Jimin estaba algo borracho.
No le importaba todas las veces que le habían manoseado el trasero, por primera vez en dos semanas se permitió disfrutar. Disfrutar de un ambiente ruidoso, repleto de gente –que la mayoría del tiempo solía evitar–, de gente, que, bajo circunstancias normales, arrugaría su nariz al percibir su pestilente aliento a alcohol.
Daba igual la cantidad considerable de tipos que se la habían acercado queriendo convencerlo de ir a otro lugar y seguir con la fiesta sólo ellos. Daba igual, incluso si sabía que aquello le habría preocupado de no ser por el alcohol.
Era lo de menos.
El olor a cigarrillos y sudor, que siempre solía asquearle, ahora era un pequeño detalle, nada alarmante. Completamente tolerable.
Las luces de neón, la pista de baile, el dj sonriendo mientras animaba a todos desde lo alto.
Él bailaba, y nada iba a arruinar este pequeño arranque de rebeldía.
Incluso cuando sus piernas estaban entumecidas de tanto bailar y cambiar de pareja. Incluso cuando esa noche había salido solo porque su mejor amigo prefería ir como perrito faldero tras un chico que realmente no le tomaba en cuenta. Incluso cuando un lindo moreno, de preciosos labios e hipnóticos hoyuelos llevaba bastante tiempo mirándole desde la barra, con trago en mano y una sonrisa.
Incluso si aquel –ahora que lo pudo notar– alto moreno terminaba de beber lo poco que le quedaba en su vaso y se ponía de pie en dirección suya.
Jimin estaba más que mareado.
Y a estas alturas no sabía si era por los shots de tequila que bebió, y que del después del séptimo perdió la cuenta, o si era por las manos del más alto sujetándole de la cintura con su perfecto aroma invadiéndole.
Murmuró un par de palabras para recibir al instante una risa del otro chico.
Avergonzado, a pesar de que creía que había perdido esa capacidad hace una hora atrás, ocultó su rostro en el pecho del más alto y asintió lento cuando el contrario le propuso irse de allí. Se dejó hacer, siendo llevado de la mano a través del tumulto de gente.
La voz del moreno era increíblemente grave, tanto, que no podía dejar de repetir dentro de su cabeza el momento en que Namjoon se presentó.
Ya afuera tomaron un taxi, el pelirosa le acariciaba la mano al más bajo.
Irían al hogar de Nam.
Entre tropezones entraron al departamento, Jimin había enredado sus brazos alrededor del cuello ajeno, besándolo con fiereza mientras era sujetado de la cadera. Ni siquiera habían llegado a la habitación, simplemente caminaron al sofá, Namjoon sentándose y el menor montándolo casi al segundo.
Besos y lamidas llegaron al cuello del pelinegro y éste deshaciéndose entre suspiros meció sus caderas sobre la erección del mayor.
Pero se detuvo.
La respiración de Namjoon era pesada, expectante a cualquier movimiento proveniente del menor.
Y lo que no esperaba es que Jimin volviera a abrazarlo del cuello, dejando su rostro oculto en la curvatura de su cuello. Quiso decirle algo, pero no pudo. No pudo, porque por más que quisiera decirle algo, Jimin ya estaba roncando ligeramente en un profundo sueño.
A la mañana siguiente el pelinegro fue el primero en despertar, fijándose que todavía estaban ambos en el sofá, casi en la misma posición, con la diferencia de que en algún momento de la noche Jimin terminó abrazando el torso del moreno y Namjoon con sus grandes manos en los muslos del más pequeño.
Jimin había estado algo borracho.
Y por más que se convencía de que debía salir corriendo de allí mientras observaba el durmiente rostro de Namjoon, quien tenía la cabeza echada hacia atrás, agradecía que aquel suceso podría dar el pie a un buen tema de conversación, que no convertiría aquello, en un incómodo anécdota de sólo una noche un catorce de febrero.