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ÉL & YO por AndyxRRRx

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Junto a la carretera transitada se extendían las aceras repletas de personas apresuradas rumbo a su destino. El cielo que cubría la ciudad parecía teñirse de gris y las nubes se veían más espesas que el humo emitido por los vehículos cercanos, los rascacielos simulaban rozar las alturas contaminadas para darles refugio a las aves que lograban surcar entre el viento. Y en medio de todo ese movimiento, entre la distorsión, miles de manos sostenían a otra, miles de parejas pasaban por el mismo cruce, pero ninguna de ellas llamaba tanto la atención como lo hacía un par de muchachos extravagantes dando un tour por aquellas calles tan bulliciosas, tan sucias como las miradas que el resto les dirigía.


Cabello alocado con degradados a rubio en ambas cabezas, delimitadas por su diferencia de altura entre ambos chicos, se dejaban relucir entre cada esquina y sus rostros eran cubiertos hasta la mitad por un cubre bocas color negro; el aire estaba demasiado contaminado para permitir que entrara con total libertad en sus pulmones. Las prendas que portaban fueron seleccionadas al puro estilo punk, desganado, rebelde y sin gracia para algunos, pero ellos lo llevaban con normalidad, incluso con orgullo; cada parche, cada rotura entre las uniones de sus telas significaba alguna locura pasada el uno con otro y de ese modo podían ver los recuerdos de una forma más clara. El calzado que portaba uno de ellos era más llamativo que su pareja, con plataformas negras contrastantes al color original del material rosa que cubría el resto de su zapato, sus pisadas fuertes se escuchaban con claridad mientras ambos se dirigían cada vez más y más lejos del alboroto en medio de la ciudad.


A una corta distancia de los basureros en el vecindario más próximo, después de las oficinas postales y un par de bares baratos, la entrada de un callejón daba paso a un extenso pasillo que era pobremente iluminado por algunos faroles. Todos sabían que en las orillas de la ciudad había un sitio especial para ir a esconderse cuando lo único que se quiere hacer es olvidarse del ruido cotidiano por un rato y era exactamente ahí donde ellos se dirigían; ellos eran un par de chicos que sólo querían tomarse de la mano mientras reían cara a cara sin que alguien más los mirase como si estuvieran vomitándose encima. Ellos sólo buscaban quererse sin sentir que era repugnante. Y aunque fuese entre la pequeña sociedad viva en medio de un callejón sucio, ellos iban a caminar hasta donde se encontraba ese sitio para poder sentarse; uno sobre las piernas del otro.


Los bares gais eran no en extremo raros, pero sí había que tomarse su tiempo en conseguir lugar en uno y afortunadamente ese par ya lo tenía. La pequeña comunidad formada a lo largo de ese sitio estrecho se hacía sentir.


—Akira, Taka, ¿lo de siempre?


Un hombre alto y muy delgado se asomaba por la barra frente al par de mencionado mientras buscaba una libreta y bolígrafo dentro de sus bolsillos, aunque sabía de memoria los tragos, necesitaba anotarlos.


—Sí, por favor. Ya sabes, no muy cargados, aún es temprano. Por cierto, recuerda el encargo de la vez pasada, puedes entregármelo cuando vaya saliendo.


Akira, el rubio alto con chaqueta de cuero y playera blanca con algo de sangre rezagada de hacía días, dirigió una seña a la estantería de vasos frente él. Una de sus manos iba de arriba abajo en los costados de su pareja, quién todavía estaba sobre sus piernas, y paraba en sus caderas; sus dedos eran largos, muy delgados, los usaba para afirmar la piel blanca por debajo de ellos y rasguñar una que otra vez las caderas y espalda del muchacho que mimaba.


En el ambiente se podía escuchar música a todo volumen prendiendo a la gente reunida al centro de la pista para bailar y pasar un buen rato restregándose cuerpo a cuerpo, sin descaro, sin miedo. A lo lejos también había risas y gritos, uno que otro reclamo después de una pelea mínima opacada por los cantos desafinados de la mayoría. Todo se mezclaba como el jugo de naranja con el vodka que veía Takanori mientras admiraba a centímetros los labios resecos de Akira. Todo se desvanecía ahí, en ese instante donde se lograban perder uno con otro solamente.


—Akira, bésame.


Él tenía que pedirlo, no porque fuera obligatorio en su relación. Él pedía que se acercara a sus labios para unirlos ya que simplemente le gustaba como sonaba, a ambos les encantaba. Anticipar la acción y después sentirla; era poner la boca bien cerca del oído para que lograra captar su voz y ver cómo se erizaba su piel ante su pedido. Era hermoso. Y lo era aún más cuando escuchaba el sonido de las lenguas separarse fuera de sus bocas, les gustaba aquello que provocaba un beso húmedo y creciente, la respiración acelerada que se captaba cuando separaban sus cabezas un poco para regresar a pegar sus narices hasta encontrar la posición correcta y así hundían más cada parte de sí mismos en el acto. A veces mantenían abiertos sus ojos sólo por el puro placer de notar la desesperación y gestos ajenos, a veces cerraban sus ojos y sentían el pecho contario hincharse hasta expulsar el aire acumulado. De entre las tantas veces que se amaban, a veces se daban el tiempo para notar cómo es que reaccionaban.


Saliendo del bar, Akira miraba a Takanori comer, lo contemplaba mientras sus cabellos recién cortados se movían cuando inclinaba su cabeza para darle un mordisco al pedazo de pizza que lograban conseguir después de ser los últimos en la tienda abierta. El letrero colgando fuera de la puerta marcaba las veinticuatro horas en función, así que no lo pensaron más y entraron. La radio, tontamente puesta junto a una ventana abierta, a penas y lograba escucharse, pero no era molestia ya que ambos chicos sólo buscaban silencio después de varias horas comiéndose el uno al otro en medio del escándalo dejado atrás.


—Taka, sonríe.


El último trozo de pizza estaba entre los dedos de Takanori y antes de que él le diera una mordida, giró su cara en dirección a quien le hablaba y, aún con algo de salsa en una de sus mejillas, sonrió sin mostrar la dentadura, achinando sus ojos. Era un gesto rápido, algo muy cotidiano, pero para Akira era importante ver sonreír a su Taka, así sabía que todo estaba bien, que no había bebido demás, que nadie lo había molestado en el baño mientras él no estaba. Al verlo sonreír sabía si era sincero o no y le ayudaba a recordar lo mucho que lo amaba. Se le hinchaba el pecho de orgullo cuando distinguía aún el color rosa en sus pómulos y el brillo en sus iris antes de desaparecer por tal expresión. La hormona acumulada en su cuerpo era alborotada cuando veía sus labios abultados juntarse de esa forma y era ahí cuando no le importaba si escuchaba su pedido o no, él lo volvía a besar.


Las mejillas de Takanori eran aplastadas entre ambas palmas de Akira y abultaban aún más sus labios. Notaba cómo lo miraba hacia arriba, con el maquillaje comenzando a correrse ligeramente, y aún la mueca de una sonrisa ahí en su rostro.


—Maldita sea, me encantas.


El viento corría con más libertad entre las calles vacías, era tan libre como aquellos dos balanceando sus manos juntas mientras corrían de acera en acera y jugaban con las ramas colgantes que alcanzaban al golpear sus caras. Las hojas secas que se apilaban en las esquinas crujían cuando pasaban despreocupadamente sobre ellas y reían sin importar si despertaban a alguien del vecindario. Se sentían bien estando sólo ellos en plena madrugada sin saber exactamente a dónde ir, a qué casa entrar silenciosamente para no despertar a padres molestos; probablemente el padre de Takanori estaba realmente furioso y la abuela de Akira extremadamente preocupada al preguntarse por qué su nieto no llegaba a casa para cenar, pero a ninguno les importaba eso en aquellos instantes.


El frío no alcanzaba a calar sus huesos, ninguna briza era suficiente para apaciguar el calor que cargaban por sí solos al pegarse en cortos momentos para acariciarse y besarse fugazmente. Los moretones en algunas partes de sus cuerpos ya no punzaban más y a pesar de que sí lo hicieran, no les importaría porque estaban juntos por un día y noche entera, quién sabe por cuánto más. Sí, ni siquiera ellos sabían cuándo volverían a verse por lo que tomaban cada segundo con desesperación y entre tanta energía, tantas ganas y aceleración no se percataron de las pisadas extrañas que se acercaban por la esquina que iban dejando atrás.


Cuando Takanori miraba a los ojos de Akira le gustaba ver cuán rasgados eran, cuán lindos le parecían. Cuando Takanori acariciaba el pecho de Akira le gustaba sentir como se acumulada el aire en su interior y después lo expulsaba de forma irregular, erizándole la piel. Cuando Takanori abrazaba a Akira le gustaba alcanzar el hueco entre su cuello y recostar ahí la mitad de su cara, quiso preguntarle por algo extraño que sentía un costado de su cuerpo, pero en aquel momento donde juntó ambos cuerpos para esa acción, él vio directamente hacia atrás y pudo concentrarse en la sombro amenazadora que corría en dirección a ellos, iluminada por las luces parpadeantes, se acercaba rápidamente.


—¡Corre!


Fue lo único que dijo, lo que alcanzó a gritar al momento de separarse y jalar la chaqueta de su pareja. El calzado sí hacía resonar sus desesperadas pisadas en busca de una desviación ante la amenaza que los perseguía como si fuese un cazador a su presa. Akira intentaba mirar sobre su hombro por algunos segundos, queriendo llevar sus manos a su costado izquierdo del pecho, pero los tirones de Takanori lo alteraban tanto que prefería seguirle en su huida. Las luces seguían fallando y cada vez más se escuchaban gritos reclamando y pisadas fuertes.


—¿Por qué? ¿Por qué de nuevo?


Akira contemplaba con pesar la expresión de pánico y desconcierto en Takanori e instintivamente se acercó a él para rodearlo con sus brazos y pegarse aún más al muro del callejón alejado donde habían logrado escabullirse, allá donde los edificios comenzaban a derrumbarse y los llanos secos se extendías más que las zonas habitadas. Él acariciaba su espalda, bajaba por su cintura y subía por su mentón para terminar en su mejilla, iba de abajo hacia arriba tocando cada sitio donde sabía que cargaba con marcas pasadas debido a incidentes como los que acababan de pasar, como los que estaban afrontando aún.


El estruendo de objetos metálicos azotando contra el pavimento interrumpieron los mimos de consuelo que Akira llevaba a cabo y sobresaltaron incuso a los gatos callejeros que rondaban por ahí. Ambos estaban rodeados y sin salida en el callejón frente a cuatro individuos que no tenían pinta amigable; dos de ellos sostenían lo que parecían la mitad de una tubería o lo que fuesen aquellos objeticos alargados y pesados. Akira simulaba la protección de un felino ante el peligro y mantenía a Takanori a su espalda, con los brazos extendidos, aunque el otro luchaba por salir y dar la cara también, él no lo permitía, jamás lo haría.


—El día anterior vi a tu perra con otro maricón paseando en la escuela, ¿y aún lo defiendes como perro?


—Será mejor que te largues de aquí, ya hemos tenido problemas antes y siempre terminas con la cola entre las patas. Ahórrame la molestia.


Akira hablaba seguro y firme. Era cierto que ya antes habían tenido problemas con la pandilla de aquel matón que se les plantaba enfrente, pero esa vez pintaba mal, realmente mal, y aun así no se apartó. Las miradas que ambos intercambiaban a penas se distinguían entre la penumbra, pero el ambiente era más pesado que el metal que cargaban como instrumento agresor.


—Todos aquí están hartos de ver cómo ensucian la reputación de nuestros hogares como sus mariconeras, así que, Suzuki, será mejor que te despidas de esa zorra de una vez si no quieres que vea como te deformamos la cara mientras le abro las bonitas piernas que tiene.


La temperatura en el cuerpo de Akira se elevó aún más y la mano de Takanori tembló de impotencia y asco al escuchar las palabras que el otro les dirigía. Un par de risas seguían el son de burla que uno había iniciado para no dejar de lado su aspecto intimidante, pero ninguno pensaba ceder, mucho menos Akira.


—Taka, por favor, ve detrás del contenedor que está allá —señaló la esquina más lejana y el gran contenedor gris. Su tono era profundo y hablaba lento.


—¡Akira, yo también soy un hombre! Puedo defenderme como tú.


—Dejen de pelear, no tengo tiempo para sus ladridos.


—¡Que vayas a cubrirte, Takanori!


Las pisadas volvieron a hacerse presentes y Akira no alcanzó a reaccionar cuando una mano logró tirar del cabello de Takanori para azotarlo contra el muro; él gritó, parte de la zona que había sido impactada comenzaba a sangrar, dejándolo un poco desorientado ante las circunstancias. Uno y después dos golpes arremetieron contra el abdomen del mismo que fue agredido primero, Takanori se quejaba quedamente ante la falta de aire y cada vez que sentía los objetos metálicos contra su piel no hacía más que sollozar e intentar aferrarse a algo, lo que alcanzaran sus dedos, pero incluso la mano de Akira estaba lejos.


 En medio de gritos desesperados e intentos por soltar el agarre que lo mantenía simplemente observando cómo golpeaban a su pareja, Akira echó su cabeza hacia atrás con la intención de acertar contra la cara de quien lo tenía sujeto, pero falló; su agresor adivinó el movimiento, soltándolo rápidamente, permitió que Akira impactara directamente contra del contenedor que antes le había señalado a Takanori; él tan imbécil, le había dicho que estaba mejor resguardado.


—Tranquilo, no queremos que te mates tan pronto.


Las latas que habían logrado botarse hacían mayor estruendo al combinarse con los quejillos de Takanori a unos metros, tendido sobre el suelo terroso. Dos de los principales agresores continuaban ensañados con lastimar las zonas más vulnerables en el muchacho y el par restante se dedicaba a hablar cosas sin sentido, palabras más sucias que la sangre mezclada con porquería en el callejón, sin prestarle atención al inconsciente Akira detrás de ellos.


—Cuando despierte tu novio, me gustaría que viera cómo te parto en dos mientras mi hermano te la mete por la boca, ¿no es eso lo que les gusta a ustedes, eh?


La expresión que mostraba Takanori estaba por lejos de ser desesperada, más bien, él denotaba furia y a la vez impotencia. Su ceño estaba fruncido al extremo y sus ojos no contenían brillo alguno, sólo estaban sus iris opacos que fueron acompañados por una voz quebrada para atinarle a escupir en la frente a ese que se atrevía a hablarle tan de cerca, siendo tan despectivo.


—Eres un hijo de puta, ni siquiera con un maricón logras coger porque le das asco incluso a tu madre.


—Quiero escuchar que digas esas cosas mientras me vengo en ti.


Los tres chicos restantes se apartaron un poco para cubrir las salidas del callejón, dejaron visible solamente uno de los faroles y continuaban con sus risas, como hienas en jauría, al ver como su mayor tomaba del cabello a Takanori para acomodarlo frente a él, se resistía, pero no podía forzar demasiado su cuerpo con los golpes en las costillas, estómago y piernas; se sentía deshecho, roto mental y físicamente.


Nuevamente el estruendo del metal inundó el ambiente, pero aquella vez fue porque alguien había dejado caer uno de los bates metálicos sobre el pavimento debido a la sorpresa de ver a una persona derrumbarse sobre sus rodillas. Una bala atravesó la pierna del último en su pequeña fila, y después otra, continuó hasta que sintió que era tiempo de seguir con el próximo. Akira al otro extremo del callejón estaba soportando el impacto de sostener el arma al jalar el gatillo para tratar de apuntar lo mejor que podía. Todo el vecindario era envuelto entre los gritos de pena, esfuerzo y la salida de cada bala, incluso lastimando un poco el campo auditivo de su tirador. Uno a uno fueron saliendo de ahí, dejando a su compañero herido lamentándose a la orilla del edificio y el principal brabucón que había comenzado todo.


—Y yo quiero escuchar tus gritos cuando te mande al infierno.


De un intento pretendió acertar directamente a quien sostenía bruscamente a su Taka, pero los brazos ya le temblaban y sentía su cabeza aún dar vueltas mientras la movía rápidamente para estar alerta. Su espalda nuevamente chocó contra el suelo y luchó para no dejar rebotar su cabeza una vez más, el empujón que propició su caída había sido por el único restante de la pandilla ahí, así que había logrado la primera parte de su cometido, ni siquiera al que logró herir en la pierna se encontraba en ese instante.


Los forcejeos continuaron por corto tiempo, revolcándose entre la tierra y restos de basura, Akira pataleaba y extendía sus largos brazos para alcanzar de nuevo el arma que resbaló de sus dedos. Pero los golpes no se detenían y la fuerza de su contrincante era casi bestial, incluso sus ojos querían salir de la presión que sentía en su cabeza; estaba exhausto, más que al límite y en lo único que pensaba era en la figura de Takanori tendida boca abajo a corta distancia suya. Sus uñas se aferraban inútilmente al pavimento debajo y sólo lograba herirse aún más. Utilizó incluso los dientes para defenderse ante el ataque que recaía sobre él, pero ya sentía que el aire era insuficiente, aún con el arma ya bajo su palma, no tenía fuerza para detenerlo unos cortos segundos y acertar a la cabeza.


No, quizá en la cabeza no lograba atinar un tiro, pero quizá en otra parte sí.


—Bastardo.


Sólo eso escuchó Akira antes de sentir cómo el peso comenzaba a incrementarse sobe sí mismo. Y uno, y después dos, y seguidos tres golpes con ira, furia, más que rabia apoderándose de un cuerpo que simplemente se enfocada en querer sacar los sesos del interior que los mantenían con uno de los bates olvidados. El sonido del hueso siendo aplastado era cada vez más profundo, grotesco, y similar a quebrar una sandía conforme se acercaba a su centro blando. Takanori estaba más allá de enloquecido por querer deshacer a quien los había estado quebrado poco a poco a su Akira y a él mismo.


—Taka, para, por favor…


La mano de Akira sostenía el objeto metálico, manchando su palma con la sangre que lo cubría, mientras intentaba distinguir la cara angustiada de Takanori bajo la sombra. Su respiración estaba agitada en extremo y ya sólo dos corazones resonaban con sus latidos en el eco del vacío que lograron formar después de todo.


La sangre aún corría a un ritmo contante, que era lento, pero no paraba al igual que unas cuantas lágrimas rebeldes por los ojos de Takanori al chocar en su mente lo que acababa de comentar. El aire se llevaba el gritos y palabras lanzadas hacía instantes atrás. Y Akira se enfocaba en devolverle el calor al cuerpo maltratado de su pareja.


Habían asesinado a una persona, herido de gravedad a otra y causado daño a propiedad privada en un barrio que era el vecino al suyo, sí, eso y más. Pero habiendo pasado a través del momento en que sus vidas casi son separadas de una forma tan tajante como aquella, el simplemente escuchar aquí estoy, contigo, no me iré les devolvió el alma. Se volvieron a tomar a sí mismos.


Nuevamente el silencio reinaba y Takanori ya no reposaba su cabeza sobre el pecho de Akira. El contenedor más grande al final del callejón ardía con un cuerpo calcinándose en su interior y una botella con combustible robado del coche más cercano se derramaba a lo largo del pavimento para seguir el camino de las llamas e incendiar el lugar completo mientras ambos muchachos se alejaban por el otro extremo, hacia la ranura que les daba acceso al pastizal seco y amarillento de la temporada. Quizá parte de las escaleras oxidadas que colgaban del viejo edificio colapsarían, tal vez parte de la fachada se iría ahí también, no sabían exactamente, pero querían desaparecer lo mayor que pudieran de ese sitio.


No importaba si dos días después llegaban a la casa de Akira y la abuela los esperaba con lágrimas en los ojos y el abuelo con unos buenos golpes para ambos, realmente no importaba, era mejor que nada. Para esas personas, aquellos muchachos eran un par de amigos que llegaban de una riña en algún bar, ebrios e irresponsables. No importaba si al final la abuela discutía con su esposo por haber golpeado aún más a los muchachos. No importaba si ambos lograban escabullirse al mismo tiempo en la bañera para tomar la ducha juntos, recostados y sintiéndose al fin con la confianza y ganas infinitas de llorar con el agua cubriéndolos.


No importaba porque al final sí tenían a donde regresar, importante, sí habían regresado.


—Akira, te amo.


—Yo también, Taka, yo también te amo.


El agua caía, pasaba sobre las marcas coloridas en tonos oscuros sobre ambas pieles y terminaba por irse al drenaje con todo el dolor y lágrimas acumuladas en una sola habitación. Akira miraba a Takanori desde su punto y besaba la parte lateral de su cabeza con cabellos húmedos, fuertemente, quería grabar ese beso más de lo que estaba aquellos recuerdos ardiendo en sus ojos.


Al final logró hacerlo arder por dentro esa noche también, al fin, después de tanto.


Al final eran sólo ellos y para la abuela era suficiente para permitir que ambos cenaran lo que quisieran para que recuperaran sus fuerzas. Lo suficiente para que el abuelo aceptara que se quedará una noche más. Ambos sabían que para los muchachos su prioridad era encontrarse, mantenerse.


 


Al final somos sólo él y yo.

Notas finales:

Olvidé subirlo acá, ah. Ya era tarde. Pero al fin quedó, tenía la idea en mi mente desde hace un buen rato.

Gracias por leer.


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