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De ángeles y demonios por Ivett

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Notas del fanfic:

Hola :3 este no es el primer fanfic que escribo. Espero que le den una oportunidad y lo disfruten. Si tienen comentarios o recomendaciones, háganmelo saber :)

Notas del capitulo:

Aquí el primer capítulo!

Seth negó por decimocuarta vez la petición de Henri de quedarse con la mochila mientras recorrían en auto el camino al instituto.

―Es muy pesada para ti ― decía con la vista fija en la carretera al tiempo que estiraba una mano para tomarla.

Seth la arrimó hacia su cuerpo de forma posesiva y soltó un gruñido.

―Bien, pero no me muerdas ―bromeó Henri, volviendo las manos al volante.

Era un hombre bastante bien parecido, demasiado para el gusto de Seth, de cabello negro hasta los hombros y brillantes ojos verdes.

―Sólo te digo que conmigo estará bien― Lo miró por un instante y esbozó una sonrisa que pretendía ser inocente, pero sus labios se alzaron en un retorcido gesto de astucia.

―Aquí me quedo ― soltó Seth.

El auto estacionó a casi una cuadra de la entrada al colegio ante un suspiro de Henri; y mientras Seth reunía fuerzas para cargar la pesada mochila a sus hombros, el hombre habló:

―Por cierto, encontré una casa nueva.

Seth lo miró con sorpresa. Hacía un par de meses que habían llegado a la ciudad, y una semana atrás habían hecho estallar la cocina de la agradable casa que habían alquilado, por lo que estuvieron viviendo en un hotel. Henri había apostado por darse a la fuga, pero Seth no pudo con el cargo de conciencia, así que tenían una gran deuda con la anciana dueña.

Seth frunció el ceño con preocupación.

―¿Es segura?

―Segura, bonita y barata ― respondió el hombre mientras encendía un cigarrillo.

―No hagas eso ―Seth intentó quitárselo de las manos, pero el bulto a su espalda no le dejó moverse con libertad ― El olor es horrible.

―A mí no me hace daño, a ti tampoco, ¿qué más da? ―Se encogió de hombros a lo que Seth torció el gesto.

El chico se disponía a cerrar de un portazo, pero Henri lo atajó:

―Otra cosa ―El humo salió de sus labios en una espiral― La casa es compartida.

―¡No! ¿Estás demente? ¡No podemos…! ―Se detuvo al ver que llamaba la atención de los estudiantes que llegaban. Metió medio cuerpo en el auto y endureció el semblante― No podemos vivir con nadie más.

―Calma. La mujer dijo que ahí sólo vivía su hijo. Y la casa es grande. Quizá ni nos topemos con el mocoso ―Seth iba a refutar, pero un siniestro brillo en los ojos de Henri lo detuvo―: Aunque si tanto te molesta… ―Jugó con el cigarrillo en sus manos―, podemos deshacernos de él.

Seth abrió mucho los ojos y una mueca de espanto cruzó su rostro. Henri soltó una carcajada.

―No era en serio ―soltó el hombre al tiempo que Seth lo fulminaba con la mirada― Relájate un poco, querubín.

Cerró de un portazo y guiñó uno de sus gatunos ojos verdes.

―¡Espera! ―llamó Seth, pero el auto ya había arrancado y doblaba la redoma. Frunció los labios y reprimió la retahíla de palabrotas que moría por gritar. Se acomodó la mochila sobre la espalda y caminó en dirección a la escuela.

Seth estudiaba en el instituto más común y ordinario que pudo encontrar en la ciudad, e igualmente se esforzaba por ser lo menos llamativo posible. Tenía muchos enemigos y mientras más desapercibido pasara, mejor. Tenía la apariencia de un adolescente aunque en realidad contara con más de ciento catorce años. Se había dejado el cabello de un rubio opaco y había tratado de afear su rostro al máximo, pero la verdad no tenía tanto poder para eso.

Seth no era un adolescente común, era un ángel del cielo; y las veinticuatro horas del día se encargaba de que nadie se diera cuenta de eso. Había llegado con Henri a la ciudad con el objetivo de esconderse mientras reorganizaban sus planes; y empezar a vivir con otras personas, no le parecía la mejor idea para mantenerse ocultos.

Seth aún no tenía amigos en el instituto, y la verdad no pensaba tenerlos, por lo que se extrañó de que en clase de deportes se le acercara un grupo de chicos. Eran del equipo de futbol. Las clases de deportes se hacían en conjunto con las prácticas de equipo. Algo así como un intercambio, decía el entrenador.

Seth ya había dado veinte vueltas a la cancha, y se preparaba para dar veinte más.

―Seth, ¿no es así? ―Era un chico rubio y fornido. En algún lugar había escuchado su nombre, pero ya no lo recordaba ― Corres bien ―sonrió.

Otro chico moreno se acercó trotando.

―¿Quieres ser parte del equipo? ―Hizo una seña hacia los estudiantes uniformados que en ese momento le lanzaban toallas mojadas al chico del agua.

―Eh…no, no soy bueno en los deportes ―Seth empezó a trotar para seguir con la clase, y esa vez se aseguró de ir a la par con los demás y jadear de vez en cuando.

Nunca antes en su vida se había hecho pasar por un humano, y la verdad es que era condenadamente difícil. Debía acordarse de comer y tomar agua regularmente, también debía parecer cansado de vez en cuando, y debía mentir. Era lo que más le pesaba. Las primeras veces que lo había hecho estuvo tentado a abandonar el plan y dejar a Henri por su cuenta, pero su poder de convencimiento fue mayor. Eso y un par de amenazas.

Al terminar la clase, Seth se apresuró a los vestidores. Ahí había dejado su mochila y el objeto más valioso en todo el universo. Registró los bolsillos y suspiró aliviado al ver la tela de camisa que envolvía la joya.

Mientras se vestía escuchó ruido en los pasillos de la entrada. Seth siempre terminaba primero de trotar, por lo que cuando usaba los vestidores aún no había nadie. Saltó al escuchar que algo chocaba contra los casilleros mientras se ponía los zapatos. Luego un quejido y murmullos quedos.

Tomó la mochila, listo para salir, cuando vio a los chicos del equipo de futbol arrinconando al chico del agua. Entre ellos estaba el moreno y el capitán fornido, cada uno un palmo más alto que el pobre acosado.

El chico era Brandon, y según había notado Seth, el blanco de los bravucones. Era el estereotipo de la pobre alma en pena, débil y vulnerable, por la que ángeles como él tenían cierta debilidad. Era menudo, de cabello castaño que el chico moreno no dejaba de alborotar. Mantenía la cabeza gacha y se había puesto pálido mientras el rubio fornido le revisaba los bolsillos.

―Estamos algo cortos de dinero hoy, renacuajo.

―Tómalo con una iniciación ―dijo el chico moreno.

―Una iniciación de diez partes ―sonrió otro chico delgado, a lo que sus amigos rieron con sorna y le dieron codazos amistosos.

Brandon escondió la cabeza entre los hombros y apretó los labios.

―¿Esto es todo lo que tienes, enano?

―Bah, no alcanza ni para una cerveza.

Seth estuvo a punto de girar en los casilleros para salir, pero el quejido de Brandon cuando lo volvieron a estampar contra las casillas, lo detuvo. Se quedó paralizado un instante hasta que el chico moreno levantó la cabeza en su dirección. Lo saludó con un gesto y sonrió con malicia.

Sintió que se estaba cometiendo una terrible injusticia, algo que una entidad divina debía estar observando para actuar en consecuencia. Algo que ningún ángel debía permitir. Apretó la mano con la que sostenía la mochila y adelantó un pie hacia el grupo, con la vista fija en ellos y la frente poblada de arrugas. El chico moreno le dio un codazo al fornido capitán y ambos rieron por lo bajo ante la expresión de Seth.

Sus impulsos más básicos lo llevaron a acercarse un par de pasos, pero la cordura volvió a su mente cuando su mirada se cruzó con los castaños y suplicantes ojos de Brandon. Y recordó que no era un alma en pena más, era la diana de los abusivos, un cartel de neón demasiado brillante que atraería mucha atención.

Retrocedió un paso y desvió la mirada para salir a paso rápido de los vestidores.

Media hora después esperaba a Henri, revisando la hora cada dos minutos, mientras caminada de un lado a otro alrededor de la mochila.

<<Olvídalo, Seth. Vamos, olvida lo que pasó>> se repetía. Era el orden de las cosas, ¿no? ¿Acaso no ocurría cada día algo injusto sin que nadie hiciera nada por arreglarlo? Era el orden de las cosas. Sólo un bache en el camino. Si pretendía vivir como humano debía aprender a ser un poco egoísta, ¿no? Y pecar de vez en cuando, ¿no? ¿No era así?

La sola idea hizo que se le revolviera el estómago.

―¿Te provoca?

Seth levantó la cabeza ante la voz que lo llamaba. Henri se asomaba a la ventana del copiloto, agitando una caja de cigarrillos.

―Para los nervios ―sonrió.

Seth negó con mala cara y subió al auto. Se fijó que la carrocería era un tanto diferente al auto que lo había dejado en la mañana. Una vez dentro, miró a su alrededor con los ojos entrecerrados. Definitivamente las dos bocinas y los asientos de cuero no estaban antes; y que él supiera, Henri no tenía dinero para eso.

―¿De dónde sacaste el auto? ―le lanzó una mirada severa bajo las cejas fruncidas.

―¿De qué hablas? Es el mismo auto. Mismo color, mismo modelo ―Se encogió de hombros.

Y ante la penetrante mirada se Seth, la esquina derecha de la boca de Henri se alzó por una milésima de segundo. El chico abrió los ojos del asombro y su boca se contorsionó en una mueca de espanto.

―¡Lo robaste!

―¡No! ―El tic apareció de nuevo.

―¡Lo hiciste! ―se escandalizó Seth. Su corazón latía con fuerza― ¡Te dije que no lo volvieras a hacer!

Cuando llegaron a la ciudad tuvieron muchos problemas para encontrar un lugar donde vivir. Primero tuvieron que conseguir el dinero, por medios no muy honestos, se lamentaba Seth. Pero nadie quería alquilarles un lugar a un par de hombre que sólo contaban, como única pertenencia, con la ropa que llevaban puesta.

Henri frunció el ceño sin apartar los ojos del camino.

―¡Y vaya que sirvió! No veo que te quejes de los cachivaches que te conseguí ―se refirió al computador de Seth, por el cual el chico había desarrollado una vergonzosa adicción.

Seth se cruzó de brazos e hizo un puchero.

―Pero esto no era necesario.

Henri bufó como respuesta.

―El que tenías estaba bien.

―¿Bromeas? ―Se volteó a mirarlo un instante ―¿No sientes como se desliza? Es una belleza.

―No lo hagas de nuevo ―ordenó Seth.

 Henri lo miró de reojo y guardó silencio, mientras el chico por su parte se mantenía lívido en el asiento. Tenía la mandíbula tensa y apretaba con fuerza los dientes. Estaba furioso, pero no precisamente con Henri. Cuando tomó la decisión de bajar a la tierra nunca pensó realmente lo duras que podrían ser las cosas. Él tenía un código, unas normas tan arraigadas que parecía que las hubieran impreso en su alma. Era un ángel del cielo, un alma bondadosa, un ser puro y de luz… ¿cierto?

El auto dobló una esquina y Henri lo miró de nuevo.

―¿Qué hiciste? ―soltó el hombre en tono jocoso― ¿Te copiaste en un examen o aceptaste sexo sin matrimonio?

Seth gruñó. Estuvo a punto de soltarle un discurso aleccionador, pero se fijó en que los ojos de Henri estaban serios y su sonrisa se veía tirante. Sólo intentaba alivias la tensión, por lo que después de un hondo suspiro, dijo:

―Nada ―Miró por la ventana las vetas naranjas que cruzaban el cielo― Unos chicos molestaban a alguien y no hice nada.

―¿Ni siquiera le diste un empujón al chico? ―Seth lo fulminó con la mirada―Al menos le hubieras tirado los libros, ¿no? ―bromeó Henri― No hiciste nada, ¿qué te preocupa?

―Se llama omisión ―respondió el otro mordaz.

Henri palmeó el volante.

―Si sigues así en este lugar, te vas a volver loco. O peor, me volverás loco a mí.

De pronto Henri detuvo el auto en una zona residencial. Seth no había prestado atención al camino. Juraba que irían al hotel donde se alojaban. En lugar de eso, se habían estacionado frente a una casa que ocupaba media cuadra, rodeada de un muro de piedra, que dejaba a la vista una construcción de dos pisos. Sobre la cerca se asomaban árboles y arbustos, y un larguísimo porche.

El chico se inclinó hacia la ventana, curioso, pero antes de poder preguntar algo, Henri lo atajó:

―Escucha ―Giró el cuerpo hacia Seth y lo miró seriamente, ―este lugar no es el paraíso todobondadoso al que estás acostumbrado. Es la tierra. La gente es mala y pasan cosas malas ―Seth abrió la boca para replicar, pero el hombre continuó―: Tú sabías eso. Y déjame recordarte que estás aquí por decisión propia. Si no puedes con las consecuencias, no hagas nada en primer lugar.

El chico bajó la cabeza ante el ceño fruncido de Henri. Sintió las mejillas arder de vergüenza. Que un sujeto como él le diera un sermón, rayaba en lo patético para cualquier ángel.

―Si la carga es demasiado para ti, puedes largarte y dejarme eso a mí ―Estiró el brazo para tomar la mochila del regazo de Seth, pero este la rodeó con los brazos y la atrajo a su cuerpo en ademán protector.

Había tocado su fibra sensible, el motor de aquel alocado capricho. Lo que había en esa mochila representaba el único rayo de luz entre el torbellino de desobediencias que estaba provocando. Y era la única razón por la que había huido del paraíso.

Henri rió con sorna y abrió la puerta del auto.

―Es divertido ver a un ángel en la miseria, pero contigo es irritante.

―Gracias por la honestidad ―bufó Seth. Henri lo tomó de los hombros antes que pudiera bajar del asiento.

―Y recuerda que si no la tienes tú ―señaló la mochila con un movimiento de la cabeza―, la tendré yo.

Seth se lo sacudió con brusquedad y cerró de un portazo. El sol empezaba a ocultarse tras el techo de tejas de la casa del porche. En el piso de arriba tenía una terraza con macetas vacías y plantas secas, y varias farolas encendidas. Los postes de la calle también empezaban a iluminarse.

―¿Es aquí? ―preguntó Seth.

―Sí ―Henri sacó un llavero del bolsillo. Dudó un instante y se decidió por tocar el timbre.

Seth lo miró ceñudo.

―¿Pensabas entrar sin permiso?

―estas ―Henri hizo girar las llaves en sus dedos y sonrió ―son mías, querubín. Legalmente puedo entrar cuando quiera. Sólo pensaba ser cortés el primer día.

―¿Ya vivimos aquí?

―Te lo dije en la mañana ―arrugó la frente.

―Creí que lo discutiríamos primero ―Seth puso cara de circunstancia― Ni siquiera pediste mi opinión. Y eso que te dije que no podíamos compartir lugar.

―Con nuestro historial no habían muchas opciones ―Hizo una mueca. Pero al instante se escuchó una voz de mujer que los invitaba a esperar― Bien, intenta parecer un adolescente normal y no un clérigo estreñido.

Seth lo fulminó con la mirada, y mientras se echaba el morral a la espalda, lo impulsó con más fuerza de la necesaria, haciendo que golpeara la cabeza de Henri.

―Pequeño cabrón ―masculló mientras se sobaba la coronilla.

Seth no pudo reprimir la sonrisa de satisfacción. Hacer diabluras de vez en cuando no parecía tan malo.

De pronto la puerta se abrió y los recibió una mujer madura, vestida con pantalones caqui y un delantal. Tenía el cabello corto, liso y oscuro; y unos expresivos ojos castaños que los miraron fijamente a cada uno mientras les estrechaba las manos y sonreía. La mujer se llamaba René y los invitó a pasar.

El patio ocupaba más terreno que la casa. Estaba cubierto de pasto verde, arbustos y caminerías, y unos cuantos aspersores de agua. Al entrar, Seth se fijó en que todas sus maletas se hallaban apiladas en el recibidor. Eso, además del auto y la mochila de Seth, constituían sus únicas pertenencias.

―Preferí dejar que ustedes se instalaran ―comentó la mujer desde la cocina para luego invitarlos a sentarse.

La sala de estar se conectaba con el comedor, al oeste de la casa, que daba vista al patio y al porche por medio de una puerta corrediza de cristal.

Seth y Henri se sentaron en el mueble mientras René servía las limonadas tras la barra de la cocina y conversaba con el hombre. El chico no prestaba mucha atención. La casa era más bonita de lo que había imaginado. Increíblemente limpia y ordenada. Cada mueble parecía formar parte de un arreglo simétrico muy agradable, y además era bastante amplia. Más allá de la sala se extendía un pasillo con varias puertas, y al otro extremo de la casa estaban las escaleras, junto a otro ventanal. Era mucho mejor que la casa que alquilaban a la anciana y el hotel del centro. Henri se merecía el crédito.

De pronto sintió un codazo en las costillas y notó las señas de Henri hacia la mujer. René llevaba una bandeja con bebidas y galletas a la mesita de centro mientras le hablabla.

―¿Cómo dice?

René sonrió y se sentó en el sillón.

―¿Te gusta la escuela? Tu padre me contó que hace poco llegaron de la capital.

―Ah… ―Intercambió miradas con Henri― Sí. Es un poco dura, pero… me acostumbraré.

Les contó que su hijo mayor había ido a la universidad hacía un par de semanas y le preocupaba dejar solo en casa al más pequeño, pues ella era empresaria y su trabajo la obligaba a estar fuera de la ciudad por largas temporadas. Comentó en tono jocoso que aunque había tenido sus reservas al inicio de la entrevista con Henri, se sintió aliviada al saber que también tenía un hijo que iba al mismo instituto.

―¿Es él? ―preguntó Henri al tiempo que tomaba una foto de la mesita.

―Sí. Ahí está con la chaqueta del equipo. Juega futbol ―le comentó a Seth.

Henri estiró sus labios en una sonrisa torcida.

―Qué mono.

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Brandon cerró su casilla con más fuerza de la requerida y salió del edificio. Las prácticas de equipo de futbol siempre terminaban tarde, cuando ya se ocultaba el sol, pero Bran debía quedarse para acomodar los balones y demás. Por algo era el recoge toallas del equipo.

Ya había oscurecido y no tenía dinero para regresar a casa, por lo que se alegró enormemente al ver a su amiga en la redoma, esperando por él. Conocía a Anna desde su primer año en el instituto. La chica era de su misma altura, de largo cabello oscuro y nariz pecosa. Se levantó del muro al ver que se acercaba, y cuando estuvo a su lado le rodeó los hombros con un brazo.

―No adivinarás a quién vi salir hace un rato ―comentó Anna mientras ambos se ponían en marcha fuera del instituto. Ambos vivían bastante cerca, en la misma zona residencial, a cinco cuadras de distancia uno del otro.

―Al conejo de pascua ―gruñó Brandon, andando con las manos en los bolsillos.

―No, bobo. A Seth ―Brandon torció el gesto a lo que Anna sonrió.

El chico nuevo aún era objeto de chismorreos de algunas personas, y una de ellas era Anna. Seth era por mucho uno de los chicos más guapos de la escuela, pero también era extraño, y a Brandon no le agradaba en absoluto. No era como las demás personas que lo ignoraban cuando el grupo de bravucones lo molestaban, que se limitaban a pasar de largo sin siquiera voltear. Ellos entendían lo implícito de la situación; y aunque Bran se moría porque alguien lo ayudara alguna vez, sabía que nadie iba a sacrificarse por él.

Seth, sin embargo, parecía guardar una morbosa satisfacción en verlo acorralado y sin esperanza. Siempre volteaba a verlo sin hacer nada más. Las primeras veces que ocurrió, Bran llegó a pensar que se trataría de un respiro de los constantes acosos. Luego creyó que se uniría a molestarlo. Grande fue su confusión al comprobar que no pasaba nada, y con ello creció su incomodidad. Brandon no se consideraba una persona con mucha dignidad, pero sentía que esta se reducía a cero cuando Seth lo observaba detenidamente en sus momentos más patéticos.

―Es un rarito ―comentó el chico.

―Sí, bien, pero no puedes negar lo bueno que está.

Bran soltó un bufido.

Cuando llegaron a la intersección en la que se separaban sus caminos, Brandon se detuvo.

―¿Pasa algo? ―preguntó la chica.

Era costumbre que Anna lo acompañara a cenar y en ocasiones se quedara a dormir.

―Verás, mamá saldrá mañana por trabajo por unos meses más y no le agrada la idea de dejarme solo ―Bran se encogió de hombros― Así que…

―¡No me digas que ella cree que nosotros…! ―interrumpió Anna, señalándolos a ambos con los ojos muy abiertos.

El rostro de Bran se encendió.

―¡Claro que no! ¡Qué cosas tienes en la cabeza!

―Por un momento me asustaste ―Anna soltó una risita nerviosa.

―¿Cómo piensas eso? ―Negó el chico― Mamá sólo me dijo que quería alquilar las habitaciones de arriba. Creo que le asusta que pueda morir de hambre o algo. Si supiera que es a Oliver a quien se le quema hasta el agua.

―¿Ya consiguió a alguien?

―Supongo.

―Es una lástima ―Anna lo miró de reojo con una sonrisa pícara. Se acercó un paso y le acarició el hombro ―Ya me empezaban a gustar nuestras noches de locura.

Brandon se sonrojó violentamente y un escalofrío lo hizo temblar, al tiempo que su amiga estallaba en carcajadas.

―¡Cielos! ― La miró con un profundo ceño fruncido. Hasta los vellos de la nuca se le habían erizado― ¡Oliver no está aquí! ¿Qué pasa contigo?

―Ya, no era en serio ―rió la chica.

―Tienes problemas.

Desde que el hermano de Brandon comentara un día lo bien que se veía el chico con su amiga, Anna le había cogido el gusto a compartir frases insinuantes con Bran. Oliver era un chico muy correcto y formal, de esos que no ponían buena cara ante las muestras públicas de afecto; y aunque a Brandon le divertía ver su rostro escandalizado, empezaba a sentirse un poco incómodo con las bromas.

Que el chico que le gustaba a Anna no era él, se repetía Bran, era Seth. El rarito del otro curso.

―No se te ocurra hacerlo en el instituto. Tu amor imposible podría entenderlo mal.

―No es imposible ―rebatió la chica― Sólo se hace el interesante.

―El ridículo ―masculló Bran.

Y luego de discutir a quien le tocaba hacer la tarea y a quién copiársela, Anna cruzó a la izquierda y Bran siguió en línea recta. Las veredas de aquella zona residencial estaban bien iluminadas, pero eran muy solitarias. Apenas había visto cuatro autos desde que pasara la intersección. La buena noticia era que ya casi llegaba a casa. Como estaba su madre, lo más probable era que una deliciosa cena lo esperara sobre la mesa. Quizá pizza o hamburguesa. Su madre se emocionaba al llegar a la ciudad y no hacía más que consentirlos a Oliver y a él.

Apuró el paso al ver la luz de la terraza encendida, pero al detenerse frente a la puerta del jardín, se dio cuenta Eric y su equipo de bravucones debieron llevarse sus llaves. Suspiró hondo, con los ojos cerrados intentando serenarse y tocó el timbre.

Ya no importaba. Estaba en su territorio, donde podía dejar de pensar que no lo pasaba realmente bien en la escuela. Sin toallas que recoger, sin equipos de futbol, y probablemente con una adorable abuelita que su madre escogería para acompañarlo, Una que supiera hacer galletas, mejor.

Ya se preparaba para darle un efusivo saludo a su madre, cuando la persona que abría la puerta lo dejó helado. Sintió que los hombros se le caían hasta el suelo y que una sensación desagradable se instalaba en su estómago.

Y al parecer no era el único sorprendido. Seth Callieri lo miraba con los ojos muy abiertos y las cejas alzadas, y una mueca tan rara en el rostro que lo dejó descolocado.  

 

 

 

 

 

 

 


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