El fin de semana escuché que algunos de los chicos habían sido invitados a pasar el rato con sus familias, otros habían ido a ejercitarse y yo flotaba en un mar de aburrimiento.
Hacía calor y sentí que quería morir. Acostado en el suelo con la camiseta alzada hasta el cuello, hacía lo posible por soportar el sofocante clima y no sucumbir.
Supe que no estaba solo en casa del todo cuando escuché la madera del piso crujir. Le sentía cerca, bajaba las escaleras y se introdujo en la cocina. Y yo desde la estancia aguardé a que viniera.
–Pensé que te habías marchado como los demás. –Dije cuando le divisé.
–No tengo a donde ir. –Habló Taekwoon desde la distancia. –Además, sé que prefieres quedarte en casa. –
– ¿Eso prefiero? –pregunté.
–Si... –Arrastró sus palabras, entrecerrando los ojos al verme echado en el suelo tan despreocupadamente.
Desapareció y durante unos minutos pude regocijarme en silencio.
Luego se detuvo en frente de la puerta y se recostó sobre el marco con un vaso de zumo que halló en el refrigerador. Me hice de costado para verle mejor y, atento, advertí cómo vertía el líquido en su boca. Su cuello tan descubierto como sus brazos se tornó tan sugestivo que no pude apartar mi mirada de allí aun cuando ya no bebía nada.
Desde luego que Taekwoon era consciente de que lo repasaba con descaro.
Le sonreí desde abajo. Mirado desde allí, Taekwoon lucía gigantesco, casi extraordinario. Y su rostro ni siquiera se había inclinado al observarme de la forma tan incitante en la que lo hacía.
– ¿Por qué me miras así? –Dije. No puedo decir que sin otras intenciones que las de conversar.
– ¿Cómo se supone que debo mirarte? –Enarcó una ceja.
–No lo sé. Tal vez... deberías acercarte más. –
–Tienes una boca muy afilada, ¿eh? –
–Me sirve para dar órdenes y otras cosas. –Me alcé de hombros. –La tuya, en comparación, es pequeña, roja y desafiante. –
Yo hablaba despacio, casi sin aliento por el calor abrazador y esa mirada de completa amenaza.
–Cierra la boca. –
Reí abiertamente y creí firmemente en que un cabello como el suyo no debía estar atado en momentos como aquel, y que un rostro como el suyo no debía de tener una expresión menos prepotente.
Aunque se irritaba con facilidad, él permanecía siempre atento a mis provocaciones. A Taekwoon le gustaba flirtear tanto como la música.
– ¿Qué sucedería si beso tu cuello? –Pregunté y la sonrisa que me obsequió a pesar del tiempo que tardó, fue espléndida y escurridiza.
–Compruébalo. –Dijo mientras se aproximaba y se sentaba en el suelo junto a mí.
Recostado contra el sillón se dejó hacer sumisamente. Yo me posicioné en frente suyo, justo encima, sin llegar a sentarme en sus muslos y jalé sin brusquedad su cabello hacia atrás hasta que su cuello quedó expuesto.
Antes que nada, le repasé el rostro y juré que sus labios les urgía ser besados. Así que los junté con los míos como preliminar antes de hundirme en su cuello.
Aspiré su aroma, me ahogué en su peculiar esencia, una extraña mezcla entre loción de baño y éxtasis. Y sin más, deposité un ligero beso sobre su piel, como un beso de plata; fugaz y excitante.
–Eh... –Dijo una voz desde el otro lado del salón. –Nosotros sólo vamos a comer algo y ducharnos. –
Yo aún no había abandonado el apretado abrazo que le estaba dando a Taekwoon cuando los chicos habían regresado del gimnasio.