aunque no quería perder, sabía que no podía ganar.

Sabía que la actitud de Zoro era justificada.

Ellos, ahora, eran novios. Así de seguro había iniciado Sanji, esa tarde, su alocada charla con Zoro. Hasta le había amenazado con que buscaría a otra persona si no se portaba de tal forma con él.

¿Acaso era un hipócrita?

- Perdón – con la cabeza agachada y sus ojos ocultos tras su pelo, el inesperado discurso de Sanji tomó al espadachín por sorpresa. – No fui justo contigo antes. No voy a negar más mis sentimientos hacia ti, y espero que no dudes sobre ellos, porque no te he mentido ni voy a hacerlo… pero eso no significa que vaya a empezar a actuar fríamente con las mujeres. Yo… - Sanji se mordió el labio. Apretó aún más los puños, sentía mucha frustración. – Creo que este tipo de comportamiento por mi parte es cruel contigo. Pero tengo mis motivos. Por eso, lo siento. Porque… - chasqueó la lengua. – Porque no puedo…

- ¿Qué demonios dices ahora, cocinero pervertido? – interrumpió Zoro, calmado. Sanji se giró a mirarle. – Llevamos mucho tiempo viajando juntos, hace ya mucho que descubrí que tu estupidez es incurable.

- ¿¡Qué has dicho, marimo culturista sin sentido de la orientación!?

- He dicho que no te disculpes por ser como eres. No me malinterpretes, sé que tu actitud me va a resultar irritante en numerosas ocasiones, pero no quiero que cambies por mi culpa. Me gustas tú por cómo eres, con lo bueno y con lo malo.

Zoro le miraba tranquila y seriamente, sin intenciones ocultas, provocando en el cuerpo del cocinero numerosos temblores que era incapaz de clasificar. Notó sus mejillas más calientes de lo normal, y sintió de repente que sus labios estaban fruncidos con demasiada fuerza. Tuvo que desviar la mirada, no era capaz de calmarse. Tras unos segundos, aflojó los puños que había olvidado que tenía apretados, y liberó la cerradura de sus labios, permitiéndoles exhalar un sonoro suspiro.

- Siento que acabas de decirme algo realmente asombroso.

- Lo sé, ¿no soy genial?

- Que no se te suba a la cabeza.

Zoro rio, acortando el espacio entre ambos, llevando con algo de temor, su mano hasta la mejilla de Sanji, quien le observó con sorpresa. Sintiendo que era el momento adecuado dentro de la atmósfera correcta, Zoro se acercó, muy despacio, hacia el rostro de Sanji. Pretendía pedir permiso, un acto de caballerosidad que el cocinero no le consintió.

Sanji acortó la distancia entre ambos tan rápido que Zoro no lo pudo ver venir. Colando sus dedos entre los cortos cabellos verdes del espadachín, el cocinero presionó a este para profundizar su beso, su primer beso real, su primer beso como pareja.

Sanji penetró la boca de Zoro con ansia, sin miramientos ni gentileza. Sus lenguas se enredaron en un tosco cruce que desató una dormida pasión en ambos cuerpos. Zoro rodeó con sus brazos la espalda del cocinero, comenzando con sus dedos a marcar recorridos en ella que le servirían de guía en el futuro. Por otro lado, una de las manos de Sanji se atrevió a abandonar su escondite entre los cabellos de su pareja, bordeando la mejilla en una suave caricia hasta alcanzar lo que supo que se convertiría en un interesante juguete para él.

El tintineo de los tres pendientes de Zoro era la melodía más tranquilizante y sensual que había escuchado en toda su vida, y le excitaba ser él quien la tocara.

La excesiva humedad de sus bocas junto con el ardor de sus pulmones les advirtió que, aquello que pensaban que había sido un beso fugaz, estaba durando demasiado. Se separaron jadeantes, desafiantes, excitados, siendo conscientes de que habían descubierto algo que les haría derribar cualquier posible barrera que osara alzarse en sus mentes en el futuro.

Volvieron a besarse, esta vez con más calma, convirtiendo el roce de sus lenguas en un baile más que en una guerra, cediéndose el turno de explorar la boca contraria, relajando los agarres que habían anclado en el cuerpo del contrario.

Volvieron a separarse, solo sus bocas. Se miraron, comprendiendo que ambos tenían la respiración demasiado agitada. Sonrieron.

- Esto ha sido muy interesante.

- Estoy de acuerdo.

- Creo que descubriremos cosas más interesantes todavía.

Zoro besó con sensual lentitud el cuello de Sanji antes de volver a mirarle a los ojos con una pequeña, pero muy significativa, sonrisa en su rostro.

- Coincido.

Sanji correspondió la sonrisa, volviendo a hacer sonar esa pequeña y brillante melodía que, imaginó, le acompañaría en muchas otras ocasiones.

Muchas noches.

Notas finales:

Si alguien nota algo raro en los guiones, es que lo tengo que hacer así para no volverme loca al publicarlo en FanFiction (?).

El capítulo es demasiado largo, y creo que el final es precipitado. Lo siento por eso, estoy ya cansada, lo revisaré mañana y veré si tengo que corregir algo.

Espero que os haya gustado ~


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).