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¿Qué es lo que verdaderamente Importa? por Jinsei No Maboroshi

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Advertencias: Advertencias:Este fic es mucho anterior a la trilogía Tsukiakair Ni (L’arc~En~Ciel) , por lo que su calidad es muy mala, respecto de éste, ya que las críticas hechas al mismo ayudaron a mejorar la redacción. Así que ten paciencia, y perdóname el desastre en éste. ^^Es un fic Yuri, basado en Sailor Moon, principalmente en la pareja por excelencia Haruka y Michiru.A diferencia de los demás fics que he realizado, tiene diálogos muy melosos y cursi por una razón en especial: es un fic experimento. Adquiriendo los scripts de la serie, me reduje a modificar y agregar, según fuera conveniente, los pedazos en donde salen estos dos personajes a lo largo de toda la serie, por ello sus diálogos pueden resultarles conocidos. Son exactamente los dados por el doblaje mexicano. Así que va a resultar algo cursi respecto de lo que acostumbro escribir. ^^Luego de esta aclaración, me limito a desearles una amena lectura, y no sin recordales que el sistema en que están separados es azaroso, no tiene causa de ser, puesto que este fic fue escrito para que se lea de tirón o lo administres según tu tiempo, así que será separado en ‘páginas’ y no en ‘capítulos’ como se acostumbra en este lugar. Sólo lo hago por las limitaciones de publicación de Amor Yaoi. Agradecimiento: a Saya Ogawa, que siempre repasa mis textos para luchar con las tildes o las comas que siempre se me escapan de control. Muchas Gracias. El texto completo fue corregido por Ogawa Saya, administradora de Vivid Carrots.  
EL PRINCIPIO DEL FINAL Sólo cuando encuentras a esa persona especial en tu vida, sientes que hasta ese momento no tenías vida. Sólo hallándola te reencuentras con la vida, te amigas con ella, le perdonas, en definitiva, el martirio de haberte hecho nacer.  ~ :: ~~ :: ~~ :: ~~ :: ~~ :: ~~ :: ~~ :: ~~ :: ~~ :: ~~ :: ~~ :: ~~ :: ~  

Caminando por la tranquila calle, un domingo en horario del almuerzo, ella vagaba. Era una pequeña niña de no más de 12 años, y transitaba en las solitarias calles. Se detuvo frente a un escaparate. No vio lo que había detrás del vidrio, sino su reflejo. Un niño rubio, prometedor.

 

Eso es lo que ella pensaba. Tal vez ella, desde pequeña, hubiese dado muestras de esa autosuficiencia, de su valentía para estar en contra de todas las ‘normas sociales’. Ella tenía el valor de enfrentarse a quien fuera capaz de cuestionar su posición en sus ideas. Ella era libre. Ella se sentía libre. Ella era la libertad en carne y espíritu.

 

Continuó con su camino, finalizada su inspección de su reflejo. Marchaba sin rumbo. Quería ir a un lugar distante, desolado. Como siempre, la libertad se presenta a los hombres como un ente distante, inalcanzable... platónico.

 

Llegó finalmente a una plaza con gran cantidad de árboles. Se sentó cerca de una laguna artificial, rodeada de arbustos. El sol era fuerte, y quemaba su delicada piel.

 

Tomó piedras y las arrojaba a la laguna, las cuales caían en la profundidad, movimentando el agua en bellas y armoniosas ondas.

 

Ondas. Mar. Viento. ¡Libertad!

 

Desde pequeña, su meta era la libertad.

 

 

-¡Haruka! ¿Qué dijiste? ¡Cómo que no quieres este vestido! Tienes que usarlo.

 

-¿Por qué tengo que usarlo?

 

-Porque te lo hemos regalado tus padres, con mucho amor. Además, pronto serás grande, debes comenzar a vestirte como una dama.

 

-No me interesa. A mí me gusta mi forma de vestir.

 

-¡Niña! ¡Si pareces un chico! ¡Eso no es agradable!

 

-¡El problema es que yo no te agrado, madre!

 

La madre no soportó semejante impertinencia, y le abofeteó.

 

Haruka no lloró, llevó su mano a su mejilla y vio a su madre con rencor, con odio, con tristeza. Estaba cansada de ser la muñeca de la madre, de que siempre tuviera que hacer todo acorde sus ideas.

 

Haruka dio media vuelta y salió de su casa, sin haber almorzado.

 

 

La joven estaba tendida en el suelo. Ya no arrojaba piedras al lago, se había aburrido de las ondas. Recostada sobre la hierba, con una leve brisa veraniega, observó el cielo. Su gran ídolo. Allí podía ver la majestuosidad de algo tan abstracto e imaginario como era el ‘cielo’. Su visión era oportunamente afectada por pájaros que volaban.

 

Vivía rodeada de elementos que no hacían otra cosa que mostrarle lo bello de la libertad. Ya no lo soportaba.

 

Se levantó, limpió sus ropas, y se dirigió a la estación de tren. Allí, esquivó la seguridad necesaria, simulando ser algún pariente infantil de una señora distraída, y logró ingresar al shinkansen –tren bala-. Por fin dejaría la jaula de su Fukuoka natal, y marcharía para Osaka. Allí sería el lugar donde ella despertaría del letargo, y sería salva de las cadenas a las que lentamente le iban colocando. Allí estaría su libertad.

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A partir de los 4 años, sus padres la habían obligado a asistir a clases de violín. Ella no gustaba de ese instrumento, pero sus progenitores se empecinaban en hacerla una dama de alta sociedad habilidosa en todas las artes. Asistía a colegios de señoritas y, a medida que pasaban los años, la obligaban a ir a cursos y clases extras de protocolo, comportamiento, artes, y un sinfín de banalidades. Había aprendido a ser lo que su familia deseaba que fuera. Pero no era feliz. Carecía de un motivo de existencia.

 

Desde los 10 años, comenzó a tener una extraña necesidad de contactarse con el agua. Sus padres aceptaron el pedido de la joven y le permitieron, entre el innumerable de actividades que realizaba, la de poder practicar natación.

 

Vivía pensando en el agua, en la relajante sensación de aislamiento que experimentaba cuando se sumergía. Su cabello confundido con el agua, como sedosas algas, se movía en suave ritmo, mientras sentía la presión del líquido sobre su cuerpo, y el silencio de la quietud. Abrir los ojos bajo del agua e intentar ver a través de la superficie, hallándose con su propio reflejo borroso era una situación relajante. A veces tenía la impresión de que esa imagen la mostraba a ella misma vestida como una marinera, pero al siguiente parpadear, observaba su reflejo tranquilo, bajo la paz del agua.

 

Al emerger y tomar aire, suspiraba resignada a la idea de no poder permanecer eternamente bajo las aguas, que la purificaban, que le daban una tranquilidad ancestral.

 

Vivía ensoñada en el océano. Cada año que pasaba, su necesidad de mar aumentaba. Amaba ir a la playa, escuchar los rugidos calmos del océano que, de alguna misteriosa manera, sentía que pronunciaban su nombre. Adoraba ver la noche reflejada en esas dinámicas aguas, modificar las formas a su antojo, y reflejar luces y colores que solo adornaban majestuosamente la belleza innata del océano.

 

Su afinidad con el violín en esas solitarias noches frente al bello paisaje marítimo aumentaba, permitiéndole componer bellas creaciones, tranquilas, delicadas, logrando perdonar de alguna manera el odio que de pequeña experimentaba cuando tenía que estudiar el instrumento.

 

Su arte lentamente se inclinaba por la belleza de los océanos, con la tranquilidad de los paisajes horizontales, con el sonido del mar.

 

-¿Michiru? Hija, ¿estás bien?

 

La joven salió de su ensoñación acostumbrada para notar que estaba en medio de una fiesta de la alta sociedad.

 

-¿Sí, madre?

 

-Hija, aquel joven quiere hablar contigo sobre los cuadros que has pintado. Parece que está interesado.

 

-¿Quiere uno?

 

-No creo –sonrió finamente la madre, mientras llamó con la mano, en total delicadeza, al joven del cual hablaban.

 

-Michiru, éste es el joven del que te hablé –presento la madre.

 

Michiru realizó una reverencia como su estudio del protocolo exigía. El joven, tomó la mano de la chica, y rozó la suave piel, sin osar tocarla.

 

-Señorita Kaiou, mi nombre es Kanryuu Itsuki. Es un verdadero placer poder compartir con usted la belleza de la sala.

 

-Bien, jóvenes, los dejo solos. Con permiso –se disculpó la madre, para luego alejarse.

 

-Estoy muy halagada, señor Kanryuu. Mi madre me ha dicho que está muy interesado en los cuadros que he pintado.

 

-Sí. Es increíble que una joven en sus tiernos 14 años tenga habilidad semejante, tan propia de los ancianos maestros.

 

-Muchas gracias por los halagos.

 

-Pero mayor es mi sorpresa ver que tal belleza tan habilidosa, no esté acompañada por una presencia masculina que le entregue todo lo que ya no puede crear.

 

-Créame. Sí hay alguien.

 

-¿Eh? ¿Cómo es posible? Su madre no me lo ha dicho.

 

-Que ella no lo sepa, no implica que no exista.

 

-Pues, entonces, es una verdadera pena. Sepa que mi corazón siempre estará dispuesto a compartir la vida a su lado, con sumo gozo, siendo usted tan bella sirena.

 

-Sigo siendo muy halagada. Le agradezco, pero le afirmo que mi corazón ya tiene dueño. Y le ruego también que guarde el secreto. ¿Puedo confiar en su discreción?

 

-Por supuesto, mi dama.

 

La noche pasó tan aburrida como siempre solía ocurrir en esas fiestas. Michiru era cortejada por todos los jóvenes de alta sociedad, mas a todos les mentía con el mismo pretexto. Era la única forma de evitar una relación formal, determinada por los padres a primera vista. Ella solía alegar su amor por otro, ante lo cual los jóvenes se excusaban ante los padres de Michiru, afirmando que la afinidad entre la joven y ellos no era la que consideraban que podía llegar a existir. Ellos, orgullosos, se disculpaban ante la madre, creyéndose poseedores de un secreto oculto a los padres de la joven.

 

Michiru era buena estratega. Nunca dejó de despedir a un pretendiente sin hacerle prometer la conservación secreta de su enigma.

 

De esa forma, sus padres nunca descubrirían que era ella quien los rechazaba.

 

Estaba cansada de esa parsimonia de vida. Los jóvenes se acercaban a ella por lo que mostraba en apariencia, pero su verdadera forma era desconocida incluso para sus propios padres.

 

Su vida era sin sentido, aburrida y sumergida en la mayor soledad posible. Pasaba horas en su cuarto de estudios, creando realidades que deseaba vivir y que se conformaba con plasmar en el lienzo. Buscaba con desesperación algo que no sabía con certeza qué era. El mar ya era parte de su vida, de su mente y de su piel. El océano era su amigo silencioso, el único que la cobijaba en un cálido abrazo, que la contenía, que la sumergía en un silencio de paz.

 

-Michiru, hija, pasas mucho tiempo en el agua. ¿No crees que eso dañe tu piel? –le dijo su madre cuando pasó por la piscina que hacía años estaba instalada en su casa.

 

-No, madre. Tomo los recaudos necesarios.

 

-Te aviso que esta noche habrá una fiesta en los Mayou, y desean escuchar tu violín. Sólo prepárate para cuando sea la hora.

 

-Bien. Sólo dame una hora más, madre. Ya me arreglaré.

 

-Cuida tu piel.

 

-Lo haré.

 

La madre se alejó por la puerta de la que había salido. Michiru cerró sus ojos y se sumergió en las profundidades de la piscina, para luego abrirlos y mirar la superficie.

 

De repente, logró distinguir con sumo detalle la imagen que hacía tiempo la perseguía entre los reflejos acuíferos. Era ella, vestida como una marinera. Era ella. Su verdadera esencia.

 

Cerró sus ojos, y una fuerte sensación rodeó su cuerpo. Recordó un castillo olvidado, maremotos saliendo de sus manos y una princesa con una luna en su frente.

 

Súbitamente, sintió un fuego quemar su propia frente. Abrió sus ojos y, al ver el reflejo en la superficie, logró ver el símbolo en su frente.

 

Emergió alterada, confundida.

 

Se secó, a medida que se tranquilizaba. Debía prepararse para  la fiesta.

 

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Para ir a la fiesta de los Mayou, Michiru prefirió elegir un vestido azul intenso, de seda, que se ceñía caprichosamente a su cuerpo. Gustaba de esa noble tela, por hacerle recordar el roce del agua en su piel.

 

Todos los jóvenes cortejaban a la sensual Michiru, quien siempre continuaba con su estrategia. La noche pasó tan frívolamente como todas las fiestas a las que había asistido.

 

Sin embargo, esta vez, su actuación con el violín iba a ser distinta.

 

Comenzó una composición que creó en esas noches de nostalgia marina, dulce y triste.

 

-NEPTUNE –resonó una voz en su cabeza.

 

Los ojos cerrados que acostumbraba tener para su interpretación de las melodías se abrieron súbitamente ante ese llamado.

 

Sin embargo, la canción continuaba.

 

-¡NEPTUNE, DESPIERTA!

 

Una suave voz lunar la llamó, ante lo cual obedeció como fiel guerrera.

 

Su música se transformó en una aguerrida composición, que se interpretaba por sí sola. Michiru cerró sus ojos de nuevo, y comenzó a recordar todo el pasado perdido.

 

Recordó el mar, su mar, su castillo, sus poderes.

 

Las imágenes que hacía tiempo veía en sus trances acuáticos comenzaron a tener significación. Los maremotos que emergían de sus manos era su ataque; su pasión por el mar, era su elemento. Y esa princesa con la luna en su frente, era su princesa: Serenity.

 

-¡NEPTUNE DESPIERTA! -Insistió la suave voz.

 

Y, finalmente, ese reflejo de sí misma vestida de marinera adquirió la gran significación. Era ella misma, era ELLA: Sailor Neptune.

 

La música se detuvo súbitamente y Michiru cayó al suelo.

 

Toda la gente de la fiesta, conmovida por la música, se alarmó ante el desmayo de la joven. Michiru ya no estaba consciente de dónde estaba.

 

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Un bello atardecer se mostraba silencioso ante su alta y disimulada figura. Disfrutaba pasar horas en la terraza de su apartamento, observando el lánguido ocaso. Finalmente su deseo de libertad se había concretado, tras tres años duros de trabajo.

 

Era campeona de circuitos de fórmula 1, con un equipo magnífico, que preparaban su auto de manera colosal. Nunca le habían fallado.

 

Haruka cerró sus ojos y sonrió. Recordó la primera vez que ingresó a un garaje de preparación. Todos ellos quedaron observando a la niña que tenían frente a ellos.

 

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