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50 Juegos de Codicia y Poder (Ego contra Ego) por ErickDraven666

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La Sra. Robinson

Christian no paró de despotricar a los cuatro vientos toda la rabia que sentía ante lo que Edward había hecho, ya que no solo había tenido la osadía de hurtar a Charlie Tango, sino que fue con toda la intención de llevárselo a Forks sin su consentimiento y sin un previo itinerario de vuelo, lo que hizo enfurecer aún más al colérico magnate, aquel al que le saltaba la vena de la frente, mientras el serio e impertérrito vampiro, simplemente miró al suelo en silencio.

—Quiero que me expliques qué demonios pasó por tu mente para tener la osadía… —Se lo pensó por unos segundos, cambiando el contexto de su regaño—… No, mejor dime cuál fue el motivo de peso para que tú tomaras a Charlie Tango como si se tratase de un simple triciclo prestado para llevártelo a Forks… Porque debe haber un motivo muy grande para que tú hicieras semejante locura… ¿Cierto? —Edward levantó un poco la mirada, contemplando el iracundo rostro del magnate, observarle desde arriba y con cara de querer tomar una de las tablas de madera organizadas por tamaño en el extenso escaparate de torturas del cuarto rojo, en el que Christian intentaba conseguir del muchacho una certera y congruente explicación.

—Aaamm… Pues… —Bajó la mirada, recordando todo lo que había pasado, notificándole a sabiendas de que la verdad lo enfurecería aún más—. Fue por Bella… —Tragó grueso y esperó el inminente chubasco de reproches, improperios y maldiciones de su parte, cerrando los ojos.

—¿Te robaste a Charlie Tango por tu ex? —Edward asintió sin deseo alguno de levantar la cara—. ¿Y puedo saber qué fue lo que le pasó a la chica como para que tú salieras a plena madrugada hasta Forks tan solo porque a tu ex se le encajó en la madre que tú fueses a verla? —Edward abrió los ojos, mirando como el pie izquierdo de Christian golpeó una y otra vez el suelo de un modo retador.

—Ella no quería que fuese a verla. —Quiso levantar el rostro pero al final desistió al escuchar como la vena le siguió latiendo en la frente a punto de estallar—. Surgió un problema entre la familia política de ella y mi familia, es algo de hace mucho tiempo y ahora la chica fue abandonada y mis padres se han hecho cargo de ella.

A Christian no le cabía en la cabeza que aquello estuviese pasando; Edward no solo se había llevado a su amado helicóptero hasta Forks por su ex sino que ahora se enteraba de que la fulana Isabella era parte de su familia, soltando sin el más mínimo ápice de condescendencia hacia aquel asunto.

—Bueno, Edward, pues yo en lo que amanezca tomo tu Volvo y voy hasta la casa de Anastasia y le pido que viva aquí con su futuro esposo, mientras que tú y yo seguimos nuestro convenio de amo y esclavo… ¿Te parece? —Edward contuvo cada músculo de su rostro intentando no reír, levantando la mirada—. O mejor aún… traemos a Isabella y vivimos aquí los cinco… ¿Qué dices? —El serio vampiro comprendió perfectamente el sarcasmo.

—Lo siento, Christian, sé que esto te debe causar úlceras, pero…

—Noooo… pero claro que no… mira mi sonrisa. —Se inclinó mostrándole al inerte vampiro una sonrisa tipo guasón—. No entro en tanta dicha junta.

—Creo que el sarcasmo está demás, gracias. —Se levantó para marcharse, pero el molesto multimillonario lo atenazó del brazo, pretendiendo sentarlo bruscamente, pero el chico no se movió ni un centímetro, mientras que Christian terminó tropezándose con el inerte cuerpo del muchacho, quien se sentó a pesar de que pudo haberse quedado de pie y ridiculizar aún más a aquel hombre de lo que ya lo había hecho—. Mira, entiendo que estés molesto, pero juro que entre Bella y yo ya no hay nada. —Sonrió al recordar la conversación que ambos habían tenido después de cazar, en el cuarto de baño de la casa Cullen, en donde Edward se percató de todo el destrozo que la joven neófita había causado, aquella que le prometió que a su regreso tendría un nuevo piano.

Ambos vampiros habían arribado a la casa Cullen después de saciar su sed de sangre, en donde Bella al final no pudo contenerse, asesinando a un alpinista que ejecutaba sus proezas deportivas, terminando con su vida.

—¿Le dirás a Esme y a Carlisle lo que he hecho? —Edward negó con la cabeza.

—No, tranquila… era de esperarse que no te contuvieras, nadie es tan perfecto en la vida como para controlarse el primer día después de su transformación. —Bella le sonrió, subiendo al cuarto de baños para asearse—. Yo aún no puedo contenerme. —La joven neófita entró al sanitario, comenzando a quitarse la ropa, mientras Edward llenaba la tina de baño, intentando no ver su desnudez.

—¿Asesinaste a muchas personas antes de controlarte? —Edward asintió.

—Y te confesaré algo… —El vampiro se apartó para que la chica se introdujera en la elegante e inmensa tina de mármol—… Aún lo sigo haciendo de vez en cuando. —El chico bajó la mirada—. Así que si tú no dices nada, yo no diré nada. —Edward le guiñó un ojo, consiguiendo que Bella le regalara una afable y cómplice sonrisa.

—Hecho… —Ambos se sonrieron, mientras que la joven neófita comenzó a asearse y Edward recogía toda su ensangrentada ropa para deshacerse de ella, antes de que los demás integrantes de la familia regresaran—. ¿Puedes conseguirme unas tijeras? —El chico se extrañó ante aquella petición, pero al no poder leer sus pensamientos no supo qué demonios pasaba por la mente de la chica, asintiendo a sus exigencias y después de deshacerse de la ropa de Bella, o mejor dicho de Rosalie, buscó en la cocina unas tijeras entregándoselas a la muchacha—. Gracias. —Comenzó a cortarse mechones de cabello como si aquello fuese algo que le estuviese incomodando o le causara algún mal, ante los perplejos ojos de Edward, el cual se las arrebató rápidamente.

—¿Te volviste loca? —Bella negó con la cabeza, quitándose los trozos de cabello que cayeron sobre sus hombros, mirando a Edward.

—No quiero ser una muñequita más como Rosalie o Alice, no quiero ser perfecta, Edward… siento que al fin soy libre y seré quien siempre he querido ser. —Bella recordó el día que Alice la había ido a visitar, tal y como el día en el que había recibido el pelotazo en la barriga, aquel que malogró a su pequeño retoño.

—Tienes razón, Alice… el león se enamoró de la tonta oveja, pero esta oveja ha estado confundida por mucho tiempo… ¿sabes?... —Alice no supo qué decir en aquel momento—. Nadie sabe por el infierno que estoy pasando y ahora que sé lo que realmente quiero en la vida, me he dado cuenta que ya no podré hacer mis sueños realidad.

Bella siguió pensando en todo lo que la había estado atormentando durante mucho tiempo, mientras Edward se inclinó para ver su triste semblante perdido entre sus vagas elucubraciones, apartando sus discordes mechones de cabello del rostro, llamando su atención.

—Ya no quiero ser la perfecta hija de Charlie y de Rene. —Edward le sonrió—. Solo quiero ser yo… Bella… solo eso. —El apuesto vampiro se incorporó, y después de tomar un peine, se dispuso a cortarle el cabello a la chica, antes de que ella terminara destrozándolo por completo.

—Pues ahora podrás ser tú, Bella… —El chico comenzó a emparejarle el cabello—. Ya nadie te dirá qué hacer. —Ella sonrió y dejó que su nuevo hermano le ayudara a deshacerse de aquel look de chica hermosa y perfecta—. Le pediré a Carlisle que abra una cuenta a tu nombre y podrás comprar a tu gusto todo lo que quieras. —Bella le agradeció el gesto, observando como el vampiro se levantó de su puesto detrás de ella, mostrándole su nueva apariencia en un pequeño espejo que descolgó de la pared.

—Me gusta… —Levantó su rostro para verle—. Eres el hermano que siempre quise tener. —Edward puso los ojos en blanco.

—¿Deseabas un hermano estilista? —Hizo un gesto amanerado con las tijeras, mientras hablaba en francés, lo cual hizo reír a Bella—. Pues te haré manicure y pedicura pero no prometo resultados satisfactorios. —La chica volvió a reír, alegando que era un atolondrado como Emmett, observando como el apuesto muchacho se inclinó, mirándole dulcemente.

—Yo solo quiero que sonrías. —Bella y él se contemplaron por unos segundos, y aunque cualquiera que los hubiese visto hubiese pesando que ambos se habían vuelto a enamorar, ellos sabían que el amor que había comenzado a nacer entre ellos era tan fuerte como el que Alice y él se tenían.

—Pues a lo mejor si me lo explicas como si se lo estuvieras explicando a un niño de cinco años. —Edward regresó de sus vagas elucubraciones, levantando nuevamente la mirada, contemplando a Christian.

—Creo que, Bella… —Se lo pensó por unos segundos y luego argumentó—... tiene otros gustos. —Bajó nuevamente la cara, percatándose desde la mente del odioso y aún molesto hombre de negocios que parecía no entender lo que el chico intentaba decirle.

—Explícate con pelos y señales, Edward Anthony Cullen. —El aludido levantó la cabeza.

—Creo que ya no le gustan los hombres. —Christian alzó una ceja, mirándole escrutadoramente.

—¿Y puedo saber cómo llegaste a esa conclusión? —Edward se percató de cómo Christian imaginó al chico intentando enamorar nuevamente a su ex, la cual de seguro lo había rechazado llegando a esa conclusión.

—Ella no lo dijo con exactitud, pero… —Pensó en lo del corte de cabello, el cambio de look y toda la cosa—… creo que se lo ocultó a todos por temor al qué dirán. —El apuesto magnate se agachó, intentando mantener el equilibrio, aferrándose de las piernas del muchacho—. Y le conté sobre lo que estoy haciendo contigo en Seattle. —Christian volvió a sorprenderse, observando la socarrona sonrisa de Edward—. Creo que quería lujo de detalles sobre lo que es hipotético y lo que es válido en esta supuesta relación sadomasoquista entre tú y yo. —Sintió nuevamente aquel hormigueo en su rostro ante la vergüenza.

—¿Y le diste los detalles? —Edward negó con la cabeza.

—No, creo que es demasiada información y la verdad es que no quiero que se sepa nada en mi familia.

—¿Por qué no? —preguntó Christian impaciente.

—Pues por la misma razón por la que tú no debes querer que se sepa en tu círculo social. —Edward tragó grueso al ver como Christian clavó sobre él aquella inquisidora e indagadora mirada suya.

—Ilústrame —exigió el magnate.

—Bueno, podrían creer que tú y yo…

—¿Somos amantes? —Edward asintió bajando la mirada—. Pues lo somos… ¿No?

—Hipotéticamente —argumentó Edward—. Es solo por cuestiones académicas. —Christian se incorporó de su inclinada postura, soltando al fin las piernas del vampiro.

—¿Qué harías si tu familia se llegase a enterar de este juego “académico” entre tú y yo? —Christian hizo un gesto irónico, al decir aquello.

—Lo negaría todo —alegó Edward.

—¿Y si las pruebas nos inculpan? —El vampiro leyó en la mente de Christian a dónde quería llegar con aquel juego de preguntas, argumentando a continuación.

—¿Quieres que admita que en cierto modo esto me gusta? —Christian se cruzó de brazos, volteando el rostro para ver a Edward con una socarrona sonrisa dibujada en sus seductores labios.

—¿Lo harías? —Edward negó con la cabeza—. ¿Por qué no? —El chico se incorporó del taburete donde había estado sentado todo ese tiempo de regaños, notificándole al odioso y pretencioso magnate.

—Porque no puedo admitir algo que no es cierto, Christian, por eso. —Edward pretendió marcharse, pero el adusto hombre de negocios le notificó, después de tomar la tabla más grande y más gruesa de su escaparate de torturas, exigiéndole en un tono autoritario.

—Nadie te ha dicho que puedes retirarte, Edward. —El aludido se detuvo en el marco de la puerta, mirando su reloj de pulso.

—Son las tres de la mañana, Christian… no creo que sea hora de… —El molesto multimillonario golpeó con la tabla una barra de ensayo como las que usan las bailarinas para apoyarse y practicar sus pasos de ballet, exigiéndole en un tono prepotente al escurridizo muchacho.

—Frente a la barra y con las piernas separadas… ahora. —Edward volteó a verlo con el ceño fruncido, deseando haber piloteado el helicóptero directo al edificio de Grey Enterprises Holdings Inc para estrellarlo en contra de su imperio y no hacia el pent-house del magnate, en donde ya habían estado esperándole tanto Christian como el tal Joe, el hombre que comandaba el helipuerto, aquel que se llevó de regreso a Charlie Tango hasta Portland.

—Tengo sueño, Christian. —A Edward ya no le importaba mentirle descaradamente al magnate, total… el melindroso hombre no sabía que él no podía dormir, así que decir aquello de seguro lo ayudaría a zafarse del castigo, pero se equivocó y con creces.

—Si no tuviste sueño para ir a hacer semejante viaje hasta Forks, no creo que tengas sueño ahora, Edward… ¿Por qué debo repetir dos veces una orden contigo? —Por unos segundos el vampiro se vio a sí mismo tomando los restos de la maltrecha cama para clavárselos en el pecho, y luego arrancarle la cabeza y así poder arrojarla por el balcón como si aquello fuese tan solo una pelota de fútbol americano.

Suspiró y caminó hacia la barra, aferrándola con ambas manos, separando sus piernas una de la otra, mirando al frente, a la espera de que Christian ejecutara su castigo por haber osado a llevarse el helicóptero sin su consentimiento, atestándole el primer tablazo en ambas nalgas, tan fuerte, que aunque no dolió, Edward pudo percibir que lo había hecho con todas sus fuerzas, no solo ante el fuerte sonido que aquello creó, sino también al sentir como el golpe lo sobresaltó a pesar de que ya se lo esperaba.

Christian esperó a que el muchacho se quejara, pero Edward simplemente se quedó como una roca en su puesto, mientras el asombrado magnate no podía entender cómo era posible que aquel chico no se quejara, ya que semejante golpe hubiese dejado a una de sus sumisas paralíticas o por lo menos arrastrándose de dolor en el suelo.

—¡Auch!... —soltó Edward algo sobreactuado, intentando no mirar a Christian o se iría de risas al ver su cara de frustración.

—¿Auch?... ¿Estás jugando conmigo, Edward? —El vampiro negó con la cabeza.

—Lo siento, si quieres que me revuelque de dolor puedo actuar eso, pero no gritaré ni lloraré si es lo que esperas. —Christian volvió a darle otro golpe, lo que más que lastimarle o causarle algún daño, le hizo sentir cierta incomodidad al percibirlo como una especie de caricia.

—Quiero que los cuentes —exigió el maravillado hombre, el cual no podía creer que había un ser vivo en el mundo con el que al fin pudiese utilizar todos sus instrumentos de tortura sin tener que limitarse ante una posible fractura o algún daño que pudiese perjudicarlo legalmente.

—Dos… —Contó el primero y el segundo, recibiendo un tercer tablazo, el cual no solo consiguió acariciar sus nalgas, en aquella posición los golpes le daban directo en los testículos, lo cual poco a poco fue causando mellas en la integridad física del vampiro, quien simplemente se concentró en mantenerse tranquilo y no soltarle algún improperio al multimillonario, ante lo que su cuerpo estaba comenzando a percibir como placentero, contando los golpes uno a uno hasta llegar al final—. Diez. —Christian se apartó de Edward, dejando su juguete de tortura en su puesto, intentando asimilar lo que había pasado, percatándose con total asombro de cómo la tabla estaba desquebrajada en medio.

Nadie por muy fuerte que fuera, podría soportar tanto castigo de parte de aquel instrumento, el cual tenía un grosor de aproximadamente dos pulgadas y el trasero de Edward hasta lo había logrado romper, sin que el chico tan siquiera se quejara, aunque de vez en cuando soltaba un jadeo o un leve quejido, lo que por supuesto Christian sintió como falso, mientras que Edward ni siquiera se había percatado de ellos.

—Puedes retirarte, Edward. —Christian se recostó en uno de los costados del escaparate, observando como el chico se apartó de la barra, percatándose con total asombro de algo que ninguno de los dos se había dado cuento hasta ahora, ya que el turbado vampiro sintió cierta incomodidad al caminar, deteniéndose justo cuando Christian acotó a continuación—. Tú erección no es muy hipotética que digamos, Edward. —Era la primera vez que al chico le pasaba algo como eso, sintiendo que el mundo se le caía a pedazos delante del arrogante hombre—. Y aunque aún no comprendo cómo has podido soportar tanto castigo, debo decir que me complace enormemente haber logrado algo en ti que jamás creí ver tan rápido en tu persona.

Edward no sabía si seguir caminando, si odiarse a sí mismo o matar a aquel arrogante hombre, el cual no solo lo había humillado de aquel modo, sino que a la vez, consiguió avergonzarlo tanto que sintió por primera vez como su cuerpo se estremeció bajando la cabeza completamente apenado.

—Yooo… —intentó hablar, pero no supo qué decir, pretendiendo huir de aquel cuarto, siendo Christian quien hablara.

—Creo que ya no necesito que me admitas que te gusta.

—Vete al infierno, Christian. —El divertido multimillonario sonrió con ironía, lo que cabreó tanto a Edward, que terminó dándole un fuerte golpe a la puerta, abriéndole un boquete de aproximadamente quince centímetros de diámetro—. Vuelve a decir tan solo una maldita de tus ironías y el próximo puñetazo va a dar directamente a tu rostro.

—Buenas noches, Edward. —Se despidió en un tono de voz odioso y retrechero, a pesar del asombro que le causó el tremendo impacto en la puerta y la enorme abolladura en la madera, imaginando que aquello había sido tan solo una subida de adrenalina de parte del muchacho, consiguiendo semejante proeza, acotando entre dientes mientras se acercaba a la puerta para examinarla—. Eso se le va a hinchar y le va a doler aún más en la mañana.

—Te estoy escuchando, bastardo —gritó Edward rugiéndole desde su recamara, en donde pretendió tomar una ducha fría y golpearse a sí mismo si era necesario, para tratar de baja aquella impropia excitación.

—Yo hablo de la mano, Edward… —alegó Christian intentando no reír, acotando en voz baja para sí mismo—. Aunque lo otro también dolerá si no hace algo al respecto. —El golpe seco de la puerta de baño, al igual que los rugidos de rabia que Edward emitía, le indicaron a Christian que el chico le había escuchado, cerrando la puerta del cuarto rojo, la cual había quedado un poco desnivelada ante el golpe—. ¡Uupsh!... Tiene oídos sensibles, ya sé para la próxima. —Se introdujo en su recamara con la satisfacción más grande que pudiese llegar a tener un amo del sadomasoquismo como Christian Grey, que su esclavo sexual tuviese una erección ante una sesión de tortura, haciéndolo sentir el rey de la comuna BDSM.

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A la mañana siguiente Alice, Emmett y Bella, se encontraban de compras en Port Ángeles, después de que Carlisle hiciera lo que Edward le había pedido a su padre, crearle una cuenta mancomunada a Isabella, entregándole su tarjeta dorada para que así pudiese comprar todo lo que ella quisiera, siendo Alice quien intentara monopolizar a la nueva vampira.

—Ese atuendo es horrible, Bella —comentó Alice al ver cómo la chica salió con una blusa semitransparente negra, la cual dejaba ver su brassier de cuero y remaches, aquel que había adquirido en otra tienda, y que a la menuda vampira le había parecido atroz.

—Pues entonces me lo llevo, porque todo lo que tú detestes es lo que yo quiero usar, no lo que a ti te agrade, Alice. —Entró nuevamente en el probador para quitarse la blusa y ponerse otro atuendo, mientras Emmett argumentaba, tan solo para jurungarle la lengua a su hermana.

—Yo pienso que se ve cool. —Alice lo fulminó con la mirada, notificándole que calladito se veía más lindo que diciendo estupideces—. Pues Bella nos trajo para que le diéramos el visto bueno y yo le estoy dando el mío, me gusta su cambio y su cabello, parece una cantante de heavy metal. —Comenzó a mover los brazos como si tocara una guitarra eléctrica, incomodando aún más a su pequeña hermana.

—Por eso es que Rosalie te viste, Emmett… porque si fuera por ti, te pones lo primero que consigas a la mano. —El chico sonrió, enfocando nuevamente los ojos en Bella, la cual modeló un vestido gótico negro, de mangas con transparencias y desgarros a la altura de los hombros, mientras que la falta parecía haber sido cortada en desniveles, haciéndola ver bastante estrafalaria.

—No dejaré que compres eso —notificó Alice con cara de horror.

—Pues es mi dinero y mis tarjetas, así que lo compraré. —Sacó otro vestido azul no tan extraño pero de la misma línea gótica, alegando a continuación—. Y me llevaré este porque es el color favorito de mi adorado hermano Edward. —Aquello hizo que la ediposa vampira la fulminara con la mirada, mientras Emmett se apartaba de ambas, esperando lo peor.

—Edward es “mi” adorado hermano, soplabella. —Las odiosas palabras de la vampiresa consiguieron que Emmett soltara una risotada, cubriéndose raudo la boca para ocultar sus carcajadas, volteando a otro lado.

—Pues ahora es también el mío —alegó Bella haciendo un gesto odioso.

—Voy a arrancarte todos los pelos que te quedan en esa odiosa cabeza que tienes, Isabella… —Alice pretendió abalanzársele encima, siendo Emmett quien se interpusiera entre ambas fieras, consiguiendo un jalón de pelos de parte de Alice y una patada por parte de Bella.

—Bueno, bueno sin malograr al cachifo que lleva las bolsas de las compras o se las arreglarán ustedes solas. —Emmett se sobó tanto la cabeza como el trasero, ya que el puntapié que Bella le había pretendido dar a su hermana adoptiva, se lo había propinado en las nalgas—. Menos mal que no defeco, porque de ser así, no hubiese podido evacuar nunca más. —Tanto Bella como Alice rieron, disculpándose con su atolondrado y loco hermano, el cual siempre tenía un comentario jocoso, aun cuando las circunstancias fuesen las mas catastróficas.

—Lo siento mucho, Emmett —se disculpó Bella—. Y tú también, Alice… creo que solo quiero vengarme por todas las veces que me hiciste sentir miserable. —Bajó la cabeza.

—Y yo lo lamento, Bella. —Ambas se abrazaron—. Es solo que cada vez que veía a Edward con cara de suicida por tu culpa, yo quería ahorcarte. —Emmett abrazó a ambas chicas, alzándolas del suelo.

—Aaaww… que viva el amor por nuestro hermano Edward y el odio entre hermanas. —Ambas chicas rieron, exigiéndole a Emmett que las soltara, escuchando el odioso comentario del recién llegado Quileute, el cual se detuvo al ver como los tres vampiros se abrazaban.

—¡Omg!... Qué tiernos, las tres hermanitas de compras. —Emmett soltó a ambas vampiresas, las cuales voltearon a ver a Paul, al igual que lo había hecho el musculoso y serio inmortal.

—Y dijo Dios, “hágase la mierda” y cayó Paul Lahote como una plasta en el suelo. —Aquello no solo hizo reír a ambas chicas, tanto Sam como Seth, e incluso Leah, soltaron unas estruendosas carcajadas, lo que por supuesto cabreó tanto al aludido, que comenzó a temblar delante de todos.

—Atrévete a transformarte en la tienda, Paul, y juro que te daré la paliza de tu vida —le amenazó Sam, mirándole retadoramente—. Te lo tienes bien merecido porque el Cullen no te está haciendo nada.

—Su sola presencia me incomoda —espetó Paul retando a su alfa.

—Pues mira a otro lado y deja de molestar, fanfarrón —le exigió Seth, enfrentado al muchacho.

—¿Y tú desde cuándo abogas por estos chupasangres? —preguntó Paul, empujando a su pequeño compañero de manada.

—Desde que me salvó la vida mientras ustedes la pasaban de lo lindo en la playa. —El menudo chico lo empujó tal y como el corpulento Quileute lo había hecho, consiguiendo que el alto e imponente chico lobo cayera sobre uno de los muebles de la tienda, el cual promocionaba una barata de ropa pasada de temporada.

—¡Uy!... el enano es rudo… eso me gusta, choca esos cinco, men —exigió Emmett con una amplia sonrisa, colocando la palma de su mano enfrente del pequeño Quileute, el cual le sonrió dulcemente chocando su mano en contra de la del corpulento y apuesto vampiro.

—Ahora sí me las vas a pagar, maldito maricón de mierda —vociferó el colérico muchacho en contra de Seth, arrojando las prendas que le habían caído encima al suelo, incorporándose de su incómoda postura, siendo Bella quien lo detuviera, aferrándole de los cabello, ejecutando una llave de lucha sobre el muchacho, amenazando al asombrado Quileute, el cual comenzó a quejarse de dolor.

—Estuve soportando durante los interminables nueve meses de embarazo todas tus bravuconadas, estupideces e insultos de tu parte porque era una indefensa humana, pero no me hagas arrancarte la lengua, así como le arranqué los ojos a Quil por dejar a mi bebé ciego. —Tanto los vampiros como los lobos se pusieron en alerta por si la neófita se le zafaba nuevamente una tuerca y dejaba maltrecho a otro de los Quileutes—. Si Seth es como es, no tienes por qué menospreciarlo, tú no eres más que un reprimido que se esconde detrás de sus bravuconas tan solo porque se muere de envidia ante la autenticidad de las personas que lo rodean. —Lo empujó consiguiendo que el chico cayera de bruces al suelo, rompiéndose el labio inferior y la nariz, comenzando a sangrar—. Si vuelvo a escucharte menospreciar a alguien por cualquier motivo, juro que voy a hacerte la vida miserable.

Bella lo pateó en el suelo, tomando todas las prendas de vestir que pensaba comprar, retirándose como si nada hubiese pasado, mientras una de las vendedoras preguntó qué había sucedido, siendo Leah quien respondiera.

—Nada… sencillamente se tropezó con su estupidez, eso es todo. —Leah caminó detrás de Bella, ya que ambas chicas a pesar de todo se habían llevado bien, pretendiendo notificarle cómo estaban los gemelos y de paso ver si conseguía que le comprara lo necesario a los niños, ya que Jacob se apañaba con lo poco que ganaba arreglando motocicletas.

—Sal de aquí, Paul —le exigió Sam al adolorido muchacho, al cual no le quedó más remedio que marcharse con el rabo entre las piernas—. Lamento mucho los inconvenientes. —se disculpó el apuesto y amable Quileute, mirando a Alice, la cual no le había quitado los ojos de encima desde que había llegado, estudiando cada movimiento del musculoso hombre—. Pero no siempre puedo controlarles. —Tanto la menuda vampiresa como Emmett asintieron a la acotación de Sam.

—Bueno, creo que después de lo que Bella le hizo no pretenda volver a molestarnos. —Sam le notificó a Alice que no se fiara, ya que Paul era tan terco como una mula.

—Pues va a recibir unos cuantos puñetazos de parte de mi hermanita la neófita. —Todos rieron a las locuras de Emmett, el cual estaba encantado con su hermana nueva.

—Nosotros acompañábamos a Leah a comprarle ropa a los gemelos. —Volteó a ver a ambas chicas admirando ropa de bebé—. Pero creo que Leah hará que Bella pague todo y así poder quedarse con el dinero que le dio Jacob. —El chico sonrió negando con la cabeza, mirando nuevamente a Alice—. Bueno, me retiro… —La pequeña vampira deseaba que Sam se quedara, ya que su sola presencia le hacía sentir segura y al mismo tiempo vulnerable.

—¿Te gustaría ir a comer helados? —Por unos segundos Alice se sintió un poco estúpida, ya que lo de los helados había sonado un poco infantil, bajando avergonzada la cara.

—No creo que vendan helados de sangre en Port Ángeles —comentó Sam de un modo despreocupado, acercando una de sus manos al rostro de Alice, para acomodar un mechón de su cabello—. Pero si tú vas a pagar, yo voy encantando. —Tanto Seth como Emmett se vieron a las caras ante el coqueteo entre la vampiresa y el joven lobo, encogiéndose de hombros.

—¿A parte de exhibicionista también eres un chulo? —Sam sonrió, introduciendo ambas manos dentro de su bolsillo, comenzando a caminar a las afueras de la tienda seguido por Alice.

—Pues el espectáculo no es gratis, dejar que una pequeña pervertida como tú mire mi cuerpo desnudo, no es algo que deba ser gratuito… ¿No te parece? —Alice hizo una mueca un poco infantil, intentando no reír ante sus descaros, los cuales más que incomodarle, le agradaban demasiado.

—¡Vaya!... exhibicionista, chulo y gigoló… qué futuro el tuyo. —Sam se adelantó para abrirle la puerta a la chica, la cual agradeció como se hacía en su época, con una reverencia y un gesto coqueto de su parte, saliendo al fin de la tienda sin dejar de conversar, sin tan siquiera percatarse de que tanto Seth como Emmett les seguían, mirándose nuevamente el uno al otro, sin poder creer aún el desvergonzado coqueteo entre ambos enemigos naturales, siendo el pequeño Quileute quien rompiera el extraño y perturbador momento, preguntándole a Emmett, intentando relajarse con el vampiro que tanto parecía agradarle.

—Disculpe usted, ¿pero le gustaría salir a tomar una tacita de café? —Emmett apretó los labios al ver como el chico hizo un gesto amanerado al decir aquello, intentando imitar a Doña Florinda.

—¿No será mucha molestia? —preguntó Emmett, quitándose un sombrero imaginario, reverenciando al muchacho.

—Por supuesto que no...¡Pase usted! —Seth señaló la puerta, incitando a Emmett a salir de la tienda.

—Después de usted. —Emmett le abrió la puerta para que Seth saliera primero.

—Gracias. —Salió al fin aferrando un delantal imaginario y acomodándose unos rulos inexistentes en su cabello, haciendo reír a Emmett, el cual estaba encantado con la mamadera de gallo del atolondrado chico, quien era tan infantil y divertido como él.

—Me agrada este condenado can. —Volvió a reír, saliendo al fin de la tienda, dejando a Bella y a Leah, acabar con todos los fondos en la nueva cuenta de la vampiresa, quien estaba encantada de comprarle todo lo que necesitaran sus bebés, y de paso, pasar un tiempo junto a Leah, la cual siempre había sido amable con ella.

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Christian se paseó de un lado a otro en la sala de estar de su lujoso pent-house, esperando a que Edward bajara de su recamara, pero tal parecía no tener la más mínima intención de hacerlo, a causa de la vergüenza y la rabia que aún lo embargaba ante lo que había pasado anoche, deseando no ver al detestable magnate.

—Son más de las dos de la tarde, Edward, necesito que bajes ahora y vayamos a ver a Elena antes de que se haga más tarde. —Miró por trigésima vez su reloj de pulso, alzando nuevamente la mirada, percatándose de cómo el chico comenzó a bajar lentamente las escaleras, acomodándose los puños de su camisa negra con franjas azules y blancas, la cual combinó con un jeans negro y unas botas de cuero tipo vaquero—. ¡Vaya!... hasta que por fin. —El chico no dijo nada, tal y como había ocurrido a la hora del desayuno, y así mismo en el almuerzo, donde no le quiso dirigir la palabra a Christian, a pesar de que el magnate estuvo hablando más que un político en campaña electoral.

—¿Sigues sin querer hablarme? —preguntó observando como el chico se acicaló el cabello, caminando hacia el ascensor, pulsando el botón para que el aparato subiera o bajara a recogerlos, ignorando olímpicamente a Christian—. Sí… sigue sin querer hablarme —se dijo a sí mismo, tomando su chaqueta de mezclilla, colocándosela con un movimiento ágil de brazos—. Eres muy infantil. —Edward no pretendía dirigirle la palabra hasta que dejara a un lado aquel asunto, pero a cada tanto los pensamientos del multimillonario le decían lo mucho que se jactaba de la proeza que había logrado en la madrugada.

“Cuando Elena se entere que fui capaz de excitar a un tímido chico universitario, se morirá de envidia”. Apretó los labios para no reír, mientras que a Edward se lo estaba llevando el diablo y sus concubinas, ante la rabia que lo embargaba, intentando controlarse y no estrellar su petulante cara en contra de las puertas de metal del ascensor y dejarlo completamente desfigurado.

Ambos subieron al aparato, el cual los trasladó hasta la planta baja, saliendo de aquel lugar, sin que Christian dejara de pensar en los besos que se había dado con Anastasia en aquel ascensor, así como varios juegos eróticos que había ejecutado dentro de aquel estrecho compartimiento de carga, incomodando aún más a Edward, el cual estaba a punto de perder su cordura, queriendo mostrarle al cretino de lo que era capaz de hacer y ver como el idiota se defecaba en los calzones ante el terror de saber que él era un vampiro.

“Después de que termine mi tesis, voy a disfrutar de lo lindo ver cómo te orinas en los pantalones, Grey”. Se imaginó todas las formas posibles de asustarlo, sonriendo con malicia, mientras ambos salieron del edificio, observando a Taylor esperarles en las afueras del mismo, abriendo la puerta del Audi SQ7 color azul eléctrico, el cual era uno de los que le había agradado a Edward, aunque no tanto como el Audi R8 Spider color gris que había visto en su garaje particular, aquel que le había fascinado. “Primero voy a arrojar tu maldito helicóptero por un precipicio y después voy a arrojarte a ti, para luego atraparte antes de que impactes en contra del suelo tan solo por el deseo de ver tu estúpida cara de terror antes de arrancarte la cabeza”.

Edward entró en el auto después de haberlo hecho Christian, el cual le notificó a Taylor a dónde irían, cerrando la puerta después de que el serio y aún molesto vampiro se sentara, mirando por la ventanilla, mientras Grey lo hacía por la suya, sin dejar de pensar en lo que Elena diría acerca de aquel juego hipotético entre ambos hombres, a sabiendas de que aquella mujer era tan o más perversa que él.

El auto comenzó a andar, mientras que ambos hombres iban sumergidos en sus individuales elucubraciones, aunque de vez en cuando los de Christian incomodaban los de Edward al ser una persona con pensamientos fuertes y claramente legibles, por más que el vampiro intentara no escucharle.

“Hace tanto tiempo que no fornico con alguien, que ya estoy viendo a este muchachito atractivo”. Edward no pudo evitar voltear a verle, clavando su escrutadora mirada en Christian, sin poder creer lo que su mente estaba percibiendo. “Me emocionó tanto verle excitado, que estuve a punto de masturbarme en mi recamara de la dicha”. La mandíbula del perturbado vampiro cayó por inercia, sin poder creer aun lo que el pervertido magnate estaba pensando. “Tal vez deba pedirle a Elena que me ayude a calmar mis ansias de sexo”. Christian volteó a ver a Edward, quien aún lo contemplaba completamente perplejo, escuchando la pregunta de su acompañante—. ¿Qué? —El joven universitario no dijo nada, mirando nuevamente por la ventanilla del auto, intentando no quedar en evidencia delante del degenerado hombre. “¿Será que es cierto que puede leer la mente?”, se preguntó a sí mismo, encogiéndose de hombros, mirando nuevamente por la ventana.

Llegaron al salón de belleza de la exuberante rubia, aquel que llevaba por nombre “Esclava”, lo que por supuesto no sorprendió en lo más mínimo al muchacho, al saber que la Sra. Robinson, era la causante de los extraños gustos sexuales de Christian, quien solo deseaba tener sumisas y no novias como las personas normales.

Ambos bajaron al mismo tiempo del auto, cerrando la puerta en total sincronía, siendo Taylor el único en percatarse de ello, viendo en los dos ciertas similitudes tanto al caminar, como al moverse, llamando la atención de las féminas ante sus portes varoniles y arrogantes, aunque en Edward era algo que él no intentaba mostrar al propósito, mientras que en Christian era completamente lo contrario.

—Por aquí —notificó Christian, después de cerrar la cremallera de su chaqueta, mientras Edward subió los escalones que daban al salón, en donde un gran número de estilistas realizaban su arduo trabajo, siendo una despampanante rubia de pechos operados y caderas ensanchadas, la que se acercara a la puerta al ver a su socio y antiguo amante, llegar de improvisto.

—¡Vaya, pero qué grata sorpresa! —Christian no pudo evitar sonreír con cierto agrado al verla, abrazándola con premura.

—Hola, Elena… me alegra verte. —Ambos se dieron un par de besos en las mejillas, mientras Edward contempló todo el lugar, leyendo las mentes de las empleadas, las cuales suspiraban al ver tanto a Christian como a su incógnito amigo, deseando saber quién era—. Vine porque quería presentarte a alguien. —Señaló a su acompañante—. Él es Edward Cullen, mi nuevo terapeuta… ¿Edward?... ella es la famosa señora Robinson. —La aludida puso los ojos en blanco.

—Menudo apodo el que me puso la última de tus sumisas. —Christian sonrió levemente ante la acotación de su amiga, la cual miró de arriba abajo a Edward, notificándole a su socio—. Aún no es mi cumpleaños… ¿Por qué me has traído tan esplendido espécimen como regalo? —El chico no pudo evitar sentir aquel hormigueo típico de su creciente vergüenza, bajando la mirada sin dejar de sonreír tímidamente—. ¿Tu nuevo terapeuta?... ¿Es que acaso mataste a Flynn? —Christian soltó una risotada.

—Ya quisiera, pero no. —Señaló al interior del salón, notificándole que deseaba hablar con ella en un lugar más privado.

—Por aquí. —Ambos caminaron detrás de la exuberante mujer, quien traía puesto un vestido negro ceñido al cuerpo, el cual dejaba al descubierto sus piernas hasta sus rodillas, mostrando un poco de sus muslos, entre dos pequeñas aberturas de la falta, mientras que su espalda estaba completamente descubierta—. Es la primera vez que vienes al salón un sábado y sin avisar. —Tanto Christian como Edward entraron a la pequeña pero lujosa oficina, cerrando la puerta tras de sí, esperando a que la mujer tomara asiento para hacerlo ellos también.

—Pues ya que siempre he hecho esto contigo. —Christian se aclaró la garganta para soltarle la bomba a Elena, mirando de soslayo a Edward, el cual ya estaba vaticinando la posible respuesta de parte de ella—. Quería presentarte a… —Intentó no reír, señalando al vampiro, quien miró a Elena y luego a Christian, culminando la explicación que el magnate parecía no poder completar.

—… Soy “hipotéticamente” el nuevo sumiso del señor Grey, señora Lincoln. —Elena miró a Edward y luego a Christian, sin poder creer en las palabras del apuesto muchacho, quien prosiguió su explicación—. Soy en efecto su terapeuta, por lo menos lo que dure mi tesis de grado, ya que soy estudiante del último año de psicología en la Universidad Privada Católica de Seattle y el doctor Flynn me refirió a su paciente como un posible caso para mi proyecto, así que decidí aceptar el reto y el señor Grey… —Señaló al aludido, el cual estaba perplejo ante la fluidez lingüística del muchacho, al intentar explicar muy profesionalmente de que iba todo el asunto—... y yo… ideamos un pequeño juego de sumisión hipotético para poder entender mejor su peculiar forma de amar a las féminas, mientras que yo a ojos de un supuesto sumiso, estudiaré y veré cómo puedo ayudarle.

Una socarrona y muy perversa sonrisa se comenzó a dibujar en los carnosos y rojizos labios de la hermosa dama, la cual no le quitó los ojos de encima a Edward, hasta que Christian carraspeó un poco su garganta, intentando llamar su atención, consiguiendo de ella más que su lasciva, ladina e irónica sonrisa.

—Eres un pequeño bribón. —Christian, aunque no podía leer su mente, supo perfectamente qué pensaba decir Elena, cubriéndose los labios para ocultar una socarrona sonrisa, la cual Edward ya había captado por medio de la mente de la rubia—. Al fin seguiste mi consejo y probarás con un espécimen masculino... ¿No es así? —El vampiro abrió desmesuradamente los ojos, negando con la cabeza.

—No, no… como ya he dicho todo es hipotético, señora Lincoln.

—Llámame Elena, querido —exigió seductoramente la desinhibida mujer—. Cuéntame algo, Christian. —El apuesto hombre le miró sin dejar de estar atento tanto a los gestos de Edward como a los de su amiga, esperando su pregunta—. ¿Qué tan “hipotética” es la relación de amo y esclavo entre ustedes dos? —El incómodo estudiante de Psicología puso los ojos en blanco, mirando a otro lado, dejando que el cretino se jactara de contarle a su antigua ama, sus proezas para con el muchacho.

—Bueno, Elena… no hay sexo… —Ella asintió exigiéndole que prosiguiera, recostándose relajadamente de su silla—. Tenemos… o intentamos tener los encuentros sadomasoquistas, aunque ha sido una verdadera tortura conseguir sumisión de parte de Edward. —El chico alzó una ceja de forma odiosa y petulante—. Es bastante terco y orgulloso.

—Igual que tú, querido mío —acusó Elena a Christian, el cual frunció el ceño, aunque no dijo nada, bajando la mirada—. Recuerdo que los primeros días era tan atorrante y mal hablado que tuve que ponerle un bozal mientras lo sodomizaba, para controlarlo. —Christian no pudo evitar ruborizarse ante aquel recuerdo, dándole una mirada furtiva a Edward, quien escuchó atento cada detalle, mientras veía claramente en la mente de Elena todas las perversiones que aquella mujer ejecutó sobre el jovenzuelo que una vez fue el multimillonario—. Y dime algo, Edward… —La elegante mujer incorporó su torso, posando ambas manos sobre el escritorio—. ¿Qué esperas conseguir de todo esto?... es decir… ¿De qué va exactamente tu tesis? —El adusto vampiro miró a la rubia y luego a Christian, respondiendo a continuación.

—Pues no tenía una tesis concreta antes de conocer al señor Grey… —Miró a Christian—. Pero intento averiguar si su forma de ser es un trastorno proveniente de su infancia, o si es algo infundado por alguien más o simplemente es un hombre con gustos y deseos fuera de lo convencional, el cual intenta encajar en los parámetros de lo que es normalmente aceptable en una sociedad, aquella que lo acepta tan solo por sus millones pero detrás de toda esa aceptación hay miles de dedos señalándolo como un pervertido con poder. —No solo Elena quedo maravillada ante la excelente explicación de Edward, Christian no le pudo quitar los ojos de encima, admirando lo inteligente, sagaz y astuto que era el muchacho.

—No puedo creer que al fin consiguieras un sumiso que no solo es una cara bonita, es tan inteligente y elocuente que tengo ganas de secuestrarlo y hacerlo mío. —Aquello consiguió las carcajadas de Christian, no solo ante lo que su amiga había dicho, sino también al ver la cara de vergüenza de Edward, aquella que el magnate ya sabía detectar a pesar de no haber rubor en sus mejillas.

—No lo asustes, es bastante tímido aunque no te lo parezca. —Al mirar a Edward, el chico también enfocó sus ojos en Christian, sin poder creer lo bien que estaba aprendiendo a leerlo a pesar de tener pocos días con aquel juego, y sobre todo de conocerse—. No ha querido hablarme en todo el día desde que…

—Christian, ¡por favor!… no lo hagas —le exigió Edward con ojos implorantes, bajando la mirada—. No me avergüences más de lo que ya estoy ante lo que sucedió anoche. —Elena estaba deseosa de saber qué demonios había pasado para que el chico estuviese rogándole al magnate para que no se lo confesara a su amiga—. No sé qué paso, solo ocurrió y no puedo aún comprender el porqué… —Miró a Elena, bajando nuevamente la cara— … No sé por qué pasó. —Frotó sus manos nerviosamente.

—No te avergüences de lo que ocurrió o no, Edward —le notificó Elena, intentando calmarle y conseguir que su ex amante hablara de una vez por todas—. Si es cierto lo que acabas de decir, que quieres saber si Christian en verdad es un traumado o un incomprendido, ¿qué mejor que dejarte llevar por lo que tu cuerpo ha empezado a experimentar?

—No me gustan los hombres, Elena —acotó, Edward.

—Nadie ha dicho eso, hermoso —acotó la rubia levantándose de su asiento, acercándose al chico—. Deja las etiquetas para los perfumes caros o la ropa de marca, aquí nadie te está señalando como un desviado. —Tomó asiento en una de las puntas del escritorio, cruzando las piernas—. Y aunque no sé con exactitud lo que pasó, déjame decirte que el cuerpo humano, sea masculino o femenino, responde a todos los estímulos que le des, sean los que sean… sin necesidad de que provengan de un género en particular.

—Elena tiene razón —acotó Christian, consiguiendo que Edward levantara la cara y le mirara—. Cuando ella me habló sobre penetración anal, lo primero que vino a mi mente fue “No soy un maldito maricón”. —El magnate miró a Elena, la cual sonrió asintiendo a las palabras de su socio—. Pero una vez que me convenció, los orgasmos que hacían estremecer todo mi cuerpo ante la penetración anal, en conjunto con los demás juegos de seducción, es algo que no he vuelto a experimentar jamás con nadie. —Christian se ruborizó un poco al confesarle a Edward aquello, aunque el chico ya lo sabía—. Así que no te sientas mal porque tuviste una erección después de una sesión de castigo…

—¿Así que fue eso lo que pasó? —El avergonzado vampiro cubrió su rostro, siendo Christian quien asintiera a la pregunta de su amiga, la cual no pudo evitar excitarse ante la sola idea de imaginarse lo que Christian le había hecho para conseguir la erección del muchacho—. ¡Oh, mi bello!... No te sientas mal… al contrario. —Elena aferró las muñecas del apenado estudiante, apartándolas de su rostro, inclinándose un poco para verle a la cara—. Siéntete privilegiado. —Edward preguntó el porqué, aunque ya lo había visto en la mente de la despampanante rubia—. Porque vas a experimentar la mejor forma de amar de todas.

—Pero como ya le dije, todo es hipotético. —Ella asintió.

—Sí, es cierto… —La mujer le soltó contemplando a su amigo, el cual bajó la mirada—. Pero conociendo lo competitivo y retador que es Christian, si tú se lo permites, él te demostrará que no hay amor más intenso, puro y verdadero que el de un amo hacia su esclavo. —El magnate miró a Elena, intentando averiguar lo que pasaba por su mente, mientras Edward vio claramente lo que quería decir con eso; que se dejara amar por aquel hombre a pesar del qué dirán, de la sociedad y de lo que es correcto o no en este mundo en donde los que arriesgan son los únicos que consiguen la felicidad plena.

—¿Cómo puede haber amor entre alguien que desea dominar a otra persona?... Es algo que quiero comprender y se me dificulta —comentó Edward intentando no darle importancia tanto a sus palabras como a sus perturbadores pensamientos—. Porque cuando uno ama, deja que el otro sea libre. —Tanto Christian como Elena sonrieron.

—Ay, cariño… eso es lo que muchos creen, pero créeme, no es así. —Se incorporó, volviendo a su silla ejecutiva, siendo Edward quien hablara.

—“El hombre en su esencia no debe ser esclavo, ni de sí mismo, ni de los demás, sino un amante… su único fin está en amar libremente” —citó una frase que había leído en un poemario, nombrando al autor—. Rabindranath Tagore. —Elena alzó una de sus cejas en un gesto irónico, mirando a Christian, el cual refutó sus palabras, citando una frase del poeta español Ramón de Campoamor.

—Ser esclavo de quien se ama, es tener como prisión el paraíso. —Elena no pudo estar más complacida de la respuesta de su antiguo esclavo sexual, tomando asiento sin dejar de estudiar cada gesto del tímido muchacho, el cual no pudo quitarle los ojos de encima a Christian, sin saber qué decir o qué alegar a aquella rápida respuesta de su parte, bajando la mirada.

—De seguro comenzaste con el plato fuerte, Christian… muéstrale a Edward que en este seductor juego entre un amo y su esclavo, no es solo azotes, castigos y dominación. —Ambos miraron a la experta Dominatrix, la cual prosiguió con su explicación—. Demuéstrale que hay más que eso, que el amor de un amo va más allá de una fusta y que al final, aunque tú decidas abrir las cadenas, se encontrará tan sumergido en su amo y señor que su esclavitud solo estará en su mente.

Edward no supo qué decir, él sabía que todo era hipotético y que no llegarían nunca a algo físico, pero cada palabra, cada frase y cada expresión de parte de la seductora Dominatrix, mantuvo al perturbado vampiro pensativo y cabizbajo, intentando ver por medio de la mente de la hermosa mujer el rostro de Christian, quien no le quitó los ojos de encima, estudiándolo y elucubrando acerca de lo que podía estar pasando por la mente del muchacho, el cual siguió sin decir nada al respecto.

—Ve, Christian… muéstrale que hay más que solo lo que le has enseñado dentro de las cuatro paredes del cuarto rojo. —El serio multimillonario asintió, incorporándose de su puesto, exigiéndole al pensativo muchacho levantarse para que ambos se marcharan—. ¿Edward? —El chico levantó su cara para verle—. No solo el amo exige… si el sumiso es complaciente y muy respetuoso, el amo está en la obligación de recompensarlo… ¿No es así? —le preguntó Elena a Christian, el cual asintió—. Pues me parece que ha sido un chico bastante respetuoso, inteligente y carismático… si fuera mi sumiso lo complacería en lo que él me pidiera. —El serio multimillonario se acercó a Elena para despedirse con un beso en la mejilla, prometiéndole en voz alta.

—Así lo haré, Elena. —Ella le abrazó y asintió a sus palabras, acercándose a Edward para despedirse con un beso en la mejilla, sintiendo al fin la fría piel del vampiro, asombrándose ante aquello.

—¡Oh, vaya!... Estás frío. —Edward se incomodó un poco, mirando a Christian, el cual le notificó a su amiga.

—Es normal en él, es un padecimiento que tiene, no te asustes. —Ella asintió, aun asombrada—. Nos vamos, me alegró mucho venir a verte. —Elena alegó que ella también había disfrutado mucho la visita, notificándole a Edward, mientras caminaban hacia la salida de su despacho.

—Espero que sigas mis consejos, Edward. —El chico asintió sin querer decir nada más al respecto—. Tú solo sigue intentando entenderlo, a lo mejor, ambos llegan a comprenderse mejor de lo que otros u otras han intentando hacerlo. —Siguió sin decir nada—. Y como ya dije, las etiquetas son para identificar las marcas, ustedes dos son solo Edward Cullen y Christian Grey y los demás que vayan a señalar a los patasucias.

Aquello consiguió que ambos sonrieran, despidiéndose nuevamente de la peculiar mujer, la cual a pesar de ser un poco estrafalaria y perturbadora, a Edward le pareció realmente encantadora y muy segura de sí misma.

Ambos hombres salieron del emblemático salón de belleza, sin que cada una de las miradas se enfocaran en ellos, ya que su sola presencia era bastante atrayente para pasar desapercibida por todos los mortales que visitaban la reconocida cadena de belleza.

Taylor abrió rápidamente la puerta del lado de Christian, mientras que Edward abrió la suya, introduciéndose en el elegante auto, antes de que las nubes se apartaran y dejaran al descubierto los rayos del sol, los cuales podían dejar al descubierto lo que el muchacho realmente era, intentando mantenerse calmo.

—¿A dónde vamos ahora, señor? —Christian le respondió que aun no se decidía y que hiciera andar el auto mientras pensaba que hacer, recibiendo una llamada de las oficinas, comenzando a dar órdenes sobre lo que tenían que hacer al respecto, sin dejar de mirar por la ventanilla, mientras Edward elucubraba sobre las palabras de Elena, preguntándole al hombre a su lado, justo cuando este culminó la llamada.

—¿Hay un juego de ajedrez en tu casa? —Christian volteó a verle un poco asombrado de que al fin le hablara, ya que aunque lo había hecho en el salón de belleza, pensó que solo lo hacía porque Elena estaba presente.

—No… creo que no… —Miró a Taylor—. No hay un tablero de ajedrez en el pent-house… ¿o sí? —El chofer negó con la cabeza, afirmándole que no había uno en la casa.

—¿Podemos ir a comprar uno? —Christian lo miró por unos segundos, después de guardarse el celular, asintiendo a su pregunta.

—Por supuesto. —Miró nuevamente a Taylor—. ¿Sabes en dónde podemos adquirir uno? —El serio chofer asintió, girando el auto en una de las esquinas, enrumbando el Audi hacia el centro comercial Pacific Place, uno de los más lujosos centros de compras de Seattle, mientras Christian preguntaba—. ¿Y porque te dio por jugar ajedrez? —A lo que Edward respondió, regalándole una afable sonrisa.

—Es para nuestra primera sesión. —El magnate lo miró un poco extrañado—. No quiero que sea la típica sesión en donde te sientas en un diván a decirme tus penas mientras yo hago anotaciones en una libreta—. Se acomodó un poco mejor en el asiento del vehículo, el cual entró al estacionamiento privado del centro comercial, en donde Taylor comenzó a buscar un puesto—. Quiero que sea una conversación amena, mientras jugamos un partido… ¿Qué dices? —A lo que Christian respondió, mirándole tranquilamente y no como solía hacerlo con total prepotencia y arrogancia.

—Me parece perfecto. —Ambos se contemplaron, mientras Taylor al fin consiguió un puesto, estacionándose rápidamente, observando por medio del espejo retrovisor cómo ambos se miraban.

—Llegamos, señor. —Tanto Edward como Christian voltearon a ver a Taylor, el cual bajó la mirada—. ¿Quiere que yo vaya a comprarlo? —El joven vampiro negó con la cabeza.

—No, quiero ser yo quien lo escoja. —Salió del auto, seguido del apuesto magnate, el cual le exigió a su chofer que los esperara.

—Iré contigo. —Ambos salieron del estacionamiento entrando por una de las tantas puertas que daban acceso al centro comercial, notificándole a Edward—. Tú lo escoges, pero quiero ser yo quien lo pague.

—Yo puedo pagarlo, Christian. —El aludido negó con la cabeza.

—Recuerda lo que te dijo Elena, no solo estoy para castigarte sino también para complacerte. —Edward puso los ojos en blanco.

—Pero es para la terapia, así que correrá por mi cuenta. —Ambos siguieron discutiendo y peleando sobre cuál de los dos pagaría el juego de ajedrez, mientras Taylor los observó desde el auto, después de recostarse de uno de los costados del vehículo, elucubrando acerca de lo que estaba pasando entre su jefe y aquel muchacho, alegando a continuación para sí mismo.

—Después de tantas hermosas sumisas, adquiere un esclavo. —Se cruzó de brazos alzando una de sus cejas con ironía, observando cómo ambos subieron las escaleras eléctricas, aún discutiendo sobre quién pagaría el juego de ajedrez—. Un esclavo que es el reflejo en el espejo del señor Grey. —Pensó en la similitud de ambos hombres, en sus terquedades, en sus egos elevados, en sus arrogancias y total prepotencia, sonriendo al imaginarse el trabajo que su jefe tendría mientras ejecutaban aquel juego entre un amo y un esclavo, que pesados en la misma balanza de soberbia, pesarían exactamente igual.

Notas finales:

Nota: Despues de leer 50 sombras me enamoré de la Sra. Robinson, y odié que E. James la usara como la mala y la denigrara como persona... los fanfic son para recrear lo que uno quiso ver en los libros originales y no obtuvo, pues en este trabajo pienso darle a Elena el puesto que en realidad se merece... saludos a todos y atento a sus comentarios.


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