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PATITA DE LA SUERTE por LUNA OMEGA

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Yo no podía esperar muchas cosas buenas en mi vida, eso me había dicho mi madre desde muy pequeño. Y no es para más, pues de una camada de catorce hermanos y hermanas sólo yo fui el único defectuoso. 
 
Una de mis piernas era más pequeña que la otra y nunca me permitió correr tan rápido como mis hermanos, saltar correctamente tampoco y defenderme ni siquiera estaba a discusión. Gracias a ella también fui el paria de nuestra comunidad durante largos años después de mi nacimiento. Sin embargo, yo nunca lo había visto como un defecto realmente. 
 
Llegué a un acuerdo con mi pierna desde muy pequeño y decidí que mi cuerpo simplemente era así. Defectuoso y ya. Gran cosa. A
 
Y así fue como lo seguí pensando hasta que llegué a la adultez y la búsqueda de una pareja fue un desastre total. 
 
Como todas mis hermanas y algunos de mis hermanos, yo también había heredado el cabello rubio como el sol de mi madre, sus ojos y su blanca piel. A la vista era tan hermoso como lo podía ser un omega conejo, con la pierna defectuosa y todo, y eso me alentó a la búsqueda de una pareja cuando llegué a mi madurez sexual. 
 
La poliginandria era un tema bastante común en nuestras comunidades pero no era una practica que yo compartiera. Había casos raros en que algunos conejos decidían tener parejas específicas para toda su vida y no saltar de cama en cama, como sucedía más comúnmente en la primavera. Eso era exactamente lo que yo quería y estaba buscando. Muchos de los alfas conejos no estaban de acuerdo con esa ideología sin embargo, y eran muy pocos los que buscaban algo serio. 
 
Había un alfa que era amigo de uno de mis hermanos mayores, de los que nacieron en la primera camada que tuvo mi madre. Era alto, de cabello negro, sonrisa matadora, ojos preciosos y cuerpo para morirse. Sin duda visualmente era un gran partido y yo había charlado con él un par de veces mientras crecía. El tipo habia dicho en una ocasión que quería dejar la poliginandria y establecerse, y había sonado tan serio al respecto que a la tierna edad de nueve años yo ya había caído por él. 
 
Qué ingenuo de mi parte ¿no? 
 
Cuando experimente mi primer deseo sexual él fue el primero en enterarse. Sin embargo, había vivido en una burbuja que pronto estalló. Después de la única noche que pasamos juntos de hecho.
 
Mi madre no había dicho que yo no podía esperar cosas buenas en la vida sólo por mi pierna, aunque era un factor muy importante, sino por mi ingenuidad también. El amigo de mi hermano había planeado tenerme como pareja sexual y también tenerme en la poliginandria desde el comienzo, y yo ingenuamente no me di cuenta porque siempre estaba soñando arriba en las nubes cuando me hablaba bonito.
 
Fue tonto de mi parte y gracias a ese error tuve que irme lejos de mi familia. 
 
Mi madre dijo que yo ya era suficiente carga siendo un defectuoso cuando se enteró. Y ahora, teniendo la reputación de una ramera, ella no iba a soportar esa vergüenza. Por eso puso lo que pudo en una bolsa y me echó fuera de la casa y de nuestra familia para siempre.
 
Lloré como un bebé durante un par de días en una central de autobuses por eso, no lo voy a negar, pero incluso ser echado no habia sido tan trágico e inesperado como descubrir que estaba embarazado. 
 
Algo que odiaba de mis raíces era eso, que embarazarse fuera tan malditamente fácil. Y lo peor es que eso no detenía la poliginandria, en cambio se alentaba a los que estaban esperando crías a tener sexo durante todo el mes que duraba la gestación. Y si era posible con la mayor cantidad de alfas o betas posibles, antes y después de dar a luz para aumentar el número de nuestras comunidades.
 
¡Era bárbaro! 
 
Por eso había huido después de que mi madre me echara y me habia refugiado lo más lejos posible de la comunidad de conejos. Yo no planeaba vivir con los humanos tampoco, pero planeaba quedarme cerca y tratar de llevar una vida decente para mí y mis bebés, lejos de esa práctica barbara y las horribles tradiciones.
 
Algo que también me estaba dando valor era que en mi primera camada no se esperaba que tuviera grandes números como mi madre, que en su septima camada había tenido de diez a catorce crías. Gracias a Dios. 
 
Por ahora estaba viviendo en un refugio que yo mismo había construido con ramas y hojas entre dos grandes arbustos, un nido lo suficientemente grande para acomodar mi forma humana y lo suficientemente pequeño para no llamar la atención de visitantes no deseados. 
 
Yo era consciente de que había muchos depredadores en los alrededores. Coyotes, serpientes, lobos y osos salvajes también. Nada especial. Sin embargo, no era consciente de que había shifters en los alrededores, y menos que éstos fueran shifters panteras. 
 
¿Eso era siquiera posible en estos días? Mi madre habia contado historias a mis hermanos y a mí sobre la extinción de los felinos y se suponía que ya no existían. ¿Por qué entonces había uno justo afuera de mi refugio? Uno completamente dispuesto a comerme a mí y a mis bebés. 
 
-Oye, sé que estas ahí.- Dijo el hombre y se asomó por el hueco que servía como entrada. Yo le arrojé tierra en la cara para que se alejara y él lo hizo, siseando y maldiciendo. -¡No hagas eso, mierda!- 
 
-¡Vete, aléjate! Si intentas entrar yo… yo…- Miré a mi alrededor buscando un arma con la que podria amenazarlo, pero ahí adentro solo había ropa, basura humana, una lámpara y una caja de galletas que me había comprado mucho antes de llegar ahí. Tomé la lámpara y le ajusté las pilas, tratando de hacer el mayor ruido posible con la maldita cosa que era de bolsillo. -¡Tengo un arma y te dispararé!.- 
 
-No soy idiota. Sé que no tienes un arma ahí adentro conejito.- La forma en la que me dijo conejito no me gustó para nada. Era burlona y aterradora, sobretodo aterradora. Sonaba como un depredador y, oh sí, ¡era un depredador! Él se aclaró la garganta y bajó la voz. –Lo siento por eso, no quería que sonara así.- 
 
Ajusté otra vez las pilas de la lámpara en mis manos temblorosas. -¿Y cómo sabes que no te puedo disparar ahora mismo gato?- 
 
-¿Gato?- Dijo y sonaba molesto de verdad. –Eso fue grosero ¿sabes?- 
 
¿Grosero yo? Quería bufar de esa blasfemia pero era demasiado cobarde para poner más alterado al hombre, ¡Él fue quien iba a comerme en primer lugar! –¡Vete, aléjate ya y déjame en paz de una vez o te dispararé!- 
 
El hueco de mi escondrijo volvió a obstruirse de la luz y el rostro del hombre apareció otra vez. Una de sus cejas se levantó cuando miró la lámpara y las pilas en mi mano y luego me miró a mí con la misma incredulidad que cuando miraba los objetos. Su cara era francamente graciosa pero logré no soltar una risotada cuando rodó los ojos. 
 
–Sabía que no tenías nada- Fue lo que dijo. 
 
-¿Cómo lo supiste?- Pregunté con más curiosidad que miedo. Reaccioné y levanté las pilas sobre mi cabeza. –Aún puedo lanzártelas y te va a doler. Aléjate gato.- 
 
-Deja de llamarme así.- Su ceño estaba fruncido pero no me gruñó, no parecía tan enojado en realidad. –Aquí no huele a plomo, y más que colocar las balas en un arma sonaba como si estuvieras jugando con canicas, genio.- Ahora sonaba juguetón y eso me irritó. 
 
-¿Ah sí? Pues este genio aún puede dejarte un buen cráneo roto con un golpe de estas.- 
 
-Oye cálmate, no voy a hacerte daño conejito.- 
 
Me reí irónico. –Y lo dice el gato que intentó comerme a mí y a mis bebés.- Lo acusé y le arrojé las pilas. Él obviamente las esquivó y aún así no lo dejé asomarse otra vez. Arrojé la ropa, la basura y toda la tierra que pude mientras lo insultaba. -¡Baboso, bastardo, tonto, idiota, bruto, estúpido, tonto, hijo de… maldito gato loco!- 
 
Le arrojé tierra hasta que me cansé y me quedé quieto, recuperando el aliento después de mi arrebato. Durante varios segundos todo estuvo en silencio, creí que por fin se había ido a su camioneta y de regreso a su casa o donde sea que viviera, me daba igual, pero su rostro moreno volvió a asomarse lentamente por el hueco. -¿Ya terminaste de hacer tu rabieta o todavía no?- 
 
Mi cara se sintió caliente y sabía que estaba roja de ira. Me preparé para arrojarle más tierra. -¡Claro que no, baboso, ahhhhhhhh!-  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Miré el cielo empezando a caer y suspiré. Sakurai iba a estar muy preocupado cuando regresara a casa, y también muy enojado. La cabeza ya estaba empezando a dolerme de solo pensar en el regaño que me iba a dar y ni siquiera me habia puesto en marcha todavía. De hecho, no estaba seguro si lo iba a hacer pronto y maldije por haber dejado atrás mi celular y el resto de mis cosas. 
 
Miré hacia la entrada del escondrijo. Todo había estado muy tranquilo desde hace un rato, el conejito no había arrojado más bombas de tierra ni lanzado gritos de guerra. Ahora solo podía escuchar su respiración agitada comenzando a regresar poco a poco a la normalidad.  
 
Descrucé los brazos y levanté mi trasero de la tierra. Me asomé por el hueco apenas dando un vistazo, no era tan idiota para recibir otra carga de arena en la cara, pero lo único que pude ver fue al conejito tendido sobre la única prenda que no me había arrojado. Parecía una mantita de bebé del color amarillo de los pollitos y, sino mal recuerdo, la habia usado para cubrir su desnudez antes. 
 
La vista de su vientre picó mi curiosidad. 
 
Yo nunca habia visto a un hombre embarazado. Mi papá, quien habia sido un omega también, solo me había tenido a mí asi que no tuve la oportunidad de apreciar la vista. Nosotros no vivíamos ni convivíamos con otros shifters tampoco, asi que sí, me sentía un poco fascinado con la vista. 
 
Por su tamaño él ya debía estar en sus últimas semanas o quizá días. Su vientre parecía que iba a reventar en cualquier momento pero no estaba seguro si era por el periodo de gestación o por la cantidad de bebés que cargaba encima. No parecía que llevara uno o dos nada más.  
 
-Deja de mirarme.- Susurró cansado. Hizo ademán de tomar más tierra en sus manos, pero desistió y dejó caer el brazo. Suspiró. –Gato… baboso.- 
 
Sonreí. Toda mi vida había recibido insultos, de todo tipo y en otros idiomas también, pero nunca nadie me habia llamado baboso, jamás en mi vida. Mucho menos gato baboso. Claramente estaba insultándome, pero yo sólo pude encontrar su insulto adorable. El conejito era gracioso. -¿Por fin agotaste tu energía, conejito lindo?- 
 
-No soy lindo.- Se quejó. Su ceño estaba fruncido pero incluso eso era adorable. Él era adorable. –Y ya te dije que dejaras de mirarme. ¿Qué haces aquí de todos modos? ¿No deberías estar buscando alguna ardilla ahogada para cenar o algo así?- 
 
-Me gustan las ardillas pero odio el agua. Secas y crudas, o a la parrilla sería lo ideal.- Me recosté sobre mi espalda mirando hacia dentro del hueco y flexioné mis brazos detrás de mi cabeza. Sonreí. –¿Y por qué buscar una ardilla cuando tengo a un conejito lindo justo frente a mí?- 
 
Me mostró el dedo medio. -Porque éste conejito lindo va a enterrar tu cuerpo con mucha tierra si lo intentas.-
 
Me encogí de hombros. –Puedes enterrarme si quieres, pero sólo si ese lugar es caliente, suave y apretado al mismo tipo.- Le guiñé un ojo. Sus mejillas se encendieron y no por la ira esta vez. Se supone que estaba tomándole el pelo con eso, pero mi pantera ronroneo y se lamió los bigotes con la perspectiva de enterrar mi pene en un lugar así dentro del conejito. Mierda. Me aclaré la garganta. –No tienes que preocuparte de que vaya a comerte. No pienso hacerlo.- 
 
-Hace unas horas parecias dispuesto hacerlo- 
 
-Fue un error.- Lo miré y esperé que él pudiera ver la sinceridad en mis ojos. –Realmente lo lamento. Me dejé llevar y no debí dejar que eso pasara, fue un error de novato. Yo no te haría daño, ni a ti ni a tus crías. No me va atacar a los omegas. Perdóname.- 
 
El conejito solo se me quedó viendo. Después de un momento asintió. –Bien, estas perdonado por esta vez gatito. Pero no quiero verte cerca de mí o de este lugar nunca más ¿oíste?- 
 
Fruncí el ceño. –No puedo. Mis hermanos y yo vivimos a un kilometro de aquí.- 
 
El conejito palideció. -¿También son panteras?- 
 
-No. Uno de ellos es un tigre y el otro… bueno, él es pequeño. No es un depredador y también es un omega.- 
 
Sus cejas rubias se fruncieron y la mueca que hizo era demasiado linda. Mierda, tenía que irme a revisar la cabeza o algo. De repente todo lo que éste conejito hacia me parecía lindo o adorable y a mí nada me parecía lindo o adorable. Sakurai tal vez, pero él era mi hermano y éste era un completo desconocido. –Dijiste que eran hermanos, ¿Por qué todos son shifters de diferente especie?- 
 
-Es una larga historia.- Una que no estaba dispuesta a contar a la ligera. El tema de la adopción de mis hermanos y la muerte de mis padres aún era un tema delicado para mí. –Tal vez no quieras pero me tendrás cerca todo el tiempo.- 
 
-A un kilometro de distancia, gracias al cielo. Mientras respetes esa distancia no tengo ningún problema por ahora.- 
 
Fruncí el ceño. –Yo voy a estar viniendo a comprobarte.- 
 
-¿Qué?- Sus ojos se abrieron de par a par. -¿Por qué?-  
 
-Uh, no lo sé, tal vez porque eres un conejito embarazado a la mitad de un bosque lleno de potenciales depredadores. No voy a dejarte solo sabiendo que los animales salvajes pueden tirar abajo tú…- Miré el escondrijo que era no era más que basura del bosque. La cosa sólo era un cúmulo de mierda que se caería con soplarle encima. Sacudí la cabeza. –No estás quedándote aquí sin que yo venga a revisarte. Mi olor al menos mantendrá alejados a los depredadores.- 
 
-¡Pues no quiero tener cerca al depredador que ya intentó comerme!- 
 
-Dijiste que me perdonabas- 
 
-Si te ibas y no volvías, pero no estás respetando el trato.- 
 
-Yo no hice ningún trato para que me perdonaras.- Dije y fue realmente molesto. –De todas formas, me siento culpable por lo que hice y no voy a dejarte morir solo porque eres demasiado miedoso para aceptar mi ayuda.- 
 
Hizo un puchero y me miró ceñudo. -No quiero tu ayuda.- 
 
-No te estoy preguntando.- Me incorporé, fui por todas las cosas que me habia arrojado y se las aventé dentro de su escondrijo otra vez. –Vendré mañana y más te vale estar aquí. Odiaría tener que ir a buscarte y descubrir que corriste directo a la boca de un lobo.- 
 
-¡Entonces vete y no vuelvas nunca más, así tampoco entraré en la boca del gato!-  Me gritó desde el interior y otro puñado más de tierra fue arrojado por el hueco.
 
Sacudí la cabeza. –Nos vemos mañana conejito.- 
 
 

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