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50 Juegos de Codicia y Poder (Ego contra Ego) por ErickDraven666

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Capítulo 16

Confusiones

Al llegar nuevamente a Seattle, Christian pretendió llevar a Edward a un hospital, pero el chico se rehusó rotundamente a ello, notificándole al preocupado magnate, que se encontraba perfectamente bien y que lo único que necesitaba era descansar, encerrándose en su recamara particular, llamando rápidamente a Alice, informándole todo lo ocurrido en Georgia.

—¿Qué raro?... —Comentó Alice—. No la vi venir… —Edward escuchó en la distancia tanto el televisor como la voz de su hermano Emmett, quien parecía estar viendo el partido de futbol.

—Pues a lo mejor estas intentando abarcar muchas cosas en tus visiones, Alice… pero no tienes ni la más remota idea de lo que sentí al verla allí. —Por supuesto que la menuda vampira supo perfectamente lo que su hermano había sentido, un enorme desprecio hacia Victoria y un terror inmensurable, al imaginar que aquella vampiresa le pudiese hacer daño a Christian.

—Tengo mis teorías. —Soltó en un tono de voz picarón, dándole a entender a Edward de lo que hablaba.

—No comiences, Alice. —Edward se arrojó despreocupadamente sobre la cama—. Es solo que no quiero que lastime a nadie por mi culpa, es todo.

—Sí, aja… y yo me volví judía. —Al decir aquello, Emmett soltó una risotada, quitándole el celular a su hermana, notificándole a Edward.

—Jamás te quieras hacer el listo con Alice, hermano… ella es astuta y no se le puede ver la cara… si hubieses visto como manipuló a todos los perros de la reservación… —Soltó una nueva risotada, consiguiendo contagiarle el buen humor a Edward—. Pudo domar hasta a Jacob… nuestra hermanita es de temer, men. —Alice le arrebató el celular, mirándole de malas, mientras el joven vampiro desde Seattle, siguió riendo ante sus locas y atolondradas ocurrencias.

—No fastidies Emm… y ve tu partido tranquilo. —Se escucharon manotazos y risas desde el auricular del celular de Edward, quien imaginó que su rustico y tosco hermano, se jugaba de manos con Alice, recibiendo de parte de la vampira, una cucharada de su propia medicina.

—Enana mal paria… eso es trampa… deja de agarrarme el culo, cochina. —Aquello hizo que Edward soltara una risotada, cubriéndose la boca, ya que si Christian lo escuchaba, de seguro entraría en su alcoba para ver lo que pasaba, pues el vampiro podía leer su mente desde el despacho del magnate, quien aunque intentaba pasar el rato frente al computador, no dejaba de pensar en Edward.

—Pues eso es para que respetes las conversaciones privadas. —Sentenció Alice, notificándole a Edward, intentando retomar su conversación—. Mejor me encerraré en tu alcoba, Eddy… —Se hizo una pausa y luego argumentó—. ¿Aun estás renuente a hablar sobre el tema? —A lo que Edward respondió, colocándose de medio lado sobre la cama, mirando la puerta.

—No hay nada de qué hablar. —Intentó hacerse el desentendido—. Sé que quieres ayudarme, pero es algo que no puedo hablar contigo. —Alice suspiró, preguntándole a continuación.

—¿Y con Bella?... a lo mejor con ella… —Edward le interrumpió.

—No, tampoco quiero hablarlo con ella, Alice… No quiero hablarlo con nadie. —Se hizo un mohín sobre la cama—. Todo fue un mal entendido, un juego pesado que terminó mal y…

—Ay Edward… quien no te conozca que te compre, hermanito. —Aquello consiguió que el vampiro pusiera los ojos en blanco, suspirando pesadamente—. No voy a obligarte a hablar de ello, pero si te obligaré a escucharme. —Edward supo que si culminaba la llamada, ella insistiría hasta que contestara y si apagaba el teléfono era muy capaz de aparecerse en Seattle, trepando por el elegante pent-house hasta su recamara para restregarle lo que le diría a continuación—. Yo sé que tú estás enterado de las muchas conversaciones entre Carlisle y Esme.

Si algo sabia Edward era sobre aquellas conversaciones que sus padres siempre tenían sobre la soledad de su primer hijo adoptivo, quien por más que estuviese cerca de una hermosa vampiresa, para el apuesto inmortal no eran más que eso, unas perfectas muñecas de porcelana, con las que él no deseaba jugar a hacerse el Romeo, ya que para Edward, su corazón no se ganaba con belleza, ni con cosas superfluas, sino con inteligencia y carisma, algo que Christian desbordaba en abundancia.

—Carlisle siempre ha creído que tú eres… Mmm… ya sabes… —Edward no quiso ni siquiera pensar en las palabras que su padre había usado en tantas ocasiones, discutiéndole a su esposa a cerca de que su hijo podría llegar a ser de gustos “versátiles” por no llamarlo de un modo impropio—. Bueno… tú sabes… el punto es que aunque Esme aun cree fervientemente de que tú solo eres muy exigente con las mujeres, tanto Carlisle como yo, e incluso Emmett, creemos que eres…

—…Un desviado. —Edward calló por unos segundos, esperando la acotación de su hermana, aquella que jamás llegó—. Nunca he sentido interés por los hombres, Alice… jamás me ha llamado la atención ningún caballero… —Pensó en decir lo que su hermana ya sabía que diría, callándoselo ante la vergüenza que lo envergaba, siendo ella quien concluyera sus palabras.

—…Hasta que lo conociste a él… ¿No es cierto? —Edward cerró sus ojos y se hizo más pequeño aun sobre la cama, sintiendo una enorme vergüenza carcomerle las entrañas.

—No sé qué paso, Alice… A lo mejor deba alejarme un tiempo de él… eso enfriaría las cosas entre nosotros. —Pero la vampiresa supo de sobra que aunque su hermano y el magnate echaran tierra y mar de por medio, aquel sentimiento jamás se iría ya que ella sabía que Christian se sentía igual o más atraído de lo que se sentía Edward.

—Eso no servirá de nada, Edward… ¿Por qué quieres huir de lo que es más que obvio? —El vampiro abrió lentamente los ojos, al percibir los intranquilos pensamientos del magnate, quien se paseó de un lado a otro frente a la puerta de su recamara después de abandonar su despacho—. Christian esta tan confundido como tú… no sabe qué hacer con lo que siente por ti. —Edward se acomodó mejor sobre la cama, introduciéndose entre las sabanas por si el preocupado hombre decidía entrar—. También piensa en alejarse de ti, pero cuando lo hace un enorme hueco anida en su pecho y eso lo hace desistir, sabe que eres tú quien llena ese vacío en todo su ser y…

—Basta Alice… —La vampiresa calló, escuchando como Edward parecía estar sufriendo, al percibir desde el auricular de su celular una especie de chillido ahogado como si su hermano quisiera llorar sin lograrlo— …Esto me está haciendo mucho daño. —A lo que Alice argumentó.

—Esto no te está haciendo daño, Edward… eres tú quien te haces daño al querer ocultar el sol con un dedo—. El adolorido vampiro siguió gimiendo y quejándose como animal herido—. Lo siento hermanito… lo menos que quiero es que sufras, ya que si hay algo que haga sufrir a las personas como tú… es esconder esos recién adquiridos gustos sexuales, haciéndote sentir miserable. —Lo menos que deseaba el vampiro era darle la razón a su hermana, callando ante sus suposiciones, sin dejar de estar atento ante el ir y venir de Christian, contemplando la sobra que se paseaba de un lado a otro debajo de la puerta.

—No quiero ser etiquetado, Alice. —Su hermana sonrió. —No quiero ser señalado por la sociedad, no quiero…

—¿No quieres ser feliz, Edward? —El aludido cubrió su rostro con las sabanas—. Deja de vivir por los demás una vez en tu vida, por amor a dios… deja de pensar primero en la felicidad de otros y por una vez en tu vida sé un poco egoísta y piensa en ti. —Aquello fue una especie de caricia de parte de su hermana, ya que precisamente en eso estaba pensando no solo Edward sino también Christian, quien elucubró sobre la posibilidad de dejarse llevar por sus sentimientos y no por el que dirán, aferrando con fuerza la manilla de la puerta, con intenciones de entrar.

—Te llamo luego, Alice. —Ella no dijo nada, siendo la primera en culminar la llamada a sabiendas de lo que estaba por ocurrir, dejando que su hermano fuese quien decidiera que sentir y que hacer al respecto, abandonando el teléfono ya bloqueado a un lado, cerrando nuevamente sus ojos al ver como Christian abrió lentamente la puerta, haciéndose el dormido.

“Aun duerme” Pensó el preocupado hombre, pretendiendo cerrar la puerta, recordando lo que había pasado en Georgia, elucubrando sobre sus posibles malestares, acercándose silenciosamente a la cama. “¿Tendrá fiebre?” Edward intentó permanecer calmo, pero el ver lo preocupado que estaba y lo gracioso del asunto, que simplemente intentó no reír ante sus suposiciones.

—¿Edward? —Llamó por lo bajo al muchacho, intentando averiguar si estaba lo suficientemente dormido como para no percibir nada, sentándose a orillas de la cama, colocando su mano izquierda sobre la frente del vampiro, suspirando aliviado. “Esta tan frío como de costumbre” Edward se removió un poco, intentando ocultar su sonrisa sobre la almohada. “Debe estar muy cansado de tanto estudiar”. Christian imaginó que el muchacho se mataba a diario estudiando hasta altas horas de la noche, siendo en su lujoso pent-house en donde pudiese descansar a gusto.

El serio y pensativo multimillonario le contempló entre la penumbra de la oscura recamara, ayudado por las luces exteriores que se colaban por la ventana, las cuales le daban un poco de visualización, aunque no lo suficientemente clara como para darse cuenta de que el vampiro le observaba con los ojos entrecerrados.

“¿Qué voy a hacer contigo, Edward?” Aquello consiguió que el chico cerrara los ojos por completo, sumergiéndose en la mente de Christian, quien siguió contemplándole. “No sé qué te estarás tramando tú para librarte de mí, pero lo que soy yo, no quiero dejarte ir, aunque me dé miedo lo que siento”. Un fuerte e inesperado golpeteó se hizo sentir en el pecho de Edward, mientras que en el de Christian parecían correr desbocados unos cuantos caballos salvajes, demostrándole al vampiro lo agitado que se encontraba. “Le haré caso a Elena y me dejaré llevar” Posó su mano izquierda sobre el muslo derecho de la pierna del vampiro, quien trató de permanecer calmo ante aquel contacto, rememorando junto a Christian las palabras que Elena les había dicho a ambos en su despacho.

—Espero que sigas mis consejos, Edward… Tú solo sigue intentando entenderlo, a lo mejor, ambos llegan a comprenderse mejor de lo que otros u otras han intentando hacerlo… Y como ya dije, las etiquetas son para identificar las marcas, ustedes dos son solo Edward Cullen y Christian Grey y los demás que vayan a señalar a los patasucias.

Ambos sonrieron, Edward oculto entre las sombras y Christian mostrándole hasta a la luna, su hermosa y resplandeciente sonrisa, apretando con fuerzas la pierna de Edward, apartándola rápidamente del muchacho por si el chico se despertaba y se cabreaba ante aquello que solo quiso ser una muestra de cariño.

—Descansa, Edward… —Susurró por lo bajo, levantándose de la cama, dejando escapar desde sus pensamientos. “Dejaré que seas tú quien decida si quieres regresar o no al cuarto rojo”. Llegó hasta la puerta, abriéndola sigilosamente sin hacer el menor ruido. “Y si no deseas volver allí nunca más, lo entenderé…” Volteó a verle antes de abandonar la recamara. “…Porque aunque muera de decepción, intentaré controlar mi amo interior con tal de que no me abandones como todas las demás lo han hecho”. Rememoró cada uno de los momentos en los que había perdido una de sus sumisas, por circunstancias que tuvieron que ver con su dura forma de ser y su elevado ego, siendo el de Anastasia uno de los recuerdos más dolorosos para él, ya que aquella mujer no lo pensó dos veces para marcharse y cambiarlo por el malviviente de Jack Hyde.

Cerró la puerta tras de sí, dejando que el muchacho descansara todo lo que se le diera la gana, pensando si debía llamar o no a Elena y contarle lo que estaba pasando y sobre todo lo confundido que se sentía con todo lo ocurrido, bajando lentamente las escaleras, comenzando a ejecutar la llamada, mientras Edward salió de sus escondrijo de sabanas, recostándose de la puerta corrediza que daba acceso al balcón, admirando la noche.

—No huiré, Christian. —Le prometió al magnate, aunque este no le estuviese escuchando—. Ya no quiero seguir huyendo de mis sentimientos, ya no quiero esconderme y tampoco deseo seguir mintiéndome a mí mismo—. Cerró sus ojos y rememoró el instante en el que Christian le había regalado lo que nadie había conseguido, su primer orgasmo, despertando al fin su cuerpo, siendo su entrepierna la primera en dar señales de vida, erizándosele todo el vello público, sintiéndose avergonzado—. Ya mi cuerpo a expresado lo que siente… veremos si mi corazón consigue abrirse y estar de mutuo acuerdo con mis deseos más reprimidos.

Dejó que el peso de su cuerpo resbalara por la puerta corrediza, cayendo sobre el frío y pulido suelo de mármol, sin dejar de contemplar el firmamento plagado de estrellas, las cuales acompañaban a una resplandeciente media luna.

—Si tú estás dispuesto a abandonar al amo por esto que está naciendo en nuestro interior, yo no dejaré que eso pase… —Se abrazó a sí mismo como si el viento lo estremeciera del frío— …Porque el amo eres tú, Christian… es una parte de ti y no quiero a un ser incompleto, esta vez no me conformaré con un cincuenta por ciento, porque tanto el amo como el caballeroso hombre que se preocupa constantemente por mí, son el cien por ciento de lo que mi yo interior desea conocer en su totalidad con todo y tus sombras. —Al decir aquello, sintió como la fuerte opresión que anidaba en su pecho se desvaneció, demostrándole que Alice tenía razón y que a veces, el mentirse a si mismo era más insoportable que la verdad que pretendía ocultar.

 

Jack contempló la pequeña piscina de aguas cristalinas, las cuales danzaba al compás de cada braceó de parte de Anastasia, mientras el aterrado hombre no pudo dejar de pensar en lo que le había ocurrido anoche, al recibir la visita de aquella enigmática y al mismo tiempo terrorífica mujer, quien le demostró al perturbado hombre que existían fuerzas oscuras mucho peores que la envidia, ya que para el señor Hyde, el odio irrefrenable que sentía por Christian era lo único realmente macabro para él, cuando en realidad habían seres sobrenaturales mucho más aterradores que sus malévolos sentimientos hacía el magnate.

—¿Por qué no entras al agua, amor? —Preguntó Anastasia, posando ambos brazos a orillas de la piscina, contemplando el serio y pensativo rostro de su novio—. No has dejado de estar raro desde que llegué, Jack… ¿Ocurre algo? —El aludido negó con la cabeza, quitándose las gafas oscuras, intentando regalarle una sincera sonrisa.

—No es nada, Ana… tuve una pesadilla y después de eso no pude dormir bien… pero tranquila… ya se me pasará…. Tú sigue nadando y entreteniéndome con ese escultural cuerpo que tienes. —La seria mujer frunció el ceño, recordando lo que había pasado en el museo y como su prometido se había comido con la mirada a aquella despampanante rubia, volteándole los ojos de mala gana.

—Aun no te perdono por lo que me hiciste en la presentación de José… no soy como la mujerzuela esa que estaba con Christian. —Jack volvió a ponerse los lentes, pensando sobre aquel asunto.

“No querida, no eres como esa mujer, ella sí que tiene cuerpo que mostrar” Por unos segundos Jack se dio cuenta al fin de que no amaba a Anastasia, simplemente la deseaba porque le pertenecía a Christian y ahora deseaba a aquella hermosa mujer con todo su ser, ignorando a su prometida. “Si esa pelirroja es en realidad lo que dice ser, podría llegar a ser más poderoso que Grey” Elucubró sobre la posibilidad de asesinarlo o aun peor, de usarlo como bolsa de sangre cada vez que le viniera en ganas beber de él, si aquella fémina le otorgaba lo que le había prometido, la inmortalidad a cambio de acabar con los Grey y los Cullen en el mismo proceso. “Mataría a cualquiera con tal de tener tanto poder como para pisotearte cual cucaracha, Christian” Sonrió maliciosamente, rememorando la conversación que había tenido con Victoria la noche anterior.

Jack había llegado a su confortable casa, después de dejar a Anastasia en su departamento, encendiendo todas las luces de aquel lugar, encontrándose a una hermosa pelirroja de largos cabellos ondulados y piel pálida, la cual le contempló con unos irreales ojos color carmesí, dejando al asombrado hombre pasmado.

—¿Quién demonios eres tú? —La aburrida mujer puso los ojos en blanco, al recordar que todos hacían siempre la misma absurda y estúpida pegunta.

—Soy tu ángel de la guarda… —Se incorporó lentamente del sofá de cuero, dejando el cojín que había estado abrazando a un lado, caminando lentamente hacia el aun asombrado hombre—. Mejor dicho… soy tu demonio de la guarda—. Rió con malicia—. Y vengo a concederte tres deseos. —Rodeó al hombre, observándole detenidamente—. Mmm… Me recuerdas a alguien. —Por unos segundos Victoria rememoró a su amado James, intentando no perder la perspectiva acerca de sus planes, restándole importancia a aquel sentimiento.

—¿Cómo entraste? —preguntó Jack volteando a verle, ya que la mujer siguió rodeándole para contemplarle.

—Por el ático. —Señaló hacia la segunda planta de la casa—. Ustedes los humanos creen que son lugares inaccesibles y siempre los dejan sin cerrojos. —Negó con la cabeza—. Aunque con o sin él, hubiese podido entrar. —Se acercó al confundido hombre por la espalda, aferrándole por ambos brazos, susurrándole al oído—. Vamos Jack, dile a tu hada madrina del averno cuáles son tus deseos más ocultos. —El pasmado hombre se alejó de ella, al percibir su fría piel.

—¿Cómo sabes mi nombre? —Ella volvió a sonreír, intentando acercarse nuevamente al perturbado hombre.

—Me lo dijo un pajarito. —Jack tropezó con el sofá en medio del salón, al intentar apartarse de ella, cayendo sobre él—. Un pajarito que terminó muerto y desmembrado—. El sorprendido hombre intentó levantarse, pero la sensual y desinhibida vampiresa lo mantuvo aprisionado entre su cuerpo y el inmobiliario, notificándole a escasos centímetros de su rostro—. No querrás terminar igual que tu juguetito personal… ¿cierto? —El asustado hombre negó con la cabeza.

—No, claro que no… —Le miró inquiridoramente—. ¿Fuiste tú quien mató a la asistente de mi jefe? —Victoria asintió.

—Me di cuenta que te gustan las pelirrojas y la verdad es que no me agrada la competencia. —Se acercó tanto a Jack que sus labios terminaron rozándose el uno al otro mientras ella hablaba, despertando su sed de sangre—. Ella me dijo muchas cosas sobre ti, Jack… Y me ha parecido tan interesante tu vida, que quiero devolverte todo lo que te han arrebatado… puedo sentir como una fuerte empatía crece en mi interior hacia ti. —Se sentó sobre sus piernas y comenzó a narrarle todo lo que Rhian le había contado, no solo sobre él sino sobre lo que había pasado entre ambos, observando la cara de temor del desvergonzado hombre—. No te asustes, Jack… No vengo a juzgarte… vengo a apoyarte en el deseo de destruir a Christian Grey, pero… —Se incorporó, caminando sugestivamente por el salón— …En el proceso mataremos a los Cullen.

—¿Y quién demonios son los Cullen? —preguntó, pensando en levantarse y salir corriendo hacia la parte trasera de la casa.

—¿Recuerdas al joven psiquiatra que acompañaba el viernes a Christian en el museo de la ciudad? —El tembloroso hombre asintió, preguntándole rápidamente.

—¿Cómo sabes que… —Victoria le hizo callar con un gesto desdeñoso de manos.

—Eso no importa, querido… lo único realmente importante es que ese bastardo hijo de puta, lo quiero ver muerto. —Jack trago grueso, ya que… aunque detestaba a morir a Christian, jamás había pensado en tener la posibilidad de asesinarle—. Y en el proceso, mataremos al señor Grey—. El aun aturdido hombre no supo que pensar, ya que para él, aquella mujer era una completa desconocida, y una total demente.

—¿Cómo haremos eso sin ensuciar nuestra reputación? —Victoria soltó una risotada, lo que le dio más credibilidad a las suposiciones de aquel asustado hombre, quien pensó que a la hermosa pelirroja le faltaban unos cuantos tornillos en la cabeza.

—Te daré las armas para que seas invencible e irreconocible frente a las autoridades. —El incrédulo hombre se incorporó rápidamente de su puesto, preguntándole cuales eran—. Serás inmortal, Jack… Te transformaré en mi nuevo compañero de eternidad. —El perplejo caballero le miró fijamente a los ojos, soltando una risotada.

—¡Ok, ok!... entendí… —Volvió a reír, aferrándose el estomago ante las carcajadas—. No me había dado cuenta. —Señaló sus ojos—. Los pupilentes rojos, la vestimenta, el porte de vampiresa… si, si… te crees la esposa de Herman Monster… —Soltó otra risotada—. Y me quieres convertir en Drácula… ¿No es así? —Jack no había terminado de decir aquello, cuando la mujer lo tomó del cuello, subiendo a velocidad sobrehumana al segundo piso, manteniéndole en vilo desde lo alto de las escaleras, pretendiendo estrellarlo en contra del suelo del primer piso.

—¿De qué te reías? —preguntó la vampiresa, clavando sus malévolos y rojos ojos sobre el aterrado hombre—. Vamos, Jack, yo también quiero reírme contigo… ¿Qué decías sobre Drácula? —El aterrado hombre se sacudió en el aire como sanguijuela, pretendiendo pedir ayuda, consiguiendo que Victoria le soltara, atrapándole tan rápido, que el petrificado hombre ni siquiera se pudo dar cuenta de cuando había bajado las escaleras y como había podido llegar primero que él a la plata baja.

—¿Pero como… —Balbuceó el acojonado hombre, mirando a la segunda planta y luego a la mujer que lo sostuvo entre sus brazos como si fuese tan solo un crío— …estabas arriba y luego… —La miró nuevamente, percatándose al fin de la fuerza que posea aquella mujer, saltando desde sus brazos hasta el suelo, intentando apartarse de ella— …Aléjate de mí. —Victoria rió.

—¡Oh vamos!... tranquilo Jack, si quisiera matarte ya lo habría hecho… —Tomó el pequeño adorno que estaba en una rinconera, la cual se encontraba a un costado de las escaleras—. Bien decía mi difunto y amado James… “No juegues con la comida, querida… solo comételo y ya” —Soltó una nueva oleada de risas burlonas, las cuales consiguieron en el espantado hombre el efecto deseado, que se turbara aun más—. ¿Vas a seguir riéndote de mí, Jack? —El aludido negó una y otra vez con la cabeza, sin poder contener sus temblores.

—No… no… ya, ya entendí… —La vampiresa asintió complacida—. ¿Qué… que quieres de mí? —A lo que Victoria respondió, dejando nuevamente el adorno sobre el soporte lateral, acercándose a gran velocidad, consiguiendo que el amedrentado hombre gritara como niña de cinco años, aferrándose al barandal de las escaleras, esperando lo peor.

—Quiero que dejes de ser un perdedor, quiero regalarte la inmortalidad… puedes ser un Dios entre simples mortales, pero debes jurarme lealtad y prometerme que acabaremos tanto con los Cullen como con los Grey de una vez por todas y para siempre.

Después de eso, la vampiresa consiguió calmar un poco los alterados nervios del aterrorizado hombre, quien escuchó atento todo el plan que se estaba ejecutando en contra de ambas familias, deseando acabar primero con los Grey y así lastimar a Edward en donde tanto le dolía, en sus seres queridos.

“Entonces mis sospechas son ciertas”. Jack recordó lo que Victoria le había dicho a cerca de los gustos sexuales del vampiro, poniéndolo delante del odioso hombre como un completo desviado. “Te estás follando al doctorcito”. Sonrió mirando a Anastasia nadar cual sirena en el agua. “Si supieras que tu adorado Grey ahora le gusta mamar pollas” Intentó no reír cubriéndose la boca. “Lástima que no puedo decir nada o la pelirroja demente me mataría”. Si bien era cierto que aun no podía creer en la existencia de vampiros, para Jack era un aliciente a callar y hacer todo lo que Victoria le exigiera. “Un Dios entre mortales… eso me gusta”. Pensó nuevamente en la posibilidad de ser inmortal y sobre todo de ser tan o más poderoso que la vampiresa, soñando despierto con delirios de grandeza, mientras su novia solo pensaba en su vestido de bodas, sin saber que su prometido muy pronto la dejaría con los bucles hechos y la fiesta armada.

 

Después de la reunión extraoficial que habían tenido los Cullen con los Quileutes, Emmett y Seth habían quedado de verse al día siguiente en el claro donde solían jugar beisbol con su familia, notificándole al muchacho después de arribar al lugar.

—Aquí es… —Señaló el campo—. Cada vez que se avecina una tormenta mi familia y yo jugamos un partido de Beisbol—. Seth contempló todo el lugar, preguntándole el porqué solo lo hacía cuando había tormenta—. Porque cada batazo que damos suena como un relámpago… así pasamos desapercibidos—. El chico asintió.

—¡Vaya!... y yo que creí que en verdad eran los truenos que cada vez se hacían más fuertes. —Emmett rió.

—Bueno men… ¿Qué dices? —Le preguntó al más joven de los Quileutes—. ¿Crees que los chicos acepten tener un partido amistoso con nosotros? —Seth se encogió de hombros.

—No lo sé, viejo… pueden haber congeniado en lo de atrapar a la vampiresa porque a todos nos interesa la muerte de esa malnacida. —Emmett asintió—. Pero no sé si quieran jugar un partido con ustedes.

—Bueno enano… tú tocas la puerta, si te salen los perros con mal de rabia solo corre—. Seth rió ante sus locas ocurrencias y buen humor—. Pero si solo gruñen les rascas las orejitas a ver quien se apunta al partido. —El chico asintió.

—Vale Emmett… lo intentaré. —El corpulento vampiro sacó una pelota del interior de su cacheta deportiva, arrojándosela al muchacho, quien la atrapó rápidamente—. Tal vez sea buena idea esperar a regresar de la cacería de zorras. —Emmett sonrió ante las vulgares palabras del jovenzuelo, refiriéndose a Victoria como una cualquiera.

—Me parece perfecto. —Acotó Emmett, recibiendo de vuelta la pelota, atrapándola sin problemas—. ¿Qué piensas decir para que tu madre te deje ir? —preguntó, arrojándole nuevamente la esfera de cuero.

—Leah se encargará de eso… ella siempre sabe cómo llevar a mi madre. —Alegó después de atrapar la pelota, devolviéndosela al vampiro con todas sus fuerzas.

—¿Te imaginas tan siquiera lo que Alice intenta hacer? —Seth puso los ojos en blanco a la espera de que el corpulento inmortal le arrojara nuevamente la pelota—. No quiero ni imaginarme eso… seis vampiros y seis lobos en un mismo lugar… creo que terminaremos matándonos los unos a los otros antes de que atrapemos a Victoria—. Seth rió, alegando a continuación.

—Tranquilo grandote… yo te defenderé de Paul—. Aquello consiguió que Emmett soltara una risotada.

—Como si necesitara que un perrito pequinés venga a defenderme de un labrador. —Seth rió a carcajadas.

—Por mi parte no habrá problemas, Emmett… sabes que eres mi amigo. —El vampiro al fin arrojó la pelota, intentando no darle mucha importancia a sus palabras, aunque la realidad era que el vampiro apreciaba bastante al muchacho, no solo por su carisma y buen sentido del humor, sino porque era uno de los pocos seres que apreciaba al musculoso inmortal tal cual era, con sus defectos y virtudes.

—Por mi parte tampoco, cachorro. —Cada vez que Emmett le llamaba de aquel modo, el estomago del muchacho daba un giro de ciento ochenta grados, haciéndole sentir mariposas en su interior—. También te considero mi amigazo, pero Paul… Mmm… ya sabes… Me odia a mí y yo a él, sin contar con el desprecio que Bella le tiene. —El chico puso los ojos en blanco, arrojándole de vuelta la pelota.

—Tranquilo… entre nuestro alfa y nuestro Beta, intentaremos mantenerlos a raya, y Embry pues… es neutral. —Emmett atrapó la esfera, asintiendo a sus palabras.

—Pues eso espero. —Se acercó al pequeño joven de tez bronceada, espelucándole el cabello—. No quiero ser quien arruine el plan de la enana… ven, acompáñame a casa. —Emmett comenzó a caminar, incitando al muchacho a seguirle, aquel que se lo pensó por unos segundos, caminando detrás de Emmett al ver como el vampiro lo incitaba—. Muévete peque… no tengas miedo… en casa no comemos canes… solo osos, venados y pumas… los perros nos dan mala digestión. —Seth soltó una risotada.

—Eso me hace sentir un poco alivio. —Ambos rieron—. Y cuéntame… ¿Tú y tu esposa postergaron el viaje a Vancouver? —Quiso saber, observando cómo su amigo asintió a su interrogante, sin dejar de caminar.

—Con este rollo de la pelirroja ya no viajaremos. —Seth sonrió más que feliz al saber que no se iría de Forks y sobre todo que compartiría varios días a su lado, aunque su esposa y el resto de su familia también estarían cerca de ellos—. Es lo único que le agradezco a esa maldita pelirroja.

“Y yo” Pensó Seth, aunque no podía dejar de odiarla como lo hacía, al ser ella la causante de la muerte de su padre. “Algo bueno ha surgido de todo esto”. Intentó cubrir su picara sonrisa, bajando al cara.

—Ven… entremos… —Seth se quedó inmóvil en el umbral de la hermosa casa de los Cullen, la cual siempre había visto desde lejos, sin deseo alguno de entrar—. Vamos hombre, pasa… —Justo cuando el chico se decidió a entrar, Carlisle y Esme comenzaron a descender por las escaleras, observando al muchacho.

—Hola… —Saludó Esme, sonriéndole gratamente—. Tú debes ser Seth, el nuevo amigo de Emmett

—El único amigo, de hecho. —Tanto Carlisle como su esposa sonrieron, contemplando al muchacho—. Seth ellos son mis padres adoptivos, Esme y Carlisle. —El joven Quileute se acercó a ellos, extendiendo su mano hacia la vampiresa, para luego estrechar con firmeza la del líder del clan Olympic.

—Mucho gusto, señora… —Miró a Carlisle—. Al doctor ya lo conocía desde hacia tiempo—. El galeno asintió—. A la señora Esme solo la había visto en el alumbramiento de Bella—. La sonriente y maternal mujer asintió a sus palabras—. Un placer verles.

—El placer es nuestro, joven Clearwater. —Las palabras de Carlisle lo hicieron sentir un poco extraño y acartonado ante tanto protocolo.

—Seth… solo llámenme Seth… ¿está bien? —Ambos padres asintieron, volteando a ver hacia la puerta que daba a la cocina, la cual se abrió rápidamente, ante la llegada de los demás miembros de la familia, siendo Jasper quien acotara al verte.

—¡Oh vaya!... les dije que algo apestaba en la casa. —Alice miró a su esposo de mala gana, mientras Rosalie sonreía, observando al pequeño chico lobo.

—¡Jasper, querido!... eso no es muy amable de tu parte. —Argumentó Esme intentado no perder su dulce sonrisa y su amable y maternal semblante, consiguiendo que Jasper simplemente se encogiera de hombros, cruzándose los brazos.

—Sera mejor que me vaya. —Notificó Seth, mirando a su amigo.

—¿Qué?...no hombre… no te vayas… aun no te muestro la consola de videojuegos que tengo… —Señaló a su odioso hermano—. No le hagas caso a Jasper, creo que lo que apesta es su boca, ya que nunca tiene algo amable que decir… —Se acercó a Seth susurrándole por lo bajo— … Creo que su madre biológica lo alimentó con ácido muriático y formol… por eso es así de insufrible. —Esme apretó los labios al igual que Carlisle, siendo Alice la única en reír igual que lo hizo Seth, quien asintió a sus palabras, sintiéndose un poco mejor.

—No le veo la gracia, Alice. —Pero los reproches de Jasper no consiguieron que la pequeña vampira dejara de reír.

—Y mira que yo en cambio le veo mucha gracia. —Su esposo la fulminó nuevamente con la mirada, siendo Rosalie la que se acercara al molesto vampiro, acariciándole sus rubios cabellos.

—Tranquilo mellizo, sabes que Emmett solo esta bromeando… ¿no es así grandote? —El aludido asintió, esperando a que su esposa se acercara, abrazándole con todas sus fuerzas, depositando un candente beso en los labios del vampiro.

Aquello por supuesto incomodó a los presentes, ya que tanto los líderes del clan Olympic como la misma Alice, sabían de sobra que solo lo hacía con la única intención de incomodarlos a todos y sobre todo a Jasper, a quien se lo estaba llevando el diablo ante los celos, mirado a otro lado, mientras que Seth sintió deseos de desaparecer, comenzando a caminar hacia la puerta principal, siendo precisamente Rosalie quien detuviera su rápida huida.

—Tú debes ser Seth… ¿No es así? —El chico detuvo su andar, volteando a ver a la hermosa vampiresa.

—Sí, así es… —Rosalie se acercó al pequeño rapaz, extendiendo su mano hacia él.

—Mucho gusto… soy Rosalie. —El chico no supo si negarse a tomar su mano y ser cortés o hacerse el valiente y dejarla con el saludo, percatándose de cómo todos le miraban, aferrado al fin su mano, intentando permanecer calmo.

—Un gusto, señora Cullen. —Aquello le dio en la madre a Jasper, ya que él adoraba que su melliza usara su apellido de soltera, el cual era el mismo que el de él… Hale—. No quiero ser grosero pero debo irme. —Soltó al fin la mano de la vampiresa, quien le contempló escrutadoramente, acotando a continuación.

—Emmett siempre habla de ti. —Aquello sorprendió a Seth. —Sí… todo el tiempo habla de su amigo el gay—. Jasper sonrió con malicia.

—¿Rosalie?... eso es muy grosero de tu parte.

—¿Por qué?... —pregunto la rubia mirando a Carlisle—. No dije nada malo… es verdad… eres homosexual… ¿no es así? —Seth miró a Emmett, quien no supo que decir o que hacer ante las palabras de su esposa—. No dije algo que no fuese cierto… supongo que tu estas muy orgulloso de serlo… ¿no? —El chico asintió.

—Sí… lo estoy… —Miró a Emmett con el ceño fruncido y luego de despedirse lo más amable que pudo de todos los presentes, salió de la casa como alma que lleva al diablo, siendo Emmett quien le reprochara a su esposa.

—Gracias, Rose… en serio te lo agradezco… —Se acercó a la puerta, escuchándole hablar nuevamente a su esposa, quien le preguntó a donde se dirigía—. A disculparme con mi amigo… no tenias derecho a decir eso, yo jamás me he referido a él como “el chico gay” jamás… siempre lo he llamado por su nombre… esta vez te pasaste, Rosalie. —Salió corriendo tras el muchacho, quien ya había entrado en fase, perdiéndose entre el follaje del inmenso bosque de Forks.

 

La hermosa melodía que Christian tocaba en el piano, mantuvo a Edward ensimismado. Si bien era cierto que aquella tonada la había compuesto el magnate, el vampiro la había mejorado considerablemente y el hecho de que el intranquilo y melancólico hombre parecía ejecutar a la perfección dicha melodía cuando se encontraba taciturno, para el joven psicólogo no dejaba de sonar triste y deprimente, percatándose de cada uno de los temores de su amo, quien elucubró sobre como de una forma u otra, él podría llegar a perder al chico para siempre.

“Si no es hoy, será mañana o cuando se termine su proyecto universitario… el punto es que de alguna u otra forma saldrás de mi vida para siempre” Pensó Christian consiguiendo que Edward abriera los ojos, sin dejar de estar aferrado del barandal de las escaleras, desde donde contemplaba el tétrico concierto. “¿Por qué si era algo que quería tanto, ahora me entristece?” Se preguntó internamente sin dejar de tocar, contemplando la nueva partitura que el joven vampiro había tenido que reescribir, ya que la otra se había dañado ante los borrones y el rebujado que Christian le había causado.

Edward elucubró sobre lo mismo… ¿Por qué si tanto le había odiado en el comienzo, ahora no deseaba alejarse de él por más que lo intentara?, si bien en su momento había pensado en irse a Forks ante lo ocurrido en el cuarto rojo, ahora en lo único que podía pensar el chico era en protegerlo, en mantenerse a su lado lo más que pudiera y sobre todo intentar devolverle al magnate su vida tal y como había sido antes de conocerle, sintiendo nuevamente aquella culpa que lo carcomía al darse cuenta de que todo lo que tocaba terminaba destruido, tal y como hizo con la relación entre Jacob y Bella.

“A lo mejor debería entregarme a Victoria” Pensó creyendo que era lo mejor que podía hacer por el bien de todos. “Si muero, a lo mejor todas las penurias de mi familia terminan” Imaginó la posibilidad de ello y el cómo podría hacérselo saber a Victoria, a ver si la vampiresa aceptaba de una vez por todas dejar en paz a sus seres queridos. “No quiero perderlos, no quiero traerle más problemas a nadie… quiero que Christian siga su vida tal cual la llevaba ante de saber de mi existencia” Se recostó sobre los escalones, haciéndose un mohín sobre ellos, dejando que todo su dolor y su lacerante forma de ser lo martirizara por un buen rato, al punto de sentir que necesitaba llorar, ahogándose en un mar de desconsuelo.

La melodía siguió resonando por todo el lugar por un rato, hasta que Christian dejo de tocar, golpeando el teclado con cierta brusquedad, creando un estruendoso sonido discordante, el cual retumbó por todo el pent-house, consiguiendo que Edward se incorporara raudo de su relajada postura, subiendo las escaleras.

—No, no… no… —Golpeó nuevamente el teclado, consiguiendo que Edward detuviera su rápida huida, mirando hacia abajo—. No puedes tener razón, Elena… —Las palabras de Christian consiguieron que el vampiro buscara en el interior de sus pensamientos, algún indicio que le indicara, por qué se había molestado tanto y sobre todo, que tenía que ver Elena en todo esto, ya que si bien él supo que el magnate le había llamado, no le prestó atención a la conversación, intentando pasar el rato leyendo uno de sus enormes tomos de psicología.

Christian comenzó a recordar lo que había hablado con Elena, la cual le había exigido que no dejara ir al muchacho, notificándole que Edward era la persona más extraordinaria del mundo, ya que si había despertado en tan poco tiempo su interés por él a pesar de que no pertenecía al sexo opuesto, era porque en realidad sentía algo autentico por aquel muchacho, por sobre sus peculiares deseos carnales de sodomización.

“No te pueden gustar los hombres, Christian”. Se reprochó a sí mismo, incorporándose de su asiento. “No te puede gustar él… lo odiabas tanto como para ridiculizarlo, para destruir su futuro como psiquiatra y ahora en lo único que piensas es en cuidarle, protegerle y sobre todo, llevarlo nuevamente a tu lugar seguro”. Si bien era cierto que ambos se habían odiado ante lo ocurrido la noche del viernes, ahora no sabían cómo hacerle saber al otro sus deseos sin verse como un par de desviados, ya que ambos sentían demasiada curiosidad por saber lo que sucedería en un segundo encuentro sadomasoquista.

Para Edward aquel don que poseía a veces resultaba ser una maldición, el poder leer sus pensamientos y saber lo que él deseaba era un aliciente para sus recién despertados deseos, pero se sentía tan confundido y al mismo tiempo tan avergonzado ante sus curiosos anhelos, que lo único que sabía hacer era esconderse y ahogarse en un océano de confusiones, en vez de buscar el modo de descubrir lo que realmente pasaba.

Entró a su recamara y se percató de un mensaje de texto de parte de Alice y otro de Emmett, siendo el de su hermano el primero en abrir, a sabiendas de que su hermana se entrometería nuevamente en sus asuntos personales, intentando ignorarle.

[No me permiten decir nada hermano, pero la enana y yo te tenemos una sorpresa]

Hubieron varios mensajes más en donde le contaba lo ocurrido en la casa con su amigo Seth, respondiéndole que no le hiciera caso a Rosalie, rogando porque la sorpresa no tuviese que ver con algo malo, abriendo lentamente el de Alice, leyendo mientras Christian se paseaba de un lado a otro en el amplio salón, bebiendo uno de sus tragos de brandy.

[Ve al cuarto rojo, termina de limpiar el reguero que ocasionaste y simplemente déjalo fluir]

Ya no era un hormigueo lo que percibía en su rostro ante la vergüenza, era un inmenso sofocón a causa del bochorno que sentía, al darse cuente de como su hermana era tan cotilla y sobre todo tan metiche, arrojando el celular sobre la cama, sin pretensión alguna de responder aquel mensaje, cubriendo su cara con la almohada después de sentarse.

Después de un largo rato elucubrando sobre aquel mensaje, y observando los diversos pensamientos que atormentaban a Christian se incorporó rápidamente de la cama, suspirando como si necesitara calmar los crecientes nervioso que le habían atacado ante la sola idea de hacerle caso a Alice, pero si bien era cierto que jamás había tenido suerte en la vida siguiendo sus propias corazonadas, a lo mejor, dejándose guiar por su hermana, las cosas no irían tan mal como estaban yendo justo ahora.

Caminó nuevamente descalzo por el frío suelo de la segunda planta, introduciéndose lentamente en el cuarto rojo, justo cuando Christian terminó su trago, resignándose a no tener su segunda sesión con el muchacho, al pensar que aun dormía, abandonando el vaso sobre la encimera de licores, comenzando a subir con parsimonia las escaleras, mientras el joven universitario recogía el poco destrozos que aún quedaba en aquel lugar, pensando si debía huir nuevamente hacia su recamara o dejar que el magnate lo encontrara y ver qué pasaba.

Terminó de subir las escaleras, percatándose de como la puerta de la recamara de Edward se encontraba abierta, asomándose al interior del oscuro lugar, dándose cuenta de que el muchacho no estaba, pensando en que podría estar en el baño, pero el ruido proveniente del cuarto rojo llamó su atención, encaminándose rápidamente hacía aquel lugar, contemplando completamente asombrado como el chico organizaba los látigos.

—Aammm… —Miró hacia la puerta del cuarto del chico, para volver a posar sus ojos sobre el interior del cuarto rojo, intentando asimilar lo que sus ojos veían—. Te… te hacía dormido. —Acotó al fin con cierto escepticismo.

—Sí… lo estaba, pero tu concierto me despertó y…. —Terminó de colocar el ultimo látigo en su sitio, notificándole a continuación— …Quería resarcir lo que había hecho ayer. —Christian entró en el cuarto, dejando la puerta abierta, dándole a entender a Edward que aunque le agradaba verlo allí, no estaba obligado a quedarse y que podía irse cuando quisiera—. Me comporté como un niño malcriado y destruí todo tu “lugar seguro” —A lo que Christian alegó.

—Yo destruí más que eso. —Aquello consiguió que Edward le mirara—. Tienes razón, me pasé de la raya y aunque ya te expliqué que no puedo huirle a una contienda de egos, tampoco debí arrojar al caño la creciente amistad que nos une… yo creo que…

—Está bien, Christian… ya todo pasó y ambos nos dimos cuenta de que nos pasamos de la raya. —Edward se apartó del mobiliario de tortura, inspeccionando los pequeños gaveteros que adornaban los laterales, deseando saber que había dentro.

—El asunto es… —Christian suspiró, intentando calmar sus temores ante lo que Edward diría al escuchar lo que tenía que decir— …que aunque no debimos, sigo sin sentirme culpable. —Tragó grueso y esperó a que el chico hablara, pero lo que menos desea Edward era decir algo que lo comprometiera aún más delante del magnate, haciéndose el desentendido.

—Bueno, es de esperarse en alguien tan descarado como tú… —Señaló el pequeño gavetero de madera—. ¿Puedo? —Christian asintió, esperando a que Edward abriera el diminuto compartimiento donde guardaba diversos juguetes sexuales.

El temeroso e inseguro vampiro abrió con lentitud uno de los compartimientos, consiguiendo dentro varios artefactos de cristal, tomando uno que había llamado su atención, mostrándoselo a Christian, el cual contempló el ovoide instrumento.

—¿Esto qué es? —El magnate imaginó que si le respondía, podría llegar a conseguir un nuevo desvaído de parte del muchacho.

—¿En serio quieres saber? —Edward asintió completamente decidido a demostrarle a Christian que no era tan mojigato como él pensaba—. Es un consolador anal… es como un tapón… una especie de entrenador, ayuda a que las paredes anales se expandan y estén preparadas para la penetración. —Edward no dejó de mirar a Christian totalmente pasmado, mientras que su creciente vergüenza fue haciendo estragos en todo su ser, sintiéndose cada vez más apenado.

—Mmm… ya… —Fue la tonta y tímida respuesta del chico, quien introdujo nuevamente el juguete dentro del pequeño gavetero, señalando el interior—. Todo aquí es de cristal. —Intentó desviar el tema.

—Es más limpio, es fácil de esterilizar y desliza perfectamente cuando se introduce bien lubricado en el…

—Ya entendí… —Acotó Edward, intentando que Christian no dijera más de la cuenta y lo avergonzara el doble de lo que ya estaba—. Veo que compraste algo nuevo. —Señaló lo que en su momento le pareció un paraban de metal.

—Es una pared de acero para inmovilizar al sumiso. —Edward miró el peculiar mueble—. Como vez esta atornillado al suelo y fijado a la cama. —El chico asintió acercándose al artefacto de tortura—. Hace la misma función que la cruz de san Andrés, con la diferencia de que este engloba muchas más posibilidades de sumisión, me da más libertad a la hora de maniatar al esclavo en la posición que se me antoje. —Señaló los diversos garfios que adornaban la enredadera de metal—. Mientras que la Cruz de San Andrés solo cubre una sola posición y tamaño de sumiso, esta pared reforzada sirve para cualquier altura de la que disponga el esclavo. —El vampiro asintió, tomando un par de muñequeras de cuero, las cuales poseían una pequeña esfera de metal, observando los diversos garfios que adornaban el paraban.

—Imagino que esto… —Señaló la muñequera— …trabaja en conjunto con eso. —Miró el paraban de metal, contemplando nuevamente el rostro de Christian, quien asintió a sus palabras.

—En efecto… —Christian tomó la otra muñequera de cuero y pretendió ponérsela al muchacho, quien se tensó mirándole fijamente a los ojos, consiguiendo que el magnate detuviera su rápida y al mismo tiempo inevitable acción de pretender explicarle con hechos y no con palabras para que servía.

—Lo siento, Ed… —Se ruborizó un poco ante su proceder— …sé que a lo mejor lo menos que quieres es esto y yo… —Edward se lo pensó por unos segundos y en un acto reflejo, extendió su mano al frente, dándole a entender a Christian que tenía carta blanca para ejecutar lo que pretendía hacer desde el comienzo—. ¿Puedo? —El vampiro asintió tímidamente bajando la cabeza, lo que por supuesto fue un aliciente para el encantando hombre, a colocarle la muñequera, alzándole la mano al joven psicólogo, para enganchar el aro en uno de los garfios.

Ambos se contemplaron después de eso, uno tan temeroso y apenado que no pudo sostenerle por mucho tiempo la mirada, mientras que el otro le demostró con cada incesante latido de su desbocado corazón, cuán deseoso y complacido estaba ante lo que estaba pasando, percatándose de como Edward le entregó la otra muñequera, ofreciéndole cual condescendiente esclavo, la otra mano.

Christian no pudo más que suspirar, no entendía que estaba pasando, tampoco el porqué de la repentina decisión de Edward a dejarse subyugar nuevamente por quien el día de ayer lo había cabreado tanto que terminó con medio cuarto de tortura destrozado y un mal humor que le duró hasta el mediodía del día siguiente, dándole gracias a la providencia de sus cambio de ánimo y sobre todo de su total aceptación a dejarse sodomizar una vez más por su amo, quien enganchó la otra muñequera a uno de los garfios del lado opuesto del paraban, consiguiendo que el vampiro pareciera el famoso “Hombre de Vitruvio” de Leonardo Da Vinci.

“Logras desconcertarme de un modo en el que no sé ni cómo reaccionar, que decir y mucho menos que hacer, Edward… y aunque no quiera admitirlo, eres tú quien me tiene entre sus manos” Los pensamientos de Christian desestabilizaron tanto a Edward que no pudo ni siquiera levantar la mirada, tomando una posición aún más sumisa de la que ya se encontraba, excitando el doble al magnate.

“Eso no puede ser cierto” Pensó el tembloso vampiro, quien no podía dejar de sentir no solo mariposas en su estómago, sino una parvada de zorros voladores filipinos, el cual era el murciélago más grande del mundo, haciéndole sentir cierto mareo. “Tú no puedes sentir cosas por mí, Christian… somos hombres” Volvió a elucubrar el inquieto inmortal, pero Christian respondió mentalmente a sus inquietudes, como si supiera que el chico pudiese escucharle.

“Esto es tan impropio que no sé qué hacer con lo que has despertado en mí, pero si tú decides seguir, no seré yo quien detenga esto” Se apartó del muchacho, quitándose los zapatos, quedándose descalzo tal cual se encontraba su sumiso, tomando una de sus fustas, al igual que una pequeña mordaza, mostrándosela al muchacho—. ¿Puedo? —Edward asintió después de darle una fugaz mirada al antifaz de seda que le mostraba, dejando que el magnate se lo colocara sobre los ojos, impidiéndole mirarle—. Desabotonaré tu camisa… ¿está bien? —El chico dejo escapar un leve jadeo, bajando aún más la cara, sin decir absolutamente nada, mientras Christian comenzó a abrir su camisa, apartando los faldones a cada lado.

Se apartó un poco de él, y después de tomar impulso comenzó a golpear con la fusta el duro y definido abdomen del muchacho, consiguiendo la rápida respuesta de Edward, quien se estremeció no solo ante el contacto sino ante el sonido que el cuero emitía al impactar en contra de su pétrea piel, lo cual dejó escapar de los labios del vampiro unos leves jadeos, demostrándole a Christian como parecía estarlo disfrutando.

—¿Te gusta? —Deseo escuchar aquella respuesta de los labios del chico, aunque sus gemidos ya se lo estaban demostrando con creces.

—Si… —respondió en su susurro casi intangible, aunque lo suficientemente audible como para que Christian le escuchara, consiguiendo que su amo subiera progresivamente por su pecho, sin dejar de azotarle con la fusta, hasta llegar a sus duros y erectos pezones, golpeándolos salvajemente—. Aaggr… no… please… —El cuerpo de Edward convulsionó de un modo que detuvo el rápido y contundente castigo de Christian, quien ya estaba tan excitado como su sumiso, aquel que dejo ver claramente un duro bulto entre los pliegues de su pantalón, mientras el magnate apretaba con fuerzas su empalmado sexo.

—¿Recuerdas tu palabra clave, Edward? —El chico asintió—. Perfecto. —Christian se acercó lentamente a él, susurrándole al oído, después de soltar su propia entrepierna—. Esta vez no la olvides. —El sumiso asintió nuevamente.

—No lo haré… amo. —Aquel tono de voz sutil y temeroso de parte de Edward, consiguió en Christian un recurrente escalofrío por todo su cuerpo, logrando una involuntaria descarga de pre-cum, lo cual desestabilizó tanto a aquel hombre que no pudo evitar sentir deseos de tocarle, conteniéndose ante la promesa que le había hecho de no pasarse nuevamente de la raya, tanteando lentamente aquel terreno vetado para el magnate, quien dejaría que poco a poco el chico le dejara ir más allá.

Christian acarició con la lengüeta de la fusta todo el torso del muchacho, desde el cuello hasta la pretina del pantalón, mirando el rostro de Edward para ver si se rehusaba a aquel contacto, bajando cada vez más, percatándose de como el chico se estremeció, aferrándose de las barras de acero de la pared que lo maniataba, esperando a que su amo fuese más allá, dejando escapar un impropio jadeo al sentir como la punta de la fusta acarició su glande.

—Aaggr… Mmm… Christian… —El aludido no pudo soportarlo, atestándole dos fuertes fustazos en su entrepierna, mientras se acariciaba la suya—. AAAHHH… no, no… para por favor… para… —Pero Christian no se detendría hasta que Edward hiciera verbal su palabra clave.

—Tu palabra clave, Edward…. —Pero el chico siguió jadeando y estremeciéndose, al recibir cada fustazo, los cuales más que bajar su erecto pene lo estaba llevando cada vez más a un inminente segundo orgasmo.

Christian no pudo más, bajó la cremallera de su pantalón, dejándole ver a Edward por medio de sus pensamientos el tamaño, la dureza y la humedad de un miembro viril que no era el suyo, el cual aunque parecía ser igual, no lo era, ya que el del excitado magnate mostraba unas protuberantes y palpitantes venas, junto a un grueso glande, el cual se encontraba húmedo y colorado, haciéndole sentir a Edward un repentino vahído.

“Jesucristo ten piedad de mí, señor” Negó con la cabeza, intentando no ver los pensamientos de Christian, quien comenzó a masturbarse a sabiendas de que el chico no le estaba mirando o eso creyó él. “Esto no me puede estar pasando, no puedo sentir tantas ganas de más, es impropio, es absurdo.” Pero las crecientes ansias de Edward, junto a la enorme excitación del magnate, consiguieron que ambos hombres se dejaran llevar por sus deseos, gimiendo y estremeciéndose uno en frente del otro, sin pudor alguno y sin poder tocarse.

—¡Quiero que acabes de nuevo, Edward! —Susurró Christian, mostrándole al vampiro por medio de su quejumbrosa voz, de cómo se encontraba tan perturbado como él, temiendo quedar más expuesto aun de lo que ya estaba, ante su creciente excitación, prefiriendo permanecer callado—. Y yo contigo. —El perturbado magnate soltó la fusta, buscando el en interior de uno de sus gaveteros, lo que parecía ser un guante de los que usan los porteros de fútbol, colocándoselo en su mano izquierda.

“¿Por qué no lo dices, Edward?... vamos, detenlo… sabes que no debes entregarte así de fácil, eres un caballero y no eres gay” Pensó el vampiro, pero Christian ya había pulsado el botón que hacía vibrar el guante de goma, aquel que el magnate posó sobre el pecho del muchacho, consiguiendo de él un repentino jadeo y ahogo.

—Quiero acariciar tu entrepierna con esto, Edward. —El chico negó rápidamente con la cabeza—. Por favor… sé que lo deseas tanto o más que yo, no te reprimas. —Se acercó un poco más al vampiro, susurrándole al oído—. Yo también siento vergüenza y mucha confusión pero… —Tragó saliva y luego argumentó, sin dejar de acariciar su duro pene— …Muero por volver a ver ese cuerpo convulsionando ante un inevitable orgasmo y si eso no te da un aliciente… —Pensó en que a lo mejor lo que diría a continuación lo incomodaría demasiado, pero era la única carta que poseía a su favor, jugándose de todas, todas— …Te confesaré que me estoy masturbando justo ahora y sería demasiado espectacular que ambos pudiésemos llegar al éxtasis de la culminación al mismo tiempo, sin tener que tocarnos el uno al otro… ¿Qué dices?

Edward no pudo controlarse más, su sexo escurría líquido seminal ante las intensas ganas de eyacular, asintiendo con toda la vergüenza del mundo reflejada en su cara, consiguiendo que Christian comenzara a acariciar con el guante vibratorio el largo de su predispuesto sexo por sobre la tela, arrancándole al muchacho unos impropios y desinhibidos gemidos, lo que excitó tanto al magnate que no duro más de cinco minutos acariciándole el pene al chico mientras se masturbaba, cuando ambos consiguieron desahogar todas sus ganas guardadas dentro de un closet atiborrado de orgullos, de egos elevados y de una constante vergüenza al qué dirán, las cuales fueron bañadas por un manantial de semen que consiguió por unos instantes, hacerles olvidar todas su preocupaciones y miedos, dejándose vencer por las oleadas de placer que los embargaron a ambos.

—Sangre… —Logró decir Edward al culminar, consiguiendo que Christian intentara controlar sus escalofríos y convulsiones, descolgando ambas muñequeras, lo cual consiguió que el chico cayera al suelo, estremeciéndose ante el fuerte orgasmo, llevándose consigo a Christian, quien cayó a su lado—. No me toques… —Exigió el chico, y aunque el vampiro deseaba todo lo contrario, prefirió no seguir tentando al diablo, arrinconándose a los pies del paraban de metal, haciéndose un mohín entre él artefacto de tortura y el suelo.

—No voy a tocarte, Edward… tranquilo. —Deseó abrazarle, pero se contuvo al darse cuenta de cómo el chico parecía estar sufriendo ante una creciente vergüenza—. Dime que no te arrepientes, por favor—. Pero el apenado vampiro no quiso decir nada, completamente inmóvil en el suelo—. ¿Edward?... háblame te lo ruego. —El recién excitado muchacho se incorporó rápidamente del suelo, quitándose ambas muñequeras, entregándoselas a Christian junto al antifaz que cubrían sus cobrizos ojos—. No me hagas esto, Ed… no me hagas sentir culpable, me he torturado todo el maldito día pensando en lo que está sucediendo entre tú y yo… y te encuentro aquí, predispuesto a una nueva sesión sadomasoquista y ahora vuelves a intentar hacerme sentir culpable de lo que ha ocurrido, pero ¿sabes qué?... —El chico detuvo su rápida huida, aferrándose del marco de la puerta, esperando a que Christian concluyera sus efusivos reproches— …No me arrepiento de lo que paso ayer y mucho menos de lo que ha sucedido hoy… ¿me has oído? —gritó la pregunta completamente exaltado.

Por unos segundos ambos mantuvieron sus posturas rígidas e inalterables, siendo Edward quien volteara lentamente el rostro para verle, sin dejar de aferrar ambos marcos con las manos, como si temiera perder nuevamente el equilibrio y caer al suelo, ante sus temblores.

—No te culpes, Christian… ambos somos culpables. —El magnate negó con la cabeza.

—No hay culpables, Edward… solo hay implicados en lo que parece ser una lucha de egos. —A lo que el vampiro alegó, volteando nuevamente el rostro.

—Pues dejemos que el abogado “circunstancias” y el juez “tiempo” deliberen sobre cómo acabará esta contienda, porque lo que soy yo, no pienso seguir luchando en contra de esto. —El corazón de Christian latió tan rápido que no pudo evitar sentirse agobiado y al mismo tiempo dichoso ante aquella respuesta, escuchando la pregunta del muchacho—. ¿Puedo retirarme?... ¡Por favor!... —El magnate asintió, dejando que su aun tembloroso cuerpo cayera sobre la doselada cama, intentando relajarse, mientras que Edward corrió hasta su recamara, desvistiéndose para ahogar en el interior de la lujosa tina toda su vergüenza y su frustración, manteniéndose sumergido en el agua hasta altas horas de la noche, dejando a Christian pensativo sobre las palabras que el sumiso le había dicho, sin poder conciliar el sueño hasta el amanecer.

Notas finales:

Para los que me han preguntado sobre mi usuario de Wattpad, este es @ErickMartinez244


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