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7 Formas de decir "Te Quiero" por tashigi94

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Notas del capitulo:

¡Hola! Siento la tardanza, pensaba subir antes este cap pero mi conexión a internet no quiso cooperar D: bueno aquí lo tienen, espero les guste

One Piece y todos sus personajes son propiedad de Eiichiro Oda

Ace estaba tendido en la cama con la cara enterrada en su revista, leyendo atentamente esas 7 formas de declararse. La primera de todas era la siguiente:


"1. Escribe una carta: Si eres demasiado tímida para declararte en persona, una buena opción es hacerle una linda carta donde expreses todo tu love. Los chicos adoran ese tipo de detalles."


Pensó que era una buena idea, así que tomó un lápiz y un papel y se dispuso a escribir. Una hora después, el papel seguía en blanco y Ace estaba al borde de la desesperación. Si las palabras nunca habían sido su punto fuerte, por escrito era mucho peor.


Finalmente respiró hondo, se tapó los ojos con una mano y con la otra se atrevió a escribir a toda prisa un "Te quiero" con letras rápidas y torcidas. Tendría que bastar con eso. Ahora solo faltaba entregársela a Marco. Así que dobló la pequeña carta, la guardó en un bolsillo de sus pantalones y partió en busca del primer comandante.


Nada más salir de su habitación se encontró con Vista, que arrastraba por el pasillo una montaña de tablones de madera casi tan grande como él. Ace se ofreció de inmediato a ayudarle y entre los dos empujaron la pesada carga hasta el comedor, donde un grupo de carpinteros estaba construyendo algunas mesas y sillas nuevas.


— Rompimos demasiadas en la última fiesta – le explicó Vista mientras iba pasando los tablones a sus compañeros — Oye Ace, ¿podrías traernos un bote de pintura? Me lo he dejado en el almacén...


El pecoso aceptó el recado y corrió rumbo al almacén. No iba a negarse a ayudar a sus nakamas, pero no quería perder mucho tiempo con ese tipo de tareas ya que estaba impaciente por entregarle su carta a Marco.


Con las prisas no se molestó en mirar por dónde pisaba y al salir a cubierta tropezó con un pequeño bache, cayéndose de bruces contra el suelo. Murmuró unas cuantas maldiciones y se frotó la nariz, que le sangraba ligeramente por el golpe que se había dado.


— ¿Estás bien? - dijo una voz femenina a su lado.


Era una enfermera de cabello castaño y ojos color ámbar. Se llamaba Nina y se había unido a la tripulación hacía un par de meses.


— Sí, solo me tropecé... Gracias – contestó Ace limpiándose la nariz con un pañuelo que le tendió la chica.


— Debes ir con más cuidado. Por cierto, ¿podrías hacerme un favor? - dijo mostrándole un pequeño frasco con un líquido oscuro y una nota de instrucción — ¿Puedes llevar esto a Haruta? Es una medicina para su gripe. Iba a llevárselo yo, pero no sé cuál es su camarote, este barco es tan grande...


El pecoso accedió pensando que no le tomaría mucho tiempo ya que la habitación del comandante de la 12ª división estaba cerca del almacén al que se dirigía. Así que tras coger la pintura fue hacia la habitación de su compañero.


Al llamar a la puerta le abrió un Haruta que presentaba el peor aspecto de su vida. El joven comandante tenía unas enormes ojeras, el pelo revuelto y vestía un pijama viejo de varias tallas más grande que la suya.


Ace lo saludó amigablemente y se llevó las manos a los bolsillos buscando el medicamento, pero antes de entregárselo a su camarada se quedó asombrado por el desorden que había en la habitación. Todo estaba lleno de periódicos.


— Las enfermeras no me dejan hacer actividad física así que me he entretenido leyendo la prensa de los últimos días... - se excusó Haruta.


Ace se fijó en un montón de carteles de recompensa que Haruta había apilado sobre la cama. Los ojeó con curiosidad; reconoció a algunos piratas famosos, también estaban presentes algunos miembros de su tripulación cuyas recompensas habían subido, entre ellos Marco. Se quedó fascinado mirando su fotografía. El rubio aparecía volando con sus brazos convertidos en majestuosas alas; sus llamas azules cubrían la mitad de su cara dándole un aspecto misterioso. Se veía tan poderoso, tan fuerte, tan atrayente, tan...


— Ace, ¿me estás escuchando? - preguntó Haruta haciéndole sobresaltarse — El otro día le gané una apuesta a Thatch y me prometió que me haría el postre que yo quisiera. ¿Te importa llevarle esto? - le tendió un papel en el que aparecía la receta de un pastel de fresas.


El pecoso asintió distraído, se guardó la nota en los bolsillos y se marchó, suspirando con la imagen del fénix todavía grabada en su mente.


Andó hacia la cocina, donde esperaba encontrar a Thatch, y por el camino se dio cuenta de que se le había olvidado darle la medicina a Haruta, y tampoco le había llevado aún la pintura a Vista. Chasqueó la lengua, molesto por estar dando tantas vueltas y no haber podido entregar su carta a Marco todavía. Aceleró el paso, deseoso de acabar de una vez con los recados que le habían encomendado.


Llegó a la cocina, donde efectivamente se encontraba el cuarto comandante. Thatch estaba troceando unas verduras mientras tarareaba una cancioncilla y en cuanto vio llegar al pecoso lo saludó con una sonrisa.


— ¡Ace, que alegría verte por aquí! Verás, hoy tengo bastante trabajo, ¿podrías hacerme un favor?...


Una pequeña venita se marcó en la frente de Ace y su paciencia, que ya de por sí era escasa, se agotó.


— ¡¿Pero qué os pasa hoy a todo el mundo?! ¡¿Os creéis que soy una puta paloma mensajera o qué?! - gritó con tanta energía que parecía que iba a echar a arder de un momento a otro.


Thatch se quedó tan sorprendido que casi se le cayeron el cuchillo y la cebolla que sostenía en sus manos. Ace tuvo que cerrar los ojos y respirar hondo para calmarse un poco, pensando que no había estado bien pagar su mal humor con su amigo.


— Lo siento, tengo un mal día – se disculpó de mala gana — ¿Qué es lo que quieres?


— ¿Puedes llevarle eso a Izo? - preguntó el castaño señalando con la cabeza hacia una mesita donde había una pequeña caja y una nota de papel — Él tuvo que quedarse de guardia en el barco cuando estuvimos en la anterior isla, así que me pidió que le comprase algunos cosméticos. No sé por qué me lo dijo a mí, si yo no entiendo de esas cosas – añadió con un par de carcajadas — Bueno, le compré ese potingue, está dentro de esa caja. En la nota de al lado están los ingredientes, la fecha de caducidad y tal... ¿Puedes llevárselo? ¡Te pondré una ración extra de comida como recompensa!


Ace asintió enérgicamente con los ojos brillantes de ilusión ante la promesa de comida extra. Cogió el frasco que había dentro de la caja y se lo guardó en los bolsillos junto con la nota que lo acompañaba, y se fue de allí a toda prisa dejando a Thatch riéndose suavemente por lo fácil que había sido convencerlo.


Por suerte para el moreno, no le llevó mucho tiempo encontrar a Izo. El okama estaba en la cubierta, jugando a las cartas junto a otros piratas mientras daba largas caladas a su pipa de la que salía un humo azulado. Ace rebuscó en los bolsillos de su pantalón, que a estas alturas estaban ya abarrotados de cosas.


— Thatch me pidió que te diera esto – dijo tendiendo un frasco y una nota a Izo.


— Vale, gracias – contestó el okama sin mirarle, concentrado en el juego.


Ace se quedó unos segundos observando con recelo a sus compañeros.


— ¿Tenéis algo que darme, o queréis que os ayude en algo...? - preguntó temiendo que le encargasen más recados.


Los piratas negaron con la cabeza y Ace se puso a saltar de alegría provocando que todos lo mirasen extrañados. Antes de que pudiesen cambiar de opinión, se fue corriendo dispuesto a entregar el resto de cosas de una vez por todas.


Primero fue junto a los carpinteros para entregarles la pintura. Vista miró el bote con recelo, tenía una textura rara, pero le agradeció la ayuda y se dispuso a utilizarla.


Después fue a la habitación de Haruta para entregarle su medicamento.


— Aquí tienes apuntada la dosis que debes tomar y todo eso – dijo Ace rápidamente tendiéndole un papel.


Haruta lo ojeó con una ceja levantada.


— “Mascarilla capilar. Aplicar desde la raíz a las puntas para reparar el cabello dañado y...” ” - leyó en voz alta — ¿Y se supone que esto me va a aliviar la gripe? - preguntó extrañado.


Pero Ace ya se había ido. Por fin había entregado todos los recados, y estaba feliz de poder ir a darle ya la dichosa carta a Marco.


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Thatch seguía en la cocina limpiando unos cuantos pescados mientras contaba una de sus alocadas anécdotas a Marco, que había ido allí para tomar algo de café y que le escuchaba distraídamente mirando hacia el exterior por una claraboya.


— Y entonces el monstruo marino me atacó y... - la alegre voz de Thatch se fue apagando al notar que su amigo no le prestaba atención — ¿Me estás escuchando?


— Sí, claro – respondió el rubio con un tono monótono.


— ¡Pues parece que no me haces ni caso!


— Sí, claro – contestó de nuevo sin mirarle.


— ¿Me prestas 5000 berries?


— Sí, cla... - la sonora carcajada de Thatch le hizo volver a la realidad y se calló de golpe al darse cuenta de sus propias palabras.


El cocinero se asomó a la claraboya por la que Marco estaba mirando. Se veía la cubierta del barco, y por allí estaba Ace corriendo de un lado a otro, aparentemente bastante atareado. Los ojos de Marco seguían cada uno de los movimientos del pecoso; se había quedado ensimismado mirándolo, y no era la primera vez que sucedía eso, ni la segunda, ni la tercera...


— ¿Cuándo vas a admitir que te gusta? - le preguntó Thatch sin el menor descaro.


— No digas tonterías – gruñó Marco desviando la vista.


— Oh, yo no lo llamaría “tontería” - replicó el cuarto comandante mientras troceaba un gran pez — Yo lo llamaría “tensión-sexual-no-resuelta”.


Marco frunció el ceño y se cruzó de brazos en pose defensiva.


— Lo que dices no tiene ningún sentido. Sabes de sobra que no siento nada por Ace más allá de la amistad.


— Sí, claro... - repuso el castaño con ironía.


Marco puso los ojos en blanco y dejó escapar un suspiro de fastidio. Discutir con Thatch sobre ese tema era una pérdida de tiempo, así que se fue de nuevo a cubierta, ignorando las burlas y comentarios que su amigo le dedicaba como despedida.


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Ace creía que el corazón se le iba a salir del pecho de tanta fuerza con la que latía. Se acercó a pequeños pasitos hasta Marco, que estaba apoyado en la barandilla del barco, con la vista perdida en el horizonte.


— Hola – dijo el pecoso intentando que sus nervios no se reflejasen en su voz.


El mayor se giró hacia él, le dedicó una media sonrisa y le revolvió el pelo a modo de saludo. Ace sintió que sus pulsaciones se aceleraban aún más con ese simple gesto.


— Yo v-venía a... Darte e-esto... - titubeó maldiciendo mentalmente sus nervios.


Sacó un papel de su pantalón bajo la atenta mirada del rubio y se lo tendió rogando porque Marco no se diera cuenta del sonrojo que seguramente debía cubrirle el rostro.


Marco desdobló la nota con cuidado y la leyó atentamente, con una expresión demasiado seria para preocupación del menor.


— ¿Y qué se supone que tengo que hacer con esto? - preguntó alzando una ceja.


Ace se quedó de piedra por aquella fría respuesta. Bajó la vista, mordiéndose el labio inferior con impotencia y poniendo todos sus esfuerzos en no llorar, pero entonces Marco le sorprendió leyendo en voz alta:


— “Pastel de fresa. Ingredientes: medio kilo de harina, dos huevos batidos, media taza de azúcar...” ¿Qué hago yo con esto? Deberías dárselo a alguno de los cocineros...


El pecoso primero parpadeó sorprendido, luego dejó escapar un largo suspiro aliviado de que no lo hubiera rechazado, y después se tensó de nuevo... “Si le he dado la receta de Haruta a Marco, ¿entonces dónde está mi carta?” el pánico empezó a apoderarse de él y se rebuscó en los bolsillos desesperadamente bajo la mirada interrogante del rubio, pero no encontró nada en ellos.


En ese momento escucharon unos cuantos gritos desde la cocina. “¡Mierda, mierda, mierda!” pensó Ace echando a correr hacia allí.


Al llegar se topó con un gran corro de piratas que no paraban de reír y cuchichear entre sí. Se abrió paso para ver qué estaba ocurriendo allí, y tuvo que taparse la boca con una mano para no gritar al ver la escena.


— ¡Yo no he escrito eso! - se quejaba Thatch.


Sentado en una silla estaba Izo, fumando tranquilamente su pipa con los codos apoyados en una mesa. Frente a él había un papel donde con unas letras un poco retorcidas alguien había escrito “Te quiero”.


— No te preocupes, es normal que te sientas atraído por mí – dijo Izo exhalando el humo con una suave risa — No te culpo, suelo causar ese efecto en los hombres.


— ¡Te digo que yo no lo he escrito! - protestó el cuarto comandante cada vez más colorado por la incómoda situación — ¡Ace ha debido confundirse al dártelo! ¿Verdad, Ace...?


Todas las miradas se volvieron hacia el pecoso, que sintió que se le secaba la boca de golpe. Para colmo, Marco acababa de asomar por la puerta de la cocina y miraba la escena tan sorprendido y divertido como todos.


Ace no tenía ni idea de cómo salir de esa situación, no podía confesar que la carta era suya pero tampoco quería mentir, además eso se le daba demasiado mal.


— ¿Qué está pasando aquí? - dijo entonces Marco avanzando hacia el centro.


Ace tuvo que reprimir un suspiro de alivio cuando la atención de todo el mundo se desvió hacia el primer comandante. Thatch, que cada vez estaba más alterado, se acercó hasta él para suplicarle ayuda.


— ¡Izo cree que yo le he escrito esa nota! - exclamó señalando al okama que sonreía con toda la tranquilidad del mundo — Marco, ayúdame a aclarar este malentendido y... - su voz se fue apagando al ver un brillo de venganza en la mirada del rubio.


— Yo no lo llamaría “malentendido”... - dijo Marco con una traviesa sonrisa de lado — Yo diría que tienes una “tensión-sexual-no-resuelta”.


— Pero serás hijo de... - masculló Thatch poniéndose más rojo que una cereza.


Los piratas estallaron en risas de nuevo mientras el cuarto comandante intentaba defenderse como podía de tales acusaciones.


Ace aprovechó el jaleo para escabullirse y regresar a su habitación con los nervios aún a flor de piel. Se dejó caer de espaldas en la cama, agotado tras tantas emociones vividas ese día. Había llegado a dos conclusiones: 1. Declararse por carta era un desastre asegurado y 2. Era el peor chico de los recados del mundo.


 


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