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Amandonos en el mar por Ghost princess Perona

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Notas del capitulo:

Espero que les guste...

“Lo siento, querido” Mito dijo cuando enterraron a Itama en la cripta familiar de los Senju. El rey no contestó, dolido por la pérdida de su hermano. Ella se retiró, sabiendo su política de no derramar lágrimas en frente de nadie. Se quedó en sus cámaras el resto del día, mientras sus damas admiraban la corona que su esposo había hecho reforjar para ella. Se veía tan hermosa, tan elegante… y la formalidad con la que se la entregó fue casi arrolladora.

“Es tan bella…”

“Ya me gustaría que me hubieran regalado algo así”

“¿Una tiara como esta para ti? ¡Sólo la bella entre las bellas podría lucirla y hacerle justicia!” se rieron como tontas, mientras ella se preguntaba cuando su marido iba a llamarla. ¿Por qué nunca lo hacía?

“Perdónenme, necesito ir a otra parte” ella se despidió, yendo a la alcoba del rey. Para su sorpresa la encontró abierta, sin rastro de su esposo dentro de ella a pesar de que este había cerrado esa puerta y no la volvió a abrir. Rebuscó alrededor tratando de hallarlo, hasta que vio la entrada al pasadizo secreto. Se metió, vagando por las paredes del castillo hasta que encontró la habitación a la que conducía. Y por una rendija en la pared pudo ver…

“¡Era mi hermanito! ¡Y no pude protegerlo! ¡No pude!” su real marido llorando, con la cabeza en el regazo de otra persona. Una persona a la que podía mostrar su lado débil sin dudar, una persona en la que confiaba, una persona… la última persona en la que pensarían en una situación así. “¡Le fallé, le fallé!”

“Shhhhhh, no fue tu culpa” trataba de tranquilizarlo otra persona, que acariciaba su cabello suavemente. No podía verle la cara, ya que su cabello ensombrecía su rostro, pero sabía que era Madara. Su largo cabello negro lo delataba. “Estoy aquí, no voy a ninguna parte”

“Ojalá fuera cierto” Hashirama murmuró, disfrutando un poco de la atención que le brindaban. Estaba muy acongojado por la muerte de su hermano, a punto de echarse a llorar de nuevo, más sentirlo cerca lo ponía mejor. “En algunos días volverás al mar y te perderé otra vez contra él. deseo mantenerte en tierra conmigo.”

“Eso no es posible…”

“Vamos, ¿Qué tengo que ofrecerte para que te quedes aquí conmigo?” preguntó, levantando la cabeza. “Te he ofrecido tierras, títulos, incluso tu propio faro frente al mar como cuando eras joven… ¿Qué tengo que darte para que aceptes?” besó sus manos. “Deseo tenerte aquí conmigo, poder amarte todos los días”

“¿Con esa mujercita tuya al lado a cada momento?” las manos de Madara volvieron a enredarse en su cabello, mirándolo a los ojos. “Hay cosas que simplemente no pueden pasar, como quedarme en tierra. Pero siempre que me necesites, me tendrás”

“Amor es dejar ir, ¿no es así?”

“En efecto, amor es dejar ir… y también saber cuando regresar” le respondió. “No necesito todos esos títulos nobles que dices poder darme, ni tierras, ni mi propio faro como aquel en el que vi a mi familia consumirse. Lo único que necesito es a ti, que me quieras, que seas mi ancla a tierra.”

“Quédate conmigo…”

“Tres son multitud”

“Puedo deshacerme de ella” el corazón de Mito se paró en ese mismo momento. No podía creer lo que estaba escuchando de la boca de su marido, el hombre que juró amarla y respetarla por el resto de su vida. “¿Qué necesidad podría tener de una niña que se ilusiona con palabras baratas sacadas de un poema de amor? Ella ya ha cumplido su papel, puedo hacerla a un lado sin problemas.”

“Preferiría que no lo hicieras, muchas personas se preguntarían por qué lo hiciste” señaló el marinero. “¿Cómo podría un hombre apartar a la bella entre las bellas?” lo dijo en son de burlas. “Mala suerte que terminara con el único hombre que nunca le podría brindar amor sincero.  Porque tú ere sólo mío, ¿verdad?”

“Y tú sólo mío” Hashirama lo tumbó en la cama, abrazándose a él. no estaba con ganas de hacer el amor, estar así abrazados lo tranquilizaba mucho, eso es todo. Lo besó profundamente, sin notar la presencia de su esposa. Tras unos momentos juntos, se apartó un poco para levantarse. “Tengo algo para ti”

“¿Otra joya? No las necesito, no soy tu mujer para que me estés regalando a cada momento cositas brillantes” refunfuñó el pirata, que siempre disfrutaba de la atención que le prodigaba el soberano. Se sentía muy bien… y el poder que venía con ser el amante de un hombre tan poderoso era algo embriagador. Claro que a él no le hacía falta utilizarlo, tenía sus propios medios para lograr sus fines.

“Esta te gustará, es un botín de guerra” le señaló, rompiéndole el corazón aún más a su desconsolada esposa. “La que le di a Mito es una baratija en contraste con lo que tengo para ti. El auténtico botín de guerra.”

“Muero por verlo” el otro se quedó en la cama, observándolo sacar una caja de madera forrada de terciopelo. Se sentó cerca de él, abriendo la caja para mostrarle los tres anillos que el joyero acababa de entregarle.

“Eran parte del pomo de la espada del rey de ese país que conquistamos. Cuentan por ahí que estos diamantes, las tres estrellas, protegían al reino. Ahora cuidarán de ti en tus viajes por el mar.”

“¿De verdad?” tomó la cajita, observando con ligero interés las joyas. Le gustaban por ser gestos de amor, pero no estaba seguro de necesitar diamantes. “¿Tienen algún nombre independiente? Quiero decir si cada una…”

“Pues sí, se los he puesto yo” levantó un anillo con un diamante azul. “Esta es la estrella del mar, que lo mantendrá tranquilo para ti” tomó ahora uno negro. “La estrella de la noche, que te enviará mis pensamientos en tus sueños para recordarte lo mucho que te amo” finalmente alzó el diamante amarillo. “Esta es la primera estrella de la mañana, que cada amanecer te concederá un deseo.”

“Cursis… justo como tú” le dio un beso apasionado. Los dos ignoraban completamente que la llorosa mujer tumbada en el piso del pasadizo, con sueños e ilusiones destruidos. Tras unos minutos ella pudo recogerse del suelo y caminar hacia la salida. Ella se quedó sobre la cama, haciendo un esfuerzo por no llorar. Esto lo explicaba todo. Claro… su matrimonio no era nada más que una farsa. Y por eso sus castillos en el aire, sus sueños de un príncipe azul que la amara se habían venido abajo tan rápido después de haberle dado a su marido un heredero y un segundo hijo. Ya no la necesitaba.

“Lo amas a él… lo amas… es antinatural…” apretó las sábanas de seda, súbitamente embargada por una rabia increíblemente grande, un odio más profundo que cualquier cosa que hubiera sentido. “¿Cómo puedes preferirlo a mí? ¿A él? ¿Qué no has visto mi belleza capaz de hacer suspirar a cualquier hombre? ¿De robarle el aliento a un país? ¡Deberías sentirte afortunado de haberte casado conmigo!” gritó, golpeando un colchón. Se quedó ahí por horas, descargando su rabia contra las pertenencias de su marido. Entró en la oficina sin anunciarse, azotando la puerta detrás de ella. “Buenas tardes”

“¿Es que te has vuelto loca, mujer?” preguntó él muy enfadado, levantándose del escritorio y mirándola de manera desaprobatoria. Ella le devolvió una fría, llena de un sentimiento nuevo. De alguna manera se veía más regia que antes.

“Supongo que sí” comentó ella, muy calmada. Demasiado para la situación en la que estaban. “Justo lo que pensarías de una niña tonta a la que se engaña demasiado fácilmente con palabras sacadas de un libro de historias, ¿verdad?” él reconoció esas palabras y supo que los había descubierto. “¿Desde cuando eres así?”

“¿Te refieres a un sodomita anormal?” inquirió él, también tranquilo. Sabía que eso era justo lo que la pelirroja pensaba de él ahora. “Desde siempre. Nunca me han gustado las mujeres, mis amantes… sólo hombres. Por eso no se conoce a ninguna otra mujer en mi vida.”

“Y yo que me hacía ilusiones de haberme casado con el más virtuoso de los hombres” ella se cruzó de brazos. “En realidad me até a un ser repugnante que preferiría llevarse a la cama a un ser de su mismo sexo que a su propia esposa” levantó la cabeza muy alta. Se sentía moralmente superior a él. “Y… ¿entre todos los hombres tenías que elegirlo a él? ¿Una alimaña sin ley ni virtud?”

“Es curioso que menciones eso” él se acercó, sin sentirse en lo más mínimo intimidado por la actitud de la reina. “He tenido a nobles, sirvientes y una princesa en mi cama, pero el único que llegó puro a ella fue el pirata” el rostro de la chica se quedó lívido. “¿Algo que comentar, querida?”

“¿Te atreves a usar eso en mi contra?” levantó los puños airada. “Quizás esa rata de mar no haya tenido un hombre en su cama antes de que te colaras entre sus piernas, pero yo soy realeza. No voy a admitir ser inferior a un plebeyo criminal.”

“La única razón por la que estás aquí, esposa, es porque no quería repetir la misma pantomima con otra princesita tonta a la que tendría que llenar la cabeza con ilusiones. Me resultaría tremendamente aburrido.”

“¡Pues al menos mi primer hombre sí me amaba!” ella alzó la voz un poco, fulminándolo con la mirada. No estaba dispuesta a ser ridiculizada ni a permitir que un amante tomara el puesto que legítimamente le pertenecía a ella, eso jamás. Ni siquiera en la cama del degenerado de su esposo. “Deshazte de él”

“No”

“¿Disculpa?”

“He dicho que no” avanzó, utilizando la diferencia de alturas para ser más amenazador frente a la pelirroja. “Tú no decides a quién veo y a quién no. Yo soy el rey aquí” se volteó. “Madara se queda todo el tiempo que quiera, tema cerrado.”

“No puedes hacer eso”

“Creo que ya lo hice” volvió a sentarse en su escritorio, cogiendo su pluma con suma frialdad. La ignorada reina, rechinó los dientes, rabiosa, a punto de saltarle encima para atizarle un puño. Fue necesaria toda la educación real que poseía para frenarse. “¿Alguna otra cosa, querida?”

“En lo absoluto” se fue de ahí en un revuelo de sedas y sonidos de tacón. Mientras se alejaba de ahí, apretó los puños, desterrando de su mente toda infantil noción del mundo que podría tener. Era hora de crecer… y eso significaba vivir la vida por su propia cuenta.

-Más tarde-

“¿Se enteró? Una pena, la verdad” el sarcasmo era obvio en la voz de Madara mientras los dos se vestían. Después del cara a cara con su esposa, Hashirama estuvo más que dispuesto a reafirmar sus afirmaciones. No es que se quejara, lo dejó como la seda, es sólo que… fue un poco dominante. Y también agresivo. “¿Qué hizo? ¿Demandar que le entregara las joyas que me regalaste?”

“No, quiere que te exilie… pero le dejé muy claro que no” acarició sus piernas. “No sé de qué se queja, en serio. Para el promedio de las familias reales, hemos tenido un matrimonio muy exitoso y si deseara un amante, por mí puede conseguirse hasta cinco. Siempre que no haya bastardos, soy de lo más permisivo.”

“O quizás desinteresado sería el mejor de los términos” se volteó juguetón. “La verdad es que desde que nos conocimos ha estado muy mal, lo he notado. Incluso yo lo he notado” se guardó los anillos en la ropa. “Sería mucho más fácil si pudiéramos estar juntos en público…”

“Si pudiéramos, ¿te casarías conmigo?”

“Ya llevo un anillo tuyo todo el tiempo, no voy a aceptar otro” dijo enseñando el de esmeraldas que todavía decoraba su dedo anular. Se arregló un poco el cabello antes de salir de la habitación secreta por otro pasadizo, que daba directamente a los jardines. Estaba a punto de irse cuando una visión indeseable se cruzó en su camino. “Qué tenemos aquí. Alguien no ha podido esperar mucho para el cara a cara” le sonrió. “¿Qué pasa, linda? ¿No puedes con la competencia?”

“¿Competencia? ¿Crees que una zorra como tú podría quitarme lo que es mío?” ella le devolvió el gesto, aunque más bien parecía una serpiente.

“Es gracioso, por lo que me han contado yo diría que la zorra era otra persona” se acercó, muy tranquilo. No había nada que esa tonta pudiera hacer para amedrentarlo. “Deberías empacar y volver a casa, querida, hay suficientes personas enteradas de tu secreto para apartarte con deshonra.”

“¿Qué sabes tú de eso?”

“¿Qué sabes tú de lo que pasa entre nosotros dos? ¿Acaso has compartido con alguien ese tipo de sentimiento? No castillos en los aires, no idealidades que sólo existen en la mente, una relación real… ¿lo has tenido alguna vez?” ella se quedó paralizada. Ni siquiera con Tokusa había tenido algo así. De hecho, con él había sido incluso más tonta, lo suficiente como para creer que podía encamarse con él antes de la boda. “Deberías intentarlo, entonces no te volverían a engañar.”

“Vete” la pelirroja dijo con la cara contorsionada. “Lárgate de nuestras vidas” avanzó. “Te ha ofrecido riquezas, tierras y títulos, todo lo que tu avariciosa mente de zorra pudiera querer. Si necesitas otro querido puedes comprártelo…”

“No” el pirata se acercó a ella, con pose segura. Había un fuego en sus ojos que su la reina jamás vio en ninguna otra persona. “Como te dije, jamás podrás entender lo que es. Ya he intentado correr, pero no hay manera de huir de ese sentimiento” le afirmó. “Yo no me voy a ninguna parte.”

“Les voy a decir a todos lo que hay entre ustedes dos”

“Hazlo” le concedió. “Diles a todos que la bella entre las bellas no puede conservar a su marido, que no puede mantenerlo satisfecho” parecía muy confiado. “Serás el hazmerreír de todas las damas de la corte y lo sabes. Mucho más que él, porque creerán que lo estás haciendo para vengarte” sonrió divertido “Por cierto, está dispuesto a dejar que tengas hasta cinco amantes con tal de que te desaparezcas de su vista. Seguro que algo así te satisface” se volteó. “Me retiro, majestad.”

“Bastardo…” gruñó ella, yéndose. Cuando entró al palacio y tomó unas cuantas copas de vino, finalmente pudo pensar con claridad. No quería estar ni un segundo más aquí. Tenía a sus hijos y eran lo mejor en sus vidas… pero si volvía a ver a su marido en un tiempo próximo lo asesinaría. O quizás podía soportar una vista más. Se levantó de la silla en la que cayó al regresar, entrando en la oficina.

“¿Qué pasa ahora?” preguntó él sin alzar los ojos de los papeles.

“Quiero largarme de aquí mientras lo digiero” señaló la reina, estrellando la copa en su escritorio. “Lejos de la cama en la que tú y tu zorra os pasáis el día restregándose el uno contra el otro.”

“Tú sabes cuando está aquí o no y no lo estará durante una temporada” ella rodó los ojos, deseando que no le recordara que sabría exactamente cuando el amante de su marido estaría en esa habitación de piedra, abriéndole las piernas. “De todas maneras, considero mejor que te marches durante una temporada” sacó un papel. “Tu padre solicitó tu vuelta a casa en compañía de los niños hace poco. Tu hermano se casa y desea que estés presente.”

“¿Lo permitirás?”

“Sólo con nuestro primogénito, los otros son muy pequeños para viajar” le entregó el papel. “Prepara tus baúles inmediatamente, partirás tan pronto como lo anuncie a la corte.”

“Por supuesto, majestad” ella inclinó la cabeza con una burla de venia y salió del cuarto, rechinando los dientes. Bueno, al menos conseguiría pasar unos meses con personas que realmente la quería en lugar de atrapada en este lugar, recordando cada día lo tonta que había sido. Diablos, quizás vería a Tokusa de nuevo. Y cuanto lo extrañaba, sobre todo después de que Hashirama revelara su verdadera naturaleza.

“Mi reina, ¿ocurre algo?” una de sus damas le preguntó cuando entró en el cuarto.

“Preparen mis baúles” pidió la pelirroja, haciéndoles una imperiosa señal. “Mi real hermano va a casarse y mi esposo me ha dado permiso para viajar con el príncipe heredero a mi patria para atender a su boda. Algunas de las damas también nos acompañarán, pero aún no he decidido cuales.”

“Oh, majestad, visitar su tierra sería un sueño hecho realidad” una de ella dijo, poniéndose a trabajar inmediatamente. Las demás siguieron su ejemplo, mostrándole esplendidos vestidos que ella no tenía interés en mirar. La rabia seguía carcomiéndola y solo pasaría cuando llegara a los brazos de su madre, a los de su padre y su familia.

“Madre, ¿a dónde iremos?” le preguntó su hijito.

“A donde tus abuelos” le respondió ella, finalmente pudiendo sonreír. “Tu tío va a casarse y nos invitaron” le informó medio en broma. “Por eso tienes que portarte muy bien, como un rey… porque eres un rey, ¿no?”

“¡Sí, mami!” vaya que era bueno su niño. Algún día sería un magnífico rey, ella se encargaría de que lo fuera.  Y un mejor marido para la mujer que tuviera la suerte de desposarlo.

-Un mes más tarde-

 “No sé lo que debo hacer, madre” ambas reinas estaban sentadas en el salón, tomando una taza de té cuando la hija decidió hablar de los problemas en su matrimonio, si es que este aún existía en algo más que papel. Su progenitora la observaba, los dedos blancos por lo apretada que tenía la taza. Que un hombre tuviera amores con otro hombre… y que eso le estuviese pasando a su hija…

“Me temo que es imposible hacer algo” finalmente la otra respondió, completamente derrotada. “La vida en realeza es difícil, incluso tú sabes que tu unión significa una alianza que no podemos perder para sobrevivir. Tienes que entender que…”

“Entonces es simple, debo aguantarlo” ella se levantó de improviso. “Gracias, madre, por recordarme que soy menos importante que una alianza que firmasteis tú y mi padre para su beneficio.”

“Mito…”

“De todas maneras, no esperaba ayuda de nadie” ella salió del cuarto como un bólido, prácticamente arrollando a cualquiera que se pusiera en su camino. De repente se dio de cara contra lo que parecía una pared vestida de seda. Casi se cae de espaldas, pero unas manos fuertes la cogieron de los brazos. Sus ojos se alzaron de improviso, fijándose en la persona que la sostenía.

“Upssss, creo que deberíamos encontrarnos de otra manera” Tokusa le habló, sonriéndole como siempre antes de separarse. Ella no lo pudo aguantar más y rompió a llorar en sus brazos sin poder contenerse. “Mito… ¿Qué pasa?”

“Tokusa… oh, Tokusa… debiste casarte conmigo en ese entonces… hubiera sido mucho más feliz”

Notas finales:

¿Qué les pareció? Bueno, tres estrellas se añaden a la lista de Madara. ¿Qué va a ser a continuación? Review!!!


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