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Flechas por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Escrito porque amo el Tomshido, pero no lucro de ello.

1.- Una vez.

 

Con dieciséis años y repleto de hormonas, Tom se descubrió pensando que estaba a ‘así’ (ejemplificado con una distancia mínima entre índice y pulgar) de perder la virginidad en circunstancias inverosímiles y jamás proyectadas por él, y más que aterrarle, la idea le pareció lo más genial que pudiera ocurrirle ese año.

Más genial incluso que todos los discos vendidos en Europa, más que media docena de nominaciones a distintos premios, más que fechas de conciertos agotadas en Alemania, más que el dinero de sobra que ahora tenía en el banco, y por descontado, más que haber alcanzado la fama y la gloria con su querido gemelo, cumpliendo así su sueño de la infancia incluso antes de que bajo su nariz apareciera una barba y un bigote como era debido.

Vale, que era un crío y la lista de sus experiencias no parecía gran cosa cuando eliminaba sus logros laborales, pero esa no era la sensación que tenía a Tom cuando volvía de regreso al apartamento que compartía con Bill y el resto de sus compañeros de banda luego de haber ‘salido al cine’, que era más bien la frase de rigor que utilizaba cuando en realidad se reunía en secreto con Warren, su novio en turno y hasta el momento el primero, y juntos se recluían en el pisito que éste tenía en el centro de la ciudad y que era donde sus encuentros se daban.

El sitio en sí era un basurero. Con apenas una diminuta cocina siempre sucia, un baño que apenas toleraba carga y descarga de desechos, ruidos de tuberías por todos lados, y para colmo, el radiador descompuesto, no era lo que se decía un nidito de amor en regla, pero a Tom todo eso le importaba poco cuando Warren cerraba la puerta tras de sí y callaba sus quejas por el frío que reinaba ahí comiéndoselo a besos.

Casi cuatro años mayor que él y también superándolo por casi diez centímetros en estatura, Tom se atrevía a clasificar a Warren bajo la etiqueta de novio incluso aunque verbalmente no hubiera ese compromiso, pues en lo que a él le respectaba, ni Warren estaba viendo a nadie más, y Tom había puesto una pausa a su conquista de chicas una vez que decidió dar rienda suelta a sus instintos homosexuales y Warren se ofreciera a ser su sujeto de prueba.

La gracia estribaba en que Warren era uno de los técnicos de sonido que acompañaron a la banda durante su primera gira por Alemania ese verano pasado, y su presencia coincidió con un periodo oscuro en la vida de Tom donde éste se cuestionó su sexualidad y al final optó por el camino fácil: Ensayo y error.

Bastó un simple beso avivado por el alcohol para que entre ambos se estableciera la conexión, y aunque Tom no guardaba por Warren grandes sentimientos ni éste había hecho ningún intento por demostrarle más que una amistad con beneficios de índole sexual, los dos habían empezado a salir más o menos de manera formal por los últimos dos meses.

En el ínterin, habían aprovechado cada minuto libre para explorar el cuerpo del otro, siendo Tom quien marcara los ritmos y pautas de aquellos manoseos, y con ello avanzando a un ritmo lento pero seguro en el que la limitación de sus encuentros era lo que más trabas les ponían.

Siendo que ahora Tom era una celebridad en su país, salir a un sitio público era un rotundo no del que después el mayor de los gemelos no quería tener que explicarle a su manager, por lo que sus citas se reducían al piso de Warren, y las actividades que ahí llevaban habían empezado con besos, subiendo a caricias, a perder la ropa, a tocar el cuerpo del otro, a usar sus manos y después lenguas para conseguir algunos orgasmos, y en tiempos más recientes, a experimentar con un par de dedos en un área tan íntima que a Tom todavía le costaba sentarse derecho sin sentir que el trasero le incomodaba.

Esa tarde habían estado a punto de hacerlo, siendo dos los dedos que Warren alcanzó a introducir en Tom y abundante el lubricante con el que se hizo paso en su interior, pero Tom le puso un alto cuando se percató de la ausencia de condones, y aunque de por medio hubo un estira y afloja con las típicas frases de rigor (“¿Es que no te fías de mí?” y “Yo no tengo nada si tú no tienes nada”), Warren acabó por ceder y prometer que para la siguiente vez tendría reservas suficientes para hacerlo cuantas veces les viniera en gana.

Bajo ese acuerdo fue que Tom accedió a un último beso antes de bajarse de la chatarra que era su automóvil y con toda discreción entrar a su edificio, donde ya Bill le esperaba impaciente en el rellano y le apuró por una demora que no era tal.

—Te dije que estuvieras aquí temprano —le riñó Bill apenas cruzó Tom el dintel de la puerta, y al pasar a su lado gruñó que olía a una colonia que no era la suya.

—¿Sí? Ni idea.

—Tommm…

—Oye, estoy aquí. Es lo que importa, ¿no? No es para que actúes como si tuvieras el síndrome premenstrual. No te va.

Y ya que necesitaban empacar para estar listos cuando la camioneta pasara por ellos en una hora para llevarlos a Berlín, su discusión se prorrogó para más tarde, cuando no tuvieran la prisa de una entrega de premios a la que no habían considerado asistir hasta que a encargada de relaciones públicas les reveló que el premio era suyo, y que al menos debían dar la cara para recibirlo.

Lo corto de la antelación y el no estar listos hizo que los preparativos se llevaran a cabo entre gritos, prisas, angustia, y hasta desesperación, pero los cuatro miembros de Tokio Hotel consiguieron subir a la camioneta a tiempo y lanzarse por la Autobahn directo a la capital para llegar a tiempo a lo último de la alfombra roja y posar frente a las cámaras como los nominados a Artista nuevo de ese año.

Una vez dentro del recinto la tensión bajó al mínimo, y por fin les fue posible disfrutar del momento y sin más ocupación que conseguir que alguno de los camareros que atendían la fiesta les sirvieran alcohol.

—Espero haberme maquillado bien —dijo Bill, revisando su reflejo con disimulo y ojo crítico en un pequeño espejo de bolsillo, pues temía haber quedado como payaso luego de pasarse el delineador por lo bajo del párpado a casi 180km/h.

—Estás bien —le tranquilizó Gustav, que sostenía una copa de champagne entre los dedos pero no hacía intentos por probarla.

—Gracias, Gusti.

—Mejor que yo con mi planchado de cabello —dijo Georg, que tenía la mitad de la cabellera lacia, y la otra en su estado natural con ondas por culpa del conector eléctrico de la camioneta, que había decidido dejar de funcionar en el peor de los momentos.

Ignorando a sus compañeros de banda y gemelo, Tom miró por encima de su hombro a la multitud que se conglomeraba en el recinto, empezando por la sección de fans en la parte trasera y que era de donde más fuerte provenía el ruido de voces, hasta enfocarse en la sección VIP, donde el resto de las celebridades se agrupaban a la espera de recibir un premio.

Con mal disimulado interés, Tom barrió con la mirada una a una las mesas en las que se sentaban los demás y tomaba notas de los rostros y nombres que reconocían, pues aunque hacía ya casi un año que su sencillo Durch den Monsun se había posicionado en los primeros puestos de popularidad en radio y televisión, su ascenso a la fama todavía se limitaba a codearse con celebridades menores, y Tom ardía en deseos de conocer a algún músico de alto calibre aunque sólo fuera para guardar el recuerdo si es que el éxito de la banda se iba a pique y volvían a desaparecer con la misma facilidad que habían ascendido de las nieblas del anonimato.

Aquí y allá reconoció a un par de artistas que durante el último año habían posicionado su música en la radio, plus algunos otros que ya eran reconocidos en el medio y estaban ahí para llenar espacios en blanco.

—Esa de ahí es Shakira… —Le susurró Bill a su gemelo, y éste asintió una vez.

Correcto, era Shakira, y le habría interesado comprobar por sí mismo si en verdad tenía el cuerpo que aparecía en sus videos de no ser porque la postura que había adoptado en su asiento era un suplicio para su trasero y estar sentado ya le estaba provocando una incomodidad que no tenía nombre.

Hasta ese punto su velada en una entrega de premios habría sido como cualquier otra de haberse quedado en su asiento y quietecito, pero si algo no caracterizaba a Tom Kaulitz era esa paciencia que llegaría a desarrollar con los años, pero que en ese momento era nula.

Simplemente Tom se disculpó para ir al sanitario, y tras comprobar que era buen momento (su nominación estaba programada hasta dentro de veinte minutos más), buscó el baño más cercano con intenciones de vaciar la vejiga, refrescarse el rostro, y quizá hacer el ganso un rato frente al espejo.

Un tanto torpe de pasos siguió las indicaciones que el staff le indicó, y pronto estuvo en el baño para caballeros, donde a su derecha tenía una hilera de urinales y a la derecha los cubículos, ya no tan limpios como horas atrás y con un aroma que le hizo arrugar la nariz porque nada detestaba más que el aroma a orina fresca y cargada de quienes no bebían suficiente agua para limpiarse los riñones como era debido.

Indeciso hacia qué lado dirigirse, Tom por poco recibió un golpe de la puerta al abrirse ésta y entrar alguien más con él al baño.

Apartándose para dejar pasar al hombre que entró, Tom apenas si reparó en su traje cortado a la medida y en su camisa roja, concentrándose mejor en el tatuaje que ostentaba en el cuello y que no supo reconocer.

—¿Qué miras? —Le atajó su interlocutor, y Tom levantó ambas manos para demostrar que no pretendía nada, pero antes de tener oportunidad, el hombre se agarró la entrepierna con una mano y la sacudió—. ¿Qué, buscas un poco de esto?

La invitación, aunque vulgar y por demás obscena, no obtuvo la reacción que el hombre esperaba, pues sin proponérselo Tom se mordió el labio inferior y reveló con su lenguaje corporal que sí, quería un poco de eso. Por favor y gracias.

—Malditos críos de hoy en día —masculló el hombre, avanzando hacia Tom y plantándose ante él en actitud desafiante—. ¿No eres uno de esos, cómo se llaman, mmm, Tokio Motel?

—Hotel —articuló Tom la corrección, aspirando hondo y llenándose los pulmones de su perfume, que a diferencia del que usaba Warren se notaba costoso y no una simple baratija comprada de oferta en el supermercado de la esquina.

El hombre no pasó por alto el interés que su persona despertaba en Tom, y el mismo Tom contrajo cada músculo del cuerpo a la espera de un golpe bien merecido por su osadía, pero en lugar de ello…

—Sí que tienes cojones… —Dicho a una distancia mínima de su rostro, en donde Tom sintió el calor de su aliento rozarle la mejilla y un nuevo aroma le inundó las fosas nasales: Alcohol, y no poco.

Apabullado de cómo reaccionar y con experiencia limitada en el campo, Tom extendió una mano, y con inseguridad pretendió tocarlo en el hombro pero en su lugar acabó rozando con la yema de los dedos el tatuaje que tenía en el cuello y que contrastaba con gran fuerza al ser de gruesas y negras pinceladas sobre una piel morena y apetecible al contacto.

Con ojos entrecerrados, Tom se visualizó a sí mismo besando aquel tatuaje indescifrable, y lo habría hecho de no ser porque el hombre le sujetó la mano con fuerza y se la apretó hasta hacerle doler.

—Ough…

—Debería romperte la cara por atreverte a tocarme, pero…

La pausa se extendió entre ambos como una gota pendiendo del grifo antes de caer, y de nueva cuenta creyó Tom que su suerte se había terminado, pero entonces el hombre apretó con más fuerza de su mano, y cuando el mayor de los gemelos no pudo resistir más el dolor, le sorprendió plantándole un beso que hizo entrechocar sus dientes.

Hasta ese momento Tom había conocida una limitada variedades de besos que iban de lo tierno a lo apasionado, pero nunca uno como ese que incluyó una lengua recorriendo el interior de su boca y transmitiendo una furia ciega que le hizo sentir las piernas débiles y el pulso cardiaco sobre las nubes.

Y así habrían podido seguir hasta el fin de los tiempos sin que a Tom le importara en lo más mínimo, pero su acompañante no era de la misma opinión, y cogiéndole por el cuello de la camiseta lo empujó al último cubículo de la hilera y lo hizo entrar.

—Joder con los críos de hoy —gruñó entrando detrás de él y cerrando la puerta del sanitario con el pasador. Un sonido metálico que reverberó en el baño vacío y sacó a Tom del trance en el que se encontraba antes.

Un tanto cortado por lo que podía o no ocurrir a continuación, Tom retrocedió un paso y el inodoro se le clavó en las corvas de las rodillas, señalando que había llegado al fin del camino. Game Over y enfrentarse a lo que viniera con entereza, pero una corazonada le indicó que su futuro a corto plazo no podía ser tan malo si de momento ya había sido besado en lugar de hecho pulpa a puñetazos.

—Voltéate —le indicó el hombre con un quiebre de muñeca—, odio esas mariconadas de hacerlo cara a cara.

Todavía mirando por encima de su hombro, Tom lo hizo, y el quedar de espaldas un escalofrío le recorrió la espalda de arriba a abajo.

«Aquí es donde me revientan los riñones a golpes, y…», empezó Tom una letanía de miedo que no se confirmó cuando el hombre le levantó sin tanta ceremonia la camiseta y se aprovechó de sus jeans tres tallas más grande para tirar de ellos y bajárselos con todo y bóxers.

Dado que apenas dos minutos atrás se habían conocido, Tom experimentó un agudo caso de vergüenza, donde las mejillas se le tiñeron del más profundo color rojo que tuviera en su arsenal y cada músculo del cuerpo se le contrajo de manera dolorosa.

—Inclínate un poco —le indicó el desconocido, y Tom se sintió demasiado agarrotado para ello. Además, le daba asco la tapa abierta del retrete y la idea de cuántos culos habían estado ahí antes, por lo que abrió un poco más las piernas para conseguir equilibrio y se recargó no contra el retrete, sino contra el muro.

La posición tuvo como desventaja una incomodidad innata para los músculos y tendones de sus piernas y brazos, pero Tom la pasó por alto cuando al instante un par de manos le acariciaron los inexistentes glúteos antes de abrirse camino y exhibir su área más íntima.

De no ser porque ya con Warren habían llegado a eso y más, Tom habría muerto ahí mismo de mortificación. En su lugar, un gemido salió de sus labios cuando el desconocido mantuvo sus nalgas separadas con una mano, y usó la otra para tocarlo directamente en su abertura.

—Estás tenso —declaró antes de escupirse en los dedos y con ayuda de esa humedad extra acariciarle con mayor confianza.

De nuevo, Tom volvió a gemir, y el sonido de su voz llego a sus propios oídos. Un breve pensamiento acerca de lo irresponsable que estaba actuando y lo mal que se pondrían las cosas si alguien los atrapaba ahí cruzó por su mente, pero Tom lo desestimó cuando el primer dígito se introdujo en su cuerpo y le hizo recordar que apenas unas horas atrás había estado a punto de perder la virginidad y ahora tenía una segunda oportunidad para resarcir su decisión anterior a manos de un desconocido.

—Oh Diox —jadeó cuando el peso de sus actos le cayó encima como un saco de piedras.

Por un lado, no era como si por Warren albergara mayores sentimientos que los de una supuesta amistad que se basaba en la gratificación mutua, y lo mismo podía decir de él hacia su persona, pero… De ahí a entregarle su virginidad a un virtual extraño que lo había abordado en el baño… La línea a cruzar era más bien un abismo, y estaba pensando seriamente en saltar a riesgo de despeñarse en el proceso…

El desconocido solucionó el dilema por él al distanciar sus cuerpos y de uno de sus bolsillos extraer un condón que no tardó en colocar sobre su erección.

Un vistazo a ese trozo de carne erguida, y Tom salivó ante la idea de ponerse de rodillas y llevársela a la boca, pero antes de que tuviera tiempo de proponerlo, el desconocido volvió a tocarlo entre las piernas y volvió a su interior con dos dedos que maniobró con maestría hasta que intentó hacerlo con un tercero y Tom se resistió.

—Son… Muchos… Dedos… —Articuló con los dientes apretados, pues si bien le quedaba un poco de lubricación de sus jugueteos previos con Warren, no era tanta como para hacer de ese un paseo 100% placentero y libre de accidentalidades.

—Los vas a necesitar —dijo el hombre con un tinte de humor en su voz, la primera prueba que tuvo Tom de que disfrutaba tanto como él, y resignándose le permitió preparar un poco más el canal con esos tres dedos antes de extraerlos y rápido posicionar la cabeza de su pene contra su abertura—. ¿Listo?

—Uhhh…

—¿Sí o no? —Exigió el hombre una respuesta clara ejerciendo presión en su orificio.

—Sí —gimió Tom cuando el empuje se hizo insostenible—. ¡Sí!

—Aquí vamos —murmuró el desconocido, penetrándolo lentamente pero sin pausa hasta que sus caderas tocaron sus glúteos y Tom se sintió lleno. Muy, muy lleno.

Con la frente apoyada en la pared de azulejos, Tom alcanzó a inhalar y exhalar a profundidad antes de que el desconocido se retirara de su cuerpo, y sin alcanzar a salir del todo, volviera a su interior.

Un ciclo repetitivo que en un inicio le hizo sentir náuseas y miedo, que mató su incipiente erección hasta que su pene quedó colgando fláccido entre sus piernas, pero que conforme pasaron los minutos se fue tornando casi… agradable, hasta convertirse en una sensación placentera que despertó en él de nueva cuenta su erección.

—Tócate —le indicó el hombre, sujetando sus caderas con excesiva fuerza y marcando un ritmo de embestidas cortas y rápidas.

Tom así lo hizo, y antes que después su respiración se volvió errática y elaborada. Con los ojos cerrados y una mejilla ardiente pegada al muro, Tom recibió cada embestida con una sumisión que hablaba de su deseo de ser dominado, y que el extraño cumplió a la perfección al poseerlo sin mayor delicadeza que asegurar para él el mismo placer que él sentía.

Sintiendo gotas de sudor bajando por su cuerpo, Tom tembló cuando una embestida en particular conectó con su centro de placer, y aunada a la mano que ceñía su pene acabó corriéndose sin nada de finura sobre el retrete, con tan mala puntería que el semen cayó sobre la taza y manchó el asiento. Tom giró el rostro para ver el desastre que había hecho, y eso le sirvió de señal al desconocido para incrementar el ritmo de sus embestidas y seguirle con un orgasmo de su propia cosecha en donde sus manos se ciñeron a su pelvis y le estrujaron hasta hacerle doler.

Un ronco gemido inundó la sala, y en respuesta un carraspeo les respondió, poniéndolos en alerta de que ya no estaban solos.

Con gran apuro se separaron, y dándose la espalda volvieron a acomodar sus ropas y a adecentarse dentro de los límites de lo posible.

Al terminar, fue el hombre quien le indicó a Tom con el dedo índice sobre los labios que guardara silencio, y éste así lo hizo, consciente de que se jugaban la reputación en ello, por lo que le permitió a él abrir el pestillo y salir primero, sólo para descubrir que de nueva cuenta estaban a solas.

Quienquiera que estuviera ahí antes ya se había marchado, y detrás sólo había dejado el perfume barato de su colonia para después de afeitado.

Oliéndose el cuello de su camiseta, Tom se preguntó si Bill sería capaz de adivinar el porqué de su demora por el aroma que ahora se mezclaba con el suyo, pero antes de que pudiera siquiera considerar ese escenario, su acompañante le rozó el brazo con una ternura que no había exhibido antes y atrapó su atención.

—¿Sabrás mantener la boca cerrada?

Tom asintió una vez, y su corazón volvió a latirle al doble de su capacidad en el pecho cuando el hombre se acercó a él y selló su pacto con un último beso.

—Sal tú primero —le indicó con una palmadita amistosa en el trasero, y Tom así lo hizo, lamentando después cada paso que dio hasta llegar de vuelta a su mesa, donde Bill se removía ansioso en su asiento porque estaban a punto de nombrar a los nominados en su categoría y temía tener que subir al escenario con un miembro faltante en su banda.

—¿Dónde estabas? —Le siseó apenas Tom estuvo de vuelta a su lado, y el mayor de los gemelos lo ignoró en pos de barrer la sala en búsqueda de su hombre misterioso—. ¡Tom!

—Baño —respondió éste.

—Pues te tardaste mucho.

—Lo siento, yo-… —Ahí estaba, caminando en línea recta a través de la sala y ocupando un asiento al lado de una despampanante rubia que le besó en los labios como recibimiento—. Oh.

—¿Pero qué tanto miras? —Preguntó Georg, que había seguido la línea de vista de Tom y dio en el clavo—. ¿Lo conoces?

—Me… topé con él en el baño —admitió Tom la versión más pura de lo ocurrido en realidad—. ¿Quién es?

—Bushido —respondió el bajista—. Rapero. Seguro que se lleva a casa un par de premios.

«Y mi virginidad», pensó Tom, obligándose a darle la espalda y a fingir que nada había ocurrido.

Porque en lo que le respectaba al mundo, nada, absolutamente nada había sucedido en ese baño.

Era mejor así, aunque claro, convencerse de ello fue lo más difícil del proceso…

 

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