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50 Juegos de Codicia y Poder (Ego contra Ego) por ErickDraven666

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Capítulo 12

Mescolanza de sentimientos

Christian y Edward habían arribado a las instalaciones de Grey Enterprises Holdings, Inc. Subiendo por el ascensor privado del magnate, aquel que solía usar cuando no estaba ni de ánimos ni de humor para saludar a todas y cada una de sus empleadas y menos a los pocos hombres que elaboraban en aquel emporio, cuando su bipolaridad le jugaba una mala pasada.

—Pasa, Edward… —Le exigió Christian, percatándose de cómo a Andrea se le iban los ojos por el joven vampiro, el cual le sonrió dulcemente.

—¿Quieren algo de beber?... ¿un café?... ¿un té?... ¿una copa de brandy?... —Edward negó con la cabeza, agradeciendo su total preocupación por atenderle, pero los impropios pensamientos de la chica, casi consiguen que el vampiro se ahogara con su propia ponzoña—. “Si quieres beber de mi húmeda vagina, yo encantada te dejo, papito” —El chico bajó la mirada, apartándose un poco de ella para introducirse en la oficina de Christian, quien le exigió a su secretaria que le trajera un café y a Edward un té, aunque el chico se había negado a beber algo.

—No quiero nada, señorita Andrea… gracias. —Se rehusó nuevamente el vampiro, pero Christian era la mula más terca de todo el mundo, y aunque Edward corcoveara cual caballo salvaje, el magnate siempre pateaba más duro y mejor.

—Tráigale el té… es una orden. —La chica asintió, retirándose a paso rápido hasta el  comedor/cocina de la empresa, mientras Christian aferraba a Edward del brazo para que entrara de una vez por todas.

—Te recuerdo que hoy es jueves, Christian… no viernes por la noche. —Espetó Edward de mala gana.

—Y yo te recuerdo que en mis dominios se hace lo que yo digo. —Christian cerró la puerta tras de sí, apartándose un poco del molesto muchacho, el cual lo fulminó con la mirada.

—Ya veo por qué tu huida del salón de Elena fue directo a uno de tus sitios seguros. —Christian asintió, señalando el sofá de dos plazas que adornaba uno de los costados de la oficina, exigiéndole amablemente que se sentara—. ¡Oh, vaya!… ¿Sabes ser amable? Pensé que también me ordenarías sentarme, así como lo hiciste con la señorita Andrea. —El sonriente hombre de negocios le observó detenidamente, y por alguna extraña razón, aquel juego de arrogancia entre ellos, le estaba pareciendo bastante atrayente y divertido.

—¿Quieres que te lo ordene?... Mmm… veo que después de todo Elena tiene razón. —Christian se acercó al sofá, siendo él quien se sentara—. Cuando uno se consagra como el mejor amo del mundo, llega un punto en el que el esclavo no concibe la vida sin que su señor le ordene. —Recordó a Leila, la hermosa joven de cabellos castaños y mirada perdida, la cual en su momento el magnate se la había mostrado a Edward desde sus pensamientos, siendo justamente aquella chica la que perdiera la perspectiva de todo aquel juego de sumisión, haciéndolo parte de su vida al punto de perder la cordura.

—Adiós, Christian. —Aquella repentina reacción de parte de Edward sobresaltó a Christian, incorporándose raudo de su relajada postura sobre el sobra, pretendiendo atenazarle del brazo para que no se fuera, pero en el preciso momento en el que el molesto vampiro abrió la puerta, Andrea venía con una bandeja y dos tazas sobre esta, sonriéndole pícaramente al muchacho, siendo Christian quien saliera a su encuentro, arrebatándole la charola, agradeciendo su total diligencia.

—De nada señor, Grey… —Christian giró sobre sus pies, entregándole la bandeja de plata al chico, quien lo fulminó con la mirada sin pretensión alguna de tomarla, escuchando claramente el susurro intangible que soltó a modo de disculpa.

—Lo siento… ¿Sí?... solo fue una broma. —Le sonrió.

—Una de muy mal gusto. —Levantó las manos, tomando al fin la charola, dejando que el magnate lo encaminara de vuelta al interior de su lujosa oficina, cerrando nuevamente la puerta—. Si accedí a escapar de la posible ridiculización a gran escala que experimentaríamos a manos de Alice y de Mía juntas, no fue para que comenzaras con tus irritables juegos de prepotencia y sumisión conmigo, Christian. —El aludido puso los ojos en blanco.

—¡Oh, vamos!... Y yo que pensé que lo estabas comenzando a disfrutar. —Edward dejó la charola sobre la pequeña mesa frente al sofá, sentándose en el mueble, sin dejar de verle de mala gana—. No me mires así, Edward, sabes que cada arrogancia tuya me la cobraré en cualquiera de los días en los que me perteneces.

—No te pertenezco, Christian. —El magnate se sentó a su lado después de tomar ambas taza, extendiéndole la suya a Edward—. Te recuerdo que todo es hipotético y que… —Volteó a verle, contemplando como el atorrante hombre le miraba con una socarrona sonrisa, esperando a que el chico tomara su taza de té— …¿Qué?... —preguntó al verlo tan cerca de él con aquella sonrisa tan petulante.

—Nada… es solo que me alegra haberte visto un día antes de lo pautado en el contrato. —Edward no supo qué decir, tomando rápidamente la taza de té para disimular, siendo exactamente lo que Christian quería que hiciera—. Sé que ambos hemos estado ocupados, pero también deseosos de vernos… ¿no es así? —Edward alzó una de sus cejas en un gesto irónico, fingiendo beber un poco de su taza de té.

—Bueno, Christian, yo no lo catalogaría como “deseoso de verte” pero… —Le dio una mirada de refilón, concluyendo su alegato— …sí, quería verte antes de lo de la exhibición de arte. —Dejó la taza de té sobre la mesa, extrayendo del bolsillo de su pantalón su cartera, sacando de esta una de las entradas—. Quería entregarte esto. —Christian no podía creer que el chico solo deseaba verlo para darle la estúpida entrada al evento de caridad, deseando romperla en mil pedazos y rehusarse a ir, pero supo que aquello cabrearía al chico.

—Gracias… —Se apartó de Edward con el semblante serio, guardándose la entrada en el bolsillo de su saco.

—¿Ya sabes quiénes serán nuestras acompañantes? —Christian estuvo a punto de decirle que irían con la señorita quemierdaimporta, pero se contuvo, dejando su taza de café junto a la de Edward.

—No… —Edward por supuesto sabía que aquello lo había sacado de su confortable y grato momento, sintiéndose un poco culpable al respecto, ya que como su psicólogo y amigo, él debía mantener al hombre feliz y no irritarle—. Todo es adquirible, Edward… así que no te afanes. —El chico pudo percatarse de lo que estaba tramando Christian, respondiéndole después de inclinarse para tomar su taza de té, haciéndose el condescendiente.

—No iré al evento con damas de compañía.

—¿Por qué no, Edward? —preguntó Christian usando un tono de voz odioso, demostrándole al vampiro que estaba comenzando a perder el poco buen humor que tenía.

—No te veo con ese tipo de compañías, tú eres más que eso. —Christian sonrió con ironía.

—Estoy lleno de tantas sombras, de mierda y de basura, que no tienes ni la más remota idea de lo que soy capaz. —Edward abandonó por segunda vez la taza de té, después de haber vertido un poco en la maceta que adornaba la oficina, justo cuando Christian volteó su cara a otro lado con desdén.

—Pues aunque eso sea cierto, no creo que un hombre como tú deba mostrarle al mundo que está lleno de sombras o de basura interior.

—¿Un hombre como yo? —Edward asintió a la pregunta retórica del muchacho—. Dime algo, Edward… ¿a qué te refieres con eso de “Un hombre como yo”? —A lo que Edward respondió, sonriendo de medio lado, consiguiendo que el corazón de Christian se acelerara, ante lo que él percibía como rabia ante aquel gesto, cuando en realidad era algo más complejo que el magnate no lograba vislumbra.

—El amo del universo. —Christian sintió que Edward estaba tomándole el pelo, pretendiendo soltarle alguna de sus bravuconadas, siendo el chico quien volviera a tomar la palabra—. Siempre logras tener todo lo que quieres… ¿no es así? —El magnate le miró fijamente a los ojos—. Aquí estoy… después de tanto luchar para no verte, al final… estamos juntos de nuevo… un día antes de que vuelva a… —Se aclaró la garganta, soltando por lo bajo— …pertenecerte. —Christian lo contempló por largo rato, mientras Edward no deseaba voltear el rostro y chocar sus ojos en contra de los imponentes ojos grises del multimillonario, quien siguió observándole sin pestañear.

—¿A qué estás jugando conmigo, Edward? —Aquello asombró un poco al vampiro, ya que la mente de Christian solo le mostraba el enorme deseo que aquel hombre tenía por azotarle hasta que llorara como un bebito.

—No estoy jugando a nada, Christian… simplemente… —El aludido le interrumpió.

 —Primero me dices que no me perteneces y luego que cuando me pertenezcas nuevamente yo podré esto y aquello… ¿A qué demonios estás jugando conmigo… eh? —Edward al fin volteó a verle, contemplando sus fríos y metálicos ojos grises, los cuales se clavaron implacables sobre el agraciado rostro del vampiro.

—Es que odio la forma en la que lo dices… como si fuera cierto, como si yo te pereciera cuando en realidad es un juego de sumisión que…

—…Que tú pretendes jugar a la inversa conmigo… ¿No es así? —Edward frunció el ceño ante aquello—. Quieres tener poder sobre mí… ¿cierto? —El chico bajó la mirada contemplando la taza de té, sin saber si tomarla y hacerse el desentendido o simplemente responderle con la verdad—. Usas las palabras adecuadas en el momento justo y derrumbas todas mis defensas al punto de querer… —Se calló por unos segundos contemplando como Edward volteó lentamente el rostro, mirándole nuevamente a los ojos, concluyendo lo que el magnate no se atrevía a culminar.

—… Doblegarte para complacerme… En cierto modo así es… —Bajó nuevamente la mirada—. Elena tiene un poco la culpa de eso. —Sonrió con cierta vergüenza—. Ella me dio un arma en tu contra y me gusta usarla. —Volteó el rostro en busca de una respuesta no verbal ni mental de parte del magnate, sino una que le dejara ver en su rostro, lo que sus palabras le hacían sentir—. Me gusta desarmarte y que el Christian amable, complaciente y caballeroso aparezca.

Ninguno de los dos habló, simplemente se contemplaron el uno al otro con tanta intensidad que no fue sino hasta que el corazón de Christian consiguió alterar tanto la sed de sangre de Edward, que el chico tuvo que levantarse del sofá, apartándose rápidamente del alterado hombre, quien sintió una subida de tensión como jamás pensó en llegar a sentir antes, tomando raudo su taza de café, bebiendo todo el contenido de un solo trago, intentando calmar sus alterados temblores.

“¿Qué demonios te ocurre, Christian?... Estás perdiendo la perspectiva de todo y eso no es bueno” Se recostó del sofá, intentando calmar tanto sus nervios como su alterado corazón, mientras que Edward se acercó a la ventana panorámica, contemplando el descenso del sol en el horizonte, el cual ya no golpeaba los cristales del enorme edificio, bañando en tonos ocre y ámbar los edificios del lado izquierdo de la ciudad.

“Estás jugando con fuego, Edward” Se regañó a sí mismo el joven vampiro, aquel que no podía dejar de sentir aquel repentino hormigueo en su rostro, típico de sus sentimientos de vergüenza ante lo que estaba ocurriendo. “Puedes llegar a quemarte severamente y con daños irreparables” acarició su rostro, y por primera vez en mucho tiempo, sintió deseos de que fuese alguien más quien lo hiciera, observando por medio de la mente de Christian, de cómo a cada tanto el incómodo magnate le miraba, dejando caer nuevamente su cabeza hacia atrás contemplando el techo.

“Definitivamente necesito fornicar… el estar tanto tiempo sin sexo es algo que mi cuerpo no logra digerir con facilidad y cualquier objeto de enfoque es bueno para él siempre y cuando logre saciar su incasable sed de lujuria” Edward sonrió ante aquel pensamiento, ya que mientras el magnate moría de sed sexual, el vampiro moría por clavar sus dientes en el primer ser humano frente a él, y por alguna extraña razón, Christian le parecía en aquel momento bastante apetecible.

—Es hermosa la vista desde aquí. —Acotó el chico, intentando romper el incómodo momento entre ambos—. Te imagino contemplativo cuando te sientes abrumado por tanto trabajo. —Christian se incorporó del sofá, después de reacomodar su cabello y su traje, acercándose a Edward.

—Sí… me gusta mirar la ciudad antes de una contienda empresarial. —Se posó junto a Edward, introduciendo ambas manos dentro de los bolsillos de su pantalón—. Me hace sentir libre.

—Sin sombras. —Acotó Edward, volteando a verle, justo cuando Christian lo hizo con una amplia sonrisa, argumentando a sus palabras.

—Así es, Edward… sin sombras.

 

En la ciudad de Port Angeles, exactamente en la librería “Port book and news”, se encontraba Anastasia Steele, quien había sido enviada por la editorial S.I.P. (Seattle Independent Press) para entregar unos cuantos libros ya restaurados y retirar varios más de los polvorientos y enormes estantes de la librería de aquella ciudad, en donde se solían encontrar un gran número de tomos viejos pero originales de grandes escritores que en su momento, habían sido catalogados como noveles, mientras que en nuestra época actual, eran considerados los prodigios de la literatura.

—Creo que esos son todos, señorita Steele. —Acotó el dueño de la librería, entregándole una pesada caja de libros viejos, sin pretensión alguna de ayudarle a llevarlos a las afueras del lugar—. Dígale al señor Jack que esto fue lo pautado por teléfono. —Le entregó un cheque a la chica, la cual contempló las cifras, asintiendo a sus palabras.

—Bien, señor Campbell… Muchas gracias. —Anastasia se guardó el cheque, intentando alzar la pesada caja, justo cuando la puerta de la librería anunció la entrada de un nuevo cliente, mientras la frágil chica terminó cayendo de culo en el suelo, ante lo pesado del contenido en la caja—. ¡Maldición! —Se incorporó, observando el reguero en el suelo, sin saber por dónde comenzar a recoger, atándose una liga en el cabello, y así poder mantener su rostro libre del incómodo cabello.

—¿Te puedo ayudar? —Ana levantó la mirada, encontrándose con un par de jóvenes de tez morena y cuerpos esculturalmente trabajados, consiguiendo de parte de la atontada chica unos cuantos parpadeos, intentando asimilar lo que sus ojos veían.

—¡Oh… sí, por favor… —La joven editora y restauradora se inclinó, tratando de recoger el reguero en el suelo, observando como uno de ellos se le unió, mientras que el otro le entregó un pequeño libro al tendedero, notificándole que ya su amiga lo había terminado y que deseaba obtener otro.

—No eres de por aquí… ¿cierto? —preguntó el joven de cabellos oscuros y mirada penetrante, alzando la caja con total facilidad, justo cuando Ana colocó el último de los libros en su interior.

—No, soy de Seattle… —El joven asintió—. ¿Y tú eres de por aquí? —El atractivo hombre negó con la cabeza, haciendo un ademán hacia la puerta para que la chica la abriera y así poder abandonar la tienda.

—No… soy de Forks. —La chica le preguntó después de abrir la puerta, que hacía en Port Angeles—. Vine a acompañar a mi amigo. —Inclinó la cabeza a un lado, intentando señalar a su acompañante con aquel gesto—. Cada vez que su amor prohibido termina de leer un libro él lo regresa por ella y le lleva otro. —Quiso sonar un poco sarcástico e irónico al decir aquello, siendo el serio joven enfrente del mostrador, quien hablara.

—Te estoy escuchando, Jacob… ¡maldito! —El joven Quileute salió de la tienda sin decir nada al respecto, siguiendo a la hermosa joven de cabellos castaños, la cual le recordó a la antigua Bella, la humana, la dulce y la torpe chica que una vez le había conquistado, sintiendo cierta mezcolanza ante aquello.

—¿Por qué te burlas de tu amigo?... Me parece un gesto muy lindo de su parte llevarle lectura a su amor. —A lo que Jacob respondió con una malévola sonrisa.

—El problema es que su amor es la esposa de alguien más. —Aquello sorprendió a Anastasia.

—¡Oh, vaya!... Lo siento mucho… —Miró hacia la librería, en donde Paul salió con un nuevo libro entre sus manos, guardándoselo dentro de su chamarra—. Es muy triste… —Sacó de su bolso las llaves del auto que Christian una vez le había obsequiado, y el cual ella pretendió devolver, pero el iracundo multimillonario se lo regresó al día siguiente con una nota que le exigía que se quedara con él.

—Sí, bueno… así es la vida. —Ana abrió la portezuela de Audi, para que Jacob dejara la caja en su interior—. En un momento te sientes completamente enamorado y sientes que será para toda la vida y luego te estrellas al darte cuenta que no será así. —Dejó la caja en el interior del auto, cerrando la portezuela—. Lindo auto. —Acotó pretendiendo cambiar de tema, pero Anastasia no tenía la más mínima intención de permitírselo.

—Sí… lindo… y dime algo… —Recordó como lo había llamado su amigo—. Mmm… ¿Jacob? —El joven Quileute asintió—. Hablas como si estuvieses pasando por una ruptura sentimental. —A lo que Jacob acotó, caminando hacia la puerta del piloto, ya que la chica se había movido hacia aquel lugar.

—Justo ahora estoy en planes de divorcio. —Ana se asombró ante aquello—. Y lo peor es que todo se derrumbó después de que los gemelos nacieron. —La chica tornó el rostro triste y cabizbajo.

—¡Omg!... Eso sí me rompe el alma, que los bebés estén de por medio. —Jacob asintió. —¿Puedo saber por qué fue la ruptura de la relación? —El chico sonrió ante la tonta idea de decirle que había sido porque su esposa pertenecía ahora a la raza enemiga, pero sabía que no era el momento para hacer bromas de esa índole, notificándole a continuación.

—Parece tener gustos muy diferentes. —Hizo las comillas en el aire, observando como la chica arrugó la cara en un gesto de total desconocimiento sobre lo que el chico hablaba—. Es lesbiana. —Anastasia abrió los ojos desmesuradamente.

—¡Oh… santa madre!... Aamm... no sé ni qué decir. —Ambos rieron tontamente, mientras Paul se paseaba de un lado a otro sobre la acera, esperando a que Jacob decidiera despedirse de una vez por todas de la muchacha—. Con un monumento como tú de esposo y resulta ser lesbiana… qué horror. —Aquello levantó la destruida autoestima del joven lobo.

—Gracias, ¿señorita?… —Jacob extendió la mano hacia la sonriente chica, la cual parecía haberlo cautivado, esperando a que le dijera su nombre.

—Anastasia… pero mis amigos me dicen, Ana. —Volvió a recordar a su ex mujer y su peculiar forma de presentarse delante de los demás, exigiéndoles que le llamaran Bella en vez de Isabella.

—Un placer conocerte, Anastasia… —Se lo pensó por unos segundos y luego alegó— ¿Ana? —Ella le sonrió, asintiéndole al joven Quileute, quien apretó con mayor fuerza su mano, consiguiendo las quejas de la muchacha.

—¡Auch!... Cuidado, Jacob… me estás lastimando con mi anillo de compromiso. —Aquello fue una repentina sacudida a los apresurados sentimientos de Jacob para con la hermosa mujer de cabellos castaños y mirada inocente—. Bueno… espero algún día volver a coincidir en Port Angeles.

—O en Seattle. —Acotó el chico—. Uno nunca sabe. —Ana asintió—. Cuídate y conduce con cautela, hay un suertudo en Seattle que te espera. —Le abrió la puerta con total caballerosidad, permitiéndole a la joven editora entrar en su auto, mirándole con una pícara sonrisa ante sus palabras—. Adiós, Ana.

—Adiós, Jacob… fue un placer. —Ambos se sonrieron y después de que la joven arrancara el auto, Paul se acercó a su beta, quien no le quitó los ojos de encima a la muchacha.

—Te gustan las de su tipo, ¿no? —preguntó Paul, palmeando el hombro de Jacob—. Cabellos castaños y piel blanca, tontas, torpes y con dos pies izquierdos. —Ambos se miraron a las caras y lo que los transeúntes vieron como un posible enfrentamiento entre ellos, para ambos fue solo una de las tantas bromas pesadas que se jugaban, siendo Jacob quien lo empujara, mientras Paul comenzaba a reír, encaminándose hasta sus motocicletas, sin dejar de bromear sobre aquel tema.

 

Después del incómodo, pero al mismo tiempo agradable momento entre Christian y Edward, los dos caballeros decidieron dejar atrás toda aquella impropia mezcolanza de sentimientos entre ellos que ambos aún no sabían cómo catalogar, cambiando de tema.

—¿Y cómo te fue en tu reunión del lunes? —preguntó Edward tomando asiento frente al escritorio, después de haber esperado por aproximadamente cuarenta y cinco minutos a que Christian culminara una importante llamado de negocios, la cual el joven vampiro presenció, admirando la astucia e inteligencia que tenía el magnate para los negocios.

—Excelente… sin duda este nuevo proyecto será uno de los mejores que he hecho este año. —Edward asintió gratamente—. Ha sido uno de los contratos más prósperos que he firmado. —Ambos volvieron a verse a las caras, siendo Edward quien bajara la suya, al saber lo que Christian diría a continuación—. Después del que firmamos nosotros… claro. —El chico arrugó la cara.

—¿Qué tiene de próspero nuestro contrato?... vivimos más molestos que felices… —Christian sonrió.

—Pues me mantiene muy entretenido ese estire y encoge entre nosotros. —Ambos volvieron a mirarse intensamente a la cara, siendo una vez más el joven vampiro quien la esquivara—. ¿A ti no? —El chico puso los ojos en blanco, encogiéndose de hombros.

—Sí… bueno… no suelo ser masoquista pero… —Christian sonrió con ironía.

—¿No eres masoquista, Edward?... ¡Oh, vamos!... ¿por quién me tomas? —El asombrado vampiro no supo qué refutar ante sus palabras—. Desde que Isabella tuvo a sus bebés… no has hecho más que estar pendiente de ella.

—¿Y eso que tiene que ver? —preguntó Edward arrugando la cara.

—Pues eres más masoquista que yo… es decir… yo evito a Anastasia por todos los medios, pero tú pareces disfrutar el tener a tu ex cerca. —Edward volvió a tornar el rostro molesto, ante las acotaciones del magnate—. La llamas, estás pendiente de ella, y no sé por qué ya que le pertenece a otro hombre. —El vampiro se incorporó de su puesto, gesticulando los brazos.

—Yo ya superé a Bella, Christian… y como ya te he dicho, a ella parecen gustarles las mujeres. —Christian rió.

—¡Oh sí, claro!... —El odioso hombre se levantó de su confortable silla ejecutiva, gesticulando al igual que Edward lo había hecho, sus brazos—. Y de la noche a la mañana tú le crees semejante mentira… ¿no?

—Pues no veo por qué tenga que mentirme… además, ella pasó de ser mi ex a ser mi hermana. —Christian alzó una de sus cejas, en un gesto de total asombro—. Carlisle ha decidido hacerse cargo de ella.

—¿Y es que acaso Isabella no tiene familia? —Edward asintió.

—Es complicado de explicar pero, sí… tiene una familia a la que no puede acceder como solía hacerlo, así que mi padre decidió acogerla en la casa…

—La rechazaron por ser lesbiana… ¿no? —Edward pensó que era mejor hacerle creer al magnate que así era, asintiéndole aunque era completamente falso—. Mmm… comprendo, e imagino que el ex esposo quiere el divorcio. —El chico volvió a asentir.

—Así que prácticamente la chica está sola, Christian… y ni mi familia ni yo pretendemos dejarla abandonada. —El molesto e incómodo hombre arrugó la cara en un gesto de total desprecio hacia aquel empeño de Edward de ayudar a su ex, cuando lo que él sentía por Anastasia era un completo odio hacia su persona.

—Bien… es tu problema… —Se encaminó hacia donde Edward se había puesto de pie, notificándole a continuación—. Espero equivocarme, pero… creo que ella solo quiere una sola cosa. —El joven vampiro preguntó qué era, aunque ya lo había visto en su mente—. Un nuevo padre para sus gemelos. —Edward negó con la cabeza.

—Más bien creo que quiere otra mamá. —Christian apretó los labios—. Yo seré el padrino de ambos niños y… —El ladino magnate soltó una risotada.

—¡Oh… oh…! Así se empieza, Edward… primero lo hace padrino de los críos y luego el padre y de la noche a la mañana pasan de ser compadres a amantes. —El divertido vampiro decidió tensar la cuerda entre ellos, soltando algo que de seguro Christian jamás se esperaría del tímido muchacho.

—Suenas como celoso, Christian. —Aquello consiguió un intenso rubor en el rostro del serio magnate, el cual se apartó un poco de él, negando con la cabeza.

—No, no… para nada… es solo que te acordarás de mi cuando se te meta a la cama en una de esas noches en las que te quedes en casa de tus padres… —Edward negó con la cabeza.

—Eso no pasará. —Christian se encogió de hombros, escuchando claramente la chillona voz de su hermana en las afueras de su despacho, abriendo los ojos con total asombro.

—No puede ser. —Edward apretó los labios para no soltar una risita burlona al ver la cara de terror de Christian, escuchándole decir a la muchacha.

—¿Puedes decirle al todopoderoso del rey Christian II de la santísima concepción que su hermana, la infanta Mía de la concepción está aquí? —Las carcajadas de Emmett le notificaron al magnate que tanto su hermana como los de Edward estaban en la torre empresarial, desistiendo de negarse al encuentro con su hermana, tan solo para verse bien delante de los familiares del muchacho, algo realmente extraño en Christian.

—Un día de estos encontraré a Mía y a Andrea agarrada de los cabellos… no se soportan. —Edward sonrió, observando cómo Christian abrió la puerta, notificándole en un tono irónico a su hermana—. Pensé que me había desecho de la infanta, pero veo que eres un chicle que se adhiere a mi zapato. —Mía sonrió completamente divertida ante las odiosas palabras de su hermano, aquellas que más que importunarles, le causaban hilaridad—. No me he negado tan solo porque sabía que venías con los hermanos de Edward.

Al decir aquello el joven vampiro se dejó ver desde el interior de la oficina, contemplando a sus dos hermanos, quienes sonrieron al verlo nuevamente, siendo Alice quien se disculpara mentalmente por la intromisión, mientras Emmett le preguntó desde sus pensamientos, si ya había terminado de chupársela al millonario, consiguiendo de parte de Edward una desdeñosa mirada y una grosera seña, mostrándole su dedo medio a su sonriente hermano, sin que nadie más se percatara de ello.

—¡Oh, vamos!... Yo sé que tú me quieres, Christ… —Mía comenzó a llenar de besos a su hermano, mientras la joven secretaria les preguntaba a todos si deseaban algo de beber, contemplando como ambos hermanos negaron con la cabeza, agradeciendo su entera amabilidad.

—Ya, ya… Mía… basta. —Intentó apartarse de ella, siendo aquello completamente inútil—. Pasen, por favor. —Exigió Christian, arrastrando a su hermana al interior de su oficina, dejando que tanto Alice como Emmett entraran al lugar.

—¡Vaya, men!... esto sí que es lujo. —Acotó Emmett admirando todo el mobiliario— Debe ser toda una delicia tirarse a tu secretaria aquí adentro. —Soltó una de sus estruendosas risotadas, mientras que tanto a Edward como a Alice se les caía la cara de vergüenza, siendo precisamente ella, quien le atestara un manotazo.

—¡Por todos los cielos, Emmett!... ¿Cómo se te ocurre preguntar algo como eso? —Edward cubrió su rostro con total vergüenza, mientras Mía soltó al fin a su hermano, preguntándole si era capaz de hacer aquellas cochinadas en su oficina y con esa odiosa secretaria que se gastaba, observando el risueño rostro de Christian, el cual respondió a continuación.

—¿Pues te soy sincero, Emmett?... Jamás he tenido la oportunidad de “tirarme” a alguien en mi oficina. —Christian no era de usar aquel tipo de vocabulario salvo cuando se encontraba sumamente excitado o deseoso de escuchar palabras impropias de sus sumisas o amantes, pero tal parecía que Emmett le caía extrañamente bien, haciéndole recordar a su hermano en cada acotación que el desinhibido vampiro soltaba—. Espero que si algún día se da, sea con la persona adecuada ya que es difícil estar en un lugar que te traiga recuerdos de algo que no pasará nunca más… ¿no te parece? —Emmett asintió.

—Amen, hermano… —Levantó la mano para que Christian chocara la suya en contra de la de él, recibiendo del magnate una respuesta positiva, aunque en otras circunstancias y con otra persona, de seguro se hubiese rehusado a tan ordinaria forma de saludo, tal y como había pasado con el prometido de Anastasia, Jack Hyde, al cual había dejado con la mano extendida y el impropio saludo en la boca.

—Lo siento mucho. —Se disculpó Edward por lo bajo, después de acercarse a Christian—. Emmett es como un niño, dice lo que piensa.

—Y así debe ser… —Acotó el acaudalado hombre con una amplia sonrisa—. Si las personas fuéramos más sinceras y menos políticas, este mundo sería mucho mejor. —Todos asintieron—. ¿Y eso que decidieron seguir a Mía hasta acá? —preguntó un poco intrigado.

—Le dimos el aventón hasta acá, ella quería esperarte, pero al ver que ya estabas aquí, insistió en que subiéramos con ella… lamento si fuimos inoportunos. —Christian negó con la cabeza, ante las palabras de Alice.

—No, no… para nada… —Señaló el sofá—. Tomen asiento. —Pero tanto Alice como Emmett se negaron, mirando a su hermano, notificándole que debían marcharse—. ¿Tan pronto? —preguntó el asombrado magnate, mientras ambos vampiros le notificaron mentalmente a su hermano, lo que había pasado en el salón de Elena, en donde Victoria se había dejado ver con total descaro, corriendo despavorida al ver como Emmett pretendió seguirla.

—Aammm… sí, lo siento Christian, debemos irnos. —El magnate negó con la cabeza—. En verdad lo siento pero acabo de recordar que hay un pequeño inconveniente que resolver y aún me queda un ensayo por entregar para mañana.

—Entiendo. —Acotó aquello con un dejo de tristeza en su cara que no pudo disimular—. Está bien… no hay problema. —Mía también comenzó a hacer pucheros, dando saltitos hacia donde se encontraba Alice para abrazarla, consiguiendo que la vampiresa correspondiera a su efusivo abrazo, percibiendo nuevamente aquella visión en donde la chica se encontraba flotando en un río, ya sin vida, mostrándoselo a Edward.

—Tenemos que cuadrar para volver a vernos, Alice. —La aludida no pudo dejar de ver a su hermano Edward ante aquella visión, notificándole mentalmente que a lo mejor Victoria podría llegar a ser la causante de aquella desgracia, contemplando como su hermano asintió levemente ante aquello.

Todos comenzaron a salir de la oficina, siendo Emmett el primero en abandonar el lujoso recinto empresarial, seguido de ambas féminas, mientras que Edward y Christian fueron los únicos en permanecer en el interior de la oficina muy cerca de la puerta, donde el apuesto vampiro le prometió al magnate.

—Te llamaré esta noche… ¿vale? —Por alguna extraña razón, aquello consiguió mitigar un poco la tristeza que había embargado a Christian, asintiéndole con una amplia sonrisa—. Ya mañana será viernes y… volveré a pertenecerte. —Intentó decirlo lo más bajo que pudo, rogando porque el parloteo que tenía Mía con sus familiares, aminorara un poco la buena audición de sus hermanos.

—¿Lo ansias tanto como yo? —Aquello consiguió en Edward un sentimiento de vergüenza tan grande, que no pudo sostenerle la mirada, bajando la cabeza, después de asentir tímidamente a su pregunta—. Eso me complace sobremanera. —El chico no pudo levantar nuevamente la mirada, regalándole una afable sonrisa, apartándose rápidamente de él, justo cuando Mía trajo consigo a Alice, notificándole a su hermano.

—No te dije, hermanito… pero Alice es clarividente. —Edward se apartó un poco de ellos, mirando a Emmett, el cual hizo el gesto de dibujar círculos alrededor de su oreja, catalogando a la hermana del magnate como una loca de atar—. Anda, Alice… léele la mano a Christian. —El aludido puso los ojos en blanco.

—Por todos los cielos, Mía… yo no creo en esas cosas. —A lo que Mía le exigió, atestándole un manotazo en el hombro y jalando bruscamente su mano.

—Cállate y aguántate. —Todos rieron menos Andrea, intentando mantenerse ocupada y no tener que prestarle atención a las infantiles acotaciones de Mía, la cual incitó a Alice a que le leyera la fortuna a su hermano, aquel que asintió al ver como la menuda chica no pretendía tomar su mano hasta que el magnate se lo permitiera, acotando después de dibujar varias líneas en la palma de su mano como si en verdad intentara leerle el futuro.

—Tendrás una muy larga vida, Christian. —El aludido no pudo evitar levantar la cara y ver en el rostro de Edward aquel gesto vergonzoso que solía mostrar cuando algo le apenaba, sonriendo tímidamente—. Te enamorarás perdidamente de alguien que será tu complemento ideal, y aunque muchos se opongan, ustedes dos lucharán por ese amor. —Christian dejó de ver a Edward, sintiendo cómo un inmenso calor recorrió todo su rostro, mientras Mía daba saltitos de dicha, y Emmett reía ante sus loqueteras—. Tendrás el apoyo incondicional de Mía y también el de tu otro hermano, pero… —Alice soltó la mano de Christian, acotando a continuación— …Antes de que eso pase debes darle a él tu apoyo incondicional primero.

—Aamm… bueno, Alice… Elliot es un poco cerrado, si se fue después de la ruptura que tuvo con Kate es que quiere estar solo. —Alice negó con la cabeza.

—No necesariamente, Christian. —Alice señaló a su hermano—. En su momento Edward hizo lo mismo cuando terminó con Bella. —El avergonzado vampiro miró a otro lado, intentando no ver al magnate, esperando la conclusión de su hermana—. Pero a veces, las personas que sufren se aíslan del resto del mundo intentando comprobar quiénes de sus seres queridos lo aman tanto como para buscarle y demostrarle que es tan importante para ellos, como ellos lo son para él. —Christian sonrió, asintiendo a sus certeras palabras—. Llámalo, búscalo… a lo mejor eso es precisamente lo que él está esperando, que alguno de los dos haga eso por él, que le demuestren cuanto lo extrañan.

Christian y Mía se vieron a las caras, asintiendo a las palabras de la menuda chica, la cual se apartó de ambos hermanos, después de despedirse nuevamente de ellos, volteando el rostro para ver cómo Emmett posaba uno de sus brazos sobre los hombros de Edward, al recordar como varias veces el atolondrado vampiro había hecho precisamente aquello de buscar a su hermano, cuando él más lo necesitaba.

—Gracias, Alice… ya veo por qué Edward te quiere tanto. —La chica sonrió, mirando a su hermano predilecto, el cual estiró el brazo hacia ella para que la menuda vampira se le acercara—. Tomaré tu consejo. —Alice asintió, abrazándose a Edward.

—Nos vamos… hasta mañana, Christian. —Se despidió Edward.

—Hasta mañana… Edward. —Ambos se sonrieron por última vez, siendo el joven vampiro quien incitara a sus hermanos a caminar hasta el ascensor, despidiéndose de todos los presentes, observando por medio de la mente de Christian, cómo él le observaba.

—Me caen de diez los Cullen… ¿Y a ti? —preguntó Mía, sacando a Christian de sus vagas elucubraciones.

—A mí también. —Ambos se introdujeron en la elegante oficina, siendo Christian quien tomara su teléfono celular, buscando un número entre sus contactos.

—¿A quién llamas? —preguntó Mía, justo cuando su hermano la tomó de la mano, llevándola consigo hasta su silla ejecutiva, sentándose sobre esta para luego incitar a su hermana adoptiva, a sentarse en sus piernas, asombrándola aún más.

—¿A quién crees tú? —Mía abrió desmesuradamente sus expresivos ojos, saltando sobre el regazo de su hermano, el cual colocó el teléfono sobre su escritorio activando el altavoz, escuchando como repicó varias veces, pidiéndole a su atolondrada hermana que se controlara, justo cuando la persona del otro lado de la línea, respondió la llamada.

—Espero que el malviviente que está llamando a esta hora, tenga algo importante que decir antes de que lo mande a la mierda. —Mía cubrió su boca intentando no reír, siendo Christian quien hablara, intentando sonar formal y serio.

—No sé exactamente en qué parte del globo terráqueo te encuentras ahora, hermano… pero en Seattle son las tres y media de la tarde. —Un silencio incómodo se hizo entre los tres, dejándose escuchar tan solo la respiración de Elliot, quien preguntó con un leve dejo de inseguridad en sus palabras.

—¿Christian? —El magnate le confirmó sus sospechas, notificándole que en efecto era él, siendo Mía quien hablara.

—Y yo, hermanito… tu loca, bella y estrafalaria hermana. —Le arrojó unos cuantos besos, acercándose al celular de Christian, quien sonrió ante sus muestras de afecto.

 —Aquí en Italia son las tres de la mañana. —Se escuchó un bostezo y luego una maldición, después de escuchar un sonido seco, imaginando que el muchacho se había golpeado con algo.

—¿Estás bien, hermanito? —preguntó Mía, preocupada.

—¿En Italia?... te hacíamos en Ámsterdam, Elliot. —El chico le respondió a Mía que estaba bien, acotando a la pregunta de Christian.

—Se me acabaron las solteras en Ámsterdam, Christian, y vine a fornicar con las de Italia. —Mía puso la boca trompuda ante las puterías de su hermano, mientras Christian soltó una risotada.

—Aammm… me parece perfecto, hermano. —Mía le atestó un manotazo, consiguiendo un jalón de pelos por parte de Christian.

—No es que me moleste la llamada a las tres de la mañana pero… ¿sucede algo? —A Elliot le pareció extraño que después de tantos meses viajando sus hermanos al fin le llamaran, aunque ambos sabían por qué Elliot se había ido de Seattle, intentando olvidar a la señorita Katherine Kavanagh.

—No pasa nada malo, Elliot. —Acotó Christian.

—Simplemente te extrañamos, hermanito bello. —Volvió a arrojarle varios besos lo bastante sonoros para que el chico del otro lado de la línea los escuchara claramente.

—¿Christian? —Elliot intentó llamar la atención de su hermano mayor, quien por supuesto no le mentiría ante lo que pudiese estar pasando en la casa Grey—. ¿Todo está bien? —A lo que Christian alegó.

—Todo está perfectamente bien, Elliot… es solo que… —Se lo pensó por unos segundos, ya que Christian no era de demostrar sus sentimientos, pero desde que había conocido a Edward, toda su vida había cambiado, acotando a continuación—. Te extrañamos, hermano… y queremos que vuelvas. —Mía le dio un beso a Christian ante aquella muestra de afecto para con su hermano, aun a sabiendas de que él no era tan dado a ello.

Un nuevo silencio se hizo presente en la línea telefónica, mientras Christian y Mía esperaron la respuesta de su hermano, la cual se dejó escuchar no con palabras, sino con un llanto que sorprendió a ambos, mirándose rápidamente las caras.

—No llores, Elliot… ¡por favor! —Exigió Mía, intentado no romper en llanto pero aquello era tan difícil como exigirle a la atolondrada muchacha, no soltar uno de sus impropios comentarios, comenzando a llorar.

—Vamos, hombre… no era nuestro intención hacerte sentir mal, solo queríamos que supieras que aquí todos te extrañamos y nos gustaría que volvieras —El magnate permaneció calmo, aunque una pequeña fibra se había movido dentro de su interior.

—Yo también los extraño, muchachos. —Respondió al fin con la voz entrecortada a causa del llanto—. Son unos malditos… ¿lo sabían?... eso no se le hace a un hermano que se ha bebido tres locales nocturnos en una noche y está lidiando con una resaca de tres días seguidos. —Tanto Christian como Mía rieron por lo bajo.

—Lo siento, hermano. —Se disculpó Christian—. Es solo que nos dio un poco de nostalgia.

—Te amamos, Elliot. —gritó Mía sin dejar de abrazar a Christian, recostándose de su hombro como niña pequeña.

—Yo también los amo a pesar de haberme despertado. —Los tres rieron, dando paso a un tercer silencio, siendo el mismo Elliot quien lo rompiera, con algo que los hizo llorar a los tres, sin que Christian pudiese contener sus emociones a pesar de haberlo intentado con todas sus fuerzas—. El saber que tengo unos hermanos tan extraordinarios como ustedes, sin duda me impulsa a querer regresar… porque sin el apoyo incondicional de una familia, simplemente no somos nadie.

Los tres lloraron y rieron a cada tanto, siguiendo la conversación un par de minutos más, entre los recuerdos de lo que una vez compartieron juntos, acabándose todo aquello el día en el que el magnate había tenido la desgracia de conocer a Anastasia Steele, siendo precisamente lo que Grace, la madre adoptiva de ellos, había pensado sobre aquella infructífera relación amorosa, la cual había enviado a su adorado hijo mayor a la depresión absoluta, tomando cartas en el asunto para que la relación que aún existía entre Elliot y Kate, no rompiera internamente al inestable Christian Grey.

 

Emmett intentó por todos los medios de conseguir que su hermano le soltara prenda sobre lo que estaba ocurriendo entre el magnate y él, pero el tímido y cerrado vampiro, trató con todas sus fuerzas de hacerse el desentendido, aunque Alice no ayudaba en lo más mínimo a que el atolondrado de su hermano dejara de insistir con todo aquel tema.

—¡Vamos, Edward!… yo que siempre soy el último en darme cuenta de las cosas, me he percatado de cómo el Ricky Ricón de Seattle te mira, viejo… —El molesto e incómodo vampiro, puso los ojos en blanco.

—No sé de qué me hablas, Emmett. —Acotó Edward recostándose del espaldar de su cama, en donde los tres conversaban amenamente—. No sé de dónde sacas esas locas conclusiones. —A lo que el corpulento vampiro acotó, citando las palabras de Christian.

“¿Lo ansias tanto como yo, Edward?” —Alice cubrió su boca, dejando caer su pequeño cuerpo sobre la cama, comenzando a reír por lo bajo—. Y no creas que no escuché lo que le dijiste tú para que él te preguntara eso. —A Edward se lo estaba llevando un océano de vergüenza a lo más profundo del abismo, ahogándose en él—. “Ya mañana será viernes y volveré a pertenecerte”… ¿Qué mierda es esa de que vas a pertenecerle, men? —El masivamente avergonzado chico se incorporó de la cama, sintiendo que le daría un colapso nervioso, aunque aquello era completamente improbable en un vampiro.

—Ya te he dicho que no se dé que me hablas… creo que el parloteo de Mía te hizo escuchar mal. —Emmett negó una y otra vez con la cabeza, siguiendo a su hermano hasta la cocina de su pequeño departamento.

—¡Oh, no!... A mí no me quieras ver la cara de tonto, men… —Alice se incorporó de la cama, siguiendo a sus dos hermanos, completamente descalza igual que ellos—. Mira… yo siempre he sospechado que tú les tiras petardos a las palomas. —Edward pretendió sacar una de sus bolsas de transfusión de la nevera, fulminando a Emmett con la mirada—. Primero rechazas a Rosalie, después a nuestra prima Katrina Denali, también a Irina y por último desistes con Bella, demostrándonos una vez más que lo tuyo no son las conchas marinas sino los mariscos. —Alice no pudo evitar soltar una risotada, revolcándose de las risas.

—Ya basta, Emmett. —Espetó Edward de muy mal humor—. Por el simple hecho de que todos los hombres babeen por tu esposa menos yo, no quiere decir que sea gay. —El corpulento vampiro asintió—. En cuanto a las primas Denali, lo siento pero soy de los que piensan que la carne de primo no se come. —Emmett puso los ojos en blanco, mirando irónicamente a su pequeña hermana, las cual los contempló a ambos sentada en la encimera de la cocina—. Y en cuanto a Bella, pues… —Se lo pensó por unos segundos, argumentando después de introducir una de las bolsas de sangre en el microonda— …Creo que todo lo que sentía por ella era tan solo por mi frenético delirio por beber su sangre. —Emmett asintió.

—Bien… voy a darte la razón con lo de Bella, pero… ¿las primas Denali?... ¿Es en serio?... vamos, men… ambas están muy lindas y pues… Rosalie es una mujer que despierta en los hombres más que atracción, ella es hermosa, seductora, toda una femme fatale. —A lo que Edward acotó, observando cómo Alice comenzó a mofarse de su atolondrado hermano, remedándole ante los halagos para con su esposa, la cual a ojos de la menuda vampiresa, no se los merecía.

—Pues tu femme fatale a mí no me causa ni cosquillas. —Emmett rió.

—Por eso, hermano, creo que perteneces al mismo gremio de Seth y de Bella. —Edward golpeó el fregadero, doblando el metal de los bordes ante el impacto.

—¡He dicho que ya basta, Emmett! —El aludido se encogió de hombros, alegando que no sabía por qué tanto enfado de su parte, a lo que Alice acotó mirando a Edward.

—¿Por qué mejor no le dices la verdad, Eddy? —El asombrado vampiro fulminó a su hermana con la mirada, contemplando como la chica le escribía por mensajes instantáneos tanto a su esposo como a Rosalie, intentando convencerles para que fueran a Seattle a ayudarles con lo de Victoria—. Emmett no va a dejar de fastidiarte hasta que le digas de qué va ese juego entre Christian y tú.

—Lo sabía… —Argumentó Emmett, saltando como si hubiese ejecutado el touchdown que hiciera ganar a Los Pieles Rojas de Washington—. Tienes algo con el Grey. —Edward sacó la bolsa de sangre ya caliente, arrojándosela rápidamente a su hermano, aunque no lo suficientemente rápido como para que el corpulento vampiro no la atrapara.

—Todo es hipotético, Emmett. —Edward se acercó a su hermano, arrebatándole la bolsa de sangre, y así poder quitarle el tapón donde se colocaba el catéter, comenzando a beber de ella, observando cómo su corpulento hermano le miraba con deseos de probar un poco de aquella mezcla, aun a sabiendas de que Rosalie y sus padres se lo reprocharían—. Es mi forma de intentar entrar en la mente de Christian. —Edward comenzó a contarle a su hermano todo lo del “hipotético” juego entre él y el multimillonario, sin dejar de beber de su bolsa de trasfusión, sirviendo un par de taza de café con la deliciosa liga entre sangre humana y animal, entregándole una a Alice y la otra a su hermano, quien contempló la taza, viendo como Alice no se lo pensó dos veces para beber de aquella mezcla.

Después de un largo rato contándole a su hermano lo que él se estaba planeando para ayudar a Christian con su posible trastorno, Alice ya había logrado tanto convencer a su esposo como a su hermana para que se acercaran a Seattle, sin decirle una sola palabra a Bella, ya que la chica estaba deseosa de poder visitar a Edward, pero todos sabían que la neófita no lograría controlarse con tantos humanos cerca en un solo lugar.

—Por eso le sigo el juego… ¿entiendes? —Emmett ya se había bebido su taza de sangre, mirando a Alice y luego a su hermano, acotando a continuación.

—¿Entonces el Grey sí es desviado pero tú solo le llevas la corriente? —Edward negó con la cabeza, mientras Alice le llamaba burro, consiguiendo de parte de su hermano, una soez respuesta, mostrándole el dedo medio a modo de grosería.

—No, Emmett… Christian tampoco es gay, él solo quiere que yo logré estudiar su peculiar forma de amar a las mujeres, transformándome en su sumiso… hipotético, claro… —Acotó—. Esto es solo un juego y…

—¿Y el piféo entre ustedes dos también es parte del juego? —Edward asintió, agradeciendo a la providencia que su hermano estaba comenzando a entender todo o eso creyó el apuesto vampiro de cabellos cobrizos, esperando la acotación del corpulento vampiro—. Mmm… Sí que son buenos actores, ¿eh? —A lo que Edward preguntó a qué se refería—. Pues él estaba muy encantado de verte en el salón de belleza, su corazón le delataba y a ti no te cabía un grano de arroz en el culo de la dicha. —El molesto vampiro clavó su odiosa y recriminatoria mirada sobre su hermano, quien alegó a continuación—. Y cuando te preguntó lo que yo escuché y ver como asentías a su pregunta, no solo él se ruborizó, tus gestos logran delatar tu vergüenza, hermano… y de eso he sabido percatarme muy bien.

—Todo está planeado, Emmett. —Notificó Edward dándole una mirada de soslayo a Alice, la cual siguió mensajeándose con los hermanos Hale, quienes iban en camino a Seattle.

—Las aceleradas palpitaciones de Christian y tus miraditas furtivas con él, ¿también están planeadas? —Edward no podía creer lo terco que podía llegar a ser su hermano cuando algo se le metía en la cabeza, pero lo cierto era que el apuesto vampiro se engañaba a sí mismo con aquello de que todo era hipotético, cuando el verdadero juego entre ambos hombres ya había empezado, siendo uno en donde la seducción, el anhelo y las ansias comenzaban a ser tan reales que Edward necesitaba mentirse a sí mismo para no asimilar lo que realmente estaba pasando entre ellos.

—Me rindo. —Acotó Edward, arrojando la bolsa de trasfusión de sangre ya vacía al bote de la basura, encaminándose hasta su recamara, negando con la cabeza.

—¿Pero por qué te enojas, men? —Tanto Alice como Emmett le siguieron, entrando justo a Edward a la confortable habitación—. Si tú dices que es hipotético pues lo es… —El serio vampiro asintió—. Y dime una cosa, hermano… —Edward volvió a recostarse del espaldar de su cama, siendo Alice quien encendiera el televisor, comenzando a hacer zapping—. ¿Cómo se hace una mamada hipotética? —Alice no pudo evitar soltar una vez más otra risotada, cubriéndose la boca ante su impropia reacción, pero aquello había sonado tan divertido y original, que no pudo evitar reír a carcajadas.

—Vete a la mierda, Emmett. —El corpulento vampiro soltó una de sus grotescas risotadas, arrojándose sobre Edward, comenzando una batalla campal entre ambos hermanos, los cuales terminaron destrozando la cama, mientras Alice moría de risa en el suelo, hasta que una de sus visiones la sobresaltó, justo cuando el celular de Edward comenzó a sonar—. Diga… —respondió el extrañado vampiro, contemplando a su hermana, la cual le dejó ver desde su revuelta cabecita, lo que la visión le mostraba.

—Hola, Edward… habla José… sé que te vas a molestar porque te estoy llamando y dirás: “De dónde diablos sacó este chico mi número de teléfono”, pero… —Sin duda el serio y extrañado vampiro se preguntó aquello, aunque no lo hizo verbal, esperando a que el chico concluyera su parloteo— …Te estoy llamando porque no se a quien más acudir. —Alice se acercó a su hermano, asintiendo a la petición que el joven fotógrafo aun no le había hecho al vampiro—. Verás… mi amiga, Kate… ya sabes… la ex del hermano del señor Grey, ha estado últimamente muy mal y ella era una de mis anfitrionas para el evento.

Edward le afirmó que le estaba prestando atención, preguntándole qué podía hacer por él para ayudarle, aunque Alice ya se lo había mostrado en su cabeza, sin dejar de asentirle a su hermano, señalándose a sí misma con una amplia sonrisa en los labios.

—Ella dice que sí acudirá… pero la verdad es no creo que asista, últimamente se la pasa ebria, deprimida y llorando por los rincones… creo que aún no asimila la ruptura que tuvo con el fulano y temo que me arruine el evento. —Se hizo una pausa, escuchando a Emmett preguntar con quién diablos hablaba, siendo Alice la que le explicara en voz baja de quién se trataba—. Ya he contactado a todos mis amigos pero nadie puede… ¿Crees que me puedas ayudar con esto?... no sé… ¿recomendarme a alguien? —A lo que Edward respondió, sin deseo alguno de ofrecer a Alice como candidata, ya que lo que menos deseaba el chico era tener a su metiche hermana en el evento.

—Aaammm… Bueno… justo hoy mi hermana vino a visitarme… ella es muy buena anfitriona, en las fiestas de la familia es la que lleva la batuta de todo y…

—¿Y crees que ella quiera ayudarnos sin que le paguemos?... sabes que es un evento de caridad y... —La vampira asintió.

—Por supuesto… ella estaría fascinada de ayudar. —Alice aplaudió encantada de ser una de las anfitrionas, ya que si algo adoraba la vampiresa, eran las fiestas, los festines y los eventos en donde ella dejaba ver todo su conocimiento social y cultural.

—Genial… mándame por mensajería instantánea su foto, su nombre completo, junto al su número de DNI. —Edward le confirmó que así lo haría—. Gracias, Edward, no me equivoqué contigo, eres un amor, en serio…. Gracias… nos vemos mañana. —El chico culmino la llamada, mientras Alice le pasaba por mensajería instantánea su mejor foto para que se la enviara al muchacho, mientras Emmett argumentaba en un tono de voz burlón.

—¡Uuy… “eres un amor”… ese tal José sí que se arrojó a la laguna llena de patos hace años, hermano… y no me vengas a decir que no. —Edward sonrió, enviándole todos los datos al muchacho sobre su hermana, asintiéndole a Emmett.

—Sí, lo es… y no lo disimula para nada. —Alice les exigió que no se burlaran del chico, ya que el ser auténtico no era ningún delito.

—No, no… nadie está diciendo que lo sea… —Argumentó Emmett—. Pero como habla, este chico es de los que parecen querer cortársela. —Se apretó el bulto sintiendo nuevamente una punzada en su ingle.

—No creo que quiera ser mujer, pero sí es bastante amanerado. —Acotó Edward.

—Ya dejen de criticar al chico, que quien tiene rabo de paja no se acerca a la candela… —Tanto Emmett como Edward contemplaron a su hermana, para luego observarse a sí mismos, soltando una risotada.

—¿A qué viene eso, enana? —preguntó Emmett mientras Edward observaba desde la mente de su hermana, varias visiones que ella parecía haber tendido con su musculoso hermano y el pequeño lobo, en donde se jugueteaban en un claro cercano al río, mientras que una nueva visión dio paso a otra muy distinta, en la que tanto Christian como Edward se encontraban frente a aquella hermosa y lujosa casa, siendo el magnate quien le tomara de la mano, incitándole a entrar.

—Nada… yo me entiendo. —Miró fijamente a Edward, quien por supuesto le esquivó la mirada, sin decir ni una sola palabra al respecto, escuchando sonar el timbre de la puerta principal, siendo precisamente Alice quien se levantara, notificándoles a ambos—. Llegaron Rose y Jasper. —Corrió hasta la puerta para dejarles pasar, observando cómo ambos hermanos se encontraban cruzados de brazos, recostados a cada lado del marco, mirándole seriamente.

—Más te vale que haya valido la pena el traerme hasta acá, Alice. —Acotó Rosalie, entrado al interior del departamento, observando escrutadoramente todo el mobiliario mientras Jasper le imitaba, introduciéndose en el sencillo recinto, pretendiendo darle un beso en los labios a Alice, la cual por supuesto se apartó rápidamente de él, esquivando aquel falso beso.

—Valdrá la pena, Rosalie… ya lo verás. —Se encaminó al dormitorio dando saltitos de dicha, mientras Rosalie y Jasper la contemplaban, siendo la rubia quien pusiera los ojos en blanco ante las infantiles actitudes de su hermana, mientras Jasper simplemente sonrió, al percibir los odiosos sentimientos de su melliza, aquellos que a él tanto le fascinaban.

Entraron a la destrozada recamara, observando tanto a Edward como a Emmett intentar reparar la cama lo mejor que pudieron, pero todo aquel armatoste se fue nuevamente al suelo, volteando a ver aquel par de rostros circunspectos, clavar sus odiosos ojos sobre ellos.

—Fue su culpa. —Notificaron ambos hermanos al mismo tiempo, señalándose al unísono, intentando culparse entre ellos, consiguiendo las risitas de Alice.

—No me interesa saber lo que estuvieron haciendo aquí para que esa cama quedara en ese estado. —Acotó Rosalie acercándose a Emmett, el cual le dio un beso en sus carnosos labios, notificándole que estaba feliz de verla, consiguiendo de su seria esposa una sonrisa de medio lado, concluyendo sus reproches—. Vine a que me digan qué es lo que están planeando para atrapar a la pelirroja. —Jasper intentó por segunda vez acceder a su esposa, posando su brazo izquierdo sobre sus hombros, consiguiendo que la menuda vampiresa le dejara.

—Pues sentémonos. —Exigió el dueño del departamento, observando a su incómoda hermana Alice, la cual dejó que Jasper la besara en la comisura de los labios, siendo Edward el único que se percatara de aquel juego de celos que intentaban ejecutar Jasper y Rosalie entre ellos, usando a sus parejas—. Lo bueno es que aún no se ha dicho nada en las noticias, pero Alice habló con Charlie, el padre de Bella y él averiguó que ya saben que las siglas en el cuerpo desmembrado hacen alusión a mi nombre.

—Pero no saben que es por ti… ¿Cierto? —preguntó Jasper, escuchando la respuesta de Edward.

—No… aún no, puede ser cualquier Edward… —Tanto Alice como Emmett comenzaron a contarles lo ocurrido en el salón de belleza en donde la pelirroja había hecho acto de presencia, con la única finalidad de incitar a los dos vampiros, aunque la visión que ambos hermanos le mostraron a Edward, era algo completamente diferente.

—No creo que los esté incitando a ustedes. —Acotó el apuesto vampiro de cabellos cobrizos, elucubrando sobre aquel asunto sobre Victoria—. Ella parecía estar rastreándome… de seguro fue hasta allá con la finalidad de encontrarme, olió mi efluvio y está cazándome. —Los cinco hermanos siguieron con sus conclusiones sobre lo que la peligrosa vampira intentaba conseguir de todo aquel juego del gato y el ratón, siendo Alice quien pidiera silencio al escuchar en el noticiero de la noche, la notificación del encuentro de un nuevo cuerpo mutilado exactamente en seis partes igual que el anterior, sin notificar si habían o no letras en cada pedazo.

—Llamaré a mi amigo el policía, él me dirá si consiguieron letras en este nuevo hallazgo y veremos a qué demonios quiere jugar Victoria. — Notificó Jasper incorporándose del colchón sobre el suelo, comenzando a realizar la llamada, mientras Rosalie le exigió nuevamente a Alice que le explicara para qué la necesitaba en Seattle, escuchando el parloteo de su pequeña hermana, la cual le contó de lo más alegre por qué la había hecho ir a la ciudad y lo que se estaba planeando, poniendo en sobreaviso a todos, ya que Alice había sido nuevamente atacada por flashes de visiones inconexas en donde ocurrirían muchas cosas en el dichoso evento, necesitando la ayuda de todos en aquel lugar.

“¡Genial!... Lo que me faltaba, tener a todos mis hermanos en aquel evento con Christian a mi lado” Pensó en la posibilidad de sentirse expuesto delante de su familia, ya que Jasper podría llegar a percibir los sentimientos de ambos, deseando matar a Alice por aquella nefasta idea. “Yo puedo controlarme, sé que puedo… pero temo que Christian quede a merced del don de mi hermano y eso sí sería contraproducente para poder seguir con mi proyecto de fin de año, sin que ellos se enteren de lo que está ocurriendo entre nosotros” Mientras Edward elucubró sobre el modo de mantener a Jasper lejos del magnate, Rosalie, Alice y Emmett, realizaban planes para ir de compras mañana al mediodía, antes del evento de caridad, en donde muchas cosas podrían llegar a pasar.

Notas finales:

Nota del autor: Mi computador se daño, así que espero sean pacientes, ya que sin eso no puedo seguir actualizando.... saludos


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