Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Infierno por jotaceh

[Reviews - 73]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capítulo 24: La caída

 

Corrí por la mansión, pero ya era demasiado tarde, Felipe había sido llevado lejos, lo habían arrastrado a un vehículo en el cual lo desterrarían hasta aquel alejado poblado, aquel villorrio perdido en las montañas donde una vez vivió mi madre. El amor de mi vida se esfumaba y mis piernas no podían desplazarse más rápido. Cuando llegué a la entrada, ya no había nada qué hacer, el carro había traspasado las rejas del portón principal.

Solo pude divisar el cabello castaño de mi amado, su nuca fue lo último que vi antes de su alejamiento, de aquella treta ideada por don Diego para separarnos, para alejar el pecado de aquella casa que ya estaba repleta de inmoralidad.

-Espero que aprendas la lección, que no puedes hacer lo que quieras. Tu vida me pertenece, grábate eso en la cabeza –me aconsejaba el hombre al verme abatido en el umbral de la puerta.

No había esperado ni siquiera un segundo para vanagloriarse de su estrategia, para sacarme en cara que siempre gana y que nunca podré competir con él, que soy demasiado débil y estúpido como para defender aquel sentimiento que guardo en mi interior.

Nuevamente mi padre me había destruido, había descubierto lo más valioso que poseía y me lo había quitado sin compasión. Es doloroso pensar que las tragedias siempre se repiten, que las lágrimas con frecuencia vuelven a surcar el mismo rostro cansado. ¿Acaso no hay otra forma de vivir?

Sin embargo, esta vez era distinto, porque aunque haya estado lejos, por lo menos mi amado se encontraba con vida, no había sucumbido ante la mente criminal de don Diego y mientras respire, todavía tengo una oportunidad de ser realmente feliz a su lado, tal como se lo prometí a mi madre.

Respiré hondo y me di valor, no era momento de rendirme, ahora más que nunca debía luchar, ser valiente y sorprender al enemigo, usar todas las armas que poseo y ocuparlas en mi favor. Y en ese momento, mi salvación tenía nombre y apellido: Christopher Campbell.

Me encerré en el baño y con una navaja quité el chip que tenía en el cuello. Debía abandonar la casa sin que nadie se diera cuenta, necesitaba contactarme con el peor enemigo de mi propio enemigo, solo él sería capaz de frenarlo.

Tomé prestado un polerón de Felipe y con la capucha sobre mi rostro, me escabullí por la salida de servicio. No poseía mucho tiempo antes que don Diego se diera cuenta de mi ausencia y es que después de lo ocurrido, me vigilaba con aún más recelo.

Recordaba a la perfección la dirección donde me llevó Miguel, solo esperaba que allí pudiera encontrar nuevamente al papá de Alice, aquél que me prometió que atacaría a mi padre y que hasta el momento, no había hecho nada. ¿Qué estaba esperando?

Con la respiración entrecortada, toqué el timbre intentando contener las ansias y es que estaba jugando de la manera más ruda que se me hubiera ocurrido. Estaba apostando demasiado con tal de conseguir lo más preciado, si esto no resultaba como lo esperaba, todo se vendría abajo y quedaría escondido entre los escombros que un día conformaron mis sueños.

-¿A quién busca? –me atendió un hombre mayor.

-Quisiera hablar con el señor Campbell, por favor –le pedí a quien parecía ser el mayordomo.

-Lo lamento mucho caballero, pero el señor no se encuentra en estos momentos. Le pediría que se marchara por favor –era cortés, demasiado formal para decirme que no era bienvenido.

-No he arriesgado tanto para que me vengas a detener tú –y aprovechando lo endeble de mi contrincante, le empujé para entrar a la fuerza a aquel departamento.

-¡Christopher! ¡Christopher! –grité por los pasillos del lugar mientras los sirvientes corrían para atraparme.

Fue justo cuando me tenían maniatado y a punto de expulsarme, que apareció el hombre a quien tanto buscaba. Se veía aún más demacrado que la última vez que le vi. Tenía los ojos rojos y la piel amarillenta, podría jurar que había perdido peso y que su cabello poseía más canas.

-Está bien, es alguien que conozco. Déjenlo –ordenó a sus sirvientes, quienes como si fueran robots, se fueron sin decir palabra alguna.

Me arreglé la ropa y es que en el forcejeo había quedado desarreglado. Aclaré mi garganta y enfrenté a mi única esperanza.

-Prometiste que harías justicia y no has hecho nada –le recriminé a quien parecía más un muerto viviente.

-Lo siento por ser tan débil Lucas, pero no puedo combatir contra tu padre –exclamó apenado, como si se tratara de su último aliento.

-¿Cómo que no? ¿Acaso has olvidado todo lo que ha hecho? –no podía creer que había depositado mi fe en un cobarde.

-Tú no entiendes, hay muchas cosas que no sabes de nosotros – continuaba lastimero.

-Yo... yo pensé que eras valiente, que amabas a Carolina... ¿Acaso ya no te importa? –todo había durado tan poco.

-Claro que la quería, era como la hermana que nunca tuve... -agachó la mirada como si buscara entre sus recuerdos.

Nos quedamos en silencio después de haberle gritado. Ya era demasiado tarde como para aplicar un plan B, debía conseguir la ayuda de Campbell a como diera lugar.

-Estaba ahí, él asesinó a Carolina sin compasión... Al igual que mató a Alice, él me lo reconoció... ¡Él se jactó de haberle cortado la cabeza! –grité con toda la ira que poseía guardada en mi interior.

No era verdad, Diego nunca me había dicho aquello, pero no me quedaba de otra, debía enfurecer a ese león deprimido, debía generar en él la chispa que encendiera la venganza.

-¿Él te dijo eso? ¿Él lo reconoció? –estaba logrando lo que quería.

-Sí, se mofó de sus fechorías después de casi hacer lo mismo con Felipe. Christopher, entiende, todos corremos peligro, mi padre está descontrolado y no sé de qué más pueda ser capaz –eso era cierto.

-No... no puedo permitir que siga haciendo lo que quiera. Vengaré la muerte de Alice aun cuando tenga que manchar mis propias manos, aunque tenga que rebajarme a su nivel... Yo mataré a Diego Grimaldi –dijo seguro.

Había logrado lo que necesitaba, había encendido el fuego que nos consumiría a todos nosotros, que nos purificaría con su luz y rompería toda atadura. Me fui del departamento con una fe renovada, era momento de luchar, de destruir a mis verdugos y no permitir que nunca más nadie se le ocurra aprovecharse de mí.

Sin embargo, aquel que sobrevive es quien logra adaptarse mejor al entorno y por eso, es que en una guerra de egos no se puede apostar siempre por el aparente ganador. En mis manos poseía una grabadora, una máquina que contenía una pequeña cinta, un artefacto que había grabado la declaración tácita de Campbell, su intención clara de asesinar a mi padre.

La idea era entrar sigilosamente a la mansión, tan solo que mientras caminaba con la capucha bajo mi rostro, fui interceptado por un hombre que esperaba por mí hace algún tiempo.

-Sabía que abandonarías la mansión en algún momento –escuché a mi espalda la voz gruesa del detective Díaz.

Me asustó y es que no esperaba verle en ese instante, muchos menos sabiendo que en cualquier momento don Diego se enteraría de mi ausencia, estaba en jugando contra el tiempo.

-Disculpa, pero ahora no tengo tiempo para hablar –intenté excusarme, tan solo que su mano me detuvo.

Me agarró del brazo y acercándome hacía él, bajó mi capucha para mirarme fijamente a los ojos.

-Tenemos que hablar de algo serio. Créeme que te interesará –y sin siquiera avisarme, me subió a la fuerza a su vehículo.

-¿Qué estás haciendo? ¿Es un secuestro? –le pregunté asustado.

-Claro que no, tan solo que no podemos hablar aquí –intentó sonreírme antes de sentarse tras el volante y encender el automóvil.

Estaba anonadado frente a su comportamiento, no me lo esperaba de un detective que hasta ese instante se había mostrado tan disciplinado. ¿Qué se tenía entre manos?

Nos alejamos de la mansión hasta llegar a un mirador, a un cerro oscuro y apartado donde no transitaba nadie. El sol se estaba ocultando y todo quedaba bañado de un ligero naranja.

-Esto es contra los protocolos, pero no puedo evitar preocuparme por ti. Sé que has sufrido demasiado en tu vida por culpa de tu padre, aunque no seas capaz de reconocer lo que te ha hecho.-comenzó a decir tras estacionarse en aquel lugar.

-Por eso es que no puedo permitir que caigas en una trampa nuevamente –hablaba con convicción sobre algo que no podía imaginar.

-¿De qué estás hablando? –todo eso me parecía extraño.

-Quiero que veas esta fotografías –me entregó un par de imágenes donde podía distinguir a dos personas que conozco muy bien.

-Son... Esteban y mi padre... ¿Qué significa esto? –veía los retratos donde ambos aparecían hablando como si se tratara de dos socios, siendo que nunca les había visto junto antes.

-Creo que tu noviecito tiene una relación más que especial con Diego y tú no te has dado ni cuenta, o has intentado evadirlo, no lo sé. Lo único de lo que estoy seguro es que la relación entre tu padre y alguien como Santamaría no puede significar nada bueno. –continuaba con su diálogo deductivo.

-¿Alguien como Esteban? ¿A qué te refieres con eso? –me miraba como si no conociera toda la verdad detrás del muchacho.

-Ya sabes, alguien que proviene de una familia que se ha hecho rica por el narcotráfico no puede significar nunca algo bueno, mucho menos si se está viendo a escondidas con un psicópata como Grimaldi -revelaba el oficial mirándome directamente a los ojos, como si quisiera indagar en mis recuerdos, si ya sabía lo que me comentaba.

-Solo son rumores. Todos en el colegio hablan de eso, pero no quiere decir que sea verdad. Que yo sepa sus padres nunca han estado tras las rejas -respondí confiado y es que es lo que todo el mundo sabe.

El hombre se humedeció los labios antes de responderme, aunque quitó de mí su mirada.

-Supongo que eso comparten esos dos. Ambos son delincuentes pero ninguno ha pagado por sus delitos -al parecer tenía razón, la policía no tenía pruebas de los negocios ilícitos de los Santamaría.

Hubo un silencio incómodo tras aquello. Me quedé contemplando el atardecer, mientras cada segundo que transcurría significaba que estaba más propenso a ser descubierto por mi padre.

-¿Te das cuenta que si confiaras en mí podrías estar más protegido? ¿Por qué no quieres delatar a Diego? ¿Acaso te tiene amenazado? -seguía sin mirarme, sin embargo, podía percibir cierta pasión que emitían sus palabras.

-¿Por qué debería confiar en ti? Ni siquiera eres alguien imparcial, te guías por lo que Campbell te ordena. ¿Qué será de mi vida después de hablar? ¿Acaso tú me protegerás el resto de mi vida de la venganza de don Diego? Solo te importa utilizarme para conseguir lo que tu amo te mandó a hacer -era la verdad, no puedo confiar en nadie y es que todos buscan lograr sus objetivos mezquinos, en vez de pensar en mi bienestar. Sé muy bien que el odio de Christopher es mucho más poderoso que su simpatía por el hijo de su amada Carolina.

Solo con esa declaración logré dejar callado a Miguel. Tal vez había imaginado que soy el típico muchacho ingenuo que proviene de una familia adinerada. Tan solo que nadie que haya vivido lo que me ha tocado puede ser tan testarudo, más que mal, los golpes duelen, pero terminan enseñándote lecciones. 

-Y si te dijera que quiero protegerte para siempre, ¿me creerías? -dijo finalmente, un tanto apenado.

Aquel dejo de tristeza no parecía fingido, de hecho, nada de lo que había ocurrido desde que me encontré con Díaz parecía maquinado ni mucho menos protocolar. Todo parecía sincero, incluso sentimental.

-Claro que no, ¿por qué me protegerías para el resto de mi vida? ¿Acaso quieres decir que te enamoraste de mí? -me burlé del hombre, y es que no confiaba en su treta.

-¿Tan estúpido suena? -seguía sin voltear, estaba concentrado en las montañas que cada vez parecían más oscuras.

-Apenas me conoces y soy un niño casi. ¿Cómo podrías sentir algo por mí? Es inverosímil -si ese era su plan, era bastante ingenuo. Enamorar al pobre niño homosexual que ha sufrido mucho, es una técnica que nadie en su sano juicio confiaría.

-Está bien, ya es muy tarde. No quiero que piensen que te secuestré -por fin me devolvió la mirada, aunque fuera para regalarme una sonrisa falsa.

Condujo su vehículo hasta dejarme en la entrada de la mansión, aunque no pudo avanzar más porque estaba repleto de otros carros de policía. ¿Qué estaba sucediendo allí? 

-Te acompaño -finalmente Miguel prefirió entrar conmigo a casa y es que algo había ocurrido.

Tan solo al traspasar la puerta de entrada, pude ver cómo corrían de un lugar a otro los policías. Pasó por mi mente la idea que mi padre estaba colérico al no saber de mi paradero y que había movilizado a la justicia para encontrarme. 

-Nicolás, pensé que tú también habías desaparecido -comentó Pamela al verme.

La mujer estaba preocupada y es que al parecer ella había sido quien llamó a la policía.

-¿Qué está ocurriendo acá? ¿El asesino volvió a atacar? -Miguel quería ponerse al corriente.

-No lo sabemos... Tal vez... Se trata de Diego, no lo podemos encontrar por ningún lugar. Se suponía que hoy estaría en casa, no iría a la oficina, de hecho, su chófer no lo ha visto desde ayer. Me pareció extraño así que lo fui a buscar hasta su pieza y ahí fue donde todo pareció complicarse más... Encontré mucha sangre en sus sábanas. Algo ocurrió con él, y no aparece por ningún lado, es como si la tierra se lo hubiera tragado -Pamela narraba mientras yo intentaba no sonreír ante tal situación.

Mi plan había resultado, me había deshecho del hombre que quería destruir nuevamente mi vida, quien deseaba alejarme de Felipe, la única persona en este mundo capaz de hacerme realmente feliz. Diego había sido abatido finalmente y todo parecía presagiar que sería libre por primera vez. Ahora solo debía demostrar preocupación y guardarme esa alegría que comenzaba a inundar mi pecho. El demonio había sido abatido. 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).