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50 Juegos de Codicia y Poder (Ego contra Ego) por ErickDraven666

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El cuarto rojo

Edward observó desde el balcón de su recamara, como Christian salió del complejo residencial privado donde vivía, a eso de las cinco de la mañana para dar su respectiva caminata matutina o mejor dicho, su larga carrera por las calles de Seattle hasta el parque cercano al lugar, perdiéndose de vista.

“Así que por eso me comprastes zapatos de correr, Alice… Christian es de ejercitarse religiosamente” Recordó que había dejado el regalo de su hermana en su departamento, desistiendo de ir tras él con los que había arribado anoche, temiendo dejarlos inservibles en una carrera por el parque. “Tomaré una ducha y haré como si ya he almorzado, así no me obligará a comer con él, ya no sé donde diantres esconder la comida” Siguió pensando cómo hacer para solventar el problema de la ingesta de alimentos humanos, encaminándose al cuarto de baño después de deshacerse de su ropa, dejándola en el suelo.

Comenzó a ducharse con agua caliente aunque no lo necesitaba, pero a Edward le fascinaba sentir el calor del agua tibia recorrer su frío y pétreo cuerpo, enjabonando lentamente cada parte de su piel, mientras el vitar liquido acariciaba su espectacular torso, el cual, aunque no era muy musculoso, era bastante definido y deseable para muchas féminas.

Terminó de ducharse, dejando un reguero de agua desde el cuarto de baño hasta la recamara, tomando una impoluta toalla blanca para secar todo su cuerpo, recordando lo que había pasado con Bella y Jacob, el cual enloqueció al darse cuenta de que Edward había mordido a su esposa, cuando estaba inconsciente.

—Haga algo, maldición. —Le exigió Jacob a Carlisle, el cual le notificó a uno de los enfermeros lo que debían inyectarle a Bella, la cual comenzó a desangrarse—.  Juro que si mi esposa muere, yo…

—Ya cálmate, Jacob… —Espetó Charlie, arribando de improvisto a la alcoba—. Sera mejor que salgas de la habitación. —Pero justo cuando el molesto policía pretendió aferrar al joven Quileute por el brazo, el cardiógrafo emitió aquel típico sonido sordo e insistente, que demostraba la carencia de pulso en el cuerpo de Bella—. ¿Carlisle? —Soltó con un hilo de voz el jefe Swan al ver como su hija se moría, llamando al padre de Edward, el cual se encontraba de pie en la puerta, observando todo aquel pandemónium.

—Por favor, Charlie… será mejor que salgas y me dejes trabajar. —Los dos enfermeros que ayudaban a Carlisle con la improvisada cesárea se acercaron al policía para sacarlo de la habitación, mientras que una tercera enfermera se encontraba de espaldas a Bella, limpiando a los gemelos, intentando reanimar a uno de ellos, el cual no lloraba, siendo esta vez Billy quien hablara desde las afueras de la recamara.

—Vamos Charlie, dejemos que Carlisle haga su trabajo. —Pero Edward ya había visto en la mente de su hermana Alice que Bella no sobreviviría, aprovechando aquel momento en el que los enfermeros se encontraban ocupados y Charlie se había marchado, para entrar en la habitación, tomando la mano de la inconsciente chica, susurrándole al oído a pesar de que Jacob se encontraba observándole completamente pasmado.

—Esto no es por ti, ni por mí… Bella… es por ellos, por tus hijos, los cuales te necesitan. —Mordió a la joven en el antebrazo, consiguiendo que Jacob se alterara, arrojándosele encima.

—¿Qué haces maldita sanguijuela?... Sabes muy bien que prefiero verla muerta que transformada en uno de ustedes. —A lo que Edward respondió, justo cuando Carlisle se percató de lo ocurrido, intentando quitarle de encima a su hijo al ofuscado lobo.

—Eso me demuestra que jamás la amastes como yo lo hice, Jacob… Quien ha amado de verdad jamás hubiese dicho algo tan ruin como eso. —El joven Quileute comenzó a temblar a punto de transformarse en plena habitación hospitalaria, ante los ojos atónitos de la enfermera que intentaba revivir al pequeño niño, sin éxito alguno.

—Ya basta ustedes dos… hay personas viéndolos… deben controlarse. —Emmett entró en compañía de Sam, arrastrando a Jacob hasta las afueras de la habitación, el cual le gritó a Edward desde la salida, aferrándose del marco de la puerta.

—Acabas de firmar tu sentencia de muerte, Edward… —El aludido sonrió con cierta ironía, limpiándose la comisura de los labios, intentando controlar la sed que lo embargaba ante la deliciosa y atrayente sangre de Bella—. Mis hijos jamás se acercaran a Bella si la has transformado en una de ustedes… ¿Me has oído, bastardo?... jamás… —A lo que Edward respondió, mirándole de soslayo.

—Eso lo veremos… perro.

El pensativo vampiro suspiró como si necesitara una inmensa bocanada de aire en sus pulmones que lograra mitigar el desasosiego que le embargaba el no saber si había hecho lo correcto o no, siendo Jasper y Rosalie los únicos en recriminarle aquel impulsivo acto, alertando a toda la familia sobre un posible enfrentamiento entre razas por culpa de su hermano Edward.

“Soy la maldita oveja negra de la familia” Pensó, después de introducir dos hojas de pan integral dentro de la tostadora, mientras exprimía varias naranjas sin ayuda del procesador de alimentos, dejándolas completamente secas tan solo con sus manos, ya que mientras recordaba todo lo que había ocurrido, bajó hasta la cocina vistiendo tan solo unos suaves pantalones de algodón negro que había llevado en su bolso personal, intentando hacer un desayuno decente y creíble para que Christian no le obligara a comer. “Solo sé traerle desgracias a mi familia” Recordó sus años de desenfreno e insaciable sed de sangre, volteando a ver el tocino frito que se doraba en el sartén, colocándolo sobre un plato de porcelana fina, dejando caer en el mismo cacharro de cocina, un par de huevos, revolviéndoles vigorosamente.

Todo aquello olía realmente asqueroso para Edward, pero para Christian, el cual había regresado de su largo recorrido por el parque y las calles de la ciudad, había sido un aliciente para encaminarse a la cocina en vez de ir directamente a la ducha, asomándose por la puerta de vaivén, contemplando el delgado pero definido torso desnudo de Edward, quien se dio cuenta de su regreso, desde el mismo instante en el que escuchó subir el ascensor hasta el pent-house, percibir su efluvio, y verse así mismo desde la perspectiva del magnate, quien dejó escapar, como de costumbre, uno de sus perturbadores e impropios pensamientos sadomasoquistas.

“Buena espalda para recibir azotes” Inclinó un poco la cabeza, observando sus pies descalzos. “Mmm… debe calzar del nueve” Sonrió, intentando sacar conclusiones sobre el tamaño de su pene en comparación con la talla de zapato. “Yo soy nueve y medio” Ahora era Edward quien sonreía, negando una y otra vez con la cabeza al ver lo estúpido y competitivo que era aquel hombre, creyéndose mejor que él tan solo por tener un pene grande.

—Buenos días, Christian. —El aludido se sorprendió, al darse cuenta de que el joven estudiante, se había percatado de su arribo a pesar de haber sido lo bastante sigiloso como para no ser detectado, pero era realmente difícil sorprender a un vampiro con los cinco sentidos en su máxima potencia, y el don de leer la mente—. Como primera tarea de esclavo, te he preparado el desayuno. —Acotó, sirviendo los huevos revueltos junto al tocino, sacando los panes recién tostados, adornando el plato con ellos después de picarlos en diagonal, formando cuatro triángulos.

 —Aaammm… Vaya… esto sí que me ha sorprendido. —Edward volteó a verle, mostrándole el plato ya terminado, esperando a que Christian se acercara, contemplando su contenido—. Carbohidratos, cero proteínas y mucha… —Olfateó la comida como perro, concluyendo su apreciación— …grasa. —Arrugó la cara—. Deberías comértelo tú… estás bastante flaco.

—Ya desayuné… —Christian alzó una ceja, en un gesto incrédulo—. ¿Qué?... —preguntó Edward al ver como el magnate le miraba, observando desde la mente de astuto multimillonario que no creía en sus palabras—. ¿No me crees? —Pero el sudoroso y apuesto hombre de negocios, simplemente se acercó a Edward para oler su boca, consiguiendo que el vampiro se apartara un poco de él, al verlo tan cerca de su rostro, incomodándose un poco.

—No hueles a tocino, ni a huevos…

—Es porque ya me cepillé los dientes… —Christian, alzó una de sus cejas.

—¿Hicistes tu desayuno… comiste, fuiste a cepillarte y luego regresastes a hacer otro desayuno igual para mí? —Edward lo fulminó con la mirada, dejando el plato sobre la encimera de la cocina junto al vaso con jugo, apartándose de él.

—Dime algo, Christian… ¿También olerás mi trasero cuando creas que te estoy mintiendo al preguntarme si defequé o no? —El molesto vampiro normalmente intentaba controlar su lado malo, pero actitudes como las de Christian, lograban que su lado odioso y grosero aflorara, justo como en aquel momento.

—No necesitaré olerlo, Edward… con solo hacerte el tacto sabré si algo ha entrado o salido de él. —El adusto vampiro no pudo creer la desfachatez del magnate ante su respuesta, sintiendo aquel insoportable hormigueo en su rostro, el cual aparecía cuando algo le avergonzaba demasiado—. ¡Oh, vamos hombre!… —Pretendió disimular su desinhibida e impropia respuesta, intentando cambiar de tema— …No te enfades, es que leí exhaustivamente tu reporte médico y en él aparece bulimia y trastornos digestivos, así que me preocupa que me mientas al respecto, eso es todo… debes comer.

—Y ya lo hice, Christian. —Alegó maldiciendo internamente a Carlisle y sobre todo a él mismo por no leer primero el reporte antes de entregárselo, sin saber a ciencia cierta qué demonios había puesto su padre en él, sin poder creer que el galeno hubiese puesto que sufría de bulimia, dificultándole aun más su deseo de conseguir que Christian lo dejara en paz con el asunto de la comida y su maldita obsesión a monitorear cuando lo hacía y lo que comía.

—Bien, bien… si así fue… perfecto… —Tomó un tenedor pinchando los huevos, olfateándoles nuevamente antes de introducirlo en su boca, arrugando la cara—. ¿Hicistes los huevos en la grasa que soltó el tocino? —Edward asintió, mirándole de soslayo—. Ggrr… rayos, me dará un infarto ante tanta grasa.

—Bueno… pensé que después de quemar tantas calorías, sería bueno recuperar un poco… —Christian odiaba desperdiciar la comida, así que simplemente se limitó a tragar el buche que tenía en la boca, pasándolo con un trozo de pan tostado.

—Pues creo haber quemado unas pocas calorías hoy, pero este plato de seguro me hará recuperar las que perdí en toda una semana. —Edward sonrió, observando cómo Christian siguió escudriñando la comida, sacando con el tenedor lo que parecía ser un pedazo de cascara de huevo—. ¡Vaya!... sin duda esto es un desayuno completo, carbohidratos, grasas y… —Señaló el trozo de cascara, alegando a continuación—. Calcio… —Aquello consiguió que Edward dejara de mirarle con el ceño fruncido, sonriendo ante sus jocosos comentarios, los cuales más que sonar groseros, intentaban ser graciosos.

—Lo siento… seré sincero contigo. —Alegó Edward acercándose a Christian, el cual dejó caer al cesto de la basura la cascara de huevo—. No se cocinar, solo quería intentarlo. —El entretenido multimillonario abandonó el plato, tomando tan solo una de las tostadas y el vaso de jugo de naranja.

—Pues te lo agradezco mucho, Edward… pero no eres ese tipo de esclavo… —Mordió el trozo de tostada, pasándolo con un trago de jugo—. Para estas cosas esta la señora Jones… —El chico asintió, observando cómo Christian comenzó a caminar hacia la salida de la cocina, siguiéndole para abandonar aquel desagradable lugar impregnado a olor de comida humana— …Tu eres un esclavo… —Volteó a verle mordisqueando una vez más la tostada, intentando ocultar una socarrona sonrisa, siendo Edward quien concluyera sus palabras, al leerlo en su mente.

—Sexual… eso lo sé… pero como todo es hipotético, yo pensé que…

—No Edward… No todo es hipotético. —Aquello consiguió que el vampiro tornara el rostro serio, deteniéndose en la sala, mientras Christian comenzó a subir las escaleras, degustando su vaso de jugo, argumentando a continuación—. Es cierto que no tendremos sexo, pero… —Se detuvo al final de las escaleras, mirando como Edward le observaba desde la planta baja, mientras el apuesto hombre parecía estar disfrutando el verle desde lo alto, tal y como le gustaba contemplar a sus sumisas, postradas a sus pies— …Te enseñaré lo que es el sadomasoquismo, sin necesidad de llegar al sexo. —Edward pudo ver desde la perturbadora mente del magnate lo que se estaba tramando. “Ya veremos qué haces cuando veas mi cuarto rojo, niño”

Por unos segundos Edward se imaginó un cuarto lleno de sangre, con cadáveres mutilados y abusados tanto en vida como después de muerto, sintiéndose un poco inquieto ante aquella volátil imaginación suya, atribuyéndole aquellos nefastos pensamientos a la perturbadora y enferma mente de Christian, pero lo cierto era que Edward si estaba sufriendo de un trastorno de alimentación, ya que una cosa era hacerse pasar por un vampiro vegetariano delante de su familia y otra muy distinta lo que hacía en Seattle, convirtiéndose en el nuevo depredador de la ciudad, después de lo que el grupo conformado por Janes, Laurente y Victoria habían ocasionado en su momento en aquel lugar.

“Iré a ver de qué se trata” Pensó el chico, subiendo las escaleras a velocidad sobrehumana, acercándose a la alcoba de Christian para percatarse de que aquel hombre tomaba una ducha, abriendo sigilosamente la puerta que se encontraba entre su alcoba y la del multimillonario, contemplando la peculiar recamara.

Edward se plantó en medio de aquel cuarto de torturas, estudiando toda la parafernalia… los látigos, los bastones, la cama sin sabanas y una pequeña banca... sumergiéndose en un profundo mutismo, observando todo con ojos escrutadores, percibiendo repentinamente el latido ensordecedor del corazón de Christian, aquel que le contempló desde la puerta de la peculiar alcoba, vistiendo tan solo unos viejos jeans, secando su húmedo cabello castaño con una gruesa toalla blanca, alegando a continuación.

—Este es el único lugar en el que realmente me siento yo mismo. —Era la primera vez que un humano lograba bajar las defensas de Edward al punto de darse cuenta de su presencia al tenerlo justo en sus espaldas, sin percatarse del momento preciso en el que cerró el monomando de la ducha, y mucho menos cuando caminó hacia el dichoso cuarto rojo, siendo el perturbador latido de su alterado corazón, lo que le advirtiera sobre la presencia del magnate, el cual argumentó—. Es mi lugar seguro.

Edward ya había visto el cuarto de tortura desde la perversa mente de aquel hombre el primer día que se quedó en su casa, pero una cosa era ver pequeños fragmentos del lugar y otra muy distinta estar dentro de aquella habitación, y escuchar de la misma boca de su paciente, que aquel reducido espacio era su lugar seguro.

—¿Por qué? —preguntó el joven vampiro acercándose al escaparate de los látigos, dejando que sus largos y fríos dedos acariciaran uno de gamuza, atento a las posibles respuesta de Christian, ya que aunque había aceptado ser su sumiso, Edward jamás olvidaría que ante todo era su psiquiatra—. ¿Por qué es tu lugar seguro?

—Esto soy yo. —Edward volteo a verle, contemplando sus brazos extendidos, mostrándole todo el lugar, consiguiendo que el vampiro negara con la cabeza.

—No Christian… tú eres más que un cuarto de tortura. —El impertérrito hombre dejó caer al suelo la toalla mojada, mostrando un escultural torso al descubierto, vistiendo tan solo unos jean desgastados y agujerados a la altura de la rodilla—. Eres un hombre que parece amar a su familia, un magnate que ha logrado una considerable fortuna y un caballero que consigue que sus invitados se sientas a gusto en su casa a pesar de… —Christian no le permitió terminar de enumerar sus atributos como ser humano, desguindando el látigo que le había llamado la atención a Edward, siendo el mismo que Anastasia había tomado cuando el apuesto multimillonario la llevó a aquel lugar por primera y única vez, pegándole al chico con el peculiar objeto en la boca, haciéndole callar.

—En este cuarto el psicólogo se queda afuera.

—Pero… —Edward pretendió replicar, recibiendo de Christian un segundo azote en la cara, esta vez con mayor fuerza, aunque para el vampiro aquello había sido tan solo una caricia.

—He dicho que el loquero se queda afuera, esclavo… —Un intenso golpeteo en su pecho, le indicó a Edward que su corazón aun se encontraba con vida, mirando los metálicos ojos de Christian, fulminándole con la mirada—. ¿He sido claro? —El vampiro pudo saborear su propia ponzoña dentro de su boca, la cual se escurrió por su lengua hasta su garganta, intentando contener las irrefrenables ganas de morderlo y demostrarle que con tan solo mover un dedo, quien se doblegaría a sus pies y pidiendo clemencia, sería el odioso hombre frente a él.

—Es viernes en la mañana, Christian… no te pertenezco sino hasta las siete de la noche. —El serio y ceñudo hombre tomó lo que en el sado se conoce como Ball Gag o mordaza de bola, colocándosela en la boca al asombrado vampiro, quien no pudo creer la desfachatez de aquel hombre ante sus intentos por hacerle callar, escuchando la acotación de Christian justo cuando ajustaba las correas de la mordaza a la altura de su nuca, mientras Edward contaba hasta diez para que su demonio interior no aflorara y terminara destrozando con sus letales dientes el juguetico del Grey.

—Es cierto, Edward… no eres mío hasta las siete de la noche, eso fue lo que acordamos pero como ya dije… esté es el único lugar en el que puedo ser yo mismo, por lo tanto estas en mis dominios y yo mando aquí. —Le aferró del brazo, intentando no darle importancia a su baja temperatura corporal, al leer en el reporte médico de Edward que él sufría de una inconsistencia en el hipotálamo, causando aquel friolento estado en el cuerpo del vampiro, sin saber que aquella enfermedad, realmente no existía—. Párate aquí… —Le exigió, colocándole cerca de la cama, señalando al suelo—. De rodillas.

El incrédulo inmortal le contempló por unos segundos sin tan siquiera parpadear, esperando a que Christian acotara que aquello era tan solo una broma, pero al ver la cara seria y firme del magnate, Edward se percató que no estaba jugando.

—He dicho de rodillas, Edward… —El chico volvió a contar hasta diez, intentando no pensar en cómo se vería Christian sin su atorrante cabeza adherida a su cuerpo, conteniéndose histriónicamente, suspirando como si necesitara una bocanada de aire, arrodillándose frente al petulante hombre, aquel que volvió a acercarse al escaparate de los látigos, dejando el de gamuza en su puesto, tomando uno de cuero—. Tildaste en tu contrato el nivel de tolerancia elevado y me parece perfecto. —Le mostró el primer implemento de tortura que había escogido para él, sonriendo con socarronería—. Porque no eres una sumisa… eres un esclavo, un hombre, un macho… y ese látigo no es para un sumiso que alega soportar muy bien el dolor.

Christian se inclinó un poco, observando no solo el fruncido ceño de Edward, sino la penetrante mirada del joven estudiante de psicología, el cual no podía entender como había dejado que aquel pelele lo engatusara y sobre todo que Carlisle le incitara a tomar semejante caso psiquiátrico como tesis, pensando que aquel hombre tenía un único diagnostico posible… demencia post traumática con delirios de grandeza.

—Lo primero que debes saber es que las reglas en este cuarto son simples… —Christian se paseó de un lado a otro enfrente de Edward, acariciando las tiras de cuero del látigo, argumentando a continuación. —Tú cumples con todos mis deseos sadomasoquistas y yo te recompensaré por ello. —El serio vampiro rumeó, intentando hablar sin destrozar el ball gag con sus dientes, siendo Christian quien se lo quitara, sacándolo de su boca para colocárselo a la altura de su barbilla.

—¿Qué tipo de recompensa? —preguntó, ya que había visto en la mente de Christian, que las recompensas que les daba a sus sumisas era un placer indescriptible, según él.

—Placer… —Alegó.

—Pero dijimos que el sexo sería hipotético. —Christian soltó una risotada.

—¡Ahí, Edward!... Una cosa es sexo y otra placer. —El joven vampiro no supo cómo definir aquello, ya que para él la suma era simple, sexo más sexo igual a placer, pero Christian parecía tener otro modo matemático de ejecutar aquella ecuación—. El placer es una sensación o un sentimiento positivo, agradable y eufórico, el cual se manifiesta cuando un individuo consigue satisfacer plenamente alguna necesidad… —Antes de que Edward pudiese decir algo, Christian ya le había vuelto a poner el ball gag, prosiguiendo con su explicación—. Satisfacer la necesidad de beber en el caso de estar sediento o de comida, cuando se está hambriento.

“Bueno… nadie mejor que yo sabe que eso es cierto” Si había algo que satisficiera a plenitud a Edward era el beber sangre humana y si esta se ingería directamente del envase original, la sensación era realmente indescriptible, comenzando a sentir sed, al escuchar tan claramente los fuertes latidos del corazón de Christian, el cual parecía estar bombeando litros de aquel delicioso y cálido liquido escarlata por todo su torrente sanguíneo, conteniendo su fingida respiración.

—El placer es un sentimiento que engloba muchas agradables manifestaciones y sus detonantes pueden ser diversos, mi estimado joven. —Edward detestaba que Christian se hiciera el adulto, cuando en realidad era él quien tenía más de cien años de edad—. Puedo enseñarte el placer que puedes llegar a experimentar tan solo con complacerme a mí.

“Dudo mucho que pueda sentir placer con tan solo dejar que ejerzas tu voluntad sobre mí” Pensó Edward sin dejar de observarle fijamente a los ojos, retando a Christian con la mirada.

—Bien… conforme se vayan dando los encuentros de sumisión, te iré instruyendo. —Christian señaló a Edward con el látigo, notificándole a continuación—. Primera regla… —El vampiro quería meterle sus reglas por donde no le daba el sol, mirándole retadoramente—. Jamás debes ver a tu amo de ese modo—. Pero Edward no le quitó los ojos de encima, contemplando como Christian alzó su brazo, ordenándole con un tono de voz autoritario—. Baja la cabeza delante de tu amo, esclavo.

“Púdrete” Aquella puteada deseaba hacerla verbal, sintiendo como poco a poco sus dientes se fueron clavando en la mordaza de bola, consiguiendo que la esfera de silicón en su boca, comenzara a dividirse en dos.

—He dicho que bajes la cabeza… Edward. —Pero el prepotente vampiro era tan arrogante como el magnate, mirando con desprecio a Christian, el cual alzó su mano para atestarle el primer azote por insurrecto, lo que consiguió que Edward se incorporara rápidamente, deteniendo el certero golpe dirigido hacia su agraciado rostro, justo cuando la bola de la mordaza se partió en dos, sacudiendo su cara para que la correa resbalara por su mentón hasta su cuello, mientras el molesto vampiro apretaba cada vez más fuerte la muñeca de Christian, tratando de que el ofuscado multimillonario soltara el látigo, espetándole después de escupir sobre la cama, la otra mitad de la esfera que había quedado dentro de su boca.

—Edward Cullen jamás bajará la cabeza delante de nadie. —Christian observó asombrado, no solo el trozo de esfera sobre la cama, contempló los iracundos ojos de Edward, percatándose de lo molesto que aquel joven se encontraba, mirando sus dos manos en alzas, en donde la del chico aferraba con fuerza su muñeca, sin que Christian tuviera la mas mínima intención de soltar el látigo, por más daño que el testarudo vampiro le estuviese causando.

—Firmastes un contrato y te puedo demandar… —Edward soltó a Christian, quien se apartó un poco del muchacho, apretando su adolorida muñeca, intentando no demostrarle al muchacho que le dolía, aunque Edward se percató de ello gracias a sus pensamientos.

—No creí que llegaríamos a esto. —Christian sonrió, apartándose aun más del joven psicólogo, notificándole a continuación.

—En el contrato no dice que los encuentros de sumisión serían hipotéticos. —Edward se arrancó bruscamente lo que quedaba del ball gag, arrojándolo sobre la cama—. El sexo solo serían suposiciones de un posible encuentro, a lo mejor lo hablaríamos, indagaríamos a cerca de lo que haría uno o el otro en el caso que ocurriera y estudiaríamos las posibilidades, pero el entrenamiento de sumisión es real, Edward.

—Pues esto se acabó aquí y ahora. —El iracundo vampiro comenzó a caminar hacia la puerta, escuchando la rápida respuesta de Christian.

—Eso quiere decir que yo gané. —Edward detuvo su rápida huida, girando sobre sus pies para encararle.

—No sabía que estábamos compitiendo. —Los grises e imponentes ojos de Christian se clavaron sobre los ambarinos ojos de Edward, aquel que por más que hubiese cazado en Forks antes de regresar a Seattle, seguía sintiendo ese ardor en su garganta, indicativo de que su sed no se encontraba del todo satisfecha.

—Los hombres solemos ser competitivos entre nosotros, Edward… si no fuese así entonces el por qué de tu arrogancia y tu prepotencia ante mis exigencias —El vampiro le miró un poco más calmado, escuchándole atentamente—. Yo entiendo tu posición en todo este intercambio de información. —Christian se acercó lentamente a Edward, sin dejar de mirarle—. Tú jamás has sido un sumiso, se nota que has sido un chico complicado… ¿Cierto? —El joven inmortal no supo que decir ante su apreciación, ya que no se equivocaba—. Yo también fui un dolor de cabeza para mis padres adoptivos. —Se desvió un poco para dejar el látigo junto a los demás, concluyendo sus palabras—. Ellos no saben sobre esto, sobre lo que soy y en lo que me he convertido.

—Tampoco saben lo de tu amiga, Elena… ¿cierto? —Christian negó con la cabeza, blandiendo una socarrona sonrisa en sus labios.

—No… si lo supieran la odiarían, mis padres son muy conservadores. —Bajó levemente la mirada, recordando los primeros días de sumisión junto a la señora Robinson, mostrándoselos inconscientemente a Edward, tornando el rostro serio—. Ellos no entenderían—. Alzó su pensativo rostro, mirando al chico escrutadoramente—. Grace me salvó la vida, pero… —Sonrió con añoranza y un dejo de dicha en su semblante— …Elena salvó mi alma.

Por una facción de segundos, Edward sintió una empatía enorme hacia aquel hombre, ya que si había algo que perturbara enormemente al vampiro, era precisamente eso, si su alma llegaría a tener alguna vez salvación, agradeciéndole a Carlisle una segunda oportunidad de vida, pero en su momento, Edward lo había odiado por haberlo convertirlo en un monstruo sediento de sangre humana.

—Lamento haberme puesto de ese modo. —Edward bajo la cabeza, mirando sus pies descalzos—. Sin duda somos bastante prepotentes para jugar este juego de sumisión. —Christian se acercó al muchacho.

—Hagamos algo, Edward… —Posó su mano derecha sobre el hombro del vampiro, apretándole con fuerza—. Dejaré que medites lo que pasó hace rato… iré a trabajar y nos vemos en la noche. —El chico asintió—. No vayas a cenar sin mí. —Caminó hacia la salida, mientras el apuesto joven lo maldijo internamente ante lo de la comida—. Creo que comenzamos muy rápido con los juegos rudos.

—Supongo que así fue. —Christian asintió, volteando al mismo tiempo en el que Edward lo había hecho, en total sincronía—. Quisimos comer el postre sin degustar primero el plato principal—. El sonriente multimillonario asintió de nuevo.

—Y pienso resarcir mi error esta misma noche, Edward. —Al tranquilo vampiro le agradó enormemente que Christian se diera cuenta de su equivocación—. Ponte algo muy abrigado para esta noche. —El extrañado universitario le siguió, al ver como Christian se alejó de él, recogiendo la toalla húmeda que el magnate había dejado en el suelo, intentando averiguar en su mente lo que se estaba tramando para esta noche, pero lo único que vio en su mente, fue la preocupación que tenia por llegar tarde a la oficina, ya que los viernes el presidente de Grey Enterprises Holding tenía que hacer cierre de compras en la bolsa de valores hasta el martes, ya que el lunes seria bancario y no podría ejecutar ningún movimiento en la banca americana—. Debo irme. —Christian pretendió entrar en su alcoba, encontrándose a la señora Jones sacando la ropa sucia desperdigada en su cuarto, percatándose con total asombro que mientras ambos se encontraban en el cuarto rojo, su ama de llaves había llegado—. ¡Oh!... No la escuché llegar. —Edward se acercó a la seria mujer, entregándole la toalla húmeda.

—Llegué hace poco, señor Grey. —El aludido asintió. —Encontré un plato con tocino y huevos en la cocina, imagino que es del joven Edward, ya que usted no acostumbra a comer grasas. —Christian miró por el rabillo del ojo a Edward, quien puso los ojos en blanco, consiguiendo que el magnate tornara el rostro serió al recordar a Ana y su empeño de poner los ojos de ese modo.

—Si… es de Edward. —Mintió. —Creo que no se lo comerá. —El vampiro se dio la vuelta para introducirse en su recamara, pensando en ir hasta su departamento por mas mudas de ropa que cubrieran todo el fin de semana, y por supuesto traer su volvo.

—Me lo llevaré si me lo permite, puedo ofrecérselo a alguien… ya que a usted no le gusta que la comida se desperdicie. —Christian asintió, agradeciendo su amabilidad, contemplando como la seria mujer se marchó hacia las escaleras, percatándose de cómo Edward se introdujo en su recamara, sin pretensión alguna de decir nada más al respecto, siendo el sonriente multimillonario quien preguntara para salir de dudas, ya que aquello le estaba carcomiendo las entrañas de la intriga, así como también su elevado ego competitivo.

—¡Por cierto!... ¿Puedo saber cuánto calzas, Edward? —El vampiro sonrió con ironía, recostándose sobre la cama, mirando al techo, respondiendo su pregunta.

—Soy talla diez. —Christian alzó una de sus cejas, un poco sorprendido—. ¿Por qué la pregunta? —Edward deseaba saber qué tipo de mentira se inventaría el magnate, escuchando su respuesta.

—¡Oh!... era por si debía prestarte ropa, pero no creo que te queden mis zapatos. —A lo que Edward argumentó, en un tono de voz divertido, desde su recamara.

—Tampoco tu ropa interior. —Aquello consiguió que Christian riera abiertamente, dándose cuenta que el chico también conocía la acotación sobre que el pene de un hombre tenía el mismo largo que su pie o eso se decía.

—No Edward… la ropa interior tampoco. —No dijo nada más, introduciéndose en la recamara, dejando al chico sonriendo en su alcoba, mientras él se dignó a vestirse para ir a trabajar de una buena vez, pensando como resarcir su error delante de uno de los sumisos mas explosivos, orgullosos y arrogantes que había tenido en su vida, estudiando las posibilidades de llegar a Edward por otros medios, ya que por la fuerza, al parecer, no obtendría nada.

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Alice se encontraba en lo más recóndito del bosque de Forks, con su enorme laptop de última generación, escribiendo los relatos que sus visiones le mostraban sobre la vida de todos los que le rodeaban, sus padres, sus hermanos y sobre todo las de Edward, su hermano favorito.

El enfoque constante de las visiones de Alice sobre el futuro de Edward, no era tan solo por su fuerte complejo de Edipo hacia su amado hermano, ella era toda una fujoshi amante del Slash, el yaoi y todo lo relacionado con amores impropios entre hombres, lo que le mantenía constantemente creando historias que subía a la web, en diversas paginas de escritores amateur, descargando toda aquella información que le suministraba; no solo la nueva vida de Edward, sino también, ante lo que estaba pasando con los demás integrantes de su familia.

La menuda vampiresa, sabía perfectamente que entre ellos existía una especie de poligamia, siendo Esme y Carlisle los únicos monógamos entre los Cullen, haciéndose la ignorante de todo lo que ella ya sabía sobre su esposo y su hermana Rosalie, comenzando a ver las visiones sobre Emmett y aquel pequeño lobo, a pesar de que Alice le costaba mucho esfuerzo ver el futuro de los Quileutes, imaginando que lo que veía era el posible futuro de su atolondrado hermano y no el del joven indio.

Suspiró intentando no enfocarse en las visiones de Emmett y su nuevo amigo Quileute, concentrándose en las que había visto sobre Jasper, intentando buscar una excusa para el comportamiento de su esposo, como si fuese ella la culpable de la nueva fijación del ex soldado.

 “Me diste los años más especiales de mi vida, Jasper”, pensó Alice, mirando el rostro de su esposo en el protector de pantalla de la computadora, recostada de uno de los enormes árboles del extenso bosque entre Forks y Port Angeles, recordando momentos inolvidables con su amado Mayor Whitlock. “Pero tal parece que no todo es eterno y solo a veces, la rutina cansa” Por más que Alice había hecho hasta lo imposible para que la llama entre ambos no se extinguiera, Jasper parecía estar fascinado con el nuevo juego que tenía con su adorada hermana melliza, recordando la visión donde había visto a su esposo y a Rosalie, en la reunión que ambos habían tenido con el abogado que llevaba el caso de la herencia de Rosalie, la cual se rehusaba a tomar posesión de lo que le pertenecía como herencia.

—Me parece una estupidez que después de tantos años ahora pretenda hacerme pasar por la tátara, tátara, tátara, nieta de mi propia persona y heredar esta fortuna que no necesito.

—El dinero jamás es innecesario, Rosalie. —Alegó Jasper en aquella visión de Alice, observando claramente lo que había pasado en aquel viaje—. Y nunca es suficiente. —Rosalie sonrió con socarronería—. Menos para una mujer como tú. —La hermosa rubia volteó a verle. —Mi adorada Ana Bolena. —La fascinaba vampiresa, acarició el delgado y sombrío rostro de su hermano adoptivo, llamándole seductoramente.

—Mi encantador, hermano George Bolena. —En efecto, Alice no solo sabía que había algo más que amor de hermanos entre Rosalie y Jasper, ambos se veían a sí mismos como Ana y George, los hermanos Bolena de la Inglaterra de 1530, siendo aquella mujer la segunda esposa del rey Enrique VIII y la madre de Isabel I, mientras que George fue el hermano de la antigua reina, y vizconde de Rochford, quien fue acusado de incesto, siendo decapitado al igual que Ana, por ordenes del mismo rey de Inglaterra.

—Firma, Ana… y todo el reino Hale será nuestro. —Jasper había adquirido legalmente el apellido de su hermana, para hacerlos pasar en su momento por hermanos consanguíneos y no levantar sospechas entre los ciudadano de Forks—. Tú solo firma y prometo que siempre estaré allí para ti.

—¿Como buen hermano? —preguntó ella entre dientes, al ver como el abogado regresó con la documentación pertinente, notificándole tanto a Rosalie como a Jasper, donde debían firmar.

—Como tu incondicional y fiel hermano… mi reina. —Aquello complació enormemente a Rosalie, quien a pesar de amar a Emmett como lo hacía, sentía que había tomado la decisión de convertirlo en su pareja eterna, ante el enorme parecido que tenia con el hijo de su mejor amiga, imaginando que su deseo por ser madre en aquel entonces había nublado su buen juicio, lidiando con un esposo amoroso, fuerte y hermoso, pero lo bastante infantil como para hacerla sentir que más que un esposo, estaba criando a un hijo.

Rosalie firmó cada hoja, pretendiendo entregarle toda la documentación al abogado, aquel que agradeció enormemente el que ambos hubiesen accedido a ir hasta New York, a sabiendas de que si no conseguía la firma de la única heredera, él jamás obtendría su porcentaje de ganancias de todo aquello, siendo Jasper quien lo investigara como el buen sabueso que era, notificándole justo al momento de arrebatarle la documentación pertinente, guardándola dentro de su costoso saco italiano.

—Si no le importa, yo llevaré de ahora en adelante el caso de la señorita, Rosalie. —El asombrado hombre le miró bastante extrañado, negando con la cabeza.

—Por supuesto que no… Soy el testaferro de los Hale y por consiguiente quien lleva toda la documentación… —El iracundo hombre no había terminado de decir aquello cuando Jasper ya lo había tomado por el cuello, utilizando su don para asustar tanto al pobre hombre, que este comenzó a temblar, con tan solo ver los iracundos ojos del vampiro, el cual le notificó, antes de acabar con su vida.

—Ahora el testaferro de la señora Hale, seré yo… —Y dicho aquello, clavó sus dientes en el cuello del aterrado hombre, bebiendo diligentemente de él, sin derramar ni una sola gota de sangre, mientras Rosalie se incorporó de su relajada postura sobre el confortable mueble frente al escritorio, notificándole a su amado hermano.

—Cuando termines, nos iremos directo a Forks… Ya no quiero estar más en esta ciudad. —Jasper soltó al aun moribundo hombre, el cual comenzó a desangrarse rápidamente en el suelo, intentando detener la hemorragia con sus propias manos, sin éxito alguno.

—Como tú digas… hermana. —Caminó detrás de ellas y aunque Jasper sabía que Rosalie detestaba la sangre humana, adoraba que su hermana le dejara hacer de las suyas cuando no estaba bajo el ojo visor de Carlisle y Esme, matando a sus anchas.

—Has comenzado a matar y eso no es bueno, Jasper. —Alice rememoró una y otra vez aquella visión, sabiendo de antemano que se había cumplido el día en el que ambos habían decidido viajar juntos a New York, dejando a Alice y a Emmett en Forks, completamente solos—. Sé que Edward también lo está haciendo, pero por lo menos él mata a personas malas, mientras que tú solo lo haces por diversión. —Pisó una de las teclas para que el protector de pantalla se desactivara, intentando releer lo que ya había escrito en el último párrafo de su fanfic intentando olvidar lo ocurrido, shippeando a Harry Potter y a Draco Malfoy, usando la visión que había tenido ayer con su hermano y con Christian en una habitación de paredes rojas, con un montón de arsenal de tortura, siendo Harry su hermano Edward y Christian, Draco.

—Este es el único lugar en el que realmente me siento yo mismo. —Para Harry era la primera vez que Malfoy lograba bajar sus defensas al punto de estremecer toda su piel, al ver como Draco tomó uno de los látigos escondidos en el escaparate del salón de menesteres, mostrándoselo a Potter, siendo el perturbador latido de su alterado corazón, lo que le advirtiera sobre un posible encuentro sadomasoquista entre ambos estudiantes de quinto año—. Es mi lugar seguro.”

Alice sonrió más que satisfecha ante aquel último párrafo, pretendiendo seguir con la historia que tenía en mente, pero los rugidos y aullidos de dos lobos en la distancia, consiguieron que la menuda vampiresa cerrara el computador portátil, mirando a todos lados.

Se incorporó, dejando la laptop en el suelo, acercándose sigilosamente hasta donde sus oídos escuchaban el ronroneo y el rugir de ambas bestias, escondiéndose entre los árboles que rodeaban todo el lugar, deteniéndose al ver el par de cuerpos lobeznos, moverse rítmicamente en el suelo, percatándose completamente asombrada que ambos animales fornicaban.

“Oh mi dios, será mejor que salga de aquí” Pensó la asombrada vampira, pero al ver como el macho pretendió dominar a su hembra, clavando sus colmillos en el cuello de la blanca loba, Alice no pudo apartar sus desvergonzados ojos de aquel par de criaturas que siguieron dándole rienda suelta a sus más primitivos deseos, aun cuando en su interior, albergaban un par de almas humanas. “No puedo creerlo, son tan bellos… tan perturbadoramente seductores, tan…” —El macho dejó de dominar a la hembra, levantando rápidamente el rostro, percatándose de la presencia de un intruso entre el extenso follaje, consiguiendo que Alice comenzara a correr a velocidad sobrehumana de vuelta a donde había dejado su laptop, pretendiendo huir de aquel lugar, pero el par de lobos la habían encontrado, acorralándola entre ellos y el frondoso árbol.

—Lo… lo siento… no quise molestar, yo simplemente… —La loba le rugió con todas sus fuerzas, consiguiendo que la pequeña vampira, golpeara su espalda en contra del enorme árbol, aferrando con fuerza el computador portátil—. En verdad lo siento, no quería importunarlos, yo solo estaba aquí escribiendo y escuché quejidos, pensé que el lobito que mi hermano Emmett había rescatado había vuelto a caer en una trampa, yo ya me iba. —Pero la loba blanca parecía no querer dejarla ir, pretendiendo arrojársele encima, justo cuando el imponente lobo negro que fornicaba con ella la interceptó, arrojándola en contra de un pequeño árbol.

Alice no solo se sorprendió ante la actuación del inmenso lobo negro, sino también de cómo el grotesco animal, se acercó sigilosamente hasta ella, olfateando impúdicamente su entrepierna, consiguiendo una rápida reacción de parte de la vampiresa, la cual le atestó un golpe con la laptop en el hocico al grosero lobo, aquel que chilló ante el porrazo, comenzando a estornudar.

—¿Cómo te atreves a olfatearme, sucio perro apestoso? —La loba comenzó a incorporase de su caída, rugiéndole tanto a Alice como a su pareja, el cual correspondió a sus rugidos, negando con la cabeza. —No sé de qué hablan ni me importa, yo me largo… —Alice pretendió retirarse, justo cuando el lobo comenzó a temblar pretendiendo salir de fase, al igual que su compañera sexual.

—No vas a ir a ningún lado, pequeña. —Notificó Sam, acercándose sin ningún tipo de pudor a la menuda vampira, la cual no pudo quitarle los ojos de encima a la enorme polla del joven Quileute, volviendo a acorralar a Alice entre su escultural cuerpo masculino y el enorme tronco de aquel sauce, posando ambas manos a cada lado de su pequeño cuerpo inmortal—. Así que te gusta mirar… ¿No es así? —Observó como Alice contemplaba su grotesca masculinidad, bajando la mirada para verse a sí mismo el miembro—. ¿Te gusta lo que ves? —La avergonzada vampira levantó rauda la mirada, negando con la cabeza.

—Aamm… claro que no, es solo que…

—Jamás había visto uno de ese tamaño. —Alegó Leah, acercándose a ambos, dejando que sus redondos y perfectos pechos danzaran al compás de sus femeninos movimientos, posándose a su lado—. De seguro el soldadito que tiene como esposo posee una pequeña navaja de bolsillo. —Tanto Sam como Leah sonrieron burlonamente, mientras que la pequeña vampira, no podía creer tanto descaro de parte de ambos Quileutes, aquellos que parecían no tener la menor vergüenza ante su desnudez.

—¿Te gusta mirar, pequeña?… —Alice negó nuevamente con la cabeza—. Hueles a deseo, estas excitada, pude olfatearte muy bien antes de que me golpearas. —Leah revisó el tabique nasal de su amante, ya que eso era Sam para la seductora loba, tan solo su amante de turno, ya que la joven Quileute era muy bien conocida por la manada como una ninfómana, y amante de cada uno de ellos, rogando porque su imprima jamás apareciera y arruinara su perfecto mundo promiscuo y lujurioso, sin el más mínimo deseo de atarse a alguien y ser una estúpida y simple ama de casa.

—Por poco arruinas su hermosa nariz. —La loba besó a Sam en el tabique nasal, aunque aquello no consiguió que el impertérrito lobo le quitara los ojos de encima a Alice, la cual ni siquiera parpadeó, observándoles a ambos—. Eres una fisgona… —Sonrió la loba con socarronería.

—Y ustedes unos exhibicionistas. —Sam no apartó ni sus oscuros ojos ni sus grandes manos del árbol, manteniéndola acorralada—. Les gusta que los miren. —Leah sonrió, acariciándose desvergonzadamente los pechos—. Miren… la verdad es que no me interesa si tú y tu novia… —Ambos volvieron a reír, consiguiendo que Sam apartara sus manos del árbol, cruzándose de brazos, mientras ambos lobos se miraron a las caras.

—Leah no es mi novia. —La aludida negó con la cabeza, agitando su cortó cabello café, el cual se encontraba a la altura de sus hombros.

—Soy la mujer que le da lo que su esposa no le ofrece. —Al escuchar aquello, Alice recordó el día en el que había ido a ver a Bella a casa de Jacob, percatándose del arribo de Sam a la casa Black, acompañado de una mujer con una horrenda cicatriz en la cara, a la cual llamaban Emily, imaginando que ella era su esposa.

—¿Le eres infiel a tu esposa con ella? —Alice señaló a Leah, quien arrugó la cara, volteándole el gesto de mala gana.

—Digamos que Leah me da lo que Emily no puede. —La vampiresa preguntó que era, escuchando su rápida respuesta—. Placer… —Alice bajó la mirada.

—¿Y dónde queda el amor? —Sam, se acercó a ella, justo cuando Leah soltó una risita irónica, negando con la cabeza ante su estúpida pregunta, mientras Sam aferró el mentón de Alice para que le mirara.

—No sé lo que eso significa, pequeña…—Alice sacudió su sucia mano, apartándose un poco de él, al tenerle desnudo y tan cerca—. Me obligaron a casarme con ella porque fue mi culpa el que quedara desfigurada. —Leah comenzó a entrar nuevamente en fase después de notificarle a Sam que comenzaba a sentir frío en su forma humana—. Pero no siento amor por ella.

—¿Y ella por ti? —Sam se apartó de la vampiresa, descruzando los brazos.

—Ella me tiene miedo… sé que no me ama. —Aquello hizo sentir muy triste a Alice, ya que si algo era cierto, era que a pesar de todo aquel juego entre Jasper y Rosalie, su esposo siempre le decía cuanto la amaba, demostrándoselo siempre, sintiendo que en cierto modo aquel juego de Ana y George Bolena, era tan solo para salir de la rutina.

—Pues es muy triste saber que estás atado a una mujer que no te ama y que tú solo sientes lastima por ella. —Sam volteó a verle—. Hasta mis personajes por más desvergonzados, malvados y lujuriosos que puedan llegar a ser sienten amor. —Leah se había echado en el suelo, bufando por el hocico ante las tonterías de Alice, pero a Sam parecía entretenerle la peculiar vampira, a la que había visto varias veces visitar a Bella, ignorándola por completo.

—¿Escribes historias? —Alice asintió.

—De hecho son Fanfic. —Sam preguntó que era aquello, escuchando la rápida explicación de la vampira, la cual mantuvo aferrada la laptop entre sus brazos—. Uso personajes de historias que ya existen y cambio un poco el contexto a favor de mis gustos y deseos de lo que quisiera haber visto en dicha historia y que la autora no nos quiso dar.

—¿Cómo qué? —preguntó Sam bastante intrigado.

—Como el ver a Harry Potter y a Draco Malfoy fornicar juntos. —Sam abrió desmesuradamente los ojos, mirando a Leah, quien parecía estar riendo ante las palabras de la pequeña Cullen, la cual sentía un poco de vergüenza al contarles aquello, a sabiendas de que se burlarían de ella.

—Harry y Draco… ¿eh? —Alice asintió—. Eres más pervertida de lo que imaginé. —La loba parecía estar disfrutando de aquella conversación, riéndose internamente—. Si yo fuera J.K. Rowling te demandaría. —Sam se rascó desvergonzadamente la entrepierna, consiguiendo que su sexo se agitara, incitando a la perversa mirada de Alice, posarse sobre la enorme polla, volteando el rostro rápidamente.

—Pues ella hizo a Dumbledore gay. —Leah le rugió a Sam, el cual le exigió que se adelantara, imaginando que la chica ya se estaba fastidiando de escuchar las niñerías de la vampiresa sobre amores gay de personajes heteros, deseando marcharse.

—Debo irme… Mmm… —Sam, chasqueó una y otra vez sus dedos intentando recordar el nombre de la joven Cullen.

—Alice… mi nombre es Alice… —El musculoso Quileute asintió, señalándole.

—Es cierto... en fin… debo irme, Alice. —Sam se acercó a la menuda inmortal, la cual se tensó no solo ante su cercanía sino también por el inmenso calor corporal que emanaba de él, y aunque su olor era algo repulsivo, la chica no podía negar que el tener un hombre desnudo frente a ella y con semejante cuerpo, era demasiado perturbador, hasta para la vampiresa—. Pero espero que algún día me muestres si es cierto que tus personajes conocen lo que es el verdadero amor. —Alice asintió.

—¡Hecho!… —Extendió su mano, tratando de cerrar el trato entre ella y el imponente lobo, aquel que miró su mano extendida, sin saber si tomarla o no, aferrándola al fin con delicadeza—. Nos vemos luego, Sam. —El aludido por supuesto lo había dicho en broma, pero al parecer la chica lo había tomado en serio, estrechando tan fuerte la mano del joven Quileute, que tuvo que soltarla antes de que la fuerte vampira le rompiera los huesos de la mano, apartándose de ella, observando cómo se alejó lentamente de él, saltando alegremente como una niña, sin saber por qué diantres aquella pequeña tonta le había agradado tanto.

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Edward había regresado de su departamento, trayendo consigo la mayor parte de su ropa entre ellas los tenis que Alice le había obsequiado, dejando unas cuantas mudas en aquel lugar, al igual que sus libros, volviendo tan solo con su enorme tomo de trastornos disociativo, siendo uno de sus favoritos.

Aparcó el volvo en el estacionamiento privado de Christian, en donde un gran número de autos caros y veloces, se dejaron apreciar en su esplendor, siendo el Audi R8 Spyder, el que llamara la atención del vampiro a su llegada, admirándole completamente impresionado.

—Sin duda tienes buen gusto en autos, Christian. —Se comentó así mismo el chico, terminando de vestirse, colocándose un costoso sobretodo gris oscuro, el cual había sido uno de los tantos obsequios de Alice, escuchando claramente el engranaje del ascensor al subir, bajando raudo las escaleras, imaginando que Christian había llegado—. ¡Vaya!... No pensé que los viernes tuvieses tanto por hacer en la oficina… —Edward no solo detuvo su habla, también aminoró la velocidad con la que se diría a aquel lugar, al ver que se trataba de Taylor, el chofer y mano derecha del señor Grey, quien le notificó a continuación.

—El señor Grey me envió a recogerlo, señor Cullen. —Aquello sorprendió a Edward, sin saber que pensar ante aquello, ya que Christian le había prometido que él lo recogería, para resarcir su error, observando raudo su reloj de pulso, percatándose que ya eran las ocho de la noche.

—¿Por qué no vino él? —A lo que Taylor respondió, sin apartarse del ascensor para que no se cerrara.

—Se le complicaron las cosas en la oficina, pero lo está esperando en Portland, señor.

—¿Portland? —preguntó Edward bastante asombrado, tratando de averiguar lo que Taylor sabía al respecto, pero el hombre solo pensaba en qué tipo de juego de seducción estaba metido su jefe, como para llevar a Portland a aquel joven universitario.

—Sígame, por favor. —El joven vampiro subió al ascensor, dejando que fuese Taylor quien pulsara el botón que los llevaría a la planta baja, saliendo y dirigiéndose al auto que los trasladaría a Portland, siendo este el Audi S8 gris, tomando asiento en la parte trasera, dejando que el chofer lo llevara a su destino, mientras el apuesto vampiro intentó averiguar algo más al respecto, pero al parecer, en lo único que pensaba Taylor, era en que si su jefe se había cansado de las mujeres y pretendía ejecutar su juego de sumisión con un joven como él, haciendo sonreír a Edward, quien se hizo el desentendido.

Edward aprovechó para escribirles unos cuantos mensajes a sus hermanos, y así saber cómo estaban todos en Forks, recibiendo la rápida nota de voz de parte de Alice, quien le notificó lo ocurrido con Sam, mientras que los mensajes de Emmett eran para decirle que Bella aún no despertaba y que Carlisle ya había decidido adoptarla como una Cullen, antes de que lo Vulturi la tomara como su propiedad.

“De mi ex novia, pasaste a ser mi hermana, Bella… bueno… espero que mis demás hermanos te traten como te mereces y que Jacob no se ponga obtuso con lo de la custodia de los niños” Siguió mensajeándose con sus hermanos y con su padre, aquel que le explicó como habían sucedido las cosas después de que se marchara del hospital rumbo a Seattle, exigiéndole que no se preocupara por Bella.

—Ya llegamos, señor. —Edward levantó la mirada, encontrándose frente al helipuerto de Portland, saliendo rápidamente del auto, justo cuando Taylor se detuvo, observando todo el lugar.

—¿Qué te estás tramando, Christian? —Se preguntó el chico, observando cómo un par de hombres se acercaron a él, preguntándole si era Edward Cullen, asintiendo a su interrogante, dejándose guiar por los trabajadores del helipuerto, los cuales lo introdujeron en las instalaciones aéreas, subiéndolo hasta el techo del enorme edificio, exigiéndole que les siguiera, guiándolo por una pequeña escalerilla de metal hasta el amplio techo, señalándole un enorme helicóptero estacionado en medio de la pista, aquel que ya había echado a andar sus enormes hélice, percatándose de un hombre parado de espadas, aquel que parecía darle instrucciones al piloto, acercándose lentamente después de cerrar su sobretodo, escuchando la acotación de aquel hombre.

—Aquí tiene su plan de vuelo, señor Grey… lo hemos revisado todo y tiene permiso para despegar. —El hombre se apartó al ver a Edward acercarse, observando perplejo a Christian, quien parecía ser la persona que pilotearía el enorme armatoste—. Bienvenido joven Cullen. —El chico se asombró aun más al darse cuenta de que Christian les había notificado a todos con quien iría a volar—. Con sus permisos. —Hizo una reverencia, retirándose rápidamente de aquel lugar, mientras el apuesto multimillonario, observó como el fuerte viento ondeaba los cobrizos cabellos del pasmado muchacho, quien se acercó lentamente a la puerta, notificándole apremiante.

—No tenías que rentar un helicóptero para resarcir el daño de esta mañana y mucho menos para sorprenderme, Christian. —El aludido sonrió.

—No lo he rentando, Edward… —El hilarante hombre de negocios, palmeó el asiento del copiloto, notificándole a continuación—. Te presento a Charlie Tango, mi transporte particular más amado. —Edward se sentó, sin poder creer que Christian lo había vuelto a sorprender a pesar de ser un vampiro con los cinco sentidos agudizados y un sexto sentido que le dejaba leer la mente, pero su jugaba había sido magistral, enviando a Taylor para que le buscara, sin dar la mas mínima sospecha ante lo que se estaba tramando.

El aun asombrado vampiro subió al helicóptero, preguntándole qué modelo era, justo cuando Christian le exigió cerrar la puerta, entregándole los cascos para que se pudiesen oír mejor el uno al otro, aunque Edward no tenía problema alguno con el ruido de las hélices, accediendo a hacer lo que el multimillonario le dijera, escuchando su respuesta.

—Es un EC135. —Christian comenzó a ejecutar las comprobaciones previas al vuelo y al parecer todo estaba bien.

—Imagino que sabes lo que haces… —Aquello le molestó un poco a Christian; no ante su desconfianza, sino al ser la misma tonta respuesta que le había hecho Anastasia en su momento.

—Estás a salvo conmigo. —Edward se percató de las manos de Christian sobre su cinturón de seguridad, justo cuando pretendió colocarse los cascos, levantando raudo la mirada, encontrándose con los metálicos ojos de Christian a escasos centímetros de su rostro—. Ya estás seguro, no dejaré que te caigas… —El pasmado vampiro sintió un fuerte golpe en el pecho, bajando la mirada—. No puedes escapar, Edward… te tengo en mis dominios y son más de las siete de la noche… ¿Sabes lo que eso significa? —El chico levantó la mirada, encarando a aquel hombre, el cual deseaba escuchar aunque fuese una sola complacencia de su nuevo esclavo para con su amo, diciendo exactamente lo que Christian deseaba oír.

—Que te pertenezco. —Ambos se contemplaron por unos segundos, sin poder apartar sus inquisidoras miradas, siendo Christian quien padeciera de una arritmia cardiaca bastante elevada ante la complacencia de sus palabras, mientras Edward percibía un golpeteo insano en su pecho, al mismo tiempo que disfrutaba de los fuertes latidos del corazón del multimillonario, el cual al fin se apartó de él, tomando rápidamente el mando del helicóptero.

Christian comenzó a hablarle a la torre de control, acelerando a 2000 rpm; una vez que le dieron vía libre, realizando las revisiones finales, percatándose de cómo la temperatura del aceite estaba a 104, asintiendo bastante complacido,incrementando la presión de la válvula de admisión a 14, y el motor a 2500 rpm, empujando el acelerador… Y como la elegante ave que era… Charlie Tango se elevó en el aire.

Edward sonrió bastante complacido ante la adrenalina que lo embargaba, mientras el suelo desapareció poco a poco debajo de ellos. Ninguno de los dos habló completamente embelesados por las luces nocturnas de Portland; sumidos en una absoluta oscuridad… siendo las luces de los instrumentos las únicas que emanan frente a ellos. El rostro de Edward se iluminó por el brillo del rojo y el verde, observando la noche.

—Inquietante, ¿verdad? —preguntó Christian, aunque para él era un enorme alivio, ya que nada podía hacerle daño allá arriba, sintiéndose libre.

—Excitante, diría yo. —El sonriente hombre de negocios asintió complacido.

—Te dije que existen muchas formas de dar y recibir placer, Edward. —El vampiro volteo a verle—. ¿Te gusta la experiencia que estas experimentando ahora? —El chico asintió—. Veo que no te asustas fácilmente, eso me agrada, me gusta la adrenalina.

—Y a mí —acotó Edward.

—Pues ya sé como recompensarte cuando tú me complazcas a mí. —Ambos se vieron nuevamente a los ojos, y lo que aquel cosquilleó sobre las mejillas de Edward era indicativo de su vergüenza, en el agraciado rostro de Christian fue un repentino sonrojo de excitación que sorprendió gratamente al muchacho, bajando raudo la mirada.

“Este juego comienza a ser peligroso”, pensó Edward sin poder dejar de sentir cierta inquietud ante lo que estaba comenzando a nacer entre ambos, intentado restarle importancia a aquel rubor en el rostro del hombre a su lado.

 “¿Por qué me agradas tanto, Edward?”, se preguntó a sí mismo Christian, consiguiendo que el chico se incomodara tanto que sintió deseos de abrir la puerta y saltar al vacío, pero aquello enloquecería al preocupado hombre de negocios, quien de seguro terminaría arrojando en picada a Charlie Tango con tal de rescatarle, mirando todo el maravilloso cielo frente a ellos, intentando restarle importancia a aquel pensamiento, deseando poder tener la oportunidad de demostrarle algún día su mundo inmortal y asombrarle tal y como Christian lo estaba haciendo en el suyo.

—¿A dónde vamos? —preguntó Edward de repente, tratando de hacer conversación y acabar con el incomodo silencio entre ambos.

—De regreso al pent-house. —Notificó sin dejar de estar atento a las lecturas de su consola de vuelo—. Dejamos algo inconcluso en el cuarto rojo. —Edward no pudo evitar sonreír, y aunque volteó rápidamente, Christian pudo percatarse de su socarrona sonrisa—. Creo haberme resarcido contigo.

—¿Y quieres intentarlo de nuevo? —Christian negó con la cabeza, justo cuando Edward volteó a verle.

—Quiero seguir viendo esa sonrisa de satisfacción en tu rostro, Edward… pero debes aprender que el placer trae deberes que debes cumplir como sumiso. —El chico asintió a pesar de sentir un poco de incomodidad ante aquello—. ¿Te gustaría volarlo? —El joven vampiro asintió más que complacido—. Pues yo deseo ver que tan sumiso puedes llegar a ser conmigo. —Edward miró al frente y comprendió lo que Christian quería enseñarle, que todo en este mundo tiene un precio y que debía de pagar para recibir lo que deseaba.

—Bien… —Fue la respuesta de Edward, la cual, aunque no fue extensa le dio a Christian una enorme satisfacción, enrumbando a Charlie Tango hasta su pent-house, en donde tenía su propio helipuerto en la azotea, elucubrando sobre lo que esta noche haría para que su nuevo juguete de satisfacción personal le complaciera, comentando mientras intentaba aterrizar el armatoste.

—Me gusta tu sobretodo. —Edward miró su propio atuendo, mientras elucubraba sobre el deseo de Christian de que el chico le complaciera con tan solo ser obediente y obsecuente, escuchando su respuesta, al momento de ejecutar un aterrizaje perfecto.

—Gracias… pensé en tu apellido y en el color de tus ojos… —Edward se sintió un poco estúpido y amanerado al decir aquello, pero ya lo había dicho argumentando a continuación, para sentirse menos idiota—. En mil matices de grises nos hacemos cicatrices… —Christian volteó a verle un poco asombrado— …Es un poema. —El impertérrito multimillonario, comenzó a apagar todo el comando del helicóptero, sin dejar de mirarle.

—¿Tuyo? —Edward asintió—. Me gustaría escucharlo completo. —El avergonzado vampiro asintió nuevamente, prometiendo que se lo recitaría.

—Ahora vamos a comer… muero de hambre. —Mintió, pero supo de sobra que aquello complacería enormemente a Christian y si algo se había jurado Edward era justamente eso, complacer al multimillonario y volver a la paz y tranquilidad que le había entregado Charlie Tango a ambos hombres, deseando pilotearle.

Notas finales:

Nota: Gracias a todos por sus comentarios... He respondido la mayoria de ellos, para los que comentan en anonimo o para los que no tienen las notificaciones de respuesta de autor activadas.

 

A todos gracias y esperando de ustedes paciencia, porque soy una persona ocupada.

Disfruten el sexto capítulo.


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