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50 Juegos de Codicia y Poder (Ego contra Ego) por ErickDraven666

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Capítulo 2

Conociéndonos

Los pétalos blancos del árbol de cerezo que adornaba una de las zonas verdes de la universidad, cayeron incesantes cuales copos de nieve sobre el pasto recién cortado que saturaba el aire con su frescor, mientras Edward trataba de leer uno de los grandes tomos psiquiátricos que había adquirido en la biblioteca, pero la conversación que había tenido con Alice la noche anterior, no lo dejó concentrarse en su lectura.

“—Fui a ver a Bella, Edward…”

Le había notificado su hermana sin ningún tipo de tacto hacia lo que él pudiese haber sentido al respecto, imaginando que a lo mejor, era eso precisamente lo que buscaba su hermana, moverle alguna fibra al respecto con aquella acotación inesperada de su parte, ya que Edward había estado reacio a contarle algo sobre su proyecto de tesis lo que por supuesto involucraba hablar del odioso, egocéntrico y extraño señor Grey, rehusándose a abrirse con ella.

“—¿Y?... —Fue la corta y seca respuesta de Edward a la notificación de su hermana, y a pesar de que en efecto había logrado remover todo los recuerdos del pasado, el serio e inmutable vampiro no se lo demostró.

—Se encuentra bastante fea y demacrada. —Edward no supo cómo tomar aquello, ya que los pensamientos de su hermana adoptiva no le decían mucho—. Esa barriga suya parece toda una camada de perros, pobrecita… creo que explotará…

—¿Alice? —le interrumpió Edward con el ceño fruncido—. ¿A qué viniste?... ¿a traerme los tenis, a tortúrame o a averiguar qué demonios estaba pasando con mi vida en estos últimos meses?

—Las tres cosas. —¿Por qué a Edward no le sorprendió aquella sincera y espontánea respuesta de su menuda y atolondrada hermana?... simple, esa era Alice, natural, sin poses ni actitudes hurtadas, ella era así, y eso la convertía en el ser más extraordinario del planeta—. Quería traerte los tenis, ya que se que tus gusto para comprar no son tan bueno como los míos. —Edward rodó los ojos de mala gana, sentándose junto a ella, ya que al llegar al departamento, lo primero que hizo fue cambiarse de ropa y ponerse más cómodo—. También quería ver tu cara de sufrido y saber qué habías hecho sin tu amada hermana. —Edward apretó los labios, tratando de no reírle sus ocurrencias.

—Entiendo… —respondió comenzando a probarse los tenis—. Pues me gustaron los zapatos, gracias. —Se levantó y caminó con ellos­—. En cuanto a lo de Bella, pues… —Se pensó una respuesta que no le demostrara a su hermana que aquel tema aun dolía—. Debe ser feliz con su embarazo… supongo. —Alice alzó una ceja mirándole incrédula—. Y estos últimos meses he estado haciendo lo mismo, estudiando, estudiando y estudiando.

—Que aburrido eres. —Edward volvió a sentarse junto a su hermana, sonriendo con desgano.

—Bueno, Alice, ese soy yo… el aburrido hermano emo y lacerante que se tortura a sí mismo una y otra y otra vez, tan aburrido que iré mañana sábado a la universidad a terminar unos trabajos y a buscar algo interesante que leer.

—Patético. —Ambos asintieron, mientras Edward se quitó el calzado, quedándose descalzo—. Eso cambiará. —El aún sonriente vampiro le contempló—. Él lo cambiará todo. —Edward no supo de quién hablaba, hasta que vio nuevamente en la mente de su hermana el rostro de Christian Grey.

—Supongo… tener que soportar al ególatra insufrible del magnate, sin duda cambiará todo mi itinerario de lamentos y puñaladas en el pecho y largos días de pretender matarme de hambre tan solo por el disfrute morboso de tu hermano a lastimarse a sí mismo.

—Pues ya no tendrás que jugar ese insufrible juego solo. —Edward se sorprendió, y aunque trató de disimularlo, Alice ya había notado aquella ceja en alza y el semblante extrañado de su hermano—. Christian es alguien muy peculiar, desde que supe que se involucrarían, averigüé todo sobre él. —El serio vampiro se incorporó del sofá.

—Espera un momento… Yo no me voy a “involucrar” con nadie. —Hizo las comillas en el aire—. No confundas las cosas.

—¡Oh, pero si yo no he dicho nada malo!... tú solito lo estás malinterpretando. —Edward puso los ojos en blanco, a lo que Alice argumentó— ¡Por cierto!... trata de no hacer ese gesto. —Edward preguntó cuál de tantos—. Ese, el de poner los ojos en blanco, a Christian le revienta el páncreas.”

Un flash de cámara consiguió que Edward regresara de sus vagas elucubraciones sobre la conversación que había tenido con su hermana, enfocando raudo sus ojos hacia donde percibió el flashazo, percatándose de que era el mismo chico latino que había tenido la osadía de fotografiarle sin su consentimiento en la cátedra del doctor Flynn en el aula magna de la universidad, percatándose de cómo el joven se escondió detrás de uno de los árboles, rodando los ojos de mala gana, ante la inesperada intromisión.

“Esto ya es acoso”, pensó Edward, introduciendo el grueso volumen de psicología dentro de su mochila, incorporándose rápidamente del suelo, mirando a todos lados, percatándose de que nadie lo veía, movilizándose desde el árbol de cerezo que lo resguardaba del sol, hasta el enorme saúco donde el chico intentó esconderse, y en el que ahora Edward se recostaba, mirando la espalda del fotógrafo, el cual por supuesto no se percató del rápido traslado del vampiro.

“Me lleva, creo que se dio cuenta”, pensó, asomándose por uno de los costados del enorme tronco, buscándole. “¿Dónde se metió?” Salió de su escondite, mirando los alrededores, mientras Edward le contempló, vaticinando el susto que le daría al muchacho cuando se percatara donde estaba. “Rayos… y yo que me estaba deleitando con él”. Ahora el asombrado era Edward, aunque él ya había escuchado sobre los gustos sexuales del fotógrafo, jamás pensó que él podría llegar a ser el tipo de hombre que despertara los deseos ocultos de un homosexual, aunque por supuesto Edward era un completo novato en la materia.

—¿Buscas a alguien? —El grito que soltó el joven latinoamericano fue sin duda algo que Edward no se imaginó, el decibel de aquel alarido era uno que sin duda no podría haber provenido de un hombre de su edad sino de una niña de seis años, intentando mantener su ceño fruncido y su cara de pocos amigos, aunque en otra ocasión, aquello le hubiese robado unas cuantas carcajadas.

—¡Oh, mi Dios!... ¿Cómo es que tú?... —El joven camarógrafo señaló el árbol de cerezo, donde hacía tan solo unos segundos, Edward leía—. Estabas allá y ahora… estás… —Balbuceó varias veces, mostrándole al vampiro lo alterado que se encontraba, siendo los desbocados latidos de su corazón lo que en verdad lo delatara—. Yo…

—¿Por qué me estás tomando fotos sin mi consentimiento? —El chico palideció, intentando mantener lo más apartada posible la cámara, por si el molesto y apuesto muchacho se le iba encima, pretendiendo pagar toda su rabia y su frustración con su instrumento de trabajo.

—Lo siento… en serio, no quise importunarte… soy artista… —Edward no habló, tampoco pestañó y mucho menos respiró, simplemente se limitó a fulminar al aterrado muchacho con la mirada, escuchando su alterado parloteo—. Y… pues tengo una nueva exposición en una de las reconocidas galerías de la ciudad, esta lleva por nombre, “Sentimientos”

—¿Y?... —preguntó Edward de mala gana.

—Aamm… pues… es que, el día de la cátedra del doctor Flynn se me disparó sin querer la cámara y esta tomó una foto tuya. —Edward no dejó de mirarlo como lo hacía con cara de asesino serial, asustando aún más al fotógrafo—. Y debo decir que ha sido el mejor error que he tomado hasta ahora. —El agraciado vampiro no supo cómo tomar aquello, ablandando un poco su insufrible rostro—. Tu cara de enfado era algo que no he podido obtener de nadie tan natural como la tuya.

—¿Debo sentirme alagado por eso? —El joven sonrió tímidamente, rascándose la cabeza en un gesto de nerviosismo.

—No… es decir, sí… bueno… lo que intento decir es que la foto es perfecta… “Todo tú eres perfecto” —Edward no pudo evitar sentirse avergonzado ante sus reveladores pensamientos y sobre todo ante las miradas lascivas que el chico le daba—. Y ahora pues… me has enseñado la tristeza de un rostro que parece plasmar a la perfección los sentimientos que te agobian en el momento menos pensado. —Aquello por supuesto asombró a Edward, ya que él pensó que era alguien que sabía ocultar perfectamente sus sentimientos delante de los demás, pero al aparecer, cuando estaba solo dejaba escapar gestos que ni él sabía que hacía, sintiéndose expuesto.

—¿Qué quieres de mi? —preguntó Edward rápidamente, temiendo la respuesta no verbal del muchacho la cual, por supuesto no se hizo esperar.

“¿Contigo?... ¡Quiero todo!”. Edward trató de permanecer tranquilo, dándole gracias a la providencia de que no podía ruborizarse—. Pues… sé que las dos veces te he tomado la foto sin tu consentimiento, pero jamás las usaría si no tengo el permiso de la persona involucrada en la foto, ya que eso me puede traer problemas. —El vampiro asintió—. Solo quiero tu permiso para dos cosas.

—Ve al grano. —El camarógrafo asintió algo nervioso.

—La primera es para que me permitas fotografiarte. —Edward frunció aún más el ceño—. ¡Por favor!... Y la otra es que me permitas mostrarlas al público. —El vampiro negó con la cabeza, pretendiendo retirarse, deteniéndose justo en el borde donde terminaba la sombra del árbol y comenzaban los cálidos rayos del sol, aquellos que delatarían lo que él realmente era—. Vamos, Edward, ¿por qué no me dejas…?

—¿Cómo sabes mi nombre? —José comenzó a caminar hacia atrás, al ver como el iracundo joven se le encimaba.

—Pregunté por ti… Es que te buscaba para pedir tu permiso y les mostré tu foto a unos estudiantes y me dijeron tu nombre. —Mantuvo sus manos en alza por si debía defenderse, aunque aquello por supuesto no le serviría de mucho si Edward perdía el control—. Me dijeron que eras el estudiante estrella, el prodigio de la universidad… me gustaría hacerte una entrevista...

—No… —Acomodó nuevamente su mochila sobre su hombro, y colocándose la capucha del suéter sobre su cabeza, se encaminó hacia las instalaciones del recinto estudiantil, escondiendo sus manos dentro de los bolsillos, tratando de ocultar cada parte de su piel que pudiese brillar con los rayos del sol.

—¿Puedo usar las fotos? —preguntó el muchacho pero no obtuvo respuesta, comenzando a caminar tras Edward, quien pudo percatarse de ello—. ¡Por favor!… no seas tan odioso… —Pero Edward no dijo nada más, subiendo raudo las escaleras, introduciéndose en el edificio de la universidad perdiéndose de vista, mientras José maldecía su suerte, prometiéndose a sí mismo que volvería a intentarlo, y así poder conseguir del apuesto y odioso muchacho, mucho más que una negativa de su parte.

 

Emmett cazaba solo, o mejor dicho, paseaba mientras maldecía internamente al tener que hacer su actividad favorita a solas, ya que tanto su mujer como su hermano Jasper, se habían puesto de acuerdo para viajar juntos a New York, ya que los dos poseían un registro legal de que ambos eran realmente hermanos de sangre y no adoptivos, decidiendo ir juntos a reclamar los bienes y la fortuna que la familia Hale les habían dejado a los únicos herederos vivos del linaje, creyendo que Rosalie y Jasper eran tátara-tátara nietos del difunto banquero.

—Primero te haces la que no te importa una mierda el dinero, Rosi… para luego dejarte convencer por Jasper —espetó Emmett, pateando una roca, haciéndola añicos—. De seguro el muy hijo de puta usó su don para convencerte. —Siguió caminando, elucubrando en la posibilidad de que así fuera, maldiciendo nuevamente a su hermano—. Cuando vuelvan voy a patearte esa cara de sufrido que siempre tienes, soldadito. —Emmett siempre era así, cuando se molestaba discutía y se quejaba, pero al momento de la verdad, sus hermanos siempre conseguía cambiar sus berrinches por carcajadas y sus posibles palizas en jugarretas que terminaban en divertidas contiendas.

Siguió caminando percibiendo en la distancia la presencia de un alce, olfateándole e intentando adivinar si en verdad valía la pena, pero tan solo se trataba de un bebé alce hembra, el cual bebía cerca del lago, haciéndensele una presa muy fácil, ya que Emmett amaba los retos grandes y las presas difíciles de atrapar.

“La enana se fue a hacerle la vida más mísera a Eddy, el cual ya ni siquiera viene a visitarnos los fines de semana”. Después de que Edward se enterara de que Bella sabía que la familia Cullen había regresado, él había decidido no volver a pisar Forks por un buen tiempo, lo que por supuesto mantuvo a Emmett molesto y con ganas de ir a visitar a su hermano a Seattle tan solo para tener el gusto de romperle toda la cara a puñetazos.

Descargó toda su frustración y su rabia en contra de uno de los enormes árboles del frondoso bosque, desprendiéndole la corteza y un poco más que eso de la planta, consiguiendo que varias aves que reposaban en lo alto, salieran despavoridas.

—Estoy aburrido. —Se arrojó a los pies del árbol, el cual quedó tambaleándose.

Por un largo rato permaneció inerte, observando como la luz del sol trataba de abrirse paso entre las tupidas copas de los árboles, creando pequeñas líneas rectas que pegaban del suelo como los sables de luz de las guerras de las galaxias o eso pensó Emmett, desde su infantil mente. Cerró los ojos y aspiró nuevamente el aire del bosque, intentando olfatear alguna presa mayor que atrajera su atención, percibiendo el fuerte olor a sangre, lo que por supuesto consiguió que Emmett se incorporara del suelo, agudizando todos sus sentidos, mientras su garganta ardía como las mismísima brazas del infierno.

—Hay un animal herido. —Sin duda era algo que no se esperó, pero aquello le daba alientos, ya que si había un animal menor herido, era que en los alrededores había un depredador de mayor envergadura disponible para él.

Corrió hacia donde se podía olfatear la sangre que emanaba de aquel animal, del cual se pudieron apreciar sus quejidos de dolor, lo que por supuesto guió a Emmett hacia el lugar donde la presa se desangraba, sin poder percibir aún el efluvio del depredador que le había atacado, acercándose cada vez más al lugar, deteniéndose raudo en un pequeño espacio del bosque donde un lobo de pelaje gris pálido y pecho blanco, aullaba y se quejaba de dolor, atrapado en una trampa para oso.

—Pero qué mierda… —Se acercó a paso lento al lobo, el cual le rugió poniéndose a la defensiva, pretendiendo levantarse pero la trampa volvió a lastimarle, consiguiendo que el animal se quejara nuevamente de dolor—. Cálmate, saco de pulgas. —El lobo volvió a rugirle, mostrándole sus grandes y temibles dientes—. No voy a hacerte daño. —Señaló la trampa—. Voy a liberarte… ¿está bien? —Se acercó a paso lento, pretendiendo aferrar la trampa con ambas manos, pero el lobo intentó morderlo, lo que por supuesto molestó a Emmett, apartándose de él.

—Púdrete… si no puedes controlar ese maldito genio, no puedo liberarte. —Emmett supo de sobra que aquel lobo era uno de los Quileutes, y también sabía que no era ni Sam, ni Jacob y mucho menos Paul, con el cual había tenido varios conflictos, pensando quien de los chuchos, como les llamaba Rosalie era aquel lobo herido—. Me largo, espero que tengas suerte. —El lobo comenzó a aullar, intentando mover su pata herida, lo que por supuesto consiguió más quejas de su parte, chillando ante el lacerante dolor, consiguiendo que Emmett se detuviera, volteando a verle—. ¿Qué?... —Gimió y agachó sus rostros, posándolo sobre sus patas delanteras.

Emmett lo contempló y sintió pena por él, recordando cuando era tan solo un niño y sus padres jamás pudieron complacerle con el deseo de tener una mascota, acercándose lentamente al desvalido lobo, quien levantó un poco la mirada, sin dejar de mantener su cabeza recostada de sus patas delanteras.

—Voy a sacarte de allí, pero debes quedarte tranquilo, ¿vale? —El lobo no hizo nada, volteando su mirada hacia otro lado, a la espera de que el vampiro lo liberara de aquel sufrimiento—. Respira profundo y cuenta hasta diez… esto va a doler. —El maltrecho animal cerró sus ojos a la espera de lo peor, mientras Emmett aferró con todas sus fuerzas ambas tenazas de la trampa, apartándolas en un rápido movimiento, lo que por supuesto causó que el lobo aullara de dolor, encogiéndose en el suelo, sin dejar de gemir.

Examinó la trampa, percatándose de que la habían colocado perfectamente anclada al suelo, observando a todos lados, pensando en la posibilidad de que hubiesen más de esas cosas, sin poder tener la certeza sobre quién estaría cazando en aquel territorio, temiendo no por él, sino por el pobre idiota que se topara con alguien de su familia mientras estos cazaban o con la manada de los lobos, los cuales eran verdaderas amenazas cuando se encontraban juntos.

—¿Puedes caminar? —El lobo intentó hacerlo pero los aullidos y chillidos volvieron a irrumpir desde su garganta, dejándose caer nuevamente al suelo—. Eso es un “no”. —Pensó que no era buena idea retar a los Quileutes y entrar en su territorio, preguntándole al joven lobo—. ¿Puedes transformarte? —Intentó hacerlo pero al parecer el que tuviera la pata fracturada era un impedimento, quejándose nuevamente, lamiéndose la pata herida—. Eso también es un “no”.

Se acercó al pequeño lobo gris, revisándole la pata herida, la cual sangraba lo suficiente como para mantener a Emmett con bastante sed de sangre a pesar de que los lobos les parecían repulsivos y bastante olorosos.

—Te llevaré a la reservación… ¿Está bien? —El lobo levantó la cara y observó a Emmett con aquellos diminutos ojos de perrito regañado, asintiéndole al vampiro, quien no pudo dejar de sentir pena y cierto pesar por el joven Quileute. Lo tomó entre sus brazos, lo que por supuesto hizo que el chico lobo se estremeciera ante la frialdad de su cuerpo, mientras que Emmett sintió que abrazaba a un calefactor, al percibir el avasallante calor corporal del lobo.

—¡Wow!... es como estar debajo de un cobertor eléctrico… jeje… —Comenzó a caminar, mientras el lobo pensó en todo lo contrario, Emmett era frío, y a pesar de todo aquello no le molestó, percibió cómo la baja temperatura del cuerpo del vampiro le ayudaba a sentirse mejor, y a no pensar en el punzante dolor de su pata herida, mientras el corpulento inmortal comenzó a bajar por un estrecho camino que daba a la playa, escuchando las risas y los gritos de los Quileutes que parecían tener una especie de reunión en aquel lugar, enrumbándose hacia allá.

El lobo había dejado caer su cabeza sobre el hombro de Emmett, quien no se molestó ante aquello, aferrando fuertemente al gran lobo, aunque para el vampiro, aquel era pequeño en comparación con Sam e incluso con Jacob o Paul, quienes eran los más grandes de la manada.

—¿Sam?... —llamó Embry a su líder, quien volteó rápidamente a verle, percatándose de cómo el joven Quileute observó el inesperado arribo del corpulento vampiro, el cual llegó a paso lento, tanteando terreno hostil, siendo Leah quien se levantara rápidamente del la arena, corriendo hacia Emmett, quien detuvo su andar, esperando atento a cualquier posible ataque de parte de los lobos.

—¡Hermano!... —gritó la chica, sin dejar de correr hacia ellos, seguida muy de cerca por Sam, Embry y Paul, quien ya se había transformado, siendo el pequeño lobo gris quien le rugiera al corpulento animal que pretendía atacar a Emmett.

—No vengo a pelear. —Y aunque aquello era cierto, el vampiro no dejó de sentir cierto deseo de que el odioso lobo de pelaje oscuro le atacara y así tener una excusa para darle una paliza—. Lo encontré atrapado en una trampa para osos. —Emmett pensó en dejarlo en el suelo, pero supo que nadie lo atacaría si mantenía al lobo entre sus brazos.

—¡Seth!... hermanito. —Leah acarició el pelaje del muchacho, abrazándole y besándole, mientras Sam le ordenó a Paul retirarse, acercándose a Emmett, mirándole a los ojos.

—Pudiste dejarlo allí.

—¿Estás loco? —preguntó molesta la hermana del chico, fulminando a Sam con la mirada—. Pudo haber muerto.

—No te pregunté a ti, Leah. —Después de mirar de malas a la muchacha, enfocó nuevamente sus ojos en Emmett, el cual comenzó a agacharse, dejando al chico sobre la arena, respondiéndole a Sam, sin apartarse de él.

—De hecho pensaba comérmelo. —Tanto la hermana de Seth, como Sam, abrieron sus ojos desmesuradamente, mientras Embry comenzó a temblar a punto de transformarse, consiguiendo que Paul volviera a rugirle—. Pero me dio miedo que me diera mal de rabia, o peor aún, la enfermedad de Lyme. —Emmett rió con su típica sonrisa boba y ronca, haciendo alusión a la enfermedad que producía la garrapata en los humanos—. Estoy bromeando, relájense. —Palmeó el lomo del malherido lobo gris, acariciándole el pelaje—. Ya estás con los tuyos, cachorro. —Se levantó despidiéndose de todos sin esperar un “gracias” de parte de ninguno de ellos a sabiendas de lo inculto y groseros que eran los lobos.

Comenzó a caminar de vuelta al bosque, escuchando como Paul volvió a rugirle, girándose rápidamente para contraatacar una posible emboscada, pero justo cuando el monumental lobo pasó por donde se encontraba el maltrecho lobo gris, este logró atenazar una de sus patas, mordiéndole con fuerza la pantorrilla, consiguiendo que el lobo aullara, retorciéndose en el suelo.

—¿Paul?… te he dado una orden y aun así me has desobedecido… lárgate… —El molesto lobo se alejó renqueando ante el mordisco, mientras otros dos jóvenes se acercaban, siendo Leah quien les pidiera que le ayudaran con su hermano, alzando entre los tres al muchacho, aquel que no le quitó los ojos de encima a Emmett, el cual le sonrió despidiéndose con un gesto de mano, comenzando a caminar rumbo al bosque, sintiéndose todo un niño explorador, orgulloso de haber ejecutado su buena acción del día.

 

Christian miró por enésima vez su reloj de pulso y luego el de la sala de estar de su pent-house, como si un reloj le fuese a indicar una hora y el otro otra muy distinta, sintiéndose estúpido por ello, dejando el vaso de whisky sobre la mesa de cristal del centro de la imponente sala, levantándose del sofá, paseando de un lado a otro.

“No vas a venir, niño tonto… eso es más que obvio”, pensó sintiéndose triunfador, ya que él había sido amable y condescendiente con el muchacho, mostrándose delante de Flynn como el simpático hombre que todos creían que era, cuando lo único que realmente deseaba era justo lo que estaba pasando, que el joven no se presentara y fuese precisamente Edward quien quedara mal visto por el reconocido psiquiatra. “Inmaduro, inseguro… inteligente, sí… pero muy temeroso o eso me hizo percibir de él”. Miró nuevamente el reloj, percatándose de que ya habían pasado cinco minutos más, y aunque no acordaron una hora específica, para Christian, el que no viniera antes del almuerzo le supuso que vendría después, siendo ya pasada las dos de la tarde, imaginando que ya no vendría.

Tomó su celular, el cual reposaba sobre el sofá donde hacía tan solo unos instantes permaneció a la expectativa, mirando la puerta del ascensor. Buscó el número de contacto de Taylor para exigirle que alistara el auto, colocándose el aparato cerca del oído, el cual comenzó a repicar, justo cuando el ascensor le indicó que alguien había llegado.

—Señor Grey —contestó Taylor, justo cuando Edward salió del ascensor, mirando a todos lados, para luego enfocarse en el asombrado rostro de Christian, el cual trató de verse tranquilo aunque se le dificultaba.

—Déjalo, te llamo luego. —Culminó la llamada sin tan siquiera esperar una respuesta de parte de su chofer y guardaespaldas personal, mirando fijamente a Edward—. Vaya… estaba a punto de mandar a alistar el auto, pensé que ya no vendrías. —El joven estudiante de psicología se disculpó, quitándose el bolso del hombro, dejándolo sobre uno de los sofás individuales.

—No acordamos hora, y yo debía ir hoy a la universidad a culminar un trabajo que debo entregar para el lunes. —Christian asintió señalándole un espacio en el sofá de tres plazas, sentándose en el otro extremo del mueble.

—Comprendo, eres muy disciplinado, eso es bueno… toma asiento, por favor. —Edward se sentó en el otro extremo, mirando todo el pent-house, mientras el magnate lo estudiaba a él—. ¿Te gusta? —El vampiro asintió.

—Muy ostentoso. —Aquello hizo sonreír a Christian de orgullo.

—Para qué tener dinero si no se disfruta. —Edward le contempló por unos segundos, apartando la mirada al ver como Christian no se la evadía por nada del mundo.

—Bien… vamos al grano, señor Grey.

—Christian… llámame Christian… —Edward asintió.

—Bien… Christian. —Ambos se contemplaron nuevamente a los ojos—. Dígame qué tiene en mente. —El magnate no pudo evita dejar escapar una socarrona sonrisa, imaginando la cara que pondría Edward ante lo que él se había estado maquinando para quitárselo de encima, ya que el chico había decidido asistir, teniendo que optar por un plan B y si era necesario ejecutaría un plan C uno D si el chico era un hueso duro de roer.

—Bueno se supone que me entrevistarías y yo me abriría a ti, te diría mi “problema” como le llama Flynn y yo te expondría mi idea. —Edward asintió, acomodándose de medio lado en el sofá para mirarlo mejor.

—Bien… Lo único que sé de usted señor Grey… —El magnate lo miró de mala gana—. Lo siento, Christian —rectificó—. Es que tiene problemas para superar las rupturas sentimentales y que parece tener una obsesión por el control y por las rubias. —Christian soltó una carcajada odiosa.

—Esa última acotación supongo que es apreciación suya, ya que no creo que Flynn tenga algo como esto escrito en mi expediente. —Edward sonrió por primera vez desde que había llegado al pent-house, lo que por supuesto consiguió una ceja en alza de parte de Christian, al cual le pareció extraño que sonriera.

—Sí, así es… es mi apreciación.

—¿Odias a las rubias? —Edward negó con la cabeza.

—En lo absoluto, simplemente creo que el tener un edificio lleno de rubias es algo un poco racista, ¿no le parece? —Christian negó con la cabeza.

—He salido con mujeres de todo tipo, Edward… no tengo preferencia por las rubias, es solo que me siento más a gusto con ella.

—¿Por qué? —Christian se encogió de hombros.

—No lo sé… —Pretendió salirse por la tangente, pero Edward ya había visto en su mente el rostro de una mujer mucho mayor que él, rubia y bastante hermosa a pesar de su edad, recordando la conversación que había tenido con Flynn después de la cátedra a la hora del almuerzo, donde el psicólogo le había hablado de la mejor amiga del multimillonario y quien él creía que era el problema mayor de su paciente, al ser ella quien le enseñara su nuevo estilo de vida, del que por supuesto Flynn no le explicó abiertamente—. Me hacen sentir a gusto y punto.

—Debe ser por Elena Lincoln. —Christian miró sorprendido a Edward, el cual no le quitó los ojos de encima—. El doctor Flynn me habló de su amiga, y antigua amante… ¿Cierto? —En los ojos del magnate, el vampiro pudo apreciar la molestia que sentía al darse cuenta que Flynn había dejado su ética a un lado, contándole sobre toda su vida—. No se moleste, su psicólogo no rompió la confidencialidad entre ustedes, simplemente me habló de su amiga como uno de los mayores pilares de su vida, pero que él piensa que más que ayudarle, lo está destruyendo. —El multimillonario bufó por la nariz, sonriendo con desgano.

—¡Por favor!… —exclamó gesticulando los brazos de mala gana—. Si no fuera por Elena, yo odiaría a todas las mujeres. —Las palabras del apuesto hombre de negocios, asombraron a Edward, quien no dijo nada, esperando a que Christian culminara su alocución—. Fue ella la que me enseñó otra forma de amarlas, interactuar con ellas, mantener una relación sin odiarlas, sin sentir asco de mí mismo y de ellas ante el sexo. —En cada acotación, Christian evocó en su mente, todas y cada una de las mujeres que al parecer habían pasado por su vida, percatándose de que la mayoría tenían algo en común, eran de cabello castaño y no rubias.

—¿Y puedo saber por qué usted no se siente o se sentía a gusto con las mujeres anteriormente, señor Grey?… —Rectificó rápidamente—. Perdón, Christian. —El aludido le miró fijamente a los ojos, maldiciéndolo internamente, sin querer hablar al respecto del porque de aquella barrera que había nacido entre él y las féminas.

—Eso es algo de lo que no creo estar preparado para hablar contigo, Edward. —Christian bajó la mirada, recordando a su madre, a quien odiaba con todas sus fuerzas—. No hasta que entablemos una confianza mutua, además… —Se incorporó del sofá—. Aún no hemos cerrado el trato, así que no me abriré completamente a mi nuevo psicólogo. —Lo señaló, después de tomar el vaso a medio beber de whisky, encaminándose hacia la licorera que adornaba uno de los rincones del salón—. ¿Gustas? —le ofreció a Edward, el cual por supuesto se negó.

—No, gracias, no bebo.

—¿Por qué no me sorprende? —preguntó más como una acotación irónica que como una interrogante.

—No sé, Christian… ¿por qué no te sorprende? —replicó Edward, observando como el magnate llenó el vaso que aún tenía un poco del licor con hielo.

—Estudiante ejemplar, el cual va hasta los sábados a la universidad. —Comenzó a caminar de vuelta al sofá, gesticulando los brazos, preguntando con cierta ironía—. ¿Quién diantres va un sábado a la universidad? —Edward lo miró con desprecio.

—Uno que quiere salir bien, que es aplicado y responsable con su carrera universitaria. —espetó el vampiro.

—Alguien sin vida social, sin amigos y sin novia —refutó Christian sentándose nuevamente en su lado del sofá—. ¿O me equivoco? —Edward lo fulminó con la mirada, siendo ahora el joven inmortal quien lo maldijera internamente.

“¿Acaso así será esto si accedo?”, se preguntó a sí mismo, sin dejar de mirar como el multimillonario bebió de su vaso de whisky “¿Un ir y venir de ironías y sarcasmos entre nosotros?... no creo poder soportarlo”. Christian alzó una ceja, esperando la respuesta de Edward—. Tengo amigos. —El agraciado hombre de negocios sonrió con cierta burla—. En la universidad. —Rodó los ojos con desgano.

—Esos no son amigos, son compañeros de universidad. —Bebió nuevamente de su vaso de whisky—. Eso no es vida social e imagino que después de tu ruptura con la fulana que te dejó deprimido y por la que tu padre se involucró con mi psicólogo para hacernos la vida miserable, tú no has tenido más novias… ¿cierto? —Edward asintió.

—Cierto. —Christian sonrió—. No quiero tener una relación por los momentos. —Ambos se contemplaron, siendo Edward quien rompiera nuevamente la conexión visual entre ambos.

“Es tan tímido, aunque no se sonroja”, pensó Christian sin pretensión alguna de apartar sus ojos de él. “Ha de ser virgen”. Edward levantó su avergonzada cara, percatándose de la mirada maliciosa del multimillonario, bajando de nuevo la vista. “O a lo mejor lo era y la fulana fue quien le quitó la virginidad, suele pasar”. Christian recordó su primera vez con Elena, la cual lo azotó poniéndolo en cuatro patas, hasta hacerlo llorar, para luego exigirle que le hiciera sexo oral y demostrarle a su esclavo sexual lo mucho que la excitaba y la humedecía el castigarlo, restregándole la vagina en el rostro, lo que por supuesto Edward revivió con él, al poder leer cada uno de sus pensamientos.

—Aamm… —El pasmado vampiro intentó decir algo que hiciera que Christian no pensara más en aquel excitante momento, pero lo que vino a continuación no lo vio venir.

“¡Oh, sí!... sé muy bien que te gustaba”. Edward levantó la cara, creyendo que se lo decía a él, ¿pero cómo?... ¿Cómo Christian sabía que el vampiro podía leer su mente?... Era imposible, escuchando desde la mente del magnate lo que seguía a continuación. “Después de Elena nadie ha podido ponerte así de duro. ¿No es cierto?”. El vampiro no dejó de mirarle de soslayo, contemplando como degustaba lentamente los últimos sorbos de su whisky, bajando lentamente la mirada, percatándose de cómo Christian acariciaba, lo más disimulado que pudo, su entrepierna.

Edward se levantó tan rápido, que sobresaltó a Christian, el cual pegó un respingón de padre y señor nuestro, a punto de arrojarse los cubos de hielo que aún sobrevivían dentro del vaso, dejándolo sobre la mesa, incorporándose sin dejar de mirarle como si estuviese viendo a un espectro.

—Diablos, me asustaste… ¿pasa algo? —Christian pretendió aferrar a Edward del brazo, pero el chico se apartó de él tan rápido que volvió a sobresaltarle.

—Aamm… sí, sí… estoy bien… —El vampiro aún no asimilaba lo que sus ojos habían visto y mucho menos lo que la mente del magnate le había mostrado—. ¿Me prestas tu baño? —Christian asintió, señalándole las escaleras.

—Al fondo a la izquierda. —Edward agradeció su amabilidad, tomando rápidamente su bolso, subiendo de dos en dos los escalones, enrumbándose al cuarto de baño, encerándose dentro de él, mirándose a sí mismo al espejo.

—No puede ser cierto. —Rememoró tanto los recuerdos de Christian como sus lascivos pensamientos, aquellos que parecían una simple conversación con alguien más en su interior, sin querer hacer verbal sus suposiciones—. ¿Estaba hablándole a su pene? —Negó una y otra vez con la cabeza, sin poder creer que aquel hombre estuviese tan trastornado—. ¿En serio le hablaba a su pene? —Volvió a preguntarse, justo cuando su celular sonó, sobresaltándole un poco.

Rebuscó dentro de su bolso, sacando el aparato rápidamente, percatándose de que se trataba de Carlisle, pensando si debía de contestarle esta vez, ya que desde ayer su padre adoptivo había intentando contactarle pero el molesto vampiro se rehusó a tomar las llamadas, pensando que era hora de reclamarle todo aquello.

—¿Sabes en dónde estoy justo ahora? —le preguntó en un tono molesto a su padre y creador, el cual respondió algo inseguro.

—¿Con el señor Grey y el doctor Flynn? —Edward respondió en un tono iracundo.

—El doctorcito solo se quiere zafar de este lunático que habla con su pene. —Edward imaginó que su padre tendría la cara más extrañada del mundo pero una socarrona risita de parte de Carlisle le demostró que se equivocaba, enfureciéndose aun más—. ¿Te vas a reír de esto, Carlisle?... Esto es tu culpa… ¿Cómo demonios se te ha ocurrido la brillante idea de arrojarme con un hombre tan insoportable como Christian Grey, ególatra, egoísta, pretencioso, atorrante, y no conforme con eso habla con su miembro sexual y le hace cariñitos mientras lo hace? —Carlisle no pudo evitar soltar una risotada ante aquello—. No te rías, maldición —gritó, justo cuando tocaron a la puerta

—¿Edward?... ¿Te sientes bien? —El ofuscado vampiro miró hacia la puerta, verificado que la manilla se encontrara con cerrojo.

—Aaamm… sí, estoy bien… salgo en un momento —respondió colocándose el celular en el pecho, posándolo nuevamente junto a su oreja—. ¿Por qué, Carlisle?... ¿Por qué me has hecho esto? —preguntó tratando de hablar en voz baja.

—Edward por todos los cielos… ¿Te estás escuchando? —El chico intentó mantenerse calmo, ya que sentía que de un momento a otro haría añicos el celular—. Estás siendo poco profesional. —Edward giró sobre sus pies, mirándose nuevamente al espejo—. ¿Así piensas reaccionar con tus pacientes? —El serio vampiro bajó la mirada—. ¿Así te pondrás cuando venga una mujer a contarte sobre sus problemas maritales con su esposo, sus orgasmos fingidos, su frigidez o cuando un joven homosexual quiera confesarse con su doctor sobre sus preferencias?

—Es diferente…

—No, Edward, no es diferente… —El vampiro cerró sus ojos con pesar, dándose cuenta de que nuevamente había fallado—. Te horrorizas porque el señor Grey mantiene una muy sincera y abierta conversación con su miembro viril, mientras que para ti esa parte de tu cuerpo parece ser tan solo un apéndice. —Edward abrió desmesuradamente la boca—. ¿O me equivoco?

—¿Me estás llamado reprimido? —Edward no lo supo, pero aquello hizo sonreír a Carlisle.

—No, Edward… no te estoy llamando reprimido, simplemente quiero que te des cuenta de que mientras que para unos el sexo es algo normal, para ti es algo vergonzoso.

—¿Y eso qué? —espetó el molesto vampiro a su padre.

—Pues que a lo mejor no me equivoqué cuando pensé en que sería buena idea unirlos. —Edward se sentó en el escusado, después de haber bajando la tapa—. Me dio la impresión que ambos parecen muy semejantes, pero que a la vez son polos opuestos y eso es sin duda algo que los ayudaría a los dos a salir del atolladero sentimental y emocional en el que tú y el señor Grey se encuentran.

—No sé, Carlisle, creo que esto no es lo que quiero… —Tocaron nuevamente a la puerta.

—¿Edward? Me estás preocupando. —El vampiro puso los ojos en blanco.

—Ya voy… dame un momento… ¿quieres? —Pudo escuchar como los pasos se alejaron del baño, comentándole a su padre—. No somos parecidos, Carlisle, y no soporto estar cerca de él.

—¿Por qué?... —Edward no supo que responder—. ¿Por qué es un hombre que a pesar de ser visto como un pervertido por muchos, un enfermo, un promiscuo o un adicto al sexo rudo, es tan relajado, tan auténtico y tan espontáneo que te da envidia?

—Claro que no…

—Entonces demuéstralo, Edward, y deja de esconderte en el cuarto de baño como una tonta jovencita que se asusta porque un pervertido con gabardina dejó al descubierto su desnudez delante de la virginal damisela… Tú eres un vampiro, por amor a Cristo. —El chico no pudo creer que su padre le estuviese hablando de este modo, pretendiendo refutar sus palabras pero el doctor Cullen ya había culminado la llamada, dejando a Edward pasmado y con el celular aún en la oreja, sentando sobre la tapa del escusado.

—¿Edward?... voy a arrojar la puerta. —Aquello hizo reaccionar al vampiro, quien tomó rápidamente su bolso, el cual lo había dejado dentro del lavamanos al sacar su celular, abriendo raudo la puerta después de bajar la cadena del escusado, fingiendo haberlo usado.

—Lo siento… creo que comí algo que me cayó mal.

—¿Quieres que te lleve a un hospital? —Edward negó con la cabeza.

—No, no… estoy bien… después de expulsar todo me sentí mucho mejor. —Empezó a caminar hacia las escaleras, justo cuando Christian comenzó a llamar a su ama de llaves.

—¿Señora Jones? —La mujer asomó su cara desde una de las recamaras al final del pasillo del segundo piso, preguntándole si se le ofrecía algo—. Tráigale un té de manzanilla y menta al joven. —Señaló a Edward, el cual se aferraba el estómago, tratando de fingir un malestar inexistente.

—No, no… Estoy bien… en serio… —Christian le exigió a su ama de llaves que hiciera el té y se lo llevara lo más pronto posible a la sala, tomando a Edward del brazo, incitándole a bajar lentamente, manteniéndose en alerta por si al muchacho se le iban los tiempos y se desmayaba, lo que por supuesto hizo sonreír a Edward y al mismo tiempo, asombrarse de ver aquel cambio de humor para con su persona, preocupándose sinceramente por él—. Estoy bien, Christian.

—Estás helado, Edward… —Frotó sus brazos, tratando de conseguir que el joven estudiante entrara en calor, lo que por supuesto sería imposible—. Siéntate. —Le incitó a tomar asiento nuevamente, esta vez cerca de donde él se sentaría—. ¿Quieres que llame a tus padres? —Negó con la cabeza, sin poder quitarle los ojos de encima, ya que el hombre que tenía frente a él no era el que había dejado hacía tan solo unos instantes en la sala—. ¿Seguro?

—Seguro… estoy bien, en serio. —Y por primera vez desde que lo conoció, Edward pudo ver una sincera y afable sonrisa de parte del hombre que lo traía de los nervios—. Lamento importunar así la entrevista psiquiátrica que tendríamos. —Christian negó con la cabeza.

—Tranquilo, primero lo primero… —La señora Jones llegó con el té, ofreciéndoselo a Edward, quien lo tomó con ambas manos, tratando de calentárselas con la taza para que Christian pensara que su temperatura estaba subiendo y no lo sintiera tan frío, fingiendo beber un poco del té, mojándose los labios con la cálida infusión.

—Mmm… está rico… gracias… —La mujer se retiró, regalándole una amable sonrisa, mientras Edward enfocó sus ojos en Christian, el cual estudiaba cada gesto, cada semblante del muchacho, imaginando que seguía preocupado, ya que sus pensamientos eran confusos y algo revueltos en varias cosas a la vez—. Ya estoy bien. —Aferró el brazo del magnate para que sintiera el calor en sus manos, soltándole rápidamente, fingiendo beber nuevamente de la taza de té—. ¿Quieres que sigamos?

—¿Tú quieres seguir? —El vampiro asintió—. Bien, déjame servirme otro Whisky, en serio el susto que me diste no fue normal. —Edward sonrió sintiéndose un poco mejor con su compañía, aunque el recuerdo de lo vivido en conjunto con la fuerte conversación que había tenido con Carlisle por teléfono, lo hicieron sentir nuevamente un poco incómodo—. Iré al grano, Edward, ya que se está haciendo tarde y no quiero que te vayas en tu estado de salud, tan tarde a tu casa. —El vampiro aprovechó que Christian no le miraba para verter dentro del florero que adornaba la mesa un poco de té, tratando de actuar con normalidad.

—Departamento… tengo un pequeño pero cómodo departamento en el centro de Seattle. —Christian le miró al culminar de servir su tercer trago, encaminándose de vuelta al sofá.

—Tú no eres de aquí… ¿cierto? —Edward negó con la cabeza.

—Soy de Forks. —Christian asintió sentándose junto a él—. Pero nací en Chicago, Illinois. —El magnate bebió de su vaso de whisky, mirándole fijamente—. Hemos vivido en muchos lugares pero sin duda Forks es el que más he amado. —A lo que Christian preguntó sin miramientos.

—¿La fulana es de allí? —Aquello de fulana le hizo sonreír levemente.

—Bella… se llama Isabella, de hecho… y sí, vive allí… aunque vivía en Arizona.

—¿Por qué se mudó a Forks? —preguntó Christian cruzando las piernas, lo que consiguió que su cuerpo quedara de medio lado y mucho más cerca del de Edward.

—Su padre vive allí… su madre se había casado nuevamente y ella quería darles espacio… o eso creo. —El magnate asintió nuevamente.

—Comprendo. —Fue lo único que dijo, dándole un pequeño trago a su bebida, mientras Edward actuó hacer lo mismo con su taza de té, sin que ninguno de los dos dijera absolutamente nada, y mientras que el apuesto vampiro le daba miradas furtivas, Christian lo observaba fijamente y con total descaro—. ¿Fue tu primera vez? —Aquello consiguió que Edward abriera desmesuradamente los ojos.

—¿Perdón? —soltó sin querer creer que le hubiese hecho aquella directa pregunta.

—¿Qué si Bella fue tu primera vez? —Edward bajó la mirada.

—Fue la primera vez que me enamoré de verdad… ¡Sí! —Christian rió, echándose un poco para atrás.

—No me refiero a eso, Edward… ¿fue tu primera chica?... —Edward le miró—. Tu primer polvo, tu primera follada…

—Ya entendí, Christian. —Agradeció enormemente el que no pudiese ruborizarse, ya que ese tipo de preguntas siempre lo avergonzaban demasiado—. No… ella no fue mi primera vez…

—¿Eres virgen? —Edward lo fulminó con la mirada.

—Se supone que soy yo el que hago las preguntas.

—Pues pregunta —le incitó de lo más relajado el apuesto magnate—. Pero antes respóndeme.

—No, Christian… no soy virgen —mintió, ya que lo que menos deseaba Edward eran sus burlas o algún tipo de pensamiento sarcástico de su parte que lo hiciera sentir incómodo.

Edward comenzó a preguntarle acerca de su vida, su relación con Elena y sobre su familia, tratando en lo posible de no incomodarle con preguntas que lo alteraran emocionalmente, como hablar de su madre o de su ex, ya que el joven vampiro se sentía a gusto con el cambio de humor del multimillonario y no quería que aquel pomposo y egocéntrico Christian que había conocido desde el principio, volviera.

—¡Oh, vaya!... —exclamó Christian mirando su reloj de pulso y luego el de la sala, lo cual parecía ser una de sus manía—. Se fue el tiempo y no finiquitamos nada.

—A mí me parece que ha sido muy productiva esta charla… —Edward ya había dejado la taza de té sobre la mesa de cristal, después de haberse deshecho del brebaje, cada vez que el magnate se distraía—. Pensé en exigirte que dejaras de beber tanto, pero… —Se lo pensó por unos segundos y luego añadió—... te abres más a responder las preguntas cuando estás ebrio a cuando estás sobrio. —Christian sonrió con socarronería.

—No te imaginas las cosas que puedo hacer ebrio, Edward. —Por supuesto que el aludido no quería saber nada al respecto, pero una vez más la perversa mente del acaudalado hombre de negocios, le mostró como Christian había azotado a una joven de cabellos castaños, follándosela luego, aún atada a la cama y surcada por diversos latigazos.

—Ibas a decirme algo antes de que prosiguiéramos con nuestras preguntas personales, desviándonos por completo del tema a tratar o del que tú me querías hablar —intentó decir Edward lo más calmado posible, tratando de controlar su incomodidad ante aquellos nefastos pensamientos que al parecer mantenía al multimillonario excitado constantemente, temiendo que volviera a tener una conversación personal con su miembro delante de él.

—Pero es tarde y la propuesta es algo larga… —Christian se puso de pie, mirando hacia una de las ventanas panorámicas—. Tampoco tengo el documento que te iba a mostrar terminado, y está comenzando a llover. —Edward no supo de qué demonios hablaba el magnate, y aunque intentó ver de qué se trataba, en su mente Christian volvió a hacer lo mismo de unas cuantas horas atrás, revolviendo por completo su mente; era como si quisiera pensar en cuatro cosas a la vez y todas se entremezclaban entre sí, creando un remolino de pensamientos inconexos que no le decía nada al vampiro.

—Entonces hablaremos luego. —Edward pretendió retirarse.

—¿Trajiste auto? —El joven estudiante negó con la cabeza, alegando que había preferido caminar un rato y tomar un bus que lo paseara por la ciudad, dejándolo a tres cuadras de su pent-house, decidiendo llegar caminando—. Pero tienes uno… ¿No? —Edward asintió—. Mmm… entonces mejor te quedas. —El vampiro negó con la cabeza—. No aceptaré un no como respuesta, Edward. —Señaló la ventana—. Ha comenzando a llover, y si no trajiste auto y vamos a vernos nuevamente mañana… ¿Por qué no mejor te quedas?... Estás enfermo y no creo que sea buena idea que te mojes y mucho menos que salgas solo a la calle a esta hora, podrían robarte o atacarte.

Edward sonrió levemente ante las suposiciones y los miedos del magnate, y aunque por supuesto él supo de sobra que no habría nadie que pudiese hacerle daño, salvo alguien de su misma raza inmortal, el vampiro sintió cierto agradecimiento hacia Christian por preocuparse sinceramente por él.

—Tomaré un taxi. —Christian negó nuevamente con la cabeza, llamando a su ama de llaves, tomando mi bolso, el cual lo había dejado nuevamente en uno de los sofás individuales, entregándoselo a la señora Jones, exigiéndole apremiante.

—Acomódele una habitación al joven. —Le entregó el bolso—. Y déjele sobre la cama cualquiera de mis piyamas. —La mujer asintió tomando el bolso—. Y después nos hace el favor de prepararnos una cena light, ya que Edward aún se debe sentir mal, pero tampoco es bueno que te acuestes con el estómago vacío. —El ama de llaves se marchó con el bolso repleto de libros y una que otra cosa personal.

—No tienes que preocuparte por mí… Soy adulto y puedo cuidarme solo. —Pero lo que Edward no comprendía era aquel sentido de protección que existía en Christian, aquel afán de cuidar a las personas que le rodeaban, y al parecer, para el magnate Edward ya había entrado en su lista de personas gratas para él, aunque no se diera cuenta de ello y sus planes de deshacerse del “muchachito”, como se había referido despectivamente hacía el universitario, seguirían su curso.

—¿Acaso alguien te espera en tu departamento? —Edward negó con la cabeza.

—No… de hecho mi hermana ya se debió haber ido, solo vino a saber de mí y a traerme un obsequio. —Christian preguntó bajo que concepto—. Alice no necesita motivos para hacer un regalo, ella solo lo hace y ya. —El multimillonario asintió, encaminándose al comedor, donde la señora Jones ya les tenía un par de sándwich con pan de afrecho, jamón de pavo y queso paisa, acompañado por pequeñas enredaderas de alfalfa y un toque leve de mayonesa.

—Es como mi hermana Mía. —Al decir aquello, Edward recordó todo lo que Alice le había contado sobre la premonición con la hermana del magnate, a la cual ella había conocido el mismo día en el que él conoció a Grey, deseando que aquello fuese tan solo una de sus tantas visiones que pueden llegar a cambiar, como la de Bella y James, ya que Edward pensó que no sería bueno para el estado mental de Christian que  tuviera una perdida justo ahora—. No necesita pretextos para organizar una fiesta o gastarse los millones de la familia.

—Para que tener dinero si no se disfruta —citó Edward las mismas palabras que Christian le había dicho al comienzo de su conversación, consiguiendo que el sonriente magnate tomara ambos vasos de jugo, entregándole uno al muchacho, chocando el suyo en contra del de Edward, brindando con él.

—Brindo por eso. —Le señaló una de las sillas, pidiéndole amablemente que se sentara, y aunque Edward no supo cómo diantres iba a hacer para fingir que comía, tomó asiento con una amplia sonrisa en sus labios, dejando el vaso de jugo nuevamente sobre la mesa, después de humedecer sus labios con él—. El dinero no trae la felicidad… eso es cierto…

—Pero es un mal necesario y ayuda a conseguir cosas que para otros sería imposibles de comprar.

—¿Cómo qué? —preguntó Christian asombrado pero al mismo tiempo fascinado ante las palabras del joven estudiante de psicología.

—Como el cuadro de Trouton o ese… —Edward señaló la pintura que estaba a espaldas de Christian—. Ese es un Goya.

—Es solo una réplica. —El magnate comenzó a comer, pasando el primer bocado con el jugo. “Veamos qué tan conocedor de arte eres” —pensó dándole una mirada furtiva a Edward, quien siguió mirando exhaustivamente, cada detalle, cada pincelada y la firma autentica del cuadro de “Sabasa Francisca y Garcia”, el cual era un retrato pintado por “Francisco de Goya”.

—Es original, si te lo vendieron como copia, pues saliste ganando porque ese cuadro es auténtico. —Edward comenzó a picar con la mano el sándwich, percatándose de cómo Christian volteó a ver el cuadro, aprovechando aquel momento para introducirse una porción del emparedado en el bolsillo, pensando deshacerse luego de él en el baño, al igual que lo haría con todos los demás, actuando que masticaba y tragaba la cena.

—¡Vaya!... Me sorprende… ¿Sabes de arte?

—Un poco… —respondió mirando el cuadro, mientras Christian hacía lo mismo pensando en su madre, lo que Edward captó rápidamente viendo el parecido que tenia la mujer del cuadro con su madre biológica—. ¿Por qué adquiriste ese cuadro? —Christian se encogió de hombros.

—Se me antojó… no lo hice por nada especial. —Comenzó a picar el sándwich, o mejor dicho, a destrozarlo con sus manos, absorto en sus pensamientos de odio y total desprecio hacia su madre, mientras Edward le contemplaba, deseando detenerlo, pero parecía completamente otra persona, irracional y llena de ira contenida, recordando una de los tantas veces en las que su madre dejó que su padrastro lo maltratara, mientras ellas se encontraba perdida y bajo los efectos de las drogas.

—Ella es Sabasa García, sobrina del ilustre don Evaristo Pérez de Castro… no es ella —acotó Edward, aferrándole del brazo, lo que consiguió que Christian lo fulminara con la mirada, sacudiéndose su agarre, arrojando el trozo de sándwich que le quedó en la mano sobre el plato, levantándose de la mesa.

—Tú no sabes nada… Lo que te haya dicho Flynn, no es nada comparado con lo que viví. —Comenzó a caminar de vuelta a la sala.

—Déjame conocerte, Christian, déjame entender el porqué de muchas cosas. —A lo que el iracundo hombre de negocios respondió, sin la más mínima intención de detenerse.

—Si por un momento pudieses estar dentro de mí, saldrías sin decirme nada, porque nada entenderías. —Se alejó de Edward lo más que pudo, y aunque sus palabras hubiesen sido una histriónica estocada para cualquier otro, para Edward era un reto que había tomado y que a pesar de lo incómodo que se pudiese sentir junto al magnate, este ya había logrado atrapar su atención y su deseo de saber quién era en verdad Christian Grey.

“Puedo estar dentro de tu mente, Christian y eso es sin duda un punto a mi favor” —Se levantó de la mesa y después de limpiarse las manos con una de las servilletas de tela, salió del comedor, subiendo raudo las escaleras, ya que… aunque sabía que Christian no se había ido a dormir, prefirió darle espacio y tiempo a solas para que reflexionara y se calmara, mientras él intentaría tener una noche tranquila entre conversaciones con sus hermanos por teléfono, o leer uno de sus tomos de psicología, mientras escuchaba música en la alcoba que le habían asignado, a la espera de un nuevo el amanecer.


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