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Mi rojo cielo por 1827kratSN

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Había una dura prueba más que superar, una que Tsuna no se atrevía a cursar, pero que con ayuda de su madre la consideró.

Hablar de los restos de Ángelo y de los futuros funerales no fue fácil, pero Nana se tomó el tiempo suficiente para hacerlo a la vez que soportó que su hijo negase, protestase, se desahogara y derramara el último trago de lágrimas que tenía. El propio Tsuna comentó que no quería llorar más y que intentaría que esa fuera la última vez en que se desahogaría frente a otra persona

A Nana le preocupaba esa frase: frente a una persona, pero eso no significaba que su retoño iba a dejar de sufrir en silencio. No sólo Nana se encargó de esa dura plática, Diana incluso se dio el lujo de llevarse a Tsuna a un paseo de la que el décimo regresó más sereno que cuando se fue. Tal vez eran cosas que debían pasar para superar ese horrendo capítulo y planear los siguientes pasos a seguir

 

 

—Tsunayoshi-san —los médicos miraban al castaño quien en ese día cursaba por la sala mientras bebía una copa de vino—. Le tenemos lo que pidió

—Bien —Tsuna dejó de lado su bebida sin siquiera fijarse bien en donde colocó la copa. Había pedido aquello porque si no se obligaba a aceptarlo tal vez jamás lo haría por voluntad propia—. Entonces —tragó duro mientras se detenía frente a esas tres personas disfrazadas con aquella bata de un blanco impecable y quienes llevaban en sus manos enguantadas una urna de color marrón con adornos florales de un tono más claro

—Buenos días, Tsunayoshi-kun —el castaño no se esperó esa llegada, esa mirada calma y esa sutil sonrisa que lo había estado acompañando durante días que no llegó contar—. Lamento ser inoportuno —Fon no se fijó en la tensión que había en el ambiente, de haberlo hecho se hubiese quedado en la entrada de la mansión

—Está bien —reverenció ligeramente a Fon y suspiró antes de volver su mirada hacia los médicos—. Es pequeña —susurró cuando estiró las manos en busca de aquello que le pertenecía

—Era un bebé después de todo —el médico dijo aquello con seriedad sin pensar en cuánto podían afectar sus palabras, pero al ver como las manos de su jefe temblaron y esos ojos se entrecerraron se sintió despreciable—. Perdón si dije algo ofensivo o doloroso

—No es nada —Tsuna tomó la urna y la acunó entre sus dos manos—. Gracias —no los miró, se concentró en el pequeño objeto que guardaba lo único que quedaba de su hijo menor.

—Nos retiramos —hicieron una marcada reverencia en respeto a las costumbres japonesas antes de retirarse con prisa a seguir con sus labores

—¿Estás bien? —Fon se acercó al castaño quien parecía querer colapsar nuevamente, algo ya común cuando el tema era delicado

—La verdad no —hizo una mueca que intentó ser sonrisa sin mirar al recién llegado

 

 

Fon se quedó junto a Tsuna en medio de un silencio pesado y a pesar de sentir varias miradas lejanas sobre ellos, no dijo nada, se concentró en quien apretaba la urna contra su pecho y se mordía los labios. Le palmeó la espalda suavemente, se quedó de pie durante el tiempo que creyó necesario, pero finalmente sugirió que fueran con aquellas cenizas hasta la enfermería para que se las mostrara a Enma quien seguramente esperaba a Tsuna. Sin embargo, pasó algo diferente.

 

 

—Antes de eso —Tsuna apretó aún más aquel pequeño contenedor que acunaba a su difunto hijito— quiero ir a otro lugar

—¿Quieres hacerlo solo?

—No

—¿Puedo acompañarte entonces? —pero se arrepintió por desear compartir las penas ajenas, después de todo, él no era cercano a Tsuna o a su familia— Disculpa, creo que esa tarea debería ser de Enma

—No —suspiró mientras intentaba soportar las lágrimas—. Usted puede acompañarme pues creo que si tengo a Enma a mi lado me pondré a llorar y eso no será agradable

—Entonces quedo a tu cuidado, Tsunayoshi-kun

 

 

Caminaron con paso lento a través de esa sala, por el pasillo, llegaron a las escaleras y, a pesar de que Fon no entendía a donde se dirigían, siguió al castaño sin protestar. Mas, se sorprendió al escuchar como el castaño empezaba a tararear una ligera tonada que él conocía parcialmente, aunque la versión en su idioma natal. Poco después escuchó la leve voz de quien acunaba la urna con tanto amor como si fuera un niño verdadero y no sólo las cenizas de uno

 

Duerme pequeño, no tengas temor,

mamá te va a buscar un ruiseñor.

Si su canto no te suena placentero,

mamá te comprará un sonajero.

 

La voz de Tsuna temblaba en ocasiones, en especial cuando la palabra “mamá” era dicha, pero se daba unos segundos para carraspear y seguir con ello. A Fon le pareció el gesto más dulce que alguna vez vio a un padre hacer, y, a pesar de que no conocía la letra a la perfección, decidió ayudarlo al tararear la melodía suave que acompañaba a las rimas.

 

Y si el sonajero no suena bien,

mamá te mecerá en un vaivén.

Y si te cansas del achuchón,

mamá te va a buscar un acordeón.

 

Leves pasos lejanos los seguían como sombras de entes que no se arriesgaban a molestar a su jefe en un momento tan triste como aquel. Cursaron el camino por los pasillos que conformaban el segundo piso de la mansión, la que era cuna de todas habitaciones de los guardianes. Fon pensó que se dirigían a la habitación del castaño pues tal vez éste tenía ganas de mostrarle al angelito perdido el que hubiese sido su hogar si es que hubiese soportado estar en ese mundo.

 

Cuando el acordeón ya no se escuche,

papá te traerá un perrito de peluche.

Y si el perrito no sabe ladrar,

un carro y un chupete papá te va a comprar.

 

El antiguo arcobaleno de la tormenta creyó que con esa estrofa Tsuna lloraría, mas no fue así, por el contrario, el castaño sonrió con dulzura mientras deslizaba sus dedos por la tapa de aquella urna. Fon se contagió de esa sonrisa tan espléndida y dulce, así que se atrevió a repetir la última frase de la melodía en voz bajita hasta que el castaño retomara el aire y siguiera. Pero antes de que la canción se retomara, se detuvieron frente a una habitación

 

Y si no quieres ni el carro ni el chupete,

papá te va a traer un lindo juguete.

 

Grande fue la sorpresa de Fon al ver el interior de aquella habitación pues varias blancas nubes adornaban cada pared e incluso en el techo había unas cuantas en conjunto con un sol brillante y un par de estrellas titilantes. El azul predominaba para formar un cielo completo, los juguetes coloridos estaban apilados sobre los muebles bien pintados que seguramente tenían pequeñas prendas para bebé dentro de ellos, una cuna blanca estaba en el centro de aquel cuarto y un peluche reposaba en donde seguramente el bebé debería reposar.

Sintió un nudo en la garganta cuando vio un espejo adornado por la palabra “Ángelo” en letras cursivas tatuadas en papel brillante. Fon no sabría cómo lidiar con la pérdida de un hijo, por eso respetaba al castaño que aspiraba el aire con fuerza para seguramente terminar con la canción

 

Duérmete pequeño, no tengas temor,

que mamá te canta una nana con amor.

 

El azabache sintió un par de sus lágrimas brotar y estaba seguro de que los espectadores a lo lejos también estarían llorando o al menos sintiendo ese nudo en la garganta que a él le impidió decir algo. Tsuna paseó por la habitación tocando algunas cosas con la punta de sus dedos, sosteniendo la urna como seguramente quiso hacer con su pequeño hijo hasta que se detuvo en la cuna y la colocó allí

 

—Bienvenido a la familia —fueron las palabras que Tsuna dijo con una sonrisa triste y los ojos llorosos—. Ésta fue la habitación de tu hermano mayor, Taiki, y también de tu hermana mayor, Isabella, cuando apenas eran unos bebés

—Es hermosa —fue lo único que logró decir Fon

—Estaba lista para acunar a Ángelo. Dayane la decoró a su gusto y yo la complementé con pequeños detalles como este —el castaño acarició el peluche de color marrón y de chaleco rojizo que reposaba sobre el mueble que usarían para recostar al bebé al cambiarle los pañales

—Creo que yo no debería estar aquí —limpió sus mejillas— siento que invado parte de tu vida personal

—Yo lo he invitado, así que no hay problema —el cielo sonrió antes de limpiarse las lágrimas que se le escaparon—, además, Dayane adoraba que todos entraran y conocieran la habitación del bebé… así que me gustaría pensar que ella también lo hubiese arrastrado aquí para que la viera. Tenía el defecto de presumir cuanto pudiera sobre nuestros hijos —rió bajito porque cuando nació Taiki, Dayane incluso fue capaz de forzar a Reborn a escucharla contar anécdotas varias sobre los días de aprendizaje que superaba. Nunca olvidaría la mueca de hastío con la que el hitman le reclamó tamaña osadía

—Lo siento, Tsunayoshi-kun —Fon carraspeó porque sentía la tristeza de Tsuna y sinceramente era demasiada grande—. No sé qué decirte para reconfortarte ahora

—No es necesario decir nada, me basta con que me acompañe en silencio —sonrió antes de suspirar

 

 

Allí se quedaron por unos largos quince minutos, en silencio, mientras Tsuna repetía aquella canción de cuna y Fon lo admiraba atentamente. Estar allí fue como abandonar el resto del mundo y centrarse en un pequeño pedazo de cielo en el que nada estaría mal. El azabache se sintió dichoso por tener la oportunidad de estar ahí.

Tal vez el pequeño Ángelo no pudo usar la cuna o siquiera la ropita que estaba guardada en cada cajón, pero al menos su espíritu conoció el pequeño espacio que le pertenecería siempre y sintió el amor que su padre ofrecía. Fue doloroso, pero hermoso en igual proporción.

 

 

Protestas…

 

 

En ese día Fon no podía quedarse demasiado tiempo, tenía asuntos que atender, pero acompañó a Tsuna hasta que éste decidió bajar a la enfermería y quedarse junto con Enma para charlar un rato mientras cuidaban de la recuperación de Taiki e Isabella que jugaba con Leo en una de las habitaciones. Nada extraño, sólo algo rutinario que gustaba hacer sin pedir algo a cambio.

 

—¿Qué hiciste para tener acceso? —voz retadora y presencia casi fantasmagórica

—Buen día, Reborn —miró a su compañero de maldición y dio una leve reverencia como saludo—. Y la pregunta sería, ¿por qué ustedes no tienen acceso? —lo miró con curiosidad

—Eso no te incumbe, sólo responde a mi pregunta —se acomodaba la fedora y aparentaba estar en calma

—No puedo —elevó una ceja—, pero la verdad ni yo mismo lo sé

—¿Qué pasó en esa noche? —Reborn insistió, incluso se colocó enfrente de Fon para impedirle seguir su camino

—Peleé con él para que dejase al último hombre vivo —mintió lo más calmado y convincente que pudo

—Ahora dime tu versión, no la de dame-Tsuna

—Lo siento, Reborn, pero no diré nada más de lo que he dicho —suspiró—. La verdad no sé qué sucede en tu familia, pero no creo que sea conveniente perder la confianza que Tsuna me ha dado, al menos no para mí

—Quiero que me digas lo que pasa con él —Fon reconoció desesperación en el iris ónix de Reborn—. Necesitamos estar informados

—Puedes preguntarle a él mismo —añadió mientras unía sus manos debajo de las mangas del qipao—. Pues hasta donde yo sé… él confía ciegamente en ti —grande fue su sorpresa al notar que sus palabras ocasionaron una punzada de culpa en su compañero. Ahora tenía más dudas que antes

—No nos dirá nada —admitió con frustración mientras arrugaba casi imperceptiblemente su ceño— por eso necesito que tú…

—No —negó de inmediato—. No traicionaré la confianza de Tsunayoshi-kun. No diré nada de lo que ocurra ahí abajo porque si él no quiere decirlo es por algo

—¿No entiendes que nuestro deber es protegerlo? —apretó los labios ocasionando una leve marca en su mentón—, pero él no quiere dejarse ayudar

—¿Por qué?

—Pasaron muchas cosas

—Podrías decirme —pidió con cortesía

—No

—Así no llegaremos a ningún lado, amigo mío

—Así como tú cumples una promesa con dame-Tsuna, nosotros cumplimos otra y es la de no dar información de lo que pasa o pasó en esta mansión

—Entiendo —suspiró profundamente—. Bueno, puedo decir que, si necesita ayuda, yo se las pediré

—Al menos es algo —bufó fastidiado antes de hacerse a un lado—. No olvides lo que me acabas de decir, Fon

 

 

Los días siguientes no fueron distintos de aquel, podía ser bueno o malo, pero así fue.

Un Tsuna que miraba a través del cristal a su esposa inconsciente, después repetía el hecho por el cuarto de sus hijos mientras estos dormían, se quedaba en silencio, sin vera nada en realidad. No lloraba en el día, no cuando estaba acompañado, pero en las noches los miembros de la mansión decían que escuchaban leves lamentos mientras el castaño subía a su habitación y cuando bajaba un par de horas después.

Enma solía llegar muy temprano, apenas saludaba a los guardianes y bajaba de inmediato a los subsuelos, se quedaba con Tsuna hasta el mediodía. Diana lo acompañaba siempre, la mayoría de veces llevaba a Leo consigo y por lo general era ella quien se quedaba en la mansión de los Vongola para cuidar de los niños en conjunto con su pequeño ya que Enma a veces no podía cumplir con su visita diaria por los deberes laborales que no podía dejar de lado.

En la tarde Fon llegaba con discreción, apenas dándose a notar para evitar las preguntas que los miembros de esa familia le hacían y tomaba el puesto de Enma y Diana. Jugaba con los niños, les leía historias para que Tsuna tuviera tiempo de enfrentar sus labores, se ganó la confianza de esos dos pequeños que ahora parecían ser dos pajarillos frágiles y susceptibles a cualquier cosa que pasara a su alrededor.

Esas eran las tres personas autorizadas a visitar a los niños y a Dayane, aunque pronto se les unirían los dos Sawada mayores quienes tramitaban su mudanza definitiva a Italia para no separarse de su hijo y sus nietos.  

 

—¿Si quieres podemos salir a jugar al patio de la mansión? —Fon miraba a Taiki quien fingía beber de la tacita de té que Isabella preparara con sus juguetes

—Papá dijo que no deberíamos salir

—¿Y tú quieres hacerlo? —reverenciaba a la pequeña para agradecerle la taza ofrecida, pero seguía hablando con el primogénito de Tsuna

—No —respondía el pequeño rubio quien sonreía cuando su hermana le ofrecía una galleta de plástico—, porque afuera es peligroso

—Y tú, Bella —Fon miraba con ternura a la pequeña que también le ofrecía una galleta—, ¿quieres salir? —la niña negaba y procedía a mirar a la puerta—. Tranquila, tu padre volverá pronto

—¿A dónde fue? —Taiki lo miraba atentamente y Fon sólo sonreía antes de acariciarle los cabellos

—Dijo que tenía que firmar unos papeles, así que no demorará

 

 

En pocas palabras la situación se resumía a una sola expresión: el nuevo hogar de Tsuna y sus hijos era en la enfermería.

Tsuna lo decidió así por diversos motivos, incluso adecuó una habitación lo suficientemente cómoda para que sus hijos no se sintieran abrumados por la apariencia de las enfermeras que iban a practicar las revisiones correspondientes. Se aislaron del exterior porque de esa forma evitaban hablar del tema tabú en esa familia y se recuperaban con paciencia y tranquilidad. Aunque para algunos eso sólo era un acto cobarde para escapar de la realidad que se daba afuera.

Algo que ocurrió y quebró la rutina dada por largos días fue el accionar del décimo Vongola en cuanto a un asunto delicado. No se habló mucho de eso, Tsuna dio la orden, los demás la ejecutaron. Fue entonces que se hizo público el deceso de Dayane y Ángelo, el neonato que apenas respiró por unas horas.

Sólo se esperó la llegada de Nana e Iemitsu para proceder con el funeral doble. Los Simon y los Vongola se unieron como siempre que algo bastante íntimo se llevaba a cabo, los Varia también fueron invitados, pero nadie más, Tsuna no quería tener que lidiar con personas que fingían empatía o hablaban sin pensar.

Un hermoso arreglo de flores blancas de todo tipo se colocó en medio del amplio jardín, dos urnas diferenciadas sólo por el tamaño reposaban en medio de toda esa blancura. Todos vestían de negro, hablaban lo mínimo, no se acercaban al cielo que permanecía sentado en la primera fila mirando a lo que quedaba de su esposa e hijo. Dos grandes fotografías mostraban a una sonriente Dayane y a Ángelo quien claramente reposaba dentro de la incubadora con respiración artificial. Obviamente los únicos ausentes eran Taiki e Isabella quienes dormían a esa hora, Tsuna no quiso que enfrentaran esa situación.

Fue algo sencillo y rápido. Guardaron silencio durante dos minutos en honor a los caídos. Nana abrazó a su hijo, Iemitsu la imitó, Enma, Diana, incluso Leo les siguieron. Fon se quedó distanciado junto con los demás miembros de esa reunión pues no quería formar una controversia. Tsuna no derramó ni una sola lágrima, pero su semblante era tan penoso que muchos ni siquiera se atrevían a mirarlo por mucho tiempo

 

—Las palabras de juudaime… oh —Gokudera se detuvo ante la señal que su jefe le dio —perdón… no habrá palabras

Dame-Tsuna —protestó Reborn porque obviamente un jefe no debía evitar las normas impuestas para cada ocasión, el discurso debería ser necesario

—Tsuna-nii —Lambo intentó acercarse al castaño, pero la mirada gélida que le fue entregada lo detuvo

—Juudaime —murmuró Hayato antes de resignarse a quedarse en su lugar junto con los demás

—El resto se los encargo a ustedes —ni una mirada, sólo una leve reverencia de despedida y los pasos presurosos que lo alejarían del hermoso arreglo floral que acunaba a dos fotografías dolorosas

—Con permiso —el mismo trato fue cedido por Nana, Iemitsu, Diana, Leo, Enma y Fon, quienes eran los únicos con autorización de seguir a Tsuna hacia la enfermería.

—Volverán a su aislamiento —suspiró Yamamoto, expresando la pena general.

 

La familia tomó el luto, las reuniones fueron canceladas, además se asumió la autoría de los asesinatos que bañaron a Italia en sangre y desolación. Los aliados mostrabas sus condolencias mediante cartas porque nadie tenía permiso de entrar en la mansión. Cosas más, cosas menos.

Nana e Imeitsu al fin se establecieron en la mansión convirtiéndose en las otras dos personas autorizadas a acercarse al castaño, Isabella y Taiki y acompañarlos en su dolor. Nana incluso se dio el lujo de hablar con cada guardián y persona cercana a Tsuna; sólo las paredes del despacho de Tsuna guardarían el sonido de su delicada mano al golpear la mejilla de las personas que según ella incumplieron con la promesa que hicieron. Era una madre que buscaba culpables de la rotura de su pequeña familia

Fueron semanas duras, silentes, agobiantes, melancólicas y que desencadenaron en diversos cambios en Vongola principalmente en la familia más cercana al jefe.

Cuando al fin Tsuna decidió que los niños estaban listos para, de nuevo, retomar la rutina adecuada fue el mismo día en que el yeso de Taiki fue removido. Ordenó el traslado de sus cosas a las respectivas habitaciones de la mansión causando una leve esperanza por parte de los guardianes quienes esperaban el retorno de su antiguo cielo, incluso se juraron a sí mismos que intentarían retomar la confianza que el castaño pareció perder en ellos.

Tsuna se había recuperado lo suficiente para retomar sus labores, sus padres estaban ahí para ayudarlo y sus hijos parecían de acuerdo con su decisión. Pero sabía que iba a haber secuelas, su intuición se lo decía, los médicos se lo dijeron.

 

 

—Bella, mira lo que la abuela hizo para ti —Nana sonreía con melancolía pues a pesar de que dijera algo, preguntara, solicitara una respuesta, su pequeña nieta no respondía—, ¿te gusta? —la niña de cabellos lacios y castaños tomaba la pequeña muñeca de trapos y asentía—. ¿No hablarás con tu abuela? —Isabella abrazaba la muñeca y volvía a esconderse en el pecho de su padre

—No la fuerces, mamá —Tsuna suspiraba antes de acariciar la espalda de su hijita y besarle los cabellos

—¿Cuándo volverá a hablar? —su pequeña nieta tenía un trauma y con ello su voz se apagó, le dolió demasiado al enterarse

—No lo sé —miraba de lejos como Taiki seguía las indicaciones de los médicos y movía su brazo que recién se liberó del yeso mientras Iemitsu lo apoyaba con palabras de aliento en el proceso. Era raro saber que ese rubio no fue un buen padre, pero era un abuelo excepcional

—Tsu-kun… —Nana se fijó en que su hijo a veces se perdía en sus propios pensamientos, así que ella se encargaba de regresarlo a la realidad por medio de una caricia—, me preocupas

—Estoy bien, mamá —curvaba sus labios en una sonrisa que no emitía algo, estaba vacía

—No me mientas —acarició la mejilla de su hijo mientras también hacía el mismo gesto en la cabecita de su nieta, la princesita que heredó el color de sus ojos—. Desde que vine a quedarme aquí he visto que has dejado de comer en las horas indicadas, a veces ni siquiera veo que lo hagas, tienes ojeras marcadas, estás pálido… Tsu-kun, me preocupas mucho

—Mamá —besó la mano de su madre—. Me recuperaré, lo prometo

—Sólo piensa en que Dayane nunca desearía que te descuidaras de esta forma

—Lo sé —de nuevo el dolor en el pecho y el amargo en su boca

—¡Ese es mi muchacho! —el grito de Iemitsu cortó su plática y lo agradecía— Te recuperas rápido, Taiki

—¡Claro que sí! —el pequeño rubio movía su brazo simulando un golpe a puño cerrado— Debo recuperarme rápido

—Oh no —susurró Tsuna al notar un gran cambio en su hijo, para ser exactos en la mirada. Los médicos se lo advirtieron, pero aún tenía esperanzas de que no sucediera

—Porque tengo que proteger a Bella y a mamá —elevaba sus brazos y apretaba los dientes. ¿Dónde estaba la sonrisa brillante de siempre?

—Taiki —Iemitsu se arrodilló frente a su nieto y le acarició los cabellos antes de que su voz se hiciera más dulzona, comprensiva—, tu madre… ella…

—Quiero verla —miró al adulto con seriedad—, ¿me llevas, abuelo?

—No puedo —fue la escueta respuesta de Iemitsu quien no sabía qué más decir—, perdón

—¿Por qué no? —el ceño se fruncía y la mirada achocolatada se volvía dura, algo anormal para un niño de esa edad

—Taiki… ya hablamos de esto —Tsuna se acercó al ver la desesperación de su padre. Apretó a Isabella aún más contra su pecho e intentó cubrirle los oídos

—No —la mirada perdió el brillo infantil, fue reemplazado por algo opaco que asemejaba a la ira—. No lo hablamos, papá

—Taiki —Tsuna cerró sus ojos—, mamá no regresará

—¡Mientes! —ahí estaba. Y eso sólo sería el inicio— ¡Quiero ir con mamá!

—Taiki —ahora Iemitsu tomó la palabra— asustarás a tu hermanita si gritas —le acarició los cabellos, pero el niño lo alejó de un manotazo

—Pero papá está mintiendo —acusó apretando los puños—. Él dijo que mamá… está…

—Cariño —Nana se acercó y sin pedir permiso cargó a su nieto— tenemos que hablar

—Quiero a mamá —de nuevo las lágrimas contagiosas, las que eran el detonante para que la pequeña en brazos de Tsuna empezara a sollozar—. La quiero a-ahora —el primer hipido

—Sabía que esto pasaría —murmuró Tsuna con resignación mientras acariciaba los cabellos de Isabella y se acercaba a Taiki

—¿Qué haremos? —hasta Iemitsu se sentía impotente al escuchar los suaves sollozos de su princesita

—No lo sé —Tsuna miraba al horizonte, suspiraba, intentaba aguantar el dolor que le producía el llanto de sus dos herederos, ignoraba las miradas alejadas de sí que seguramente querían preguntar, acercarse, decir miles de cosas—. Por ahora… seguiremos las instrucciones de los médicos. No hay nada más que hacer.

 

 

Continuará….

 

 

 

Notas finales:

Krat no lloró con el final de Avengers: Infinity War… se siente un ser sin alma por eso


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