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Última estrofa, igual a la primera por Aomame

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Última estrofa, igual a la primera


II. 

Te imaginé

Tu padre, como bien sabes, era mi amigo. Aunque, ciertamente, no  lo fuimos desde el primer momento. La primera vez que lo vi, presentaba  un auto volador en una feria de ciencia. Ese día, también y sin saberlo,  sellé mi destino. Fui reclutado en el ejército a pesar de ser un tipo enfermizo y fuera  de forma. Era sólo un chico de Brooklyn, que deseaba probar que valía un poco, aunque pareciera que iba a romperse con el primer soplo de aire.  La segunda  vez que lo vi y tuve cierto contacto con él fue el día de la intervención, el día en que me convertí en el Capitán América. Esa historia es de dominio popular, así que, no te importunaré con ella.  La tercera vez, piloteó el avión, que me permitió salvar a mi mejor amigo y a muchos otros soldados, dentro de los cuales estaban los futuros miembros de mi comando.  En esa ocasión, tuve un poco de celos de él, quizás, bastantes, aunque me duela admitirlo. Tenía una capacidad asombrosa para el coqueteo, algo natural en él y tan ausente en mí hasta el día de hoy. Admiré eso en él, aunque también reprobé algunas cosas, como su proclividad al alcohol y a las mujeres.  Quiero decir, tal vez no lo sepas, pero se involucró con casi todas las chicas presentes en mi división. Digo casi, porque Peggy nunca le siguió el juego. Con esto no quiero desprestigiar la memoria de Howard, es sólo un recuerdo, que ahora, me hace sonreír con nostalgia. La cuarta vez que lo vi fue el día que me dio mi escudo, el día que fabricó mi uniforme y armó a mi equipo.  Esa vez, fue  el momento, el instante en el que nos hicimos amigos.  ¿Por qué digo que te imagine? Porque cuando me hablaron del hijo de Howard, te imaginé justo como él y bueno, no me equivoque del todo.

Te conocí

Cuando desperté en esta nueva era estaba enojado, desconcertado, y muy, muy triste. Era como navegar en aguas desconocidas, como no tener un horizonte, ni una barca en la cual ponerse a salvo. “A la deriva” podría expresar mejor la manera en la que me sentía. Sin Peggy, sin Bucky, sin nadie ni nada de lo que antes era mi mundo, de lo que antes era mi vida. Pero me dije que perderlo todo una y otra vez, era parte de mi destino. No bien, me hube recobrado del shock inicial, fui convocado  para convertirme en parte de los Avengers y pelear a lado de personas extraordinarias que, sin embargo, me eran ajenas.

Lo confieso, no confié en ti. Eras igual a Howard, nunca te tomabas en serio las cosas, bromeabas e ibas de aquí para allá comiendo moras y haciendo comentarios incisivos. Me irritabas. Sentía que no estabas concentrado en lo que teníamos que hacer, y que trabajabas sólo para tu propio beneplácito. Discutimos y  tuvimos problemas, al principio, para  trabajar en equipo. Tal vez, no tuvimos una buena impresión uno del otro.

Te juzgué mal.

En esa primera  misión, después de todos los problemas, salimos avante. Conquistamos la victoria, todos juntos, como un equipo.  No te mentiré y te diré que me sentí en confianza entonces, pero sí pensé que podía pelear con todos los miembros de los Avengers, y que si podía trabajar junto a ti. Y que no, no eras como Howard, si bien, tienes rasgos distintivos que te hacen indudablemente su hijo, tú eras diferente. Eras Tony, el divertido e inteligente, el que también había pasado por malos ratos y que intentaba hacer las cosas de la mejor manera posible.  Eras un héroe, a tu manera, pero un héroe al fin y al cabo.

Te admiré.

Siempre aprecie tu talento científico, aun si no entendía ni una palabra de lo que decías, tu capacidad para resolver problemas técnicos era maravillosa. Lo sigue siendo. Me pareció loable tu vida, tu surgimiento como Iron man, tu fortaleza y, también, tu debilidad interna. Admiré que pelearas contra tus propios demonios  y los vencieras.

Te agradecí.

Los eventos que sobrevinieron con la creación de Ultron, no te lo negaré, me causaron cierta desazón y enojo. Soy arcaico tal vez, pero soy de la opinión de que si algo no está roto, no hay necesidad de arreglarlo. Pero, aunque estaba molesto contigo, sabía que tus intenciones habían sido buenas, querías prevenir en lugar de lamentar. Fue por ello que le dije a los Maximoff que no eras un loco, aunque, a veces, lo parecieras.  Aprendí que tenía que confiar un poco en tus instintos, pero que, también, no podía quitarte un ojo de encima por mucho tiempo. Y entonces, al final, tenía un lugar en el mundo, una nueva razón para pelear, una convicción clara, estaba en casa, y en ese hogar, estabas tú como eje rector.

Me gustaste

Lo admito, fue extraño e inesperado. De pronto, tu presencia me afectaba, deseaba que te fueras, pero, cuando lo hacías, deseaba que volvieras. Comenzamos a pasar más tiempo,  juntos. Juegos de básquetbol, helados, películas a la media noche cuando ninguno de los dos podía dormir, pláticas mundanas mientras trabajabas en algún nuevo dispositivo y yo dibujaba cualquier tontería en hojas blancas.  Supe que me gustaba pasar tiempo contigo, que me gustaba compartir mi tiempo contigo, que me gustabas.  A diferencia de lo que hubiera pensado, asimile pronto la idea.

Te decepcione.

Se juntaron muchas cosas, y nuestras profundas diferencias salieron a flote. Yo  no podía estar a favor de los acuerdos y tú no podías aceptar que no lo estuviera. A eso se sumó el problema de Bucky y lo que implicaban más soldados del invierno. Entonces, descubriste que quién había matado a tus padres y que yo ya lo sabía. No te culpo por enfadarte. Debí decírtelo, pero aunque diga eso, sé, en mi fuero interno, que volvería a comer ese error. Estoy acostumbrado a ocultar cosas que pueden herir a las personas que me importan y, en el acto más egoísta, que puedan alejarlas de mí. Recuerdo las miles de veces que le dije a mi madre que me sentía bien, sólo para que no me internaran en el hospital y ella se preocupara; tampoco le conté a Bucky que me había enlistado en el ejercido, pude habérselo dicho en una carta, pero no lo hice, porque no quería preocuparlo. Y a ti, te oculte la verdad sobre la muerte de tus padres. Sé que te dolió, y sé que sólo querías herirlo a él,  no a mí. Sin embargo, era algo que no podía permitir. Después de todo,  yo era lo único que él tenía, es mi amigo, mi hermano, tenía que hacerlo muy a mi pesar. Y muy a mi pesar, hablar había dejado de ser una opción

Te extrañé.

Con la intención de disculparme, de ofrecerte sinceramente mis brazos si eran necesarios, te escribí. Ahora estaba fuera de la ley. El Capitán América de los comics, el ser respetuoso y patriótico, no estaba de acuerdo con las directrices que gobernaban su país, y por ello dejó de ser ese héroe. Me convertí en un Nómada que combatía desde las sombras y que esperaba, en el fondo de sí mismo, que en algún momento pudiéramos entablar una conversación civilizada.

Te volví a ver.

Aunque lo primero que volví a tener de ti fue tu voz del otro lado de la línea telefónica. Te vi cuando, hombro con hombro, combatimos y repelimos a la amenaza. Y aunque moral y físicamente, terminamos destrozados, nos dimos un respiro. Hablamos, conciliamos. Reescribimos los acuerdos, para llegar a un buen término medio, en el que ambas partes quedaran conformes.

Te volviste mi hogar.

Una vez más, regresaron los buenos momentos. Regresaron las risas, las discusiones estúpidas, junto con las rápidas reconciliaciones. Volvieron los juegos de basquetbol, los helados, las películas a media noche, las pláticas en tu taller mientras trabajabas, lo único que cambió fue que, ahora, te dibujaba constantemente. Te tomaba de modelo furtivamente, después de todo pasabas horas sin moverte prácticamente mientras trabajabas; o bien, te dibujaba valiéndome de mi memoria. Te extrañaba cuando te ibas; cuando salías con  Pepper, me encelaba; y cuando dijiste que te casarías muy pronto, me enfadé y me sentí desamparado, como si fueran a quitarme mi hogar y nada pudiera hacer. Pero me dije que lo mejor era no expresar esos sentimientos y, simplemente, desearte felicidad. Lo ves, lo volví a hacer, eso de callarme cosas. Pero prefería tu amistad a no tener nada en absoluto.

Estás aquí.

Dije que no iría a tu boda por trabajo. Pero, volví a mentir; simplemente no quería ir. Me habría deprimido más de lo que ya estaba. Y de pronto, cuando menos lo esperaba, estabas afuera de mi puerta, con tu smoking carísimo, seguramente, pero la corbata torcida. Y en tu mejilla, además, se distinguen perfectamente los dedos de Pepper en rojo, debió ser una cachetada descomunal, y supongo que, me espera una igual.

Estás aquí y estoy feliz por ello. Estás aquí y me preguntas  si te amo. No soy bueno para las declaraciones de amor, ya lo sabes. Seré un torpe para ello toda mi vida, pero sé que esta, también, es la primera estrofa de mi declaración de amor, la última que haré y que te repetiré cada día hasta que muera.

Sí, Tony, te amo.  

Y yo también tengo una pregunta que necesito hacerte:  

¿Te casarías conmigo?

 

 

Notas finales:

Wola! Espero que les haya gustado. 

Porque ustedes lo pidieron he aquí la respuesta de Steve jaja

Hasta la próxima!


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