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El Último Pétalo por lust4life

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Notas del capitulo:

Todos los personajes le pertenecen únicamente a J.K. Rowling

Gracias por leer!! (-3-)/

—¿Hola? —preguntó en voz alta a la espera de que el dueño del lugar apareciera. Sin embargo la respuesta nunca llegó. Todo el castillo parecía desértico— Ruego me disculpe interrumpir a estas horas, pero perdí mi caballo en el bosque...

Una luz se encendió desde uno de los salones, pero nadie salió de allí. Lucius estaba tiritando de frío, así que se arriesgó y decidió ir hasta aquel sitio. Para su mala fortuna, el salón al que llegó, al igual que el resto del castillo, estaba completamente vacío. La única iluminación eran las de las llamas encendidas dentro de una amplia chimenea. Se quitó su túnica empapada parándose frente al fuego para darle más cálidez a su helado cuerpo.

Cuando sintió que su temperatura corporal volvía mas o menos a la normalidad, vió una mesa con un solo cubierto y un montón de comida dispuesta sobre ella. Quizás era muy atrevido de su parte, pero el ver tanta variedad de comida hizo que su estómago rugiera de hambre. Llevaba todo el día viajando y apenas había probado bocado durante la mañana. Con audacia fue sacando un poco de cada plato que reposaba intacto.

Lucius se puso rígido cuando a la lejanía, oyó voces hablar entre susurros.

"Tiene que irse ahora mismo"

"Oh, por favor, ten piedad..."

"¡No! Sabes lo que haría el amo si se entera de..."

—¿Quién está ahí? —preguntó con el alma en un hilo. Los susurros se detuvieron y el silencio volvía a reinar.

"Ni una palabra, Ron. Ni una sola"

Tragó saliva con pesadez. Quién quiera que estuviese allí, obviamente no se sentía contento con su presencia. No quería meterse en más problemas de los que ya tuvo en todo ese día, por lo que agarró su túnica y corrió hacia la salida con sus pasos haciendo eco. No notó como un par de fieros ojos verdes lo miraban ocultos desde las escaleras.

Dejó escapar un respiro de alivio cuando salió del espeluznante castillo y se encontró bajando los escalones de la puerta de entrada. Salazar tuviera piedad de él y le permitiera llegar sano y salvo a su casa. Estuvo a punto de cruzar la reja cuando en su camino hacia ella, pudo observar un pequeño sector lleno de rosas blancas. Pensó que antes de volver al pueblo, podría llevarle una a Draco, después de todo, él amaba las flores.

En el momento en que sacó una rosa, la más hermosa a su parecer, el estrepitoso rugido de un animal lo hizo trastrabillar del susto.

—¿QUIÉN ERES Y QUÉ HACES AQUÍ? —le gritó un horrible monstruo. Su aspecto era tan horrendo que Lucius dudaba de que se tratase de un ser humano.

—Y-yo p-perdón...n-no quería —balbuceó aterrado.

—¡NO ERES BIENVENIDO!

—P-perdón...

—¿Qué estás mirando? —gruñó enojado— ¿Has venido a ver a la bestia, verdad?

—N-no...s-sólo b-buscaba ayuda...

—¡¿LLEVÁNDOTE UNA DE MIS ROSAS?! Ellas son lo más preciado que tengo en mi castillo...VAS A PAGAR POR ESO —El par de ojos verdes chispeaban pura furia, y antes de que Lucius pudiera defenderse, la criatura lo agarró del cuello de la túnica y lo arrastró de vuelta al castillo entre gritos de desesperación.

 

Draco leía sentado sobre el fino césped del jardín durante el atardecer, cuando vió a lo lejos la figura alta de Cedric caminar hacia él con una sonrisa galante.

Cerró su libro y rodó los ojos con fastidio.

—¡Dragón! La más bella de las flores...

—Hola, Cedric. ¿A qué debo el honor de tu visita? —dijo sarcásticamente. El otro hombre no se dió cuenta.

—No puedo estar más de acuerdo contigo, precioso. Eres el hombre más afortunado de este pueblo, después de mí, claro —decía sentándose a su lado. Demasiado cerca para incomodidad del rubio. Draco deseó salir corriendo de allí— He venido a terminar nuestra charla de la mañana.

—¿Qué es lo que querías decirme?

—Hoy es el día en el que todos tus sueños se harán realidad —dijo arrogante.

—¿Tú qué sabes de mis sueños?

—Lo sé todo sobre tí, querido —Molesto, Draco iba reprochar pero Cedric lo interrumpió— Quiero que pienses en esto; yo, con un puesto del Wizengamot en el Ministerio... —Draco infló sus mejillas para retener una carcajada. Cedric hablaba mirando al cielo con un aire ensoñador—...llegando a casa del trabajo, y mi lindo esposo esperándome con la cena lista y haciéndome un delicioso masaje. Mientras que los pequeños juegan con las escobas quidditch en el jardín—Cedric se tomó la libertad de acariciarle la espalda, Draco se removió molesto— Tendremos seis o siete.

—¿Escobas? —preguntó intentando por todos los medios alejarse de Cedric.

Cedric lo miró— No, Draco. ¡Muchachos fuertes como yo!

—Imagínate —respondió riendo nervioso mientras se ponía de pie. Ya se temía el rumbo de esa conversación, y siceramente, no tenía ningún deseo de seguir lidiando con ese tonto petulante.

Caminó hacia la casa. Cedric lo seguía detrás.

—¿Y sabes quién será mi esposo?

—Hmm...déjame pensar...

—¡Tú, Dragón. Por supuesto!

—¡Cedric! M-me dejas sin palabras...

—Sólo dí que aceptas —Cedric acorraló a Draco contra la puerta y acercó su rostro para besarlo.

—Lo lamento mucho, Cedric. Pero eres demasiado bueno para mí, y... —Colocó sus manos sobre su pecho—...¡No te merezco!

Los ojos cerrados de Cedric se abrieron de par en par cuando el rubio le dio un empujón, y tropezó por un par de escalones, cayendo sentado sobre un charco de lodo.

Draco entró y cerró de un portazo.

Pasaron un par de minutos en los que Draco, asomado por entre la cortina, veía al hombre alejarse a grandes zancadas de vuelta al pueblo.

—Juro por Merlín y Morgana que te haré mi esposo del modo que sea. Qué de eso no te quepan dudas —murmuraba el castaño para sí mismo quitándose lodo de los pantalones.

Lástima por Cedric, era un tipo atractivo. Pero su ego era tan grande como un trol de las montañas.

Volvió a salir para recoger el libro que había dejado olvidado sobre el césped, y vió a su lechuza posarse a un lado de él, sus grandes ojos lo miraron curiosos.

—Esto ha sido humillante. ¡Me pidió matrimonio! ¿Puedes creerlo? ¿Yo...casado con ese patán? Ni aunque me pagaran un millón de galeones...—Abrazó su libro contra su pecho— Yo quiero más que una vida provincial.

La lechuza ululó batiendo sus alas, como si estuviera de acuerdo con él. Draco sonrió ante el pensamiento.

—Quiero aventuras en lugares lejanos, mucho más de lo que podría pedir. Y sería maravilloso encontrar, a alguien que me entienda de verdad.

Dio pequeñas caricias con la punta de su dedo al plumaje de la ave que no despegaba su mirada de él. Pero la expresión melancólica de Draco cambió a una preocupada cuando el caballo de su padre, Cepheus, llegó galopando a la entrada. No paraba de moverse y relinchar asustado.

—¡Oh, no! —El temor no tardó en abrumarlo.

No quiso ni imaginar en lo que había sucedido para que Lucius, que era muy diestro a la hora de viajar a caballo, perdiera a Cepheus en medio de su viaje.

— ¡Tranquilo, muchacho, tranquilo! ¿Donde está papá? Debo ir a buscarlo —Sin esperar más montó a Cepheus— ¡Vamos! Llévame con mi padre, tenemos que encontrarlo de inmediato.














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