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Mi rojo cielo por 1827kratSN

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Mukuro estaba analizando minuciosamente a ese par de cielitos —porque suponía que tanto Taiki como Isabella heredaron esas llamas—, preguntándose cómo es que parecían satisfechos con lo sucedido con su padre y Fon; además de porqué se veían tan felices cuando él los tenía metidos en una ilusión donde flotaban de cabeza sobre un mar de lava y fuego. Hasta parecía que eran anormales… Joder. Los niños de esa época daban miedo.

 

—Suficiente. Si no sufren no es divertido —suspiró antes de deshacer de poco en poco su ilusión y dejar a ese par de niños caer suavemente al suelo.

—¡Otra vez! —Isabella rió a la par que daba saltitos—. Otra vez, otra vez.

—¿Eso fue todo? —Taiki frunció su ceño insatisfecho—. Qué aburrido.

—Parece que el príncipe me quiere desafiar —Mukuro apretó los dientes sintiendo su ojo izquierdo palpitar por un tic.

—La tía Chrome hace mejores ilusiones —bufó antes de estirar su mano hacia su hermana, quien la tomó de inmediato—. Vámonos Bella, busquemos a la tía Chrome.

—Kufufu… así que mi pequeña Chrome ya los estaba entrenando. Eso explica muchas cosas.

—¡Con unicornios! —sonrió la castañita antes de agitar su mano en despedida y seguir a su hermano.

 

Mukuro determinó que buscar a ese par de niños para sacarles información sobre su cielito fue mala idea; al final sólo perdió el tiempo, así que mejor buscaría información por otro lado. Excluía a Reborn de sus planes porque últimamente había estado de mal humor casi todo el tiempo, no se dejaba ver muy seguido, y después de una reunión con el décimo jefe simplemente desapareció. Nadie preguntó y Tsuna dijo que no era nada de qué preocuparse, que Reborn sólo necesitaba unas vacaciones y volvería cuando se sintiese mejor.

Pero he ahí el dilema.

¿De cuándo acá el antiguo arcobaleno más poderoso se sentía mal?

Se perdió de algo muy importante, lo sabía, por eso debía averiguar qué era. Lamentablemente nadie más parecía saber sobre el asunto… nadie a excepción de cierta persona escurridiza que se había transformado en la niñera especial a tiempo completo del par de cielitos. Sonaba ridículo que un gamberro como ese se hubiese auto proclamado el vigía oficial de Vongola y anduviera por la mansión como en su propia casa, con plena protección del décimo cielo, y teniendo la libertad de llevarse a los niños siempre que quisiera.

 

—¡Adivinen con quien irán a…! —Skull estaba arrodillado frente a ambos niños y sonreía terroríficamente, cosa que no parecía importarle a los pequeños—… ¡Adivinen! Vamos, sigan mi juego —bufó.

—¡Parque! —levantó la mano la castañita, pero Skull negó.

—Heladería —interrogó Taiki con una ceja elevada, pero Skull volvió a negar.

—Lago —Isabella mostraba interés absoluto.

—¡Exacto! —despeinó a la pequeña y sonrió con dulzura—. Hoy iremos al lago. Sólo ustedes y yo.

—¿Y papá? —Taiki solía sacar todos los detalles de sus actividades, por mínimos que fueran. Era de reconocer que el niño tenía talento en cuando a interrogación o investigación, el tiempo lo diría.

—¿Y mamá Fon? —en cambio la castañita preguntaba más por inercia que por algo más.

—Ellos dos deben actuar como una pareja toda enamorada y cursi —Skull canturreó moviendo sus manos y haciendo reír a los niños—, con flores y citas románticas por el parque —hizo una mueca rara—. Ellos solitos y sus besitos.

—¿Por qué?

—Porque —dudó un poco— ellos tienen que conocerse mejor, compartir tiempo juntos, relajarse, porque ya saben que ambos trabajan demasiado… y porque —sonrió—. Porque hoy es el día que ustedes, par de mocosos —les despeinó los cabellos—, saldrán conmigo, el mejor tío que pueden tener.

—¿Desde cuándo eres el mejor tío? —Mukuro ya no pudo callarse ni ocultarse, es más, ahora tenía en claro que Skull sabía toda la información que deseaba. Lo iba a exprimir.

—Desde que ustedes son un desastre andante —bufó antes de observar al de mirada heterocroma—. Además, los niños saben que yo soy más divertido.

—Sí —canturreó Bella antes de colgarse de uno de los brazos de Skull.

—¿Iremos con Mukuro de escolta? —Taiki miró al recién llegado y entrecerró sus ojos.

—Sí —Mukuro le cortó la palabrería a Skull—. Hoy me designaron a escoltarlos —mintió. Ese día era el turno de Nagi, pero ya luego se acomodaría con ella—, así que podemos irnos.

—Como que no te creo —Taiki negó—. Está mintiendo —acusó y miró a Skull.

—No importa —encogió los hombros—. Que la piña nos acompañe si quiere.

 

Mukuro juraba que se cobraría ese insultito en alguna ocasión del día, pero por el momento se aguantaría a ese gamberro y lo usaría para obtener detalles de lo que sucedió entre Reborn y su cielito, quien últimamente había estado ocupado con los asuntos de Vongola.

No se preocupaba por el castaño y Fon, bien sabía que el trabajo era extenso y al menos por esa semana esos dos no saldrían de la mansión o permanecerían juntos por mucho tiempo, además, escuchó por ahí que Fon planeaba salir de la mansión. No había problema.

 

—¿Saben que es lo bueno de tener escolta, niños? —Skull sonrió mientras se dirigían al garaje—. Que yo puedo ir en mi adorada “indestructible” —señaló su motocicleta recién pulida.

—¿Puedo ir contigo? —Taiki se acercó con rapidez al vehículo de Skull.

—No —Skull negó firmemente—. Tu padre me lo prohibió y estoy de acuerdo. Ustedes son muy pequeños para eso —vio el desánimo en ese par y suspiró—. Pero cuando cumplan sus dieciséis, yo mismo me ofrezco a ser su maestro de conducción.

—¡Está bien! —los pequeños no protestaron más.

 

Extrañamente los niños eran muy callados al ir en el auto, y muy meticulosos con las normas de seguridad. Se colocaron los cinturones, se acomodaron en los asientos traseros, de vez en cuando preguntaban por la velocidad en la que viajaban y miraban tranquilamente por la ventana, donde de vez en cuando Skull se les acercaba con la motocicleta y les agitaba la mano para asegurar que era él quien seguía siendo el guía hacia el lago que visitarían para jugar y tener un día de descanso.

Así era mejor.

Pero cuando llegaron a aquel lago, mientras veía a los niños correr y a Skull seguirles el juego como cualquier buen adolescente que adoraba a los niños, Mukuro se dio cuenta de que fue una pérdida de tiempo porque no podía charlar con el antiguo arcobaleno de la nube.

Tarde se dio cuenta que ese paseo, la aprobación de Skull por tenerlo como escolta, y en sí todo ese viajecito, fue una estrategia en la que cayó sin siquiera darse cuenta. Porque de esa forma lo alejaron de la mansión y de la pareja que tanto quería destruir. Había que reconocer que se descuidó.

 

—Tú no arruinarás esa relación —sonrió Skull cuando por fin lograron hablar—. Reborn no pudo… y tú menos.

—No me tientes.

—Entonces considérame tu enemigo —el de cabellos violáceos torció una sonrisa maliciosa—, porque por sobre todo quiero que estos niños y Fon sean felices con el cielito castaño.

—¿Desde cuándo eres cupido?

—Desde que vi a un destrozado cielo al borde del infierno que se formó por su causa —Skull sabía algunas cosas, otras las averiguó por sí solo, y unas pocas las escuchó entre la pelea de Tsuna y Reborn—, y vi que ustedes sólo querían empujarlo al precipicio.

—¡Eso es mentira!

—Tú —empujó el hombro del ilusionista—, no tienes ningún derecho de interferir en lo que no te incumbe.

—Ni siquiera formas parte de la familia —frunció su ceño y le apuntó con su tridente—. No sabes qué hay detrás de esto.

—Pero sé una cosa —Skull se alejó tras mirarlo con rencor—, que desde que Fon llegó, los ojos de Tsunayoshi recobraron su brillo y vida. Y eso me es suficiente para saber en qué bando me quedo —se rio bajito—, y si me permites, ¡voy a cuidar de este par de angelitos para que mi querido Tsunita y el pacifista de Fon tengan una cita muy agradable, porque se lo merecen!

—Tú —jadeó sintiendo su cólera invadir cada poro de su piel— ¡Eras la distracción!

—Es divertido —rio agitando sus manos y brincando para alejarse—, y caíste redondito. Ya resígnate y deja que esos dos tengan su mejor día libre, piña loca.

 

 

Reunión

 

 

Sus dedos temblaban, de nuevo estaba en ese estado de completo shock, pero fue algo que debió prever… Lo que Tsunayoshi no previó fue que uno de los jefes fuera capaz de proyectar todo el informe en una pantalla gigante en medio de su reunión mensual con todos sus aliados presentes. Sus ojos se centraron en la imagen central que mostraba la devastación posterior a la guerra con los Yasen, una imagen que detallaba a uno de sus subordinados sacando un cuerpo de los escombros.

Un cuerpo infantil.

La sensación de la sangre en sus manos, el hedor de los cuerpos que fueron usados para darle un mensaje, el ardor de sus dedos por apretar el gatillo, sus nudillos punzando por golpear al enemigo, la risa de Ivano que resonaba en su cabeza. Cada vez su mente viajaba al infierno con el que luchaba cada noche, cada vez ignoraba más la voz de los aliados, cada vez sus pupilas se dilataban aún más sin poder desviar su mirada de aquellas imágenes. No podía evitar sentir que de nuevo estaba ahí, en medio de todo el caos.

 

Juudaime.

—¿Nos escucha, décimo?

 

Separó los labios cuando escuchó la voz de Hayato, pero no pudo decir algo. Su garganta estaba seca, sentía náuseas y un fuerte dolor de cabeza. Empezaba a ver borroso. Y aun así seguía repitiéndose mentalmente que no debía ceder ante el ataque de pánico. No podía verse débil ante todo ese cúmulo de hombres que lo devorarían si tan sólo daba una leve muestra de debilidad. Si eso pasaba, lo tomarían como presa fácil y Vongola caería. Si Vongola se destruía muchas más vidas caerían con ella, muchas más mafias negras harían del mundo un infierno, su familia estaría en peligro.

Pero no podía hablar.

Sus ojos no podían apartarse de esa imagen, sus manos ocultas debajo del escritorio temblaban, sus piernas se entumecieron y le zumbaban los oídos. Iba a caer en cualquier momento. Iba a gritar, quería gritar, iba a hacerlo… Respiró profundo, preparó su garganta, tensó los músculos de su mandíbula.

 

—La reunión se termina aquí, señores —la voz de su mano derecha fue fuerte y clara, hasta él en medio de su shock la escuchó—. No nos han entregado información crucial, sólo cosas que ya teníamos previstas y a las que hemos dado soluciones. Esta reunión es inútil.

—Estamos proveyendo de la evidencia a considerar para mejorar nuestras defensas.

—Están echando sal a la herida —fue la severa oración que salió de labios de Ryohei—. De nada sirve recordar una y otra vez la muerte y destrucción.

—La siguiente vez que soliciten una reunión, esperamos soluciones ante los problemas actuales e información sobre las pequeñas familias que tratan de aprovecharse de este periodo de reconstrucción —Hayato mantuvo la calma, mirando a todos y tomando el mando.

—Que lo diga el décimo… entonces —pero siempre hay uno o dos que se dan cuenta de la situación.

 

Las miradas se desviaron a la persona que permanecía viendo la pantalla que en algún punto fue apagada, al castaño que no pestañeaba, quien luchaba por tomar de nuevo el control de su cuerpo y decir algo. Pero los segundos pasaban, las miradas lo apuñalaban cada vez más, el silencio era incómodo…

Y entonces Tsuna escuchó un susurro en su cabeza.

«Es normal tener miedo a veces. Pero siempre podemos enfrentarlo»

Era la voz de Fon, era la mirada de él, la sonrisa sutil que le dio para darle ánimos en esa mañana antes de que saliese a la reunión. Era un apoyo que necesitaba físicamente, pero a quien no podría aferrarse si no salía de ahí.

 

—El décimo no se ve bien… —comentó un segundo líder—. ¿Qué ha…?

—Pésimo —la voz del castaño salió como un susurro antes de que pestañeara nuevamente—. Es un verdadero desperdicio de tiempo —apretó los dientes y tragó antes de mirar a quien le estaba hablando—. Es una basura.

—¿Qué ha dicho? —habló ofendido.

—Su informe, señor —Tsuna tomó compostura—, es un asco y no hay una forma más sutil de decirlo.

—¡Despreciar el trabajo de un aliado es una ofensa!

—¿Trabajo? —chistó Hayato en ayuda de su jefe—. La información e imágenes que mostraron fueron dadas por Vongola como un informe general. Cada frase ya la hemos dicho, cada documento nosotros lo fabricamos. No venga a decirnos que es una ofensa cuando podemos acusarlo de plagio con facilidad y todos aquí podrían confirmarlo.

—Fuera de aquí —Tsuna cerró los ojos y arrugó levemente el entrecejo—. ¡Fuera! —no tenía fuerzas para decir más, para discutir, apenas si pudo controlarse para hablar.

—La reunión se ha terminado —Ryohei abrió la puerta y dio una leve reverencia con su cabeza—. Esperemos la siguiente sea más… fruc… fructífera.

—¡No digas palabras que te cuesta pronunciar! —retó Hayato mientras los demás procedían a salir.

—Es que suena muy varonil, ¡al extremo! —elevó sus brazos.

 

Pero ambos sabían que sólo estaban desviando la atención de los que salían, sabían que debían pelear durante el tiempo suficiente hasta que esos idiotas abandonaran el salón del edificio rentado para esa reunión, ellos estaban conscientes de que su cielo no estaba bien. Ellos eran el escudo que Tsuna necesitaba y resistirían hasta el final.

Fueron los diez minutos más largos.

Cuando tormenta y sol se dieron vuelta y se acercaron a su cielo, lo que ellos esperaron fue poco a comparación con lo que vieron. Su cielo cubría su boca tan fuertemente que los dedos y la piel de esas mejillas estaban blancas, temblaba incontrolablemente, escuchaban leves sonidos lastimeros siendo ahogados y después el rechinar de la silla que fue empujada cuando el castaño se hizo hacia atrás.

Tsuna no había desayunado por el apuro a la asistencia imprevista a esa reunión, apenas si había podido revisar a sus hijos dormidos en la mañana e informarle sobre su partida a los demás. Y, aun así, sintió náuseas y las arcadas llegar. Sus manos sujetaron apenas el filo de la mesa, su cabeza descendió lo que pudo y tosió incontrolablemente hasta arrojar el contenido de su estómago sumándole a la bilis final que hizo a su lengua sentir un amargo desagradable.

Había soportado lo suficiente, pero no lo que debía.

Se había mostrado en esas condiciones tan lastimeras ante sus dos guardianes.

Sus ojos ardían, su nariz picaba, sentía lágrimas brotar a la vez que su estómago sentía un nuevo espasmo a pesar de que no tenía más que arrojar. Era un desastre completo, uno que no debía ser visto y aun así sintió a sus dos amigos cerca de él. Hayato le sostenía la cabeza, Ryohei le daba palmaditas en la espalda, las cuales era muy suaves a comparación de la fuerza que siempre mostraba su sol. Se sentía tan devastado.

 

—Llamaremos a una ambulancia.

—No —negó ante la ocurrencia de Hayato—. No… lo hagas —escupió la saliva acumulada.

—Pero no está bien, juudaime.

—Lo estoy.

—Por favor, déjeme ayudarlo.

—No quiero un médico —dejó que lo ayudasen a sentarse y cerró los ojos.

—Pero…

—Quiero que me dejen solo —Tsuna se cubrió los ojos con una mano. Quería desaparecer en ese momento.

—Lo de estar solo no es una solución —Ryohei se inclinó hasta mirar el rostro del castaño y lo tomó entre sus manos—. Te daré un vistazo. Tal vez algo te hizo daño, Sawada.

—Quiero estar solo —apartó aquellas manos con suavidad.

—No volveré a dejarlo solo, juudaime.

 

Tsuna no sabía cómo sentirse. No sabía si agradecer o golpearles la nariz. No era el simple hecho de que acaba de tener un ataque de ansiedad o pánico, no sabía exactamente. Era todo en general, todo lo que hizo mal. El cómo actuó, lo que hizo, lo débil que se mostró ante todos. No quería que lo vieran en uno de sus peores momentos, no quería siquiera seguir despierto o respirando. Quería que la tierra se lo tragara…, pero ellos no lo dejaban en paz.

 

—Quiero a Fon.

 

Ni siquiera le importó si sonó necesitado, autoritario o lo que fuese. Sólo expresó uno de sus deseos más recurrentes en los últimos tiempos. Lo que recibió a cambio fueron un par de sonrisas, una toalla húmeda, un cepillo de dientes y enjuague bucal, un abrazo silente y el resonar de una voz lejana que llamaba a alguien.

Se quedó quieto, dormitando, cediendo al cansancio, recordando entre sueños la disculpa que Reborn le dio en su última reunión antes de que su antiguo tutor informara que se alejaría por un tiempo de la familia y tomaría una misión de infiltración que duraría unos meses. Pensaba en muchas cosas cuando el silencio lo acunaba.

No supo exactamente cómo o cuándo llegó a una habitación pequeña, como un dormitorio, pero se despertó cubierto por una manta de colores, un paño en la frente y a su lado a la persona que quería ver. Sonrió. Era un día muy absurdo y por lo que dictaba su reloj ni siquiera superaba las once de la mañana.

 

—Tengamos una cita, Tsuna.

 

La sonrisa de Fon siempre era cálida, calmada, aunque en esa ocasión su voz reflejaba un poco de ilusión. Tsuna le devolvió la sonrisa mientras afirmaba con la cabeza. La idea le pareció hermosa, después de todo, jamás habían tenido tiempo para hacer algo así desde que anunció su noviazgo como oficial.

Fon no hizo comentarios o preguntas innecesarias, siempre sabía mantenerse en el sendero justo para no alterarlo, además, Tsuna suponía que Hayato y Ryohei ya le dijeron lo suficiente. Se dejó contagiar con la paz que Fon destellaba y respiró tranquilo mientras era guiado lejos de lo que reconoció fue un hotel.

 

—Taiki y Bella fueron con Skull y Mukuro a un día de campo. Skull me llamó hace poco y dijo que se quedarían en casa de Enma hasta mañana.

—Ni siquiera los vi esta mañana.

—¿Quieres llamarlos?

—Sí.

 

Tsuna se aseguró que sus hijos estuvieran contentos, les advirtió para que no hicieran travesuras y prometieran dormir temprano sin comer demasiados dulces. Se dejó caer en el asiento del copiloto al escuchar la vocecita aguda de su hija quien ahora podía platicar largo rato con él o con algunas personas de la familia. Disfrutó de la risa de Taiki quien se escuchaba en el fondo junto con Leo. Habló con Enma un rato, le contó parte de lo que sucedió sin entrar en detalles y prometieron apoyarse mutuamente cuando fuese el momento.

 

Era de esperarse que tramaran algo —suspiró Enma—, por algo no me avisaron de la junta.

—¿Crees que deba preocuparme?

No —rió suavemente—. Nadie osaría a atacar a quien destruyó a los Yasen.

—No lo hice solo.

Lo sé —se escuchó un grito infantil al fondo—. Tranquilo, yo me encargo de investigarlos y asegurarme de que no son un peligro.

—Gracias.

De nada… Y disfruta de tu cita con Fon.

 

Skull seguramente planeó llevarse a los niños y a Mukuro desde hace mucho, fue oportuno, así que no lo regañaría después. Aunque era muy desagradable saber que se alegraba por las jugarretas de Skull en un día que empezó de esa forma tan nefasta.

No era su mejor día, pero al menos parecía mejorar. En realidad, siempre mejoraba si es que estaba con Fon. Se avergonzó por sentirse como adolescente enamorado por primera vez, pero a la vez era agradable ya que sus primeras relaciones fueron un desastre.

¿Sería malo fingir que Dayane fue su primer amor y Fon el segundo?

¿Sería correcto olvidar todos los deslices anteriores?

¿Podría borrar de su memoria todo el dolor que se provocó en su vida debido a las malas elecciones?

Era imposible y, aun así, había veces que deseaba eso con todas sus fuerzas.

Tsuna quería borrar los malos momentos y conservar los buenos, pero, aun así, sin los malos ratos jamás hubiese apreciado tanto los buenos. Sin el dolor que soportó jamás habría hallado en Dayane la compañía más dulce de su vida, ni en aquel azabache el respiro y alivio que tanto necesitaba.

 

—¿A dónde iremos?

—A un jardín perfumado. Pero primero —Fon sonrió— nos volveremos personas normales.

 

Tsuna se miraba al espejo con detalle, le parecía una especie de deja vu, pero le gustaba. Él y Fon estaban vestidos con la simpleza de unos vaqueros, camisetas de mangas tres-cuartos y sudaderas. Era lo más sencillo que había usado desde que tomó posesión de Vongola como décimo jefe, y era divertido.

Jamás pensó ver a Fon usando algo diferente a su qipao, pero aceptaba que se veía bien con cualquier cosa y lo comprobaba con aquel atuendo en tonos azules y blancos. La larga trenza no desentonaba ni un poco. Sobre sus cabezas usaban un sombrero para cubrirse del sol, pero también funcionaba como parte de un disfraz para no ser identificados.

Finalmente se sonrieron para empezar con la que sería su tarde de relajación.

Almorzaron en un pequeño hostal, se mezclaron con los turistas, compartieron la mesa con un par de desconocidos que hablaban en inglés y reían por bromas comunes. Bebieron zumo de naranja antes de despedirse de sus acompañantes y tomar su propio rumbo. Caminaron largo rato antes de que Fon dijera que habían llegado al “jardín perfumado”; mismo que Tsuna reconocía como un destino de relajación que él siempre quiso visitar en Italia, pero que con su apretado itinerario no pudo hacerlo.

 

—¿Puedo tomar tu mano?

 

Tsuna no le respondió, sólo se acercó y unió su mano izquierda a la derecha de Fon. Sonrió un poco avergonzado antes de sentir que los dedos del azabache se enredaban con los suyos y apreció que un leve rubor también apareció en mejillas de Fon. Valoraba que fueran honestos con sus emociones, de esa forma era fácil leerse entre sí y acoplarse a esa armoniosa convivencia que tenían desde hace tanto.

Se volvieron una pareja normal.

No había mafia, no había llamas de la última voluntad, no había heridas de guerra, ni siquiera había rastros de lo sucedido en el lado oscuro de Italia o el mundo. Delante de ellos sólo había un sendero adornado por verde follaje, plantas, enredaderas, flores abiertas de muchos colores y muros de ladrillo en ciertas partes de su tramo.

No había gente a sus alrededores, el viento silbaba moviendo levemente las hojas de los árboles y agitaba sus sombreros suavemente. Las personas que visitaban ese lugar por lo general eran sólo adultos que buscaban relajación total, algo de soledad, y alejarse de las ciudades, por lo que era normal que tomaran diferentes rumbos en ese amplio parque lleno de senderos. No tenían que preocuparse por las miradas o por los susurros en su contra.

 

—¿Esa es una campana budista?

—Así lo creo.

 

Tsuna deslizó sus dedos por el metal, lo admiró un rato y sonrió porque jamás imaginó ver algo que le recordara a su lugar de origen en una zona así. Tal vez él debería hacer lo mismo y traer algo de Japón para que adornara su mansión, algo menos ostentoso que la bien fabricada ala de Hibari que asemejaba a una casa japonesa con tatami y todo. Tal vez sólo le bastaría con un árbol de cerezo o un pequeño estanque con peces carpa koi.

 

—¿Quieres pedir un deseo, Tsuna?

 

Fon señalaba a la fuente ubicada en medio de ese claro al que llegaron, una imagen de una pequeña sirena en el centro escupía agua y hacía resonar el líquido al caer. El castaño sonrió cuando en su mano fue dejada una moneda. Se acercó hasta acuclillarse y colocar sus manos en el borde de la fuente. No creía en esas cosas, al menos ya no, y aun así suspiró antes de cerrar sus ojos y mover la moneda entre sus dedos.

«Quiero que sea feliz»

Pidió un deseo, Fon hizo algo similar.

 

—¿Me dirás qué fue lo que pediste, Fon? —miró a su acompañante quien negó suavemente.

—Si te digo, no se cumplirá.

—Tengo curiosidad.

 

Pero lo único que recibió como respuesta fue una risita, una caricia en su mano y un suave beso en los labios. No protestó, por el contrario, se aferró a los brazos ajenos para extender el roce de esos labios con los suyos, al menos hasta que escuchó la risita de una niña. Al separarse se halló con una pequeña de cabellos rubios que los miraba del otro lado de la fuente, acuclillada en un intento por esconderse. La saludaron divertidos, la pequeña niña agitó su mano antes de tirar su moneda y salir corriendo hacia una pareja que se disculpaba con ellos por medio de señas con las manos.

Tsuna a veces olvidaba que no todas las personas eran homofóbicas.

Caminaron entre pequeños senderos, se treparon sobre un pequeño muro que conectaba a una casita con tejas para tener una mejor vista del lugar. Rieron cómplices mientras rápidamente bajaban de su mirador porque escucharon a alguien acercándose y no querían ser regañados. Se escondieron de las demás personas para poder internarse entre la maleza y buscar sus propios senderos, atravesaron uno de los límites para poder llegar a un árbol de mandarinas que asaltaron para calmar su sed. Fueron un par de adolescentes traviesos por una vez más en sus vidas.

 

—¿Regresaremos a casa después?

—¿Quieres?

—No —Tsuna sonrió divertido mientras movía sus piernas de adelante hacia atrás, meneándose en el columpio que hallaron de casualidad—. No quiero ver a nadie después de lo que pasó esta mañana.

—¿Aun te sientes mal?

—Suelo tener ataques de pánico —apretó los labios—, pero es la primera vez que no puedo controlarme lo suficiente para encerrarme en algún lugar solitario y escapar de las miradas.

—Entonces —Fon se levantó y estiró sus brazos—, cenemos algo ligero y rentemos una habitación en el hostal.

—Me gusta la idea.

—A mí también.

—Pero, ¿podemos quedarnos un rato más aquí?

—Veamos el atardecer —estiró su mano—, pero no aquí, sino en la parte más alta. Vamos.

 

Hace tanto que no se quedaba a ver ese espectáculo, pero fue mucho más hermoso verlo opacar los senderos llenos de árboles y pequeñas cabañas o cúpulas en medio de todo eso. Fue hermoso ver todo cambiar de color desde el naranja hasta la oscuridad que se opacó por contadas luminarias que los ayudaron a descender hasta la salida de aquel parque.

Caminaron tomados de las manos por las calles, platicando de cualquier cosa mientras elegían la que sería su residencia por esa noche. Se besaron muchas veces, importándoles poco las miradas ajenas, rieron de cualquier cosa, comieron golosinas antes de hallar un restaurante agradable. Se acomodaron uno junto al otro para robar bocados del plato ajeno. Se besaron más veces y bebieron un poco de vino para terminar. Caminaron por las calles iluminadas por colores suaves de negocios que ya iban cerrando o de otros que recién abrían sus puertas.

Se sintieron cómplices de un escape de su realidad.

 

—Fue un día muy divertido —Fon cerró la puerta de su habitación y suspiró.

—La señora nos vio raro cuando entramos al cuarto —Tsuna seguía mirando la puerta, consciente de que su vecina los criticaba todavía.

—Olvida que la gente te juzga, Tsuna.

—No puedo —suspiró antes de sentarse en el filo de la cama matrimonial que compartirían—. Dependo mucho del qué dirán.

—No lo hagas —se sentó junto al castaño y lo abrazó.

—Aun me duele que me odien sólo por…

 

Sus labios fueron acallados, y no protestó.

Sonrió al sentir los labios de Fon sobre los suyos, movió los propios para seguir con el beso tierno y rió cuando la mano que rodeó su cintura le hizo cosquillas. Amaba tanto a ese hombre que alejaba a sus demonios internos. Le gustaba estar junto a él, acariciarle el rostro, juntar sus manos, besarle con cariño y aferrarse a ese cuello en señal de que quería más.

 

—Estoy muy enamorado de ti, Tsuna.

—Y yo de ti, Fon.

 

No sería la primera vez que Tsuna sintiera esa necesidad de un beso francés, tampoco sería la primera vez que se acomodara a horcajadas sobre el regazo de Fon para que se miraran de frente. Fon solía unir sus frentes y cederle un beso en la nariz antes de que hicieran algo más que sólo besos mariposas. Tsuna reía enternecido por la delicadeza y lo abrazaba por el cuello antes de ser quien mordiera suavemente el labio inferior de Fon en señal de que quería seguir.

Era un juego, su juego.

Tsuna siempre sentía las manos de Fon en su cintura, apretándole un poco la piel, como si intentara comprobar que no se rompería. Era gracioso en parte. Y él en cambio abría sus labios para acomodarse a los ajenos, los cuales lamía lentamente para tentar a ese hombre. Poco después llegaban a un punto de equilibro tal que sus lenguas se acariciaban con ternura en medio de sus bocas. Compartían alientos, suspiros, susurros tiernos en medio de su descanso para tomar aire, y volvían a unirse anhelando probar parte de la esencia ajena.

No importaba el tiempo, los problemas o la gente aparte de ellos dos. No había nada más que el amor que se expresaban por medio de ese beso fogoso en el que sus lenguas se mecían coordinadas logrando sonidos un poco escandalosos cuando se separaban. Sus mejillas enrojecían, sus manos se movían para acariciar al contrario. Se desbordaban en sentimientos y deseos. Y tal vez uno era quien más se llenaba de necesidad.

 

—Lo siento —Tsuna suspiraba entre sus jadeos—. En verdad…, lo siento —avergonzado escondía su rostro en el cuello de Fon y le sujetaba con fuerza los hombros.

—No tienes por qué disculparte —con dulzura acariciaba la espalda del muchachito que temblaba entre sus brazos.

—Pero… es que yo… —intentaba justificarse, pero no sabía cómo.

—Tranquilo —susurró suavemente antes de besarle por debajo de la oreja.

—Sólo… debo darme una ducha y…

—Te ayudaré.

 

Tsuna sintió una de esas manos deslizarse por su pierna y se alteró. Se separó lo suficiente para mirar a Fon, para detener ese movimiento y finalmente para morirse de vergüenza. Era él quien ocasionó ese incómodo momento, debería arreglarlo solo y aun así Fon quería hacerlo en su lugar. Quiso decir algo para detenerlo, quiso bajarse del regazo ajeno, pero uno de esos brazos lo sostenía por la cadera y la mano libre se deslizó por su abdomen en descenso.

Soltó un gemido sin poder evitarlo.

Se aferró a los hombros del azabache y descendió su mirada para verificar que en verdad estaba pasando por ese bochorno. Pero tuvo que cerrar los ojos cuando un leve escalofrío le recorrió la espalda. Sentía la caricia por sobre su ropa, tan lenta y gentil. Se mordió el labio cuando de su garganta quiso salir otro jadeo y pegó su frente al pecho de Fon. Tembló a la par que esos dedos rodeaban su lujuria y se movían de forma rítmica en un suave vaivén.

 

—Fon…, detente.

—Tsuna —su voz era más grave, más seria—, mírame.

—No… —soltó una quejita cuando sintió un leve apretón en su parte baja—. No podría.

—Mírame —susurró junto al oído de castaño.

 

La curiosidad le ganó, elevó su rostro avergonzado para toparse con el de Fon, y se quedó prendado por la mirada entrecerrada que se tornaba levemente rojiza por la luz de la lámpara cercana. Jadeó. El rostro de Fon también estaba rojizo, sus labios entreabiertos y levemente húmedos por lo que brillaban sutilmente. Quiso decirle que se veía muy guapo de esa forma, pero no pudo más que soltar un gemido más ronco que el primero.

Escuchó su zíper a la par que los labios de Fon tomaron los suyos. Se miraron por unos momentos, verificando que ese “algo” se hallaba en ambos. Se besaron con pasión, sin ritmo en esa ocasión, sin poder acompasar sus respiraciones o el sonido de sus bocas porque no era como las veces anteriores. Tsuna temblaba a la par que aquellos dedos que lo acariciaron con ternura ahora le quemaban por sobre la tela. Gemía en desesperación por los movimientos suaves. Suspiraba cuando escuchaba el leve suspirar ronco de su novio.

 

—Fon —recitó entre su respiro—. Espe… ra —gimió en la última sílaba al sentir el tacto directo.

—Sólo disfrútalo, ¿está bien? —susurró antes de acercarse más a ese cuerpo.

 

Las puntas de esos dedos estaban parcialmente frías, contrarrestaban al calor que emanaba la piel del castaño. Era exquisito y a la vez una tortura. Tsuna tuvo que encorvarse un poco hasta que su frente se pegó al pecho de Fon. Estaba avergonzado porque su goce era tal que no podía evitar gemir a viva voz, pero no quería que Fon lo viese así. Fon en cambio, respiraba entrecortadamente porque su goce no era corporal, sino auditivo, porque era la primera vez que escuchaba a Tsuna gemir de forma armoniosa ante su toque, con esa voz grave que ocasionalmente rozaba a lo aguda.

Se escuchaba el roce de las pieles, los suspiros de ambos, los gemidos del uno y los jadeos del otro. Dejaron que ese beso se transformara en algo más pasional y adulto. Se aferraron al otro para brindarse alivio al calor generado en el cuerpo de aquel cielo ascendente. Se besaron para calmar su vergüenza y se rozaron con necesidad hasta que la cálida semilla del castaño ensució la unión entre su ropa.

Las caderas de Tsuna aún se mecían suavemente por inercia a los espasmos que le recorrían entero. Los dedos de Fon seguían acariciando con sutileza el cuerpo de su cielo en respuesta a los suspiros agitados que se daban cerca de su oído derecho. Se quedaron de esa forma por un rato hasta que el pequeño momento lleno de colores se deslizara suavemente entre sus cuerpos.

 

—No es justo.

—Lo es si lo disfruté también —rio Fon antes de alejar sus dedos de aquella piel.

—No —Tsuna negó antes de descender una de sus manos hacia el pantalón de Fon—. No lo es.

—No tienes que —y, aun así, estaba un poco aturdido, “encendido”, y no evitó que su ropa fuera removida—. Tsuna… yo lo hice porque….

—Yo también quiero hacerlo.

 

Fon dudó lo suficiente antes de aceptar, antes de acariciarle el rostro y cederle un beso lento. No iba a decir que no disfrutaba del roce de esos dedos. No iba a ser un mentiroso y decir que no necesitaba liberación. Fue sincero y dejó que las manos del castaño exploraran su piel de la misma forma en la que él hizo. Y aun así no vio venir lo que le siguió a un gemido.

 

—Fon —gimió sobre los labios del azabache—, tengo una fantasía contigo.

—¿Cuál? —su voz tembló.

 

El azabache no previó el deslizar de esas piernas, o la rapidez con la que aquel muchacho se colocó entre las suyas. Apenas y pudo intentar quejarse antes de que esos dedos rodearan su extensión despierta y sintiera los labios ajenos engullirlo con prisa. Soltó un gemido largo y tuvo que aferrarse al cubrecama para sostenerse. Chistó suavemente cuando intentó cerrar sus piernas, pero obviamente no pudo hacerlo.

Respiró profundo ante el roce cálido y húmedo sobre su sensible piel, cerró los ojos ante los sonidos que ocasionaba esa boca, y finalmente susurró el nombre de su pareja antes de quedarse sin voz. No pudo emitir algo coherente, no pudo siquiera expresar su goce cuando todo él se vio rodeado por aquella caliente cavidad. Lo disfrutó tanto que sus caderas se movieron un par de veces, pero se detuvo al tener en cuenta que no quería dañar a Tsuna.

Fon acarició los cabellos revoltosos del castaño en medio del frenesí segundado por movimientos acelerados a la par que sus suspiros y suaves gemidos agravados por el nublado placer. Dejó de desear detener aquello e hizo uso de su petición. Lo disfrutó. Cada segundo lo saboreó y respondió con suaves caricias a esas mejillas que acunaron la vainilla cálida que surgió al terminar. Morbosa fue su visión de un leve hilillo que descendía de entre esos labios que se agitaban al respirar.

Se miraron un rato en medio de su segunda recuperación, con sus rostros adornados de un carmín evidente y con leve rastro de sudor en sus sienes. Se quedaron sin palabras hasta que tomaron conciencia de lo que hicieron y se avergonzaron como sería normal por ser su primera vez. Tsuna se enderezó e intentó decir algo, Fon sonrió antes de acercarse a ese rostro.

 

—No, no —Tsuna cubrió su boca con ambas manos.

—Está bien —dejó un sutil besito en la nariz del castaño.

—Yo… me deje llevar —se excusó cubriendo sus ojos esta vez.

—Sabes —se deslizó por el colchón hasta arrodillarse frente al castaño para abrazarlo—, creo que ascendimos veinte escalones en nuestra relación en este día.

—Tú… —Tsuna no pudo evitar reírse suavemente antes de rodear la espalda de Fon con sus brazos y esconder su rostro en el hombro del mismo— eres un tonto a veces.

—Sólo soy sincero.

 

Hasta ahí llegaron por esa noche, pero era verdad que progresaron mucho en un solo día.

 

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

 

¿A qué no se lo esperaban?

Krat no quiere que este fic cambie drásticamente su toque sad y romántico, por eso hizo “ESO” último algo ambiguo; algo que dice muchas cosas, pero que en realidad no dice nada. Jajajjajaja. Espero hayan disfrutado de eso, porque será lo más “caliente” que haré XDDDDDD.

Krat los ama~

Muchos besos~


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