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Espejo por Hitsugi-kun

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Notas del fanfic:

¿Un fanfic después de cuatro años de inactividad? Yeahp.
Yo culpo a Nazu.

Aún tenía los pies helados por la falta de calcetines, a pesar de que ya había logrado acostumbrarse un poco a lo frías que estaban las baldosas del único baño con el que contaba su departamento.

El lugar no tenía nada de espectacular. Era pequeño, tenía dos ambientes, su cuarto y la sala/comedor/cocina, un baño y el pasillo de entrada donde dejaba siempre los zapatos al llegar. Cumplía con lo básico, con lo que necesitaba y lo que podía pagar. Eso era lo principal, un precio adecuado para una comodidad suficientemente buena.

No era para nada lujoso y pasaba desordenado casi todo el tiempo. Sus malos hábitos adolescentes no habían cambiado con el pasar de los años, a pesar de lo mucho que lo regañaba Sakito cada vez que iba a verlo. Por suerte para él, no era algo que sucediera seguido. Pero independiente de las imperfecciones que su pequeño apartamento pudiera tener, había algo de ese lugar que le gustaba… de hecho, le encantaba. El espejo gigante del baño.

Ese mismo que ahora lo mostraba a él con la boca llena de espuma y tres cuartos del cepillo de dientes saliendo por ésta.

Escupió la espuma blanca en el lavabo y se cepilló las muelas, moviendo el brazo de arriba a abajo con velocidad, sosteniendo el cepillo desde la punta con los dedos, abriendo bien la boca para tener mejor imagen de los dientes reflejados en el inmenso espejo que ocupaba casi toda la pared.

Una risita idiota resonó.

—Si Sato me viera, seguro ya hubiera hecho un chiste con doble sentido —pensó en voz alta, sonriendo amplio, viendo como un poco de pasta de dientes líquida se le escurría por la comisura de los labios.

El líquido blanquecino y algo espeso bajó lento por un costado de su boca hasta llegar a su barbilla, dónde un par de gotas cayeron y rebotaron en el lavamanos.

Volvió a reír.

Okay, la escena sí era algo pervertida si se le miraba desde cierto ángulo, hasta llegaba a ser medio erótico.

La pasta de dientes todavía deslizándose por su mentón le recordaba su propio aspecto después de una intensa sesión de sexo oral con Ruka. El muy maldito le había enseñado, después de habérsela mamado hasta el orgasmo, las fotos que había aprovechado de sacar mientras se lo hacía.

«Así de concentrado luces al chuparla, Zozzy», le había dicho con una de esas sonrisas que no solía mostrarle a todo el mundo, reales y donde enseñaba los dientes. «Ni siquiera cuando cantas te ves de esta forma».

Yomi se quedó mirando su reflejo de forma fija, dejó el cepillo de dientes a un lado, pero no escupió lo último que le quedaba dentro de la boca.

Ruka a veces lo obligaba a quedarse así, con su semen caliente dentro abarcando toda su lengua, con las mejillas infladas como si fuera un hámster que recién había comido, respirando por la nariz para no ahogarse, aguantando hasta que el baterista se sentía satisfecho de su obediencia. A veces intentaba hacerlo reír para que escupiera, pero Yomi resistía lo mejor que podía. Si escupía después tenía que pagar la apuesta del día y lamer el piso para no perder lo escupido.

Las apuestas casi siempre implicaban terceras o cuartas rondas de sexo, no usar ropa interior en el escenario o intentar convencer al gato de ser parte del juego y/o chupársela. Algo que nunca resultaba, por cierto, pero que lograba sacarle carcajadas a Ruka. Hitsugi andaba demasiado ocupado con ese ridículo triángulo que se había formado ente Sakito, Ni~ya y él como para querer involucrarse también con el vocalista de su banda. Un triángulo inexistente porque en realidad sólo se estaba acostando con ambos, los dos involucrados estaban conscientes de ello, pero a ninguno le importaba. Quizás a Ni~ya sí le importaba un poco, pero sus celos infantiles siempre eran ignorados por los otros dos.

Ladeó un poco la cabeza. ¿Era así como Ruka lo veía? ¿Cuál era la expresión que siempre ponía después de que el batero se corría en su boca?

Arqueó levemente las cejas intentando mostrar esa expresión vulnerable que el baterista lograba sacarle entre caricias y palabreo vario, siempre susurrándole al oído porque sabía que era uno de sus puntos sensibles. ¿Era ése el rostro que tanto complacía al mayor? No entendía muy bien qué podía excitarle tanto de su cara. Su rostro era… común.

El no poder tragar hizo que un poco de baba se le saliera por un costado de la boca, dejando salir más pasta de dientes, volviendo a crear la ilusión de haberle dado una mamada a alguien…

Cerró los ojos.

Una mamada a Ruka.

La imagen mental le hizo gemir en silencio con los labios sellados, casi haciéndole escupir el contenido de sus mejillas. La menta de la pasta no dejaba de arderle, pero eso no lograría hacerle expulsar ese semen imaginario. Se necesitaba más que eso para hacerle caer.

Una chupada a ese sexo duro e inmenso que poseía el batero, más largo que el promedio quizá debido a su altura fuera de lo común, con venas cerca de la base que se hinchaban y palpitaban cuando el orgasmo se acercaba a su cuerpo. Conocía su miembro con detalles, lo había memorizado.

A veces le agarraba del cabello, cinchándole para que no se fuera a separar antes de tiempo. Yomi adoraba esa brusquedad tan medida, tan “controlada”. Siempre era como si el mayor tuviera todo bajo su control.

Abrió los ojos y la imagen frente a él le excitó.

Dentro del espejo estaba él, semi inclinado, ojos medios llorosos por el esfuerzo de retener el líquido, con una expresión sumisa y ansiosa. Deseosa de más.

Ahí mismo, reflejándose, estaba su “yo” que Ruka veía cuando se juntaban, cuando lo azotaba contra la pared y lo acorralaba, espalda contra pecho, encorvándose para poder restregar su enorme erección contra el trasero que medio Japón había tenido la “fortuna” de ver.

—Mhm… Gu… Guka… —Gimió el nombre del mayor. Tarea complicada cuando intentaba mantener la boca cerrada.

Como si su mano hubiera tenido vida propia, se movió hasta su pecho, rozando sus tetillas por sobre la camiseta holgada que llevaba, bajando hasta su vientre, rasguñando de la misma manera en que  Ruka lo tocaba cuando intentaba tentarlo, prenderlo para que luego le fuese imposible decir que no.

Sabía qué hacer para llevarlo al borde de la locura. Supuso que eso era exactamente lo que le hacía imposible resistirse o decir que no a cualquier cosa que el pelinegro le pidiera.

«Chiba, Chiba…», escuchó su voz grave, tan masculina y a veces rasposa, dentro de su cabeza. «Sabes que no puedes negarte».

Asintió en respuesta, como si el batero mismo pudiera verlo. Era cierto. No podía, no a él, no cuando lo tocaba como ningún otro, no cuando le sujetaba murmurándole lo que le iba a hacer pero sin hacer movimiento alguno hasta que Yomi le rogaba desesperado que por favor hiciera algo o se moriría.

No podía negarse, ni siquiera a ese Ruka imaginario.

Su mano se metió bajo su camiseta y fue directo hasta uno de sus pezones, apretándolo entre los dedos hasta sentir una punzada de excitación recorrerle el cuerpo, mientras su mano izquierda se introducía en el borde del pantalón de pijama.

Ruka. Ruka. Ruka.

La palabra “no” estaba fuera del vocabulario cuando se trataba de él.

Ruka lo tocaba de esa manera, firme, directo, sin preámbulos cuando ya lo había hecho suplicar por más hasta el cansancio. No había necesidad de alargarse cuando ya se había entregado entero.

Volvió a cerrar los ojos, inhalando profundamente por la nariz, llenando los pulmones de aire mientras otro poco de pasta de dientes, ahora tibia sobre su lengua, se escapaba entre los labios sellados.

«Bájate los pantalones».

Con los ojos entrecerrados, obedeció. Fijando la vista en su propio reflejo mientras lo hacía, sintiéndose por unos momentos como si él fuera el baterista causante de esa expresión entregada y sumisa. Él tenía el control de ese enano que lo miraba con ojos suplicantes, él tenía todo un plan, él lo sabía todo, nada se le escapaba de las manos.

Bajó los pantalones hasta sus rodillas. No llevaba ropa interior, la odiaba. Se había malacostumbrado, e incluso en invierno, a pesar del frío, evitaba la prenda a toda costa a la hora de ir a dormir. Se le hacía incómoda e innecesaria.

Le gustaba la sensación de libertad que la falta de calzoncillos le entregaba, el sentir su sexo moviéndose sin restricción alguna, sin ataduras. Era una sensación casi tan placentera como andar sin zapatos de un lado a otro.

Un escalofrío le recorrió la espalda, estremeciéndose cuando una suave corriente de aire proveniente de la ventana del baño le dio en las nalgas desnudas. ¿Qué era exactamente lo que Ruka encontraba atractivo de su cuerpo? No estaba seguro.

Subió la diestra hasta su rostro nuevamente, acariciando las mejillas llenas de pasta de dientes sin escupir, presionando levemente. Luego llevó los dedos hasta su cuello y los paseó por sus casi inexistentes clavículas.

«¿Debería dejar marcas?»

La misma pregunta que le había hecho hacía un par de días en su último encuentro, la razón por la que aún tenía un par de chupones bien marcados en la parte media del pecho, algo morados y sensibles al tacto.

Los tocó con la yema de dos dedos y los presionó hasta sentir ganas de gemir nuevamente. Tuvo que apretar los labios con mayor fuerza para no ceder a ello. No escupiría. Daba igual que pasara o hiciera, no lo haría.

Su torso era pequeño, extraño, uno que no le daba vergüenza andar enseñando pero que tampoco era motivo de orgullo ni razón para jactarse frente a otros. Por algo era Sakito el que mostraba siempre el vientre y no él en los diferentes looks de la banda. Él tenía panza. Una que le costaba un mundo bajar y mantener escondida. Una que a Ruka parecía gustarle más de la cuenta.

El baterista tenía gustos diferentes y el vocalista de Nightmare era la prueba viviente de ello.

Se quitó la camiseta de un tirón y la dejó sobre la tapa del escusado. Su reflejo lo miraba suplicante, expectante todavía y queriendo continuar, con una semi erección entre las piernas que seguía creciendo sin haber tenido que tocarse como era debido.

«Tsk, ¿ya estás así? Enano, contrólate, estamos recién comenzando».

Hubiera reído si eso no significara escupir el semen imaginario que mantenía guardado dentro de su boca, descansando en su lengua. La movió de lado a lado, volviendo a saborear la menta de la pasta. Un sabor totalmente distinto a los fluidos del batero, que solían ser una mezcla media agridulce y espesa a la que se había vuelto adicto.

Había ocasiones en las que se desvivía por volver a disfrutar de su sabor, de beber hasta la última gota y luego intentar extraer más a base de erráticos roces y lamidas.

Ruka se lo permitía la mayoría de las veces, disfrutando de los escalofríos finales del orgasmo mientras le acariciaba la nuca y le tiraba del cabello cuando la estimulación era demasiado grande para ser soportada por ese sopor post-éxtasis.

El mero recuerdo logró que su pene diera un pequeño espasmo y se inclinó contra el lavamanos en reflejo, entreabriendo los labios, dejando salir más saliva y pasta de dientes.

De un empujón terminó de quitarse la parte inferior del pijama de Mickey Mouse, liberando sus piernas para poder abrirlas a destajo.

Su Ruka imaginario sonrió.

A diferencia del baterista, que parecía tener un fetiche tanto con el tiempo, como con las súplicas y con su cuerpo sin razón aparente, él no tenía nada de paciencia cuando se trataba de autocomplacerse. ¿Qué paciencia podía tener cuando ya estaba duro y ansioso? No aguantaba más conteniendo la pasta de dientes dentro de la boca si no se tocaba.

Olvidando por completo su pecho, su vientre y cualquier otro lugar de su cuerpo que había llegado a tocar, sus dedos se enrollaron sobre la carne caliente que era ahora su erección, comenzando a masturbarse de manera casi furiosa. Arriba y abajo, frotando para que las oleadas de placer le recorrieran todo el cuerpo, desesperado por alcanzar un orgasmo que había tardado más de lo necesario.

«No te di permiso para tocarte… Vas a tener que ir por el gato luego, ya sabes, convencerlo».

Jadeó, exhalando de golpe por la boca, terminando por escupir parte de lo que había mantenido dentro de ésta durante todo ese tiempo. Había perdido la regla que él mismo se había impuesto, que su Ruka imaginario le había ordenado. Y eso conllevaba castigo, ¿no? Su imaginación pareció jugarle en contra. Ruka tocándole, Ruka obligándole, Ruka doblegándolo hasta tener que ir donde Hitsugi a pedir por más… Ésa era la apuesta del día, ¿o era más?

Inclinado, un antebrazo apoyado sobre el lavamanos mientras seguía masturbándose, su mente viajó entre cada uno de sus compañeros de banda. La cintura de Sakito, demasiado delgada para ser la de un hombre, perfecta para rodearla, para marcarla al sostenerla con fuerza; los labios de Ni~ya, tan remarcados que no había momento en que no deseara mordérselos cuando le veía, de besarlos hasta que doliera; el pecho de Hitsugi, hipersensibilizado a un punto ridículo, donde todo lo que quería era toquetearle, hacerle chillar al tocarle las tetillas, rasguñarle el pecho hasta que llorara por más; y finalmente, las manos de Ruka, acariciándole, explorando y castigándole cuando era necesario, haciéndole suyo como nadie más había logrado hacerlo… Lo quería todo.

Los quería a todos.

Quería follar con todos.

El orgasmo le llegó de golpe, inesperado y con tanta fuerza que tuvo que dejar su mano quieta. Las piernas le temblaban, débiles mientras el semen ensuciaba su diestra y el borde del lavabo. Exhaló con fuerza, con una gota de sudor bajándole por un costado del rostro.

«Eres un enfermo, siempre lo has sido».

La voz retumbó dentro de su cabeza, haciéndole sonreír otra vez. Alcanzó a ver de reojo su reflejo en el espejo, justo cuando su mano libre se alzaba y bajaba rápidamente para darse una fuerte nalgada en uno de sus glúteos. Gimoteó, tenía las mejillas sonrojadas, expresión entremezclada por el placer y la gracia que le causaba su propio pensamiento, y la estela blanca de saliva con pasta de dientes alrededor de sus delgados labios, aun simulando ser ese semen que había imaginado.

Claro que era un enfermo, no le cabía duda alguna.

Notas finales:

Buenas noches~.

Soy Hits, renaciendo desde las cenizas como si no hubieran pasado cuatro años desde la última vez que posteé un fanfic en este sitio –da una reverencia–.

Tenía la idea de escribir una nota final re larga, contando lo mucho que extrañaba escribir, lo que estuve haciendo durante todo este tiempo o que ya voy por los diez años desde que conozco a Nazu; pero la verdad mi vida no es tan interesante... y me dio flojera(?).

El "malvado" rol me atrapó en facebook y me retuvo por años, he ahí la razón por la que terminé dejando de lado el escribir fics.

¿Hay gente que rolee por acá? Quizá alguna vez me crucé con uno que otro que haya leído mis historias... Aunque siento que mi pj es demasiado obvio como para siquiera decirlo xD

Espero que hayan disfrutado este one-shot. Es raro que use al enano de prota, pero tenía pendiente desde hace un año o dos el terminar esta historia. Se la debía(?).

¡Muchas gracias por leer! –huye–.

 


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