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Amandonos en el mar por Ghost princess Perona

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Notas del capitulo:

Espero que les guste...

“Esperen aquí” pidió el caballero, haciendo que los piratas se detuvieran. La mayoría de ellos estaban observando los acabados de la mansión o las finas cortinas bordadas en oro que adornaban todos los cuartos. Madara, por su parte, sólo pudo fijarse en el jardín que rodeaba la propiedad. Era justo el de su sueño, con la fuente incluida. A los lados crecían unas rosas hermosas de color rojo intenso… se parecían bastante a las que su abuela dejaba crecer en el jardín que Izuna amaba tanto. Tocó una levemente.

“Normalmente alguien de tu línea de empleo tendría un foco de atención muy diferente” alguien dijo por atrás. “Son muy hermosas, pero nadie parece prestarles atención rodeadas de tanto esplendor.”

“Me recuerdan a un lugar que ahora sólo está en mis memorias” respondió el pirata, dejando las rosas. “Las trajo de un lugar en específico, ¿verdad?”

“Sabes mucho sobre ellas”

“Yo vivía en el lugar de donde vinieron” el otro parecía interesado. El pelinegro recordó que no era hora de ser nostálgico, por lo que sonrió de manera ladina, observando a su acompañante. Obviamente era de noble cuna, las ropas lo delataban. Y culto, por el libro que llevaba bajo el brazo. “Me parece que aún no se ha presentado. Uno pensaría que los caballeros tienen mejores modales.”

“Usted tampoco” le siguió el juego el moreno. Le resultaba interesante, sobre todo por la persona con la que estaba haciéndolo. “Debería hacerlo primero”

“Mi reputación me precede, no necesito presentaciones”

“Seguro que sí” él siguió, sentándose en el borde de la fuente y haciéndole un gesto, como si le estuviera ofreciendo un lugar donde sentarse. “Madara Uchiha, el único pirata que ha logrado asaltar el tesoro de Lima, el más codiciado botín de la corona española. Y ahora un posible corsario del rey.”

“No me han hablado de ningún rey, sólo de un príncipe” se sentó sin ninguna ceremonia, cruzando los brazos. “Me parece que será a él a quien tenga que responder… si decido aceptar el trabajo.”

“Suena como si quisieras rehusarte.”

“Mis subordinados son los que quieren este puesto, no yo” sacó una cantimplora y le dio un trago hondo. El ron hizo que le ardiera un poco la garganta, pero ya estaba acostumbrado. Cualquier pirata que se precie lo estaba. “si por mí fuera, mi barco estaría vagando por el mar para siempre, sin tocar puerto más que para reabastecerme.”

“Suena como si no te gustara la tierra” continuó él con suavidad, dejando su material de lectura sobre una de las piedras que componían la fuente. “Los antiguos decían que la tierra era como nuestra madre y que vivíamos gracias a que nos nutría.”

“Pues yo vengo del océano… o al menos he renunciado a la tierra y a su maternidad” contestó él, observando su recipiente de agua. Se lo tendió casi sin pensar. “¿Gusta probar, mi señor? Lo encontrará más fuerte que esos dulces vinos de verano a los que están acostumbrados los de su estatus, pero le aseguro que no hay bebida mejor en todas las tierras.”

“Me encantaría” dio un sorbo y en seguida comenzó a toser. En verdad era una bebida muy amarga. “¿Qué es?”

“Ron, la bebida de todos los piratas” se rio el pelinegro, recuperando su cantimplora. “Y al parecer de los señoritos no, a juzgar por su reacción.”

“No, claro que no” tosió una vez más. “Dudo que alguien pueda beberlo si antes ha probado los dulces vinos de Borgoña. O aquellos que manan en las fuentes de París” sonrió. “No me agrada mucho salir de mi país, pero la visita que le hice fue memorable.”

“Supongo, nunca he estado ahí” confesó Madara. Había estado cerca muchas veces, lo suficiente como para asaltar algunos de los barcos que se acercaban a los ríos que la rodeaban, pero no penetró en la ciudad propiamente dicha. Estaba a punto de hablar de nuevo de sus conquistas en el mar cuando reparó en el libro que su compañero sostenía. “¿Qué lees? ¿Acaso la saga de algún héroe de leyenda?”

“Más bien un manual del cortesano para saber cómo tratar con los enviados que me llegarán esta tarde, después de que ustedes se hayan ido” suspiró, pensando en su compromiso. “¿Deseas escuchar algunos pasajes en voz alta?”

“No es algo que quiera aprender” bajó la vista antes de añadir rápidamente. “Sé leer, por cierto. Puedo ser un pirata, más ignorante, no”

“¿Sabes leer? Es realmente una sorpresa. Y yo que pensaba que…”

“¡Alteza! ¡Lo llevo buscando horas!” el caballero de antes regresó en el peor momento, interrumpiendo la conversación entre ellos. Estaba sumamente consternado, sobre todo cuando notó con quién estaba el moreno. “Mi príncipe, ¿esta escoria os estaba molestando? Lo mandaré inmediatamente a la torre por…”

“No es nada, Sir Kurama, nada en absoluto. Es más, disfrutaba de la charla que usted acaba de interrumpir” este observó extrañado al otro. “Hace tiempo que no conozco a otra persona que sepa leer aparte de mis hermanos y los monjes.”

“¿Esta rata sabe leer?” se mostró más que sorprendido por esto. Por su parte, el castaño sólo suspiró, levantándose de su sitio en la fuente. No quería dejar a su nuevo amigo… de hecho no quería siquiera dejarlo ir, más tenía que hacerlo. Si se quedaba más tiempo del debido con el pirata entonces podía generar más malentendidos.

“Ya no es necesario que te presentes dentro de la sala, te daré tu patente de corso” le informó con tono regio. “Me has impresionado” el pelinegro asintió con la cabeza. El príncipe también lo había impresionado. Más que cualquier noble que hubiera conocido. Lo observó retirarse… de repente se detuvo a mitad de camino de la salida. “Por cierto, me encantaría hablar de nuevo. Desearía aprender de tu país y de las rosas rojas que lo decoran.”

“Por supuesto” el Uchiha asintió, sintiéndose un poco incómodo. Sólo unos pocos minutos hablando y el príncipe ya se había convertido en algo cercano a un amigo. ¿Cómo demonios lo había logrado? Ni su tripulación era tan cercana con él como para hacer que hable de su pasado en tierra. El otro joven, por su parte, se retiró a la sala del trono, donde recibiría a los piratas en lugar de su padre.

“¿Ese es el pirata? ¿El que asaltó los barcos más poderosos de la marina española?” preguntó seriamente Hashirama al hombre que lo acompañaba, que se quedó en silencio. “Sir Kurama…”

“Sí, mi señor, el mismo”

“Ya veo” el Senju se llevó una mano a la barbilla. El joven pelinegro captó su atención desde el primer momento en que lo vio, aunque no sabía por qué. Sentía algún tipo de atracción muy extraña por él. Suspiró de nuevo. Normalmente uno así no sería su tipo, los prefería un poco más delicados, pero él… lo apartó de su mente. No debería estar pensando en un pirata sin importancia, sólo en deberes de estado.

“¿Mi señor? ¿Me ha escuchado, alteza?” una voz femenina que recién oía lo sacó de su ensimismamiento. Mito lo había alcanzado y ahora estaba mirándolo con extrañeza. “¿Hay algo que le preocupe, milord?”

“Nada que a mi hermosa prometida debiera preocupar, milady” respondió él con toda cortesía, cogiendo una flor cualquiera de una maceta. Era morada, bonita, más no muy atrayente. Justo como él describía a la princesa con la que estaba destinado a casarse en no más de un mes. “Sólo estoy feliz de desposar a una flor tan bella como usted. Jamás en mi vida pensé que tendría el honor de desposar a la Bella entre las Bellas.”

“Me halaga, mi señor” ella observaba a su futuro esposo con adoración. Se sentía un poco mal por engañarla, sabiendo que le arrebataría su vida y posiblemente sus sueños, pero no tenía más opción. La línea de sucesión debía continuar.

“Soy sincero, milady” la muchacha le sonrió, procediendo a conversar alegremente de los preparativos para la boda. Él escuchó a medias, observando a la chica y la flor que tenía en sus blancas manos. Su cabello era rojo, sí, pero si tuviera que comparar algún rojo con el de las rosas que acababa de ver en su jardín, sería el rojo de los ojos de su nuevo corsario, que volvía a colarse brevemente en sus pensamientos.

“He pensado en usar unas peinetas de zafiro y un colgante rubíes para la ceremonia” comentó Mito, dejando fuera de la conversación que pretendía poner un tinte rojo dentro del colgante para falsear una prueba de castidad.

“Me parece bien, si es lo que mi señora desea usar para su día especial” Sir Kurama, desde su lado, los observaba con preocupación. Las palabras románticas del príncipe, al que conocía de toda la vida, le resultaban frías y falsas. Esto era preocupante en una persona tan romántica como en el heredero al trono, más se abstuvo de comentar. “Mi padre insiste sin embargo en que use los pendientes de plata de mi abuela.”

“Será un honor usar algo de la familia a la que voy a pertenecer dentro de poco” aseguró ella antes de inclinarse y marcharse. Hashirama se inclinó sobre una columna, cansado de pretender que era alguien que no era. Se detuvo sólo un momento antes de volver a sus deberes, tan responsable como siempre. Al terminar, con el castillo ya en la oscuridad, salió al patio. Las rosas brillaban como rubíes a la luz de la luna.

“Ustedes sí que son bellas” tocó uno de los pétalos. “Tan frescas y despreocupadas como el viento. Y su rojo… su rojo parece haberle robado su color a la sangre. O peor, a sus ojos” tomó una, observándola con cuidado. “Si hubiera sido este otro tiempo, habrían decorado la frente de una diosa de la belleza, siendo admiradas por todos, o de una reina, como las más hermosas joyas de su corona…”

“¿Alteza?” Sir Kurama se acercó a él, no sabiendo lo que debía hacer. “Mi señor, tiene que descansar por hoy. Después de su boda habrá un torneo en honor de su unión en el que deberíais participar…”

“Dime, caballero, ¿no te parece que estas rosas serían la mejor corona que una reina pudiera usar?”

“¿Acaso desea hacerle un regalo a la princesa?”

“No… sólo se han vuelto ligeramente más interesantes” volvió a coger una, enlazando los tallos de las flores. Había visto a las muchachas hacer esto antes, tejer las plantas para formar una corona. Al verlas vislumbró por un momento un lugar hermoso, lleno de verdor, con gente con ojos rojos como la sangre que se veían misteriosamente como su corsario. Siguió tejiendo flores mientras vislumbraba su fantasía. En poco tiempo tuvo una corona entera. “Sería una lástima desperdiciarla.”

“¿Quiere que se la entregue a la princesa, mi señor?” dijo con algo de esperanza el hombre. Desde que había llegado, la chica no recibía regalo alguno del que pronto sería su esposo, sólo palabras frías que para una niña inocente contenían el más puro amor.

“Manda al alquimista real que prepare resinas para conservarlas así” respondió él. “Y que la botella sea hermosa para que se las pueda vislumbrar bien.”

“¿Y las llevo a…?”

“Una parte de nuestros países debe estar siempre con nosotros, Sir Kurama, nunca lo olvide.”

-Después de un tiempo-

“Les presento al príncipe y a la princesa herederos” el sacerdote proclamó después de que Hashirama y Mito intercambiaran sus votos. La pelirroja sonreía con la intensidad de mil soles, finalmente habiendo conseguido su fantasía de casarse con su príncipe azul. El moreno, por su parte, sólo pensaba en el pirata que hace una semana había pasado a dejar su parte del botín a los pies del trono. Sus ojos seguían siendo de ese color hermosamente rojo que sólo las rosas de su jardín tenían, cautivándolo brevemente.

“Lo logramos, mi amor, nos casamos” su ahora esposa le señaló, bajándolo de su nube. Estaba casado. Casado… con una mujer a la que nunca podría desear como ella quería y la que posiblemente jamás podría amar. No era justo… sin embargo siguió hablándole con cortesía como siempre.

“Sí, mi hermosa princesa, lo hicimos” Mito volvió su cara al público para mostrar lo feliz que estaba de pasar su vida al lado de él. Hace unas noches había escuchado de la hermana de Sir Kurama que debería esperar un regalo especial del príncipe, más este nunca llegó. Pensó en preguntarle por qué no se lo había dado… cuando llegó a su mente la idea de que seguramente le daría el objeto tan especial tras la noche de bodas. Se sentía tan amada…

“¡Larga vida y felicidad a los novios!”

“¡Larga vida y felicidad!”

“¡Vivan el príncipe y la princesa!” todos los nobles los felicitaron entonces y de nuevo en el salón del trono, donde ellos recibieron la enhorabuena sentados en tronos. El rey conversaba animadamente con sus invitados en el salón, ignorando completamente la tristeza de su hijo por la pérdida de su libertad.

“¿Desea baila, esposo?” preguntó la Uzumaki, un poco tímida. No iba a negarle nada, no cuando pronto iba a prácticamente abandonarla completamente.

“Por supuesto” bailaron una pieza, haciendo que los señores reunidos dejaran salir exclamaciones de apreciación ante la bella danza que interpretaban. Muchos comentaban que estaban hechos en uno para el otro, que se podía ver por lo sincronizados que estaban… oh, qué equivocación más grande.

“Es hora de dar el siguiente paso” Butsuma le susurró a su hijo cuando la luz dejó de atravesar las ventanas. Este captó la indirecta y le extendió la mano a su esposa para ayudarla a levantarse. Ambos salieron de la sala acompañados de nobles, cuya función era quedarse en la parte exterior de la cámara para asegurarse de que el matrimonio había sido consumado. Mito sintió un poco de miedo al entrar en la cámara con su marido. No era virgen, pero tampoco podía decir que era una experta en complacer a un hombre.

“Tengo miedo, mi señor”

“No temas, no te haré daño” le prometió. Procedió a hacer lo suyo, sorprendiendo a su mujer por la falta de pasión en sus movimientos. No la besó ni exploró, se limitó a hacer lo suyo y rodó lejos de ella para dormir. Suspiró, no había sido nada como su primera noche con Tokusa, que sí la hizo disfrutar y sentir como una mujer. Entonces recordó que debía vaciar el líquido rojo en las sábanas y se apresuró a tomarlo. Volteó, sólo para encontrar al príncipe observándola. Se paralizó con el frasco en las manos. “Hazlo”

“¿Qué…?”

“Hazlo, no se lo diré a nadie” ella sonrió con lágrimas en los ojos, vaciando el frasco escondido en sus sábanas. Estaba a salvo. Y todo gracias a su príncipe. Hashirama tenía una expresión triste que ocultó detrás de su almohada. La muchacha sin duda lo tomaría como una muestra de profundo amor. Después de todo, ¿Quién más que alguien enamorado aceptaría una novia no casta? Pues, un hombre al que le gustaban otros hombres, que no deseaba comenzar aquel horrible galanteo con otra mujer.

“Gracias, mi señor” ella lo abrazó, feliz de que la comprendiera. Él cerró los ojos, tratando de no pensar en la muchacha a la que condenaba con esa acción a una de las peores penas que se podía imaginar.

“Buenas noches, esposa”

“Buenas noches, esposo” cómo deseaba que fuera otro el que ocupaba su lugar en la cama.

-Unos días más tarde-

“He hecho el trabajo que me pidió” el joyero dijo, mostrándole la botella engastada en plata que había encargado ni él mismo sabía por qué razón. El envase de cristal estaba lleno a rebozar d resinas conservadoras, atrapando su belleza para siempre. Y la misma botella ahora se veía mucho más hermosa. “La he engastado en plata con diseños del cielo nocturno y el mar en cada extremo, pero al mismo tiempo he permitido que las rosas de dentro sean visible todavía. No encontrará trabajo mejor en ninguna parte del reino.”

“Gracias, artesano” pagó, recogiendo la botella. Su esposa pareció estar sorprendida al día siguiente de la boda, incluso algo decepcionada., como si estuviera esperando algo que nunca pasó. Y no podía culparla, sobre todo cuando tomaba en cuenta la gran boca de Sir Kurama.

“Su esposa sin duda va a disfrutar semejante pieza…” estuvo a punto de decir que no era para ella, pero se abstuvo. Ante todo era el príncipe y no debía traer vergüenza al nombre de la familia. El hombre captó su vacilación en responder y bajó el tono de la voz. “Ya veo. Bueno, espero que la señorita que tiene en mente disfrute con su regalo.”

“Seguro que lo hará” salió antes de que algo más pudiera ir mal. Caminó por las calles hasta encontrar su carruaje, observando las rosas conservadas dentro. Por el color de las resinas su color no era tan obvia. Demonios, si no tuvieran ese color tan oscuro hubieran podido pasar por rosas blancas…

“No sabía que mandó a hacer esto” comentó el caballero que lo cuidaba. “La princesa sin duda se pondrá feliz de recibir semejante obsequio.”

“No es para ella”

“Mi señor…”

“No es para ella” apretó los dientes, fulminándolo con la mirada. “Quiero dejarte algo en claro, mi querido amigo. Mi matrimonio es político en el más estricto de los sentidos, una manera de conseguir lo que mi padre desea para forjar una alianza. No amo a Mito y sería mejor si ella no se enamorara de mí.”

“Mi señor, la princesa es la mujer más hermosa de todos los reinos, cualquier hombre hubiera caído de rodillas ante su belleza, adorándola como una diosa…”

“Yo no soy cualquier hombre” miró por la ventana. Claro que no era cualquiera, ni siquiera como los nobles ordinarios. A él le gustaban los hombres, había sido así desde que empezó a descubrir la atracción que lo hacía mantener sus ojos en los cuerpos masculinos mientras que todos los demás hablaban de senos y curvas. No, para él los cuerpos masculinos eran lo más hermoso del mundo.

“Mira… no te des por vencido” trató de animarlo el caballero. “Sé que no estás contento con tu matrimonio, pero seguro que con el tiempo empezarás a conocer mejor a tu esposa y entonces te enamorarás de ella.”

“Esperemos entonces que sea así” apretó su agarre sobre el frasco. Sabía para quién era, para quien había mandado a hacer los acabados… ¿le gustaría su regalo? Deseaba que sí… muchos más, quería verlo de nuevo. Verlo de nuevo y conversar acerca de las rojas, lugares verdes con hombres de ojos rojos, baladas y más. Oh, cómo deseaba hacerlo.

 

Notas finales:

¿Les gustó? Pena que Hashirama tuviera que casarse con Mito, pero así va la historia. ¿Qué pasará ahora? Review!!!


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