Estaba allí sentado en el amplio sillón, observando el fuego de la estufa de piedra con concentración. Sus blancas piernas desnudas colgaban hacia el abajo, descalzos pies apenas tocando el piso alfombrado. Hacía frío, pero estar vestido únicamente con un enorme sweater beige y unas pequeñas pantys blancas tampoco ayudaba mucho.
Apretó entre sus frías manos la gran taza de chocolate caliente, buscando que se le transmitiera algo de la temperatura. Sopló un mechón de rubio cabello que le obstruía la vista. Su larga cabellera no se encontraba lacia como usualmente estaba, pues se hallaba bastante esponjado y despeinado. Se preguntó qué diría la criada Florette al verlo así, con esas pintas tan indecentes y descaradas según ella.
Pero ese día la mujer se había ido al hospital para cuidar de su hermana enferma. Télesphore esperaba que no fuera grave, la mujer era de las pocas que actuaba más o menos amable con él.
Escuchar el sonido de la madera quemándose era impresionantemente relajante, el pequeño muchacho luchó por no dormirse. Esperaba la llegada de su padre, para poder así pasar sus vacaciones de invierno con él al menos un día, antes de ingresar nuevamente al internado Onésime.
El sonido de la lluvia helada era uno de sus favoritos, lo ayudaba a concentrarse en la lectura. Dejó su taza de chocolate caliente sobre la mesita que se encontraba cerca de él y abrió el gordo libro por donde se había quedado anteriormente. Su profesor de historia, el Sr. Bonnet, le había entregado un libro a cada uno de sus alumnos y, como tarea para vacaciones de invierno, debían realizar un resumen completo de él. Télesphore había comenzado con este libro hace tiempo y su resumen estaba casi listo, sólo le faltaban algunos detalles para enriquecer la narración y sería perfecto. Él mismo con dedicación se encargaría de que su resumen fuera el mejor de su clase, sacaría la mejor calificación y quizás, sólo quizás, podría hacer a su padre orgulloso.
Télesphore siempre fue presionado para ser el mejor en lo que hacía; el mejor en la escuela, el mejor en ballet, el mejor dibujando. Y él se esforzaba por cumplir con esas expectativas todo el tiempo. Aunque para él dibujar fuera más bien un pasatiempo, pronto se vio a sí mismo tomando clases privadas de dibujo. El ballet le parecía hermoso, encontraba fascinante la gracia y delicadeza, pero sobre todo la elegancia que presentaba; esa fue la primera vez que él le pidió algo a sus tutores: aprender ballet.
Lo logró con esfuerzos y pasión, daba gracias a su cuerpo naturalmente flexible por salvarlo de lesiones. Su complexión era pequeña y delgada, liviana, fácil de maniobrar con ella. Sus facciones finas y delicadas, femeninas, le habían ayudado a personalizar sus movimientos gráciles. Si bien sus pies se lastimaron, eso no lo detuvo. Encaró cada conflicto que su gusto por el ballet ocasionó con la cabeza en alto.
Supo de parte de su instructora, Adrienne Couture, que su fallecida madre tenía la misma actitud que él y que ella misma fue quien le enseñó ballet. Télesphore se maravilló al saber que su amada madre tenía los mismos gustos qué él; desde ese día le colocó más empeño aún al ballet, en memoria de su madre.
El sonido de una puerta abriéndose lo sacó de sus divagaciones, era el mayordomo trayéndole una bandeja de plata que contenía sopa de verdura. Él hombre de no más de treinta años se acercó al chico con ese paso casi militar; espalda recta y mirada neutral. La cola de su chaqueta negra, propia del uniforme de mayordomo, se ondeaba con cada paso suyo. Ajustó su corbata rojo vino con su mano enguantada y realizó su mejor esfuerzo para no admirar las esbeltas y lampiñas piernas de Télesphore.
— Aquí está la sopa que pidió, joven.
Su voz era seria y relajante, algo ronca, pero por su hábito de fumar. El mayordomo y Télesphore habían mantenido relaciones sexuales consensuales el mes anterior, en la alcoba del joven. Nada más había pasado, no hubo sentimientos por parte del hombre adulto. Télesphore despertó solo en su cama y con un dolor en su trasero impresionante que no lo dejó levantarse por unas horas. Sin embargo, el dolor más persistente era el de su ilusionado corazón, creyendo que el hombre que secretamente le gustaba anteriormente le iba a corresponder en algo no carnal. Después de eso, el hombre le dijo que su conciencia carcomía pues, si bien Télesphore apenas contaba con dieciséis (ese dato tampoco lo reconfortaba), aparentaba mucho menos. El pobre hombre sentía que había corrompido a una pura niña de diez u once años y se sentía como un enfermo. Télesphore, enojado, le había dicho que su apariencia no le había importado mucho cuando se encontraba embistiéndolo con pasión y que mejor dejara de pensar cosas tan estúpidas, que con esos pensamientos sí parecía pederasta. El mayordomo, ofendido, le asestó una bofetada que lo tiró al piso y se fue. El chico, si bien se lo esperaba (pues el hombre era violento y le había golpeado brutalmente en otras ocasiones), le dolió que viniera de él y más después de lo que había pasado entre ellos. Tuvo que ocultar el hematoma con maquillaje por días, culpándose interiormente por haber sido tan grosero con el mayordomo.
— Gracias. — Declaró, sosteniendo el plato de losa con un trapo, pues estaba caliente. Su voz salió fría y seria, sin emoción. Había cortado relación con él después del incidente y ahora no se hablaban o se miraban más de lo estrictamente necesario. Otros miembros de la servidumbre notaron este cambio, pero no dijeron nada. — Retírese.
El hombre se limitó a dar una ligera inclinación e irse, no sin antes encontrarse a sí mismo apreciando la porción de pálida piel blanca del hombro y cuello de Télesphore, a quien el amplio cuello de su sweater se le había resbalado por los hombros debido a su tamaño.
Télesphore notó la mirada depredadora del hombre y giró la cabeza hacia el suelo, molesto. Ceño fruncido y piernas temblorosas, se preguntó por qué lo miraba así cuando dejó muy en claro que ya no eran nada.
— Asqueroso.
Su mayordomo cumplía con varios de sus gustos en hombres en cuanto a lo físico, pero estaba seguro de que no lo trataría bien. Era alguien violento e intolerante, no sabía dar ese cariño que Télesphore tanto añoraba.
— Me pregunto si algún día encontraré a mi “príncipe azul” — Murmuró triste. Inmediatamente se reprendió y agitó sus claros cabellos con nerviosismo. — Mierda, me estoy poniendo estúpidamente cursi.
Disgustado, procedió a tomarse toda su maldita sopa de verduras, pasando por alto el sabor extraño en ella.
Al terminar, la colocó sobre la mesita a la par de la ahora fría taza. Retomó su lectura, a pesar de sentir un repentino sueño abrazándole. Sacudió la cabeza y prosiguió con su resumen hasta ya tenerlo terminado. Al finalizar y encontrarse satisfecho con su trabajo, subió a su habitación. Se había tristemente resignado a que su padre no llegaría.
Entró a su alcoba de colores vino, dorado y beige. Caminó hasta su buró y de él tomó su suave colonia. Roció el resumen con ella y sonrió. Se sintió como esas colegialas que le ponen perfume a las cartas que les mandan a los chicos que les gustan.
— Es la vieja táctica. — Dijo burlón. Lo hacía por las dudas nada más, le habían dicho que así le resultaría más agradable a su maestro. — Ay, es una estupidez
Negó con su cabeza sonriendo levemente. Guardó su resumen en su bolso, entre el libro de historia y se recostó en su cama dos plazas. Rápidamente se quedó profundamente dormido, sin escuchar como su puerta, a los pocos minutos, se abría lentamente.
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