Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cuando es verano (Neo-LeoN Vixx) por ElGatodeKuren

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

♥~N~♥

Aun sentía mi estómago arder, tal y como la picadura mordaz de una avispa. Inmóvil, mirando mis manos, esperaba a que el dolor viniese a mí. Escocía, pero de una forma tan deliciosa que estaba dispuesto a sentir esas manos rodearme de nuevo tan solo para disfrutar masoquistamente ese ardor peculiar.  

Sabía de memoria cómo habíamos llegado hasta allí. Una situación inquietante y aparentemente humillante, y en donde yo era el que estaba expuesto ante un hombre que se divertía marcando a la gente en los lugares menos usuales.  

Una llamada a las diez, otra que sí había contestado a las once, y a la media noche estaba metido en un cuarto que ni siquiera era suyo por completo. El silencio reinaba cuando regresé a casa. Me había deshecho del abrigo y me había sentado un momento en el sofá a esperar a que apareciera con la expresión más amenazante que alguien pudiese provocar en él.  

Estaba preparado para la mirada que recibí. Puedo jurar que nací para cargar con toda esa rudeza y con la gravedad de sus ojos. A veces, bajo circunstancias que yo mismo provocaba, él podía tornarse siniestro y de su boca tan sólo emergerían maldiciones e incitaciones que muy poco tenían de diplomáticas.  

–Ahora vas a decir que nos encontramos en el sofá y voy a quedar como un idiota en frente de todos. – 

Me habló, cruzado de brazos y tan déspota como lo había imaginado. Le sonreí con mi cabeza aún inclinada sobre el respaldo del mueble, sin la intención de refutar. Me limité a repasarle, contemplando su playera y la forma exquisita en la que se resbalaba por uno de sus pálidos hombros.  

Le seguí porque no quería que luego se comportara malditamente frío, o con un descarado tono de superioridad. No al menos frente a los demás.  

Sentir sus manos entrelazadas con las mías era un placer que casi nunca tenía la oportunidad de saborear. Me arrastró por el pasillo hasta su habitación y cerró con sigilo. Luego se giró y allí, en medio del cuarto, se dio la vuelta y me encaró. Insolente, totalmente desvergonzado, se hizo cargo de mi cinturón e inmediatamente desabrochó mis pantalones, volviéndome un completo desastre. Sin mediar palabra, levantó mi camisa y me hizo sostenerla a la altura de mi pecho para quedarse mirando mi torso inexpresivamente.  

Comenzó con breves roses a mi cintura, subiendo lentamente hasta mi espalda y finalmente inclinándose para sostener entre sus dientes la piel de una de mis tetillas. No estuve sorprendido, en realidad, lo tomé por el cabello y le incité a que bajara un poco más. Acató, pero al instante había retrocedido y yo quedé parado en medio del cuarto, agitado, enteramente excitado y algo confundido.                  

–No te cubras. –Había dicho desde la litera. Suspiré y le miré, a punto de reacomodarme la ropa. 

Su mirada siempre fue abismal, un universo oscuro en el que me sentía infinitamente indefenso. Me observaba detenidamente a pesar de la distancia, recorriéndome, calificando mi torso al desnudo.  

Intenté no sentirme aludido. Mantuve la playera en mis manos y jugueteé con ella para disipar un poco la tensión. Estuve de pie, allí, como un maniquí que es estudiado por su dueño, tentado a meter la mano en mis pantalones y aguardar por su gruñido de aprobación. Ya había experimentado aquello antes, pero no llegué a sentirme tan agitado. Se sentía tan bien, pero era desagradable no saber qué demonios hacer.  

Me señaló con su dedo e indicó que me aproximara. Sonreí incrédulo, pero sin refutar fui acercándome a él, arrastrando mis pies, como si estuviese siendo obligado cuando no era así.  

No le bastó con el par de pasos que nos separaba, pasó sus manos por mis costados y me acercó ágilmente. Trastabillé y por poco caigo encima de él, y aunque sus hombros me sirvieron de apoyo nada valió ante su aliento rosando mi vientre.  

Fue peligroso. Mi cuerpo se sacudió y mi espalda enarcada fue recorrida por escalofríos. Estaba abrazándome por la cintura, sus manos aferradas al borde del pantalón y temí que quisiera bajarlo. Pero se aquietó de repente. Miraba mi rostro con cierto interés, burlándose en silencio de mi sonrojo y de mis ojos curiosos. 

– ¿Qué ha sido todo esto? –Pregunté. 

Él se alzó de hombros.  

– ¿Qué quieres que haga? –Dijo. 

Fingí meditarlo, y secretamente junté mis manos con las suyas y las alejé de mí sin demasiada pretensión.  

Esa era una pregunta obscena.  

–Quiero vestirme. Tengo frio. –Respondí, sonriendo ladinamente.  

–Puedo hacer que te sientas caliente. – 

Cuando logré deshacerme de él, salí del cuarto con la excusa de que debía revisar algo. Me dirigí a la cocina con premura y al hallarla vacía me sentí en la libertad de respirar hondo. Después de beber precipitadamente del vaso con agua y de comprobar mi entrepierna, había decidido intentarlo una vez más.  

Y allí estaba yo, a un extremo de la litera, apoyado en el respaldo sin nada qué hacer más que aguardar a que él saliese del baño.   

No hubo un plan trazado porque no pensé en ello. Para cuando salió del cuarto, yo me había escurrido del todo en la cama y reposaba extendido sobre las frazadas, soñoliento.  

– ¿Por qué tardaste tanto? – 

Pero él ignoró mi pregunta por completo. Me daba la espalda mientras secaba su cabello, rubio y tentador al mismo tiempo.  

– ¿Dormirás conmigo esta noche? –Preguntó.  

Me cuestioné seriamente si estaría enfadado por mi actitud evasiva de hace unos minutos, y recordé el por qué había decidido volver con él y no pasar la noche en el estudio de grabación. Él sólo quería compañía, sentirse menos celoso y apartado a pesar de que la forma en la que lo exigía no era la más ortodoxa.  

– ¿Estás enfadado? – 

Él se volvió con la toalla en sus manos, indagándome con la mirada. Yo sabía de su inconformidad aunque intentase disimularlo.  

Me revolví hasta que el edredón quedó enredado entre mis piernas. Tomé la almohada en la que él solía descansar y disfruté de su peculiar perfume de chico malo. Luego le miré por encima de ella, esperando su respuesta. Él sonrió. 

– No. – 

–Te extraño, ¿sabes? –Murmuré. –Siempre lo hago. – 

Hubo un silencio que no supe cómo interpretar, sin embargo, lo tenebroso de sus ojos se tornó más afectuoso con mis palabras.   

–Ya que he dicho lo más maricón del mundo supongo que puedo quedarme. – 

No afirmó, tampoco negó. Yo ya sabía la respuesta después de todo. Se sentó a mi lado descuidadamente, pero acabó tumbado a mi lado. 

Miraba hacia arriba fijamente y me deleité recorriendo su perfil con mis manos. Parecía inmerso en su propio mundo de ficción. Yo quise enseñarle a hacerlo realidad.  

– ¿Estás pensando en mí? –  

Tardó en reír, pero valió la pena la espera porque al final se puso de costado y quedamos cerca, bastante cerca.  

Volvió a enmudecer, mirándome. Le mostré mi paraíso, mi limbo y mi infierno abiertamente, sin restricciones. Me sorprendía cada vez más su imparcialidad, el que estuviera dispuesto a continuar con esa extraña relación sin mostrar desaprobación.  

Me aproximé y eliminé el espacio que nos separaba, haciendo que mis labios estuvieran sobre los suyos. No quise convertir mi roce en un beso que acabara por consumirse. Quise humedecer sus labios mientras nos observábamos sin emitir palabras.  

A juzgar por su mirada, me pareció que le perdía a momentos. En contadas ocasiones estuvo tentado a cerrar los ojos, y buscaba ese contacto húmedo que habíamos compartido sólo un par de veces en el pasado.  

Dejé su desamparada boca y cegado, acaricié el resto de su rostro, perdido en mis emociones.  

De mi vientre se había apoderado el ardor de antes y entonces me aparté por fin.  

Volví a mi posición inicial. Volvíamos a mirarnos como dos extraños que no se incomodan, buscando en el otro algo interesante.  

– ¿Tienes frio ahora? –Habló en un tono perfecto.  

–Estoy caliente. –Respondí. 

– ¿Y cómo se siente? – 

–Extremadamente bien, aquí, en mi estómago. Pero tú sigues siendo frío como el hielo.  – 

Él asintió, dándome la razón. Mi piel parecía calcinada pero la suya seguía estando fría en mis dedos.  

–Se me antojan cerezas. –Dijo de repente, haciéndome reír. –Quiero cerezas. – 

–Ve por ellas. – 

Pero permaneció inmóvil, riendo con sus ojos oscuros. Me pareció fascinante, siempre lo era.  

–Me pregunto si tu estomago arderá como el mío si lo acaricio como tú lo hiciste. – 

–Compruébalo. –  

 

Notas finales:

Gracias por leer. 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).