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Hydrangea por nami-ni-san

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Notas del fanfic:

No estaba muerta, andaba en Saturno.

Notas del capitulo:

Un AU donde las personas nacen con una marca en su cuerpo, la cual comparten con una persona. Entre ellos pueden sentir las emociones del otro, así como el dolor físico si este es muy intenso. No pueden leer los pensamientos del otro, sin embargo.

La posibilidad de encontrar a la persona con la que se comparte marca es mínima, ya que hay miles de millones de personas. 

La marca no tiene relación con atracción romántica, pero hay leyendas que lo mencionan. 

Kouyou despertó con un ardor creciente en su pecho. No tuvo que pensar demasiado para entender el origen de tan incómoda sensación que se arrastraba hacia su garganta y le estaba sofocando poco a poco; aquello pasaba de vez en cuando, pero era la primera vez que le despertaba incluso cuando había tomado sus somníferos no muchas horas atrás. El reloj en la mesa de noche lo confirmó: eran tan solo las 02:10 am.


El ardor se mantuvo un par de minutos hasta que se desvaneció dejando un amargo cosquilleo en el lugar. Era difícil decir si aquello le dio tranquilidad o una preocupación casi sin fundamentos, pero sea cual fuese la emoción que permaneció, se puso de pie tras alejar el rastro de somnolencia de su cabeza y se dirigió hacia el baño para mojarse la cara. Con los ojos a medio abrir y con la mejilla derecha algo enrojecida por la reciente presión contra la almohada, su rostro lucía mucho más desaliñado de lo normal; no es como si alguna vez le hubiese importado. Hoy tampoco era el día.


Levantó su camiseta casi por instinto, hasta el punto de que se dio cuenta de su actuar solo cuando el reflejo en el espejo le mostró la zona enrojecida justo sobre el tatuaje en el lado izquierda de su pecho. Dedos temblorosos tocaron la hortensia púrpura, y la sensación que había dado por terminada regresó por un fugaz momento. Una especie de electricidad recorrió todo su cuerpo y el aliento se le fue mientras sentía cómo su corazón comenzaba a latir desbordando emociones que no pudo, ni quiso, identificar. No estaba seguro, en ese momento, si llegó a pensar en algo en específico, pero cuando al fin pudo volver a respirar con cierta normalidad, se sintió como haber vibrado desde lo más profundo de su cuerpo, mientras, al mismo tiempo, sentía que aquella sensación provenía de un lugar distinto a su propia carne.


Se sintió mareado; tuvo que aferrarse al lavamanos y tensar sus piernas para no caer al suelo. Intentaba comprender qué es lo que estaba pasando, pero por más que pensara en posibles respuestas, su mente solo seguía gritándole que aquello no era, ni por casualidad, algo normal. Y él lo sabía perfectamente.


Regresar a su habitación fue casi igual de agotador que subir varios pisos por escaleras, y aunque la distancia era considerablemente menor, le tomó casi dos minutos recorrer los escasos metros entre el baño y su cama. Sus sábanas aún tibias le recibieron y fue casi como un mensaje tranquilizador a su cerebro, hubiese sido mucho mejor si su pecho dejase de hormiguear sin descanso.


Pensó en llamar a Yutaka.


Sabía que debía llamar a Yutaka si es que iba a llamar a alguien, y aunque su teléfono estaba junto a su almohada, su mano se rehusó a tomar el aparato.


No logró volver a dormir en lo que restaba de noche, en parte porque su insomnio no se lo permitía, en parte porque su pecho volvía a doler a ratos; no tan intenso, pero lo suficiente como para impedirle ignorarlo.


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No fue hasta llegar a la oficina por la mañana con café en mano que pudo al fin ignorar la sensación que aún se desplazaba por su cuerpo. La pila de papeles por llenar en su escritorio fue lo suficientemente distractora como para olvidar incluso toda la situación. Sin embargo, a ratos, cuando apartaba la vista de las letras frente a él, se encontraba con su celular en un lado del escritorio. Y pensaba en Yutaka. Y volvía a ser consiente del hormigueo en su pecho. Y recordaba la angustia de la noche anterior.


Y nuevamente pensaba en Yutaka.


―¿Puedo hacer una llamada desde tu móvil?


La voz de Takanori apareció de la nada, y si no fuese porque su cuerpo y mente estaban demasiado cansados, hubiese podido mostrar algo de sorpresa.


―¿Qué pasa con el tuyo? ―preguntó, sin pasar por alto que dicho aparato estaba encendido en la mano del menor.


―Nada ―Miró a Takanori un par de segundos, supuso que lo suficiente como para dar a entender que quería más explicaciones de la situación, y el otro pareció entender el mensaje mudo pues volvió a hablar tras apoyarse en el escritorio―: Yutaka no contesta, lleva rechazando mis llamadas desde temprano.


―¿Y qué te hace pensar que si llamas desde el mío te contestará?


―A ti siempre te contesta.


Ignoró, por respeto a su sanidad mental, el tono impaciente del contrario. No tenía ánimos, tampoco, para decirle que aquello no era verdad; ni siquiera hablaba con Yutaka por teléfono de forma frecuente.


―¿Ha pasado algo? ―Le tendió su teléfono al menor tras haberlo desbloqueado, y como si hubiese preguntado una idiotez, Takanori le miró con impaciencia.


―Todo el mundo en la oficina anda hablando del asunto, Takashima ―Otra vez el tono impaciente―. Su abuela falleció anoche, creo.


“¿Crees?”, pensó, pero no pudo decir mucho cuando el contrario pareció al fin haber conseguido que Yutaka le contestase el móvil. Le hizo un gesto con la mano que tenía libre y se alejó hacia el ventanal. No podía escuchar qué estaba diciendo, pero no es como si lo necesitara.


Ahora entendía el porqué del dolor en su pecho.


Takanori no tardó demasiado en regresarle el móvil, y la expresión en su rostro le dijo que aquella conversación no había sido lo que esperaba… fuese lo que fuese lo que esperaba. En cualquier caso, no quiso preguntar. Mientras menos supiese de ellos dos, mejor para él. Ya suficiente tenía con sentir que le faltaba el aire.


―Dijo que le llamaras cuando tuvieses tiempo.


Sin darle más información, se fue tan rápido como había llegado.


Lo que quedó de día fue igual o peor que la noche anterior. Varias veces tuvo que parar de trabajar para ir al baño por la sensación de estar a punto de vomitar, sin mencionar que tras almorzar efectivamente vació lo poco que había en su estómago. Sin embargo, cuando el trabajo finalmente finalizó y tuvo libertad para regresar a su casa, lo único en lo que podía pensar era en Yutaka.


Sacó su móvil una vez llegó a la estación de metro. No estaba seguro de poder sonar calmado, así que acabó enviando un mensaje.


[19:20] ¿Dónde estás?


Y los minutos pasaron, y él no se movió del lugar.


Estaba la probabilidad de que Yutaka no respondiera, obviamente, pero no podía solo regresar a su casa y esperar a que el tiempo pasara. No en este tipo de situación, no cuando podía sentir el dolor ajeno de una forma tan vívida que le aterraba el solo pensar que no era nada en comparación a lo que Yutaka estaba sintiendo.


Suspiró, y esperó.


Y esperó.


[20:34] Yutaka: En mi departamento.


Sin pensar demasiado compró el ticket del metro y se subió al primero que pasó.


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Cuando finalmente estuvo frente al edificio donde Yutaka vivía, su mente comenzó a pensar con cierta racionalidad por primera vez en lo que iba de día y un estado de ansiedad le invadió. ¿En qué estaba pensando? ¿Qué se supone que haría al verle? Él era, sin desmerecer su capacidad como ser humano, un fracaso cuando se trataba de estas cosas.


Frotó su nuca y respiró un par de veces con una insistencia que, más que ayudar, le hicieron sentir mareado.


―No puedes arrepentirte ahora, Kouyou ―se dijo a sí mismo, subiendo al elevador y marcando el séptimo piso.


Al abrirse las puertas y tener una vista casi completa del pasillo, una sensación de incertidumbre le inundó. No fue producto de la situación en sí, sino que no entendía qué hacía Yutaka sentado en el piso frente a la puerta de su propio hogar. Tampoco entendía por qué la sola imagen le produjo una urgencia por ir hacia el menor.


―¿Qué haces acá? ―cuestionó una vez estuvo al lado de Yutaka.


No sabía qué decir, y si era ese el momento para tener tacto y ser sentimental, él no estaba listo para aquello.


―Vivo acá.


Le irritó la obviedad con la que Yutaka respondió, pero más le irritó ver el desastre que era en esos momentos. No es que luciera mal… más bien lucía fatal de una forma diferente a la apariencia física.


―No sabía que vivías en el pasillo ―Y como si aquello no tuviese más remedio, se sentó junto al otro.


Ninguno parecía tener intenciones de decir mucho más, por lo que Kouyou acabó sacando de su bolso una botella de té verde y la dejó en el piso frente al contrario. Yutaka amaba el té verde, y aunque la botella fuese de una máquina expendedora barata de la estación, Yutaka amaba el té verde sin importar qué.


―Luces terrible ―dijo el menor tras haber bebido casi la mitad de la botella en un solo sorbo. Si el tono que usó fue de broma, no lo pareció para nada, pero Kouyou no era tan idiota como para ofenderse por algo que él mismo sabía.


―Tú no luces mucho mejor.


Una risa desganada y corta escapó de la boca ajena. Unos segundos más tarde Kouyou sintió un peso en su hombro derecho y un cosquilleo en su cuello debido al roce con el cabello de Yutaka. No se movió.


―¿Fue muy malo para ti?


La ambigüedad de la pregunta le tomó un tanto desprevenido y tuvo que pensar un tiempo antes de entender a qué se refería. Y como si aquel descubrimiento no bastase, su cuerpo revivió de forma para nada agradable todas las sensaciones que había estado soportando desde la noche anterior.


―No tan malo en comparación a ti ―murmuró sabiendo que Yutaka le escucharía perfectamente bien.


Yutaka lo habría sabido incluso si él no hubiese dicho nada, de todos modos.


―Lo lamento.


Kouyou quiso decirle que no tenía por qué lamentar nada; no era su culpa, no era algo que pudiese haber evitado, pero guardó silencio y dejó que Yutaka se quedase así un rato más, el tiempo que fuese necesario.


―Intenté entrar, pero no pude estar ni 2 minutos allí sin sentir que me asfixiaba ―Supuso que aquella era la explicación a por qué estaban sentados en el pasillo―; lamento esto…


“Esto” podía significar tantas cosas: el que estuviesen sentados en el pasillo en vez de en un sofá, o que Kouyou no hubiese podido dormir nada, o que hubiese ido solo para verle en un estado así de lamentable. Podía significar todo, pero al mismo tiempo se sentía como si Yutaka se estuviese disculpando solo porque sí, porque si no lo hacía, iba a explotar.


Sintió su pecho apretado y supo de inmediato que Yutaka estaba a punto de llorar.


Y no se equivocó.


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Desde que se habían conocido un par de años antes cuando Kouyou entró a trabajar a la oficina como el nuevo abogado, su relación había sido lo que cualquiera podría llamar escueta y nada especial. No solían coincidir demasiado en la oficina ya que Yutaka estaba en el departamento de relaciones públicas, pero desde que Takanori había comenzado a manifestarle su interés por el otro, Kouyou comenzó a enterarse de cosas que, sinceramente, no quería saber de alguien con quien a duras penas cruzaba palabra. Por lo que Takanori le contaba, Yutaka era casi como una deidad: demasiado perfecto como para ser real.


Pero no era perfecto, obviamente. Partiendo por su inutilidad ante ciertas cosas, como rechazar a alguien en el ámbito amoroso.


No se hicieron más cercanos hasta su segundo año en la empresa, cuando tuvieron un chequeo médico como mandaba la nueva norma laboral. Les había tocado estar en la enfermería juntos y Yutaka no pudo disimular su expresión de estupefacción al ver a Kouyou sin su camisa mientras el doctor le hacía respirar de forma forzada para evaluar sus pulmones. Kouyou recordaba con especial claridad ese momento; recordaba la insistente mirada que Yutaka le estaba dando sin consideración con su privacidad. También recordaba que sin decir una palabra de explicación, el más bajo se fue tras acabar su chequeo, como si nada hubiese pasado.


Dos días después Yutaka le fue a hablar para invitarle a cenar luego del trabajo. Aceptó por mera cordialidad, porque no quería darle muchas vueltas al asunto, y porque Takanori le insistió hasta el cansancio para que hiciera de “cupido”.


Esa noche Yutaka le dijo que estaban “unidos”.


Ante su poca capacidad para creerle, Yutaka le llevó hasta el baño del restaurant y se quitó su camisa como si nada; y en efecto, allí estaba la misma hortensia púrpura, idéntica hasta en el más mínimo detalle a la que estaba en su propio pecho.


Le había tomado su tiempo hacerse a la idea, en especial porque nunca había imaginado conocerse con la persona con quien compartía la marca; las probabilidades eran mínimas, no conocía a nadie que hubiese vivido lo mismo.


Pero no tenía por qué significar algo. Solo era eso, estaban unidos y compartían sensaciones y emociones, pero nada más que eso. Podía vivir perfectamente bien sin saber con quién compartía marca, así que podía vivir igual de bien sabiéndolo.


Y así fue, al menos en un inicio, pero Yutaka se comenzó a inmiscuir poco a poco en su vida, como un virus esparciéndose lentamente en su sistema. Sin darse cuenta solían comer juntos una vez por semana, veían partidos de fútbol juntos, de vez en cuando Yutaka le llevaba regalos de su pequeña huerta en el balcón, mucho más frecuentes eran los mensajes de texto absurdos y casuales. Rara vez Kouyou respondía, y daba igual, porque no es como si Yutaka esperase una respuesta.


Recordaba también el día en que, sin pensarlo, se le escapó en una reunión familiar que había conocido a la persona con quien compartía su marca. Su madre puso una expresión de sorpresa total, lo suficiente como para hacerle arrepentirse por abrir la boca sobre el asunto. Al día siguiente tenía a su tía al teléfono contándole viejas leyendas sobre las almas gemelas y cosas ridículas como el destino.


Él no creía en eso, no creía para nada que una marca determinara con quién debía pasar el resto de su vida, a quién debía amar, ni mucho menos aceptaría que una marca le dijese que tenía que estar con el mismo tipo a quien su mejor amigo llevaba intentando seducir hace unos malditos cuatro años.


Para su agrado, Yutaka tampoco.


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El funeral fue lo que se podía esperar de un funeral común. Había estado ayudando a Yutaka a organizar todo, eso incluía haber entrado a su departamento y tomar un traje de su abuela para el velorio. En bases normales no habría aceptado tal cosa, pero podía saber bien que Yutaka no podía siquiera pisar su propia casa; prefirió ayudar con lo que pudo, aunque eso fuese la nada misma.


Acabó conociendo a casi toda la familia materna de Yutaka, los que en realidad no parecían ser especialmente cercanos al menor. Su abuela le había criado sola, por lo que sabía, y él se había dedicado a cuidarla los últimos meses desde que le diagnosticaron cáncer.


El entierro tampoco fue algo fuera de lo común, fue deprimente, como podría esperarse. Llovió un poco, pero a nadie pareció importarle.


Al final del día su cabeza parecía estar a punto de explotar y era incapaz de distinguir si las sensaciones físicas que estaba sintiendo eran propias o era algo que le transmitía Yutaka. Sin embargo, la melancolía y las ganas de llorar eran, sin duda alguna, provenientes del contrario.


Solo a eso de la media noche ambos quedaron solos y pudieron suspirar con cierto alivio. Takanori había sido el último en irse, pero podía apostar que Yutaka era el que más quería irse de su propio departamento. Y lo entendía; el lugar estaba lleno de cosas de su abuela, incluso podía oler su perfume en el aire todavía.


El dolor de cabeza empeoró. Y así mismo las ganas de llorar.


―Empaca algunas cosas ―le dijo a Yutaka tras tomarse la quinta aspirina en lo que iba de noche.


―¿Disculpa?


―No me hagas decir lo obvio ―se quejó, irritado por lo dolorosa que le resultaba su propia voz en esos momentos―. No te dejaré acá hundiéndote solo, te vienes conmigo a mi departamento.


Yutaka no protestó, y media hora después ambos estaban en un taxi.


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Llegar hasta su destino no les tomó más de 15 minutos, pero a él le parecieron más largos que eso, mucho más largos. Por más que estuviese acostumbrado a dormir poco debido a su insomnio, no podía esperar estar totalmente bien cuando esta era su tercera noche sin dormir más que 1 hora de corrido. Necesitaba dormir, necesitaba que el dolor en su cabeza parase aunque fuese por unos minutos, necesitaba que su pecho dejase de latir sin control ni sentido alguno debido a lo que Yutaka estaba sintiendo.


Al entrar a su departamento la necesidad urgente de devolver todo lo que estaba en su estómago le golpeó sin piedad; a duras penas alcanzó a llegar al baño antes de vomitar nada más que fluidos viscosos casi incoloros. Las arcadas venían una tras otra y sus ojos ardían por el esfuerzo que su cuerpo hacía por deshacerse de algo inexistente. No tenía nada en el estómago, pero a su anatomía parecía no importarle.


Cuando su cuerpo se calmó un poco y fue capaz de respirar sin ahogarse, sintió a Yutaka frotando su espalda y diciendo palabras que era incapaz de distinguir. Quería que se callara, necesitaba silencio o su cabeza iba a explotar.


En algún punto se debió desmayar, porque cuando volvió a ser consiente de algo se encontraba en su cama bajo el edredón. Tosió un poco al sentir su garganta rasposa y puso una mueca de disgusto al sentir el sabor en su boca.


―Debiste decirme que no te sentías bien ―Yutaka recriminó sentándose a su lado en la cama, lucía molesto, pero más que nada preocupado.


Cerró los ojos y suspiró con cansancio, no quería discutir con el menor ahora.


―Debí ponerle atención ―agregó el contrario, con cierta culpa―, es decir, lo sentía… que algo no estaba bien contigo.


Por supuesto que lo sentiría, estaban malditamente conectados por una fuerza cósmica que él no había pedido nunca.


―No tenías por qué preocuparte por mí, Yutaka ―Finalmente dijo, mirándolo―, estás hecho una mierda, lo que menos quería era que te preocuparas por mí.


Y no hubo discusión de regreso, en cambio el menor le extendió un vaso con agua. Lo agradeció: necesitaba deshacerse del mal sabor en su boca.


―¿Desde cuándo te medicas? ―Vio el movimiento de las manos nerviosas del contrario, y supo que Yutaka quería tener una charla seria. No le hubiese importado de no ser porque estaba con nauseas, jaqueca y con un pitido en sus oídos que no le dejaba ni pensar―. Encontré un montón de pastillas en tu baño, y no son aspirinas o vitaminas precisamente.


―Porque no lo son ―recalcó lo obvio; Yutaka le miró mal.


―No me quiero meter porque es evidente que no me quieres contar, pero… ¿estás bien?


Dudó de su respuesta unos segundos. Qué se supone que debía decir cuando ni él mismo lo sabía. Llevaba meses siendo un lío. Yutaka pareció entenderle, porque le miró con más consternación.


―No es nada grave, solo problemas para dormir ―Y no mentía, pero Yutaka no pareció del todo conforme.


Para su tranquilidad, asintió de todos modos y le dejó descansar.


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Llevaba “viviendo” con Yutaka poco más de 3 semanas, y si debía describir la experiencia no podría decir otra cosa más que aquello era adictivo. Era la primera vez que compartían tanto tiempo juntos, y le agradaba. Le gustaba despertar por la mañana con el aroma del desayuno recién hecho, le gustaba cómo Yutaka usaba ropas casuales cuando tenía un día libre, le gustaba cuando ―sin avisar ni pedir permiso― el menor se escabullía en su cama y despertaba con su calor reconfortándolo.


Y se odiaba por eso, se odiaba por disfrutar todos esos momentos pequeños. Se odiaba porque ya no podía fingir como siempre que Yutaka no le afectaba.


Porque se estaba volviendo loco, y su locura no era tan positiva cuando Takanori se le acercó un día exigiéndole explicaciones sobre el asunto. Sabía que no le debía ninguna, no es como si estuviese haciendo algo malo al ayudar a un amigo en un momento difícil, pero él sabía que Takanori estaba celoso, él sabía que estaba herido, él sabía que el más bajo estaba tan malditamente enamorado de Yutaka que le era imposible no sentirse culpable de sus acciones.


―Deberías volver a tu casa ya ―dijo un día de la cuarta semana de convivencia mientras cenaban, como si estuviese hablando del clima. Yutaka le miró con sorpresa.


―¿Te molesta que esté acá?


―No es eso.


―¿Entonces? ―Se encogió de hombros, Yutaka soltó algo similar a un gruñido.


Terminaron de comer en silencio. Cuando ambos estaban listos para irse a dormir, Yutaka le tomó de la muñeca con una delicadeza que le asustó.


―¿Es por Takanori? ―Esta vez fue el turno de Kouyou para gruñir por lo bajo―. Sabes que él no me gusta.


―Ese es el problema, precisamente.


―¿Disculpa?


―Es mi amigo desde los 12 años. Lleva enamorado de ti por años. Y lo peor, cree que estoy intentando meterme en su camino ―enumeró los problemas principales del asunto, y sintió su pecho encogerse cuando Yutaka le miró.


Maldecía poder sentir todo lo que Yutaka sentía, porque al mismo tiempo sabía que el menor podía conocer la verdad sin siquiera preguntar.


―Me gustas tú ―Yutaka no conocía lo que era andarse con rodeos. Kouyou se sintió exasperado―, pensé que lo había demostrado lo suficiente.


―No le haré esto a mi amigo, Yutaka.


―¿Hacerle qué? Por dios, Kouyou, estamos marcados y unidos, Takanori no tuvo oportunidad nunca.


Kouyou se soltó del agarre con una violencia innecesaria. Estaba enfadado, por supuesto que lo estaba; ¿en serio la razón que Yutaka le daba para estar juntos era una maldita marca?


―Vete a la mierda ―murmuró, y por la expresión de Yutaka entendió que había recibido bien sus emociones en ese momento. Le dio igual, en cualquier caso.


Se encerró en su habitación y Yutaka tuvo la decencia de no molestarle. A la mañana siguiente no despertó ni con el aroma del desayuno ni con el calor de Yutaka junto a él.


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No volvió a ver a Yutaka hasta 1 semana más tarde, cuando coincidieron en el área para fumadores. A Kouyou le sorprendió bastante, porque estaba seguro de que Yutaka había dejado de fumar meses atrás. Sin embargo, intentó no mostrar mayor interés en el asunto y solo se sentó a fumar en paz. Había sido una semana de mierda, más de lo normal, y no tenía intenciones de hacer las cosas peores.


―¿Has estado durmiendo bien? ―Yutaka rompió el silencio tras acabar su cigarro.


Kouyou solo asintió, no muy seguro de qué decirle. Aún estaba enfadado con el menor, pero ya no tenía 15 años como para actuar resentido eternamente.


Pareció que Yutaka quería decir algo más, pero su celular sonando lo interrumpió. Para cuando la llamada terminó Kouyou ya había acabado su cigarro y estaba listo para irse.


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La siguiente vez que se vieron fue la semana antes de inicio del otoño, en una reunión semestral de todos los departamentos de la empresa. Si cruzaron palabra no fue para otra cosa más que para temas laborales, pero Kouyou podía sentir que Yutaka no le quitó la vista de encima en ningún momento.


Esa tarde se encontró con Yutaka esperándolo fuera de su departamento, sentado en el pasillo. Se sintió como un deja vu, pero esta vez él no estaba ahí para intentar consolarle. Al contrario, quería tomar una ducha y meterse a la cama.


―¿Qué haces acá? ―cuestionó sacando la llave de su bolso.


―Vine por las cosas que dejé.


Le dejó pasar y no se molestó en verle ordenar sus cosas; su estómago se sentía pesado de tan solo ver la escena. Optó por hacer como si el menor no estuviese ahí y fue a tomar una ducha; esperaba que al salir del baño ya no hubiese rastro alguno del contrario, ni evidencia de que alguna vez estuvo ahí con él fingiendo una relación cotidiana que le había gustado más de lo que se hubiese querido permitir.


Al salir del baño con el cabello goteando, Yutaka le recibió sentado en su cama. Kouyou se detuvo y pudo sentir las primeras señales de lo que sería una jaqueca.


―No vine por mis cosas ―sentenció, como si aquel estamento fuese de gran importancia―, vine a disculparme.


―No tienes nada por lo que disculparte.


―No quise decir lo del otro día ―murmuró, mirando a Kouyou con una necesidad que parecía mucho más desesperada de lo que quería mostrar―. Me gustas, Kouyou, y no tiene nada que ver con que estemos unidos. Me gustarías de todos modos si no lo estuviésemos ―El más alto no pudo evitar sentirse infantilmente avergonzado.  Aún le costaba entender que Yutaka fuese tan directo con esa clase de cosas―. No quita que estar unidos es algo importante; es una conexión especial. Es algo que no tendremos con nadie más… y es algo que no quiero tener con nadie más ―Yutaka desvió la mirada apenado, como si sus palabras también le hubiesen afectado―. Sé que Takanori es tu amigo, y sé que no estás en una posición fácil, pero… también sé que te gusto ―hizo una pausa; Kouyou sentía que iba a morir de vergüenza―. Y te gusto mucho, debo decir.


―Me gustas, sí ―confirmó lo obvio, sintiendo sus orejas arder.


―Quiero estar contigo ―Yutaka continuó, esta vez poniéndose de pie frente a él.


―Y yo quiero estar contigo ―Kouyou se rindió; prefería decir las cosas él mismo a que el otro las acabara sintiendo.


―Ok, eso es genial.


Kouyou pensó que aquella escena era ridícula. Le era difícil entender que Yutaka fuese tan directo para decir sus sentimientos, pero tan inútil para tomar la iniciativa en el mismo ámbito. Y le sorprendía, porque tenía al más bajo como alguien mucho más proactivo. Sonrió y suspiró, sin saber muy bien qué hacer. Su cabeza era un lío.


Estiró su mano hasta tocar la de Yutaka; sus dedos se movían suavemente mientras rozaban y se enredaban con lo ajenos. Podía sentir su corazón latir rápido, pero más podía sentir la euforia que Yutaka le estaba trasmitiendo. Acabó por romper la distancia entre ambos y recostó su cabeza en el hombro del menor, de inmediato sintió su mano ser sostenida con mayor seguridad; segundos después, la otra mano de Yutaka le rodeaba por la cintura.


―¿Puedo quedarme esta noche? ―La pregunta vino tras varios minutos de silencio y caricias suaves.


No había forma alguna de que Kouyou se fuese a negar a esa petición, aun cuando la culpa seguía revoloteando por su cabeza.


Yutaka le abrazó con más fuerza, sabiendo lo que el otro estaba sintiendo.


―Solo si haces el desayuno mañana ―negoció.


Yutaka soltó una risa breve, pero dulce.


Él tampoco podía negarse a las peticiones de Kouyou.

Notas finales:

Espero que les haya gustado.

Me haría feliz leer sus comentarios.


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