La ceremonia era de suma importancia para que Loki pudiera subir a ser rey, según lo que tenía entendido aquella batalla contra la bestia de hielo se hacía en pareja, entre aquellos que se iban a casar, pero como no era de Jotunheim, no podía participar de aquella ceremonia, no le correspondía a pesar de ser su futuro esposo. Aquello le pareció molesto, encantado habría luchado junto a Loki, buscar su seguridad, pero su padre había insistido en que era mejor no tocar ciertas tradiciones. Sin mucho más que hacer tomó asiento junto a sus padres, Laufey usó su magia y con ello creó espejos que permitían observar lo que sucedía en Jotunheim con su hijo. Todos en el reino podían ver lo que sucedía, si Loki ganaba demostraría a todos su fuerza, si perdía... Quedaría en evidencia su debilidad, cosa que encontraba injusta.
Observó cómo avanzaba por aquel valle sumergido en la nieve, sonrió cuando encontró al primer chaman y se hizo con su arma. Entendía cuál era su idea, evitar el contacto físico. Por lo que había leído, a la hora de pelear, el rey cargaba la espada de Ymir y la esposa escogía las armas de los chamanes, pero en este caso, Loki usaría todos los recursos posibles para poder ganar. Se alzó de su asiento al ver caer a Loki, estaba dispuesto a tomar un arma y pasar el portal para poder llegar a él, aunque hacer aquello no traería más que deshonra para todos al intervenir. Pero prefería ser exiliado a perderlo y no haber hecho nada. Su madre tomó su mano y así volvió a tomar asiento, su corazón latía desbocado, le sorprendía que Laufey estuviera solo de pie observando. Apretó la mano de su mano al ver como la flecha fallaba y se veía obligado a retirarse del lugar en búsqueda de la siguiente reliquia. Cada segundo que pasaba le hacía sentir mayor angustia, jamás volvería permitir alguna barbaridad así.
—¡Eso! —Soltó con euforia cuando Loki logró darle a la bestia.
Pero su alegría no duró mucho, al ver como Loki se golpeaba y comenzaba a sangrar no pudo seguir sólo observando. Se alzó de asiento tomando una espada y con ello caminó hacia el portal dispuesto a lanzarse a ayudarle. Laufey se interpuso en su camino, el gigante de hielo lo miró con el ceño fruncido, no permitiría que pasara.
—Hazte a un lado, Laufey. —Pidió con seriedad. —Que a ti no te importe lo que le pase a Loki, no significa que yo no haré nada.
—Odín, controla a tu hijo o me veré obligado a actuar. —Siseó Laufey.
—Thor, vuelve a tu asiento. —Ordenó Odín.
—¡Pero padre! Si no lo ayudo morirá, ya lo sabes, no es una prueba para una sola persona. ¡Me necesita!
—¡Thor Odinson! Vuelve a tu asiento ahora mismo. Deshonras a nuestro reino con tu desobediencia. Aún no lo entiendes, pero es importante para todos ver a Loki triunfar.
Se quedó en completo silencio por aquello, miró a Laufey y así volvió a su asiento a seguir mirando lo que sucedía. Su sangre ardía bajo su piel, quería ir y ayudarle, pero no podía... Estaba sumamente mal herido, que por momentos creyó que no lo lograría, pero Loki fue más fuerte de lo que pudo imaginar, se lanzó a la bestia y enterró la espada matando así a la bestia. Esta cayó como rocas de cristal dejando al príncipe tendido en el suelo. Ahora si podía intervenir. Dejó caer la espada y corrió por el salón ingresando al portal llegando así hasta Jotunheim. No le importó el no tener ropa adecuada, sólo corrió hacia donde debía estar su pareja. Casi cayó un par de veces debido a la nieve blanda, del cielo caía más nieve blanca provocando que hiciera demasiado frío, uno que él no soportaría demasiado tiempo. Entre jadeos logró llegar hasta Loki, este estaba tendido sobre la nieve, la cual se había teñido con su sangre azul.
—¡Loki! —Llamó al ver que estaba inconsciente.
Se arrodilló a su lado tomándolo entre sus brazos, estaba bastante mal herido, pero nada de gravedad, nada que no pudieran sanar con magia y reposo. No pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas, sentía felicidad y miedo, alegría y molestia. Lo abrazó con fuerza apretando los párpados, besó sus labios empapados de su sangre.
—Lo hiciste muy bien. —Murmuró este.
—¿Ahora lo entiendes? —Cuestionó Laufey. —Loki es mi hijo menor, un gigante enano de hielo, mi gente siempre lo ha visto con ojos de carencia, pero con esto, ha demostrado que puede ser más que un simple rey. Y tú con tu insolencia casi lo arruinas. No sé cómo crees amarlo si no confías en él.
Sus palabras fueron flechas gélidas a su corazón, no respondió, pero ambos sabían lo que sentía.
En esos momentos estaba sentado junto a su lecho, el príncipe descansaba plácidamente con vendajes cubriendo sus heridas más graves, pero la magia de su madre seguía haciendo efecto. Acariciaba su mano con suavidad, llevaba unas horas desde que todo había sucedido y él aún no despertaba debido al gasto de energías que había requerido su ceremonia. Oficialmente Loki era digno de ser llamado rey para los Jotun y para los Asgardianos, quienes no cuestionaban ahora su poder y sabiduría. Se acercó besando sus nudillos, volvió a poner su mano sobre su abdomen y con ello salió de la habitación para permitirle descansar por completo.