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50 Juegos de Codicia y Poder (Ego contra Ego) por ErickDraven666

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Capítulo 3

La propuesta

Edward había estado leyendo su entretenido tomo de psicología avanzada, estaba fascinado con cada trastorno nuevo que conseguía en aquel grueso libro, mientras escuchaba música clásica en su Ipod, recostado en la cama donde Christian lo creía dormido, mientras el magnate se paseaba por su recamara, bebiendo un poco mas de Whisky a pesar de que pasaban de las tres y media de la madrugada, en donde al parecer, ninguno de los dos pretendía dormir, aunque por supuesto para el joven vampiro eso era imposible.

“No debí reaccionar de ese modo” Pensó Christian, dándole un sorbo más a su trago. “Debe pensar que soy alguien que no puedo controlar mi mal genio” Y no se equivocaba, Edward ya había sacado sus propias conjeturas acerca de su comportamiento, aunque aun así no se iba a echar para atrás en la decisión de tomar el caso del magnate, aunque aquel hombre fuese tan odioso e irritante.

El apuesto vampiro sabía que Christian se encontraba despierto, lo podía escuchar desde la alcoba que le habían asignado, y a pesar de llevar los audios puestos, su poderoso oído inmortal le dejaba escuchar sus pasos, y al estar a dos alcobas de distancia, Edward podía leer la mente del magnate, quien se juzgaba a sí mismo como un hombre inseguro ante su reacción frente a él.

“Por lo menos asumes que eres inseguro y obstinante, Christian, eso es bueno” Pensó el joven vampiro, retomando nuevamente su lectura, después de haber hecho una leve pausa para cambiar de posición sobre la amplia cama. “Lo que no pareces asumir, es lo desquiciado que estas con esos extraños pensamientos lujuriosos que constantemente te aturden” Se dijo a sí mismo al darse cuenta de las impúdicas elucubraciones de Christian, quien parecía estar recordando uno de sus pervertidos momentos, en el que el incómodo estudiante, contempló las marcadas nalgas de una mujer recostada sobre la mesa lateral de la sala, donde dicha mujer lloraba mientras el magnate la azotaba. “En serio, este hombre no es normal” Intentó seguir leyendo, subiéndole el volumen a su Ipod, pero aquello era inútil, ya que los pensamientos de Christian los escuchaba con su mente y no con sus oídos.

“No pudiste mantenerla a tu lado, Christian… tu inseguridad para entregar tu cincuenta por ciento en una relación no te permitió mantener a Anastasia a tu lado” El molesto hombre dejó el vaso de whisky sobre una de las mesas de noche que flanqueaban los laterales de su imponente cama matrimonial, saliendo raudo de su habitación, introduciéndose en el cuarto rojo, aquel donde descargaba y hacia realidad sus más perversas fantasías sexuales, siendo aquella recamara, la que dividiera la alcoba de Edward con la de Christian.

Al entrar en aquel lugar, Edward dejó de leer, husmeando en la mente del multimillonario, al darse cuenta de la decoración de la recamara de paredes rojas, las cuales mostraban un arsenal de objetos de tortura o eso pudo percatarse el vampiro, cerrando sus ojos sin deseo alguno de seguir hurgando en los pensamientos del pervertido ricachón, quien tomó entre sus manos lo que parecía ser un rejo o fusta con la que se golpea a los caballos para que corran más rápido.

“Mejor iré a dar un paseo hasta que amanezca, no puedo seguir cerca de este enfermo” Pero antes de que Edward pretendiera saltar por la ventana panorámica de su alcoba, pudo escuchar lo que Christian parecía estarse tramando en su contra.

“Mañana te haré la propuesta, Edward” El vampiro detuvo su huida, agudizando aun mas su don para entrar en su mente. “Si mis perversos juegos sexuales fueron los que alejaron a Ana, es más que obvio que un mocoso reprimido como tú, saldrá corriendo apenas te muestre el contrato que le doy a todas mis amantes y te proponga lo que quiero” Edward vio en la perturbada mente de aquel hombre, como deducía que el tímido estudiante huiría de su casa al momento de recibir la propuesta de convertirse “hipotéticamente” en su sumiso, pensando la manera de como plantearle todo aquello sin verse como un desviado.

—¿Así que piensas jugar sucio, Christian? —preguntó en voz baja, como si el multimillonario tuviese el don de escucharle a distancia­—. Bien… voy a enseñarte que yo también sé jugar sucio y no le tengo miedo a nada ni a nadie. —Sonrió, ya que en la mente de Christian, Edward pudo apreciar cómo le seguía viendo como un niño asustadizo e inseguro, aunque el apuesto hombre de negocios no se equivocaba, el chico no tenía conocimientos sobre aquel vetado tema sobre la sexualidad, de lo cual el vampiro no deseaba saber o más bien no le había dado la importancia que otros le daban, ya que su sed de sangre siempre había sido mucho mayor a su lujuria animal, dejando en segundo plano su hambre carnal, aquella que Edward aún no había despertado a pesar de tantos años.

Salió hacia el balcón de la recamara, subiéndose al barandal que resguardaba el lugar ante una posible caída, saltando al vacío, cayendo con total gracia sobre el suelo, corriendo a velocidad sobrehumana, tratando de perderse de vista, pensando en el modo de no dejarse vencer en aquel jueguito de poder y prepotencia que Christian pretendía comenzar entre ambos, sin dejar a un lado la promesa de querer ayudarle y sobre todo, de querer saber quién era en realidad, Christian Grey.

 

Eran las diez de la mañana en Forks y Bella contemplaba inerte las jugarretas de los jóvenes Quileutes, quienes se arrojaban el balón de fútbol americano entre ellos, mientras la joven embarazada se acarició el pronunciado vientre, recordando la última conversación que había tenido con Alice, quien a pesar de hacer todo lo posible por demostrarle que aun era su amiga, Isabella se percató del desprecio que la vampira le tenía al haberse acostado con Jacob y dejarse embarazar como todas las adolecentes estúpidas que se enamoraban de un pelmazo como el joven Black, olvidándose del amor que una vez la chica la había profesado a su perfecto hermano Edward.

—¡Vaya!... esa barriga sí que esta inmensa. —Comentó Alice al acercarse a la muchacha, quien justo como ahora, se encontraba sentada en el pórtico de la sencilla casa de los black—. Pareces un dirigible. —Bella sonrió, aunque se pudo percatar del tono burlón que usó Alice para expresar aquello.

—Así se ven las embarazadas, Alice… supongo que Rosalie a pesar de su desprecio hacia mí, me entendería más que tú. —La menuda vampira sonrió, sentándose a su lado.

—¡Oh!... y te entiendo, Bella… es solo que mis visiones sobre ti siendo vampira, fueron tan cool, te veías llena de vida, hermosa, con una figura envidiable y mírate ahora. —Bella deseaba que se marchara, ya que lo que menos quería era soportar las crueles palabras de quien había dicho ser su mejor amiga. —Pareces una piñata llena de perritos. —Isabella la miró con tanto desprecio que Alice supo de sobra que se había pasado de la raya—. Bueno… yo solo vine a ver como estabas y a decirte que Edward cada vez está mejor, ya te ha olvidado. —La joven embarazada sonrió.

—Me alegro por él, Alice… ya que lo que menos deseaba era hacerle daño a tu hermano, pero sé que lo nuestro no hubiese terminado bien. —Todos creían que Bella se había casado con Jacob por amor pero no había sido así, ella solo se acostó con el joven Quileute por despecho ante la ruptura, quedando embarazada del chico lobo, quien no pensó dos veces en hacerse cargo de ella, contrayendo matrimonio con la joven, tan solo por la petición de Charlie de que le cumpliera a su hija, la cual por supuesto no le amaba—. Creo que mi fijación por Edward era la misma que la que él sentía por mí.

—¿A qué te refieres? —preguntó Alice.

—Sentíamos curiosidad por el otro. —La menuda vampira frunció el ceño—. Edward era uno de los hombres más apuestos que he visto en mi vida, misterioso, inteligente y sentía una atracción fuerte hacia mí que me encantaba, pero aquella obsesión era tan solo por mi sangre.

—Te equivocas. —Refutó Alice de mal humor—. Mi hermano en verdad te amaba. —Bella asintió.

—Tienes razón… el león se enamoró de la tonta oveja, pero esta oveja ha estado confundida por mucho tiempo… ¿sabes?... —Alice no supo de qué demonios hablaba. —Y a pesar de que yo también me sentía muy atraída por Edward, lo nuestro fue único… ¿saber por qué? —La ex cuñada de Isabella negó con la cabeza—. Porque jamás hubo sexo entre nosotros, Edward adoraba tener a alguien que lo escuchara sin ser juzgado, y el sentía que conmigo podía ser él mismo y yo igual, podía ser todo lo torpe que era y él simplemente reía y amaba cada estupidez de mi parte, sin juzgarme.

Bella se percató del arrepentido rostro de Alice, quien había arribado a la casa de los Black tan solo para lastimarla, tal y como la vampiresa creía que la joven humana había lastimado a su adorado hermano Edward.

—No te culpo por odiarme, Alice, yo también odiaría a la mujer que lastimase a mi padre y jugara con sus sentimientos, pero créeme… Yo no quise lastimar a Edward, simplemente me sentí sola y Jacob aprovechó mi vulnerabilidad, para acostarse conmigo, yo no amo a Jacob y él ya se dio cuenta que jamás lo amaré.

—¿Cómo amaste a Edward? —Bella negó con la cabeza.

—No Alice, jamás lo amaré como hombre, ni como amigo, ya que por lo menos considero a Edward el mejor de mis amigos, pero a Jacob lo veo solo como el padre de mis hijos. —La asombrada vampira contempló su abultada barriga.

—¿Entonces son dos? —Bella asintió.

—Ahora me gustaría que te marcharas, y por favor, no le hables de mí a Edward si eso le hace tanto daño. —Alice se incorporó de la incómoda silla de madera, asintiendo a su petición. —Nadie sabe por el infierno que estoy pasando y ahora que se lo que realmente quiero en la vida, me he dado cuenta que ya no podré hacer mis sueños realidad. —Acarició nuevamente su vientre—. Porque ahora tengo que velar por dos personitas que me necesitan. —La joven Cullen, asintió, bajando los escalones que dividían el pórtico del terreno boscoso, tomando su auto, alejándose a toda velocidad de aquel lugar, mientras Bella siguió acariciándose la barriga, pensando en lo que había hecho con su miserable vida, al intentar olvidar a Edward con Jacob Black.

—Bella, cuidado. —La pelota se dirigió directo hacia su vientre, y a pesar de que Jacob intentó detener su trayectoria al salir de la casa, no llego a tiempo, recibiendo el fuerte impacto en su vientre, lo que consiguió que la joven se quejara ante el olor que aquello le había causado, rompiendo fuente.

—Maldita sea, ¿qué les he dicho de jugar cerca de Bella? —Todos los implicados corrieron a ver lo que estaba ocurriendo, observando cómo Jacob cargó a Bella entre sus brazos, exigiéndole a Embry que abriera la puerta de la camioneta, después de exigirle a Billy, que llamara a Charlie y le notificara lo ocurrido con su hija. —Resiste Bella, todo va a salir bien, esos bebes tienen genes lobeznos, nada malo les va a pasar. —Cerró la puerta de la camioneta, subiéndose del otro lado y así poder arrancar el auto lo más rápido que pudo rumbo al hospital de Forks.

 

Seth se hallaba en el restaurante de Port Angeles, La Bella Italia a la hora del almuerzo, en el que una vez Edward y Bella habían tenido una romántica cena, hacia ya mucho tiempo atrás.

El joven Quileute de vez en cuando se escapaba de su habitual vida en la reservación, la cual no era precisamente de su agrado, ya que el chico aspiraba a algo más que tan solo ser un guardián de Forks y seguir pasando los genes lobeznos de generación en generación, temiéndole a algo que todos sus hermanos Quileutes esperaban ansiosamente… la imprimación.

Seth no se veía a sí mismo enamorado como un autómata de una jovencita, ya que él desde muy temprana edad, sabía lo que realmente deseaba, conseguir el amor de un hombre que lo amara no por un tonto hechizo Quileute, sino por ser él, por ser Seth Clearwater y no un monigote del destino, el cual termina atando su vida a alguien más tan solo por ser la correcta para seguir con la casta de lobos.

Él soñaba con un amor único, épico, con alguien fuerte y grande que pudiese cuidarlo a él, y no ser precisamente el chico quien tuviese que cuidar a una damisela que jamás amaría en realidad, encerrándose en sí mismo, tratando de no tener mucho contacto visual con las chicas por temor a la imprimación.

Suspiró, intentando degustar su plato de ravioles, pero a pesar de estar siempre hambriento, hoy no tenía muchas ganas de comer, ya que cuando al joven lo atacaban los miedos, su cuerpo respondía negativamente a la ingesta de comida, dejando su plato a un lado, recordando nuevamente el momento en el que aquel vampiro le había salvado de la trampa en la que él había caído tontamente, al intentar mantenerse alejado de sus hermanos Quileutes por culpa de la unión mental entre ellos.

La campanilla de la puerta anunció a un nuevo cliente, y el efluvio de ambas personas le notificaron al joven lobo, que un par de vampiros habían entrado, erizándosele toda la piel, sintiendo aquel enorme deseo que le embargada de transformarse y atacar, conteniéndose histriónicamente.

—¿Por qué te empeñas en venir aquí si no podemos comer nada, amor? —Aquella voz la reconoció en el acto, era el fornido vampiro Cullen, aquel que le había salvado la vida en el bosque y quien ahora conversaba con una hermosa vampira de largos cabellos dorados, la cual tomó asiento en una de las mesas laterales, respondiéndole al musculoso vampiro.

—Sabes que amo comportarme como una humana normal, me gusta ir de compras y parecer que tenemos un almuerzo como cualquier persona, Emmett.

“Así que se llama Emmett” Pensó el chico, intentando mantener sus ojos sobre la mesa, pero su audición era tan aguda como la de los vampiros y era inevitable escuchar aquella conversación.

—Bueno, bueno… lo que te haga feliz. —Aquello hizo sonreír a Seth, ya que le pareció gracioso que un hombre como Emmett se dejara doblegar por una mujer—. ¿Y qué vas a pedir? —La rubia comenzó a ver el menú, justo cuando el mesonero se les acercó, preguntándoles qué ordenarían.

La despampanante rubia comenzó a pedir por los dos, percatándose al intentar ver la cara del mesero, como un jovencito detrás de ellos, no le quitaba los ojos de encima a su esposo, concluyendo la petición de todo lo que “supuestamente” consumirían, con una gracias, colocando a un lado el menú, dejando que el joven se llevara sus pedidos, retirándose a paso acelerado.

—¿Y bien?... ¿Me contarás qué fue lo que pasó? —Le preguntó Emmett a su esposa, quien no dejó de ver al jovencito, el cual se percató de como la rubia le observaba, volteando rápidamente la mirada—. ¿Qué miras, amor? —El corpulento vampiro volteó la cara, enfocando sus ojos sobre el delgado rapaz, quien trató de enterrar su cara dentro del plato de rabioles.

—Nada… —respondió Rosalie con una socarrona sonrisa. —Pues no hay mucho que contar, al parecer las acciones de los Hale siguieron generando millones y la empresa de mi difunto padre ha seguido en pie sin que nadie de mi familia se ocupe de ellas. —La vampiresa tomó una de las servilletas, colocándola sobre su regazo, dándole nuevamente una mirada de soslayo al jovenzuelo, quien volvió a enfocar sus ojos en Emmett, el cual jugaba con los cubiertos, haciendo malabares con ellos.

—Pues imagino que tú y el sufrido de mi hermano van a hacerse cargo… ¿no? —Rosalie negó con la cabeza.

—De hecho solo Jasper se hará cargo de todo. —Emmett dejó caer el cuchillo, aquel que rodó hasta la mesa del jovencito, quien pateó raudo el cubierto, regresándolo hacia la mesa de la pareja—. No quiero volver a saber nada más de esa herencia, mucho menos deseo volver a New York donde tengo tan malos recuerdos. —Su esposo le comentó que le parecía perfecto y que no había mejor empresario que Jasper, alegando después de recoger el cubierto, que sin duda el mellizo de su esposa haría un excelente trabajo—. Lo sé… —respondió Rosalie—. Y cuéntame, amor… ¿Qué hicistes en mi ausencia?

La hermosa vampiresa pudo apreciar como el jovencito frunció el ceño ante sus cariñosas palabras, percibiendo el efluvio del muchacho después de haber sido abierta nuevamente la puerta del restaurante, siendo el viento quien trasportara su peculiar aroma a perro, escuchando lo que Emmett le contó a continuación.

—Pues fui de caza solo, ya que no te tenia a ti, ni a Jasper.

—¿Y Alice? —preguntó ella algo extrañada.

—Fue a torturar a Edward a Seattle, ya que no tenía a su amorcito por aquí. —Seth sonrió, siendo Rosalie quien se percatar de ello, dándose cuenta que el joven parecía estar escuchando perfectamente su conversación a pesar de la distancia—. Así que fui a cazar solo pero terminé haciéndole una obra de caridad a los Quileutes. —Al decir aquello, Rosalie le dio una mirada de soslayo al muchacho, quien frunció el ceño de mala gana, al escuchar las palabras de Emmett—. Uno de los más jovencitos había quedado atrapado en una trampa para osos, lo saqué y lo llevé hasta la playa.

—¿Cómo?... —preguntó Rosalie exaltada—. ¿Entraste a la reservación de los lobos a sabiendas de que no somos gratos en su territorio, Emmett? —El atolondrado vampiro se encogió de hombros.

—Da igual… estoy vivo… ¿no?... Y el cachorro a salvo. —Rosalie miró a su esposo y luego al jovencito, quien sonrió dulcemente, imaginando que justo ese chiquillo había sido el cachorro del que su esposo hablaba.

El mesero llegó con su orden, dejando todo sobre la mesa, retirándose rápidamente, encaminándose hasta la mesa del joven Quileute, preguntándole si ordenaría postre, pero el chico negó con la cabeza, terminándose el plato de ravioles, pidiéndole la cuenta.

—¿Cuál de ellos era? —Emmett se encogió de hombro.

—No lo sé… en su forma lobezna todos se parecen. —Seth sonrió de nuevo, volteando el rostro a un lado para que no se percataran de sus tontas risitas, pero Rosalie ya lo había hecho, sonriéndole a su esposo—. Pero imagino que era uno de los más jóvenes y por supuesto no era el maldito de Paul, a ese lo reconozco perfectamente bien, es el más apestoso de todos. —El joven Quileute no pudo evitar reír a carcajadas, consiguiendo que tanto Emmett como Rosalie voltearan a verlo. —¿Y este de qué demonios se ríe? —La seductora vampiresa comenzó a actuar que comía, picando elegantemente su filete miñón, notificándole a su esposo.

—A veces eres tan distraído, amor… pero desde que llegamos el jovencito que salvaste no ha dejado de mirarte y de estar atento a nuestra conversión. —Emmett volteó a ver al muchacho, quien había escuchado perfectamente las palabras de Rosalie, sacando unos cuantos billetes arrugados de su bolsillo, dejándolos sobre la mesa, pretendiendo huir del restaurante, zigzagueando entre las mesas, mientras el mesero contaba los billetes, gritándole al jovencito que faltaba dinero y que alguien lo detuviera.

—Tranquilo, tranquilo… yo pago lo que haga falta de esa cuenta… ¿está bien?... pero no haga un escándalo por un par de dólares. —El mesero asintió, retirándose con los billetes arrugados de muy mal humor, llevándose consigo los platos del asustado jovencito. —¿Cómo sabes que era él? —preguntó Emmett mirando hacia la puerta del restaurante como si creyera que el chico regresaría.

—Desde que entramos no te quitaba los ojos de encima. —Rosalie desmenuzó el pan, mojándolo con la salsa de la pasta para luego dejarlo a un lado. —Estuvo atento a toda nuestra conversación, creo que tienes a un fans. —La rubia miró a su esposo—. De seguro te ve como su héroe. —Emmett bufó por la nariz.

—¡Que va!… no lo creo, ni las gracias me dio. —Comenzó a actuar como su esposa, destrozando el plato de comida con los cubiertos. —Y si en verdad se trataba de ese rapaz, pues es bastante maleducado, ¿en vez de venir a agradecerme sale huyendo después de husmear en nuestra conversación? —Rosalie no dijo nada, pero ella conocía perfectamente a Emmett quien solía comportarse como un chiquillo, ya que él siempre le había recordado al hijo de su mejor amiga, el cual era bastante parecido a su esposo, quien solía decir una cosa, mientras pensaba otra y eso hasta Edward se lo había corroborado, al contarle que el atolondrado de su hermano, trataba de hacerse siempre el que nada le importaba cuando en realidad su mente trabajaba más de la cuenta.

—Debiste de haber ido a hablar con él. —Emmett arrugó la cara.

—¿Y eso como para qué? —Rosalie se encogió de hombros.

—No sé, Emmett… de seguro tienes curiosidad así como él sentía curiosidad por ti. —Emmett bufó por la nariz.

—No digas idioteces Rosie, ¿Qué curiosidad podría tener yo por ese mocoso Quileute? —Rosalie se encogió nuevamente de hombros, pero tal y como ella había predicho, Emmett comenzó a elucubrar sobre los motivos por los que el joven lobo no se atrevió a presentarse delante de ellos, pensando el modo de volver a verlo y enfrentar al temeroso muchacho, para que le explicara su extraña actitud.

 

Era el mediodía y Edward no se había dignado a salir de su alcoba, después de haber regresado a eso de las seis de la mañana, subiendo por la escalera de emergencia que daba a la azotea y de allí saltó hasta el balcón sin ser detectado, introduciéndose en la cama, después de asearse, ya que Edward había vuelto a hacer de las suyas, bebiendo de un maleante que pretendió violar y asesinar a una jovencita, acabando con la vida del malviviente, drenándole hasta la última gota de sangre.

El apuesto vampiro no podía dejar de sentir remordimiento, no solo por matar a personas, sino por ocultárselo a su familia, ya que él les hacía creer que aun era vegetariano, cuando en Seattle se comportaba como lo hizo en sus años de rebeldía, matando a personas malas, creyendo que así su remordimiento seria menor, aunque se equivocaba.

—¿Edward?... ¿Estás bien?... —Llamó Christian después de tocar la puerta, consiguiendo que el estudiante de psicología se incorporara de la cama, mirando su reloj de pulso.

—¡Rayos!... —Exclamó al darse cuenta que se había sumergido en sus penosas elucubraciones sobre lo que era incorrecto y lo que no, torturándose como solía hacerlo—. Aaamm… si… estoy bien, me quede dormido, lo siento… ahora bajo. —Christian le notificó que entendía perfectamente y que lo esperaría en el comedor para que almorzaran juntos—. Maldición, debo buscar una solución a esto de la comida. —pensó después de suspirar pesadamente, intentando contener su mal genio.

Recogió sus cosas y salió de la habitación, dejando la cama desordenada para no levantar sospechas, ya que el joven vampiro por supuesto no había pasado la noche en la alcoba y mucho menos había dormido en aquel lugar, intentando dejarla lo más desarreglada posible.

Bajó las escaleras, dejando su bolso sobre uno de los muebles de la sala, percibiendo los pensamientos de Christian, quien ya se estaba maquinando las posibles reacciones que tendría Edward, ante lo que estaba a punto de proponerle, releyendo el documento que al parecer el mismo había redactado anoche, escuchando los sigilosos pasos del joven estudiante, quien tomó asiento junto a él, observando toda aquella variedad de comida humana, que a él tanto le asqueaba.

—¡Vaya!... ¿Se te pegaron las sabanas? —preguntó sin dejar de releer el documento.

—Me gusta dormir tarde los domingos, ya que suelo levantarme temprano todos los días. —Mintió comenzando a servirse de todo un poco, sin llenar por completo el plato, para que fuese más fácil esconder la comida que no engulliría.

—Me parece bien. —Colocó el documento sobre la mesa muy cerca de Edward, explicándole a continuación—. No sé si el doctor Flynn te contó sobre mis gustos sexuales. —Al decir aquello, Edward soltó inconscientemente el trozo de pollo que había aferrado con las tenazas, el cual cayó sobre la mesa y rodó hasta el suelo.

—¡Rayos!... —El joven se sintió estúpido, en verdad era ridículo que aquel hombre con tan solo decir aquella palabra lo hubiese puesto tan nervioso como para dejar caer el pollo tan tontamente, sintiéndose un completo idiota—. Lo siento. —Edward recogió la pierna de pollo, dejándola sobre un pequeño plato vacio, el cual serbia para dejar los huesos y la piel del pollo—. Continúa por favor. —El incomodo vampiro miró a Christian, quien sonrió por demás divertido, al ver lo nervioso que se encontraba el muchacho.

“Esto va a estar muy entretenido” Pensó, dejando de mirar a Edward, enfocándose en su ya servido plato de comida—. Decía que imagino que Flynn te habrá contado sobre mi forma de amar a las mujeres. —Edward negó con la cabeza.

—No, el doctor Flynn solo me comentó que tienes una particular fijación por el sexo fuerte, de lo cual no me explicó con exactitud a que se refería. —Respondió, dándole gracias a la providencia, que los vampiros no podía ruborizarse.

—Así es. —Christian sonrió, observando el inmutable rostro de Edward, quien siguió agradeciendo no poder ruborizarse o ya estaría como una berenjena de la vergüenza—. Me gusta el sexo sadomasoquista. —Al escuchar aquello Edward no pudo evitar voltear la cara tan rápido que el entretenido multimillonario soltó una risotada, mirando su estupefacto rostro—. ¿Qué ocurre?... ¿Dije algo malo? —El pasmado vampiro, pudo percatarse del deleite que sentía aquel hombre al verlo tan asombrado, intentando controlar su semblante, el cual denotó bastante sorpresa de su parte.

—No… nada malo… ahora comprendo. —Fue lo único que dijo Edward, entendiendo al fin, aquellos extraños y perturbadores pensamientos que constantemente aturdían o mejor dicho, entretenían al magnate—. ¿Siempre ha sido así? —preguntó Edward sirviéndose otro trozo de pollo.

—Si, así es… mi primera vez fue con Elena Lincoln, ella me enseño a amar de ese modo.

—¿Por qué? —preguntó el joven estudiante de psicología, picando de todo un poco sobre su plato, sin meter el cubierto a su boca.

—¿Por qué, qué?... —preguntó Cristian con una socarrona sonrisa.

—¿Por qué te enseñó a amar de ese modo?... ¿No te gusta el sexo convencional?

—¿El sexo vainilla? —Edward alzó una de sus cejas, en un gesto tan espontaneo y gracioso que Christian no pudo evitar reír—. Jajajaja… imagino que no sabes lo que es el sexo vainilla.

—¿Debería saberlo? —El multimillonario negó con la cabeza.

—No, por supuesto que no… aunque es así como imagino que te debe gustar a ti el sexo. —Christian le dio una rápida mirada de soslayo, percatándose de cómo Edward sonrió de medio lado, a lo que el acaudalado hombre de negocios le dio la impresión de que no se equivocaba, aunque la realidad era que Edward sonreía al catalogar el sexo que él había tenido en su vida como un insignificante cono de helado vacio, apretando los labios para no reír ante sus idioteces, sintiéndose por unos segundos como su hermano Emmett.

—Creo comprender que significa vainilla. —El joven vampiro se llevó el cubierto vacio a la boca, simulando comer, cuando en realidad no lo hacía—. La vainilla es suave, sutil, y uniforme, un color puro, me imagino que lo que significa es sexo convencional. —Christian asintió—. Pues sí, supongo que se podría decir que me gusta el sexo vainilla—. Intentó no reír, no solo ante la idiotez de la vainilla sino al seguir imaginando su vida sexual como un cono vacio y solitario lleno de telarañas.

—Lo sabía. —Christian bebió de su vaso de jugo de naranja, dejándolo a un lado—. Pues no creo que mi idea de cómo pienso ayudarte con tu tesis y tú apoyarme en mi “supuesto trastorno” psicológico, te guste. —Edward también tomó de su vaso de jugo, humedeciendo sus labios con la cítrica bebida.

—Pruébame. —Le retó el joven vampiro.

—Pues este es un contrato algo parecido al que suelo darle a mis sumisas. —Edward tomó entre sus manos el documento, mientras Christian proseguía—. Suelo hacerles firmar un contrato de confidencialidad y sobre todo de mutuo acuerdos entre ambas partes. —Edward comenzó a leer el contrato, el cual llevaba su nombre.

—¿Quieres que sea tu sumiso? —Christian apretó los labios, limpiándose la boca con una servilleta.

—Hipotéticamente, claro.

—¿Hipotéticamente? —Christian asintió, dejando de comer, mirándole a los ojos—. Explícame. —Exigió el apuesto vampiro, comenzando a leer las clausulas del contrato.

—Todo sería simple actuación, es decir… si serás mi esclavo y harás lo que yo diga, pero no tendremos sexo. —Edward no quiso verle al rostro, ya que su vergüenza y su pudor iban en aumento—. Si tú no quieres… claro. —El joven vampiro levantó la mirada para verle—. Es decir… —Señaló el contrato—. Solo existirá lo escrito en el contrato y que ambos aceptemos… léelo y luego discutiremos las clausulas con las que no estarías de acuerdo. —Edward no pudo dejar de verlo con cierto desprecio, enfocando nuevamente sus ojos en el contrato, leyendo tan solo los títulos en negrita que habían llamado su atención.

“Límites Tolerables, a discutir y acordar por ambas partes:

*Masturbación.

*Cunnilingus.

*Felación.

*Ingestión de semen.

*Penetración anal.

*Fisting anal.”

Edward levantó la cara, sintiendo como los cinco litros de sangre que había ingerido anoche, emigraron hasta su rostro, aunque aquello era completamente imposible, pero su vergüenza interior le hizo creer que así era.

—¿Esto te parece hipotético? —Dejó el contrato sobre la mesa, señalando las palabras en negritas sin deseo alguno de leer las explicaciones de cada una de ellas.

—Imagino por tu cara que las conoces todas. —Christian se sintió un poco decepcionado, ya que lo que más deseaba era ver un pálido rostro y luego un semblante tan ruborizado que pareciera afiebrado, pero el joven simplemente le contempló seriamente, alegando a continuación.

—Pues no todas. —Fue su sincera respuesta—. Pero no sé porque están en el contrato si tú muy bien has dicho que todo es hipotético. —Christian asintió.

—Por supuesto, solo quería ver tu reacción. —Edward le miró de muy mala manera.

—¿Cómo quieres que la gente te tome en serio? —Aquella pregunta hizo fruncir el ceño de Christian—. ¿Quieres jugar un estúpido juego de sumisión, conmigo? —El magnate no respondió, mirándole retadoramente a la cara—. Bien… juguemos, pero no te tomaré en serio, Christian… con esto solo me estas demostrando una sola cosa. —A lo que el multimillonario preguntó que era—. Que tú no eres ningún amo nada, eres un inseguro hombre que tiene miedo a amar, temes ser tú mismo y lo único que pretendes con este juego de dominación es tratar de sentirte superior, cuando en realidad eres tan solo un niño grande pretendiendo jugar a algo que ni siquiera entiende.

Christian sintió hervir su sangre al punto de ebullición, deseando golpear al muchacho, y exigirle que se arrodillara delante de él y que le pidiera perdón mientras le azotaba con un látigo de tres rejos, fulminando a Edward con la mirada de un modo que el joven vampiro no pudo evitar sentir cierta incomodidad, aunque no apartó sus feroces e iracundos ojos del magnate.

—¿Así que eso crees? —Edward asintió. —Pues si crees que es solo un juego… firma… ¿Qué tienes que perder? —Aquello dejó pasmado al joven vampiro, quien abandonó los cubiertos a cada lado del plato, incorporándose de la mesa.

—Jamás firmaría algo sin leerlo por completo. —Christian también se levantó, y después de beber todo el contenido de su vaso, caminó tras Edward, el cual preguntó apremiante—. ¿Qué demonios es Fisting anal? —Aquello hizo sonreír a Christian, poniendo su mejor cara de coño de su madre, alzando el brazo, moviéndolo de arriba hacia abajo como si taladrara algo con él, mientras Edward pudo percatarse por medio de la habida imaginación del multimillonario que aquello era penetración total y profunda del ano con la mano y el brazo. —¿Es en serio? —preguntó el apenado muchacho, observando cómo Christian asintió.

—Oh si, muy en serio… si se hace correctamente puede llegar a ser muy placentero.

—¿Hablas por experiencia? —preguntó, intentando demostrarle que su morboso jueguito no le perturbaba, aunque si lo hacía y bastante.

—No… bueno… no por experiencia propia, pero he conseguido que muchas mujeres se corran de lo lindo con eso. —Por alguna extraña razón Edward se sintió internamente como una de esas lámparas de lava, ya que en cada desvergonzada acotación de parte del magnate, el vampiro sentía como si algo subía y bajaba en su interior, sin saber a ciencia cierta si era su alma o la sangre que intentaba emigrar a algún lugar de cuerpo, aunque él estuviese completamente seguro de que aquello era imposible.

—Comprendo. —Le dio la espalda y comenzó a caminar por la sala sin dejar de leer el contrato, siendo Christian quien tomara haciendo en el amplio sofá de tres puestos, mirándole tan entretenido que no pudo dejar de sonreír—. Acepta el Sumiso los siguientes juguetes: vibradores, tapones anales, consoladores, otros juguetes anales. —Leyó en voz alta y por alguna extraña razón volvió a sentir aquel hormigueo recorrer todo su cuerpo, deseando no voltear a ver a Christian a sabiendas de que lo conseguiría blandiendo una socarrona sonrisa—. ¿Para qué sirve un tapón anal? —Volteó el rostro sin girar por completo todo su cuerpo.

—Sirve para preparar el aro y las paredes anales para una posible penetración. —Soltó Christian tan fresco como una lechuga, mientras que Edward estaba por darle un paro cardiaco, aunque fuese la primera vez que se supiera de uno en la integridad física de un vampiro.

—Me estas tomando el pelo… ¿cierto? —El multimillonario intentó con todas sus fuerzas no reír a carcajadas al ver la cara de Edward, la cual era todo un poema.

—No… me estas preguntando y yo simplemente te estoy respondiendo… ¿Por qué crees que te estoy tomando el pelo? —acotó, consiguiendo que su pequeño enfado ante la interrogante del muchacho, ayudara a calmar sus ganas de reír, cruzándose de piernas y brazos.

—¿Siempre eres así para todo? —preguntó el joven y apuesto vampiro, girando completamente su cuerpo para quedar frente a Christian—. Tan desinhibido, tan… —Chaqueó los dedos, intentando buscar las palabras correctas— …tan fresco. —El seductor multimillonario asintió.

—¿Tan descarado?... si, en efecto… a mi no me da vergüenza hablar de sexo, Edward. —El aludido volteó la cara, deseando decirle que era más que un descarado, era un aberrado sexual, ya que el tímido vampiro era chapado a la antigua; el venia de otra época y aunque se encontraban en pleno siglo XXI, él jamás sintió agrado por aquellas personas tan libertinas como lo era Christian, pero si algo detestaba aun más el molesto inmortal era perder una apuesta y más si era con un idiota pomposo como lo era el multimillonario, retomando la lectura del documento.

—¿Cuentas… huevos?... —Edward volteó nuevamente el rostro, sin dejar de caminar de un lado a otro frente a Christian, quien respondió.

—Cuentas, son esferas del tamaño de una bola de billar que van unidas entre si, como los rosarios, las cuales se introducen en el ano para…

—Te gusta mucho jugar con… —Intentó decir la palabra pero se le dificultó, señalándose así mismo el trasero— …ya sabes… —Christian rió— …es un fetiche o algo así.

—¡Oh Edward!... tengo más de un fetiche, créeme… y no son nada comparados con la estimulación anal… Solo enfoqué los juegos sexuales en aquella zona del cuerpo, ya que tú no tienes vagina… ¿O sí? —Edward detuvo su nervioso andar, negando con la cabeza, por demás molesto—. Y lo que yo más disfruto es penetrar y si tú y yo… “hipotéticamente hablando” fuésemos a tener sexo… ¿Por dónde crees que te penetraría? —Por más que lo intentó, Edward no pudo apartar su mente de la de Christian, quien imaginó al muchacho recostado boca abajo en lo que parecía ser un potro de gimnasia, siendo penetrado por un pene de goma.

“Necesito aire” Se dijo así mismo ya que sintió como si necesitara respirar, aunque no fuese cierto, pero Edward parecía estar perdiendo aquel juego entre ambos, ya que el chico no tenía el más mínimo conociendo sobre la materia salvo lo poco que sabía de los libros de medicina y de los comentarios subidos de todo de parte de sus hermanos, quienes de vez en cuando dejaban escapar sus perversos pensamientos sexuales delante de él. “No puedo con esto, es demasiado para mi” Se acercó por inercia a uno de los sofá de un solo puesto derrumbándose sobre el mueble.

—¿Edward?... ¿Estás bien? —Christian se incorporó rápidamente de su puesto, agachándose para quedar a la altura del pasmado muchacho, el cual tenía la mirada pérdida—. ¿Edward?... háblame… —Pero el vampiro simplemente contempló el contrato en sus manos, dejándolo sobre la mesa, mientras Christian pasó una de sus manos por la frente del muchacho, levantándose raudo de su agachada postura, llamando a la ama de llaves—. ¡Señora Jones!... llamé a un medico. —Aquello hizo reaccionar al joven inmortal, quien lo aferró de la manga de la camisa, exigiéndole que no lo hiciera—. Estas helado, Edward… pareces haber entrado en shock y la verdad es que…

—Yo soy así… —Alegó el chico en un tono de voz bajo—. Sufro de un extraño padecimiento que ocasiona que mi cuerpo este constantemente frio, así que eso es normal en mí. —Mintió, rogando porque Christian no supiera de medicina.

—Pero te pusiste pálido. —Edward lo miró con cierta incredulidad—. Bueno, más pálido de lo habitual… ¿Tienes anemia o algo por el estilo? —El astuto vampiro pensó que sería bueno hacerse el enfermo con Christian, ya que al parecer, eso sacaba a flote a aquel amable y considerado hombre que había conocido ayer y al que a Edward tanto le había agradado.

—De hecho sí… —Bajó la mirada ya que aunque se había acostumbrado a mentir, se le dificultaba hacerle eso a Christian cuando él dejaba a un lado al patán y le permitía al simpático caballero aparecer delante de él—. Mi padre es médico y él me mantiene en tratamiento, sabe lo que debo comer y ha sabido llevar todos mis padecimientos, así que no te asustes, yo sé… —Dejó de hablar, al sentir como Christian le aferró el rostro con ambas manos, mirándole a los ojos.

—Tus pupilas están un poco rojas… ¿Eso también es normal en ti? —Edward se había olvidado por completo lo que la sangre humana ocasionaba en sus ojos, cambiando aquel hermoso color ámbar que le daba la sangre de animal, por el tono rojo de la sangre humana.

—Aamm… sí, creo que eso me pasa cuando los pervertidos quieren meter todo tipo de cosas extrañas en mi virginal trasero. —No supo ni porque lo hizo, incluso se sintió algo avergonzado al decir aquello, pero Edward consiguió que sus palabras alivianaran un poco la culpa de mentir y sobre todo aquella incomoda fijación de Christian por el cambio repentino del tono de sus ojos, logrando las carcajadas del multimillonario, las cuales consiguieron contagiarle, riendo nerviosamente junto con él.

—Pues si sigues leyendo ese contrato temo que termines con una hemorragia nasal. —Ambos volvieron a reír, siendo Christian quien aferrara a Edward por el brazo, incitándole a levantarse, exigiéndole que se sentara en el asiento de tres puesto junto a él, justo cuando la señora Jones, se dejó ver en la sala, preguntándole a su jefe que se le ofrecía—. Tráigale a Edward un té de hierbas, algo que sirva para que entre en calor, yo que sé. —La ama de llaves asintió, retirándose de la sala, no sin antes dejar escapar un perturbador pensamiento de ella teniendo sexo con Christian, pensando que sin duda esa sería la mejor forma de entrar en calor.

“¿Todos aquí son unos pervertidos o soy yo el anormal de la esta casa?” Se preguntó Edward así mismo, notificándole a la ama de llaves que no deseaba beber nada, tomando asiento junto a Christian, el cual le colocó uno de los cojines en la espalda, intentando hacerlo sentir confortable y cómodo, asintiéndole a la mujer para que se retirara—. Estoy bien, en serio. —Notificó el muchacho.

—Pues quiero que te sientas mejor. —Se estiró para tomar el contrato que Edward había dejado abandonado sobre la mesa, apartando la primera hoja para leer la segunda—. Creo que debí poner lo de los juguetes y todo lo relacionado con el sexo al final—. Se aclaró la garganta y prosiguió—. Quiero que entiendas algo, Edward. —El aludido asintió mirándole fijamente a los ojos, percibiendo en Christian un tono de voz distinto, percatándose de sus elocuentes y sinceros pensamientos de preocupación y deseo de hacerle entender su estilo de vida—. Un amo no está solo para tener sexo y satisfacerse constantemente con perversiones. —Mientras el magnate releía el contrato en su mente, Edward no dejó de verle a la cara—. Un amo está para que la sumisa o en este caso el sumiso se sienta a gusto, mi prioridad ante todo es cuidarte y protegerte. —Aquello le dio ganas de reír, pero no lo hizo, ya que aunque era tonto pensar que un simple humano como Christian quisiera cuidar y proteger a un inmortal de más de cien años como Edward, aquello le pareció amable y muy considerado de su parte.

“No eres tan bastardo después de todo” Pensó, bajando la mirada al ver como Christian enfocó sus picaros y perspicaces ojos sobre él. “Debería darte una oportunidad como mi proyecto de fin de año y la verdad es que no tengo una tesis planeada, es mejor esto a no tener nada” Elucubró, escuchando como Christian leyó uno de los párrafos del contrato.

—El propósito fundamental de este contrato es permitir al Sumiso explorar su sensualidad y sus límites con seguridad, respeto y consideración a sus necesidades, sus límites y su bienestar. —Levantó por unos segundos el rostro para ver a Edward, y aunque el tímido vampiro no le observó, supo que lo hacía, ya que pudo ver su propio rostro desde la mente del magnate con total claridad. —El Dominante y el Sumiso aceptan y reconocen que todo lo que ocurre bajo los términos de este contrato será consensual, confidencial y sujeto a los límites acordados y procedimientos de seguridad establecidos fuera de este contrato. Los límites y procedimientos de seguridad deben ser acordados por escrito. —Christian le mostró nuevamente el contrato—. Quiero que te lo lleves, lo leas con detenimiento, lo que no entiendas googlealo o me escribes un texto y yo despejaré cualquier duda… ¿está bien?

Edward asintió, tomando nuevamente el contrato, intercambiando sus números telefónicos, escuchando a Christian hablar sobre las responsabilidades del amo y el sumiso, sin poder creer que el excéntrico hombre de negocios tomara tan en serio todo aquello, levantando al fin la mirada, encontrándose con una amplia y sincera sonrisa de su parte, notificándole a continuación.

—Cada clausula tiene un recuadro para tildar si estás de acuerdo o colocar una equis si no. —Quería decirle que parara, que él ya había ganado aquel perverso juego, que no quería seguir escuchándole pero no podía dejar de sentir curiosidad hasta donde podía llegar aquel hombre por su obsesión, por el control y sus extraños anhelos de mostrarle que era todo un erudito en el arte de la seducción. —Si aceptas quiero de tu parte un documento medico que me indique todos y cada uno de tus padecimientos. —Aquello sorprendió a Edward.

—¿Por qué? —preguntó, observando cómo Christian se incorporó de su puesto, llamando a la señora Jones, respondiéndole al muchacho.

—No quiero llegar a hacer algo que perjudique tu salud, Edward… no solo me traerías problemas a mí, sino te los traería a ti y lo menos que quiero es hacerte daño. —El aun asombrado vampiro asintió, incorporándose de su puesto—. Ahora si me disculpas, debo salir, tengo una cena con mi familia desde el viernes y si no me aparezco hoy lo más seguro es que mi madre entre por esa puerta y me lleve arrastras cual crio pequeño hasta su casa. —Edward sonrió, imaginando a Esme tratando de hacer lo mismo con él, aunque en sus tiempos de rebeldía y desprecio hacia el mundo entero, su madre estuvo a punto de hacerlo. —¿Quieres que te llevé?

—No, no… tomaré un taxi… espero para la próxima traer mi volvo.

—¿Un volvo? —preguntó Christian a lo que Edward asintió. —¿Qué modelo?

—El S60 R-Design. —respondió, acotando a continuación—. Me gusta mucho, ya que alcanza los 325 caballos de fuerza, tiene seis velocidades y posee una transmisión automática Geartronic de segunda generación. —Christian alzo una ceja bastante sorprendido.

—Veo que te gustan los autos y la velocidad.

—Sí, mucho… mis hermanos y yo solemos hacer carreras en Forks. —Christian asintió, exigiéndole a la señora Jones que trajera uno de sus sacos y una corbata a juego, encaminándose hacia la puerta del ascensor, después de que Edward tomara su bolso, siendo el magnate quien acotara a continuación.

—Y yo que te imaginé de auto blindado y conduciendo con cautela. —Edward sonrió de medio lado, bajando la mirada, percatándose de cómo Christian enfocó sus ojos en aquella peculiar mueca, la cual le pareció un poco perturbadora—. Pues ya tendremos tiempo de hablar de autos tú y yo. —El incomodo vampiro se percató de sus extraños pensamientos hacia su particular forma de sonreír, intentando restarle importancia.

—Seguro. —Guardó el contrato en su bolso, extendiendo la mano hacia Christian, quien la estrecho con fuerza—. Hasta pronto.

—Hasta pronto, Edward… —Christian palmeó su hombro—. No hay prisa con tu respuesta, puedes tomarte tu tiempo. —El adusto vampiro asintió, pulsando el botón que llamaba el ascensor, justo cuando la señora Jones regresó con un saco gris y una corbata a juego, entregándosela al magnate, quien entró junto con Edward al ascensor, después de notificarle a la mujer que llegaría tarde y que no vendría a cena colocándose el saco y la corbata.

Bajaron en silencio ya que la despedida se había hecho y sintieron que no tenían nada más que decirse, pero tanto Christian como Edward no pudieron dejar de mirarse el uno al otro en el reflejo que les devolvió la puerta de acero del ascensor, en donde uno pensó en la posibilidad de que el chico aceptara y el otro de acceder y dejarse adiestrar en el arte de la sumisión y el sadomasoquismo en nombre de la ciencia y el estudio de la psicología, contemplando como la puerta se abrió y ambos salieron al mismo tiempo sin decir ni una sola palabra, siendo Edward el primero en abandonar el edificio, mientras Christian se quedo parado en la acera, llamando por el celular a Taylor para que lo fuese a buscar, observando como el joven se alejó a paso lento, pensando en ejecutar lo que siempre hacía cuando pretendía comenzar una relación sado… investigar la vida privada del sumiso.

Taylor llegó, y después de entrar en el auto, Christian le exigió a su guardaespaldas y mano derecha que investigara todo sobre Edward Cullen, desde que se levantaba en la mañana hasta que se fuese a dormir en la noche, donde vivía y donde había vivido, sus novias, sus amistades y su familia, a lo que Taylor simplemente asintió; pero lo que Christian no sabía era que Edward también llamó a su hermano Jasper mientras paseaba, exigiéndole exactamente lo mismo, que investigara todo sobre Christian Grey, comenzando entre ellos un peligroso juego de poder del que los dos no sabían aun, como terminarían.


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