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Lázaro por EmJa_BL

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Notas del capitulo:

Sentimos haber tardado tanto en publicar, pero ahora mismo andamos liadas con un proyecto nuevo. ¡Un webcomic de Tapastic llamado "The Embrace"! 

Muchas gracias por la paciencia.

 

Pronto, Lázaro se convirtió en un adolescente completamente desarrollado. Sus habilidades para la recolección e identificación de sustancias habían alcanzado un nivel que jamás imaginó, a base de ensayo y error. Ocurría lo mismo con la guitarra y el canto. Disfrutaba haciéndolo y era capaz de encandilar con los acordes a todo aquél que pasase por la plaza en la que estaba tocando.

 

La prepotencia de la juventud le hizo creer que no había nada que no pudiera conseguir con su cuerpo y sus dones. Sin embargo, no ocurría lo mismo con el elfo oscuro. Con él todos sus encantos parecían no ser más que meros trucos baratos y eso hería enormemente en orgullo de Lázaro. Podía tener a quien quisiera, sin embargo, el elfo oscuro era un objetivo inalcanzable. 

 

Su amo lo trataba con un respeto que agradecía y confiaba en él, en su trabajo y capacidades. Pero nada más, y eso a Lázaro le hacía rabiar. El elfo oscuro debía de ser consciente de sus claras insinuaciones puntuales, pero siempre hacía caso omiso de ellas, como si nunca hubiesen sucedido.

 

Lázaro encontraba dos claros motivos a ello: el primero de todos es que no era una mujer y el segundo, tal vez el más importante, era que no era un elfo oscuro. Nunca le había parecido que ser humano fuera algo malo, pero ahora, veía tan superior, tan por encima de él a su amo que a su lado se sentía miserable. "Si al menos fuesemos amantes" pensaba el joven en voz alta como siempre mientras anotaba las últimas conclusiones de la investigación con una violencia que casi traspasaba el pergamino los resultados de las investigaciones.

 

—¿Quienes?— La voz del elfo oscuro sonó a su espalda y Lázaro palideció. 

 

La pluma se le cayó de las manos y la miró sin atreverse a agacharse. Si se giraba un poco más podía perderse en los ojos grises que se clavaban en su nuca, pero no tenía valor para ello.

 

—¿Sabes? Estoy pensando que ya soy un hombre...—susurró, y su voz sonó forzada, como si tuviera que arrancar de su garganta cada una de las sílabas. — Debería por fin follar con alguien.

 

—Eres libre de hacerlo, Lázaro. Puedes follar con quien quieras.— Sus palabras sonaron más cerca de su nuca. ¿Acaso el elfo oscuro estaba jugando con él?

 

El joven soltó un bufido y huyó por la otra parte de la mesa, apartándose de él, poniendo distancia entre ellos. —¿Y vos qué, amo? ¿Folláis también o los elfos oscuros no hacen eso?

 

—He follado más veces de las que eres capaz de imaginar. ¿Más preguntas?

 

—Dicen que hacerlo con hombres es mejor que con mujeres. Al menos de ese modo no puedes tener sorpresas inesperadas...—habló mientras se acercaba a la pared rocosa donde estaba apoyada su guitarra para cogerla, si se entretenía con ella no estaría tan nervioso. — ¿Qué me recomiendas?

 

Miró la guitarra mientras fingía ajustar sus cuerdas. Se concentró en ello mientras esperaba una respuesta, pero no llegó. Cuando levantó la vista, el elfo oscuro se había acercado tanto a él que apenas quedaba espacio entre ellos. 

 

—¿Me estás pidiendo consejos sobre sexo?— Alruk agarró la guitarra con fuerza y se la quitó. La madera rugió, pero no se llegó a romper— Mi primer consejo: Tus hábitos de cortejo son pésimos. Mejóralos. Sé más directo.

 

Lázaro frunció el ceño y dejándose llevar por el ardor de la conversación agarró su propia camisa y tiró de ella para abrirla, haciendo saltar algunos de los botones. Después agarró la cinta que sujetaba su cabello y agitó la cabeza para recolocárselo. —Quiero follar contigo.

 

Los dedos del elfo recorrieron con parsimonia el pecho desnudo de Lázaro. Su corazón comenzó a latir con fuerza y, al ver la severa y tranquila mirada de Alruk, su boca se secó.

 

—¿Pensabas que iba a ponerte problemas para ello? No voy a rechazarte, Lázaro.

 

Él sonrió y tembló levemente por los nervios. Alzó sus brazos, pensando si podría rodear su cuello con ellos y así besarlo. El elfo oscuro rodeó su cintura y un escalofrío recorrió su espalda, excitándolo con aquél pequeño gesto. Lo apretó contra él y agachó la cabeza hasta que sus labios quedaron muy cerca.

 

—Vamos, Lázaro. Bésame. Tócame.

 

El joven completó con violencia la distancia entre ellos. Sus labios inexpertos y carnosos se contornearon sobre los del elfo oscuro que los forzó para meter su lengua. Aquello tomó por sorpresa a Lázaro, que soltó un gemido ahogado mientras se colgaba en su cuello.

 

Notaba sus piernas temblar, sin fuerza para apenas mantenerse en pie. Los gestos del elfo oscuro eran calmados y expertos; hacían que Lázaro se pusiese más nervioso por momentos. Él estaba desesperado. Quería agarrarlo con rabia, hacer que el elfo también temblase como él lo hacía, pero su calma era impenetrable. 

 

Envalentonado, agarró la capa del elfo oscuro y la dejó caer sobre el suelo para comenzar a desabrocharle la camisa, sin dejar de besarle, descubriendo su piel pálida y violácea con la que se había obsesionado.

 

Él agarró sus manos y le detuvo. Bajó sus manos, sin soltarlas, y se acercó a él hasta besarle y morderle los labios para después susurrárle al oído.

 

—Quítate la ropa.

 

Su orden sonó tan imperativa que Lázaro dio un bote sobresaltado mientras apartaba bruscamente sus manos. Con rapidez y torpeza, se desprendió de cada una de las prendas que llevaba puesta. Su camisa, el chaleco, que también llevaba abierto, los pantalones y después los calzones, quedando totalmente expuesto. Cuando acabó, volvió a ser atrapado por los fuertes brazos del elfo oscuro y estrechado contra él.

 

—Ahora puedes desnudarme a mi.

 

El joven no se hizo de rogar y con lentitud quitó cada una de las prendas que cabrían el cuerpo del elfo oscuro. Descubrió unos músculos bien marcados, potentes, en un cuerpo delgado y alto, era incluso más impresionante de lo que habría podido llegarse a imaginar en sus fantasías.

 

Para cuando terminó de desnudarlo, Lázaro estaba temblando. No podía parar de hacerlo. Ahora que el momento para que sus fantasías se cumpliesen había llegado, no podía moverse. El elfo oscuro lo agarró del brazo y lo guió hasta la cama. Una vez allí lo posó sobre ella de un empujón. El elfo oscuro se colocó sobre él y le mordió el cuello lo que hizo que gimiera sin dejar de estremecerse.

 

El deseo animal que desprendía el cuerpo del elfo oscuro asustaba a Lázaro casi tanto como le excitaba. Sus caricias rudas se quedaban marcadas a fuego en su nívea piel que comenzaba a sudar, perlándose. Alruk mordió de nuevo su cuello con agresividad y Lázaro aulló de dolor cuando sintió los dientes clavarse violentamente. 

 

Notó cómo la zona dolorida comenzó a palpitar y un líquido caliente resbalaba por su piel y se derramaba sobre la cama. A Lázaro poco le importó. Temía y amaba a quien tenía en frente y sus fuertes caricias hicieron que su piel ardiese más que su cuello.

 

El elfo oscuro agarró sus piernas y tiró de ellas para hacer chocar sus cuerpos. Sus erecciones rozaron y Lázaro sentía que iba a enloquecer en cualquier momento, pero el miedo se apoderó de él cuando notó como el miembro de Alruk bajaba.

 

—¡No! —tembló.

 

El elfo oscuro frunció el ceño. Había conseguido alterarlo, pero no del modo que Lázaro deseaba. 

 

—Qué arrogante. ¿Dónde han quedado tus palabras?— Se agachó y le susurró al oído— "Quiero follar contigo".

 

El cuerpo del joven se estremeció de la cabeza a los pies. Su carne se contrajo por la tensión. 

 

—Yo no pensé que fuera a ser...no puede hacerse...eso es...—tartamudeó.

 

—¿Le temes al dolor, Lázaro?

 

Él no respondió, pero todo su cuerpo lo delató. Había cerrado los ojos con fuerza y parecía que sudaba con mayor violencia. Su cabello se había pegado a su cuello y a su rostro formando hondas castañas y sus músculos se habían tensado visiblemente.

 

—Solo por esta vez— continuó susurrándole, acercándose más a él, juntando sus torsos— lo pasaré por alto. Para la próxima deberás estar preparado, porque te dolerá. Sentirás que te rompes por dentro. Y sentirás un placer que jamás has imaginado. 

 

Con esas palabras, Alruk cambió su posición. Hizo que sus miembros de rozasen y comenzó a frotarlos. Lázaro jadeó, abrazando el cuerpo del elfo oscuro. La perspectiva de que aquella escena se volviera a repetir le excitaba casi tanto como le altereaba, pero no podía pensar en eso. De hecho, no podía pensar en nada. El placer se apoderó de él con una rapidez que solo podía explicar la ansiedad y la inexperiencia. Y se encontró, casi sin darse cuenta, con el pecho ensuciado por su propio semen y aún excitado.

 

El elfo oscuro le mordió nuevamente el cuello y la barbilla. Los jadeos se sucedían en la garganta de Lázaro como una canción sin fin. Había perdido conciencia sobre el tiempo y el espacio: solo existían él y su amo.

 

Aquella danza se sucedió una y otra vez hasta que el joven cayó exhausto en un estado de semiinconsciencia. Cuando despertó tiempo después estaba solo. Le dolía el vientre con violencia y la piel de su cuello. Durante todo ese día no volvió a ver al elfo oscuro y no fue hasta el día siguiente que se volvieron a encontrar.

 

Al contrario de las expectativas de Lázaro, nada había cambiado. El joven seguía recibiendo las mismas órdenes de siempre y por las noches seguía yendo a actuar y a coquetear con el público. Empezaba a pensar que todo había sido fruto de su imaginación. 

 

Lázaro intentó que su indiferencia no le afectara, pero hería enormemente su orgullo y cuando el elfo oscuro lo llamó a su despacho albergó la esperanza de que continuase su conversaciòn como amantes. Supo que aquellas esperanzas eran totalmente vanas en cuanto vió en su semblante una leve sonrisa mordaz y le dijo:

 

—Espero que tus dotes de seducción hayan mejorado en estos meses. Me son necesarias para un asunto que tengo entre manos.

 

Lo que sintió en aquel momento era imposible de expresar. ¿Dolor, tal vez? ¿Decepción? Iba mucho más allá de eso. La sorpresa se dibujaba en su rostro y su ceño fruncido junto su nariz arrugada ofrecían una visión de lo que pensaba. Sabía que su pregunta era innecesaria, pero no pudo evitar formularla con la esperanza de que sus sospechas fueran erróneas.

 

—¿Me estás diciendo que quieres utilizarme para seducir a alguien?

 

—Estoy pidiendo tu ayuda para completar el trabajo que me ha absorbido durante estos meses. Hay un elfo que debe venir aquí sin saber a dónde se dirige.

 

—¿Y por qué no le atraes tú? Eres un elfo oscuro después de todo, ¿no? —lo encaró con un descaro hasta entonces nunca empleado, que sólo podía explicarse por la prepotencia y altanería que todo joven de su edad tenía.

 

El elfo oscuro se acercó a él y pronto Lázaro comenzó a temblar. Vio con terror cómo levantaba hacia él su mano, agarrándole el cuello. No le llegó a apretar, pero al joven le dio la sensación de que le había rodeado con un amasijo de hierro enano. 

 

—Cualquiera en tu lugar, ya estaría agonizando en el suelo. Lázaro, sabes por qué sigues vivo tras innumerables insolencias. No juegues conmigo.

 

El humano asintió mientras su pecho subía y bajaba con dificultad a causa de la ansiedad. Y cuando el elfo oscuro soltó su agarre dio una bocanada para recuperar aire mientras retrocedía rápidamente, huyendo.

 

Cuando estuvo en la habitación solo y seguro se asqueó de su falta de fuerza y de su propio miedo. A su corta edad ya se había vendido en muchos sentidos, pero jamás hubiera pensado llegar tan lejos.

 

Cogió la guitarra y empezó a tocar, eso le ayudaba a pensar. En realidad conocía a muchas mujeres, dentro y fuera del grupo al que pertenecía, que vendían su cuerpo y algunas hasta parecían satisfechas con ello, aunque qué iba a saber alguien sin experiencia como él. Se dijo a sí mismo que nada pasaría, solo tendría que atraer a la víctima hasta la trampa y luego sería libre. 

 

—Otro pervertido que disfruta con los jovencitos de mejillas sonrosadas. Nada nuevo bajo el sol, ¿qué más da? —susurró arrancando notas de la guitarra con tal violencia que emitía un sonido fuerte y desgarrado.

 

Su amo lo avisó al anochecer de que debía partir y qué era exactamente lo que debía de hacer. La noche era asquerosamente fría, el viento soplaba a rachas con fuerza y medía los árboles que emitían lamentos ensordecedores. La luna menguante estaba semicubierta por las nubes y si no hubiese sido por las innumerables estrellas Lázaro habría perdido el rumbo hasta la Cascada de la doncella ahogada, el lugar donde encontraría al elfo oscuro que sería su objetivo.

 

Según Alruk, ese elfo oscuro acudía cada tres lunas a aquél lugar. No le dijo el motivo y, realmente, no era algo que a Lázaro le importase. Mientras no interfiriese en su objetivo, le daba igual.

 

Lo único que le inquietaba era la seguridad que su amo tenía de que lo lograría atraer con facilidad. No tuvo, sin embargo, tiempo para pensarlo. Él ya estaba allí cuando llegó.

 

Aquella visión le impresionó. Era incluso más alto que Alruk y su cuerpo violacio parecía áspero, como si de una corteza se tratara.

 

Se apartó del camino y se escondió tras un grueso tronco. Necesitaba observarlo con detenimiento. En realidad, poco se parecía aquél ser a Alruk. Su pelo estaba recogido en voluminosas trenzas que cubrían su cabeza. Tenían un aspecto enredado, pero no sucio. Entre esas trenzas, pudo distinguir las orejas de aquél ser: eran puntiagudas, muy alargadas y enroscadas en los extremos, su aspecto no difería demasiado al de unas pequeñas ramas de árbol.

 

Soltó una exclamación demasiado alta a juzgar por la reacción de elfo oscuro, que se giró para mirarlo directamente a los ojos. Lázaro contuvo la respiración y apretó entre sus manos el tronco del árbol, haciendo que sus palmas se rasparan. 

 

Sabía que debía permanecer firme y fingir, pero cuánto temor le inspiraba esa mirada. Jamás había conocido tanta brutalidad con un simple gesto. Sus pies retrocedieron y antes de que pudiera darse cuenta ya estaba huyendo. El aire frío entraba y salía de sus pulmones como dagas y el dolor dejaba únicamente espacio para concentrarse en continuar moviendo las piernas.

 

Una risa a sus espaldas confirmaba lo inútil y patético que era su intento de desaparecer de aquel lugar y pronto se sintió perseguido. El depredador jugaba con su presa y le daba una clara ventaja que en realidad no tenía.

 

Pronto el aire comenzó a faltarle y sus piernas, que habían flaqueado desde que comenzó a huir, parecieron dejar de funcionar. Se tropezó con su propio pie y cayó al suelo, rodando sobre sí mismo. 

 

El elfo oscuro se abalanzó rápidamente sobre él y le impidió moverse dejando su peso caer sobre el menudo cuerpo de Lázaro, quien estaba a punto de gritar cuando una poderosa mano le detuvo.

 

Estaba tan aterrado que no podía forcejear. Habría sido inútil hacerlo, de todos modos. Únicamente temblaba bajo el peso de aquél cuerpo de hierro.

 

Él le habló, pero su lengua, áspera, no resultaba familiar a Lázaro, quien comenzó a llorar de impotencia.

 

Notó cómo ponía unos grilletes y retenía sus manos tras su espalda. 

 

Debía mantener la calma. Debía recordar pacientemente las claras indicaciones que Alruk le había dado, que le había repetido una y otra vez. Pero, mientras notaba cómo sus muñecas estaban cada vez más apretadas, su mente permanecía en blanco.

 

Dejó de gritar e intentó regular su respiración mientras el elfo oscuro tiraba de él para que se levantase. La situación estaba fuera de su control y aquel ser lo hizo caminar, alejándose del camino. 

 

Todo estaba saliendo terriblemente mal y de ese modo su amo jamás podría rescatarlo, aunque tal vez no le interesaba. A lo mejor solo se había burlado de él y le había entregado a los brazos de otro elfo oscuro.

 

Sus ojos se llenaron de lágrimas en contra de su voluntad, hiriendo su orgullo y dificultando su visión. No podía hacer nada más que dejarse llevar y sollozar; ya había perdido toda esperanza. No tuvo tiempo de seguir lamentándose, en un segundo el elfo oscuro lo había vuelto a echar en la tierra de un empujón y las hojas secas crujieron ante su peso. Su cuerpo chocó contra al suelo de forma dolorosa y brutal y esta vez su grito se dejó oír mientras se revolvía.

 

No podía ver lo que ocurría: su rostro estaba contra la tierra húmeda y sus cabellos sobre él mientras que sus ojos se habían velado por el llanto. Percibió varios sonidos, pero no supo reconocerlos con seguridad. Dos personas hablando en aquel idioma extraño, pisadas y un intenso forcejeo que sintió en sus propias carnes cuando notó un peso caer sobre él, lo que le hizo volver a chillar. Poco después, un fuerte crujido dio paso a un silencio infernal. Se vio rompiendo él mismo la calma, gimiendo con desesperación al no poder incorporarse. Tenía todo el cuerpo dolorido y pronto sus lágrimas volvieron a recorrer su rostro.

 

Sintió que su corazón se detenía al notar unas grandes manos agarrando su torso y levantándolo. 

 

—¡No, por favor! ¡Haré lo que quieras! ¡No me hagas daño! — habló con desesperación entre jadeos.

 

—Cállate— La potente voz de Alruk se clavó en el pecho de Lázaro. ¿Qué hacía él allí?— Podría haber venido con más elfos. Debemos irnos en silencio.— Tras una breve pausa, en la que Lázaro notó cómo le cogía en brazos, como si fuese un niño, Alruk lo apretó contra su pecho— No llores más, Lázaro.

 

El joven se mordió el labio avergonzado, intentando cesar sus sollozos. No podía pensar en nada, estaba en shock. Intentó abrazar el fuerte cuerpo de Alruk, pero se dió cuenta al ir a mover los brazos que sus manos seguían atadas a su espalda .

 

Agotado por el esfuerzo físico y destrozado por dentro, no pudo hacer más que dejar caer la cabeza en su pecho y llorar. Se sentía derrotado.

 

Alruk comenzó a andar, después de repetirle que no llorase, y no se detuvo hasta que llegaron al refugio en la cueva, varias horas después. Fue entonces cuando, después de tumbarlo en la cama, el elfo oscuro comenzó a forcejear con los grilletes para quitárselos. Lázaro ya no tenía fuerzas y cuando por fin estuvo libre ni siquiera intentó mover las manos de la posición. Le dolía el cuerpo lleno de heridas, le dolía la cara hinchada, pero sobre todo le dolía el orgullo.

 

—¿Por qué? —lanzó la pregunta al aire como un susurro dirigido al Destino, como una duda existencial sin respuesta.

 

Se dejó mover por Alruk como si de un muñeco de trapo se tratase. Lo desvistió, lavando después su cuerpo con un paño húmedo. Lo dejó de ese modo, desnudo, bajo tres gruesas mantas, y se separó de él.

 

—Lázaro, no quiero que salgas de aquí. Yo tendré tu ropa. No volveré hasta el amanecer.

 

El joven no respondió. Se encogió tanto como pudo bajo las sábanas hasta desaparecer de la vista, deseando estar solo. Y así fue, pronto ya estuvo solo. Cerró los ojos, deseando no llorar de nuevo y no tener que volver a abrirlos nunca.

 

La noche pasó en suspiro y Lázaro hubiera seguido durmiendo con apacible tranquilidad sino hubiera sido por el enorme estruendo que había fuera de la habitación, separada del resto de la cueva únicamente por un tupido cortinaje.

 

Cubrió su cuerpo con una de las sábanas y se levantó temeroso de lo que podía encontrar. Alruk era, por lo general extremadamente silencioso. Cuando asomó la cabeza entre el cortinaje se quedó mudo. Allí había otro elfo oscuro, además de Alruk, tirado en el suelo y forcejeando con sus ataduras. Sus ojos no tardaron en cruzarse y antes de que pudiera reaccionar, el intruso lo agarró de los tobillos con fuerza y le hizo caer al suelo.

 

Era como si la pesadilla del día anterior se volviera a repetir y no pudo más que gritar.

 

No vio con claridad lo que sucedió después, pero pudo escuchar un golpe seco. Al segundo siguiente el extraño que lo agarraba le soltó y rodó aturdido por el suelo de piedra. Gateó tan lejos como pudo y alcanzó la manta para cubrirse de nuevo con ella.

 

—Vuelve dentro, Lázaro— Alruk no lo miró. Estaba impasivo, con la mirada fija en el elfo oscuro que se retorcía en el suelo.

 

—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó angustiado, pero al ver que no obtenía respuesta cometió el peor error que podía haber tenido. —¡¿Alruk, qué ocurre?

 

Su mirada se desvió hacia Lázaro, llena de ira, tras escuchar la última frase y el rehén comenzó a reír a carcajadas tras un breve silencio.

 

El joven no pudo ocultar su confusión, pero calló súbitamente por temor.

 

Desconocía el motivo de aquella reacción y, paralizado, no podía hacer más que observar con incredulidad cómo el elfo oscuro que no conocía le hablaba a Alruk con claro desprecio y superioridad en un idioma que desconocía. Alruk lo respondió con una parada en el estómago, pero no desvió la mirada de Lázaro. 

 

Aun revolviéndose en el suelo, el elfo oscuro comenzó a hablar, aunque con un extraño acento, en el idioma humano.

 

—Ni un simple niño es capaz de respetar a un asqueroso mestizo como él, eh.— Rió de nuevo a carcajadas. Se vió interrumpido por una nueva patada de Alruk, esta vez en la cara, pero no por ello se detuvo— ¡Alruk! Llamarlo Alruk directamente... 

 

—Creí que era tu nombre...—susurró angustiado mientras reptaba por el suelo alejándose. Aunque no alcanzaba a ser consciente del todo de la enorme falta de respeto que había cometido sí lo fue de que la misma le traería terribles consecuencias.

 

Mientras el otro elfo oscuro continuaba riendo, Alruk se acercó a Lázaro y lo agarró con fuerza de los brazos, levantándolo y acercándose a él para susurrarle con un tono airado que nunca antes había visto el joven.

 

—Yo no tengo nombre, estúpido insolente.

 

—S—sí, tienes razón, amo. Perdóname. — tembló como una hoja entre sus brazos y contuvo la respiración hasta que lo soltó, lanzándolo al suelo furioso.

 

Lázaro jadeó de dolor, sin alzar la mirada, se quedó donde estaba temiendo que cualquier movimiento fuese tomado como una provocación.

 

Pero Alruk no le miraba ya, había agarrado al otro elfo oscuro de la mandíbula, enfrentándolo.

 

No dejó que dijera nada más, con algo de dificultad, aunque bastante rapidez, sacó de la bolsa que llevaba colgada un frasco de cerámica y lo vertió en su boca. Parte del contenido se derramó sobre sus ropajes y goteo en el duro suelo como un líquido espeso e incoloro.

 

Alruk se acercó más el rostro de su rehén observando sus pupilas, que se dilataron, entonces sonrió satisfecho.

 

Todo quedó sumido en un profundo silencio que murió pocos segundos después de nacer, destrozado por las palabras de Alruk. Palabras que Lázaro ya había escuchado antes en su boca.

 

—Levántate.

 

El cuerpo del elfo oscuro se movió, no sin ofrecer cierta resistencia, hasta ergirse. Alruk rió entonces.

 

Parecía un muñeco guiado por hilos. La mandíbula estaba desencajada y su mirada, perdida en ningún punto definido.

 

Lázaro no tuvo voluntad para seguir mirando. Reptando por el suelo, se volvió a meter en la habitación, tras los oscuros cortinajes. Cuando su amo terminase no sabía qué iba a ser de él.  

 

Notas finales:

Ya solo queda el último capítulo.

Esta vez sí, prometemos publicarlo la semana que viene.


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