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Amor y otras obsesiones por Syarehn

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Notas del capitulo:

Gracias nuevamente a mi encantadora beta Neshii, sin la cual este one-shot no tendría pies ni cabeza.

Género: AU-Fantástico, Romántico, Fluffy.
Advertencias: Algo de dolor físico.
Resumen: "Uno en un millón tiene una pareja predestinada y tú, aparte de tenerla, cuentas con señales para encontrarlo, lo que significa que hay algo especial en ustedes, o que el destino te cree demasiado estúpido como para hallarlo por ti mismo."

DESTINO

 

“¿Así que te recuerdo a alguien a quien jamás conociste, una silueta solitaria? ¿Y te recuerdo a algún sitio donde deseas estar, tan lejos de nuestro alcance?”

Amarillys de Shinedown

 

 

Se sacudió la lluvia después de saltar un enmohecido tronco y continuó corriendo tan rápido como el suelo fangoso le permitía. La llovizna no lograba refrescar la calurosa noche y los mosquitos y libélulas se estrellaban en su rostro haciéndolo gruñir con molestia. Justo por eso no le gustaba el sur ni su horrible clima. Sin mencionar que estaba exhausto y los músculos le ardían.

 

Alejarse así de su manada fue la peor idea, sin embargo, ya no podía ignorar el eco interno que estaba guiándolo cada vez más al sur.

 

No era algo ligado a su naturaleza y eso le impedía controlar lo que ocurría. ¿Pero cómo controlar algo que ni siquiera podía entender? Si tuviera que describirlo diría que era como un imán que lo arrastraba, un llamado al que no podía resistirse o una fuerza que lo sobrepasaba y con la que estaba cansado de pelear, porque entre más intentaba ignorarla más intensa se hacía. Era una apabullante necesidad por salir corriendo y encontrar algo que ni siquiera sabía que estaba buscando.

 

Había iniciado meses atrás, cuando comenzó a añorar algo que sabía que veía en sus sueños pero que al despertar no recordaba y conforme la añoranza crecía, la frustración por no recordar también. Nunca consiguió acordarse por completo, sin embargo, en cuanto logró rememorar la voz que aparecía en ellos todo empeoró, pues al abrir los ojos lo único que ocupaba su mente era aquel tono grueso y masculino que le resultaba tan desconocido como familiar. Tan atrayente que sólo pensaba en escucharlo de nuevo.

 

La ansiedad se volvió parte de su vida aunque se forzó a no darle importancia, a fingir que dormir un poco más cada día era enteramente normal. No obstante, las alarmas en su cabeza se encendieron cuando comenzó a escucharlo estando despierto.

 

El pánico se adueñó de él, sabiendo que la situación ya había cruzado la línea y que debía pararlo. Sin embargo, antes de que pudiese aclarar su mente y hacer algo, su “obsesión” actuó primero; una madrugada como cualquier otra despertó pronunciando un nombre, su nombre. Y Robb supo que estaba perdido, porque le bastaba con repetirlo a media voz para que una calidez inconmensurable naciera en su pecho, extendiéndose por cada célula de su cuerpo hasta convertirse en un fuego delicioso y salvaje, en el anhelo más profundo de su alma.

 

La sensación era fascinante, pero en cuestión de horas aquello que parecía perfecto se convirtió en una desesperación agonizante que le exigía a gritos partir al sur. Cada segundo fue un suplicio insoportable hasta que decidió rendirse y hacerlo.

 

Escribió una apresurada nota a su padre y salió tan rápido como pudo. No tenía idea de lo que hallaría –si es que hallaba algo–, o si sería lo que en realidad buscaba. Quizá lo fuera y no era lo que esperaba, tal vez a pesar de encontrarlo no lograría calmar su agonía, o quizá resultaba ser que nada de eso era real y él estaba loco. Gruñó sin poder evitarlo. No quería seguir pensando, pero pensar era lo único que podía hacer mientras corría, hasta que un ruido tras él llamó su atención.

 

Afiló la mirada, consciente de que había alguien acechando. Segundos después una flecha salió disparada hacia él de entre la penumbra y los árboles. Robb la esquivó sin dificultad soltando un gruñido de advertencia desde el fondo de su garganta, resonando imponente y aterrador. Aun así, otra flecha pasó a su lado y él se lanzó contra su atacante, ubicándolo en la oscuridad y arrancándole un grito agudo.

 

El sabor metálico comenzó a esparcirse en su boca, el tibio músculo abriéndose paso entre sus dientes hasta que una tercera flecha proveniente de un ángulo distinto se incrustó en su costado. Inconscientemente clavó un poco más los colmillos en su víctima tratando de atenuar el dolor, pero las puntas de plata ardían como el infierno, aturdiéndolo.

 

Con menos destreza ladeó el rostro para evitar el siguiente tiro, no obstante, éste pasó rozándole el cuello y él soltó el trozo de carne que mordía sabiendo que debía marcharse, sin embargo, una quinta flecha le perforó el hombro y todo perdió sentido.

 

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Miró al cielo nocturno con una mueca, sin poder definir si lo amaba u odiaba. Lo cierto era que desde meses atrás ninguna noche pasaba inadvertida y las culpables eran esas… “visiones” que le quitaban el sueño.

 

Aquellos flashazos entrecortados e inconexos adquirían mayor nitidez a una velocidad abrumadora y Jaime sólo podía atribuirlo a alguna especie de locura, porque nadie en toda la historia de su familia había experimentado visiones. Nadie. Los Lannister controlaban bestias, cualquier creatura felina, desde simples gatos hasta quimeras salvajes o mantícoras más grandes que elefantes. Bastaba una orden para hacerlos doblegarse y obedecer. Algunos, como su padre y él mismo, ni siquiera tenían que pronunciar palabras, una mirada y algo de concentración eran suficientes. Otros, como Myrcella, los controlaban al tocarlos. ¿Pero visiones?

 

Intentó dejarlo pasar, después de todo, soñar despierto con un par de bonitos ojos azules no significaba nada. No obstante, lo miraban con tal intensidad que era incapaz de pensar en otra cosa, y la indescriptible paz que venía con ellos o la espontanea felicidad que sentía al recordarlos era inigualable, exquisita.

 

Después apareció una sonrisa amable de labios sugerentes, un rostro de atractivas facciones enmarcado por cabello rojizo y ondulado, hasta que una noche lo vio por completo; estaba de pie frente a él, mirándolo anhelante mientras sus labios se movían como si estuviese llamándolo, invitándolo a acercarse o quizá pidiéndole permanecer a su lado por siempre. Y llegó un punto en el que dejó de importarle lo que estuviese proponiéndole, su respuesta era .

 

Era ya irrelevante si se trataba de su imaginación o no, para Jaime las mil sensaciones dulces e indescriptibles que le provocaba aquel chico eran muy reales. Se mantenía despierto con los ojos cerrados con tal de verlo y se dijo que si con sólo pensar en él pudiera traerlo a su lado, ya estarían juntos. Quizá por ello no le sorprendió encontrarse a sí mismo buscando su rostro en las calles con una necesidad cada día más apremiante y enfermiza.

 

Recorrió Lannisport y cada rincón de los dominios de su padre, porque algo le decía que de no encontrarlo sería el sujeto más miserable de Westeros. Luego, sin dar explicaciones partió hacia King’s Landing, pero al llegar, la primera visión que tuvo fue el chico recorriendo un bosque nevado.

 

«¡Mierda!» Había gritado furioso, maldiciendo todo lo que podía ser maldecido porque, ¿en serio? ¿El Norte? ¿Su mente tuvo que esperar a llegar para escupirle a la cara que había tomado la dirección opuesta? ¿Por qué no simplemente le mostraba el camino o lo dotaba con una especie de sexto sentido que lo guiara? ¡¿Y si hubiese decidido ir a Dorne o Highgarden?!

 

Regresó a Casterly Rock hecho una furia, aunque tuvo que tragarse su mal humor cuando su padre se plantó frente a él cuestionando su actitud y sus viajes sin sentido.

 

Jaime terminó por contarle todo.

 

«—Entiendes lo que es, ¿no es cierto? —había preguntado Tywin y Jaime asintió—. Quita esa cara —ordenó, aceptando con fría tranquilidad lo que su hijo seguía tratando de asimilar—. Uno en un millón tiene una pareja predestinada y tú, aparte de tenerla, cuentas con señales para encontrarlo, lo que significa que hay algo especial en ustedes o que el destino te cree demasiado estúpido como para hallarlo por ti mismo.»

 

Después le había dicho que descansara esa noche y partiera al amanecer, pero Jaime no podía seguir esperando, ¡ni siquiera podía concentrarse! Lo necesitaba cada vez más. Se iría esa noche. No obstante, cuando se encontraba bajando las escaleras, el sonido de cascos de caballos y unos gritos teatrales acercándose le taladraron los oídos.

 

«Joffrey.» Dedujo de inmediato rodando los ojos. No necesitaba de visiones para saber que había hecho algo estúpido durante su cacería. El chico era su sobrino, sin embargo, de Lannister sólo tenía la apariencia y de Baratheon el apellido, poniendo en entredicho las habilidades de la legendaria estirpe de cazadores de la cual provenía Robert.

 

Los sirvientes comenzaron a movilizarse por todo el castillo y Jaime terminó siguiéndolos, más curioso que preocupado pero con la sensación de que había algo más atrayéndolo a esa sala.

 

—¿Qué ocurre? —inquirió al entrar, tratando de ignorar los gritos y maldiciones de Joffrey cada que Pycelle le curaba la escandalosa herida en su brazo.

 

—¡Esa maldita bestia me mordió! —bramó Joffrey, colérico—. ¡Mátenla! ¡Exijo que la maten!

 

Jaime notó la presencia de su padre a varios metros, aunque éste no le prestaba atención a Joffrey; su vista estaba fija al otro lado de la sala, donde yacía un enorme lobo gris encadenado por las patas y el cuello a la mesa donde solía destazar ciervos. Se removía y gruñía con torpeza pese a estar cubierto de sangre y claramente herido.

 

—¿Es un huargo? —indagó Jaime asombrado, avanzando en dirección al lobo sin poder evitarlo.

 

—En apariencia —concedió Tywin con calma—. ¿Cuándo fue la última vez que viste a un huargo tan al sur y sin su manada? —La realidad era que Jaime jamás había visto uno, al menos no vivo, únicamente el impresionante ejemplar disecado en la sala de Stannis Baratheon y Tywin lo sabía—. ¿Qué notas en la herida de Joffrey?

 

Jaime encogió los hombros, más atento al lobo que a su sobrino o a la conversación misma.

 

—Que es horrible —musitó sin interés.

 

—Mira el tamaño de ese lobo —enfatizó—. Pudo haberle abierto la garganta de un zarpazo o arrancarle la mano sin dificultad, pero ni siquiera tocó las venas a pesar de la profundidad de la mordida.

 

—¿Una coincidencia? —sugirió, haciendo que Tywin torciera los labios—. No estarás diciendo que sabía lo que hacía al morderlo, ¿o sí? Creí haberte oído decir más de una vez que los animales no… —Entonces comprendió las sospechas de su padre—. Espera, ¿crees que es un warg? —cuestionó incrédulo, incapaz de apartar la mirada.

 

Los warg eran una especie tan pura como rara, la línea matriz de los hombres lobo. Se sabía poco de ellos, sólo generalidades como que eran capaces de transformarse a voluntad en enormes lobos huargo sin la fase humanoide en que los hombres lobo se estancaban. Como humanos, eran más fuertes y ágiles que un hombre lobo en luna llena, y como lobos tenían pleno dominio de sus instintos, combinando las mejores cualidades de ambas especies. Quizá su única debilidad era la sensibilidad a la plata.

 

—Es justo lo que quiero comprobar —reconoció Tywin, haciendo una señal con la mano para que Ilyn Payne continuara con lo que Jaime había interrumpido.

 

—¿Qué van a hacerle?

 

—Le inyectarán plata líquida. Si es un warg eso lo obligará a volver a su forma humana, si no…

 

—Habrás envenenado a un lobo casi extinto por nada.

 

E incluso el mismo Jaime se sorprendió ante lo preocupada que había sonado su propia voz.

 

—¿Y acaso crees que se transformará con sólo pedírselo amablemente? —espetó su padre, sabiendo que aunque decidiera torturarlo, sedarlo o incluso matarlo, seguiría siendo un lobo. Sólo regresaría a ser humano por decisión propia o inducido por la plata.

 

Jaime no contestó, de hecho, ya no estaba escuchándolo. Sus pies se movían solos hacia el lobo.

 

—Suéltalo—ordenó sin pensar cuando Ilyn Payne se preparaba para inyectarlo. El lobo abrió los ojos al escuchar su voz tan cerca, haciendo que Jaime se congelara en su sitio, hechizado por sus ojos azules. Sus penetrantes y expresivos ojos azules. El fuego se encendió en su pecho acelerándole el pulso, y contuvo la respiración sabiendo que era él. ¡Eran sus ojos! Los ojos que comenzaba a amar. Sonrió, sintiéndose como el idiota más feliz de Westeros hasta que un agonizante aullido lo devolvió a la realidad, desgarrándole el alma con solo escucharlo—. ¡¡NO!! —rugió furioso y asustado al notar que Payne acababa de clavar la aguja en una de las patas del huargo.

 

En segundos, Jaime ya tenía al hombre por el cuello, arrojándolo con violencia a un lado y pisando sin contemplaciones la aguja que yacía en el suelo.

 

—¿¡Qué haces?! ¡Tienen que matarlo! —gritó Joffrey, levantándose sin importarle empujar al anciano maestre que lo atendía.

 

Tywin detuvo su avance mirando intrigado la actitud de su hijo, que revisaba el estado del lobo con una expresión de devastadora preocupación al tiempo que lo acariciaba, como si eso le ayudara a mitigar el dolor.

 

El lobo ladeó el rostro hacia Jaime sin dejar de mirarlo, relajándose ante su contacto mientras regresaba lentamente a su forma humana. El espeso pelaje grisáceo pronto se convirtió en piel blanca, los dedos del rubio ahora estaban enredados entre ondulantes cabellos caoba y Jaime deslizó la mano hasta su rostro con cuidada suavidad, una que ni él mismo sabía que podía expresar, sin embargo, no encontraba otra manera de transmitirle la plenitud que sentía con sólo verlo.

 

Robb olvidó por un breve momento la tortuosa sensación de la plata en sus venas, porque todo se reducía a ese instante, como si encontrarse fuera lo que siempre habían deseado, lo que siempre habían necesitado.

 

—Jaime… —Fue apenas un susurro, pero desencadenó tantas emociones que todo lo experimentado hasta ese momento parecía nada en comparación—. Jaime —repitió, para completo éxtasis del rubio. No obstante, el dolor obligó a Robb cerrar los ojos con fuerza en un intento por no gritar—. Quema… —admitió entre dientes.

 

El rubio salió de su embrujo, consciente de que el chico estaba bañando en su propia sangre y que había plata líquida atormentándolo desde adentro, así que sin pensar tomó la daga que Ilyn Payne había dejado a un lado e hizo un corte largo para drenar el metal. El chico se mordió los labios y Jaime tomó trozos de su camisa para atarlos en los extremos de la herida, evitando que se desangrara de más.

 

—Tranquilo, voy a quitarte esto —le aseguró, forcejeando con las cadenas hasta darse cuenta de que era inútil—. La llave. Dámela —le ordenó a Payne—. ¡Dámela! —bramó al verlo dudar—. ¡¿Qué mierda esperas!? ¡Hazlo! ¡Quítale esas malditas cadenas antes de que te arranque los dedos por esto!

 

El hombre miró nerviosamente a Tywin y éste asintió, dándole pauta para rebuscar con torpeza entre sus ropas mientras Jaime le gritaba que se diera prisa pese a las protestas de Joffrey.

 

—Es él, ¿no es así? —dijo Tywin, acercándose. No era realmente una pregunta pero Jaime asintió sin dudar y él sólo pudo sonreír de lado, casi empático con su hijo predilecto—. Al menos alguien viajó en la dirección correcta —ironizó, aunque Jaime ya sólo tenía atención para su lobo huargo.

 

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Sentía el cuerpo pesado y su mente parecía flotar en una densa bruma. Sólo el dolor en el hombro y la punción constante en su antebrazo le confirmaban que nada era un sueño, que de verdad había llegado a su destino encontrando lo que buscaba -quizá incluso más- y de momento eso era suficiente.

 

Entre su letargo escuchó murmullos, voces a las que fue dando forma con dificultad; se trataba de un anciano y un hombre más joven de tono confidente. No comprendía del todo lo que decían, sin embargo, se esforzó por hacerlo hasta que un ruido seco se sobrepuso a los demás, seguido por el sonido de pasos.

 

—¡Mi Lord! Usted no debería estar aquí —exclamó el anciano.

 

—¿Por eso hay guardias impidiéndome la entrada? —siseó la inconfundible voz de Jaime, aunque Robb supo que se trataba de él incluso antes de escucharlo hablar; su cercanía despertaba el remolino de emociones que fluía entre ambos, haciendo a su cuerpo estremecerse involuntariamente.

 

Sus heridas protestaron por el ligero movimiento, arrancándole un lastimero gemido.

 

—¿Lo ve? Es por eso que no debe acercarse —reprendió el anciano, evidenciando sus reacciones. Robb quiso decirle que no importaba, que quería a Jaime ahí—. Lo que este joven requiere es descanso y su presencia…

 

—¿No es bienvenida? —completó el rubio, entre altanero y mordaz.

 

—No en estas condiciones, mi Lord.

 

—Fuera —ordenó con irritación—. Qyburn se hará cargo del resto.

 

—Pero mi Lord…

 

—¡Fuera! —gritó. Robb escuchó los pasos titubeantes del anciano al alejarse. Habría sentido pena por él de no ser porque la intoxicante presencia de Jaime acaparaba sus sentidos, y cuando lo sintió sentándose a su lado deseó tenerlo aún más cerca—. ¿Cómo está? —El enojo había desaparecido y ahora sonaba casi amable. Robb se derritió un poco.

 

—La recuperación es lenta debido a la plata. Sin mencionar que los warg no sanan tan rápido como ustedes, mi Lord. Pero estará bien en un par de días.  —contestó el hombre que debía ser Qyburn.

 

—¿Mi padre te dijo quién es?

 

—Sólo su relación con usted. —Hubo un momento de silencio antes de que Qyburn hablara de nuevo—. Ha estado llamándolo todo el día, mi Lord.

 

Robb se sorprendió y abochornó a partes iguales. No dudaba que fuese cierto pero no estaba seguro de querer que Jaime se enterara. Lo que no esperó fue sentir los dedos del rubio rozándole el dorso de la mano como respuesta, e inevitablemente maldijo los sedantes por impedirle percibir el contacto como quería. Aún así aquel roce logró arrancarle un suave jadeo.

 

—¿Sabe que estoy aquí?

 

Jaime sonó preocupado, aunque había una innegable satisfacción en su voz.

 

—Me atrevería a asegurar que sí, mi Lord. Después de todo, es por usted que está en Lannisport.

 

—Agonizando en Lannisport —puntualizó. La ironía disfrazó un poco la culpabilidad en su tono y Robb notó cómo el roce en su mano se convertía en un sutil agarre—. ¿Qué clase de pareja destinada soy si mientras él se acercaba aquí yo ni siquiera sabía dónde comenzar a buscar? —gruñó.

 

—Tal vez así es como funciona —sugirió Qyburn—. Hay antiguos escritos donde se afirma que la base de este tipo de uniones es una especie de… complementariedad; “la unión de opuestos para completar un todo” —recitó—. De ser cierto, es comprensible que pertenezcan a razas casi contrapuestas e incluso que las señales hayan tenido manifestaciones complementarias.

 

—¿Y por qué el estúpido destino tardó tanto? Es más, ¿cómo sé que lo que sea que nos quiere juntos no cambiará de parecer? —La mano de Jaime apretó la suya un poco más.

 

—Me temo que no tengo esas respuestas, mi Lord. Tendremos que esperar para saberlo, aunque no cabe duda de que estamos ante un suceso extraordinario; una unión así siempre ha sido decisiva en la historia de Westeros.

 

Sus palabras hicieron que Robb recordara las leyendas sobre la fundación de Lanza del Sol, en las que se afirmaba que Nymeria, la Reina de los Rhoynar, no había llegado al continente con miras a una invasión o a causa de una huida masiva como decían los escritos, sino guiada por una intensa conexión con Mors Martell, regente de los Señores del sur. Aquello había desencadenado un choque entre razas pero también la subsecuente unificación de Dorne y el inicio de una nueva y más poderosa dinastía con Nymeria y Mors a la cabeza de ella.

 

Jaime no contestó y Robb comprendió que estaba tan confuso como él mismo. Quiso transmitirle seguridad de alguna manera pero lo único que consiguió fue un incipiente movimiento apenas perceptible, sin embargo, Jaime correspondió al instante deslizando sus largos dígitos entre los suyos hasta entrelazar sus manos con firmeza.

 

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Avanzó por los pasillos hasta casi correr, prometiéndose a sí mismo que no dejaría pasar aquella afrenta. Tras la discusión con Pycelle, éste se había encargado de usar a su favor la confianza de Tywin para mantenerlo a distancia. «Es por la salud del paciente, mi Lord.» Había dicho el anciano, pero Jaime sabía que era su venganza por haberlo echado, y de no ser por Qyburn nadie se habría tomado la molestia de informarle que el castaño ya había despertado.

 

Una mezcla entre el alivio y la furia lo dominaban, aunque por encima de ambas sensaciones había ansiedad, toneladas de ansiedad. Pasó de largo a los guardias que custodiaban la puerta y al mismo Pycelle, que insistía en que aún no podía entrar. Cerró la puerta en sus caras, asegurándola al instante mientras se obligaba a controlar su nerviosismo antes de girarse.

 

Robb estaba recargado en el marco de la ventana, mirando el reflejo del Sol matinal sobre las olas, que chocaban contra el imponente peñasco que era Casterly Rock. Sonreía divertido por la forma en que el rubio había entrado. Jaime conocía esa sonrisa, la había visto decenas de veces antes y aun así le parecía incluso más radiante. Sus miradas se cruzaron, trayendo de vuelta la explosión de sentimientos.

 

Jaime rebuscó su compostura para poder hablar.

 

—¿Disfrutando la vista? —preguntó, observando al chico cerrar los ojos como si se estremeciera con sólo escucharlo. Se humedeció los labios complacido por su reacción, acercándose de forma automática.  

 

—Es impresionante—concedió Robb con el corazón bombeando fuerte contra su pecho.

 

Sin el dolor de las heridas ni la plata de por medio percibía con claridad cada una de las sensaciones que aquel hombre alto y apuesto le provocaba con su mera presencia. Era jodidamente atractivo y Robb se sintió atrapado entre su sonrisa autosuficiente y sus hipnóticos ojos verdes. No tardó en determinar que todo en él le gustaba, desde su aroma a brisa fresca hasta la forma en que se acercaba a él, como acechándolo. ¡Y su voz! Su voz seductora que llevaba semanas enloqueciéndolo.

 

—Hay cosas más impresionantes.

 

Robb estuvo en completo acuerdo, correspondiendo su mirada sugerente con una sonrisa cómplice, dejando que la deliciosa tensión comenzara a esparcirse por la habitación conforme la distancia se acortaba.

 

—¿No preguntarás cómo sé tu nombre?

 

—Me interesa mucho más conocer el tuyo —admitió Jaime al estar a un paso de distancia.

 

—Robb Stark —se presentó.

 

El nombre resonó en la mente de Jaime con fuerza, repitiéndolo por instinto, saboreándolo y notando el efecto que eso provocaba en el castaño, quien mordió su labio inferior sin dejar de mirarlo. Un gesto que al rubio se le antojó detener con su propia boca.

 

De forma instintiva Jaime rodeó su cintura, buscando más del calor que emanaba su cuerpo. El contacto fue electrizante. Robb entrecerró los ojos, sobrepasado por la intensidad de lo que estaba experimentando mientras Jaime emitía un gemido ronco por la misma razón.

 

—Dios… —murmuró jadeante—. ¿Puedes sentirlo?

 

—¿Qué? —ironizó  Jaime sin aliento—. ¿Las ganas de besarte hasta que deje de sentir los labios? ¿La necesidad de tenerte cerca? ¿O la descarga eléctrica al hacerlo? —Porque ¡Joder! Así debía sentirse un rayo impactando contra su cuerpo.

 

—Todo. Al mismo tiempo —musitó con una sonrisa ligera aunque sus ojos contaban otra historia—. Y es aterrador —admitió despacio—. ¿Cómo puedo necesitarte así, anhelarte así sin siquiera conocerte?

 

Jaime deseó estrecharlo todavía más; era asombroso como la complementariedad de la que hablaba Qyburn abarcaba incluso sus miedos, pues mientras Robb le temía a la magnitud de sus sentimientos, él sentía un pánico atroz ante la posibilidad de que toda esa inmensidad tuviera un costo, que eventualmente perdiera eso tan maravilloso que había entre ambos.

 

—No pareces demasiado asustado —le molestó, porque Robb lucía más tranquilo que él y eso le devolvía la seguridad que creía estar perdiendo.

 

El castaño le acarició el cuello, acercándose peligrosamente a su rostro.

 

—Porque me asusta mucho más no tenerte —confesó antes de que sus labios se encontraran.

 

Jaime no necesitó más para mandar al demonio sus miedos. ¿Qué importaba el costo si podía tener esas miradas para él o los labios de Robb cediendo ante los suyos? No necesitaba más, no quería nada más.

 

Aquel primer beso no fue suave ni cuidado sino un gesto impaciente, cargado de ansiedad, de deseo y de un sinfín de emociones que parecían ahogarlos en un mar insondable. Robb jadeó contra sus labios, buscando separarse para sentirse seguro de nuevo, pero Jaime lo impidió tomando el control; Robb ya había dado el primer paso y él no iba a dejarlo retroceder.

 

Sus respiraciones se volvieron agitadas. Ninguno supo cuánto duró el contacto pues tras un segundo en busca de aire volvían a besarse como si buscaran compensar el tiempo lejos del otro, conscientes de que era el inicio de algo aún más grandioso y colosal, podían sentirlo crecer a pasos agigantados. Aquel sentimiento iba a consumirlos hasta la muerte, quizá incluso después.

 

—Al carajo el destino —masculló Jaime, iniciando un juego de besos húmedos e intermitentes—. Predestinados o no, te quiero a mi lado.

 

La sonrisa cálida con que sus palabras fueron recibidas le hizo saber que todo valía la pena, sobre todo si aquellos ojos de tormenta seguían mirándolo así, como si él fuera el fuego de su invierno.

 

—Ése es el único sitio donde quiero estar.

Notas finales:

¡Gracias por leer! Hasta prontito <3


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