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Capítulo I “Los Cuentos de Mamá”
En Gerberoy Francia, la noche toma lugar, las casas del pequeño pueblo comenzaban a apagar sus luces, para descansar de un largo día en el campo, casi a las afueras del pequeño pueblo, en una maltrecha casa una anciana terminaba de arropar a su niño.
La mujer vestía de manera andrajosa, con un camisón azulado, desgastado y con evidentes remiendos a lo largo de su vestimenta, en la cama se encontraba un niño de negros cabellos lacios, piel pálida y finas facciones, el pequeño tenía una sonrisa que adornaban su rostro, para sus apenas 8 años, era un niño encantador, con un carisma envolvente y una elegancia natural, te harían creer que nació en cuna de oro, pero nada de eso estaba más lejos de la realidad.
— Abuela, ¿Qué cuento me leerás hoy?
— te contare las reliquias de la muerte…
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Había una vez tres hermanos que viajaban por un camino sinuoso y solitario, al atardecer. De pronto, los hermanos llegaron a un río demasiado traicionero para cruzarlo pero siendo diestros en el arte de la magia, los tres hermanos sólo usaron sus varitas para crear un puente. Sin embargo, antes de pasar, una figura encapuchada bloqueó su camino. Era la muerte y se sintió defraudada porque los viajeros normalmente se ahogaban en el río. Pero la muerte era astuta, fingió felicitar a los tres hermanos por su magia y les dijo que se habían ganado un premio por ser lo bastante listos para evitarla.
El mayor, pidió una varita más poderosa que cualquiera que existiera y la muerte se la fabricó de un árbol de Sauco que estaba cerca. El segundo hermano decidió que quería humillar a la muerte, aún más. Pidió el poder de traer a seres amados desde la tumba, así que la muerte tomó una piedra del río y se la entregó. Finalmente, la muerte giró hacia el tercer hermano. Un hombre humilde. Él pidió algo que le permitiera irse de ese lugar, evitando que la muerte lo siguiera.
La muerte, de mala gana le dio su propio manto de invisibilidad. El primer hermano viajó a un poblado distante y con la varita de sauco en la mano, mató a un mago con quien una vez había peleado. Ebrio con el poder que le había dado la varita, presumió ser invencible. Pero esa noche, otro mago le robó la varita y le cortó el cuello de lado a lado y la muerte reclamó al primer hermano.
Mientras, el segundo hermano fue a su hogar donde tomó la piedra y la giró tres veces en su mano. Para su deleite, la mujer con la que había querido casarse antes de su repentina muerte, apareció hacia él. Pero pronto se volvió triste y fría, pues ya no pertenecía al mundo de los mortales. Llevado a la locura por su tristeza, el segundo hermano se quitó la vida para estar con ella. Y la muerte se llevó al segundo hermano.
Al tercer hermano, la muerte lo buscó por muchos años pero nunca pudo encontrarlo. Sólo cuando llegó a una edad muy avanzada, el hermano más joven se quitó el manto de invisibilidad y se lo dio a su hijo. Recibió a la muerte como una vieja amiga y fue con ella con gusto, dejando esta vida como iguales…
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Para cuando el cuento termino, el niño estaba durmiendo, la mujer se levantó de su asiento y beso la frente del menor, lo miro por eternos segundos, ates de apagar la vela que iluminaba la habitación.
La mujer se retiró del cuarto, cerrando las cortinas que servían de puerta del cuarto, camino despacio hasta la habitación continua, con calma se despojó de sus roídos zapatos y se sentó en su cama, suspirando con cansancio.
— Ya han pasado 6 años, desde que llego a nuestras vidas, menciono la mujer tomando la fotografía de un hombre, los ojos de la mujer reflejaban miles de sentimientos.
— Como me gustaría que siguieras aquí con nosotros.
La mujer miro por la ventana la luna, y apretó las manos con fuerzas, — ¡Pero ese maldito! Te arrebato de mi lado.
— Pero ya tendremos la oportunidad de vengarnos.
La mujer se recostó en su cama y se cubrió con su cobija, y serrando los ojos, callo en un profundo sueño…
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La noche estaba fría, y el viento azotaba furioso contra todo lo que se atravesara en su camino, se podían sentir algunas gotas de agua que avisaban de la inminente llegada de una tormenta, cuando el primer trueno ilumino la oscuridad de la noche, la tormenta se desato.
A las afueras del pueblo en una pequeña casa, una pareja disfrutaba de un chocolate caliente, sentados alrededor de la chimenea, el ambiente dentro de la casa era tranquilo y reconfortante, a comparación del clima afuera.
— El banco mando una lechuza, tenemos una semana para pagar la deuda o de lo contrario harán posesión de nuestras tierras, menciono cansado el hombre.
La mujer a su lado solo lo abrazo, y suspiro con pesadez, —¿Te arrepientes de huir?
Pregunto la mujer con un nudo en la garganta de solo pensar en que su esposo le confirmara las sospechas que de un tiempo para acá no dejaban de atormentar su mente.
— ¡¿Pero qué dices?!
El hombre miro con incredulidad en su rostro, la mujer bajo la mirada avergonzada de sus dudas.
— Sé que acepte el trabajo en su momento, la paga era muy buena como para rechazarla. Menciono el hombre con dolor en su mirada, la mujer a su lado solo se encogió en su lugar.
— Pero cuando tuve al pequeño en brazos, y me miro con sus ojos azules, simplemente no pude hacerlo. Termino el hombre viendo a su mujer a los ojos, la mujer abrió la boca para decir algo, pero una explosión la detuvo, lo último que vio fueron sus ojos azules y su furiosa expresión.
El culpable de todas sus desgracias
De aquel a quien una vez admiro
De aquel lobo con piel de oveja
De su padre…