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Big Bad Wolf por HellishBaby666

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Notas del capitulo:

¡Hola  todos! Creo que estaré subiendo los capítulos de esta historia casi seguido, pues ya casi entro a la escuela y no tendré tiempo de hacerlo después.

Sin más que agregar, espero que les guste ;) 

Aquella noche tuvo un sueño.


 


No es que el resto de las noches no soñara. Siempre veía el rostro de sus padres y de su hermano tan pronto cerraba los ojos, incluso podía sentir el desagradable olor a sangre y carne quemada en su nariz. Esta vez era un sueño diferente. Estaba en el claro del bosque otra vez y huía de algo. Podía percibir su presencia detrás de él, pues escuchaba sus pasos pesados sobre la nieve y su respiración agitada y caliente golpeándole la piel del cuello. El aliento de aquella cosa olía a muerte y cada vez estaba más cerca. Él trataba de correr, pero sus piernas parecían estar atrapadas en el fango y todo sucedía en cámara lenta. Las vibraciones de sus gruñidos  se conducían a través de sus frágiles huesos, haciéndolo estremecerse, quería gritar, pero sus cuerdas vocales eran incapaces de emitir cualquier sonido. Finalmente su cuerpo colapsó del cansancio y tropezó en la nieve. Aquella bestia se encontraba sobre el, respirándole su fétido aliento en el rostro y mirándolo con rabia. Abrió sus enormes fauces y encajó sus colmillos en su cuello, despertándolo con un estremecimiento. El sol comenzaba a salir, derritiendo lentamente la nieve fuera de la cueva. El cabello azulado y largo se le pegaba a la piel por el sudor y el corazón golpeaba su pecho con fuerza. Se sentó lentamente, pasándose la manga de la camisa por la frente y dándole un vistazo a su alrededor. Sebastian dormía al otro lado de la cueva, con la espalda descansando contra una roca y una botella de vino vacía en la mano. El menor se aproximó hacia él sigilosamente, observado el semblante duro del mayor, quién se veía amenazador aún durmiendo. El cabello azabache enmarcaba un rostro marcado por múltiples cicatrices que lo hacían ver mayor de lo que realmente era. La mayor de ellas se encontraba en su ojo izquierdo, atravesándolo desde la mitad de la frente hasta el cigomático, donde la piel dejaba de ser pálida y suave y se volvía rosada y perlada. Era una cicatriz bastante sorprendente de ver. El menor se preguntaba cómo se la habría hecho, y un impredecible impulso lo llevó a repasarla con sus largos y delgados dedos, sintiendo su textura áspera. Su corazón casi dió un vuelco cuando el mayor se removió ante su toque, deslizándose lentamente sobre su costado.


 


-¿Sebastian? -Lo llamó el chico, moviéndolo por el hombro. El mayor se retiró del contacto, quejándose por lo bajo y gruñiendo, pero sin suficiente fuerza como para levantarse. -¡Sebastian! -Lo llamó de nuevo el menor, tratando de despertarlo. 


 


-Hghn... -Se quejó el ojiescarlata, moviéndose un poco, hasta que pudo recostarse sobre su vientre y Ciel logró entender lo que sucedía.


 


Lo que alguna vez fue una camisa blanca ahora no era más que un montón de jirones de tela teñidos con sangre. El chico observaba aterrado la espalda del mayor, que era atravesada desde los omóplatos hasta donde empieza la cadera por enormes rasguños que parecía obra de algún animal salvaje. El corazón le latía con fuerza y no sabía que hacer, Sebastian estaba muy débil como para caminar y no lo quería dejar solo para ir a pedir ayuda, además ¿qué sucedería si en el camino alguien trataba de meterse con él? Sebastian se quedaría en el campamento esperando su regreso y moriría desangrado. En medio del pánico recordó aquella pasta que el mayor había usado en su pie. Casi salta de felicidad cuando encuentra el pequeño cuenco de madera entre las cosas del mayor y rápidamente vierte el agua de la cantimplora sobre su espalda. Tragó en seco al pensar en el dolor que le causaría, pero lo limpió con sus pequeñas manos de cualquier forma, ganándose un aterrador gruñido de parte del ojiescarlata. Una vez limpio, tomó algo del ungüento en la punta de sus dedos y lo aplicó en las heridas. Sebastian apretaba la tierra entre sus dedos y se removía con dolor, pero le permitió al menor terminar de curarlo. Transcurrieron pocos minutos de completo silencio y preocupación hasta que el mayor comenzó a reincorporarse lentamente. La hemorragia se había detenido y el dolor parecía ser menor.


 


-¡Sebastian! -Exclamó aliviado el menor, pasando el brazo de este sobre sus hombros para ayudarlo a ponerse de pie. -¿Qué sucedió? Sebastian  alejó al chico de él, empujándolo con dificultad y con fuerza suficiente para hacerlo tambalearse. 


 


-Estoy bien, no fue nada. -Respondió secamente el mayor. Buscó su abrigo y se lo puso sobre la espalda descubierta, ignorando la preocupación del chico. 


 


-¡No puedes casi desangrarte frente a mi y decir que no fue nada! -Exclamó exasperado, tratando de tomarlo una vez más por el brazo.


 


El mayor no se deshizo de su agarre esta vez, sino que lo sujetó con fuerza por el brazo, obligándolo a mirarlo fijamente. Su naturaleza agresiva y explosiva se reflejaba en los colores de sus ojos, que ahora que Ciel podía apreciar de cerca, entendía que no eran completamente rojos, más bien una combinación de naranjas, amarillos y rojos, casi semejando las flamas de una fogata ardiendo. Los labios del mayor se abrían como tratando de decir algo, pero solo se limitaba a observarlo amenazadoramente. El menor no se atrevía a tratar de luchar; se sentía como en su sueño, paralizado y sin escapatoria. ¿Aquel hombre lo encontraba tan irritante? ¿O era la diferencia de clases sociales lo que le resultaba aberrante? No podía explicar el odio que Sebastian sentía ante su persona, pero cada vez comenzaba a dudar más de la integridad de su seguridad a su lado. 


 


El agarre firme del mayor lo lastimaba, no lo suficiente como para hacerlo llorar, sin embargo, grandes lágrimas lastimeras comenzaron a deslizarse a través de sus mejillas sucias, dejando un rastro detrás de ellas que indicaba su recorrido hasta el borde de su mentón. No era el dolor de su brazo, ni el trato brusco de aquel hombre, ni siquiera el recuerdo de su familia. Eran los sentimientos acumulados por más de un mes que ahora parecían haber escapado de la prisión en la que los había encerrado, y no querían detenerse. El mayor se alejó rápidamente, soltando su agarre y observándolo sorprendido, como si ahora fuera él el que no sabía cómo reaccionar ante las gordas lágrimas y suspiros incesantes del niño. Su típicamente severo semblante hubiera resultado gracioso de ver de no ser por el chico llorando desconsoladamente frente a él, pues fruncía el ceño con preocupación y mantenía la boca entreabierta, sin saber qué decir.


 


Finalmente lo tomó entre sus brazos, dándole pequeñas palmaditas en la espalda, como un torpe intento de calmarlo y apretándolo contra su pecho desnudo, compartiéndole algo de su calor. A Ciel le pareció sorprendente la temperatura corporal del mayor, quien lo hizo olvidarse del frío en el instante que lo atrajo hacia él.


 


-Todo estará bien... Estamos bien... -Murmuraba el ojiescarlata, tratando de apaciguar sus alaridos. Lo ayudó a subirse al caballo y se montó detrás de él enseguida. -Llegaremos a Valle del Río en unos días. -Aseguró, como una manera de hacerlo sentir mejor.


 


El chico asintió, limpiándose la nariz con el antebrazo en un gesto infantil. 


 


Sebastian golpeó los costados del caballo, indicándole que avanzara y los adentrara en el bosque, mientras tanto el sol alcanzaba su posición más alta, iluminado su camino a través de las hojas de los árboles y volviendo el verde del pasto, una vez cubierto de blanco.


 


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