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Amandonos en el mar por Ghost princess Perona

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Notas del capitulo:

Un poco de tristeza y una sorpresita para todos ustedes...

“Mi señor, han llegado los emisarios de las islas para entregarle los tributos de este mes. ¿Desea que pasen?” Hashirama asintió. No se veía como siempre, es más, tenía la tez pálida como la de un muerto. Su padre había estado enfermo por semanas ahora y todos temían que no se recuperaría. Y él, entre todos ellos, sentía ese pavor a ocupar un puesto para el que no se sentía preparado, por más educación que hubiera tenido.

“¡HASHIRAMA!” Tobirama entró en ese momento, corriendo. Esto le pareció extraño, el correcto y refinado hermano menor del rey jamás se saltaría el protocolo ni correría por los pasillos. ¿Qué lo tenía tan alterado? “¡Tienes que venir pronto! ¡Papá…!”

“¿Qué le pasa?” preguntó, levantándose de su silla.

“Quiere verte inmediatamente. Está muy mal y el médico duda que vaya a pasar de esta noche” bajó la mirada, triste. “Desea hablar contigo por última vez, por favor concédele ese último deseo a un moribundo.”

“Tranquilo, ahora mismo voy” corrió por los pasillos y, por una vez, nadie se lo reprochó. Todos parecían saber que el rey estaba muriendo y su hijo mayor se apresuraba a verlo por una última vez. El moreno entró en el cuarto del enfermo, que estaba recostado en la cama, tosiendo. Él se arrodilló al lado de su cama, extendiendo una mano para sujetar la del otro, que el monarca rechazó inmediatamente.

“No quiero que… no quiero que me… toques” el pobre Butsuma trató de decir. “He visto como han tenido que cambiar de médicos, todo por esta maldita enfermedad… tampoco te vayas a acercar mucho.”

“Me quedaré aquí, donde debo” su primogénito se sentó recto. No estaba muy cerca, pero todavía podía oír a su padre. Habían pasado cinco años desde que habían hablado de manera mínimamente cordial, prácticamente en su boda con la princesa Mito y su posterior privada confesión de que no quería estar con ella por no amarla. El rey montó en cólera, ordenándole que lo hiciera y prometiéndole terribles castigos contra personas inocentes si no aceptaba. Él hizo lo que debió, lo que terminó con la princesa dándole tres hijos.

“Me detestas, ¿no?”

“No sé de qué me habla, padre, usted sólo me instó a cumplir con mi deber”

“Yo tampoco sé muy bien por qué me odias, sólo te pedí que embarazaras a tu esposa” tosió una vez más. “Jamás te dije que permanecieras fiel a ella” sonrió. “Dios sabe que yo nunca lo he hecho.”

“Intento ser diferente a usted” Hashirama bajó la cabeza, bastante serio. No sabía qué más decir, sobre todo porque nunca había dejado de soñar con aquel pirata que se presentaba de vez en cuando, con el que conversaba en los jardines y junto al que en silencio deseaba ser otro hombre para poder amarlo como deseaba.

“No entiendo por qué. Necesitas tu matrimonio para mantener la alianza, pero no eres feliz con él” tosió una vez más. “Hazte un favor, muchacho, toma una amante. Ya haces suficiente, te preocupas demasiado por este país y lo pones por encima de ti mismo. Es mucho más de lo que yo hice” respiró hondo, como ahogándose. “Sé que ya tienes los ojos en alguien, lo puedo ver. Toma a quien desees, date una oportunidad. Si alguien merece un poco de felicidad eres tú.”

“Ya he lastimado demasiado a esa mujer” y era verdad. Mito ya había salido de su infantil sueño de princesa y se había dado cuenta de que él no la amaba en lo absoluto, que sólo la utilizaba. Desde ese momento había tratado de ganárselo, desesperada, pero no lo lograba. Esto partía en mil pedazos su corazón cada vez más.

“Y seguirás lastimándola, no hay manera de evitar eso. Si no te has enamorado de ella hasta ahora es porque no puedes” el rey tosió aun más, temblando un poco. “Por favor, deja de torturarte. En mi muerte quisiera que al menos mis hijos fueran felices.”

“Padre…”

“Sé feliz, hijo mío, sé feliz” Butsuma dijo. Siguió repitiendo esas palabras hasta que murió, como grabándoselas en la mente. Finalmente la vida del hombre se apagó y el doctor confirmó su deceso. Salió por la puerta, cerrándola, pensando seriamente en lo que había pasado. Entró a ese cuarto siendo príncipe y salió siendo rey. Había cumplido con su deber dinástico. Hacía feliz a su pueblo, que lo adoraba… no sabía qué más podía hacer. Las últimas palabras de su padre estaban grabadas en su mente.

“Mi señor, los enviados…” levantó la vista hacia el sirviente, con lágrimas en los ojos. El joven dio unos pasos hacia atrás. “Yo… les diré que esperen si lo necesita. Estoy seguro que le darán unos minutos…”

“Ahora voy, anúnciame, por favor” contestó. Ante todo el deber, eso había aprendido desde pequeño y si había un deber en el que no fallaría, ese era el de atender a su pueblo. Caminó por los pasillos, pensando en lo que su padre le había dicho.

“Su alteza, buenos días” ellos se inclinaron delante del soberano, que asintió para que se levantaran. Con mucha dificultad, les sonrió y les invitó a sentarse. No los corrigió, diciendo que su título ahora era su majestad, simplemente siguió con la conversación y recibió los tributos, haciendo un recuento de las cifras para asegurarse de que estuviera bien. Hizo esto mismo mecánicamente durante el resto de la tarde. Cuando se fueron los hombres, su vallet entró con una copa de vino.

“¿Se encuentra bien, majestad?” inquirió el hombre, sirviéndosela. Hashirama simplemente se quedó mirándola, sintiéndose como congelado en el tiempo. Habían acabado las citas durante el día, sus sirvientes se habían encargado de que pasaran lo más rápido posibles. “Si desea que manda a un doctor a verle…”

“Me voy a retirar por la noche, gracias” se levantó, con el cabello cayéndole por delante de la cara. Puso la cabeza en alto, como correspondía a un rey. De esa forma caminó hasta su alcoba, admirando a los nobles con su fortaleza. Incluso sus propios hermanos estuvieron orgullosos de que pudiera mantenerse entero en una situación como esta. Cuando llegó, su esposa estaba ahí, esperándolo.

“He escuchado lo de tu padre” Mito extendió los brazos, como pidiéndole que se lanzara a ellos y la dejara acunarlo entre sus brazos. Él se recostó contra la puerta, sintiendo que ya no podía más. Quería que se fuera, pero ella no captaba la indirecta. “Querido, puedes llorar en mi hombro, yo…”

“Márchate, por favor” le pidió en voz baja. Ella se sorprendió. Sólo quería consolarlo, demostrarle cuanto lo quería. Su esposo se mostró firme, así que ella no tuvo más remedio que obedecer. Salió del cuarto para encontrarse con sus cuñados. No entendió qué pasaba hasta que Tobirama le hizo señas para que pusiera el oído contra la puerta y escuchó los sollozos que eran acallados por las gruesas paredes del cuarto.

“Es lo que nos enseñaron” Kawarama le explicó cuando se alejó de la puerta. “Un rey no debe romperse ante nadie, ni siquiera ante su reina. Debe guardarse su sufrimiento para sí, nunca hacerlo en público” él suspiró, no sabiendo si sentirse más triste por su padre o por su hermano. “Lo admiro, supo mantener la cabeza en alto y trabajar a pesar de estar sintiendo tanto dolor… eso sí es compromiso con su pueblo.”

“Yo… no sabía” ella bajó la cabeza. Había sido una estupidez venir a su encuentro esa noche, simplemente había puesto las cosas peor. “Deseaba consolarlo un poco”

“Déjalo por ahora, necesita llorar y sólo puede hacerlo sólo” Tobirama finalmente sentenció. “¿Puedes pasar la noche en la alcoba de los niños? Te estarán preparando la alcoba que antes era de nuestra madre, pero dudo que esté lista para hoy.”

“No habrá problema” la ahora reina consorte hizo una pequeña venia. “Mi más sentido pésame para todos ustedes, altezas. Me retiro ahora” los dejó solos para que también pudieran llorar. Ella entró al cuarto de sus hijos, que eran muy pequeños para saber lo que estaba pasando. Le sonrió a su única hija, que estaba en la cuna. Sus dos hijos gateaban a su alrededor, tirándole de las faldas. “Mi pequeñita… cuantas desdichas tendremos que aguantar”

“Mamá” el mayor estiró las manos para que le cogiera. Ella lo hizo tras depositar a su hermana en la cuna, mirando al ahora príncipe de la corona de apenas tres años, se la observaba con ojos inocentes. El peso que tendría que cargar en un futuro la hacía temblar.

“Awwww, mis niños, deseaba que estos momentos no sucedieran hasta mucho después” les confesó y se quedó con ellos durante la noche. Al día siguiente sus doncellas la despertaron, diciéndole que un baño ya estaba preparado y trayéndole un vestido negro, zapatos del mismo color y un juego de joyas muy austeras, apropiadas para una ocasión tan triste como solemne. Una vez vestida fue escoltada al carruaje real, donde se le unió su marido.

“¿Sabes lo que se espera de ti?” le preguntó, con los hijos rojos. Ella asintió, manteniendo la cabeza en alto. Al rey no se le permitía mostrar debilidad en público, pero la reina tenía permiso de derramar algunas decorosas lágrimas en el funeral de su suegro, siempre escondiéndolas detrás de un pañuelo. Y así pasó el funeral, con los príncipes a su costado, escondiendo su cara detrás de una tela blanca. Tras el luto, sus doncellas volvieron a traerle vestidos coloridos. Sólo que…

“Este no es mío”

“Claro que no, sus vestidos eran de princesa. Estos son de reina” una de las mujeres respondió, colocándole el corsé del recargado vestido y ajustando las joyas de la difunta reina alrededor de su cuello y orejas. La corona real descansaría sobre su cabeza por primera vez ese día, tenía que verse como una autentica soberana. Su marido estaba esperándola, con un ropaje majestuoso.

“Te ves hermosa”

“Gracias, mi… majestad” se arrodilló delante de él. se levantó cuando él le ofreció el brazo y ambos emprendieron camino a la Iglesia para la coronación. Ahí el pueblo estaba esperando para ver a sus nuevos líderes. “Te adoran”

“He sido siempre el defensor de mi pueblo” contestó simplemente, muy serio, casi frío a su costado. Tan frío como había estado la cama matrimonial desde el nacimiento de su tercer hijo. Casi ni prestó atención en la ceremonia, despertando a la realidad cuando pusieron la pesada corona en su cabeza y su esposo le tendió la mano para levantarla. Entonces voltearon para ver al público, que les aplaudió. Se sintió tan feliz… a diferencia de Hashirama, él simplemente la miró y entonces se decidió. Ya no quería hacerse daño él ni hacerle daño a ella. A partir de ahora, sólo tendría ojos para su verdadero amor.

“Majestad” ella le habló después de la coronación, cuando volvían en caballos al castillo. “¿Querría que lo visitara esta noche en sus cámaras? Sería bueno engendrar un hijo en las habitaciones del soberano…”

“No estoy muy de ánimo esta noche, mejor quédate en tu cámara” dijo él. Sabía que no podría romper el matrimonio, más esperaba que ella captara la indirecta de que este ahora sólo existía a los ojos del público, que era libre para tomar un amante que la quisiera de verdad y a su marido no le importaría.

“Puedo…”

“No, Mito, por favor, no insistas” ella se recostó, sintiéndose rechazada. En ese momento en su corazón quedó plantada una pequeña semilla de rencor por su esposo, semilla que crecería conforme pasaban los años y la inocencia iba dejando a la joven princesa, convirtiéndola en algo que ella nunca esperó ser.

-Unos meses después-

“Me alegro de recibiros aquí” Madara no se molestó en inclinarse delante del rey. La razón de su visita era entregar la parte que le correspondía al monarca del botín. Acababa de asaltar dos galeones españoles, no tan ricos como el tesoro de Lima, pero mucho más que los que los demás corsarios traían. “Me sorprende que el capitán mismo venga a entregarme el pago y no un miembro de la tripulación.”

“Como siempre digo, confío en mis chicos con mi vida, jamás con un botín” comentó el peligro, abriendo sus baúles. La plata ahí contenida hubiese hecho brillar de codicia los ojos del hombre más honesto, más la mirada del rey se mantuvo en su poseedor. “Cuando ven una fortuna como esta tienden a olvidar a quién tiene que llegar.”

“Entonces celebro su prudencia” chasqueó los dedos, haciendo que los sirvientes cerraran los baúles y se los llevaran al tesoro real. “¿Gusta salir al patio un momento? Las rosas han vuelto a florecer, se ven de lo más bellas.”

“Si usted lo dice” ambos salieron. Era una extraña amistad la suya, un rey y un pirata. La corte cuchicheaba ocasionalmente sobre eso y los sirvientes se alejaban del jardín interior cuando visitaba, queriendo que se mantuviera el secreto. A Madara no le importaba mucho. En su línea de trabajo había aprendido a ignorar lo que decían de él. “Tiene razón, son bonitas”

“Más bien hermosas, diría yo” se abstuvo antes de compararlas con los ojos de su amado, sabiendo que este no recibía muy bien las cosas cursis. Eso también le gustaba mucho de él, que no se dejaba impresionar por palabras amorosas que bien podían ser falsas. A diferencia de su esposa… “¿Qué te pareció el libro que te presté?”

“Me mantuvo entretenido durante el viaje… aunque en esta vida nunca te aburres” se lo pasó, sonriendo de manera traviesa. “La historia de ese caballero, sin embargo…”

“Lo sé, el Mio Cid fue uno de los grandes” recuperó el libro, colocándolo contra su pecho. “Un gran guerrero y estratega, digno de su sobrenombre. Espero algún día tener a mi servicio a algún caballero tan noble y digno como él.”

“¿Por qué no te conviertes mejor en uno? Vamos, eres de sangre noble y tienes una buena cabeza. No necesitas nada más” clavó su mirada en los ojos del otro. Se notaba su fe en el rey. “Puedes convertirte en un gran guerrero y comandante por ti mismo.”

“Lo tendré en cuenta” la verdad es que él era demasiado pacifista como para hacer una vida de campañas y pasar su tiempo libre en guerras. Además sus prioridades estaban lejos de la fama que le conferiría la victoria y la conquista, encaminadas hacia el bienestar de los suyos. Por el bien de su gente, juró mantener la paz dentro de su capacidad y cumpliría ese solemne juramento. “Puedes elegir cualquier otro libro de mi biblioteca… para mantenerte entretenido durante el viaje.”

“Creo que lo haré, esta vez voy a estar ausente por un buen tiempo” por alguna razón, empezó a sentirse un poco triste por la separación. ¿Por qué diablos siempre se sentía tan ansioso por estar cerca de él? ¿Por volver a su lado? Simplemente no lo entendía. “Tengo que hacer un par de cosas. El tesoro real se prepara para partir y…”

“Entonces debería darte algo más para mantenerte entretenido” se acercó un poco, tomándolo de la mano de improviso. De repente su cara se sonrojó un poco y en su mano se sintió un cosquilleo muy extraño. A su oído el otro susurró “Y un regalo de despedida”

“¿Qué…?” Hashirama lo levantó con facilidad y lo llevó de la mano al interior del castillo. Una vez ahí avanzaron por los pasadizos de piedra angostos. No se resistió en lo absoluto, dejando que lo guiara mientras lo miraba con el corazón un poco acelerado y los ojos muy abiertos. Entonces se metieron en un cuarto. El rey se puso a rebuscar en un baúl.

“Lo tenía listo hace meses, pero no pude dártelo porque ocurrieron algunas cosas… ¡Sí!” sacó una bonita bolsa de cuero con algo dentro. Se la entregó alegre, como un niño. La recibió, sus latidos más fuertes que nunca. Abrió la bolsa y se encontró con una bella urna con bordes de plata y cristal transparente en el medio, llena de resinas para conservar una guirnalda de rosas rojas, las mismas que él había admirado del jardín. Sus mejillas se calentaron aún más. “Siempre debes tener algo del hogar, para recordarlo aunque estés lejos.”

“Yo… mi hogar fue destruido hace mucho, no tenías por qué…” las flores eran iguales a las que crecían en la casa de su abuela, pero por alguna razón no las asociaba con el lugar que había matado a su familia, sino con un sentimiento un poco incómodo en su corazón.

“Quiero hacerlo” se acercó más. Podía aspirar su aroma a mar y brisa, sentir el calor que emitía su cuerpo. “Deseo recordarte de que tienes un hogar, no sólo ahí, aquí también.”

“Gra… gracias” Madara no supo qué más hacer. Salió rápidamente, acunando su regalo en los brazos. Mientras salía a toda prisa se cruzó en el camino con Sir Kurama. El caballero se detuvo cuando lo vio irse, los bordes de la urna asomando de la bolsa. La misma urna que él pensaba, era un regalo para la reina consorte. Fue directamente con el rey, un poco preocupado.

“Ese pirata ha osado robar algo” le informó, firme delante de él. Hashirama parecía demasiado feliz para haber perdido un objeto tan valioso. “Una urna de plata con una corona de rosas dentro” él levantó una ceja “¿Desea que lo detenga?”

“¿Cómo se puede robar lo regalado?” él sonrió. “Esas rosas crecen en su tierra natal”

“Ya veo” el noble dio la media vuelta y se marchó, dándose cuenta de que el regalo siempre fue para ese hombre. Apretó los dientes, esperando que ese fuera el último obsequio del monarca a su corsario favorito. Mientras esto pasaba, Madara volvió a su barco, escondiendo el objeto precioso en la bolsa. La mayoría de sus hombres estaban en el puerto, pasando el tiempo entre los comerciantes y las prostitutas del pueblo, así que no tuvo problema para llegar a su camarote sin llamar la atención.

“¿Y ahora qué hago?” levantó el bello regalo. Era tan… perfecto. De repente esa sensación extraña se apoderó de él, evocando memorias muy especiales, acompañadas con nuevas de sus encuentros con el rey. Esto lo hacía sentir especial, ningún corsario tenía esa proximidad con el soberano. Además… cada vez que cerraba los ojos no podía evitar imaginar sus citas clandestinas con él.

“¿Madara? Tenemos que hablar” Ishikawa tocó la puerta, haciendo que el pelinegro saltara y escondiera a toda prisa el objeto donde podía. Abrió la puerta, encontrándose con su segundo al mando ahí, sosteniendo una libreta. “Se rumora que el tesoro va a cambiar de curso porque… ¿Qué te pasa?”

“¿Por qué?”

“Estás todo sonrojado y tienes algo en tu mirada que…” finalmente pareció caer en la cuenta. “¡Ah, ya entiendo! Estás enamorado, ¿no es cierto?” olvidó momentáneamente el mapa para jugar un poco con su capitán. “Dime, dime, ¿Quién es la afortunada?”

“¡No hay ninguna chica!” se puso rojo. “¡Y ya no me molestes!” lo echó, quedándose con la libreta para revisarla. Era el mapa al tesoro, que habían robado hace poco de un buque. Hizo un par de ajustes a su plan y luego la dejó, volviendo a sacar la urna de su escondite. Por un segundo consideró arrojarla al mar, después de todo no necesitaba algo como eso. Pero ya estaba tan apegado a ella… ¡No quería apartarse de ella! “Necesitas un lugar seguro” la volvió a esconder y salió del cuarto, regresando con un cofre mediano vacío, residuo de un barco atacado. No desentonaría en su cuarto, nadie preguntaría… perfecto. “Aquí” lo colocó en el cofre, cerrándolo con llave. Para estar seguro lo empujó debajo de la mesa. “Todo listo”

Notas finales:

Espero que les haya gustado. Oh, ese viejo Butsuma... estoy seguro de que eso no es lo que tenía en mente, pero vamos, ¿a quién no le gusta esta pareja junta? Review!!!


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