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Sacrifice por Vanilla_Witch

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Los sueños siempre eran tranquilos y llenos de color, en ellos me veía corriendo por los infinitos pasajes del templo, con la tenue luz del amanecer entrando por los vitrales y llenando todo de colores mágicos. A veces volaba o simplemente tenía conversaciones disparatadas con los sacerdotes o incluso con los ratones que solían correr de ahí para allá en los pasajes más oscuros. Las suaves voces de Nancy y Delia me llamaban para que despertara, sus manos me mecían suavemente como las caricias de una madre.


Abrí mis ojos encandilándome con la claridad de la pulcra habitación, las cortinas de seda traslucida bailaban con el frío aire de comienzos de invierno. Nancy, una mujer regordeta y de rostro amable, ya comenzaba a tener canas en su negro cabello, Delia por otro lado tenía su pelo igual de blanco que un copo de nieve, recuerdo cuando su cabellera era rojiza cual llamas de fuego. Los ojos de ambas poseían ese brillo, ese brillo indescriptible que te hace sentir un cariño infinito por alguien, yo sentía un cariño infinito por las dos mujeres.


―Permítame su santidad ― Dijo Delia mientras me ayudaba a levantarme y me ponía una gruesa bata de lana celeste sobre el pijama.


Nancy movía las brasas de la estufa dejando todo el lugar cálido y acogedor. Con cuidado me puse las pantuflas calentadas anteriormente, y en compañía de las dos sacerdotisas salí al frío pasillo repleto de sacerdotes corriendo de aquí para allá por la visita de Aris Serux. Al verme pasar todos agachaban la cabeza y me saludaban con un "Buenos días su santidad" cosa que aún me molestaba, todos aquí me habían conocido desde siempre.


Camine por los aún oscuros pasillos iluminados simplemente por la pequeña de las velas a punto de ser consumidas, cuando pequeño me daba miedo pasar por esos pasillos hasta las habitaciones de las mujeres que me cuidaban, imaginaba que podían ser espíritus malignos que me comerían. Aún ahora seguía temiéndole a la oscuridad y todos los secretos que esta ocultaba, pero nadie debía saberlo.


A lo lejos podía oler como el desayuno estaba siendo preparado, el pan aquí siempre era delicioso y es que Aaron Marsh, el regordete cocinero, le ponía todo su cariño a cada cosa que preparaba, su hábito siempre estaba cubierto de harina o sucio con alguna salsa. Aaron me decía que los alimentos eran sagrados y debíamos compartirlo con los más necesitados por eso solíamos bajar a las criptas a dejarle las sobras a los ratoncitos o algún gato que por ahí merodeara, aunque por lo general no había muchas sobras y Aaron aun así bajaba a dejar pedacitos de pan que guardaba de su comida.


Los baños ya estaban calientes y el agua despedía vapor y un aroma delicioso por las hierbas aromáticas que las criadas le habían puesto al agua. Nancy y Delia siempre me ayudaban a darme un baño y aunque ya era bastante grande para hacerlo solo, nunca me dejaron. El agua estaba muy caliente y mi piel enseguida se volvió rojiza por el contacto, aun así, no me quejaba por la temperatura del agua, hace unas semanas por las heladas y mi pereza tuve que bañarme con agua completamente fría, Nancy estuvo hablando de eso cada que no quería salir de la cálida y suave cama.


Ya completamente sumergido Delia con delicadeza comenzaba a soltar la larga trenza que solía llevar, dejando los cabellos blancos reposar en la gran tina. Todos en el templo me decían que el sumo sacerdote debía llevar el cabello largo y nunca cortarlo, a excepción de la primera luna llena del invierno donde solo recortaban las puntas de mi cabello. Recuerdo cuando una vez se me metió la trenza en un bote con cola para pegar, todos hacían un alboroto tan grande por eso.


Me tapé la nariz al sentir como el agua de los jarrones de porcelana caía sobre mi cabeza y con fuerza Delia comenzaba a fregar mi cabello y desenredarlo, sus cansados y viejos brazos le debían doler por el esfuerzo. Cada una ya estaba bordeando los ochentaicinco años y aun así hacían todo por mí.


Nancy fregaba mis piernas con una esponja áspera y cuando llegó a mis pies no pude evitar reír por las cosquillas, siempre fregaba más ahí solo para hacerme reír a carcajadas. Mire mis rodillas y estaban completamente rojas por el roce con la esponja.


―Su santidad debe quedar muy limpio para el viaje que hará, no tendrá a nadie que lo friegue allá así que debe recordar bien cómo hacerlo. El señor Aris dijo que vendría luego del desayuno, debe recordar darle las gracias por todas las cosas buenas que ha hecho por usted. A pesar de ser humanos el señor Aris nos habla con respeto y nos trata bien, por eso debe asegurarse de agradecerle adecuadamente.


―Claro que lo hará Nancy, nuestro niño está bien educado.


―Ya no soy un niño ― Me reí ― Ya tengo veinte años, a mi edad ya muchos tienen familia.


―Para nosotras siempre serás nuestro niño. Recuerdo cuando te vi por primera vez, tus manitas eran tan pequeñitas. ¿No Delia? Casi no llorabas, eras tan gordito que daban ganas de comerte a besos. Llegaste a alegrar a todos aquí.


―Sí, y ahora pensar que te vas me dan ganas de llorar ― la anciana se limpió una solitaria lagrima mientras volvía a enjuagar mi cabello y a peinarlo.


―Cómo voy a extrañar tu risita en la biblioteca cuando el viejo Arnold se quedaba dormido, igual eras el único que escuchaba sus historias inventadas. O cuando les hacías casitas a los pájaros y al final los gatos los cazaban, como llorabas, recuerdo que te encerraste por una semana entera.


―Tenía nueve años ― oculté mi rostro con las manos por la vergüenza, observando de reojo los rostros tristes de las ancianas.


―Todos te extrañaremos tanto aquí, le das vida a este lugar.


―Yo también las extrañare ― les sonreí a las mujeres que me habían cuidado como una madre lo habría hecho desde que nací ― Siempre he tenido la duda ¿Cómo eran los anteriores a mí?, ¿A cuántos conocieron?


―Sólo cuidamos a dos más antes que a ti ― decía Nancy pensativa ― Si, Estaba Axel... Axel era muy serio y se pasaba todo el día con Arnold leyendo libro tras libro, tenía el cabello negro como el gato de Simón y sus ojos eran pequeñitos, muy pequeñitos y aunque casi no hablaba era un muy buen chico.


―También estaba Luck, él tenía el cabello igual que yo en mis mejores días. Se pasaba haciendo travesuras de aquí para allá. Era como un torbellino de cabello rojizo que dejaba desastres en cualquier lugar a donde iba, el padre Roger lo castigaba casi todos los días. Pero tú... tú Snow has sido tan dulce y cariñoso con todos.


―Si los veo les mandare saludos de todos aquí. Deben estar viejos ya.


Seguimos una nostálgica charla recordando las pequeñas travesuras que había hecho o como cuando tenía cuatro años me ponía a jugar bajo las mesas del gran comedor, también recordábamos como perseguía sin parar al gato del padre Simón. Las sacerdotisas luego de secarme y vestirme con una camisa y un pantalón de ceda celeste, me pusieron una túnica hasta las rodillas adornada con bellos hilos de plata y oro y trenzaron mi cabello dejando una larga trenza en mi hombro.


Antes de salir del baño me abrazaron fuerte, muy fuerte, cada una evitando soltar sus lágrimas y largarse a llorar en mi hombro. Quería mucho a esas mujeres y las extrañaría, hubiera llorado ante Aris Serux para que me dejara llevarlas conmigo, pero sabía que se negarían. Me dolía tener que dejarlas solas, pero más me dolía que me dejaran solo a mí.


Al llegar al gran comedor sentí como si el corazón se me fuera a escapar del pecho. Todos estaban presentes sonriéndome y abrazándome fuerte, me regalaban palabras de buena suerte, me entregaban sus bendiciones y me acompañaban hasta la mesa principal para nuestro último desayuno juntos. Estaba tan feliz al ver sus caras sonrientes. Estaba tan feliz y por eso no podía entender por qué las lágrimas brotaban sin mi consentimiento por mis mejillas.


Aaron se acercó a mí y dejo un plato con pan de linaza acompañado de mermelada de moras, fruta y un gran vaso de leche de almendras. Era un desayuno simple, pero para mí sería el mejor desayuno de toda mi vida, ya nunca podría volver a probar el pan de Aaron, o las fruta que los fieles traían cada día a las puertas del templo, y quizás en mi nuevo hogar probaría delicias desconocidas, aun así, la comida del templo seria siempre la mejor.


Luego de una cálida conversación todo el templo me fue a despedir a las puertas, mi estómago se sentía revuelto y mis rodillas temblaban por los nervios, no sabía que me esperaría afuera y tampoco sabría cómo llegaría al lejano distrito central. Pero aun así estaba ansioso por todo lo que me esperaba, todas las personas que conocería en mi camino y por sobre todo por la compañía de los antiguos arcanos que allá vivían.


Al abrir las grandes puertas una ráfaga de aire invernal me golpeó el rostro, enseguida Nancy corrió con una capa celeste y la colocó delicadamente sobre mis hombros, no antes de volver a besarme las mejillas con cariño y despedirse con sus ojos enrojecidos por el llanto reprimido. Nunca había experimentado una despedida por lo que separarme de las personas que hasta ahora habían sido mi mundo entero había hecho que las lágrimas no dejaran de caer y que un horrible nudo se formara en mi garganta.


Sabía que la tristeza era una emoción corrupta pero no podía evitar sentirla, los humanos éramos únicos por nuestra gama de emociones, a diferencia de los arcanos. Poder intentar sólo quedarnos con las emociones luminosas, como le decían ellos, era una meta de vida para cualquier fiel seguidor del dogma.


―Su santidad no llore por esta despedida, debe mantener su corazón puro ― Escuché la voz melodiosa de Aris Serux que junto al caballero Ronan y un arcano de dos metros de alto me esperaban fuera de las puertas del templo.


Aris Serux iba en un traje banco, poseía un largo cabello color purpura y una piel color canela, sus ojos almendrados eran de un intenso azul y su mejilla derecha estaba llena de símbolos en el lenguaje de los arcanos. El caballero del atardecer Ronan, hace unos años había ascendido a líder de aquella sagrada orden de protectores, llevaba una armadura con aleaciones de cobre que la hacían lucir con un tono anaranjado y una larga capa del mismo color. Su cabello cada vez que lo veía estaba más cano y bajo su mejilla se encontraba una cicatriz que no había visto antes. Por último, el otro arcano, con un uniforme azul marino, poseía un cabello de un azul intenso, era un hombre grande y corpulento con una mirada de pocos amigos.


―Buenos días señor Aris Serux, lo siento mucho por mostrarme así ante usted ― Le dije al líder del distrito que me tendía un pañuelo con un fuerte aroma a violetas. Aunque Aris tenía más de cien años no aparentaba más de treinta años humanos.


―No se preocupe su santidad, es humano que posea emociones. A Ronan ya lo conoce así que permítame presentarle al general de los espadachines nocturnos Seder Wolx.


―Es un honor ― me reverencié ante el arcano de dos metros.


―El honor es mío su santidad. ― soltó con una voz impresionantemente gruesa.


―Ya tendremos mucho tiempo para charlas y presentaciones en el carruaje. Su santidad Snow le iré comentado el itinerario en el camino ― Aris no dejaba de sonreír mientras aplaudía para que unos criados trajeran un gran carruaje donde los cuatro caíamos cómodamente. Muchas veces la sonrisa de Aris Serux me incomodaba, sus perfectos dientes blancos no dejaban de observarte y su risa melodiosa parecía ser vacía y sin una emoción clara. Nunca sabía que era lo que en realidad pensaba el arcano de cabello violeta.


Me sentía incómodo en la presencia de dos arcanos tan importantes, era más que un privilegio, sin embargo, Ronan parecía hablar con ellos sobre estrategias de manera calmada y sonriente como siempre. Muchas veces pensé que tal vez Ronan era como un padre para mí, o que si hubiera conocido al mío sería tan valiente y gallardo como él.


―Entonces si vamos en tren será mucho más seguro para su santidad ― dijo Aris con su siempre presente sonrisa.


―Señor Aris, no entiendo entonces para que me pidió cincuenta caballeros si irán en tren.


―Las vías están fuera de los muros, quien sabe que pueden hacer los rebeldes más aun sabiendo que pueden haber infiltrados en nuestras líneas. No me sorprendería que esos rebeldes intentaran algo contra su santidad ― Le explicaba Aris mientras Seder sólo asentía.


―También necesitamos una escolta personal, quiero a uno de sus mejores hombres para que estén con Snow día y noche. confío mucho en tus guerreros Seder.


―No lo decepcionaran.


―Tengo una duda ― pregunté con mis mejillas rojas por la vergüenza ― Nunca había escuchado de los espadachines nocturnos ¿Qué son?


―Son guerreros entrenados para seguir ordenes, no le temen a la muerte y se encargan de patrullar más allá de los muros, son completamente fieles a los arcanos.


―Pero todos dentro de los muros somos fieles ― dije con un hilo de voz.


―Niño, los humanos mientras tengan sentimientos primero le serán fieles a ellos mismos y luego a nosotros, mis guerreros no tienen sentimientos corruptos ni luminosos, están vacíos, sólo son herramientas. ― Soltó Seder con su voz áspera.


―No arruines las cosas Seder ― le sonrió Aris mientras Ronan les daba una mirada desconfiada a los dos.


No entendía a lo que se refería ¿Herramientas?, ¿Acaso alguien podía no tener sentimientos?, ¿Quiénes eran los espadachines nocturnos?


―Snow conocerás finalmente a Finn, él también está muy emocionado por conocerte, no dejaba de hablar de que conocería a su santidad una y otra vez, tal vez te pueda cansar por lo mucho que habla, pero estoy seguro que el viaje se te hará más liviano a su lado.


―Yo también estoy emocionado por conocer a su hijo, estoy seguro que debe compartir muchas cosas con usted señor Ronan. ― y así seguimos mientras los tres hombres se ponían al tanto de planes estratégicos y de las rutas de emergencia que debían seguir. Me sentía inquieto por los peligros que ellos nombraban.


Escuché el ruido de la locomotora del tren. Emocionado y con mi corazón latiendo rápido por la emoción bajé cuando el carruaje se detuvo. Riendo a todo pulmón me seguía Aris, que me compraba una bolsa de palomitas sin azúcar y me mostraba todas las instalaciones de la estación de trenes.


Aunque los arcanos poseían grandes naves que podían cruzar los cielos, estaba prohibido para los humanos utilizar ese tipo de tecnología, por lo que los largos viajes debían hacerse en trenes de vapor.


En la plataforma me emocioné al ver decenas de caballeros con sus armaduras anaranjadas que al vernos enseguida se levantaron y ordenaron, al mismo tiempo me fijé en los uniformados de azul marino que se formaban junto a los fornidos caballeros. Todos llevaban una mascarilla negra de tela que les cubría hasta la nariz y atado a su cinturón un sable de un reluciente color plata. Eran misteriosos e inspiraban un aura tenebrosa, los ojos de todos parecían estar completamente vacíos y eso era lo que más causaba escalofríos, ahora comenzaba a comprender un poco lo que el señor Seder decía.


―Snow, todos estos hombres te protegerán ― Me decía Aris de manera grácil, señalándolos a todos con sus manos enguantadas. ― Se encargarán de que llegues sano y salvo al distrito central.


―Muchas gracias Señor Aris Serux, ha sido usted muy amable conmigo.


―Es el deber de un pastor cuidar de su rebaño ― Me sonrió ― Antes de que se me olvide, te tengo un regalo ― dijo mientras volvía al carruaje y aparecía con una brillante jaula con un pequeño pajarito dentro que no dejaba de brincar de un lado a otro y trinar de manera agradable. ― Nunca se sabe, pero tal vez necesites a un amiguito en el distrito central.


― ¡Gracias! ― dije emocionado sujetando la jaula y observando al pequeño pajarito que cantaba para mí y movía su pequeña cabecita mirándome más claramente al igual que yo.


―Los humanos son similares a las aves.


― ¿A qué se refiere?


―Son lindos e inofensivos mientras están tranquilos en sus jaulas, necesitan de otro para poder vivir, pero si su compañero muere puedes reemplazarlo fácilmente con otro similar. Al mismo tiempo, si la jaula se queda vacía puedes volver a llenarla. ¿No es fantástico?


No entendí muy bien a lo que se refería el señor Aris, pero sí estaba seguro que con el tiempo lograría comprenderlo y eso de alguna manera me preocupaba.


Siguieron explicándome cosas por alrededor de media hora, cosas a las que no le tomé atención por quedarme hipnotizado mirando al pajarito amarillo con algunas plumas celestes que no dejaba de brincar. Finalmente, volvieron a formar a los caballeros y espadachines que no se habían movido desde que habíamos llegado.


―Como caballeros deben jurar proteger con su vida a su santidad Snow, sus espadas ahora le pertenecen a él, sus vidas le pertenecen a él, si algo le pasa ustedes no hicieron bien su trabajo. Ahora ¡Finn Severin! Un paso al frente ― gritó Ronan.


― ¡Aquí! ― se escuchó un grito entre la multitud de caballeros mientras el metal de su armadura sonaba hasta que el chico llegaba frente a nosotros.


Poseía un cabello rubio y ondulado, sus ojos eran de un ámbar igual de intenso que los de su padre, Ronan, sin embargo, su rostro estaba repleto de pecas que le daban una apariencia agradable e incluso algo infantil. La sonrisa de Finn era indescriptible, como un millón de soles juntos, posiblemente era la sonrisa más linda que hasta ahora había visto. Pero lo que más me impresionó fueron sus ojos, brillaban bajo sus largas pestañas como si algo realmente bueno le estuviera ocurriendo.


―Mi espada es suya su santidad ― el hijo de Ronan se arrodillaba frente a mi mientras me entregaba la espada.


¿Qué debía hacer? Nunca me habían dicho que hacer con una espada, ni siquiera estaba permitido que sujetara una.


―Acéptala ― escuché que Ronan me susurraba.


―La acepto caballero Finn Severin ― dije nervioso mientras todos los caballeros del atardecer comenzaban a aplaudir y el que estaba frente a mí se levantaba como un resorte y se posicionaba mi izquierda.


―Snow, Finn te guardará las espaldas desde ahora, protegerá tu vida con la de él. ― me sonrió Ronan mientras revolvía el cabello de su hijo con alegría.


Me podía imaginar el orgullo del padre por su hijo y la felicidad de Finn, eso me alegraba; la tristeza sentida por la despedida se había comenzado a esfumar de poco a poco siendo ahora reemplazada por la emoción y la alegría que el rubio me contagiaba.


― Cero Uno Veinticuatro ― la voz potente de Seder me hizo dar un brinco mientras observaba como del pequeño y misterioso pelotón de espadachines nocturnos salía un chico de liso cabello negro al igual que sus ojos, este a diferencia de Finn no se paraba frente a mí, sino que frente al hombre que lo había llamado. ― cuidaras a ese niño de cabello blanco con tu vida ― sentí por un momento la mirada vacía de aquel chico sobre mí y un escalofrió me recorrió desde la cabeza a los pies, comencé a observar mis zapatos sólo con el fin de no mirar al de cabello azabache. ― Eres un escudo humano, su escudo humano, si él muere tu mueres ¿Entiendes? No eres más que un sacrificio para su santidad. Obedecerás todas sus órdenes como si fueran las mías. Es una orden.


―Entendido ― se escuchó una voz apenas audible.


Desplazándose lentamente el de cabello negro y uniforme azul marino se posicionó a mi espalda y desde aquel momento no dijo ni una palabra más.


Cuando las ordenes fueron dadas nos hicieron subir al tren que en breve comenzaba a avanzar dejando una nube de humo por donde pasara. Era mi primer viaje en tren y no sabía mucho que esperar, me los imaginaba con grandes, camas y un gran comedor, sin embargo, las cabinas eran bastante pequeñas, no puedo negar al decir que me sentía un poco decepcionado.


Mi estómago se hizo un nudo cuando pasamos las puertas del distrito y los interminables bosques acapararon todo el paisaje. Estaba nervioso, no sabía que hablar. Seder me había entregado un papel con un numero anotado, me había dicho que cualquier orden que le diera al espadachín debía ser con ese número, que sólo respondía a eso. Por otro lado, Finn estaba arreglando unas cosas con el conductor y no había tenido la oportunidad de hablar con él.


El pajarito estaba cubierto con una fina tela reposando en el asiento junto a mí, Aris me había dicho que lo mantuviera cubierto durante el viaje o se podía enfermar, aun así, no podía evitar mirar de vez en cuando por alguna pequeña rendija para ver como estaba.


― ¿Y por qué decidiste ser un espadachín nocturno? ― le pregunté sonriendo al que no me quitaba los ojos de encima, sin embargo, no me respondió. ― ¿No te gusta hablar?


Por más que le hiciera una pregunta el chico no me respondía ¿Acaso me odiaba por todas las cosas que le había dicho su capitán?, ¿Se sentía atado de una manera tan cruel a mí?


―No es necesario que des tu vida por mí. ― le sonreí mientras me acercaba para sujetar su mano enguantada. Por un pequeño instante pensé que la apartaría con rabia o desdén, pero tampoco reaccionó a ello.


Con curiosidad piqué su mejilla, pero ni siquiera pestañeaba. Era como si nada de lo que hiciera pudiera perturbarlo. Con curiosidad comencé a bajar su mascarilla de tela, pero mi corazón casi se sale al oír la puerta abrirse de golpe.


― ¡No hagas eso! ― dijo Finn horrorizado con una bandeja llena de bocadillos.


― ¿Qué? ― Me alejé asustado del espadachín.


―No lo debes tocar, está corrupto. ― soltó escandalizado mientras se sentaba a su lado, mostrando algo de lejanía.


― ¿Corrupto? No entiendo...


―Él no es como tú o yo que nos apegamos al camino de la luz, es una abominación.


―No puede ser ― miré asustado al chico que me observaba sin emoción en sus ojos.


―Lo peor de lo peor.


―Imposible...


―Me dijeron que los recogen de los bebés que abandonan los salvajes y desde que tienen uso de razón los obligan a hacer cosas horribles, no sabes cuantas personas ha asesinado... y no en el nombre de la luz, sólo por órdenes. Ellos harán cualquier cosa que se les ordene. Cualquier cosa, son como sicarios ¿Tienes su número?


―Sí, este es, creo― se lo mostré algo incrédulo. Todas las personas poseían sus valores y podían decidir sobre sus propias acciones.


―Veamos... Cero uno veinticuatro salta en un pie ― dijo claro, observando al chico que se levantaba y comenzaba a saltar en un pie en el pequeño espacio ― Cero uno veinticuatro detente. Cero uno veinticuatro golpéate ― a cada ridícula orden que Finn le daba este la realizaba, sin protestar, por ridícula que fuera.


Esto no estaba bien, él no debía hacer esas cosas ¿Estaba bien?, ¿Por qué lo hacía? Era humillante incluso para mí que lo estaba viendo, sin una chispa de emoción o sentimiento en sus ojos el espadachín seguía haciendo las cosas que Finn le dictaba, sin embargo, eso no era lo que me molestaba. El ver como Finn reía y disfrutaba por las ridículas ordenes me había hecho perder los estribos.


― ¡Detente Finn! No más ― le dije triste mientras este sonriéndome le ordenaba a Cero uno veinticuatro que se sentara.


―No es como si fuera humano, le quitaron su humanidad, es sólo una herramienta de los Arcanos ― me decía Finn despreocupado. ― Ni siquiera piensan por si solos, posiblemente ahora su mente está en blanco o las palabras de su capitán resuenan, pero nada más su santidad, están vacíos.


―Eso está mal... No deberían hacer eso con las personas, los arcanos no deberían...


―Es un hijo de los salvajes, no es como si fuera una persona como tú y yo. ― me sonreía Finn.


Toda mi vida me habían enseñado que la vida era importante, sin importar de quien fuera. No me permitían comer carne porque atentaba a la vida de los animales, debía tratar a todos con la misma amabilidad y aunque dijeran todas esas cosas de las personas corruptas no estaba de acuerdo, la vida era vida. Pero Finn no lo veía así y posiblemente los arcanos tampoco. Los sacerdotes muchas veces me contaron que antiguamente los arcanos trataban como basura a los humanos, poco a poco con la venida de Cariux Androc, el actual líder de todos los distritos, las cosas cambiaron y los arcanos nos comenzaron a tratar como iguales o como seres que necesitaban protección, sin embargo, aún existían muchos arcanos que no compartían aquel pensamiento. Estaba seguro de que Seder era uno de ellos.


Aunque Finn me comentaba relatos de sus viajes más allá de los muros y de lo horribles que eran los salvajes y rebeldes, de las horribles bestias que asechaban en las sombras y de las maravillas de antes de la guerra mi mente ya no se encontraba ahí; mis ojos estaban perdidos en los orbes oscuros y sin brillo del espadachín nocturno ¿Qué estaría pensando?, ¿Qué sentiría?, ¿De verdad no poseía sentimientos?, ¿Por qué le harían esto? Eran esas más las mil y una preguntas que rondaban en mi mente, intentando descifrar lo que esos negros ojos escondían, no podían estar vacíos, algo de luz debía haber en él.

Notas finales:

Aquí vendría el primer capitulo, al comienzo creo que la historia es algo confusa pero espero que les guste como sigue avanzando n.n 

 


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