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50 Juegos de Codicia y Poder (Ego contra Ego) por ErickDraven666

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Ajedrez terapéutico

Tanto Christian como Edward habían pasado toda la noche en vela, intentando analizar cómo, cuándo y por qué todo se había ido a la mierda entre ellos, ya que pasaron de un momento grato en la tienda de artículos exclusivos, a uno de los peores atajaperros que habían tenido desde que se conocieron, dejando tanto el juego de ajedrez que habían comprado, como las ganas de usarlo, tirados en el sofá del salón del pent-house, mientras cada uno de ellos se retiró a sus aposentos, siendo Christian quien bajara a eso de las tres y media de la madrugada, intentando conciliar el sueño con una taza de cereal y leche tibia, mientras tocaba una triste tonada en su piano de cola.

Edward escuchó atento la triste melodía desde el comienzo de las escaleras, regresando a su recamara justo cuando vio a Christian apartarse del piano, escondiéndose nuevamente en su alcoba, en donde pasó la mayor parte de la noche, recordando y analizando al igual que lo hizo el magnate, todo lo que había pasado antes y después de llegar del centro comercial.

Ambos hombres habían entrado a la tienda de artículos únicos, en donde un variopinto de objetos de colección se dejó apreciar en cada vitrina y cada mueble, encontrándose con un juego de ajedrez tallado a mano en madera de batamwoo, color natural, barnizada en dos tonalidades distintas de tinte para madera, y así poder diferenciar las del contrincante, las cuales venia dentro de un estuche de madera de abebai, aquel que tenía en su interior un acolchado fondo en tela de seda india, lo que resguardaba elegantemente cada pieza única.

—Me gusta este —acotó Edward, señalando el juego en el que se pudo apreciar el laborioso trabajo a mano y el cuidado con el que fueron ensamblados cada cuadro del tablero, el cual era una mezcla de mármol blanco y ónix negro—. Es muy bonito, artesanal… me agrada.

—¿Y qué te parece este? —Señaló Christian un deslumbrante juego de ajedrez de cristal, el cual tenía incrustaciones de piedras preciosas en cada pieza, aquellas que se erguían imponentes sobre un tablero de cuarzo cristal y cuarzo negro—. Me parece más lujoso. —Edward lo fulminó con la mirada.

—No todo lo que brilla es oro, Christian. —El serio vampiro volvió a enfocar sus ojos en la pieza única de madera, acotando a continuación—. El trabajo a mano de este juego es impresionante, no solo el tallado sino los detalles del pirograbado son los que la hacen una obra de arte única a mi punto de vista. —Christian tomó una de las piezas, observándola detenidamente, asintiendo a sus exigencias.

—Bien… será el que tú quieras. —Volteó a ver a la vendedora, la cual les observó a ambos con deseos internos hacia los dos apuestos galanes, siendo Edward el único en enterarse de ello—. Nos llevaremos el juego de ajedrez tallado en madera, señorita. —La hermosa mujer asintió, notificándoles a ambos que se llevaban una pieza exclusiva de un artista español y un montón de explicaciones más que Christian no le estaba exigiendo, escuchándole atento tan solo por simple cortesía.

—¿Desean algo más los caballeros? —Ambos negaron con la cabeza, extendiendo al mismo tiempo sus manos hacia la hermosa mujer, pretendiendo entregarle sus respectivas tarjetas de crédito.

—Te dije que yo pago, Edward. —Christian pretendió darle su tarjeta de crédito a la mujer, pero el terco vampiro se la arrebató, entregándole la suya a la muchacha.

—Es mi terapia y yo pagaré el juego. —Intentó introducir la tarjeta Platinum del molesto multimillonario dentro del bolsillo de su chaqueta, pero Christian se la arrebató, tomando la que el chico le había entregado a la vendedora, entregándole la suya.

—Recuerda lo que te dijo Elena —susurró por lo bajo, intentando que la divertida joven no escuchara—. Deja que te consienta como mi esclavo. —Introdujo la tarjeta dorada de Edward en el bolsillo de su elegante camisa de vestir, sonriéndole por demás triunfal, al ver como el muchacho no se movió de su puesto, mirándole retadoramente—. Así me gusta… callado y complaciente. —Palmeó sus hombros, exigiéndole a la alta mujer de cabellos negros que se cobrara el ajedrez, apartándose tanto de la vendedora como del vampiro, justo cuando la chica dejó la tarjeta del multimillonario sobre la caja, guardando el juego en una elegante bolsa de papel con el membrete de la tienda, siendo el momento idóneo para que Edward aprovechara no solo el descuido de Christian, sino también el de la chica, intercambiando tanto las tarjetas como la identificación, escondiendo la del ensimismado hombre en su bolsillo, apartándose de la caja, justo cuando un joven delgado arribó desde el interior de la tienda, preguntando el monto exacto a cobrar, tomando raudo la tarjeta que se encontraba sobre la registradora.

—¿Piensas comprar algo más? —preguntó Edward introduciendo la tarjeta Platinum de Christian en el interior del bolsillo de su chaqueta, sin que el serio hombre se percatara de ello.

—Mmm… no… solo miraba. —Volteó a verle—. ¿Tú quieres algo más? —Edward negó con la cabeza—. Bien… entonces vayámonos a casa. —Ambos se acercaron a la caja, siendo Christian quien tomara el paquete, escuchando el nombre que el joven cajero decía, buscando al dueño de la tarjeta que había pasado por el punto de venta.

—¿Señor Edward Cullen? —El aludido asintió, estirando el brazo para tomar su tarjeta de crédito, agradeciendo su total amabilidad, mientras Christian observó algo asombrado y perplejo la tarjeta dorada del muchacho, la cual el divertido vampiro guardó en el bolsillo de su camisa de rayas, dándole una mirada furtiva al magnate, a quien le comenzó a saltar la vena de la frente ante la rabia.

—Muchas gracias… hasta luego… —se despidió Edward con una amplia sonrisa, mientras Christian fulminó con la mirada a la joven vendedora, la cual se disculpó con el iracundo multimillonario, intentando explicarle que no se había percatado que el chico había cambiado las tarjetas.

Por supuesto Edward abandonó el establecimiento comercial con una amplia sonrisa, mientras que a Christian se lo estaba llevando el diablo y los siete dragones del hades, caminando detrás del triunfal vampiro, quien había logrado salirse con la suya, a pesar de la terquedad y la prepotencia del odioso magnate, el cual introdujo la mano derecha en el bolsillo lateral de su chaqueta, percatándose que su tarjeta y su identificación se encontraban allí, apretándolas con fuerza.

“Esta me las pagas, muchachito… Cuando yo digo que es blanco es blanco y ni tú ni nadie van a cambiarme el maldito color que yo escoja”. Edward apretó los labios ante aquel pensamiento, imaginando hacerle unas cuantas jugarretas más de ese tipo, para ver hasta dónde podía llegar su paciencia, introduciéndose rápidamente en el auto, mientras Taylor se acercó a paso rápido hacia su jefe, quitándole el paquete que traía en la mano.

—¿Iremos a algún otro lugar, señor? —Christian negó con la cabeza, introduciéndose raudo en el interior del auto, abriendo rápidamente su chaqueta, al sentir que se sofocaba ante la rabia.

Tanto Christian como Edward permanecieron en silencio durante todo el trayecto, siendo Taylor quien tuviese que cortar aquel incómodo mutismo entre ambos caballeros al encender la radio, dejándoles escuchar las noticias de la tarde, encontrándose con los últimos acontecimientos en Seattle, en donde parecía haber un nuevo asesino en serie, el cual dejaba a sus víctimas, no solo completamente secas de sangre, sino mutiladas, esparciendo los trozos por toda la escena del crimen, sin dejar ni una sola huella que le delatara.

—Hay cada loco en este mundo, ¡pero claro!… debo ser yo quien vaya a terapia —acotó Christian, mientras Edward recordó a su última víctima, la cual solo había drenado por completo, dejando el cuerpo abandonado en el fondo del océano, sin destrozarlo.

“¿Quién puede estar detrás de todos esos monstruosos asesinatos?”, pensó Edward, percatándose del arribo al edificio donde Christian vivía, saliendo raudo del auto, apenas sintió que Taylor se estacionaba. “Tengo que llamar a mi familia”. Sacó su teléfono celular, dejando al molesto magnate atrás, subiendo rápidamente por las escaleras, permitiéndole a Christian usar el ascensor a sus anchas, deseando que se tardara todo lo que quisiera, marcando el celular de Alice.

—Hola, hermanito —saludó la menuda vampira, con voz cantarina.

—¿Se han enterado de los asesinatos en Seattle? —Alice le notificó que en efecto ya habían escuchado las noticias, preguntándole en voz casi imperceptible a su hermano, si él tenía algo que ver con todo aquello—. Si tuviera que ver en eso no estaría llamando, Alice. —La chica rió disculpándose con su hermano—. ¿No has visto nada en tus visiones? —La pequeña inmortal le confirmó que no había visto nada, notificándole una vez más a su hermano que si no detenían a aquel vampiro psicópata, los Vulturis tomarían carta en el asunto.

Por supuesto lo menos que Edward deseaba era que los Vulturis aparecieran en Seattle y desataran todo un pandemónium al intentar cazar aquel descontrolado inmortal, imaginando que en el proceso, matarían a unos cuantos humanos para alimentarse.

—Trataré de investigar por mi cuenta, Alice… pero necesito que los demás me ayuden… no quiero a los Vulturis en Seattle y menos ahora que…

—Quiero que culmines la llamada telefónica, ahora. —La iracunda voz de Christian, hizo voltear al asombrado vampiro, apartando un poco el android de su oído—. He dicho que culmines la llamada, Edward. —El aludido pretendió negarse y retar sus órdenes, pero su hermana ya había colgado, después de disculparse con él, exigiéndole al vampiro que no fuese tan cabezotas y dejara que Christian llevara las riendas de todo, consiguiendo que Edward mirara incrédulo el android, sin poder creer las extrañas e impropias exigencias de su hermana, deseando no imaginarse lo que la menuda chica estaba imaginando en su loca cabecita.

—¿Puedes calmarte y decirme qué demonios te pasa? —Por supuesto Edward sabía perfectamente lo que le ocurría, Christian odiaba que lo retaran y más si aquella persona era su esclavo particular, el cual pretendía hacerse el rebelde con su amo, ridiculizándolo en el centro comercial.

—No iba a hacer una escena en aquel lugar porque no soy de esos. —Edward por supuesto lo creyó capaz de eso y más, ya que José, el mejor amigo de Anastasia, le había contado el espectáculo que había ocasionado el multimillonario la noche en la que el chico pretendió besar a Ana, siendo Christian quien armara un saltimbanqui por eso—. Pero ahora que estamos solos… —Arrojó el paquete sobre sofá, encimándosele al serio vampiro, quien ya había guardado el celular en el bolsillo trasero de su pantalón—… Espero que sea la primera y última vez que tú me retas de ese modo, Edward… o juro que…

—¿Qué?... —le retó el muchacho, clavando sus semirojizos ojos sobre el magnate, intentando amedrentarle—… ¿Vas a sacar una de tus tablas y me vas a azotar?... ¿O me pondrás sobre tu regazo y me darás de nalgadas? —Edward pudo adelantarse al rápido movimiento de Christian, quien pretendió cruzarle la cara de un bofetón, esquivado el certero golpe, y aunque al vampiro le hubiese gustado ver cómo se le rompían todos los huesos de la mano, prefirió no tentar a su suerte, ya que había dejado en evidencia muchas cosas que podrían alertar al acaudalado hombre de negocios, sobre lo que realmente él era.

—No te atrevas a tocarme la cara de una bofetada, Christian, o juro que vas a saber lo que es llamar al demonio y verlo llegar. —El iracundo hombre pensó en retar al muchacho y atestarle una trompada, pero se contuvo, alegando a continuación después de apartarse del tenso y malhumorado joven.

—Definitivamente tú y yo no vamos a llegar a ningún lado. —Pensó en decirle que se largara de su casa y no regresara nunca más, pero una extraña sensación de vacío e insatisfacción personal se clavó en su interior, haciéndolo desistir de ser tan arrogante y prepotente, recordando la noche en la que había molido a correazos a Anastasia, apartándola de su vida para siempre—. No quiero verte el resto de lo que queda de día… —Comenzó a subir las escaleras—… Es más… no sé si quiera verte nuevamente en la mañana. —A lo que Edward respondió, observando el rápido ascenso del magnate.

—Tú solo dilo y me iré, Christian. —Y aunque Edward sabía lo que el alterado magnate había pensado, el darse cuenta de que él había sentido lo mismo que sintió Christian al pretender alejarle, quiso darle una segunda oportunidad de redimirse con él.

—Ve a dormir, Edward… La noche se arruinó y la verdad es que no tengo ni ánimos, ni fuerzas para intentar repararla… mañana será domingo y pronto podrás librarte de mí. —El serio vampiro en cierto modo se sintió culpable y herido ante lo que había pasado, y aunque en su momento lo había disfrutado, se dio cuenta de que su tonto juego de prepotencia le había costado lo que quedaba de velada entre ambos hombres, deseando el haber podido conversar con Christian sobre lo que había pensado de Elena, la cual lo había cautivado.

Christian se perdió de vista, introduciéndose en su recamara, mientras Edward contempló el juego de ajedrez que aún se encontraba en el sofá grande, tomándole entre sus manos, pretendiendo hacerlo añicos, justo cuando un mensaje instantáneo llegó a su celular, sacándolo raudo del bolsillo, percatándose que era de parte de Alice.

[No lo destruyas, Edward… te arrepentirás luego, deja que las cosas se enfríen, hermanito… mañana saldrá el sol para ambos]

Edward deseó decirle que no se entrometiera en donde no la llamaban, pero eso sería alentar aún más a Alice a que lo hiciera a sabiendas de cómo trabaja el infantil cerebro de su hermana. Dejó el juego de ajedrez sobre el sofá, subiendo con parsimonia las escaleras, introduciéndose en su recamara.

Edward no se había percatado de que ya estaba amaneciendo, hasta que escuchó los pensamientos de Christian desde el otro lado de su recamara, preguntándose a sí mismo si debía entrar o no a la alcoba del joven estudiante de psicología, mientras el apuesto vampiro contempló como el cielo se comenzó a iluminar, quitándose lentamente los audífonos de sus oídos, justo cuando Christian hizo girar la manilla de la puerta, cerrando raudo los ojos, haciéndose el dormido.

Christian llevaba consigo el juego de ajedrez, el cual había sacado de la bolsa, extrayendo de su interior cada pieza única, colocándolas en sus respectivos puestos, después de tomar asiento a orillas de la cama, dándole de vez en cuando miradas furtivas a Edward, quien siguió haciéndose el dormido, contemplando por medio de la mente del multimillonario, como ejecutaba silenciosamente cada movimiento sobre el tablero.

Dejó el juego sobre la cama, y tomando una de las libretas de Edward, arrancó un trozo de papel de esta, asiéndose de uno de los lápices de grafito del muchacho, escribiendo sobre el pequeño pedazo de papel una corta nota para el chico, quien solo pudo ver en la mente de Christian, el enorme deseo de ir a correr esa mañana, intentando quitarse la incomodidad que sentía ante lo mal que la había pasado esa noche, sintiéndose de algún modo, culpable.

Hizo su primer movimiento sobre el tablero, pisando con aquel peón la pequeña nota, incorporándose lentamente de la cama, intentando no despertar al muchacho, lo que por supuesto a Edward le causó un poco de gracia y al mismo tiempo simpatía por él y su empeño de tratarlo como un simple e indefenso humano.

Christian salió de la oscura recamara, dándole una última mirada al inmóvil muchacho, cerrando la puerta sin hacer el menor ruido, bajando raudo las escaleras, disponiéndose a correr esa fría mañana del día domingo, y aunque no acostumbraba a hacerlo el último día de la semana, Christian sintió la necesidad de despejar su mente, colocándose los audífonos que descansaban sobre sus hombros, cubriéndose la cabeza con la capucha de su sudadera, comenzando su respectivo entrenamiento matutino.

Edward dejó de hacerse el dormido, abriendo raudo los ojos, contemplando el hermoso juego de ajedrez sobre su cama, tomando la pequeña nota que Christian había dejado pisada sobre el tablero, sin poder creer que aquel odioso, arrogante y prepotente hombre supiese disculparse.

(Lamento lo de ayer… Sé que me pasé de la raya y acepto mis errores… espero que a mi regreso tú también des tu cincuenta por ciento y podamos tener una amena terapia)

Dejó sus iniciales debajo de la nota como si Edward pudiese pensar que alguien más hubiese escrito aquello, y no el arrogante hombre de negocios, sonriendo bastante complacido al ver que después de todo, Christian Grey… sí podía doblegarse, prometiéndose a sí mismo dar su cincuenta por ciento.

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Emmett no podía dejar de pensar en la conversación que había tenido con Seth el día anterior, ya que el delgado y pequeño Quileute le había confesado que era gay, teniendo que bancarse el exhaustivo interrogatorio que el corpulento vampiro le había hecho, intentando comprender por qué no le gustaban las féminas sino los muchachos.

—¿Entonces lo que dijo el zarrapastroso de Paul es cierto? —preguntó el corpulento vampiro, paseando detrás de Alice y Sam… quienes iban conversando de lo lindo, siendo el alfa de los lobos y el joven Clearwater los únicos en ir degustando un enorme cono de helados, mientras que los vampiros, simplemente les observaban comer.

—Sí, así es… —alegó Seth, observando su cono—. Le gusta llamarme maricón porque me gustan los chicos. —Se ruborizó un poco, introduciendo en su boca la pequeña cucharilla de plástico con la que se ayudaba para degustar su colorido helado—. Odio que lo haga… es una palabra muy despectiva. —Emmett asintió.

—¿Y cómo te gusta que te digan? —preguntó, introduciendo ambas manos en los bolsillos de su pantalón—. Es decir… ¿hay un nombre para ustedes que no suene tan despectivo? —Seth asintió.

—Homosexual o gay… es el término que se usa, aunque la verdad no me gustan las etiquetas. —Emmett volvió a asentir, mirando inquisidoramente al muchacho, intentando buscar en él algún indicio que lo delatara como desviado, pero no había ninguno, ya que para el vampiro, todos los que eran como Seth, debían ser afeminados.

—Pues la verdad es que no se te nota. —Seth sonrió, relamiéndose los labios ante el poco de helado que tenía en la boca, y el cual estuvo a punto de salir disparado ante las risas.

—¿Y qué tengo que hacer para que se me note?... —preguntó aún sonriendo—. ¿Debo ponerme un letrero o qué? —A lo que Emmett alegó, sonriendo igual que lo hacía el muchacho.

—Bueno… es que el modisto personal de Alice es medio mujercita. —Seth soltó una risotada, sin poder contener el buche de helado en su boca, escupiéndolo precipitadamente hacia el frente, consiguiendo que tanto la menuda vampira como el alfa de la manada, voltearan a verles—. ¿Qué?... Es cierto, hombre… El diseñador de moda de Alice camina así… —El atolondrado vampiro comenzó a sacudir su trasero a un lado y a otro, doblando su muñeca en un gesto bastante afeminado, sacudiendo la mano hacia todos lados, consiguiendo una nueva oleada de risas de parte de Seth.

—No todos los homosexuales son afeminados, Emmett. —Ambos se detuvieron al ver como Alice y Sam se sentaron en una banca, siendo Seth quien se recostara de uno de los tantos autos aparcados en la calle, limpiándose la boca con la manga de su suéter—. Están los que se sienten mujer pero jamás se cambiarían de sexo… es decir, les gusta ser hombres pero usar cosas de mujeres… —Emmett asintió, aunque no entendía aquel deseo de algunos hombres de usar cosas de mujer, ya que de por sí, el intentar quitarle aquella incómoda ropa femenina que solía usar su esposa era toda una proeza, el ponérsela debía ser aún más engorroso—. Están los transexuales… los que quieren cambiar por completo su sexo.

—¿Cómo así?... —preguntó un poco extrañado el vampiro.

—Pues hay personas que no se sienten bien con su sexo… son hombres que se sienten mujeres o viceversa. —Aquello consiguió que Emmett, alzara irónicamente una de sus cejas—. Así que toman tratamientos hormonales para luego hacerse una reasignación de sexo.

—Pérate, pérate… que vas muy rápido y yo ni siquiera entendí la primera categoría. —Seth rió, volviendo a retomar la ingesta de helado—. ¿Me estás diciendo que hay hombres que se cambian de sexo? —Seth asintió—. ¿Y qué hacen con… —Señaló su entrepierna—… Ya sabes… el socio? —El chico estaba encantado con la forma infantil y al mismo tiempo ocurrente del vampiro, sin poder creer aún que los Quileutes tenían una forma completamente errónea de ver a los Cullen, respondiendo a continuación.

—Se lo cortan. —Emmett dejó caer su mandíbula por inercia, apretándose la entrepierna.

—No me jodas, men…

—No te jodo, men… —respondió el chico, riendo ante la cara de terror de Emmett—. Lo hacen y se ponen tetas y una vagina. —El vampiro se apretó aún más la entrepierna como si le estuviese doliendo aquella zona de su cuerpo, ante la sola idea de perder su hombría—. Ellos son felices, así que cada quien a lo que lo haga feliz. —Pero Emmett parecía no poder entender aquella ideología, preguntándole rápidamente al pequeño jovenzuelo.

—¿Tú quieres cortártela? —Seth arrugó la cara, negando con la cabeza, después de tragar un poco más de helado.

—Para nada… yo soy feliz con mi sexualidad… me gusta ser hombre, y me gusta mi pene. —Emmett suspiró aliviado.

—Gracias a Dios, men… yo no podría deshacerme de mi mejor amigo. —Señaló su pene—. Emmetcito y yo hemos sido inseparables desde que nací. —Seth intentó contener las risas, pero cada ocurrencia de Emmett lo incitaba a una nueva oleada de carcajadas—. No sé qué haría si perdiera mi pene… —Seth siguió degustando su helado con una amplia sonrisa, mordisqueando el cono—… preferiría morir a quedarme sin mi juguetico sexual. —Soltó aquella típica risotada suya, ronca y atontada, lo que a ojos de Seth, era realmente adorable.

—Yo igual… Así que no te preocupes por eso que no quiero ser mujer… solo soy un hombre al que le gustan los hombres, nada más.

—¿Y te gustan maripositas o bien machos? —Aquella pregunta hizo sonreír nuevamente a Seth, mirándole inquisidoramente, pretendiendo jugar un poco con el curioso y preguntón vampiro.

—Me gustan bien machos… grandotes y fornidos… así como tú. —Emmett abrió grande los ojos, mirando hacia donde se encontraba Alice, la cual le sonrió pícaramente al líder de la manada Quileute, quien parecía estarle contando algo muy agradable a su hermana.

—Hey, hey… men… no digas esas cosas… —Seth sonrió, incorporándose de su relajada postura sobre aquel auto, acercándose lentamente a Emmett, mirándole de arriba hacia abajo.

—¿Por qué no? —preguntó, arrojando lo que le quedaba del helado dentro de un contenedor de basura público—. De seguro también piensas que todos los gay nos gusta cada hombre que vemos… ¿Cierto? —Por supuesto Emmett no dijo nada, aunque sí lo había pensado—… Pues así como me gustas tú, también me gusta, Sam y Paul y todos mis hermanos Quileutes. —Emmett entendió la indirecta, asombrándose de aquella proeza, ya que solía ser bastante lento para captarlas.

—Ok, ok… Ya entendí…. Lo siento. —Palmeó el hombro del joven Quileute—. Voy a ser sincero, si lo pensé… creí que todos los gay andaban como enfermos viéndonos el culo a los papacitos como yo. —La alta autoestima que el vampiro se tenía a sí mismo, más que causarle molestia al chico, le hizo sonreír, ya que aquello era cierto, Emmett era muy atractivo ante los ojos del pequeño y enamorado muchacho.

—Bueno, Emmett… es difícil no mirarte. —Seth comenzó a caminar, haciéndose el desentendido, percatándose de cómo Alice y Sam retomaron su paseo—. Eres un hombre musculoso y atractivo… lo único malo en ti es que eres un chupasangre. —Aquello consiguió que Emmett le observara con el ceño fruncido.

—Pero si eso es lo mejor de mí. —El sonriente muchacho le observó por el rabillo del ojo—. Cuando era mortal no era tan agraciado como ahora. —Seth negó con la cabeza.

—He conocido vampiros feos. —A lo que Emmett le exigió que le nombrara alguno—… Mmm… El de color que llegó aquí con la pelirroja y el greñudo de coleta que Edward mató. —El atolondrado vampiro elucubró sobre aquellos tres vampiros, preguntándole a continuación.

—¿Laurent?... ¿El que estuvo a punto de comerse a la sopla vela? —Seth apretó los labios ante aquel apodo tan peculiar hacia Bella, aunque no sabía el porqué de ello.

—¡Aja!... a ese lo matamos entre Jacob y yo… En serio… era espantoso. —El menudo chiquillo arrugó la cara, estremeciéndose al recordarle.

—Yo le llamaba Kunta Kinte. —Seth no pudo evitar reír ante aquel apodo, el cual daba alusión al esclavo gambiano, del cual se habían escrito muchas novelas y realizado varias series, entre ellas la famosa “Raíces”—. Y sí… concuerdo contigo… Laurent era bien feo. —Ambos jóvenes siguieron bromeando entre ellos, pasando una tarde agradable entre amigos.

—¿Qué haces aquí tan solito, mi ángel? —preguntó Esme llamando la atención del pensativo vampiro, aquel que levantó la cara, observando tanto a su madre adoptiva como a su padre, arribar a la casa Cullen después de haber pasado toda la noche en su cabaña privada.

—Hola… Mmm… nada… pensaba… —Por unos segundo imaginó en lo que su hermano Jasper diría sobre aquello, preguntándole si en realidad el pensaba o simplemente dejaba que su mente trabajara por inercia—. ¡Oye, Carlisle! —Emmett se incorporó del sofá, acercándose al doctor Cullen, quien ya imaginaba una nueva oleada de preguntas por parte de su curioso hijo—. ¿Podemos hablar un momento? —El rubio vampiro asintió, mirando a su esposa, la cual se disculpó con ambos, subiendo las escaleras.

—¡A ver!... ¿Qué nuevo tema te tiene tan pensativo y meditabundo? —Emmett arrugó la cara ante las rebuscadas palabras de su padre, quien ante los ojos del atolondrado vampiro era como hablar con una enciclopedia Larousse ambulante.

—Tú que eres tan conocedor de todo y eres médico… —Miró a todos lados, corroborando que nadie les estuviese oyendo— …dime algo… ¿la homosexualidad se pega? —Carlisle le miró fijamente a los ojos, sin poder creer que en cada nueva reflexión, Emmett le sorprendiera con una pregunta que jamás se esperaría de él, exigiéndole tomar asiento nuevamente, para luego sentándose a su lado, sonriéndole afablemente.

—Ahora yo te haré una pregunta, a ti… —Emmett asintió—. ¿Qué pasaría si te juntas mucho con personas de color? —El corpulento vampiro le observó, pensando en aquella extraña pregunta, la cual ante sus pensamientos, no tenía nada que ver con la suya.

—Mmm… Nada… creo… es decir… No sé a qué viene la pregunta —A lo que Carlisle alegó, acomodándose mejor sobre el sofá.

—¿No crees que si te juntas mucho con los negros, los tocas y compartes con ellos todo el tiempo, te harías negro? —Emmett soltó una risotada, negando con la cabeza.

—Claro que no, hombre… las personas de color no escogieron ser así, ellos nacieron así… la negrura no se pega, Carlisle. —El aludido sonrió ante aquella palabra.

—Pues así mismo son los homosexuales, Emmett… ellos no escogieron ser así… son así y punto… así que creo que tu pregunta ha sido respondida. —Emmett palmeó el hombro de su padre, agradeciéndole aquella enseñanza.

—Gracias, Carlisle. —El amable vampiro sonrió, palmeándole una de sus piernas, incorporándose de su puesto, escuchando nuevamente a su hijo, hacerle otra acotación más—. Recuerdo que hace tiempo leí sobre un cantante que tuvo muchas novias, amantes, etc.… y después de cierto tiempo se volvió gay… ¿Qué crees que haya pasado con él, Carlisle?... Estuvo confundido, se cansó de las mujeres o simplemente se levantó un día y dijo: “Hoy quiero ser gay”. —El entretenido médico sonrió, girándose para ver a su hijo, antes de pretender subir las escaleras, respondiéndole al muchacho como siempre solía hacerlo, con una elocuente y acertada respuesta.

—No creo que haya sido ninguna de tus suposiciones, Emmett. —Carlisle comenzó a subir lentamente las escaleras, acotando a continuación—. El cantante del que hablas, simplemente se enamoró y el amor suele ser ciego y no entiende de diferencias sexuales, ni de razas o ideologías. —Llegó hasta arriba, volteando a ver a su hijo, quien no le quitó la mirada de encima, esperando una conclusión a sus gratas palabras—. Porque el amor, Emmett… no necesita ser entendido, simplemente necesita ser expresado.

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Eran aproximadamente las ocho de la mañana en Seattle, el día seguía nublado, lo que Edward agradeció enormemente, tomando una ducha rápida, vistiéndose con un pantalón de algodón con pretina engomada en la cintura y una camiseta de béisbol del equipo de Washington, degustando como cualquier mortal, de un delicioso vaso de malteada, o mejor dicho, de un contenedor de malteada lleno de sangre, la cual estaba ligada, entre la de humano y la de animal, haciéndola mucho más apetecible.

“Ojala llegue antes de que me la termine”, pensó el encantado vampiro, el cual bebió gustoso del vaso, succionando la sangre por el popote del envase. “Así se le pasará la idea de la ingesta de comida por un rato y me dejará avanzar con la terapia”. Edward siguió leyendo uno de sus tomos de psicología, el cual le mostró las diversas alternativas que podía usar el psicólogo para comenzar la terapia de un nuevo paciente, escuchando el arribo de Christian desde su relajada postura sobre el suelo del pequeño balcón de su recamara, empapándose de conocimientos.

Christian deseaba ver si Edward ya se había levantado, pero prefirió entrar primero a su recamara y tomar una ducha fría que le ayudara a refrescarse de tanto ejercicio, y del mal rato que le había hecho pasar unos cuantos perros callejeros, los cuales le habían correteado en el parque.

Junto a Edward se encontraba el costoso juego de ajedrez, en el cual se pudo apreciar no solo el movimiento de pieza de Christian, sino el que Edward había ejecutado, guardándose la nota que el magnate le había dejado, esperando la llegada de quien pasaba a ser su paciente esa mañana del día domingo, aunque habían acordado hacer la terapia por la tarde, prefiriendo adelantar todo ante el cincuenta por ciento que Christian había dado, para que todo siguiera su curso como estaba previsto.

Christian entró a la recamara de Edward después de tocar la puerta, percatándose de que el muchacho ya había abandonado la cama, dejándola completamente revuelta; y ya que la señora Jones no iba los domingos al pent-house, imaginando que aquello se quedaría así hasta el lunes.

—¿Edward? —llamó, creyéndole en el baño, escuchando la voz del calmo y relajado muchacho, notificarle desde el balcón, después de incorporar su cuerpo del suelo, sentándose en el rincón de este, acomodando el juego a su lado.

—¡Aquí!... —Siguió leyendo y degustando su deliciosa bebida a base de glóbulos rojos, blancos y plaquetas, intentando no reír al imaginar lo que diría Christian al saber lo que el chico estaba ingiriendo.

El extrañado hombre rodeó la cama, saliendo rápidamente hacia el balcón, contemplando al ensimismado chico leer de su grueso tomo de psicología, mientras disfrutaba de lo lindo de aquel batido o eso pensó Christian al ver el envase donde se suelen hacer las malteadas.

—¡Hola!... —saludó un poco asombrado de verle allí tan relajado y tranquilo, como si no hubiese pasado nada anoche, sin saber si dar gracias por ello o incomodarse.

—Hola, Christian… —Edward levantó la cara—. Espero que hayas podido conciliar el sueño después de ese tétrico recital de anoche. —El aún incrédulo hombre se acercó a él, contemplando el juego de ajedrez, en donde el muchacho ya había ejecutado su primer movimiento, esperando el suyo.

—¿Me escuchaste? —preguntó, agachándose para sentarse en el suelo junto a Edward.

—Fue difícil no hacerlo —acotó el chico, cerrando su enorme libro—. Era un poco perturbador… —Se lo pensó por unos segundos y luego rectificó—… En realidad fue seductoramente perturbador. —Aquello consiguió que Christian alzara la mirada.

—¿Por qué te pareció seductoramente perturbador? —Quiso saber, enfocando nuevamente sus ojos en el juego, realizando su segundo movimiento sobre el tablero.

—Mmm… No sé… era como escuchar tu alma. —Christian levantó una vez más la mirada, enfocándose en el serio y meditabundo muchacho, el cual parecía estar comenzando con la terapia, aunque no lo aparentara—. Pareciera como si quisieras que la tonada que ejecutabas me dijera lo triste y melancólico que te encontrabas. —El magnate se recostó de la pared en la que Edward también descansaba su espalda, contemplando la jugada del joven psicólogo, la cual no se hizo esperar.

—A lo mejor. —Fue su seca y odiosa respuesta, moviendo después de Edward una pieza importante del juego como lo era el caballo—. No deseaba dar pena… simplemente…

—Querías desahogarte… —concluyó Edward.

—Así es… —le afirmó Christian, mirándole fijamente—. Lamento lo que ocurrió.

—Ya pasó, Christian… Yo también lo lamento, lo menos que quiero es que… —Por un segundo pensó en decir que no deseaba que aquello que había entre ellos dos terminara, pero sonaría tan impropio como él mismo lo había escuchando en su cabeza antes de decirlo—… No quiero que volvamos a discutir por tonterías como esa…

—Bueno, Edward… si hubieses dejado que yo pagara el juego…

—Ya no importa, Christian… por favor… déjalo atrás, ¿quieres? —El acaudalado hombre de negocios asintió, intentando no volver a descontrolarse y comenzar una nueva tertulia entre ellos—. Dime algo… —Christian levantó la mirada después de hacer un nuevo movimiento sobre el tablero, una vez que Edward ya había realizado el suyo—… ¿Tiene nombre esa melodía? —A lo que Christian respondió sin pensárselo dos veces.

—Sí… se llama: “Quisiera darte de azotes hasta que me respetes”. —Edward no supo si reír o enfadarse, dejando que su buen humor mañanero le ganara a su constante malhumor, sonriéndole irónicamente.

—Yo pensé que se llamaba “cincuenta sombras de Grey” —El asombrado magnate levantó de nuevo la cara, contemplándole escrutadoramente—. Pero tú eres el compositor, así que si ese es el nombre que le pusiste, pues… bien. —Edward se encogió de hombros.

—¿Por qué se llamaría cincuenta sombras de Grey? —El chico volvió a jugar sin pretensión alguna de responder, moviendo uno de sus alfiles, amenazando a uno de los caballos de Christian, acotando al fin.

—No sé, Christian… ¿Por qué crees que imaginé que se podría llamar, así? —Aquello más que una pregunta concisa fue una retórica.

Pocas veces en su vida habían conseguido hacerle callar, pero Edward parecía tener el don de obtener del magnate, su silencio total y un incómodo mutismo que hasta a Christian hacía sentir mal, observando las piezas del tablero, intentando analizar su próximo jugada, pero aquello lo había dejado pensativo y desconcentrado.

—Y a parte de seductoramente perturbadora… ¿qué más te hizo sentir la melodía? —preguntó moviendo una de sus torres, observando cómo Edward se robó rápidamente el caballo con su alfil, cantando antes de responder.

—Jaque… —Le dio una rápida mirada a Christian, el cual aún no se había percatado de lo que había ocurrido sobre el tablero, encontrándose en riesgo—… Ocultas muchas cosas, Christian… te escondes tras las sombras de un pasado que intentas dejar atrás pero no puedes. —El serio e incómodo hombre le contempló, imaginando que la terapia ya había comenzado.

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Christian moviendo su reina, amenazando al alfil y resguardando a su rey.

—Te he escuchado hablar dormido —mintió Edward, ya que si bien había visto alguno de sus perturbadores sueños, por más que Christian se agitase o estuviese sudando ante sus pesadillas, no había dicho nada, pero su inconsciente mente le había mostrado como su pasado le atormentaba mientras dormía—. Muchas sombras perturban tus sueños… —Levantó la cara, percatándose de cómo Christian le contemplaba, bajándola nuevamente, moviendo su alfil a otro puesto menos peligroso para él—. ¿O me equivoco? —preguntó, dejando el grueso tomo de psicología a un lado.

—No… —El serio e incómodo hombre de negocios no pretendía mentirle, ya que si algo sabía el magnate, era que los psicólogos parecían hacer un pacto con el diablo para tener el don de meterse en la mente de sus pacientes, pero la realidad era que Edward si podía estar en su mente, y aunque le mintiera, el vampiro se enteraría de la verdad—. Estoy roto, Edward… —El chico alzó la mirada—… Soy como un artefacto en mal estado, y por más que intentes repararlo, este jamás servirá igual. —Movió su torre, amenazando el peligroso alfil de Edward, quien movió rápidamente su pieza a otro lado, al ver lo que Christian pretendía hacer, robarla.

—Difiero de tú percepción sobre ti mismo. —Se acomodó un poco mejor en el suelo, tomando raudo el envase de malteada, bebiendo un poco más de sangre, percatándose ante el peso del vaso que estaba a punto de acabarse—. Mi hermano Emmett y su esposa les gusta mucho reparar autos, es algo que ambos tienen en común… —Analizó por unos segundo la jugada de Christian, quien tan solo había movido un peón hacia delante, para darle espacio a su alfil y así poder sacarlo a la contienda—… Cuando escogió su auto, él compró un Jeep Wrangler-style descapotado, el cual fue adquirido de segunda mano y en el peor estado que te puedas imaginar.

Christian contempló bastante asombrado a su interlocutor, quien al fin realizó su movimiento, posando su reina peligrosamente frente al rey del multimillonario, intentando que la reina de su contrincante saliera a perseguirle y así poder atacarla y apartarla del juego, tratando de que el resguardo de las piezas de Christian, fuese aún más vulnerables, prosiguiendo con su relato.

—Emmett tenía dinero suficiente como para comprarse el mejor auto de todos, pero él quería ese. —Christian preguntó el porqué—. Porque mientras todos veían en aquel vehículo un montón de chatarra, un armatoste inservible y fuera de circulación, un objeto sin valor alguno, para mi atolondrado hermano era un reto, un deseo por revivir aquel vehículo todo terreno y dejarlo mejor que uno de agencia.

—¿Y lo consiguió? —preguntó Christian intrigado.

—Sí, así es… y aunque mi hermano no es un erudito, ni un elocuente hombre, tiene algo de lo que muchos carecen… perseverancia y fe en sí mismo y en lo que puede lograr. —Por más ensimismado que el magnate estuviese en el relato de Edward, se percató de las insinuaciones de las piezas del muchacho, quien sonrió bastante complacido al ver que después de todo Christian era astuto para aquel juego, dejando a su reina frente a su rey, alzando peligrosamente su otro caballo, pretendiendo atacar en una próxima oportunidad al letal alfil del joven psicólogo.

—¿El Jeep le ha dado problemas? —preguntó Christian, a lo que Edward respondió.

—Lo normal de un auto, de hecho creo que Emmett le saca todo el jugo posible al auto y a pesar de ser un vehículo refaccionado, se porta de lo mejor. —Edward hizo otro movimiento rápido, percatándose por medio de la mente del magnate de cómo este le observaba.

—Entonces me quieres decir que yo tengo posibilidades de funcionar correctamente. —Edward dejó entrever aquella seductora sonrisa suya de medio lado, la cual a Christian le irritaba, sin saber aún él porque de aquel sentimiento.

—Sí, así lo creo. —Señaló el tablero, incitando a Christian a seguir el juego—. Es solo que a lo mejor no has tenido a la mecánica adecuada. —El divertido multimillonario sonrió, haciendo un gesto irónico con los hombros.

—Bueno, Edward, aunque esto suene un poco machista, las mujeres son malas para la mecánica. —Recordó lo que el chico le había comentado sobre su hermana—. Exceptuando a la esposa de tu hermano, la cual tengo entendido que también es tu hermana adoptiva. —Edward asintió—. Pues sin menospreciar los conocimiento de la esposa de… ¿Emmett?... —El chico volvió a asentir ante la forma interrogativa con la que Christian había dicho el nombre de su hermano, intentando averiguar si lo había dicho correctamente—… Debo decir que las mujeres que han pasado por mi vida parecen ser malas mecánicas. —El joven universitario apretó los labios—… Una de ellas intentó arreglarme como se arreglan los televisores viejos… a golpes. —Aquello hizo reír a Edward, al percatarse de que hablaba de Elena.

—Bueno… tuvo sus mañas pero al final algo positivo salió… ¿no? —Christian no supo qué decir—. Pero continúa… —Le incitó a seguir con la lista de mujeres que intentaron repararlo.

—Leila perdió la perspectiva sobre todo… —Al escuchar aquello, Edward alzó una de sus cejas, en un gesto incrédulo, preguntándole quién era ella, consiguiendo nuevamente el mutismo de Christian, el cual bajó la mirada—… Ella es alguien que dejó que mis sombras la envolvieran al punto de la demencia. —Tragó grueso, enfocando sus metálicos ojos sobre el tablero, recordando la triste y extraviada mirada de una hermosa joven de cabellos castaños, los cuales caían en ondas sobre unos cabizbajos hombros, y un peculiar hoyuelo en su barbilla, lo cual se acentuaba cuando agachaba la cabeza o eso vislumbró Edward en aquel recuerdo de Christian—. Si no te importa, no quiero hablar de ella.

—¿Por qué no? —Quiso saber el joven psicólogo, quien a pesar de ver en la mente del magnate, la demencia y la decadencia en la que estaba sumergida aquella muchacha, deseaba escucharlo de los labios de Christian.

—No es una historia agradable, lo siento… —Se disculpó moviendo al fin una de sus piezas, colocando el caballo que le quedaba en un punto estratégico para un segundo movimiento importante, cuando le tocara nuevamente atacar—… Como mi psiquiatra no pretendo ocultarte las cosas, Edward… es solo que no creo que sea el momento. —El apuesto joven frente a él, no dijo nada, enfocando sus ojos en el tablero, al ver la jugada que Christian se estaba pesando, contraatacando a esta, al derribar una de sus torres—… Maldición, no puedes ser tan bueno en esto… —Edward sonrió—… Voy a empezar a creer que en verdad lees la mente. —Pensó hacer otro movimiento distinto al que había planeado, resignándose a perder aquella contienda.

—No voy a presionarte en la primera terapia, Christian —alegó al fin el entretenido vampiro—. Ya que ayer me regalaste una partitura improvisada de diez “Re” agudos, ocho claves de “Sol”, siete “La” agudas acompañadas de cinco “Mi”, seis “Fa” y cuatro “Do” mayor, quienes acompañadas de cuatro silencios, los cuales conformaron un pentagrama como el que creaste ayer, dan un total de cuarenta y cuatro elementos básicos de una partitura, aquellos que acompañados por seis compases, tres binarios y tres cuaternarios dan un total de cincuenta elementos musicales, los cuales me demostraron que a pesar de tu arrogancia, hay un caballero con talento que sufre detrás de toda aquella careta de hombre prepotente y odioso… —Toda aquella ecuación pentagrámica, al igual que la extraordinaria estructuración de una melodía o acorde musical, dejó a Christian tan boquiabierto que no supo en qué momento había dejado caer la pieza que pensaba jugar, mirándole ensimismado—. Esta mañana me regalaste tu cincuenta por ciento de aceptación y total humildad, entregándote mi cincuenta por ciento de comprensión y total discernimiento.

Christian siguió mirándole sin poder creer lo inteligente, astuto y elocuente que era aquel joven de tan solo veinte años de edad, o eso creyó el magnate, bajando progresivamente la mirada para tomar entre sus dedos la pequeña pieza que había resbalado de su mano, sin saber exactamente en dónde iba, siendo Edward quien se la quitara, colocándola nuevamente donde debería ir, alzando sus irreales ojos color cobre, ya que entre la mezcla de la sangre animal y la humana, aquel era el nuevo color que tomaban sus iris.

—Parece que todo en ti da una ecuación de cincuenta, Christian. —El aún asombrado hombre movió por inercia la pieza que Edward había regresado al tablero, sin saber si aquel movimiento era el que había pensado ejecutar o no en su momento, restándole importancia a ello.

—Y tú pareces ser una caja de sorpresas, Edward… Eres todo un chico prodigio. —Desmontó todo el juego que ambos habían comenzado, regando las piezas en el suelo, tomando tan solo los dos reyes de cada contrincante, posándolos frente a frente en medio del tablero—. Esta semana ha llegado a su fin y tú debes volver a tu departamento… ¿Cierto? —Por alguna extraña razón Christian sintió un enorme vacío en su pecho, al darse cuenta de que volvería a quedarse solo en aquel enorme pent-house.

—Sí, así es… —respondió Edward, percatándose por medio de los pensamientos de Christian, de cómo su respuesta le había hecho sentir más solo aun, acotando a continuación—. Pero no solo soy tu terapeuta de fin de semana. —El serio multimillonario alzó una de sus cejas en un gesto irónico, al imaginar que el chico argumentaría a sus palabras que también sería su locero personal entre semana, esperando a que el chico lo hiciera verbal—. También soy tu amigo, Christian. —Aquello consiguió que el pasmado hombre le contemplara sin poder creer en sus palabras, siendo Edward quien las reforzara—. Puedes escribirme o llamarme si lo deseas. —Justo en ese momento su teléfono celular sonó, notificándole de un nuevo mensaje de parte de Bella, la cual le preguntaba cuándo volvería a Forks, ya que tanto Jacob como los demás Quileutes le tenían una restricción de entrada a su territorio, manteniéndola constantemente alejada de los niños, siendo Leah la única que de vez en cuando se los llevara a escondidas para que los viera—. Sé que prometí que me iría después del mediodía, pero mi familia me necesita, Christian.

El joven estudiante de psicología se incorporó del suelo, tomando tanto su tomo de psicología, como su celular, al igual que su vaso de malteada, el cual ya se había acabado, calmando un poco la eterna sed de sangre que los inmortales padecían y de la que jamás se estaba completamente satisfecho aunque bebieran un océano entero.

—¿Edward? —llamó Christian, sin dejar de ver las dos piezas de maderas enfrentadas entre sí, imaginando al muchacho y a sí mismo, representados en ellas—. Gracias. —Fue lo único que dijo, pero Edward sabía el porqué aquel hombre daba las gracias; ya que el pensativo magnate jamás se imaginó aquellas sinceras palabras de su parte y menos después de lo ocurrido anoche.

—La amistad no se agradece, Christian… se valora y se fortalece con actitudes como las que tuviste esta mañana. —Edward se aferró del marco de la puerta corrediza que dividía el balcón con la recamara, contemplando la amplia espalda del magnate—. Gracias a ti por eso, Christian… me robaste una sonrisa. —No supo por qué lo había dicho, pero lo hizo y se sintió bien al hacerlo, y más aún al darse cuenta de cómo Christian sonreía, volteando el rostro a un lado, mirando el espectacular día domingo que hacía hoy, rogando porque siguiese siendo tan agradable como hasta el momento.

Edward entró al fin a su alcoba, recogiendo todas sus cosas a velocidad sobrehumana, mientras Christian contemplaba aun las dos piezas de madera tallada sobre el tablero, pensando en lo que el muchacho le había dicho, tomando entre sus manos la que había estado representando a Edward, aquella que era de un tono más clara que la que había encarnado al ensimismado hombre de negocios, percatándose de que estaba manchada de sangre.

—Rayos —soltó Edward entre dientes, deteniendo sus veloces movimientos, escondiendo el vaso dentro de su bolso, en donde ya había guardado todas sus cosas, después de colocarse los zapatos—. Ya me voy… Nos vemos… —Salió de la habitación, justo cuando Christian olfateó la pieza de ajedrez, para confirmar sus sospechas sobre aquella mancha.

—¿Edward? —El joven vampiro bajó raudo las escaleras, tomando del gabinete de la cocina una curita o bandita adhesiva, colocándosela en el pulgar de su mano izquierda, la cual por supuesto el chico había mantenido apoyada en el suelo sin moverla mientras jugaban, sacado rápidamente el envase de malteada de su bolso, haciéndose el que fregaba—. ¡Edward!... ¿Por qué tu rey está lleno de sangre? —El incómodo vampiro suspiró como si necesitara aquella bocanada de aire fresco para ejecutar una nueva mentira.

—Soy muy torpe en la cocina. —Dejó el vaso ya aseado en el escurridor de trastos, mostrándole a Christian el dedo vendado, sonriendo con simpatía—. Me corté haciéndome el desayuno. —El asombrado hombre se acercó en dos zancadas, aferrándole la mano, supuestamente herida.

—No me había fijado de la banda en tu dedo… —Le examinó la mano.

—No es nada, Christian… solo fue un pequeño rozón con el cuchillo. —Apartó su mano de las del preocupado hombre, el cual no dejó de observar su herida—. En dos días estaré curado… en fin… me voy… —Palmeó el hombro de Christian rodeándolo para salir rápidamente de la cocina, rumbo al ascensor.

Christian por su puesto no podía dejar de preocuparse por él, y aunque aún no conocía a alguien que muriera por un pequeño corte en un dedo, bien podía llegar a lastimarse mucho peor en el futuro cuando él no estuviese presente para ayudarle, saliendo rápidamente de la cocina.

—Tienes terminantemente prohibido cocinar sin mi supervisión… —Aquello hizo que Edward pusiera los ojos en blanco, pulsando el botón para llamar al ascensor.

—¡Oh, vamos!... sé que soy una calamidad en la cocina, pero tampoco es que soy un retrasado mental. —El ascensor se abrió justo cuando el molesto hombre pretendió aferrarlo del brazo para obligarlo a mirarle—. Se acabaron tus dos días de amo y señor, Christian… —Entró en el ascensor, pulsando el botón que daba a la planta baja, argumentando a continuación—. Bájale dos a tu manía de controlarlo todo, es un estupendo día… ve a visitar a tu familia mientras yo visito la mía. —Christian pretendió entra en el ascensor, pero el decidido muchacho se lo impidió, interponiéndose en la puerta.

—¿Edward? —espetó Christian en un tono retador, mirándole de soslayo, consiguiendo del muchacho, aquel mismo tono odioso y desafiante que el multimillonario solía usar con él, prohibiéndole la entrada.

—¡Christian! —Negó tanto con la cabeza como con el dedo índice, apartándose un poco de las puertas, consiguió que estas al fin se cerraran, mientras ambos hombres se retaban con la mirada, hasta que las dos hojas de metal se cruzaron, rompiendo toda conexión visual, entre el aceite y el vinagre que eran ambos caballeros, los cuales parecían que jamás iban a durar más de dos horas congeniando entre sí, desafiándose constantemente el uno al otro.

Notas finales:

Nota: Para quien preguntó cuando pensaba poner a follar a estos dos, les puedo enviar varias páginas pornos muy buenas en donde puede calentarse bastante… lo que yo estoy intentando creando aquí es una historia… quien quiera folladas sin trama y sexo sin sentido… les recomiendo ver pornografía por internet. No digo que no habrá sexo, pero no se puede poner a follar a dos heteros porque si, ellos no son Gay, son dos hombres despertando una nueva sexualidad que desconocían…  Saludos y abrazos a todos mis comentaristas VIP.


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